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jueves, 20 de enero de 2011

DIVERTIMENTO PARA CUARENTA Y TRES CUMPLEAÑOS CON DIECISIETE TEMAS
















Por Carlos Valdés Martín

Nota previa: Espero se haya comprendido que este escrito del año 2003, indica un sentido festivo. Ninguno de los párrafos debe tomarse demasiado en serio ni demasiado en broma.

1) El ojo y el espejo. A ciertos mamíferos les divierte un espejo enfrente. La imagen refleja los contornos exactos pero las evocaciones son infinitas y, entonces, me sorprendo (ergo: soy mamífero). Los ojos se corresponden con el espejo, con la sensación de lo liso, el sentido plano pero luminoso. Y en la cultura moderna lo visual ha crecido, como si fuera el sentido superior, el verdadero entre los cinco sentidos. Pareciera que la meta cultural (mediática) es la conformación de un gran ojo, la televisión ojo-espejo. Porque la televisión es eso: contraparte del ojo (lo fijo en la cara confrontado con inmóvil en un aparato). "La naturaleza de lo cristalino los liga, los unifica." Sobre el cristalino del ojo se desplaza la luz sin distorsión (aparente pues, en estricto sentido, el ojo crea una deformación de la luz) y en continuidad (también aparente, el parpadeo desaparece en una impresión de continuidad) y sobre la pantalla de cristal las ondas luminosas se convierten en un espectáculo sin detención (en continuidad, otra vez, aparente por el flujo velocísimo de puntos luminosos).

2) El espejo para el Rey. El espejo es parte integrante de la historia del esplendor. Ejemplo descollante de ese esplendor del reflejo fue el “Salón de los Espejos” del Palacio de Versalles, considerado uno de los emblemas del palacio más pretencioso de una época. Un salón pletórico de espejos resultaba un emblema del fasto, de la riqueza, de lo que merece ser visto, un sitio exclusivo para el Poder. / Parte del encanto del espejo es que resulta dócil a la mirada, muy leal en su respuesta. Ante la mirada siempre regresa la imagen en sentido opuesto, por lo que a mirada frontal responde con imagen frontal. El ojo que se mira ante el espejo, de suyo se debe considerar un Rey, y la superficie bruñida, su Súbdito leal, y digo súbdito leal pero no abyecto (falsamente adulador), porque solamente ofrece una alternativa de reflejar y no cambia para la complacencia del ojo. Ante la única alternativa del espejo plano, su refinamiento exige una combinación para alcanzar miradas laterales. La composición de dos espejos proporciona el deleite de los ángulos opuestos e inesperados, completar la vista del costado o por la nuca.

Pero el ojo humano no se mira como simple ojo (órgano aislado) sino como totalidad integrada en la conjunción de la cara (al menos) o del conjunto del cuerpo humano (con sus evocaciones: como sus estados de ánimo asomados en la piel, su ropa denotando estatus e intenciones). El ojo no se asoma por curiosidad anatómica, sino para la confirmación de una revelación del aquí y ahora, busca en este preciso momento la imagen de su íntima humanidad y se recrea (con gusto o disgusto) en ella. / Como súbdito el espejo no le debe jugar malos ratos al Rey (como el sastrecillo adulador que lo encueraba mientras lo engañaba diciéndole que lo vestía), ha de ser fiel y verdadero; más bien, con su fidelidad prístina de imagen, el espejo sobrepasa al cortesano, ya demasiado adulador o ligeramente descuidado en su contemplación sobre el Monarca. Si fuera tan silencioso y perezoso el espejo sería el súbdito ideal.

3) Habitación de espejos. Si bien los espejos son bienvenidos a la decoración desde hace siglos, no por ello alcanzan el límite de la decoración. El espejo otorga amplitud, agranda los espacios. Permite un juego agradable de perspectivas. La combinación de espejos es interesante, pero la total integración de espejos dentro de un cuarto escapa al sentido de lo manejable para gente cotidiana (al menos hasta esta modernidad). A contra pelo, dentro de algunos elevadores el diseñador impuso la idea rara de colocar espejos planos en cuatro costados; la impresión resulta desconcertante por principio. Pero los elevadores, en mi opinión, siempre contienen desconcierto: una caja cerrada que mueve a las personas sin la sensación propia de los viajes, por eso son abordados simulando respeto: en un breve silencio.

En la exposición de un museo me encontré con el siguiente pasaje: un cuatro mínimo con espejos por todas las paredes. Ahí el mutuo reflejo proporciona la sensación de infinito y vértigo de caída. A los lados se observa el infinito mediante una curva de reflejos perdiéndose en una divagación de imágenes, hacia el piso se observa una apariencia de caída, como un desplazamiento sobre el precipicio; los visitantes agarofóbicos escapaban del sitio. Esa es la habitación extrema de espejos, y la curiosidad que despierta durante una exposición no desmiente que para la vida cotidiana resulta un exceso, una perspectiva casi insoportable.

4) El corazón del reflejo. Cuando colocamos dos espejos frente a frente su función agoniza ante un límite aparente. El espejo devuelve una imagen fiel de lo que refleja, pero si se encuentra con otro que también “devuelve una imagen fiel”, por fuerza debe repetir la operación, que irá de regreso y de nuevo regresará. Y como resultado una “imagen fiel”, al viajar de aquí para allá se diluye. En el espejo contra espejo vislumbramos algo así como un túnel que se va oscureciendo, porque la repetición de los espejos decae perdiéndose, como formando una caverna hacia el corazón oscuro del espejo. Quizá alguien con espíritu científico nos indicaría que esa apariencia forjadora de una caverna oscura dentro del espejo es un resultado de las imperfecciones del espejo o de las perturbaciones de la fuente de luminosidad (que no viaja en una línea recta perfecta). Pero vislumbro que ese “efecto de caverna” también está basado en la cualidad propia del acto de reflejar: el reflejo siendo un acto pasivo nunca se perfecciona por su continuación. La duplicación de la pasividad del reflejo no se convierte en actividad, por lo mismo entronca hasta su corazón: negación inicial (nihil primigenio) y solamente idealizado dentro de ese extremo insinúa un principio activo. El nihil primigenio metamorfoseado en pura acción (la Nada mutada en principio genético puro), es decir, contemplación pura transmutada en acción trascendente como lo quiere el budismo y cualquier misticismo profundo.

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5) Inicio de inicios. La escolástica cristiana de la era feudal se sintió consolada con la sagacidad de Aristóteles, quien encontró indispensable una “primera causa” del mundo físico, más allá de la cual no se encontraría causa antecedente. El tema se difundió como “el primer motor”. Y la escolástica encontró que esa primera causa debía ser Dios. Después el espíritu científico predominante de Europa desechó tales hipótesis teológicas, prefiriendo enfocar un continuo infinito para el espacio y el tiempo. Sin embargo, el interpretar un tiempo infinito se mantuvo como un problema irresuelto para la ciencia y la filosofía. Nuestra operación mental cotidiana dice que cada momento requiere de un momento antes, y si continuamos con esta operación, acabamos perplejos ¿Qué hay antes de cualquier posible antes o, expresado de otro modo, antes del tiempo? Por un razonamiento riguroso la regresión en el tiempo buscando el “primer motor” indicaba una cuenta infinita, pero la idea de que antes de este día ha transcurrido un “infinito de tiempo” resulta una conclusión inaceptable.
La teoría del Big Bang ofrece una salida para ese dilema. Pero continúa nuestro derecho a razonar y preguntarnos que existió antes de la explosión original. Aunque la ciencia colinde con la fe en este tema y pudiera ser aceptable la suposición de un inicio absoluto antes del cual solamente existió una Nada, un Dios o un Otro (siempre una entidad absoluta trascendiendo nuestra existencia presente), la imaginación exige aplicar su derecho a entretenerse con las fases anteriores, con el inicio del inicio y con antes del inicio del inicio.

6) Sin posición ni dimensión. Según cierta definición de la geometría euclidiana, el punto es la figura que tiene posición pero no dimensión. El punto carece de alto, ancho o grosor, pero sí tiene una posición en el espacio y así es localizable y existente. En el 6° grado de escuela primaria esa afirmación me pareció tan elegante como temeraria. Porque dar algo como existente pero sin ninguna dimensión me resultaba un concepto desconcertante. Sin embargo, esa falta de dimensión del punto geométrico es consistente con la construcción de la geometría.
La teoría del origen del universo nos revela una explosión denominada Big Bang, que inició en un punto. Pero si el Big Bang inició en un punto, este punto además no tenía posición ya que la “posición” es una relación en el espacio, y el punto original del Universo no estaba contenido en un espacio (para dar sus coordenadas o su posición). El punto-Big-Bang me encuentro con que es menos que un punto, sin posición y existiendo en medio de nada (literalmente nada). Entonces el antecedente del Universo se ubica en ningún lugar y con ningún tamaño, pero conteniendo entera la materia y energía ahora presente en el universo. Quizá me excedo al definirlo como menos que un punto, concedamos que, al menos, el universo empezó en un punto, para que su posición se definiera respecto de sí mismo, ya que nada más existía.

7) El aquí y ahora. ¿No será que el “aquí y ahora” es una rememoración de la estructura de ese primer universo colocado completo en un punto sin dimensión (inimaginable)? Mentalmente es difícil estar verdaderamente aquí y ahora. Y colocarse en el aquí y ahora implica plenitud existencial y de conciencia, siempre y cuando no reduzcamos a ese presente en una simplificación sin contenido. Me refiero a que el capricho es la mascarada del “aquí y ahora”, pues la vanidad del capricho hace del antojo instantáneo la ley de la conciencia, que exige sus satisfacción inmediata “aquí y ahora”.
Siempre estamos en el aquí y ahora, pero, paradójica y fácilmente, la conciencia se escurre hacia un punto de fuga, del no-aquí y no-ahora. Como ejemplo ofrezco cuando me fosilizo en mi infancia y esa fijación de la conciencia en la etapa inicial trae aparejados los traumas sicológicos, por lo que me resulta imposible percibir este momento y trato a todas las mujeres con el molde heredado de mi progenitora.
El verdadero “aquí” es un lugar complejo. Para empezar, puedo estar perdido de mi cuerpo, puedo situarme en conflicto con mi alimentación o mi sexualidad. El verdadero “aquí” es la unidad de mi cuerpo, mi emoción y mi conciencia enlazada con su entorno (mi sociabilidad, familia, amistades, comunidad, amor).
El verdadero “ahora” también posee su complejidad. El verdadero “ahora” es la conquista del presente, no mera inercia (conglomerado de tiempo muerto) ni mera posibilidad en un futuro (divagar en la libertad de lo posible).
El punto inicial del Big Bang es el “aquí y ahora” privilegiado como punto de la potencia infinita (en nuestra escala). Imaginemos un “aquí y ahora” tan afirmativo que su Ser contiene entero el desarrollo universal. Eso fue el Big Bang: el arquetipo del “aquí y ahora”.

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8) Desprecio la poesía entendida como facilidad. La idea de la poesía como mínimo esfuerzo de la literatura me repele. La visión de damas ociosas buscando engarzar diez palabras consecutivas para creerse que accedieron al estado de gracia de la creación poética, sencillamente, me resulta inaceptable. Evidencia en la obra de Homero y otros, indican que, históricamente, la poesía se inició como máximo esfuerzo de la literatura, como desafío de verso y rima, obligando a un grado de dificultad adicional para encausar el anhelo de expresión. En su origen, la poesía rimada y metrizada implica un esfuerzo triple, un filtro múltiple para estimar la belleza de la forma junto con la potencia del contenido. En su inicio, la poesía no es facilidad, no es confort, la contrario es la lucha contra las palabras, el rescate de la belleza en los destellos sobre el gris fondo de lo cotidiano.
Esa visión que desprecio convierte la creación en un sillón acojinado de palabras, es decir, un muelle descanso del lenguaje. Aunque no sea verdadera poesía contiene la indicación de una época: trivialización del ocio dirigido hacia la búsqueda de un refinamiento inexistente. El corazón de las damas ociosas no resulta suficiente para generar expresiones significativas, simplemente plasman las charlas sin sentido en contextos diferentes, lo que fueron palabras al viento se truecan en hojas al olvido.

