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miércoles, 9 de enero de 2008

AGUAS REFLEJANTES, INQUIETO ESPEJO DISTORSIONANTE: LOS MATERIALES CON LOS QUE SE CONSTRUYE LA IDENTIDAD NACIONAL (Primera Parte)


Por Carlos Valdés Martín
El espejo de agua y la densidad del Lago: el contraste con Narciso.
De manera certera, las aguas son un espejo complejo, infinitamente más complejo, porque cambian instantáneamente. El estanque calmo, de pureza reflejante es una expectativa y no la realidad, porque el mínimo soplo de viento lo altera, lo desplaza. La imagen en el espejo permanece quieta, mientras la mente de sujeto puede alterar la visión, en ese caso genera el efecto del agua: ondulaciones de la conciencia. Con el agua resulta inútil alterar el ánimo para perseguir un cambio de visión, pues la visión cambia espontáneamente, continuamente y hasta la desesperación para quien desea obtener la fijeza. Ahí está la tortura también para el hipotético Narciso, quien hubiera deseado mantener su imagen conservada, en la satisfacción amorosa, pero sufre la alteración minuciosa e inacabada de las aguas[1]. La segunda opción de Narciso es descubrir un mundo ideal más allá de las aguas bailarinas, porque un segundo Narciso ideal se esconde en el fondo del estanque, solamente revelado parcialmente por las aguas traviesas: el egoísmo enamorado busca ese otro mundo ideal, que refleja una perfección superior a la terrestre. Entonces estas aguas bailarinas, distorsionantes, poseen una cualidad de reflejo superior, ofrecen la complejidad. El espejo real, resulta demasiado sencillo comparado con las aguas naturales, las bailarinas y multifacéticas.
La Nación debe colocarse más allá de las aguas simples, las pequeñas, los arroyos y gotas de lluvia. La colocamos en las totalidades, como mares, océanos, lagos enormes, el agua esencial que sustenta al mundo, porque la Nación es Patria en femenino, como las aguas, y en esencial. La esencialidad de las aguas enteras corresponde a la nutrición femenina que alimenta a los pueblos, a los vástagos de la patria. En su conjunto, ya sea en la visión de un conjunto aislado, el reflejo de las aguas, ofrece un nuevo sentido. A un Narciso le conviene el reflejo de un simple estanque, un arrollo, porque no implica ese gran conjunto original, modelo de ese primer amor contenido en la madre, modelo de amor sobre el cual se dibujan las posteriores experiencias amatorias de la vida, y por amatorio me refiero al sentido amplio, de cualquier sentimiento de agrado ante la existencia. Imposible que un Narciso se acode a la orilla del gran lago para devorarse en egolatría, ya que el lago posee una fuerza y una reverberación que desborda cualquier egoísmo. El lago, por su simple presencia imponente ofrece la posibilidad de una inundación del alma del observador.
Detengámonos en el lago, que ofrece un trasfondo. La densidad del agua misma, ya rebasa el sentido del reflejo y la claridad. De un lado, en la gran vista panorámica, un lago puede reflejar el cielo, y nos regala con la imagen del matrimonio arquetípico. Por el momento, nos concentramos en la consorte, y el reflejo para implicar suficiente, debe contener una enormidad, que corresponda con su enormidad. La simple suma de aguas ofrece un enorme cuerpo, esa unidad el lago o del mar. Ese enormidad implica, física y emocionalmente que pierde la transparencia. Las grandes masas de agua, en la físico, realmente, pierden la transparencia. La falta de transparencia les otorga un ser propio, un ser de profundidades, una densidad. La palabra densidad que surge después de la transparencia nos ofrece una paradoja: la transparencia se detiene y encontramos una condensación de los transparente que finaliza siendo opaco. Es como pasar de la sutileza a la definitividad. Ahora bien, el agua que deja de ser transparente, aglomerada en el macizo del lago implica la llegada de un misterio. El agua se oscurece ¿de dónde viene su oscuridad? La palabra turbio me viene a la mente. Inicio diciendo que el agua es transparente, luego se hace densa, se condensa, y termino imaginándola turbia, aproximándose hacia la frontera de lo que deja de ser agua. El lago de agua oscurecida, incluso turbia, empieza a ser una entidad endurecida, casi tierra, casi materia sólida. Las aguas claras, por inicio invitan a la alegría, a la ligereza primaveral. Las aguas oscuras indican la seriedad, las situaciones inevitables, lo irreversible. Digamos, que Narciso no se puede mirar en aguas oscurecidas: un segundo motivo para evitar el lago denso, el agua maciza.
