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viernes, 11 de julio de 2008

LA NECROFILIA AMENAZA A LA CIVILIZACIÓN















Por Carlos Valdés Martín




Por Carlos Valdés Martín

En su profundo análisis psicológico del siglo XX, Erich Fromm define tres grandes sesgos de la patología mental que entrañan peligros para la existencia colectiva y el desarrollo individual señalando el narcisismo, la vinculación incestuosa y la necrofilia.[1] Destaca la tendencia necrofílica[2] por las múltiples repercusiones que derivan hacia el peligro de guerras, una estética oscura modernista (gótico, dark o morbo periodístico) y la antigüedad remota del culto a los muertos.

La necrofilia implica una expresión de contradicción, donde alguien anhela el aniquilamiento de la vida, identificándose con la muerte y sus diversas manifestaciones. Tal enfoque afín a la muerte arrastra un despliegue inconsecuente, porque su culminación conllevaría a su aniquilamiento,  pues el necrófilo consecuente se suicidaría. Si ampliamos a la necrofilia como representando a la destructividad fácilmente vislumbramos lo terrible del asunto: guerras, masacres y asesinatos. Esa es la cauda práctica más pura de la tendencia psíquica que llamamos necrofilia, definda como amor a la muerte. La tremenda fuerza que presentan esos acontecimientos negativos ha llevado a sicólogos de primer orden a pensar que existe un instinto básico de muerte, lo cual se presta a controversias agudas[3]. Bajo esa hipótesis, en cualquier persona y —notemos con énfasis— organización encontraremos una doble tendencia entre la afirmación vital y su destrucción, en donde la filia mórbida revela interesantes dobleces y hasta afortunadas realizaciones. Cualquier cuerpo (incluso el vegano radical) se alimenta con naturaleza muerta y toda gran organización (el Estado mismo) implica un control de aspecto mortal (recordemos el “monopolio legítimo de la violencia”[4] como característica esencial del Estado)

Por excepción, dicha fascinación necrófila conduce de la mano por la senda biófila, lo cual ocurre a menudo en la medicina. Los pergaminos del padre de la medicina, Galeno, se habían convertido en la autoridad inconmovible para el estudio de la anatomía hasta que surgió Andreas Vesalius, superando más de diez siglos de repeticiones mecánicas del griego. En una defensa de su juventud, Vesalius dice que en su madurez no repetiría sus penas de los años mozos para conseguir la “materia prima” para el estudio de la anatomía y confiesa: "Ahora no pasaría largas horas en el cementerio de Los Inocentes de París recogiendo huesos, ni en Montaucon (lugar de la ejecución de los criminales) (...) buscándolos. Me disgustaría ser visto en las afueras de Lovaina, a medianoche, sacando huesos de las tumbas para preparar un esqueleto. No molestaré más a los jueces solicitándoles retrasar una ejecución para ajustarla al tiempo de una disección, ni informaré a los estudiantes del lugar en el que alguien haya sido enterrado, ni les exigiré seguir el curso de las enfermedades de los pacientes de sus profesores para después hacerse de los cuerpos. No conservaría en mi recámara por varias semanas los cuerpos tomados de las tumbas o aquellos que me enviaran después de las ejecuciones públicas"[5]. Como se observa, la devoción del pionero de la anatomía por los cadáveres alcanza lo espeluznante y hasta la cohabitación con los cadáveres para disección. La actitud de los sabios de su siglo había tomado distancia ante esa presencia desagradable. Antes de Vesalius las cátedras de anatomía se dictaban de manera peculiar y completamente equívoca. Los profesores dictaban cátedra leyendo el texto de Galeno desde una alta silla semejante a un trono, mientras la demostración práctica sobre un cadáver corría a cargo de una "barbero". Digamos que el profesor evitaba la desagradable vista de ese despojo y se concentraba completamente en su texto clásico. Pero resulta que el libro de la enseñanza contenía errores, inclusive algunos pasajes se basaban en la anatomía de los monos, atribuyendo características de simios al cuerpo. Dichos errores continuaban imposibles de detectar porque los doctos nunca usaban las manos y alejaban la vista. Tuvo que llegar alguien deseoso de aprender y avanzar con toda la disposición para tocar, abrir, coser, curtir, separar y reunir cadáveres para escapar del pantano de los dogmas. Las personales filias de Vesalius por los cadáveres quedaron completamente al servicio de la vida, inició importantes conocimientos de anatomía y medicina. En esto vemos que el conocimiento obtiene una potencia paradójica que se contrapone al ciclo de la muerte que implica cesación de crecimiento, descomposición y desintegración. El anatomista Vesalius rescata cadáveres de ejecutados; luego los plasma sobre la claridad de su pensamiento y quedan reproducciones precisas dentro de su gran obra titulada Seis libros sobre la fábrica del cuerpo humano. Las páginas ilustradas con bellos grabados renacentistas no estaban destinadas a hundirse bajo la tierra como sus modelos originales. 