9) Para la comparación de la Fenomenología del Espíritu con el Fausto.
Un anhelo, auténticamente teutón , emergiendo desde hace siglos: captar todo, alcanzando el verdadero dominio intelectual. Goethe retoma una vieja leyenda literaria, el aislado genio que deseando un saber y poder supremos cae en la perdición. Bajo mi hipótesis esa leyenda debió entenderse como un llamado a la “humildad humillada” que pone ataduras a la ambición individual, bajo es esquema de las antiguas comunidades naturales que interpretaban cualquier individualismo como una perversión. Y el hambre de saber es un apetito del individualismo, una codicia por el conocimiento. Pero con Goethe la crítica se convierte en apariencia, porque no se condena planamente al individuo ambicioso, sino que se le comprende y hasta se le quiere; la crítica superficial se desliza hacia la admiración profunda. Fausto es un personaje que anuncia la irrupción de la modernidad porque no conoce sus límites (los de su condición de criatura socialmente determinada ni de obediente hijo de Dios) y permanece inquieto en su búsqueda, y ese mismo desconocimiento de los límites es la “apoteosis” de la libertad. Quien desconoce fronteras está condenado a vagar en una búsqueda, incluso a vagar en la desorientación. Aunque Fausto está situado al inicio de la modernidad, porque esa potencia la concede un “espíritu” conjurado, una fuerza demoníaca puesta a su servicio, y esto todavía implica un argumento del periodo mágico premoderno. Sostenido por las facilidades que le brinda un espíritu conjurado, Fausto recorre el mundo y las épocas, alcanza las cimas y los precipicios, conquista corazones y los pierde.
Con la Fenomenología del Espíritu de Hegel, el concepto de espíritu posee la función de conquistar la totalidad del mundo, en el sentido de la clave para el conocimiento filosófico global. Aquí no encontramos el drama literario, sino la filosofía aplicada sobre el “drama del mundo”. El “espíritu fáustico” mismo, la inquietud de una libertad que no encuentra reposo, se convierte en uno de tantos temas que interpreta la Fenomenología del Espíritu. Esta vinculación resulta más honda: con seguridad el Fausto inspiró al inquieto Hegel, el joven filósofo cuando renunciaba al sacerdocio, y se embarcaba en su búsqueda sin fronteras, para entender el mundo completo. Sin temor a caer en ofensas vale denominar a Hegel como un Fausto intelectual, puramente filosófico, cumpliendo en el campo de las ideas generales el programa del personaje. De hecho, Goethe representa al destacado viajero intelectual, abriendo horizontes para deleite de sus contemporáneos hasta el presente.

10) Las posibilidades de la conciencia de sí mismo. Y las explicaciones que ofrece Hegel sobre la conciencia y su libertad conservan enorme interés hasta la actualidad. En lo inmediato, la autoconciencia ofrece una dificultad constante, como si fuera la mano que intenta tomarse ella misma. Pero mediante la reflexión, fuera de la inmediatez, la autoconciencia ofrece enormes posibilidades. Hegel es el autor de la auto-conciencia por excelencia. Su entero programa filosófico es una tentativa de comprensión de la conciencia (como espíritu), partiendo siempre de que es una conciencia quien capta la conciencia, de tal modo que estamos dentro de un terreno circular, de retorno. Cada paso de la conciencia que conoce es un paso de retorno en el autoconocimiento, pero como el camino es largo, nos podemos fácilmente perder sin captar el elemento de autoconocimiento implícito. En el esquema de Hegel solamente la autoconciencia establecer la garantía y culminación del conocimiento.

Para entender bien este tema conviene extender el concepto de conciencia más allá de lo que se acostumbra (circunscrito a la percepción intelectual o pensamiento). Cualquier comportamiento humano implica un estado de conciencia, desde las sensaciones, las meras impresiones de los sentidos hasta los pensamientos más refinados, pasando por las actividades materiales y las emociones amorosas o religiosas. Cuando captamos como conciencia a toda la gama desde las inmediatas sensaciones hasta el pensamiento, pasando por los sentimientos y la acción, entonces estamos definiendo la conciencia como un componente esencial del ser humano y no solamente como su función racional. Este fue un fructífero enfoque filosófico: captar la conciencia como una continuidad contradictoria de todas las fases que ofrece el ser humano.


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11) Tranquilidad ante los mensajes. Me dicen que soy tranquilo porque no me enojo, incluso ante adversidades (así es la “vida”) o desplantes (de otros, siempre de los “otros”). Las aguas de las emociones que se agitan y las inmóviles son diferentes. ¿Son de naturaleza distinta? Por su definición las emociones, son movimientos, son despliegues del interior que ha sido afectado. Pero el desplazamiento de la emoción puede venir del interior (como un sueño sin estímulos desde el exterior) o por reflejo inmediato del exterior (como un susto causado por el sonido de una explosión cercana). Si las aguas de las emociones se están alterando demasiado con los impulsos del exterior, entonces se dice que la persona está “afectada”. La medida del impulso exterior afectando las emociones puede variar, pero existe un aspecto importante. Estamos inmersos en una sociedad saturada de impulsos visuales y auditivos, bajo la forma de mensajes (publicitarios, informativos, decorativos, etc.). De hecho, la proliferación y masificación de mensajes está adherida a la modernidad, en crecimiento (y hasta sobre-producción) de variadas formas para cautivar la atención de las personas y afectarlas en diferentes órdenes. Pero aquí no estamos observando el contenido de los mensajes, sin la afectación de las emociones. Como modelo ejemplar tenemos los mensajes comerciales por medios audiovisuales, que contienen una estructura típica: rápidos golpeteos de imagen y sonido para despertar las emociones ligadas a una necesidad específica. El golpeteo de imagen y sonido por lo regular consiste en breves imágenes (el mensaje comercial posee corta duración) que unen cierta estética sensual (imágenes agradables) con palabras que convierten a un objeto en ese “diamante” deseable (y así necesario). Del diario bombardeo de mensajes, “algo” debe sedimentarse en las personas y ese “algo” es la eficacia de la venta, la efectividad del mensaje. Unos breves segundos de contenido audiovisual bastan para despertar las emociones dormidas y movilizar necesidades. El problema es que el bombardeo de mensajes transcurre bastante caótico, y por caótico quiero indicar la relación azarosa entre una plétora de mensajes respecto de las personas que los reciben. Aunque la mercadotecnia quisiera otro escenario, las personas no reciben el anuncio de un refresco justo cuando padecen sed, sino que el mensaje va dirigido a afectar la emoción, aunque no exista una relación directa entre el deseo despierto y la satisfacción del mismo. Por ejemplo, un mensaje típico para la mujer despertará su deseo ser admirada por su belleza de acuerdo a un prototipo anglosajón de belleza y el mensaje se deposita entre mujeres de ascendencia indígena, sin posibilidad de satisfacer ese prototipo. En el ejemplo, quiero mostrar que entre la emoción que se despertó y su satisfacción hasta puede surgir un abismo.
Si el mensaje publicitario está bien armado, su objetivo será despertar cierta intranquilidad y generar un movimiento de compra. Pero de acuerdo al ejemplo comentado, lo bien armado del mensaje publicitario, se alcanza a convertir en una mera “frustración” del consumidor posible. El mensaje publicitario puede despertar ansiedades sin cumplir con una satisfacción y de ahí nace una intranquilidad permanente. La situación que describo, por su naturaleza es conflictiva, pero ante el conflicto la personas desarrollan definidos mecanismos de adaptación, que se ubican entre dos extremos: la insensibilidad y el olvido. Ante los mensajes externos se puede formar una insensibilidad creciente, de tal modo que ante cientos de mensajes publicitarios, acontece que no se les ve ni se les escucha, pero su número e intensidad se convierten en una especie de bosque (informático) que oculta los árboles (mensajes). Incluso tengo la impresión de que una parte del fundamentalismo religioso (paradoja de la modernidad) sirve en la función de acorazar a los sujetos en contra de la saturación de mensajes (comerciales y de todo tipo) con la secuela de frustración que esto trae. El otro mecanismo de adaptación es el olvido, que resulta tan simple como eficaz (y funcional a la repetición de los actos de consumo). Basta olvidar instantáneamente el circo de imágenes y sonidos que nos trae a diario cada medio publicitario, para que se los consuma sin percibirlo, se los beba sin hartazgo. Millones de ciudadanos ven los mensajes cada día en su televisor, en los carteles y los diarios, asimilándolos en el olvido. Este olvido señala el fracaso para un mensaje publicitario (como evento singular), pero garantiza que el “receptor” no se fatigue o proteste por la repetición de mensajes. Así, con la insensibilización y el olvido se permite la continuación del flujo de mensajes.
Pero en este mundo la pureza es rara, por eso yo pertenezco a la raza de los que aplican las dos recetas de adaptación, soy insensible y se me olvidan. La lluvia de los mensajes no me moja, no siente una necesidad interior de adquirir un automóvil nuevo después de ver y oír cien mil anuncios de los “nuevos modelos del año”. Y para colmo además se me olvidan los mensajes. Quizá el anuncio me inquietaría si lo recordara con detalle, pero la amnesia también se hace cómplice y refuerza el sellado de los sentidos. Después de más de cuatro décadas de ver anuncios de refrescos todavía no percibo que exista algún motivo para que los refrescos negros produzcan felicidad.

