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miércoles, 11 de junio de 2008

SIMBOLISMO DE LAS SALAMANDRAS Y OTROS REPTILES DE NATURALEZA DOBLE





Por Carlos Valdés Martín

Visto superficialmente el adentrarse en el reino de las salamandras asusta, porque estos animales míticos son asaz de complejos y hasta peligrosos. Su frialdad de mirada —compartida por otros reptiles— motiva nuestra precaución, pues la ausencia de rastros emocionales desconcierta nuestra propia manera de ver. Un terreno poblado con salamandras también indicaría que las aguas inundan las bases del reinado empantanadas, demasiado húmedas y ya reblandecidas.

La naturaleza doble y la unidad mesoamericana
Los vestigios de la cultura prehispánica indican que lo separado se unía para organizar el cosmos de los aborígenes mesoamericanos. El símbolo de Quetzalcóatl se ha destacado repetidamente como el eje de la unidad entre la serpiente y el pájaro, de tal modo que las cualidades antagónicas de ambos seres estaban ligadas permanentemente en uno solo, que combinaba las características de los terrícola y la celeste, de lo hermoso y lo peligroso, de lo muerto y lo vivo, de lo humano y lo divino.[1] De tal modo que el interés por los reptiles anfibios también encajaría bien en esa misma perspectiva. El más afamado de ellos en la región mexica fue el axolote por sus rasgos de completa metamorfosis física y la conservación de branquias junto con los pulmones que los habilitan para una doble vida acuática y terrestre.[2] El cocodrilo elevado a fecha de calendario representa la continuidad de este interés por los seres anfibios. Dada nuestra lejanía con los sistemas clasificatorios de culturas abordadas desde el exterior, podemos suponer que la clasificación en la dualidad de la vida como terrestre y marítima (o también otras dualidades) revela más continuidad de la que hoy aceptamos mediante una fría clasificación zoológica según el sistema de Lineo. Supuesta tal unidad de los seres duales (hasta aquí hipótesis, pero no arbitrariedad como lo sería suponer también su radical diferencia) la afinidad (parentesco) entre salamandras, cocodrilos o lagartos, ranas, iguanas, lagartijas y tortugas puede aceptar un nivel de integración. El conjunto de los seres marinos duales ofrece el aspecto de un conjunto cultural muy significativo, con interconexiones poco exploradas. Por ejemplo, la tortuga aparece repetidamente ligada a los cultos de la longevidad, la vida prolongada, la buena salud, los ancianos y los gobernantes viejos; el cocodrilo con sus agresivas mandíbulas está próximo a los guerreros dedicados a los combates;[3] la salamandra, en su variedad local de axolote contiene una imaginería relativa a la sexualidad.

Axolote: la salamandra de la unidad mexica
El mérito de mostrar que el axolote es un símbolo adecuado a las venturas y desventuras de la unidad nacional mexicana corresponde a Roger Bartra. Desde la conquista española el pobre axolote fue un ente poco favorecido por la imaginación clerical, por sus terribles asociaciones con el erotismo; incluso se le acusó de ser causante de una epidemia en la ciudad. El sentido cultural de esta criatura palideció frente a los usos y abusos de sus propiedades terapéuticas. El axolote tiene una sorprendente capacidad para regenerar miembros enteros que ha perdido, por lo mismo se puede asociar como un símbolo de vitalidad, de resistencia ante los designios de la muerte. El maravilloso poder regenerativo de sus extremidades, que cautiva la imaginación, ha significado una fuente de torturas para estos animalitos que eran mutilados para agregar ingredientes a ciertas pócimas secretas.
Además el axolote, por sus raíces lingüísticas hipotéticamente podría ofrecer una interesante conexión entre el mundo de las salamandras y las divinidades ofídicas aztecas. Podría ser que la conexión entre la deidad Xólotl y el nombre del axólotl no fuera casual, y que varios de los atributos de este dios lo conecten con las cualidades ofídicas; pues se trataba de un dios que cae del cielo como un rayo, corresponde con la luz cegadora y él mismo es un dios ciego, que ha entrado en las profundidades de la tierra en su metamorfosis, quien posee una cara de perro y unifica lo celeste con el inframundo. El rayo se representa, reiteradamente, como la serpiente de fuego o de luz que desciende a la tierra; serpiente que acompaña al dios de la lluvia a Tláloc, alrededor de sus ojos. Este dios se consideraba el doble o mellizo negro del Quetzalcóatl, por lo que regía las diferentes dualidades que se presentaban en esa cultura. En la maravillosa leyenda del Quinto Sol, en una de sus versiones, el renacimiento solar depende del sacrificio ritual de los dioses; para tal sacrificio se encarga al aire, quien cumple su cometido, pero no puede matar a Xólotl pues él se rehúsa: “Y lloraba en gran manera, de suerte que se le hincharon los ojos de llorar; y cuando llegó a él el que mataba echó a huir y escondióse entre los maizales y convirtióse en pié de maíz, que tiene dos cañas, y los labradores llaman xólotl; y fue visto y hallado entre los pies del maíz; otra vez echó a huir y se escondió entre los magueyes, y convirtióse en maguey que tiene dos cuerpos que se llama mexólotl; y otra vez fue visto, y se echó a huir y metióse en el agua, y hízose pez que se llama axólotl, y de allí le tomaron y le mataron”[4].