Cuando hablamos de la formación de un carácter necrófilo tomamos en cuenta el elemento dominante de su disposición y no cualquier signo de calaveras y huesos configura un carácter,[6] más todavía mirar de frente a la muerte implica un signo de mentalidad sana (o proactiva con el neologismo de Fromm). Por fortuna, hasta el sesgo de carácteres necrófilos a veces recompensa mediante una poderosa afirmación vital, de tal forma que la obra resultante obtenga el esplendor de esa anatomía renacentista.

La dialectica de lo muerto: un proyecto de fracaso
Volvamos a la definición de una necrofilia consecuente y estricta. Esta afirma la muerte por encima de la condición del ser vivo, con lo cual proclama la fragilidad de cualquier existencia como el fin deseable, entonces la consecuencia con este paso desemboca en el suicidio. Al necrófilo no lo confundamos con el guerrero que desafía al destino ni con el valiente que atraviesa el Negro Tártaro mirando de frente las órbitas de una calavera ni con el masón fúnebre que visita el luto de blancas osamentas ni con el lánguido sacerdote orando en los sepelios ni con el filósofo estoico emulando a Séneca… La definición necrófila es más estricta e integral, cuando el guerrero se convierte en fanático de la destrucción o el valiente trasmuta en enamorado de cadáveres. En general, observamos que el necrófilo de éxito —como Hitler— encarna a un suicida colectivo, porque cuando triunfa luego emprende con más fuerza su ruta hacia el desfiladero final; su victoria siempre es pírrica y suena la trompeta que anuncia su fracaso, junto con su próxima nulidad. La muerte, convertida en principio universal, únicamente vencería junto con la derrota de su mensajero. Por eso la "necrofilia en estado puro" señala un ácido tan disolvente de la existencia que se aniquilaría en el acto.
El carácter del individuo necrófilo debe contener suficiente inconsecuencia para convertir ese deseo de muerte en un modus vivendi. El caso típico adoctrina al guerrero que convierte el matar sin morir en una profesión, pero el mecanismo del peligro niega la inminencia de la muerte, bajo un manto de inocencia; creencia en la propia invulnerabilidad, al menos por el próximo momento.

Nostalgia
De acuerdo al análisis de Fromm este carácter de adoración hacia la muerte se desdobla en rasgos típicos, donde la semejanza y la interrelación unifican todo en un nudo complejo. En una afirmación que nos ilumina su relación con el tiempo "El necrófilo vive en el pasado, nunca en el futuro" [7]. En efecto, por naturaleza el pasado cobija lo muerto, el recuerdo, el antecedente, lo no actual, la premisa, la causa, lo irremediable y lo incambiable. El pasado permite contemplar, recordar, odiar o se obtiene una sensación de melancolía y de pérdida irrecuperable. Aunque el nostálgico extremo habita un “tiempo perdido”, el pasado se puede repetir con gesto de adoración ritual, donde la repetición del pretérito queda convertida en tradición. En la tradición emana un flujo de prestigio y de seguridad desde lo ya conocido y lo consagrado por la distancia cronológica. Esta imposibilidad dibuja la idea de una actitud conservadora de mantener en alto el estandarte de la tradición. Esto no revela simplemente una actitud mental, sino tambien relaciones prácticas importantísimas. Durante milenios la actividad fundamental de la humanidad se redujo a conservarse viva, cuando los pueblos cazadores o agricultores básicamente conservaban su modo de existencia, se reproducían de la manera más sencilla y la sucesión de generaciones no aportaba ninguna modificación importante en el modo de vida mismo. El relevo de generaciones entre las pequeñas comunidades exigía la continuidad de las tradiciones, encarnadas en la mera repetición de técnicas productivas en su sentido más amplio. El cambio resultaba imperceptible hasta la aparición del mercado mundial, primera estructura económica donde se ligan las diversas potencialidades de la humanidad. Demos un salto y veamos que ya en el siglo XIX se había inventado la figura de “política conservadora”. La existencia de cualquier Partido Conservador revela la amenaza del cambio, de la innovación y su práctica muestra el intento de mantener el presente bajo la norma de antaño[8]. Tal política conservadora intenta que la sociedad se mantenga inalterada o regrese cual una imagen de lo que mejor de antaño. La comunidad conjunta las intenciones (digamos completas las intenciones de todos sus miembros) plasmadas en prácticas (instrumentos, construcciones, instituciones) por lo que la tarea conservadora exige asimir que las intenciones del pasado —las que pertenecieron a los antepasados ya fenecidos— deben de mantenerse siempre vigentes, por eso su única modalidad estricta implica una religión.[9] Bajo la óptica conservadora estricta a los vivos se les reduce el derecho de elegir a uno solo: el derecho de repetir tal cual lo mostró su extremo en el “sistema de castas”. 