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12) La raza de quienes piden prestado. Según Charles Lamb (un ensayista inglés del siglo XIX -centuria de moralismos excesivos pero también de ironías en las Islas Brumosas-) la verdadera división entre los seres humanos ocurre en dos clases: los que toman prestado y los que dan prestado. Por ironía del destino, la raza superior corresponde a la estirpe de quienes toman prestado y además nunca se preocupan de pagar, porque en cuanto pagasen dejarían de existir como lo que son: los ciudadanos (lobos con piel de oveja) superiores que se gastan alegremente el dinero de los demás. Los de raza superior piden prestado por el simple convencimiento de que el dinero no debe permanecer en ese bolsillo ajeno, porque ahí ese dinero jamás será bien gastado; ellos están convencidos de su superioridad, porque a cambio de dinero no deben dar un equivalente económico (en trabajo o mercancías), basta con su vaga promesa de pagar (que siempre, de cualquier manera, será una línea sobre el agua). Al prestar, los de raza inferior (entre los que me incluyo) obedecen a un impulso irracional de abandonar su dinero a una aventura sin regreso, pero de extraña manera, ese dinero les pesaba (no habían tenido la ligereza o prisa para gastarlo, la velocidad para liquidarlo, mandarlo a una merecidas vacaciones sin retorno) y les hacía sentir incómodos o hasta culpables.
La banca moderna actualiza el excelente ejemplo de la evolución de esos deudores del siglo XIX, que como crisálidas de mariposa han cambiado de piel. Ahora los deudores (ciudadanos de raza superior) se han vuelto la institución contraria. El analista despreocupado creería que los bancos modernos se dedican a prestar al público, pero (como lo demuestra el caso de México y muchas otras naciones) el negocio de los bancos ya no consiste en prestar dinero, al contrario, ahora la moda es recibirlo como préstamo gratuito. Hacia 1995 corrió la noticia de que los bancos de México podían quebrar, porque existían muchas deudas impagables (en términos técnicos se denomina una “cartera vencida”). El Gobierno Federal henchido de sentido del deber (proteger a los “pobres bancos”) autorizó un presupuesto multimillonario para subsidiar a los bancos mediante una institución llamada IPAB (Instituto de Protección al Ahorro Bancario). Este IPAB destinó mensualmente millones de pesos para entregar a los bancos, ese dinero es a título de crédito que nunca devolverán los banqueros, y el fenómeno del “rescate bancario” no ha terminado luego de décadas. Resulta evidente que quienes reciben un préstamo de la nación, mediante las arcas generosas del gobierno son los banqueros y quienes nunca pagarán son privilegiados. Estos ciudadanos banqueros (de raza superior) reciben dinero a manos llenas para que no fracasen y a cambio entregan a la nación la enorme satisfacción de que no quebraron. Aunque cuando los banqueros están cansados y aburridos de recibir tanto dinero prefieren vender sus bancos a inversionistas extranjeros, porque no es justo que nuestros conciudadanos más distinguidos se tomen tantas molestias al recibir millones en subsidios para no quebrar.
El prestatario del siglo XIX tenía que cargar con la molestia de repetir sus sablazos casi cada semana, para ir conllevando su beneficio a la humanidad, que consiste en gastarse el dinero de los demás. El prestatario del siglo XXI sin la molestia del sablazo semanal, en cambio sufre del estrés del rápido aburrimiento. Grandes empresas y banqueros reciben inconmensurables préstamos del Gobierno cuando están sus empresas en apuros: por ejemplo en la crisis bancaria de México de 1994 y la crisis hipotecaria de EUA de 2008. Este aburrimiento de rico endeudado proviene del agobio causado con tanto dinero que recibe del gobierno (que se ha comprometido a no molestarlo con el reintegro del dinero del subsidio, porque los líderes políticos han reconocido que la raza superior no merece rebajarse a pagar cuanto dinero adeude). Luego los banqueros se aburren y venden sus bancos, quizá para alejar los reflectores de los noticieros de sus cabezas, y, en privado y a hurtadillas, practicar el deporte de sus ancestros, acercándose furtivamente para solicitar un “corto préstamo” a algún ciudadano desprevenido.

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13) De la catalepsia a la criogenia: el futuro de los ataúdes. La modernidad, tan prolífica en cambios de diseño y materiales, no ha realizado ningún avance significativo en materia de féretros. El cambio se detuvo en pleno siglo XIX, cuando la sobriedad británica y la elegancia francesa tuvieron un afortunado pacto (a diferencia de sus largos desencuentros políticos y filosóficos) para arriban a un concepto de elegancia y confort para los muertos. Mientras el automóvil se renueva y rediseña, casi año con año, agregando un aditamento aquí y allá, alterando un tono de color más acá, colocando otra comodidad discreta, por su parte los féretros han permanecido inalterados en su diseño esencial, respecto del cual hasta las innovaciones de materiales se disfrazan discretamente de continuismo. Los adornos de plástico de los ataúdes más baratos se disimulan delicadamente bajo una capa de pintura, para crear la ilusión de los festones metálicos, tal cual se acostumbran desde hace siglos, y ahora se disimulan tan perfectamente los nuevos materiales plásticos con una capa metálica que sólo un experto distingue entre adornos originales e imitaciones.
¿Porque es tan convincente e inamovible el diseño tradicional de este “último mueble”? Ofrece una ilusión de comodidad en el descanso, colocando un interior acojinado y cubierto de telas. En este mueble no funcionaría una mera imitación de la cama, porque un lecho cómodo también nos recuerda situaciones próximas al combate cuerpo a cuerpo, que son impropias para recordar si el tema es el descanso eterno. Y tampoco convendría una posición de sentado, al estilo de las sillas y sillones, ya que mantener perpetuamente esa posición exigiría procesos de embalsamamiento demasiados complejos. Entonces el ingenio humano encontró una solución mixta, como si uniera en sagrado matrimonio los beneficios de la cama y del sofá; la cama para recostarse en descanso eterno, y el sofá para dulcificar un largo tiempo de ocio, porque la ocupación de un cadáver no es agitada. Basta observar de reojo el interior acojinado de un féretro para sentirse tranquilo con el tema del “descanso eterno”, y si no sabemos el destino del alma de ese difunto (quizá falleció un pariente mal portado), al menos nos consolamos imaginando que sus restos mortales no tendrán ninguna clase de incomodidad.
Por el exterior de los ataúdes ha predominado la sobriedad, con colores sencillos y oscuros, que no invitan al juego o al divertimento, sino que brindan una sensación de protección y situación definitiva. Si bien sabemos que la madera no es un material eterno (y en esta tierra nada es eterno), su duración nos satisface con suficiencia, además de que tradicionalmente ha sido la fuente inagotable para todo tipo de muebles, ya que su dureza no es extrema y ofrece cualidades térmicas de regulación del ambiente. En ese sentido, la madera es una garantía de frescura y confort en cualquier situación de vida, y por lo mismo mantiene su prestigio hasta en la situación de muerte. Sin embargo, para espíritus menos confiados ante el paso del tiempo y así más orientados hacia la larga duración de los mobiliarios, existe la preferencia por la adquisición de ataúdes metálicos. Esta disyuntiva en la preferencia entre metal y madera, se disuelve con la transición de las pinturas de buena laca, que son una garantía ante los elementos externos y además permiten que las pareces de maderas parezcan metálicas y viceversa. Así se termina con lo que podría ser un dilema sobre cuál es el material perfecto para conducir la cadáver en su ruta hacia el más allá, pues de cualesquiera materiales, madera o metal, los acabados laqueados dan una brillante sobriedad a esta última morada.
En lo personal, no soy partidario de las ostentaciones, pero si en vida existieron diferencias sociales y de fortuna, entonces es imposible que no las mantengan en la fosa. Este punto se ha resuelto de una forma admirable, respetando preferencias pero sin caer en el terreno de lo impracticable. Bastan unos pocos adornos, esencialmente de festones o manijas de bronce para darle a cualquier ataúd la impresión de que es la última morada de un rey. Pero, desde siempre se sabe que estos adornos son de un bronce económico (o hasta de un plástico hábilmente pintado) de tal manera que nunca se repita la desgracia de los faraones egipcios, quienes sufrieron del saqueo de todas las tumbas (menos una afortunada) en manos de quienes perseguían el oro que los acompañaba bajo tierra. Así, el sentido práctico y el temor a los saqueadores de tumbas nos impide enterrar a nuestros seres queridos entre metales nobles. Aunque en el fondo de nuestro corazón quisiéramos bajarles oro y joyas a nuestros amados difuntos para hacerles más agradable su última estancia.
Por último, baste comentar el tamaño de los féretros que ciñen con holgura al cuerpo, pero sin que a la mayoría nos parezca opresivo . Las variaciones reales de tamaño son de apenas pocos centímetros adaptándose a las medidas del difunto. No tendría caso ofrecer más espacio en ese recinto, ya que hacerlo sería suponer que requiere de estirar las piernas o crecer. Y si a esto agregamos el tema de la sobrepoblación en panteones, se observaría que ampliar el mueble plantearía un desatino total.
En una época de transformaciones tecnológicas tan trepidantes cabría esperar modificaciones en este diseño. En el propio siglo del clasicismo en este mueble, el siglo XIX ocurrió una moda relativa a una sórdida situación. La ciencia médica británica comprobó con horror que sí sucedían episódicamente casos de catalepsia, en los cuales un individuo presentaba signos exteriores de muerte, pero el estado era falsa apariencia. Esta catalepsia había provocado el error de enterrar a ciudadanos en vida y después el entierro era su verdadera causa de muerte, porque al despertar ya estaban encerrados bajo tierra y sin remedio. Esta situación tan triste originó una moda transitoria de ataúdes con una campañilla y una cuerda en el interior. La campanilla se colocaba con la esperanza de que si alguien despertaba de la catalepsia se recibiera un aviso afuera, para así socorrer a la víctima ya enterrada. Por fortuna, el avance de la ciencia médica permitió hacer pruebas más exhaustivas en los cadáveres, para que no se escurriera algún vivo en el camposanto y de esa manera se retiró definitivamente el detalle de la campanilla, que resultaba tan poco estético y recordaba durante el funeral que faltaba certeza al estar llorando a un muerto (cuando por la catalepsia nadie sabía cómo distinguir un cataléptico en animación suspendida de un muerto).
Aunque nos deben esperar muchas sorpresas e innovaciones en este campo, al menos una novedad ya arribó, bajo la forma de la esperanza mediante la criogenia. La criogenia se define como la conservación de cuerpos en un ambiente de frío extremo. El antecedente son las observaciones biológicas comprobadas de que algunos animales presentan procesos de hibernación y de resucitación después del congelamiento, incluso agudo. En los humanos no existe ninguna prueba de que un proceso de congelación se haya revertido, aunque casos de rescate de personas bajo condiciones de hipotermia (daño por frío) permiten alojar esperanzas. La idea de los vendedores de servicios de criogenia es sencilla: si el cuerpo se congela perfectamente, quizá en el futuro se descongelará y entonces se logrará revivir a una persona. Los criogenistas apuestan a que en décadas o hasta siglos venideros sea posible aplicar avances de la ciencia para revivir a una persona congelada bajo sus auspicios.
Esto es como una catalepsia buscada, pero sin garantía de que suceda la vuelta a la vida. Aquí sí se abandonan los ataúdes porque el concepto de fondo cambia radicalmente. Ya no se requiere de la comodidad para un descanso eterno, sino un modernista frigorífico para regresar de un intermedio entre dos vidas. Entonces se abandonan todos los conceptos de comodidad y sobriedad simbolizados por los ataúdes, y entramos de lleno al campo de una ciencia ficción, pero sin estilo elegante. Los cuerpos se colocan en enormes cámaras refrigerantes, donde no existe sentido de estética o decoración, basta el componente técnico de los contenedores cerrados metálicos, mangueras de conexión y simples controles de temperatura. Donde se colocan los cuerpos es una máquina futurista, más cercana a los viajes siderales que al temido o anhelado descanso de cuerpos y almas.
Disculpen mi pesimismo, si les adelanté que la falta de estética y el sentido de “congelador” industrial que imperan hoy en el mercado de la criogénesis mortuoria indican que seguirá su escasa aceptación (hasta que no surja un genio comercial para crear una mezcla que satisfaga las expectativas en ese tema). Hasta la fecha los contenedores criogénicos permanecen marginado como un capricho de pocos millonarios excéntricos, quienes no aceptan apartarse de este mundo y confían en esa puerta congelada de regreso. A la fecha, los congeladores criogénicos son los ataúdes más costos y originales que conocemos, pero los tiempos siguen corriendo.