La alquimia y el misterio de las salamandras
Lo que el cristianismo satanizaba por asociación con la leyenda que condenaba a la serpiente como la causante de la caída de Adán y Eva no siempre fue aceptado por las ciencias ocultas. Aunque las ciencias ocultas medievales no fueran de intención satanista, su marginación del vulgo las llevaba a retomar asociaciones con lo prohibido, en forma de lo terrestre. Si bien la salamandra y las variedades afines no son acusadas directamente por la Biblia de ningún pecado, eso no impedía su asociación popular dentro del universo de los bichos malignos; sin embargo, si se creía en una malignidad, ésta también podría encerrar algún poder eficaz,[5] que las mentes aguzadas de los alquimistas querrían descubrir. Además la alquimia, como arte de las metamorfosis de los materiales, no podía menos que admirar a los seres que metamorfosean, y el ciclo de cambio de género de vida del agua a la tierra era un cambio que era admirado en muchas especies de salamandras. Meta-morfosear es cambiar de forma; pero aquí la forma puede ser fondo, alianza indisoluble entre lo nuevo que se ve y lo nuevo que está naciendo; con esta operación tenemos una nueva figura de nacimiento, un nacer que está partiendo completamente del mismo cuerpo de ese animal que lo cambia por completo y que de sí ha nacido lo otro. Por el efecto de renacimiento era tan admirada el ave fénix y también era una de la divisas de la magia alquímica, pues por ese renacer se esperaba poder eternizar las vida de los practicantes. Así, que la metamorfosis además de parto de sí podría significar algo más, un cambio más radical que indicaría un poder mágico de creación de lo nuevo, por lo mismo un poder de vitalidad perpetuo, con el resultado que aparece la “salamandra de fuego”, el pequeño dragón que surge entre la flamas.

Hermandad con el dragón
Dada cierta pobreza en la clasificación química de los materiales, la afición por la transmutación, como serie de conexiones alquímicas no marcaba límites precisos. Una interesante y barroca ilustración renacentista contenida en Paracélsica[6] indica la correlación entre el conjunto de elementos (cuatro básicos), los planetas y su conjunción bajo el signo de su transmutación como “monstruo”, concretamente, en un dragón de cuatro cabezas. Lo que en pequeño indica la salamandra lo representa al dragón en la gran escala; recordemos que la alquimia estaba presidida por una clara conciencia de la relación entre el macro y microcosmos, de tal modo que el hermano mayor de la salamandra representa su culminación conceptual: el cosmos como sistema total de metamorfosis es un como un dragón. ¿Cómo se formó? Por un sistema de transmutaciones, de cambios donde los contrario se fusionaron de tal modo que se estableció la síntesis, el sistema de correspondencias en unión.

Heridas medicinales
Demasiado bien sabido está que la avaricia por la alquimia se centró en la piedra filosofal que transformara el plomo en oro, pero esa no fue la única transmutación por la que se interesó el auténtico filósofo natural, también lindaba la alquimia con la promoción de la medicina. Efectivamente, la curación de dolencias del cuerpo y del espíritu también era una de las ramas de la alquimia, así el más famoso alquimista del renacimiento, Paracelso, alcanzó su notoriedad por su intervención en el combate a las pestes que asolaban el centro de Europa. Para los intereses de la curación, que se investigaban a tientas por cualquier medio de utilización de hierbas o minerales, de aguas o fuego, de signos o sangrías, no descartaba la referencia a animales virtuosos; en ese contexto de búsqueda de remedios ante enfermedades atroces y hasta masivas, la facultad regenerativa de la salamandra (y otros reptiles) aparecía como una virtud mágica, que debería ser atrapada por algún medio.  La imagen de una metamorfosis que regenerase por completo al cuerpo, haciéndose nacer en otro, al mismo tiempo que reconstituyendo sus partes perdidas integraba una combinación de facultades admirable que ejemplifica las más ambiciosas pretensiones de la alquimia medicinal renacentista.

La debilidad mimética: camaleones
A algunas de las variedades de las salamandras las consideramos como seres débiles, y pareciera que el diseño de la naturaleza, lo que ahora llamamos su nicho ecológico, las adaptó para sobrevivir con su debilidad. Siendo animalitos poco agresivos y sin muchos medios de defensa, en el caso de las variedades de camaleones surge una potencia extraña, la habilidad de mimetizarse con su ambiente, mediante el cambio de los colores de su cuerpo. Aparentemente, esta metamorfosis no era tan conocida en Europa medieval, como después sería popularizada; pero conceptualmente completa el cuadro de los poderes de transformación.
En un sentido físico advierte una potencia humilde comparada con las anteriores, pero recordemos un contenido sicológico de la mimesis. Una cualidad humana esencial para la formación de su sociabilidad es la capacidad de identificación mimética con los otros y hasta con los seres naturales. El mimetismo de hijos con padres parece poco llamativo, pero si recordamos que casi la totalidad de los pueblos han mostrado que se identifican con los animales, que los llaman sus hermanos o padres, que sienten que son parientes y que los cuidan, llegamos a una conclusión que la facultad mimética posee rango ontológico.[7] No se trata de una mascarada y engaño sobre lo que estoy pensando, me refiero a una cualidad para efectivamente quedar ligado al animal otro y ponerse en su piel, asimilar sus características y apropiarse esa posición en el mundo. Entre los aztecas se hablaba de que los brujos tenían su nagual, un animal especial que les permitía transfigurarse nocturnamente y mediante el cual hacían correrías nocturnas; pero el brujo manejaba intencionadamente lo que era una atribución general de mimesis con los animales circundantes.
Armonizando con la virtud del camaleón, la facultad mimética debió de provenir de una debilidad original de la humanidad, que se escondió en la piel de animales más fuertes[8] (aunque también más débiles) para extender su ámbito y desde ahí dominar su mundo. En la dialéctica natural la debilidad se convirtió en fuerza y sigue siendo fuerza cuando se presenta como evidente capacidad para logra una identificación entre humanos y lograr acuerdos de intereses no antagónicos (porque el que se mimetiza deja de guerrear con el otro).