Ley y orden
Bajo esta pretensión de la repetición se revela una segunda característica del carácter necrófilo: del orden hace una caricatura de lo excedido y del control. En la política conservadora (y en otras variedades de totalitarismo) se encuentran indisolublemente ligados la "ley y el orden" con el respeto a los valores tradicionales. Detengámonos un poco en la misma ley, la cual es un texto emitido por el órgano político legislativo (o decreto del órgano central), y en tal legislación se establece lo públicamente permitido o penado, derechos u obligaciones, licencias o procedimientos para la observancia general. La ley está respaldada por un poder centra con fuerza coercitiva que impone su obligatoriedad. Lo significativo aquí es que la norma legal ya quedó promulgada y en ese sentido heredada, de ahí la adoración de los conservadores por el imperio de la ley.
El orden nos remite a la simplicidad de un sistema conocido, asimismo abarca un sistema de jerarquías sociales donde hay pocos arriba y masas abajo, donde los "bocabajeados" no logran ni deben escapar de sus estatus. Más aún las actividades se consideran roles tradicionales por lo que cada quien debe permanecer en su sitio[10]. Las iniciativas deben quedar conjuradas y confinadas, mientras lo organizado de dicho sistema únicamente se refiere a que cada quien permanezca en su rol preestablecido, donde su horizonte de posibilidades y aspiraciones está restringido a lo ya consabido.
El otro sentido del orden tradicioinalista se sintetiza en que unos mandan y otros obedecen, pues la orden efectiva exige un receptor que acate su obediencia. Se teje un sistema de obediencias tradicionales, para que la mentalidad conservadora encuentre un "orden", sin embargo, es claro que, bajo ciertas circunstancias, esas definiciones fundamentales contradicen la amplitud y el sentido formal de "orden" porque una disposición simple y otra compelja cabría considerarlas igualmente ordenadas. También un arreglo cambiante implica un orden, bajo sus propias reglas de cambio, y así ocurre, pues lo que refleja la idea de desarrollo, tan popular desde la segunda mitad del siglo XX, señala esa posibilidad: un ordenamiento que incluye sus transformaciones.[11] Concluyamos que tanto la creación de jerarquías como su disolución significan modalidades de "orden", donde su concepto abstracto resulta tan universal como libre.[12]
En muchas ocasiones, el lema de "ley y orden" esconde la pretensión de conservar las jerarquías obsoletas[13]  y bajo esa posición defensiva irrumpe un segundo momento de la apelación a la fuerza. En el sentido de la perspectiva necrófila la esencia de la fuerza significa el acto físico para causar daños hasta la muerte: "El enamorado de la muerte ama la fuerza inevitablemente. Para él la mayor hazaña del hombre no es dar vida, sino destruirla; el uso de la fuerza no es una acción transitoria que le imponen las circunstancias, es un modo de vida" [14]. Venerar la fuerza es admirar a quien matar y despreciar a la víctima, lo cual resuena especialmente escandaloso dentro de la ideología fascista. El caso de Hitler muestra que la satisfacción fascista no se limita a la destrucción de los enemigos, el gusto por la destrucción continua con la aniquilación propia, los días de la derrota nazi en el llamado Crepúsculo de los Dioses, muestra satisfacción con la ruina del propio pueblo alemán, de quienes lo rodeaban y la suya propia. La ruta de Hitler sigue un camino descendente del asesinato masivo hacia el suicidio masivo y entonces se concluye que el orden de la brutalidad conduce hasta la cuadrícula metódica de los cementerios.