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15) La estrategia biológica del sexo sobrante: los machos en peligro. Al parece con algún biólogo vanguardista surgió un enfoque reciente (todavía dudoso y sin pruebas fehacientes) con la explicación de la división entre sexos naturales como una estrategia de la naturaleza. La versión de Adán solitario en el Edén y por ese motivo, por buscar compañía, pide una compañera es de sobra conocida, pero no posee validación en los laboratorios experimentales. Una especie de explicación medianamente científica de la separación natural entre dos sexos todavía no se presentaba y así avanzó la especulación.
La división biológica entre dos sexos opuestos y complementarios revela una fórmula de la naturaleza que encierra muchas aristas sin resolver y hasta aspectos desagradables. La faceta más desconcertante es que los machos casi sobramos dentro del plan de la naturaleza, casi somos un exceso en el festín de la vida, porque bastaría un sexo solitario para reproducir a las especies como lo hacen las amibas, por la simple partición, o bien con los dos sexos contenidos en el mismo cuerpo como sucede en especies de lombrices. Así, la hipótesis indica que el sexo masculino surge como un exceso, funciona como una estrategia de demasía natural, semejante a los partos masivos de huevecillos de los peces.
Por ese exceso se explicaría el sentido sacrificial del género masculino implicado en actitudes tan riesgosas (sin explicación racional) como la participación voluntaria: en las guerras o las gestas heroicas, el amor por las causas perdidas y los deportes extremos. Esas actividades como las guerras y las heroicidades son propias (y adecuadas) para los miembros sobrantes de la naturaleza, los que están emparentados con la muerte (o ya garantizaron su boleto a la “vida eterna”). Ciertamente, las mujeres son (en sentido biológico, pero no sólo en ese) tan indispensables que no existe motivo natural para arriesgar imprudentemente sus vidas, mientras que los hombres no parecemos indispensables, casi nada necesarios para la naturaleza y por lo mismo podríamos subir a la cuerda floja y dar unas cuantas piruetas, esperando nunca caer. Además si cayera el equilibrista sus espectadores no lo extrañarán demasiado, y el planeta no se detiene y la especie no sufre peligro de extinción, bastará un luto respetuoso para despedir al equilibrista osado.
Los “conejillos de indias” indican el pesimismo legendario que contagia el aire del laboratorio de biología y para no contagiarnos de ese pesimismo debemos mirar en otra dirección. Conforme se regula la natalidad parecieran disminuir las guerras y las epidemias: esos “mecanismos” artificiales y naturales que más restringen a la población. Con seguridad los avances en el auto-control de la población permitirán que el sexo masculino y la humanidad misma ya no sean organismos biológicos en exceso, por tanto obligados por el misterioso demiurgo de la biología a sacrificarse entre guerras y deportes de aventura.


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16) Epílogo I. De la voluntad incitada por la resistencia o el tema del astronauta.
La imaginación material revela sutilezas que la ciencia deja pasar desapercibidas por mantenerse tan evidentes como complejas. Por ejemplo, ahora descubrimos que la resistencia del mundo nos invita a la acción. La acción humana requiere de una oposición tenaz, una resistencia de los materiales y de las situaciones que conciten hacia el movimiento. Demasiado tarde la ciencia descubre que el efecto de ingravidez lo sufren los astronautas sobre su entero sistema músculo esquelético, que unos cuantos días de ausencia de gravedad atrofian la contextura corporal igual que una enfermedad paralizante. Digo “demasiado tarde” porque la humanidad esperó milenios para convencerse de esa verdad, la falta de lucha contra la gravedad también es una desgracia, una situación tan extraña que se parece a una enfermedad, a un malestar prolongado. Por ese ambiente de falta de oposición de la gravedad los astronautas deben obligarse a un régimen especial de ejercicios continuos, para evitar la atrofia muscular y esquelética. Esta observación se hace evidente cuando lo reporta la Agencia Espacial, pero ya debíamos haberla sospechado cuando practicamos natación. Cuando nadamos y sentimos la placidez del flotar, la salida siempre provoca un momento de pesadez excesiva, como si nuestros brazos y pies se quejaran con la salida de una alberca. Nadamos un rato y ya estamos acostumbrándonos a la flotación del cuerpo, después a la salida los brazos y piernas, por unos momentos nos han parecido más pesados de lo normal A mí eso me sucede y con las personas que ha platicado, también lo observan. Creo que en una escala mínima, pero ya observable, nos sucede lo que al astronauta: el cuerpo que deja de luchar contra la gravedad sufre una especia de desmayo y al regresar a la condición normal siente un cansancio anormal, presagia un desfallecimiento.
Lo que en el cuerpo es fuerza en el espíritu es fortaleza, y así como la gravedad nos incita al vigor cotidiano, son las adversidades las que debemos concitar para elevar con la voluntad. La pesadez del mundo, entonces, es el motivo de la acción de la voluntad. Conforme el mundo nos parece exageradamente confortable cesamos de accionar de la voluntad y entramos en la molicie del espíritu. Ciertamente, esta reflexión sólo es apropiada para el amanecer, pues al anochecer podemos bendecir las comodidades y olvidarnos de cualquier esfuerzo.

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17) Epílogo II. De la secreta maduración de las gemas.
Los ensueños de la tierra nos entregan a las piedras preciosas, como indica Bachelard . Lo más llamativo de las gemas es descubrir sus maduración con la visión de nuestra imaginación: ellas ahí, encerradas y silenciosas en lo profundo de la tierra, dentro un proceso de una lentitud pasmosa, donde adivinamos una duración milenaria o más. Lo curioso es que, en efecto, sucede un proceso de creación de las gemas mediante la formación en lentitud o parsimonia increíble. Durante siglos los átomos precisos se cristalizan hasta alinearse en estructuras bien definidas. Ese tiempo tan lento incita la imaginación de lo largamente forjado, que por lo mismo señala una sola dirección, una monótona finalidad, es la unidad de propósito, sin vacilaciones. El otro aspecto notable de las gemas proviene de su brillo, su relación con la luz, de tal manera que son cómplices de la luminosidad, y entonces solidarias de lo elevado y hasta lo celestial. En ese trozo pequeño y privilegiado de la honda tierra surge una complicidad con la luz proveniente del lejano Sol y otras estrellas.

Además, al comprender una gema podemos unir los extremos emblemáticos de la existencia. Esta cualidad de prolongada maduración y brillo instantáneo me evoca nuestro propio ser interior, que tarda en madurar y luego puede destellar, emanando desde profundidades insospechadas, repitiendo lo mejor de la lejanía Entonces las gemas son el emblema perfecto para la brillantez del espíritu, que es multifacética y reúne lo elevado con lo profundo. Si no existiesen las gemas ¿habría que inventarlas? Claro, no han sido inventadas, simplemente han sido montadas para lucirlas como joyas.
Me sorprende que a las gemas no las debamos inventar, que sea suficiente vestir las existencias naturales con el potencial del pensamiento y la imaginación, para revelarlas como signos incontrovertibles de la grandeza encerrada en lo mínimo, como la potencia infinita de lo pequeño, recordándonos que el universo entero se inició con una chispa mínima, inimaginablemente pequeña.

lunes, 17 de enero de 2011

DE CULPAS, TIEMPO CRISTALIZADO, ENAJENACIÓN Y FRACASOS EN MARX




Por Carlos Valdés Martín

Con la Revolución Industrial irrumpe el nuevo sistema de producción y circulación de capitales —llamado desde entonces mercantil o capitalismo— que oprimía a masas productoras y provocaba terribles efectos sobre sectores arcaicos, como los agricultores y artesanos tradicionales. El parto de la nueva economía era cruel, aunque traía evidentes mejoras de producción y un flujo inusitado de riqueza. La doble evidencia entre horrores de miseria con extremos de explotación junto con un boom de riquezas y lujos provocaba enormes tensiones, por lo que las mejores mentes de la época se ocupaban de cómo resolver tales dramas. Un alma de bienintencionado y filósofo social, Karl Marx buscó deshacerse de la mancha que perseguía a su época, bajo tales premisas él también filosofa en modo de la “sospecha”, que persigue a un fantasma elusivo (su Scrooge de la Navidad comunista) que no llega puntual para su combate con su fantasma malo: el industrial explotador, prototipo la Revolución Industrial que azota y exprime a los desamparados. Comento bajo el supuesto de una intención caritativa de Marx: enderezar su siglo, atravesado por un auge salvaje de la Revolución Industrial. Con esto señalo que la preocupación política y social no era una singularidad de Marx, sino que miles de pensadores y agrupaciones durante el siglo XIX se ocuparon en resolver los problemas que surgían junto con las oportunidades sobre una oleada de riquezas jamás vista en la historia entera.

Un proyecto sincero
La opinión que expresaba Marx de sí mismo como economista era bastante modesta.[1] Afirmó repetidamente que los creadores de la economía política clásica eran básicamente Adam Smith y David Ricardo, que él únicamente perfeccionó la teoría del valor y estableció el “secreto de la explotación”, mediante el concepto de plusvalía, así como la presentación de un ambicioso panorama en El capital, que no concluyó en vida. A su vez, destiló un concepto teórico que divulgó su inseparable amigo, Engels, como un esquema de visión global de la historia, mediante el materialismo histórico y los rudimentos de una filosofía, en lo que se llamó materialismo dialéctico. Su participación política, fue bastante episódica aunque en extremo apasionado, apoyando a la rebelde Liga de los Justos, que pasó a denominarse Comunista, y luego su intervención con la Primera Internacional de los Trabajadores, como un teórico a su servicio, aunque mal comprendido por las facciones contrarias. Incluso su relativa inacción política se explica bien por su condición de emigrado en exilio que permaneció en Londres, entonces la capital cosmopolita.

Jean Paul Sartre opinaba con agudeza, que el proyecto de vida define la trayectoria de una existencia, pero por proyecto debe entenderse el auténtico perfilamiento hacia sus posibilidades, precisando el momento donde se lanza hacia el mundo y hace su vida.[2] De Marx este proyecto de vida aparece con claridad desde sus escritos juveniles, incluso en una carta a su padre como estudiante describiendo su vocación[3] y, con mucha claridad, en Los manuscritos económico-filosóficos de 1844. En esta obra indica: “Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender la conexión esencial entre la propiedad privada, la codicia, la separación de trabajo, capital y tierra, la de intercambio y competencia, valor y desvalorización del hombre; monopolio y competencia; tenemos que comprender la conexión de toda esta enajenación con el sistema monetario (…) No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada (…) Así es también como la teología explica el origen del mal por el pecado original dando por supuesto como hecho, como historia, aquello que debe explicar.”[4] Seleccioné este párrafo porque conecta con gran cercanía la tarea confesa de Marx, que es comprender la conexión entre el mecanismo económico objetivo con la “desvalorización del hombre” (en la opresión y miseria de las masas) con el sistema monetario; sin embargo, al cuestionar el método ingenuo, también observamos que está persiguiendo un pecado que se difumina, tal cual opera el discurso religioso. En este caso, Marx está persiguiendo un pecado formado de miseria y opresión, una figura que se desliza entre los pliegues de la condición humana del siglo XIX, que se presenta multiforme y masiva; a diferencia del doctor que encuentra una diarrea en un paciente, el filósofo busca reparar un mal colosal presente en cualquier rincón del planeta, entre las masas sufrientes del globo entero y no aborda un mal definido en particular, sino el conjunto de los malestares, que en los Manuscritos los define más como “enajenación radical”, para en la obra de madurez centrarse en la “explotación” mediante el término plusvalía. El asunto de fondo es que la problemática resulta tan variada y abrumadora, expresada en tantas y tan variadas opresiones, que el esfuerzo intelectual de Marx por recorrerlas toma su vida entera y no termina, siendo siempre la condición del trabajador productivo, bajo las diferentes condiciones. Con una sensibilidad aguda, a lo largo de su obra, Marx recopila las abrumadoras miserias y desgracias que aquejan al trabajador y a los demás pobres para relacionarlos con un frío sistema económico. Retomando a los economistas clásicos y la evidencia de su siglo reconoce y confirma que se desarrolla un colosal e inédito sistema de producción, que permite alimentos y vestidos más baratos y accesibles (en potencia, en las tiendas) como jamás hubo en el planeta. Mira la potencialidad productiva de las grandes fábricas con un entusiasmo contenido, mientras se indigna por las jornadas de trabajo infames, el trabajo infantil y femenil, la insalubridad industrial y la miseria abyecta durante las crisis. El énfasis de Marx está en la condena moral contra la miseria masiva y la destrucción de vidas durante la industrialización, por eso ante cada producción maravillosa lanza el estilete de una “sospecha” o hasta la evidencia de un crimen, pues afirma repetida y obsesivamente que la riqueza capitalista es fruto del sufrimiento obrero. De antemano debo aclarar que Marx no pretendía agitar falsedades como un demagogo, sino que primero buscaba ser un científico social y filósofo que revela una verdad no evidente para todos. Ahora bien, lo “no evidente” cuando se desprende de su evidencia profunda, con facilidad se torna en fantasmagoría, así la hipótesis filosófica del átomo solamente adquirió su verdad conforme las pruebas sobre la materia demostraron y perfeccionaron una teoría atómica, la cual se desprendió de sus nociones originales por ser tan ingenuas. Debemos señalar que una noción objetiva no se transforma en otra de manera arbitraria, sino que el racionalismo exige establecer y mantener conexiones reales, sin asumir conexiones fantasmagóricas como una explicación. Marx intentó demostrar una conexión entre la riqueza capitalista y la miseria del obrero mediante el concepto de plusvalía que explicaría la explotación. Para la mayor parte de la teoría económica la explotación del obrero por el capitalista o bien no existe o resulta irrelevante para el sistema económico. Únicamente para Marx y sus seguidores es muy importante la explotación, incluso mucho más que la miseria.