La Nación prodiga hijos de cualquier clase, sin excluir a los Narcisos, quienes por su definición psicológica, son los hijos malos, egoístas que olvidan a su madre. Los Narcisos buscan una intimidad individual, con unas aguas claras y soñadoras que les proporcionen el trasmundo de lo inalcanzable, su regreso inmediato al amor propio. Dejemos a los Narcisos tranquilos, concentrémonos en los demás, en esa miríada de hijos ordinarios, diversos y extraños, con rasgos distintos y pretensiones insondables. Ellos también requieren de algún espejo adecuado, pero viven a la orilla de ese gran lago-madre que es la Nación, y en las aguas de la orilla no se refleja su rostro. Los hijos de la Nación, incluso los más pródigos y generosos, se posan virtuosos a la orilla de las aguas y les sucede como a los vampiros: no reciben su reflejo. Efectivamente, el gran lago de la Nación no ofrece un reflejo accesible, porque ella es enorme, tan inmensa y su dimensión es tan densa, que el reflejo que emite no resulta accesible.
Para alcanzar la maravilla de brindarles un reflejo a los hijos de la Nación deben ocurrir prodigios y emplear dispositivos, incluso dispositivos extraños se requiere de: estudios, símbolos, historias y leyendas, héroes reales e imaginarios, cotidianeidades, lenguajes y medios de comunicación de masas. La tarea de ofrecer a los nacionales un reflejo nítido de su Nación resulta difícil, como convertir las aguas bailarinas e un espejo fiel, por lo mismo, uno de nuestros clásicos, estimó que el arquetipo del camino a seguir es un laberinto[2].
A falta de Lago podemos incluir en la metáfora nacional otra clase de entidades acuáticas. Pocos países encuentran un lago en el corazón de su geografía simbólica. México posee sus originales lagos, el sistema formador del altiplano azteca, ahora casi todos desecador, pero presentes en la imagen de un centro lacustre de la nacionalidad. Otras regiones se confortan con referencias más complejas, como puede ser el Mar Muerto o la rivera del Jordán. A falta de lagos, la posición ideal pertenece a los mares, con la peculiaridad, que difícilmente se les puede ubicar como un centro del ser de los pueblos, a excepción de la fortuna de los romanos, quienes hicieron del Mediterráneo un Mare-nostrum, el mar propio, un eje acuático que aglutinara la formación de un tejido social inmenso. Los mares, preferentemente, los colocamos como fronteras de los pueblos, como zonas maternales (pero también paternales) donde el reflejo de la existencia, es agreste y complejo. La otra fuente ordinaria de inspiración acuática la vemos en los grandes ríos, que definen a las comunidades, algunas enormes ciudades con apetito de nación, como sucede a los ya citados romanos; el Amazonas para el Brasil también resulta un aglutinante, como referencia de lo inmenso y lo que contiene. Un caso afortunado lo encontramos en el Río de la Plata, aglutinante simbólico para Argentina, Uruguay y Paraguay, evento hidrológico que además ofrece varias resonancia, por el eco majestuoso de la plata convertida en río, y el río inmenso convertido en un casi-mar por las dimensiones de su desembocadura. Por último, a falta de aguas entonces la tierra, en su accidente de montaña o de planicie, se mantiene solitaria como símbolo del elemento nacional, y por elemento se debe entender el estado de la materia, su solidez genérica, modo en que se captó por el pensamiento antiguo. Ciertamente, a la sólida tierra le faltaría la oferta reflejante, los espejos naturales para indicarles a sus hijos el tamaño de su imagen natural, pero entonces es labor de la cultura descubrir esas geografías mínimas, esos oasis de la reflexión para que cada pueblo descubra su imagen.

El nacimiento: sujetos nacidos como Huitzilobos. La travesía por el desierto, judíos y aztecas (La comunidad de los hijos)
Al parejo que cada individuo, los grupos humanos buscan su remoto origen, develan el mito de su creación, tal como sucedió o tal como la imaginaron. Incluso, reiteradamente, la historia de la creación mezcla la narrativa de los hechos con la pasión de los mitos, indicando las profundidades del alma humana, el fondo arquetípico de las aspiraciones futuras y la estructura universal de la praxis social. Los relatos efectivos de la fundación o la independencia de las naciones devienen, casi de inmediato, en relatos novelados, donde las personas se transforman en héroes y las situaciones operan como dramas. La historia apasionada se convierte en mito y literatura, bajo la trivialidad de las fechas y las personas se levantan las Fundaciones y los Héroes, pues más allá de 1810 aparece el año 0 del despertar de una Nación, y bajo la piel de Miguel Hidalgo o Simón Bolívar aparece la figura del Padre de la Patria, el progenitor de un pueblo entero.