La guerra en la necrofilia colectiva
Digamos que el monumento de la necrofilia social se erige durante las guerras, porque ahí es cuando se enarbola la muerte y de un modo colosal; las barreras morales normales que contienen a la agresividad colectiva se debordan y casi "todo se vale". Más aún, durante las guerras el propio bando resulta glorificado, inventándose mantos de bondad y hasta sagrados como los de defensa nacional o cruzadas; porque se embellecen hasta los actos de agresión desnuda[15]. En este punto será necesario considerar que la dialéctica material entre lo vivo y lo muerto, durante las guerras —máxima tensión de la destructividad— contiene una peculiaridad. El empleo de la mortandad como medio para la consecusión de fines, en sí es profundamente regresivo y tiende hacia la parálisis. Pensemos en la mera destrucción económica (trabajadores y capitales) implicada, donde la reproducción no puede ser ampliada (ampliar la reproducción genera las condiciones materiales abstractas de la libertad[16]), sino que debe limitarse tanto por el empleo inútil (medios de producción convertidos en armas) y por la destrucción misma. Más aún, las secuelas de guerra generan la equivalencia a las catástrofes naturales: la posibilidad de una reproducción decreciente y un crecimiento de la pobreza (aunque esto ocurre raramente). La limitación de la reproducción económica también refuerza el elemento inercial del pasado dominando al presente [17].
Pero lo específico de la belicosidad devela que matar y herir congéneres se convierte en actividad masiva y hasta se trivializa. La aniquilación o daño a los individuos vivos —convertidos en enemigos, ya sean civiles o combatientes— y sus bienes, representa su medio de acción, por lo mismo, los cambios originados en la guerra son irrevesibles[18]. Y por último el recurso militarista genera una movilización extema, que el periodo moderno ha sido acompañada por la innovación y hasta el cambio tecnológico [19]. Así, la muerte no domina puramente, pues la sobrevencia se suele escurrir hasta en las más crueles batallas. El fin de toda guerra es la paz según una conocida aseveración de Kant[20], completemos que el belicismo amenaza cualquier vida o con aniquilarla por completo mediante la amenaza termonuclear. Por lo que la crítica de la necrofilia colectiva del militarismo debe adquirir la máxima altura, pues lo que antes fue asunto de conveniencia ahora desemboca en cuestión de sobrevivencia [21].

Control total
Niveles de control y expectativas cumplidas participan en cualquier cotidianeidad y producción desde las épocas más remotas; la previsibilidad es un fenómeo que alivia la tensión y hasta resulta sano; sin embargo, basta exagerar una tendencia para alcanzar lo grotesco. La perspectiva afín a la necrofilia exige mantener todo tan bajo control, hasta estrechar un orden de previsibilidad absoluto. El control de la previsibilidad completa somete cualquier evento siguiente bajo lo precedente de forma simplísima, de tal tenor que nada hay nuevo bajo el sol. Sin embargo, la realidad en sus complejo proceso escapa de control y presenta esquemas cambiantes, aunque existiera una regularidad ésta elude nuestra anticipación. Por eso la existencia desborda al control, hace perder continuidades y escapa a las previsiones. Quien desea intensamente el control prefiere la aparente simplicidad del reino mineral o la repetición de los movimientos mecánicos; de tal manera también detestaría a la animalidad cuando pierde previsibilidad.
Bajo la perspectiva del control la repetición debe dominar profundamente al cambio hasta nulificarlo. Por ejemplo, el control de un proceso productivo debe someter las reacciones inesperadas e irracionalidades económicas que eventualmente aportan las personas: la risa jamás cabe sobre la línea de montaje y esa regla defiene ley universal para el sentido necrófilo de la producción y la autoridad sobre ésta. Más aún, si la actividad económica entera se concibe como un gran proceso fabril los resultados siempre deben encerrarse entre las premisas y nunca aportar novedades, porque éstas traerían sorpresas, y finalmente descontrol: digamos que ahí habita el sentido necrófilo de la planificación estalinista.[22]
El obtener buenos resultados y verificarlos emana desde la vida, pero el exagerarlo se revuelve en su contra, en especial cuando se ejerce control sobre humanos. Ya tenemos el sujeto, pero el objeto del control debe mantener ciertos rasgos pues sucede que "la vida nunca es segura, nunca es previsible, nunca es controlable; para hacerla controlable, hay que convertirla en muerte; la muerte es, ciertamente, la única seguridad de la vida"[23]. Y menos "controlable" es la especial libertad humana, que la debemos concebir como menos determinada, y más impredecible. En ese sentido fuerte, el control impone rejas a la libertad y la encadena. Mientras controlar la “fisis” no sería problemático, porque la naturaleza describe un "mecanismo complejo" que no define a una entidad libre; en especial, contiene un sello positivo eso de "controlar las fuerzas indómitas de la naturaleza" que periódicamente asolan a la población, porque procura someter a una naturaleza potencialmente destructiva bajo la voluntad y necesidades del sujeto pensante[24]. El problema muta en su opuesto cuando se trata de controlar colectividades, donde el control completo degrada a los individuos hasta la condición de medios manipulables o de objetos, para darles el sello de lo inanimado o "convertirlos en muerte". Bajo esa óptica, las medidas extremas de control colectivo siempre son necrófilas, porque restan a las personas su libertad de desenvolvimiento y, en el extremo, su simple sobrevivencia.