Hipótesis y no Ley del valor trabajo
El propio Marx sabía y era consciente de que el incremento de la productividad que acompañaba a la Revolución Industrial estaba cambiando las condiciones del mundo y que el proletariado, paulatinamente, se estaba beneficiando de ello, al menos en las metrópolis. Incluso, él rechazó teóricamente que los salarios en el capitalismo siempre se mantuvieran muy bajos, aunque sostenía que deberían ser lo bastante bajos para que continuara el régimen asalariado.[5] En su madurez, Marx percibió que los salarios en periodo de auge mejoraban tanto que las motivaciones revolucionarias de los obreros desaparecían en las metrópolis. Sin embargo, para el tramado teórico de la economía marxista en la producción se conserva el pecado original de la explotación porque concibe el mecanismo puro como una cristalización de valor trabajo. El valor trabajo, si bien resulta una hipótesis a considerar desde el punto de vista filosófico,[6] para la interpretación económica operativa resulta un galimatías imposible de aplicar, por lo que ha sido abandonada;[7] sin embargo, para la sucesión marxista resulta indispensable como articulado teórico y luego para mantener una sistema ideológico de culpas permanente.    
Sin teoría del valor trabajo el concepto marxista de explotación se derrumba por completo y resulta que esa teoría se basa en un sinsentido. Su fondo implica asumir que el tiempo de trabajo socialmente necesario (en adelante abreviado con TTSN) se cristaliza en los objetos, pero eso resulta una afirmación gratuita, pues el operara un “como si” mental se pretende después que sea un mecanismo absoluto, una auténtica ley fundamental reguladora del sistema. El concepto del TTSN se convierte en una “coseidad” que se pretende integra en los objetos materiales, el relativismo físico ya nos ha demostrado hasta la sociedad que el tiempo es un referente relativo, por tanto no es un fluido para cuajarse en materias. En el argumento de Marx, esto comienza siendo un “como si”, una hipótesis operativa, pero se convierte en un “sí o sí”, la fuerza objetiva que mueve al sistema. Para Marx la fuerza y característica del sistema es que el capital es una relación social-económica, que está obligado a valorizarse a sí mismo, es decir agregar más TTSN a su cantidad inicial; por lo que el capital se vuelve una especie de sujeto automático que rige al sistema, por tanto los capitalistas no son libres, sino unas personificaciones títeres del designio del capital. Como vemos, el tiempo debe seguir siendo absorbido por el capital, para crecer y engordar, cristalizando mediante un continua explotarle más valor al trabajador, con los cual crece el tiempo acumulado en el capital. Con esto el Sistema entero se rige por el tiempo cristalizado en los objetos mercantiles y luego por transmisión (o equivalencia) en el dinero amasado que se llama capital… Sin embargo, resulta que en sentido estricto el tiempo no se integra a los objetos, que el tiempo que laboran los obreros desaparece, porque es un flujo… El tiempo desaparece en cada jornada de trabajo, no se vuelve valor-trabajo y no se integra en las mercancías que se intercambian por dinero, y en el ciclo de la empresa se vuelven ganancias. El valor trabajo es una hipótesis mental, pero no es el regidor de un sistema en la realidad. ¿Para qué le importó tanto a Marx conservar la hipótesis del valor trabajo en su sistema económico?  Para convertirlo en la “sangre” del trabajador que le da vida al sistema y lo mantiene como testimonio vivo del pecado original de la explotación y sufrimiento múltiple desde las generaciones pretéritas. Si el valor trabajo se cristaliza en dinero que a su vez resulta en un capital que se valoriza automáticamente, entonces el trabajo acontecido y explotado  hace siglos se mantiene vivo a través de una sustancia económica; en el fondo, resulta bastante metafísico el argumento: es el pecado original que se mantiene por la eternidad. Y si existe un pecado imborrable por los siglos, entonces debe haber redención de ahí que la idea de la Revolución redentora y su Comunismo beatífico resulte tan consistente con el pensamiento marxista. 

Resulta muy relevante explicar cómo mientras la “ley del valor trabajo” sea una humilde hipótesis explicativa para un mecanismo económico no requiere demasiado debate, pues únicamente es un andamio para relacionar ciertas realidades, tales como el tiempo de la jornada y los resultados productivos. Sin embargo, cuando se convierte esa “ley del valor trabajo” en el regente absoluto del sistema teórico, entonces ya ha dejado de servir como andamio intelectual y operar bajo otra categoría. Y eso sucede con la transición de Smith y Ricardo hacia Marx. Supongamos que hubiera una ley que implicara que quien no creyera en el modelo del átomo sea encarcelado, sus propiedades arrebatadas y perdidos sus derechos… ¿Absurdo como ejemplo de la química? Bueno pues eso sí sucedió con la historia del marxismo, quien no aceptaba las consecuencias de la “ley del valor trabajo” después de la Revolución Rusa (luego China, Vietnam…) se convertía en enemigo del Estado, reo de penas carcelarias e incluso de muerte.

Por lo anterior, reforzaré el señalamiento, de que la “acumulación de tiempo” en base a la “ley del valor trabajo” implica un desatino. Acierto nivel es una hipótesis acertada, mientras quedemos conscientes de que miramos el hecho económico “como si” el tiempo se acumulara en el producto producido para el mercado y luego cambiado por dinero. Ahí subyace un error garrafal, pues Marx asume que el tiempo cristaliza, cuando esto es un desatino pues el tiempo permanece fluido, jamás se fija en los objetos; su asimilación a una ley del valor-trabajo implica una mera hipótesis de un “hagamos como si el tiempo se cristaliza en la mercancía”, cuando sabemos que eso nunca sucede.[8] La química avanzó mirando al átomo “como si” fuera un pequeño sistema planetario, pero con más rigor y experimentos se comprobó que el átomo nunca fue una bolita con pequeños planetas orbitando. Sucede los mismo con la “ley del valor trabajo” de Marx, mientras sirve de hipótesis para empatar masas de trabajo (jornadas) con cúmulos de necesidades sociales, sirve de algo; pero más allá de un estrecho círculo, deja de tener sentido. La hipótesis se vuelve gigantesca en Marx pues sirve como condena moral, para afirmar que el capital se queda con la vida de las masas obreras, incluso cuando no está en relación directa con ellos, porque siempre hay una culpa, tal como señala la hipótesis complementaria de la “acumulación originaria de capital”, donde un despojo ocurrido hace siglos fundamenta la existencia de capitales que no poseen ninguna relación específica con tal pasado.[9] Los estudios económicos concretos se hacen en dinero y productos, nunca se opera con tiempos (exactos o inexactos) que se acumulan en objetos, tanto porque no hay manera práctica de medir (ni con taylorismo) ni efectos notables para convertir el dinero y los precios en “ley de valor trabajo”. Los pocos experimentos soviéticos o chinos para ajustarse al valor trabajo fracasaron de manera patética y una más reciente idea de la “Rosa de Peters” es un juego para adolescentes o ignorantes prosocialistas.[10] Al tiempo de trabajo vivo Marx pretende que se cristaliza en la mercancía y que al equivalerse con el dinero, éste es el resultado de la funcionalidad del valor-trabajo; después al incrementar su monto, la función específica del capital la define como un valor que acumula valor. Para él ese es el corazón teórico del sistema, la extracción de trabajo vivo por el trabajo muerto, que se acumula y crece por sistematicidad. Para un discurso muy marxista el sistema de precios resulta una ilusión que esconde el mecanismo basado en la explotación del trabajo vivo que le extrae la plusvalía en favor del capital. Pero cuando descubrimos que la “acumulación de trabajo” es un andamiaje teórico (en el sentido de hipotético) que cuando se pretende llevar al nivel de “ley implacable de la economía mundial” no funciona, porque ni siquiera opera en la escala microeconómica, entonces la hipótesis revela que es una fantasía perniciosa. La conclusión práctica ha sido que cuando los economistas marxistas (régimen soviético por ejemplo) han intentado conducir una economía estatal con el “valor-trabajo” no han logrado operar y vuelven a los sistemas de precios con la dificultad doble de que el Estado monopólica implica falta de operatividad del mercado.[11] Cuando aceptamos que la “ley del valor trabajo” es una hipótesis (andamiaje) de explicación, que conforme se aplica estrictamente es una fantasía, entonces la completa “demostración científica de la explotación del trabajador” salta por los aires y la indignación moral (por el maltrato al obrero o a los pobres en general) no está fundada en los cimientos graníticos de la ciencia. En otros términos, la cientificidad de la economía marxista no existe y salta por los aires cuando hablamos de su aplicación en presente y futuro, mientras que algunas de sus observaciones sobre el pasado sí son significativas.     