Las metamorfosis íntimas
Los mayores cambios personales ocurren en la conciencia, pero en el campo de emociones al dínamo de las transformaciones lo descubrimos en la sexualidad. El dicho de que el amor todo lo cambia resulta certero.
Un extraño pasaje de la sexología clínica lo ofrece W. Reich cuando considera que existe una transfiguración síquica del carácter humano hacia la figura de animales cuando se bloquea la energía sexual orgásmica.[9] Según sus observaciones clínicas la represión de la descarga orgásmica podía estancarse en una transformación momentánea del orgasmo en una figura animal, por medio de la cual existía una profunda alianza sicológica entre el humano y cierto animal durante la descarga sexual. La asociación entre algo tan íntimo y la irrupción de la figura de un animal resultó un acontecimiento inesperado, un encuentro con una mimesis que no era esperada por el observador, y por lo mismo, me parece que es un “hecho” muy desprejuiciado que habla a favor de la unidad mimética con el reino animal. De nuevo irrumpe la metamorfosis, ahora ya no como una intención de un miembro de una tribu que desea disfrazarse de animal, sino la sique de un habitante urbano y civilizado que se convierte sin saberlo en la mimesis de un animal. Cuando pensamos la mimesis en términos de primitivos salvajes sonreímos porque estamos a salvo, pero cuando la identidad con el animal irrumpe en la alcoba de las parejas modernas debe sacudirnos un temblor de desconfianza y preferiríamos suponer que el autor exagera. No se piense que la irrupción de una figura animal en la psique sexual siempre ocurre, el evento está restringido a casos particulares, pero no por ello deja de ser significativo.
Regresando al terreno amoroso, la metamorfosis emocional dependiente de eventos casuales, también está profundamente arraigada y es el material más rico para las tramas literarias. Invariablemente el amor es el ingrediente alquímico para la felicidad que ha de convertir al malo en buen corderito; inversamente, los eventos del desamor habrán de convertir al celosos, como Otelo,[10] en un toro sanguinario que asesina intempestivamente a su amada, al hacer caso de un falso rumor. Así, especialmente el desamor es una pasión que convierte rebaja la humanidad súbitamente y da pié a formas de emoción animal, que no permiten la entrada de razonamientos al corazón.

Sentido de la tierra, caída y serpientes
Debido a su desaparición temporal, la luna se considera la residencia de los muertos; además de una desaparición astral se creyó que su morada quedaba en el interior de la tierra y siguiendo la tendencia irresistible de la gravedad se supuso que la caída era la muerte. Las salamandras son una variación del universo simbólico de las serpientes, y comparten sus principales propiedades. Las serpientes representan un símbolo importante de la tierra, sobre todo en su interior por lo que arrastran el vehículo de la caída, así como puente con los muertos y su sabiduría. La medicina toma a la serpiente como referencia por el doble camino que bifurca, desde la vida hacia la muerte, pero también de regreso y por ello la medicina es regenteada por los ofidios. Adicionalmente, la relación aceptada popularmente entre la serpiente y la sexualidad,  implicaba que se le integrara en los ritos de fertilidad. Y encontramos una paradoja de contrarios, pues los animales fríos, de sangre fría, próximos al agua y la oscuridad, son también agentes del calor, promotores del fuego pasional, del incendio (de lo relativo al Averno como lugar de fuego). En muchas culturas se asocia a las serpientes con la fertilidad de las mujeres, y se les otorga unidad de diferentes formas, por ejemplo mujeres con cobras en la India. Por un lado, la mujer convoca lo más próximo a la tierra misma, el cuerpo de la fertilidad, el origen humano directo por lo que cualquier evocación terrenal está asociada a la mujer.
Bajo la óptica de la historia de los símbolos religiosos se encuentran grandes cadenas de significaciones lógicamente ligadas, por su poder representativo, que une tanto las grandes relaciones naturales descubiertas por los pueblos (entre los planetas) y las relaciones síquicas que conforman dinámicas definidas (como masculino-femenino). En ese aspecto, Mircea Eliade establece una larga cadena de significados, reiteradamente mostrados en cada pueblo, por la cadena “luna-lluvia-fertilidad-mujer-serpiente-muerte-regeneración periódica[11]. En esta cadena de relaciones básicas de los significados culturales de los pueblos antiguos, vamos a insertar a las salamandras, cocodrilos y dragones junto con las serpientes en el mismo nicho. Es una especie de doble animal mágico del humano que lo relaciona tanto con la tierra y su atracción (la caída) como con el agua y su fertilidad (la vida), su lado negativo se interpreta como muerte, caída y pecado, pero su lado positivo aparece como fertilidad, renacimiento y sabiduría. En efecto, el saber no pertenece exclusivamente a la luz supra terrena, sino también al sentido de la tierra,[12] al descubrimiento de lo que está adentro y de lo que dormita abajo (de la apariencia) hasta los ríos profundos (quizá hasta subterráneos). Al indicar estas líneas, recuerdo que el saber arquetípicamente femenino también surge “intuitivo”, perteneciente a profundidades desconocidas y la función de médium, quien adivina el más allá, preferentemente, recae en una doncella.