NOTAS:


[1] FROMM, Erich, El corazón del hombre.
[2] La palabra proviene de la conjunción de “necros” que significa cadáver en griego y “filia” que es amor o afinidad; en su origen se consideró perversión y, en la actualidad, se clasifica dentro de las parafilias sexuales. En este contexto y siguiendo a Fromm se le da un sentido más genérico de tendencia inconsciente de afinidad hacia la muerte, sin delimitarse a la atracción erótica peculiar.
[3] Freud en su revisión de Más allá del principio del placer supone que existe un instinto básico de muerte llamado tánatos. Otros autores como Fromm o Reich han rechazado esa hipótesis de la dualidad de los instintos.
[4] La famosa tesis de Max Weber.
[5] "Carta sobre la raíz de China" en ROJAS, José Antonio, El visionario de la anatomía Andreas Vesalius.
[6] Por eso, señala la Fenomenología del Espíritu que el estoicismo representa la superación de la dialéctica del amo y el esclavo (o del señor y el siervo), abriendo el paso a la formación de la cultura.
[7] FROMM, Erich, El corazón del hombre, p. 39.
[8] La denominación de “conservadurismo” ha ido perdiendo vigencia y saliendo de la nomenclatura política, casi en todo el mundo, aunque no han desaparecido por entero sus fundamentos. Incluso, las tendencias de avanzada se convierten en conservadoras. Cf. Toffler, Alvin, El cambio del poder.
[9] Conforme Mircea Eliade muestra que la estructura de las religiones implica un tiempo mítico, donde se funda todo y establece una regla dorada a repetir, quizá a la cual haya que volver. Tratado de historia de las religiones.
[10] En el extremo existió el sistema de castas, donde la profesión queda definida de nacimiento. LEVI
-STRAUSS, Claude, El pensamiento salvaje.
[11] Un aspecto del ensueño de la dialéctica, comprendida como guía del marxismo, tal como lo esbozó Engels en Anti-Düring.
[12] Aunque para la mentalidad conservadora esto sería herejía, las investigaciones científicas integran el orden con el caos, para descubrir los comportamientos y las leyes de la naturaleza, como indica la divulgación científica, por ejemplo, Sagan en Los demonios del Edén o Paul Davies en El universo desbocado.
[13] La teoría de Comte popularizó esa divisa, sin embargo, su proposición estaba matizada por una visión de progreso social, de advenimiento de un próximo “estado positivo”, endulzado por valores de amor. THOMPSON, Kennet, Augusto Comte.
[14] FROMM, Erich, El corazón del hombre, p. 39.
[15] Es un gesto típico la mistificación de las guerras de agresión; sin embargo, sí existen situaciones de legítima defensa de las poblaciones ante agresiones externas. RAMONET, Ignacio, Guerras del siglo XXI.
[16] ROSDOLSKY, Roman, Genesis, estructura y método de El capital de Marx.
[17] Sin embargo, hay que detenerse y recordar que las guerras pueden tener una racionalidad económica para el sistema económico irracional que las promueve. Las guerras capitalistas sirven, además de la rapiña inmediata, para canalizar el exceso cíclico de hombres y capitales que genera el sistema. El sector militar, además de los fines de dominio militar, sirve para canalizar recursos para la reproducción del capital global. Cf. MANDEL, Ernest, El capitalismo tardío.
[18] Si bien es cierto, que el objetivo de la guerra es la paz, su objetivo es reducir el adversario a la impotencia, también es cierto que se medio es diezmar al oponente lo suficiente, mediante la mortandad. Cf. CLAUSEWITZ, Carl, De la guerra.
[19] Hecho ya observado en las guerras precapitalistas, Cf. MARX, Karl, Introducción de 1857.
[20] Filósofo preocupado por la oportunidad para una convivencia pacífica entre las naciones en La paz perpetua.
[21] La pretención del soldado que observa el montón de cadáveres para convertirse en sobreviviente es futil, es preferible dejarlo como un derecho del conjunto de la humanidad a sobrevivir a la guerra. Cf. CANETTI, Elías, Masa y poder.
[22] Por lo mismo, Marcuse cuestionó toda la operación industrial (capitalista y socialista) como un efecto de moral y psique represivas. Véase El marxismo soviético.
[23] FROMM, Erich, El corazón del hombre, p. 42.
[24] FROMM, Erich, El miedo a la libertad. Obra donde surge una explicación muy complete sobre el autoritarismo como una huida ante la condición ontológica libre.