Enajenación del trabajador
Desde sus escritos de juventud Marx cree descubrir un proceso creciente que aprisiona y reduce al factor clave de la nueva sociedad. “El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general.”[12] Reitero que se trata del sujeto clave y estratégico para esta visión, pues quien está en el corazón de las nuevas fuerzas productivas es el obrero industrial y quien está siendo más reducido a la impotencia según avanza el sistema —según ese argumento radical— es el conjunto de obreros, eje de la clase proletaria.
¿Se nota la paradoja? Esto opera como un efecto resorte, pues el movimiento descendente, en un momento debería compensarse con uno ascendente. La observación de la miseria masiva, unida a la afirmación teórica de la desposesión creciente del obrero, se mezcla con una visión de la oscilación violenta, sustentada en la dialéctica de Hegel y las experiencias de esa época, también llamada “siglo de las revoluciones”. El razonamiento ordinario suele tomar ejemplos de causalidades lineales, incluso de fenómenos como la inercia, los cuales indican que los acontecimientos siguen la trayectoria marcada. La dialéctica se fija en las oscilaciones y los cambios de calidad, en su momento revelada por Hegel, el propio padre del socialismo se consideró inicialmente dentro de los “hegelianos de izquierda” en su natal Alemania. Esa dialéctica se centra en los movimientos oscilantes, el tránsito que se ha simplificado como tesis, antítesis y síntesis,[13] sin embargo, para los clásicos no se trata de un oscilar arbitrario, de saltos desordenados en posiciones antagónicas. Ahora bien, la historia de los cambios económico-sociales previos no había resultado por un efecto resorte, donde una clase oprimida tome el poder y revierta el curso social en un sentido novedoso, sino como un desplazamiento de poderes fácticos que van desplazando a los anteriores.[14] ¿Por qué a partir del siglo XIX el modelo del cambio histórico habría de revolucionarse? La historia del siglo XX demostró que las clases populares, incluyendo a los obreros, pueden derribar regímenes y que el esfuerzo por colorear a los regímenes posrevolucionarios con la ideología de Marx resultaba en farsas grotescas. En realidad, tras las revoluciones llamadas “socialistas” se levanta un Estado tiránico que gestiona las contradicciones capitalistas y reviven las prácticas faraónicas del despotismo.
Sin detenernos en lo anterior, para el esquema original de Marx, la revolución debería implicar que el trabajador deja de enajenarse en el proceso de trabajo, deja de extrañarse en el objeto producido, para recuperarlo y, junto con su trabajo directo, su acceso a la Producción Global mediante el Estado (en teoría no un aparato burocrático sino una especie de cooperativa horizontal). La práctica nos muestra que el obrero enajenado bajo el capital se vuelve el obrero más enajenado bajo el soviet, que sus productos siguen extrañándose y además que el dominio sobre la fábrica se vuelve más intenso y tiránico, pues su patrón es el Estado, que se vuelve en un amo por partida triple: de la fábrica, del gobierno y de la ideología (cumple tareas de Iglesia).[15]

La esperanza de Marx era muy distinta, tenía la ilusión que como la cadena del capital sobre el obrero se le mostraba radical al desposeerlo continuamente, el sentido de ruptura implicaría desbaratar ese patrón para que el trabajador se apropiara. La práctica del siglo XX mostró que el proceso extremo que observaba en la Revolución Industrial se aflojaba y adquiría otro modelo, venía una reapropiación salarial y una calificación mayor para pasar del puro proletario al cognitariado. En las metrópolis y hasta en otras regiones se interrumpía este ciclo terrible que describe: “cuanto más elaborado su producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto mis rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el trabajador.)”[16] En los periodos de auge se expandía hacia las clases trabajadoras un bienestar que permitía salarios remuneradores, educación básica y hasta superior para sus hijos, vivienda digna, acceso a seguridad social y beneficios de cesantía y vejez, etc. Quizá el factor más notable para los obreros y sus familias era un nivel superior de productividad unido a un control de la natalidad que implicó un alza salarial jamás antes vista, tal como aconteció en Norteamérica y partes de Europa, incluso sitios como Argentina y Australia. En la Guerra Fría el modelo soviético resultó un fiasco económico si se comparaba con los baluartes de Occidente, aunque sí hubo un crecimiento significativo de diversas economías socialistas. Esto significa, que el capitalismo metropolitano comenzó a funcionar de una manera sorprendentemente eficaz, diluyendo las predicciones de Marx, en caudales de productos y modas comerciales. Todo lo anterior no pretende negar las contradicciones, violencias y miserias que siguen presentes en el capitalismo, pero sí implica marcar el contraste de qué tan disparado fue lo previsto contra lo realizado.

El auge de las metrópolis capitalistas ¿qué implica en términos de enajenación del trabajador? Gran parte de los analistas dieron por terminado el problema económico para centrarse en el “malestar en la cultura” que pasó a llamarse “enajenación”, en el sentido más sutil de ajenidades y percepciones, desubicación y pérdida de identidad. El clásico fue Marcuse con su Hombre unidimensional y su referente resultó el movimiento juvenil del 1968 y sus secuelas, pues una parte de las clases medias buscaron salirse del modelo consumista, que generaba aceleradamente el capitalismo.[17]

Cadena irracional o mitología del sufrimiento
El catolicismo medieval hizo un sistema de control y negocio millonario de la unión entre una mitología del sufrimiento y una promesa de redención, ambos aspectos podrían quedar separados en los conceptos religiosos, además de que el sistema de control y negocio podrían separarse de la fe, sin embargo, suelen quedar ligados. Al parecer la culpa es un mecanismo común y casi constitutivo de lo ser humano en diversas culturas.
En este punto, vale señalar la evaluación de Fromm que muestra a Marx como un humanista que no buscaba continuar con las cadenas de culpabilidad,[18] que pretendía recuperar los ideales clásicos y sacar a la clase proletaria de la monstruosa opresión que conoció. Desde un punto de vista originario, Marx no cree en una culpa original del humano, al contrario supone que es una casualidad que en la historia comience lleno de necesidades insatisfechas, rodeado de escasez y con fuerzas productivas limitadas, pero que la pauta es un progreso de las fuerzas productivas que se han de acumular hasta alcanzar las condiciones de la liberación. Esto no implica que lo considere bueno o malo por esencia sino moldeable, conforme a sus condiciones de producción y determinado por sus relaciones sociales; sin embargo, a la sociedad misma —en cuanto conjunto casi metafísico— la considera Marx como un ente que tiende hacia un bien superior.[19]
Siendo relativamente optimista, ¿dónde coloca Marx la cadena del sufrimiento en comparación con el pecado original de la religión? Si bien, la teoría completa del Marx es una oda a la producción, pues ahí está el fundamento de la liberación y el sujeto colectivo capaz de lograrla, también ella como riqueza acumulada arrastra la mácula imborrable a manera de pecado original, que ni la gracia de Dios salva con la muerte, sino que quizá después de siglos posteriores, con el perdón emanado de la Revolución se logrará limpiar. Aunque sonó hasta jocoso, Marx ve en la “riqueza misma” una máquina destructiva y un demoledor de huesos proletarios, una entidad hambrienta de víctimas, como los crueles dioses paganos que exigían sacrificar doncellas y niños… Y lo dice de manera textual respecto del capital, menoscabando sus propias afirmaciones que el potencial productivo de las industrias creaban las bases de cualquier bienestar humano.
Coloqué el entrecomillado con intención… ¿El capital es o no es “la riqueza misma” para el sistema actual? En otro sentido más hondo, la riqueza misma es el humano y como tal se cuida, aunque el término riqueza se relaciona con los bienes materiales y su acumulación se denomina capital, tal cual lo hace Marx (agregándole interesantes precisiones).[20] Hace más de siglo y medio terminó la etapa cruel de la Revolución Industrial, ahora se analizan las transformaciones tecnológicas ya de la “Tercera Ola” o más, entonces ¿sigue siendo el capital sinónimo de la riqueza? Todavía lo es, pero quizá ya el engranaje económico clave va a centrarse más en el conocimiento y su movilización productiva. Aunque la designación para el sistema sigue siendo “el capitalismo” y siguen las viejas pautas en muchos aspectos, la revolución tecnológica ha sido extrema, nos aproximamos más hacia Matrix que al sueño de Marx o a la placidez de Adam Smith.
Con los matices que se guste, “el capital” implica riqueza y representa una vía histórica por la cual la humanidad escapó de la miseria universal, pues ¿cómo tildamos de otra manera a los siglos de hambrunas, plagas y guerras continuas? Cierto, que el camino del capital es caótico y egoísta, con fórmulas inhumanas y con sus villanos de temporada; aun así la operación capitalista sobre regiones casi vírgenes mostró una eficiencia superior a sistemas previos para extender poblaciones y mejorar sus condiciones de vida, ejemplificado en el periodo temprano de EUA, Canadá, Australia, etc. Porque si observamos el periodo posterior de esos países, el resultado no hace evidente el camino que condujo hacia allá.
Mitificar el sufrimiento es detener la vida dentro de ese sufrir en lugar de desplazarlo. Marx de manera explícita intenta recetar la cura al sufrimiento colectivo, sin embargo, la manera en que lo hizo, parece santificar su opuesto. ¿Una paradoja o la traición de sus seguidores? Entonces, ¿todos los seguidores de Marx son traidores a su semilla o terminan por expresar sus errores implícitos? Imposible la hipótesis de que todos traicionan al maestro. Entonces el fundador del marxismo, resulta una semilla de árboles podridos, es decir, de tiranos de baja estrofa. ¿Por qué? Respuesta, quien reparte la culpa en todas las direcciones y niveles, termina convirtiendo esto en un lago en el cual ahogarse. Cuando la culpa se hace universal se vuelve una cárcel sin escapatoria, que se hace metáfora como un lago tipo pantano, una trampa de la cual no se escapa.

Alrededor del valor y la riqueza espacio del pecado
Ya lo hizo antes del cristianismo después de Cristo, al aplicar una negatividad sobre el mundo entero: la materia se corrompe con el tiempo, es podredumbre, con motivo de un pecado original. Entonces hay que desconfiar de cualquier materialidad. Ya venía desde al Antiguo Testamento, como señaló: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.”[21] Ahí acontece una nihilidad, que consecuentemente conducía al eremita que se abandona en la caverna, huyendo del mundo y la tentación. Tras los siglos, lo repite Nietzsche bajo otra modalidad que resulta en el “crecimiento del desierto”[22], con la metáfora clave de ese abandono del placer y del interés en la riqueza. ¿Para qué maldecir la riqueza? Para revaluar al pobre, entonces ambos extremos, el rojo y el azul se unen en el “Evangelio rojo” de la teología de la liberación (viable contradicción de términos).  

Ahora bien, la premisa implica una consecuencia, que la propia Biblia señala, si todo es “vanidad de vanidades”, entonces “Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu.”[23] ¿Desde dónde se puede afirmar que “todo es…”? Desde una especie de superioridad que juzga la extensión…. ¿Desde dónde se puede afirmar que “todo es vanidad de vanidades”? Desde una múltiple superioridad de quien juzga la hondura y la altura. El sitio desde el cual se juzga resulta una superioridad, al caso como una especie de iluminado o un mensajero de Dios. El discurso propio de Marx también ejerce una función de tal naturaleza: el teórico que mide al todo (a su época) y que es capaz de juzgarlo en hondura y altura, por tanto, se afirma superior a ese mundo. ¿Desde dónde? Marx habla desde el futuro. ¿Desde qué? Marx habla desde la superioridad moral, cita “los sencillos principios de la moral” para cimentar su posición.[24]  Sin embargo, Marx pretende (del verbo pretender y con el adjetivo pretencioso, cuya raíz latina señala el juicio previo)[25] que su discurso en una descripción real y completa, una explicación del proceso económico en un sentido objetivo y no simple condena moral (tipo predicador religioso). Mientras Marx procura hacer una descripción objetiva, el juicio del pecado original en el valor-trabajo se expande por los diversos conceptos.