NOTAS:


[1] Paul WESTHEIM, Arte antiguo de México, 1950.
[2] Resulta una peculiar audacia de Roger Bartra elevar a este animalito hasta nivel de emblema nacional en La jaula de la melancolía.
[3] Habrá que investigar el motivo por el cual en las regiones pantanosas la relación con el lagarto se modifica, al convertirse en más cotidiana.
[4]SAHAGÚN, Bernardino, Historia general de las cosas de la Nueva España, libro VII, cap. 11, p. 29-30.
[5] El antiguo símbolo bíblico de la “Serpiente de Bronce” confeccionada por órdenes de Moisés indica esa reversión positiva, pues este ídolo curaba de las picaduras y sanaba enfermos; curioso antecedente del Caduceo.
[6]C.G. JUNG, Paracélsica, Ed. Sur, p. 65.
[7] Gran importancia posee la mímesis para el arte antiguo, como la búsqueda de una imitación perfecta de la naturaleza o el cuerpo en la búsqueda de una perfección estética.
[8] Los trabajos de Hércules comienzan con el León de Nemea, en el cual se mimetiza para vestir su piel invulnerable y quijadas.
[9] REICH, La función del orgasmo.
[10] SHAKESPEARE, La tragedia de Otelo, el Moro de Venecia.
[11]ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, Ed. Era, p. 164.
[12] Según clamaba el Zarathustra de Nietzsche.

DIALOGO EN EL PURGATORIO ENTRE PLATÓN Y MARX






Por Carlos Valdés Martín y Aralia Valdés Vargas


En la orilla intranquila del Purgatorio —tan lejos del Cielo como del Infierno— coinciden dos almas notables, que se reconocen, aunque no a primera vista. Llega Platón con la toga blanca y las sandalias ligeras, algo cansado y taciturno, digamos que aburrido, lo llevaba a esta orilla discreta del Purgatorio; y llega intranquilo pues ciertas especies recargadas, que aderezadas a sus berenjenas favoritas, le causaban un estreñimiento más físico que moral, por eso se alejó de sus amados Campos Elíseos, que es donde moran los bienaventurados de la antigua Grecia.

Desde la orilla opuesta, meditabundo y cabizbajo, Marx se rasca las barbas y arrastra una carretilla repleta de viejos tomos y reseñas que rescató de la Biblioteca de Londres. Vestido a la usanza victoriana, de traje sastre pero muy viejo y raído, lustroso y descuidado; ampliamente abandonado desde que no recibe los cuidados de su querida esposa Jenny, ya hace un par de siglos.

Aunque Marx estaba abstraído y ojeando un ejemplar de economía de David Ricardo, una maledicencia en griego llamó su atención, porque hacía rato que no escuchaba palabras en ese idioma, que tan bien le habían inculcado en el liceo alemán. Por lo que Marx se aproximó a esa sombra, y le dijo: “Creo que reconozco esos retortijones, que yo mismo he sufrido tantas veces. La falta de una buena dieta y la mala cocina londinense arruinaron mi estómago, para siempre padezco estreñimientos gástricos y espirituales desde hace mucho. Pero no hay nada que una buena dosis de dialéctica no remedie a la larga, como dijo el que dijo lo que dijo, “todo pasa, nada queda y siempre cambia”.

Entonces la sombra visitante respondió en griego con acento ateniense.