El aspecto emotivo y mítico lo revelan más claramente, por supuesto, las leyendas de los pueblos, incluso las tribus más humildes lo retratan con claridad diáfana. La leyenda nos indica, antes el mundo no existía, o la noche reinaba profunda, o el caos se apoderó del mundo, la vida estaba aniquilada o los seres humanos no existían. Se requería de una fuerza divina para traer la luz, el fuego, el principio de vida, la regla de orden y los demás preceptos que mueven al mundo, para un nacimiento o un re-nacimiento. El conquistar tal fuego o tal vitalidad y orden, implicó enorme valentía, increíble fuerza, y una potencia sobre-humana, el dios-héroe arriesgó demasiado, incluso arriesgó su propia existencia para bendecir al mundo con un nuevo comienzo, con el Principio. El mito del Quinto Sol azteca nos indica que el mundo languidecía, caído el Sol anterior, muerto de vejez y oscuridad, por lo que los dioses se conjuntaron para revitalizar el universo. Para lograr la hazaña de la nueva vida universal la asamblea de dioses dispuso de un enorme sacrificio dentro de una pira, que se convertiría en el nuevo Sol, ahí debería de inmolarse un dios. Pero el bello dios destinado a la muerte tuvo miedo y fue incapaz; entonces entró en sustitución un dios feo y llagoso, un enfermo entre los dioses, que tuvo la osadía de ser quemado en vida divina para donar su potencia al universo. El feo se convierte en Sol, y el universo se revitaliza.
¿Los aztecas adivinaban que las naciones nacen de una lucha encarnizada? La leyenda de su dios guerrero pareciera indicar esta línea de pensamiento. Resulta que la madre de los dioses había tenido cuatrocientos hijos y una hija, que conformaban una tribu de guerreros poderosos. Ya no deseaban tener más hermanos, la envidia y el egoísmo de los que nacen primero, le exigían cierto pacto de fidelidad por primogenitura a su gran madre. Pero la madre de los dioses estaba destinada a seguir pariendo y viene un último hijo. La tribu ya nacida se rebela y se pone en pié de guerra para terminar con el intruso, el dios no-nato, y posiblemente, hasta atentarían contra la madre divina. El dios no-nato, llamado Huitzilopochtli, desde el vientre le habla y le dice que la va a defender de sus hermanos. Sin dar crédito a las promesas del no-nato la madre se aleja a la montaña para tener a su hijo. La tribu sublevada descubre el escondite y la sitia militarmente en la montaña de Cuautepec. En el momento del ataque de los sublevados, nace Huitzilopochtli y aparece ya armado, listo para el combate. La madre divina, seguramente sufría molestias por las armas paridas. El nuevo dios resulta tan poderoso que derrota a los sublevados. Castiga especialmente a su hermana Coyolxahutli, a la cual desmembra y arroja desde la montaña. El nuevo dios funda, con su violencia vengadora, un nuevo reino divino, donde se respeta sacramente a la madre, y los hijos son devotos de su progenitora.
En esta leyenda encontramos una dualidad interesante: la materia prima es la progenie, el acto de producir hijos, y la materia activa es la violencia, supremacía guerrera que funda y desfunda la comunidad. Aunque casi reducida al absurdo por el detalle de un arma no-nata, creciendo en el vientre materno, la violencia simplemente sigue obediente a una cadena moral. Huitzilopochtli no es generador de violencia, sino reflejo de una violencia originaria y restaurador de un orden moral universal: respeto a la madre, a la gran madre de todos. Se cumple el ciclo de las gestas heroicas, no es violencia gratuita, sino una contra-violencia que proporciona el signo de la liberación, restauración del valor auténtico, mediante la repetición de una violencia.
El número en la leyenda es sumamente significativo, decir cuatrocientos hijos es saltar de la familiaridad al pueblo, al grupo social humano. Entendamos esta cantidad como evocación de la masa, la irrupción del grupo social abstracto que ofrece su aspecto de multitud. Así, el conflicto ya no es entre personas concretas, sino entre dos dimensiones, las figuras individuales (dioses-héroes) y una masa amorfa. El cuerpo roto de la hermana también nos indica ese otro aspecto de la ruptura de la individualidad, su demolición en un acto fundacional. Recordemos, también la enorme valoración que daban los aztecas al sacrificio humano, como un alimento del universo, con más razón lo debemos considerar como el alimento simbólico de la sociedad fundada. Así, el principio femenino lo duplican: la maternidad sagrada, la sublevación condenada. La figura femenina se integra en una dualidad de utilidad como nacimiento y como anti-utilidad como muerte (y recordemos que psicológicamente la muerte debe ser femineidad)
[1] Cf. BACHELARD, Gastón, El agua y los sueños, Ed. FCE. Parte de esta argumentación se basa en la interpretación del capítulo I.
[2] PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, Ed. FCE.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No entendi casi nada, pero suena bonito