Esto implica una tensión entre el discurso moralizante y el objetivo, donde El capital, busca demostrar con ciencia dura y pura. La salida metódica de la economía marxista consiste en desdoblar el universo económico entre valor (de cambio, económico, surgido en un nivel más abstracto, mesurable en dinero) y “valor de uso” (el cuerpo de la mercancía, materialidad sin adjetivaciones cuantitativas sino cualitativas, no mesurable en dinero). La dualidad entre dos sustancias impenetrables ha sido un desafío de la filosofía desde que se desdobló la idea y la materia en Platón. Surge el camino de la duplicación del mundo y se repite de sutiles y misteriosas maneras: res cógitans y res extensa; nómeno y fenómeno… No resulta un problema fácil y Engels alega que su amigo lo resolvió con un materialismo radical, sin embargo, el corazón económico (el aparente núcleo racional) del marxismo está sistemáticamente dividido. Los marxistas clásicos fueron ciegos ante tal división, pero los posmodernos o postestructuralistas sí observan esa escisión, que además pretende ser unitaria.[26] Sí Marx pretende que un único método puede atravesar todo saber en una carrera materialista, Engels en su Dialéctica de la Naturaleza explica con sencillez pueril la amplitud de la apuesta: el infinito es la materia repetitiva, que pervive desde siempre y perdura en la eternidad, mientras todo cambia, la materia pretende la eternidad. Y Engels a la repetición infinita la llama dialéctica, extraño rótulo cuando el lema del cambio se torna en no-cambio.[27]

Fracaso de la cura y del curalotodo
El pecado original es un acontecimiento del pasado, por naturaleza inalcanzable, porque si de algo podemos estar seguros es que al pasado nadie regresa, entonces ya sabemos que al instante del “pecado original” nunca vamos al regresar para conjurarlo. Ahora bien, Marx encuentra el equivalente social al pecado original en la “explotación”, que genera una sustancia eterna, en el valor trabajo… entonces la línea del tiempo inversa es inalcanzable y el profeta de la redención del proletariado intenta jalar la línea retrógrada del tiempo (el imposible) para obtener un “salto cuántico” (la revolución pura) que —en la práctica de 50 revoluciones comunistas— se muestra imposible. Como volver al pasado ya sabemos que es imposible, la tentativa es frustrante y su realización una frustración…  Aquí hago una pausa, pues ¿qué no estás de acuerdo de acabar con una opresión horrible y explotadora? ¿Quién no lo está? El problema es de cuál es la causa y cuál el remedio. La causa evidente es la pobreza como improductividad y el propio Marx reconoce que el origen fue la pobreza de las fuerzas productivas (la escasez) la cual se estaba resolviendo enfrente de la mirada del propio Marx, él bajo sus ojos asombrados e indignados miraba que crecían fábricas por doquier. Entonces Marx dice “Bien, ahí está la posibilidad de riqueza, pero está chorreando de un pecado original de explotación y hay que cambiar el modelo pero con una salto que lave el pecado original, con la Revolución Comunista…” Anotemos que la visión de la Revolución-Solución no la inventó Marx, sino que la vivió en su época, pues nació con una “Era de Revoluciones”. Nada más que incluso él propone una solución que nunca sucedió entre las transformaciones históricas, pues un sistema mercantil-capitalista maduró bajo la capa del feudalismo. La ideología suspicaz de Marx visualiza un “happy ending” de la Historia, bajo el supuesto de revertir el “pecado original” de la explotación para proyectarlo en base a una negación.  

Decir que Marx sospecha contra toda producción como portadora de un pecado retoma un argumento de Darío Sztajnszrajber, cuando explica que en cada objeto material es un producto del trabajo y en el discurso de Marx implica que hay un olor al crimen por la explotación. Más exactamente Marx argumenta una película pecaminosa en el valor-de-cambio (mercantil, capital) que envuelve a cada objeto producido, bajo el cual duerme un cuerpo de valor-de-uso a manera de naturaleza virginal. Visto así, el filósofo Marx opera como el predicador del desierto —cuando el Eremita condena toda materia bajo la cual ansía un mundo espiritual—, que es una salvación absoluta; lo cual facilita la hipocondría moral de los dictadores que heredaron la parte tonta del discurso marxista y obviaron el lado luminoso, semejante a los Reyes tiranos decían ser cristianos radicales, mientras mataban a quien se moviera delante de su patio.

El desarrollo técnico y económico del proceso de trabajo (el corazón riguroso del análisis económico de Marx mismo) se revolucionó dentro de las metrópolis bajo el mando de los capitales (la “relación social” dominante), generando una tal productividad que permitió que desapareciera la máquina quebrantahuesos y pulmones que fue la fábrica durante la Revolución Industrial. El infierno dantesco y objeto tecnológico (la vieja ciudad de Londres y alrededores de las novelas de Dickens) de El capital desapareció en un siglo de transformaciones reales, tal como lo observa cualquier estudio sobre la modificación del proceso de trabajo. Cierto que una parte del infierno laboral se trasladó al Tercer Mundo, pero define a un proceso en retirada operativa. 
De antemano sabemos que un médico no es capaz de curar todas las enfermedades de una ciudad y mucho menos del mundo, ¿por qué los partidario suponen que Marx mediante unos cuantos libros de teoría sí descubrió una medicina curalotodo cuando la enfermedad social resulta múltiple e indefinida (miseria, injusticia, enajenación, barbarie, etc.), como se demuestra en el freudo-marxismo que hasta la depresión y la esquizofrenia pretende remediar con píldoras filosófico-políticas añejadas desde el siglo XIX?[28] En calidad de cura social directa, el marxismo aplicado por Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Ho Chih Minh, Kim Il Sung, Castro, etc. fracasó en su promesa esencial: demostró que nunca creaba un sistema social superior al desagradable capitalismo de mercado. ¿Formó una monarquía vergonzante, un neo-despotismo oriental o una pesadilla tipo 1984? Resulta difícil sintetizar una pesadilla múltiple en un único molde, pero sí imaginamos que el propio Marx se vomitaría sobre las momias de Lenin y Stalin, incendiaría los gulag y haría huelga contra las colectivizaciones forzosas; sin embargo, hay una extraña continuidad entre la candidez del patriarca y los demonios que le nacieron.

La unidad de teoría y práctica al desnudo a contraluz del desplazamiento de la dialéctica
La dialéctica se fundamente en que nada se sustente por sí, pues nada es para sí, sino que recorres un camino que desplaza de la tesis, hacia la antítesis y establece una síntesis, que lanza el ciclo… Por ello el término último de Marx para explica la historia son las “relaciones sociales de producción”, pues el camino de lo real es un relacionarse, así que la miseria no es un hecho sino una relación de los contrarios en el proceso productivos, que son para él clases y su nivel superior es la sociedad. ¿Por qué la relación? Justamente porque en la dialéctica nada es autónomo ni se mantiene en sí mismo, debe salir de sí para ser y explicarse, es ese viaje de cada cosa saliendo de sí misma lo que se llama dialéctica, y por tanto lo en sí (la cosa, lo cerrado, lo individual, lo único…) es una ilusión que se explica a relacionarse. Este pensamiento que viaja y se desplaza lo hereda Marx de Hegel, el fundador de la dialéctica sistemática pero radicalmente idealista, y el revolucionario cree haberla convertido en materialista sin viso alguno de idealidad autónoma (metafísica, dualismo, idealismo, más allá, Dios…) sin que el pensamiento se explica por el sistema social y devienen en ideología. Esto implica que la teoría nunca pervive por sí misma sino que debe quedar explicada por una relación social (la trama bajo las ideas) y que en sí misma es inútil, por lo que Marx siempre le exige a la teoría que se convierta en práctica.
La insistencia de Platón no implica la conversión forzosa de la teoría (la suya) en práctica, en cambio Marx sí insiste sobre eso. Platón permanecía prudente para no ser exiliado, cuando ese castigo era muy temido, por eso no insistió que sus ideas debían aplicarse con rigor; en cambio Marx hasta disfrutaba su exilio en Londres, bajo un ambiente más tolerante y cosmopolita, de una Londres que no amenazó con exiliarlo por sus ideas. La petición de realizar las ideas comunistas para alterar radicalmente el orden, mediante un mecanismo revolucionario tipo resorte sí surge con una responsabilidad o pretensión de unificar teoría con práctica revolucionaria. Pareciera que son dos eslabones, donde curiosamente para el pasado Marx sostuvo que las ideas son como una adaptación automática al grupo dominante, mediante un mecanismo ideológico, para que las ideas particulares de los individuos se sometan a las ideas dominantes de la clase dominante. El argumento gustó mucho en su periodo, aunque incluye alguna perogrullada y un factor cuestionable, pues hay un círculo vicioso en muchos argumentos del “materialismo histórico” según lo demostró el periodo marxista de un personaje como Sartre, quien llamó esto un “reduccionismo”.[29] Que las ideas se adaptan al poder de la clase dominante lo aplicó la burocracia del Partido Comunista de la manera más grotesca; con todos los poderes políticos y económicos reunidos en una élite perseguían cualquier disidencia y obligaban a jurar por las ideas del Líder encumbrado; el marxismo pasó de teoría a la figura más burda posible de una ideología que se modifica y hasta reescribe en una historia oficial, hasta borrando de las fotos en biblioteca la presencia de Trotsky, Zinoviev y demás personajes que ofrendaron su vida por la revolución comunista pero incomodaban al autoritarismo del amo Stalin.[30] Y no fue una situación excepcional sino la regla del invierno en las revoluciones comunistas. El propio ejemplo de la relación teoría y práctica del marxismo nos lleva a una paradoja ¿las ideas son liberadoras o implican siempre una ideología de adaptación a la clase dominante (en el sentido ominoso del término dominante)? Por tanto, qué sería el propio marxismo sino una ideología para dominar al proletariado en base a sus propias ilusiones y servir a los burócratas elaborada por los intelectuales no proletarios según lo acusaba el anarquista Bakunin.