Platón: Disculpe mi reticencia —estimable espíritu— no hemos sido presentados y mi educación me incita a amabilidad de una presentación, aunque estos intestinos protesten. Yo soy Platón, el ateniense cultor del saber, amigo de la inteligencia, alumno predilecto de Sócrates, quien murió por su amor al conocimiento y por la envidia de nuestros contemporáneos.
Marx: Disculpa mi rudeza y falta de modales, dicen que la raza alemana es brusca y no posee elegancia en el trato, pero prefiero la franqueza a la delicadez que oculta las contradicciones. Pero claro, entiendo el disparate, yo bien que conozco de tu fama pero tú ignoras todo sobre mí, que mucho tiempo humano nos separa. Yo soy Karl Marx, el nacido alemán y judío pero que renunció a toda nacionalidad a cambio de la patria universal de los proletarios. Exiliado y perseguido fui por mis ideas políticas y sociales revolucionarias. En mi vida sin descanso, me propuse crear una teoría que liberara a los humanos de las cadenas y miserias por ellos mismos impuestas. Aunque viví perseguido y pobre, muy pronto el siglo posterior reconoció mi obra y millones siguieron mis preceptos.
Platón: Ya veo que no me encuentro ante un espíritu cualquiera, pareces persona culta y el saber caro cuesta. De hecho yo también opté, en cierta ocasión, por el exilio, porque el saber aunque sea desinteresado despierta las más extrañas e irracionales animadversiones. Pero dime, ¿cuáles son los motivos de tu estancia en este apartado y discreto rincón del campo etéreo?
Marx: Quizá encuentres extraña mi preferencia personal, pero el Cielo no me agradó porque no creo en Dios; en definitiva, me pueden motejar de ateo y no lo tomaré a insulto. El Infierno me repugna, pues los desmanes y los abusos nunca los he soportado. Y este discreto Purgatorio, a pesar de su insípida apariencia y algunos malos olores es una orilla tranquila y provee mejor iluminación que la biblioteca de Londres. Pero me complace encontrarme con un griego tan distinguido, diría yo que un clásico de la filosofía.
Platón: Muchas gracias por su opinión, pero en todos los campos de saber incursioné y también hice planteamientos para la corrección de las miserias humanas y crear una sociedad, dentro de lo que cabe, perfecta y virtuosa, por medio de una república aristocrática, guiada por los hombres más sabios y justos en cada ciudad. Sin embargo, creo que mis enseñanzas políticas quedaron en letra muerta, porque con todas las sombras que me he topado indican que no existe la ciudad feliz que yo imaginé. ¿A caso en tus tiempos encontraron la forma de crear esa ciudad feliz y virtuosa?
Marx: En cierto modo, mis tiempos fueron peores que los tuyos por cuanto la infelicidad se extendió. Las industrias progresaron y las ciudades crecieron, pero la miseria se expandió más que la prosperidad, la degradación avanzó más que la virtud. Por lo que yo propuse una teoría radical y revolucionaria, para cambiar la sociedad entera, por un orden comunista.
Platón: Miro con tristeza que los pueblos no escuchan la voz de los filósofos y que las cosas marcharan hacia la sinrazón, pero no he escuchado cuál era esa tu propuesta de un nuevo orden social. El tema me interesa ya que yo mismo promulgué un nuevo orden perfecto al que llamé República. Si eres tan gentil por favor explícate, ya que el diálogo es uno de mis placeres favoritos.
Marx: Propuse un orden social justo, completamente igualitario en que todos los hombres tuvieran acceso a los medios de producción, porque ya no habría propiedad privada, sino una propiedad común, que se repartiría justamente entre la comunidad. El pilar de esta nueva sociedad serían los proletarios, los trabajadores asociados que organizarían la producción de acuerdo a la satisfacción de las necesidades humanas. Mi lema fue que a cada quien según sus necesidades y así se le tratase a todos con justicia, permitiendo que lo mejor de la humanidad brotara desde lo hondo del pueblo trabajador.
Platón: En tus palabras resuena cierto igualitarismo sin sentido y hasta me parece que en ellas se estarían integrando los trabajadores esclavos, para ser tratados como si fuesen iguales a la élite civilizada. Me parece que en ese afán justiciero se saltan las diferencias sociales y las conviertes en signos de igualdad. Para mí es muy evidente que los esclavos no son parte del orden político, porque no pasan de ser bestias parlantes, que no tienen cabida dentro de la sociedad. Mi maestro Sócrates sostenía que hasta en el esclavo está la potencia de la razón, pero eso sería una anomalía a la naturaleza y no el cimiento de un nuevo orden social perfecto. Yo creo que la cabeza manda y las manos obedecen…
Marx: Permítame interrumpir su argumento. El tema de los esclavos, creo imposible que lo comprenda, porque su sociedad lo condicionó a ver la esclavitud como institución natural. Pero en mi época ya la esclavitud se había abolido en los principales países civilizados, solamente se mantenía en las colonias y en algunas provincias bárbaras como el Sur de Estados Unidos. Pero el final de la esclavitud ya era cosa evidente, solamente cuestión de tiempo su terminación definitiva. De esa manera no es que en mi sociedad perfecta se incluyera a los esclavos, sino que la esclavitud ya era obsoleta. En mis tiempos, la gran masa de la población oprimida eran los trabadores proletarios, quienes fabricaban toda la riqueza social y de la cual no poseían absolutamente. En definitiva, yo me dediqué a la redención de los proletarios, quienes serían el fundamento de la nueva sociedad.
Platón: Disculpe mi objeción, que salta de inmediato a la vista. Si en Grecia el esclavo fue inferior, es porque el trabajo manual es inferior siempre; las personas que se dedican al trabajo manual no usan su espíritu, se embrutecen aunque hayan nacido libres. La elevación del espíritu, su dedicación a la inteligencia y la virtud exige que nunca se trabaje. Solamente quienes no trabajamos mantenemos la cabeza elevada para captar la superioridad de las ideas. Por lo mismo, me parece un completo disparate poner en la base de la comunidad política a los inferiores, a los rudos bárbaros que no son capaces de entender sutilezas tales como la justicia y el buen gobierno.
Marx: Querido Platón, si mal no recuerdo en algún diálogo de su maestro se reconoce que con la educación correcta un ignorante esclavo se puede educar, y digo yo que si se educa entonces se puede convertir también en un filósofo. Mi proyecto comunista implica que todo el pueblo tendrá educación y no se mantendrá en la brutalidad. Pero en lo que disiento de fondo, es que en mi opinión el trabajo no embrutece por sí mismo, sino que es el camino por el que florece la inteligencia; claro, este no es un camino sencillo y directo como lo mostró Hegel en su “Dialéctica del Amo y el Esclavo”; porque por definición trabajar es plasmar lo humano en la materia, arrancar la naturaleza de su estado indiferente sellando los fines humanos en la materia. La repetición y las abrumadoras cargas que soportan los trabajadores, en efecto los embrutecen, pero toda la sociedad se beneficia de ese trabajo, y solamente sobre esa riqueza social es que florece el espíritu como un trabajo especializado, el trabajo intelectual.
Platón: ¡Se me ha puesto la carne de gallina! Me altera que una mente cultivada se atreva a llamar “trabajo intelectual” a lo que es la virtud del espíritu. Simplemente la palabra “trabajo” demasiado repetida me trae algunos ascos, y en este Purgatorio no resulta prudente convocar a los ascos muy a menudo. Por lo mismo, le ruego dar un giro a nuestra conversación, porque en este punto, además de no estar de acuerdo, posiblemente terminemos en una enemistad. Y si no le importa, aunque el desacuerdo político es evidente, me llama sobremanera la atención su amplio conocimiento en filosofía y sus llamados a la dialéctica. En mis días, un gran mérito fue entresacar las formas de la verdad, estableciendo los criterios lógicos y apelando a la dialéctica, como espada desenvainada en busca del saber verdadero. Malos ratos y muchas dificultades tuve con algunas autoridades, pero me molestaban demasiado los llamados sofistas, quienes convertían las armas de la verdad en juguetes de niños. Yo siempre tomé muy en serio el pensamiento y fui fiel a la memoria de mi maestro, quien murió por esa causa. ¿Qué opinión le merecen esos temas?
Marx: En definitiva la filosofía dialéctica es uno de mis temas preferidos, porque es la herramienta radical que permite desgarrar los velos de la ignorancia y mostrar la realidad tal cual es, superando las engañosas apariencias y observando la vertiginosa naturaleza del cambio. Por lo mismo, aunque no coincido en teoría política con los griegos me considero humilde heredero de los filósofos dialécticos de Grecia, entre los cuales se encuentra usted. Sin embargo, debo aclarar un punto de enorme trascendencia, casi siempre los filósofos dialécticos fueron idealistas y yo profeso el credo materialista, que dice así: el ser determina la conciencia y no la conciencia determina el ser.
Platón: Mi vanidad se exalta cada vez que escucho el tributo de espíritus postreros, pero mi cortesía no me permite acallar las extrañas diferencias a las que invocáis. Bueno, al menos ahora no adjuntáis el tema con nada que cause escalofrío. Y —por cierto— esta plática ha provocado un alivio inesperado para mis intestinos. Pero no nos distraigamos con temas de nivel bajo y continuemos. En efecto, me considero idealista y la dialéctica es un tema de ideas, son las ideas las que se mueven y trascienden, la materia es una cáscara temporal que atrapa a los espíritus, no por ello soy antimaterialista porque la cáscara de apariencia debe ser atrapada por la idea.
Marx: Creo que no captáis el fondo de las diferencias. Ya os comenté que no creo en Dios.
Platón: Yo tampoco, yo creo en muchos dioses. La idea de un único Dios es el producto de pueblos muy pobres, como los judíos que no alcanzaron más que para tener un Dios.
Marx: Me estáis ofendiendo por mi genealogía.
Platón: Perdón, no pretendo hacer una alusión personal en contra de algún pueblo. Los judíos que conozco me agradan por su inteligencia, pero no nos desviemos. Aquí intento una defensa del politeísmo, y no entiendo bien porqué en siglos posteriores cayó tanto en desuso.
Marx: Para mí uno o muchos dioses son lo mismo, simplemente un opio del pueblo, una patraña para engañar ignorantes.
Platón: Bueno, en eso no estoy tan en desacuerdo, siempre en las religiones se cuelan los falsos magos y embaucan a los bobos. Pero yo he tenido tratos directos con Atenea, Afrodita y Apolo por lo cual no me inquieta si creéis o no en ellos, pero es obvio que el acceso a los Campos Eliseos está vedado, únicamente los devotos de Grecia y Roma somos admitidos, por lo cual no podré invitaros a probar las delicias del politeísmo.
Marx: Aunque me invitaras declinaría la deferencia.
Platón: Bueno, yo también declinaría una invitación a vuestra sociedad perfecta, si está habitada por trabajadores, plebeyos y demás. De pensar el compartir un Banquete con un mozo de establos se me pone de nuevo la carne de gallina.
Marx: Y también le resultará desconcertante que las mujeres sean parte de la comunidad política y laboral.
Platón: ¿¡Qué!? Ahora entiendo, además de un sabio también sois un bromista, solamente falta que me digas que las mujeres dirigen en el gobierno y enseñan en las Academias de tus contemporáneos.
Marx: Cajum, cajum… Esta vieja carraspera…