La paradoja de la liberación y el humanismo
Desde otro ángulo de su pensamiento, el propio Marx insiste en que busca una liberación del ser humano contra las cadenas radicales que no le permiten la felicidad. En lo anterior he insistido que el marxismo se volvió una filosofía de la sospecha, que dejando la huella de horrendos crímenes en el corazón de la producción, debe imaginar una ruta utópica, que fue aprovechada por un Estado despótico y sin contrapesos, traicionando sistemáticamente las pretensiones de su fundador. Porque debemos señalar que sí pretende la liberación y una muy amplia, para empezar aflojar la cadena de la producción misma y de su fase escasa, porque ahí estaría el oprobio: producción escasa, que además se mantiene falsamente porque el capital convierte el potencial de riqueza en una explotación del trabajador, según lo revelaba la Revolución Industrial. Marx mira algo en el incremento de la productividad ligado al capitalismo, pues la producción creciente es un supuesto para la liberación, según lo señaló desde sus obras tempranas.[31] Pese a la revolución productiva, para las sospechas de Marx, el capital siempre estará más sediento de explotar que satisfecho con el nivel productivo alcanzado —una previsión pesimista, que mira al capital como una máquina presionada al límite por la competencia.
Pero qué es liberación en este contexto: producir lo que se guste sin estar sometido a un yugo externo; hacerlo controlando la producción; recibiendo lo más íntegro el producto del trabajo; laborando sin patologías; dotado de las mejores fuerzas productivas; rodeado de iguales sin someterse a una jerarquía absurda; controlando el destino de su producto… Implica las antípodas de su teoría de la enajenación planteada en 1844, pero cuando menos un sistema más justo y sin opresión. Todo lo cual no sucede en cuanto el Estado se convierte en protagonista y se apodera de la producción, la cual pasa a estar más sometida a designios externos, por tanto radicaliza la enajenación y la condición del trabajador se asemeja más al siervo o al esclavo. Si con rudeza Marx llama al salario una esclavitud por horas, bajo el dominio del Estado, se regresa a una caricatura todavía más opresiva, pues el Estados se vuelve el secuestrador abusivo de la clase obrera, desde la infancia hasta la tumba, controlando cada gesto del ciudadano. 
El concepto candoroso de Marx sobre el destino del hombre lo refleja Fromm en su libro, Marx y su concepto del hombre, donde también estaca los valores humanistas que le interesaban al alemán. La idea humanista del filósofo está centrada en que el capital le parece una estructura enajenada y explotadora que se puede remplazar por una asociación sencilla de hombres libres, que produzcan y consuman en común, sin abusar unos de otros. El camino señalado más bien siembra la tiranía y desarrolla la inhumanidad, en una escala gigantesca, y sin vías alternas evidentes. ¿Cómo un genio filosófico puede ser tan ciego sobre las rutas propuestas? Porque desestimó la necesidad de investigar sobre las rutas del futuro y los problemas acarreados por las líneas maestras de una revolución proletaria que se apodere del Estado.[32] La búsqueda ilusoria de la apropiación para los proletarios, termina resultando otra desapropiación del pueblo en favor del Estado, donde sus amos se convierten en los nuevos monarcas, bajo los nuevos rótulos de izquierda.
Dada la paradoja de las buenas intenciones del fundador y los horrores de los sucesores en algún punto debió podrirse el discurso. El fundador buscaba la consecuencia entre teoría y práctica, pero abrió un torrente para que la anti-teoría del discurso del Estado se involucrara en la debacle de lo real. Si buscando justicia se encuentra una dictadura, la siembra debe contar con grandes fallas y quizá no son las grandes esperanzas las tan fallidas sino el descuido sobre… por ejemplo, culpar a la propiedad privada de lo que no es culpable, porque el Estado es tan capaz de explotar como cualquier privado. Marx creyó con sinceridad que la “relación social capital” posee un hambre infinita de explotación, por lo que deberá siempre de explotar al fondo, hasta dejar en los huesos al obrero. Resulta que esa creencia esencial resultó refutada por el crecimiento de la productividad. Si hay una afirmación parcialmente falsa con la idea de la explotación, entonces habrá que encontrar la afirmación verdadera. Como Marx creyó que esa afirmación sobre la centralidad de la relación de capital, cuando comentó las estratagemas políticas tuvo enormes descuidos que sus sucesores ampliaron, pues olvidó los cuidados de los fundadores de la democracia y las instituciones de justicia para quitarle poder al Estado. Desatando las manos del Estado durante un proceso revolucionario (o convulso) no resulta la liberación de las masas, sino una centralización opresora, con lo cual se abandona en la práctica al humanismo, porque se deja a las masas inermes ante el Estado. Mientras Marx pregonó en armar a las masas con la teoría, sus descuidos dejaron al proletariado desarmado ante los antojos del gobernante posrevolucionario. Cierto que él en lo personal no tuvo tiempo para rectificar, en su vida no vio ninguna revolución triunfante, pero su análisis de los proceso parciales fue superficial, tal como lo demuestra su estudio de la Comuna de París,[33] y esas fallas las radicaliza Lenin, para concentrar el gobierno revolucionario, al enfatizar la dictadura del proletariado.[34] Esto significa que la principal tradición marxista se convirtió en un entregar a las masas insurrectas en las manos del Estado totalitario y el modelo se ha repetido sin muchas variaciones, aunque sí ha sucedido que los procesos entre el proyecto socialista radical y el capitalismo se han mezclado con curiosa heterodoxia posrevolucionaria, como sucede en China y otros países. Sin la intención de destruir el “mecanismo explotador capitalista” al ideología marxista pierde su justificación, como discurso crítico. Sin ese ingrediente se convertiría en otra cosa, más filosófica y quizá hasta aceptable, tal cual lo han reconvertido interesantes sucesores, que desoyen el contenido económico de su discurso como Fromm o Marcuse, que dan un sesgo más humano y rechazan los frutos estalinistas.[35]

Las culpas pagadas, el flujo del tiempo
Siendo el eje psicológico de este argumento que la parte no-científica de Marx está guiada por una culpa móvil que se traslada desde la opresión pasada y presente (hasta el siglo XIX) hacia un futuro incierto, entonces está transitado por una emoción negativa sin solución. Porque la culpa es un asunto del pasado, imposible para el futuro su traslado; porque la culpa permanece en la mente individual y en la interpretación colectiva, pues no se plasma en el valor de los objetos (la sangre en el lujo) ni da vida a la relación social llamada capital. El cristianismo ofreció a un redentor para pagar las culpas del mundo, Marx soñó una ablución purificadora mediante la revolución, que adquiere estatuto místico, por tanto ilusorio.[36] Utilizar las culpas individuales y colectivas para agitar el ambiente social y experimentar con revulsiones radicales no sirve de nada, como lo demostraron los fracasos postrevolucionarios. Las culpas se resuelven al comprender que el pasado nunca cristaliza de manera estricta, el tiempo fluye abandonando al objeto producido y el trabajo vivo nunca cristaliza en el valor, de tal manera que tampoco crea un supra-sujeto de valor que se valoriza, llamado capital. El comando de masas proletarias bajo empleo industrial demostraron su eficacia y capacidad para reducir el horizonte de la miseria de la humanidad, atribuir su éxito (o fracaso) a una metafísica de la valorización del valor, resulta (jugando con los términos) una fetichización.[37] La industrialización operó bajo capitalistas dispersos o bajo el plan centralista del Estado, por tanto, configuró una operación económica universal, que no se debe atribuir a un sujeto meta-físico. Cuando el nivel de ingreso de las poblaciones prospera y la reducción de la miseria se unen entonces los procesos productivos han funcionado, la evidencia señala que las culpas de las viejas miserias están pagadas por sí mismas, conforme han desaparecido las susodichas pobrezas y explotaciones.

NOTAS:


[1] La opinión de Marx está en uno de los prólogos al primer tomo de El capital.
[2] De Sartre este enfoque viene tanto en el Prólogo a El idiota de la familia (biografía de Flauvert), como en La crítica de la razón dialéctica.
[3] La carta juvenil de Marx viene en la selección de Escritos juveniles, casi al principio, Ed. FCE.
[4] Manuscritos E-F, 1844, p. 55.
[5] Marx rechaza lo que se llamaba la “ley de hierro de los salarios” que los suponía siempre de miseria en el régimen capitalista, acepta que oscilan y que pueden subir; quizá sin imaginar cuál altos llegarían a ser en el siglo XX.
[6] Ernest Mandel en La formación del pensamiento económico de Marx explica que buscando un sustento teórico, quedan pocas opciones para dar un segundo nivel explicativo al mecanismo evidente de la economía. La “ley del valor trabajo” ya venía integrada a la economía política clásica, que buscó perfeccionar Marx.
[7] Porque no existe una manera práctica de convertir las cantidades económicas monetarias en “horas de tiempo de trabajo socialmente necesario” y de ahí regresar con utilidad al análisis. En el fondo, simplemente el “tiempo no se acumula en los objetos” y la productividad incluso vista como los objetos producidos en cierto tiempo cambia constantemente. El primer Foucault roza la problemática que implica creer seriamente que el “tiempo se acumula”, aunque más enfocado contra David Ricardo, en Las palabras y las cosas. 
[8] Ernest Mandel es de los pocos que observan la inicial reticencia de Marx contra la teoría del valor trabajo de Adam Smith y David Ricardo, los economistas clásicos predominantes en su época. En La formación del pensamiento económico de Karl Marx, de 1843 a la redacción de El capital.
[9] Marx, El capital. Capítulo XXIV. Los conquistadores españoles y portugueses no establecen ninguna relación directa con la formación del capital industrial, oriundo de los países “pobres” de Europa; al contrario, son antagónicos, pero para Marx hay un referir de una villanía conquistadora con la explotación industrial. El desplazamiento de las culpas siempre opera en ese enfoque.  
[10] Véase Mandel Tratado de economía política marxista y las tonterías de Arno Peters para su “rosa” de las horas trabajadas.
[11] Por ejemplo, en los demás países comunistas, operaba un fiasco semejante, como lo plantea Rudolf Bahro en La alternativa, que muestra el laberinto en que cayó el sistema.
[12] Manuscritos E-F 1844, p. 55. Marx busca un factor clave, por eso el obrero productivo le parece el eje del sistema, tanto para su producción como cambio.
[13] Lefebvre en Lógica formal, lógica dialéctica. Aunque la figura tesis, antítesis y síntesis no es el modo en que lo expuso el propio Hegel.
[14] La propia historiografía marxista demuestra que los modelos econoómico-sociales llamados modos de producción anteriores nunca sucedieron por una revolución de los desposeídos, sino por acomodos de fuerzas ascendentes y cuando hubo revoluciones populares fue para encumbrar a nuevos amos. Véase Anderson Las transiciones de la Antigüedad al Feudalismo.
[15] Todas las experiencias revolucionarias socialistas han llevado hacia lo mismo, pese a las buenas intenciones y hasta simpatía de tantos líderes por sus pueblos. En el extremo el líder dictador masacra y destruye a su país, como sucede con Camboya y Corea del Norte; en los casos menos severos el sistema se va desgastando con lentitud y demuestra que no viaja hacia ningún futuro luminoso como Cuba o Nicaragua. 
[16] Manuscritos E-F 1844, p. 58.
[17] La transición de Baudrillard desde un marxismo más o menos convencional hacia la filosofía posmoderna centrada en la crítica de la sociedad de consumo es ilustrativa del cambio de época. En Economía política del Signo, El espejo de la producción, Cultura y simulacro, etc.
[18] Fromm, Marx y su concepto del hombre.
[19] De ahí un argumento que machacó Engels más que él, sobre la “socialización creciente de las fuerzas productivas” como fundamento de un socialismo promisorio.
[20] Para su teoría, Marx señala que capital solamente es el dinero que se valoriza a sí mismo, incrementa con el tiempo, principalmente a través del empleo de obreros, que él considera explotación.
[21] Eclesiastés se supone que son versificaciones atribuidas a Salomón, aunque resulta dudoso.
[22] Así habló Zaratustra.
[23] Eclesiastés 2:17.
[24] Marx suele hablar poco de ética o moral, sin embargo, su posicionamiento entero se fundamente en los presupuesto de una superioridad ética sobre su época.
[25] Pretender proviene del latín “pre” lo anterior y “tender” que es estirar; hay un estiramiento desde antes. El adjetivo pretencioso da un mayor énfasis en aparentar lo que no es, intentando darle más realce o superioridad.
[26] Por ejemplo, Negri y Hardt rechazando la dialéctica como un trascendentalismo, en Imperio.
[27] Engels en su Dialéctica de la Naturaleza y Anti Dühring.
[28] Esto no implica una crítica en sí a la mixtura de Freud con Marx, pero sí a sus vectores ingenuos. Con momentos brillantes, Marcuse propugna que un desplazamiento social podría curar la depresión universal del “hombre unidimensional” sin que esto implica una receta precisa. Véase El hombre unidimensional.
[29] Jean Paul Sartre, Crítica de la razón dialéctica.
[30] Isaac Deutscher, Trotsky: el profeta desarmado.
[31] Esto se perfila desde La ideología alemana, pero se acentúa desde El manifiesto comunista.
[32] Marx, Crítica al Programa de Gotha.
[33] Marx, La guerra civil en Francia.
[34] Aunque el concepto dictadura del proletariado ya aparece en Marx y Engels, su énfasis autoritario es más discreto, pero en Lenin es abundante el material en ese sentido recopilado en múltiples colecciones como Estado y revolución. Únicamente al final de los días Lenin percibió que el Leviatán estaba despertando dentro de la URSS.
[35] Fromm propone dar un sesgo de “socialismo humanista” incorporando lo mejor de la ética universal y la psicología moderna; Marcuse señala que el problema está en una pulsión represiva del “deber ser” que inhibe el potencial utópico y liberador. Así, cada marxista y post-marxista interesante elabora su propia superación contra el horror estalinista.
[36] Marx conocía bien a Feuerbach con su La esencial del cristianismo donde mostraba cómo la estructura de la religión correspondía con la forma social y sus movimiento fundamentales.
[37] La teoría de la enajenación, tomada en serio por algunos marxistas resulta clave como crítica de las sociedades, en particular el fetichismo implica un adorar ídolos falsos en los objetos materiales. Véase Lukács en Historia y consciencia de clase.