En ese momento, Marx observa la cara de sorpresa y angustia de su interlocutor, comprendiendo que no llegará a ninguna parte polemizando con el griego, por lo que decide interrumpir el curso que está tomando la conversación, y desviar el cauce. Pero llega a sus oídos un lejano canto de sirenas, que indica el arribo de las más profundas horas de la noche.

Marx: Creo que ya es tarde, esa sirena indica que terminan las horas amables del Purgatorio. Para mí ha sido un gusto, aunque lo dudéis, por la rudeza de mis modales y lo combativo de opiniones. Yo me quedo en el Purgatorio, en el que permanezco voluntariamente, además de lo que ya comenté también por la ingratitud de los hombres que jamás han puesto en práctica mis ideas como yo hubiera querido y, por si fuera poco, han cometido los peores crímenes imaginables en mi nombre. Al menos, a un Platón nadie lo ha usado como bandera para guerras y exterminios, pero mi nombre ¡vaya que ha sido manoseado! Me quedo en el Purgatorio esperando una mejoría en el clima del mundo y por una cura definitiva a mis males intestinales.

Platón: Yo me despido presuroso, no sin antes agradecer la elevación de vuestra plática, que si bien sois de modales rudos y de opiniones extrañas, se evidencia la noble cuna y la virtud de vuestra inteligencia. Me retiro presuroso antes de que cierren las puertas de los Elíseos.

HERÁCLITO Y EL RÍO




Por Carlos Valdés Martín




“Dos veces en el mismo río no podrías sumergirte” 
Platón lo atribuye a Heráclito en Cratilo, 402a 9.



Oscuridad, misterio, saber...


El río, abandona su condición natural, para mostrarse bajo nueva luz; deja a un lado sus sensaciones para convertirse en testimonio del misterio indagado por Heráclito, uno de los primeros filósofos. Se levanta la inquietud, contraria a la evidencia de lo evidente. El flujo de agua se convierte en testimonio ajeno a lo conocido, el objeto también resulta oculto y contradictorio. La evidencia de nuestros sentidos trae la tranquilidad, pero la motivación de nuevo conocimiento nunca surge desde presumir con satisfacción que lo observado acapara la verdad.



El conocimiento despierta y se aviva cuando descubre la ignorancia del supuesto, cuando se revela como fallido, pues teme que sus límites han sido tocados, y entonces se dispone a redondearse con más conocimiento y a revelarse como otro conocimiento con más profundidad. El saber nunca será una tranquilidad completa y una satisfacción reposada, sino que impulsa un movimiento que va del sujeto al objeto y viceversa, por eso oscila con inquieta naturaleza.
El conocimiento se incita con su opuesto, se alimenta y es atraído por su contrario, que solamente es denso cuando se revela como misterioso, porque lo misterioso empata con lo oculto que nos indica su penumbra. A diferencia de lo simplemente desconocido e indiferente, lo misterioso levanta un enigma parcialmente resuelto, por lo que la conciencia avanza aguijoneada con el misterio. El misterio es una llamada a la indagación, a resolver el problema y a penetrar en cualquier oscuridad. El misterio agobia con la frustración a toda inteligencia, pero una frustración que invita a ser superada y resuelta. El misterio cava la trampa abierta para aprisionar a la inteligencia...
Con Heráclito el saber queda como misterio, la claridad está atrapada por la paradoja y el nivel de lo misterioso permanece suficientemente interesante, entonces las generaciones de pensadores muerden el anzuelo, mientras efectúan sus interpretaciones. Esto explica que los aforismos de Heráclito son uno de los temas más estudiados de la filosofía y uno de los campos propicios para las interpretaciones más diversas. Bajo esta óptica los aforismos son arcilla blanda para efectuar conjeturas, porque mientras más compleja, breve y brillante sea una metáfora aforística resulta mayor su maleabilidad para reinterpretar. Esta inclinación del pensar, se contrapone a la ofrecida por los pensadores sistemáticos como los filósofos clásicos, y a pesar de todo, también Kant, Hegel y Marx terminan siendo objeto de múltiples interpretaciones; porque hasta los sistemáticos y aparentemente redondeados escritos de los clásicos ofrecen una obra sometida al lente de la interpretación. Si ya la exégesis respecto de los sistemas es enorme, más aún la interpretación sobre una colección de aforismos incompletos e inconexos resulta potencialmente infinita, y con el paso del tiempo debemos agregar la reinterpretación sobre la interpretación. Las exégesis sucesivas recorren el juego de los sabios primeros (apologistas o detractores) que encuentran un abono fértil en el pasado para sus propias teorías. Las teorizaciones posteriores renuevan las respuestas al misterio, levantando un veredicto de claridad sobre el pasado, sin embargo, la misma multiplicación de interpretaciones restablece la condición del enigma, ante la falta de unidad de las versiones posteriores, el misterio se restablece o mantiene en pie, de tal manera, que el oscuro brillo del paradójico velo se conserva y hasta potencia.

Paradoja y complejidad, o la naturaleza de las cosas...
Para andar con mayor seguridad conviene avanzar paso a paso, lo que en el pensamiento equivale a la máxima de Descartes de que se debe abordar un conocimiento al separar claramente cada parte, mediante ideas claras y distintas. En contra de esta conveniencia, está la realidad de lo complejo, que no muestra una relación simple de cada parte, sino una relación expresamente diferente de la sencilla. Y en el amanecer de la filosofía, mediante Heráclito, nos encontramos la propuesta cruda y crítica de abordar la complejidad como al toro por los cuernos: afirmaciones paradójicas en lugar de las afirmaciones sencillas. Lo complejo no solamente encierra a lo grande, sino también incluye a lo paradójico, a los elementos de apariencia o esencia contradictoria, y el paso hacia el contrario (dialéctica de la negación de la negación). El estudio de lo sencillo no es suficiente, su complemento en el estudio de lo complejo, también tiene una carta de ciudadanía directa en el saber, mediante la presentación de la paradoja.

La esfera y la serpiente
Podemos recordar al río, al famoso río, donde Heráclito afirmó que no se podía bañar dos veces en el mismo. El río ya es una realidad compleja, su particularidad fluyente y atractiva ya ofrece una complejidad soberbia, simplemente al observar, su turbulencia acuática formando oleajes irregulares. El río es demasiado complejo para obtener una idea clara y distinta del mismo[1]. Ante la complejidad Heráclito elige una paradoja, la cual alcanza la cúspide de las confrontaciones dialécticas: el río no me permite bañarme dos veces en el mismo, entonces es y no es el río, cambia.
No muy lejos en el tiempo y en el espacio, otro pensador, prefirió la redondez de una esfera como signo de su pensamiento. Parménides afirmó sencillamente: “lo que es, es y lo que no es, no es”. Esa verdad no contenía fisuras ni cambio, no se le podía asir por ningún lado y no variaría en el curso del mundo. Parménides prefirió lo redondo, lo que no tiene variaciones por ningún lado, inventó la perfección del “Ser”[2].
Para morder la esfera intocable con el veneno de la duda el río se debería convertir en serpiente. La serpiente escéptica debería dudar de la redondez de la esfera de Parménides, debería de encontrar una fisura en la eterna esfera que nunca ha variado ni nunca cambiará. La serpiente debería de morder por algún lado la redondez del “Ser” para que las cosas volvieran a rodar, digamos, a serpentear.
Si parecía que la esfera triunfaba en el pensamiento era porque llegaba la etapa invernal, cuando el río se había congelado. Para que deje de cambiar el río debe quedar congelado y esta metáfora del río helado la ofrece Nietzsche para recordar que durante el verano el deshielo del río destruirá los puentes creados para cruzarlo seguramente durante el invierno. Cuando sale el sol el río destruye los puentes del invierno, metáfora del regreso del pensamiento vivo[3].


El barquero y el río
La imaginación del río se conserva tan fresca a través de los siglos porque se balancea en el filo justo y delgado entre el estricto razonamiento y el arrebato emotivo o hasta místico. En el campo lógico formal, la imagen fluida del río con la complejidad de la mecánica aleatoria de los movimientos caóticos de sus oleajes ligeros levanta un desafío que raya en los linderos de lo comprensible. Pese a la dificultad para la comprensión de un fenómeno tan complejo, sin embargo, accesible al sentido inmediato de la vista, sigue maravillando. Su descripción es un fenómeno complejo de mecánica aleatoria por los movimientos caóticos de sus oleajes ligeros. El sentido visual capta inmediatamente, en imágenes oleaje alterándose a cada instante, evento que la mente alcanza a intuir sin descifrar. La inmediatez de la visión hasta pareciera ser más comprensiva que lo obtenido por la mente en sus raciocinios que avanzan paso a paso, sin descanso pero sin una vía rápida para acceder a la complejidad subyacente. Los ojos ven y al mirar captan todo lo que ellos necesitan, la imagen en movimiento de los oleajes en su camino hacia el mar, son agradables y hasta sedantes; para los ojos esa complejidad no presenta un desafío, sino más bien un remanso. Además siendo el agua, al base de la vida, la asociación de ideas entre el río con la vida misma es poderosa; contemplar un río evoca el curso de la vida, para sentir gratitud por el crecimiento o el flujo. El conocido poema medieval de Jorge Manrique con motivo de la muerte de su padre, con claro tino incluye la afirmación que la vida son ríos, que arrastran inevitablemente hacia la mar, que es el morir[4]. La metáfora, en este caso es triste, pero casi siempre la vista del río resulta revitalizante, estimulante para los sentidos, y ya la mera visión ribereña induce una nota de alegría.
La imagen que envía el caudal fluvial a los sentidos es tan plena y merecedora de admiración, que la novela Siddartha lleva el camino de la iluminación mística hasta el oficio del barquero[5]. Una larga vida de aprendizaje místico, conduce al personaje de Hermann Hesse hasta el punto de que la satisfacción mística más plena la obtiene en las labores de barquero por el contacto con el río, que además de la vida, casi es el Aleph del universo. El río para el barquero Siddartha se convierte en el emblema de la totalidad, y anuncia una religión de estilo panteísta. Pero no olvidamos al primer gran admirador del flujo del río; si la profesión de barquero es la misma que la de místico, quizá un alijador en el muelle adquiera la talla del filósofo, cargando las riquezas que ofrece la pesca diaria en el incomprensible río. Al final de la sabiduría surge la mística, al inicio de la inteligencia brota la captación de las sensaciones incomprensibles...al fin de cuentas, el río siempre fluyó antes de Heráclito y siempre cambiará después.




NOTAS:

[1]Muy recientemente la física de fluidos estudia afanosamente los comportamientos caóticos (teorías del caos) para lograr una interpretación de las regularidades en el movimiento del agua dentro de procesos aleatorios (casuales interacciones), pero el tema no está resuelto.
[2]Aunque la perfección misma del “Ser” no mantuvo un lugar estelar en la historia de la filosofía, la pregunta por el “Ser” mantuvo un lugar destacado hasta la obra de Sartre y Heidegger.
[3]NIETZSCHE, Friederich, Así habló Zarathustra.
[4]MANRIQUE, Jorge, Coplas por la muerte de mi padre.
[5]HESSE, Hermann, Siddartha.