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viernes, 12 de abril de 2013

MOCTEZUMA: —CORTÉS, TU TÁCTICA VICTORIOSA, MI ESTRATEGIA PARA LA ETERNIDAD



Por Carlos Valdés Martín

El emperador Moctezuma murió apedreado por su gente cuando se presentó ante la multitud indignada e intentó evitar que atacaran a los soldados del conquistador Hernán Cortés. Los aztecas se habían enardecido luego de una artera matanza contra pobladores desarmados quienes celebraban una festividad en el Templo Mayor. Esa masacre fue orquestada por el capitán Alvarado cuando estuvo algunos días al mando de las fuerzas de Cortés en la Tenochtitlán ocupada.

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“Lo mío no es inocencia, ni entrega idiota. Te imaginas, Hernán, que mis actos son torpezas y debilidades fruto de superstición y crees que nuestros dioses nos conducen hacia el fracaso. Pero esto no sucede como imaginas, tu sueño es un fragmento de mi pesadilla; tu sueño es el triunfo, mi pesadilla es un sacrificio sin medida. Para mi pueblo ya había sonado la hora del sacrificio supremo para caer ante extraños y doblar la cabeza, como el venado flechado por cazadores. Era inevitable apurar la derrota y postrarse ante el ganador. La mayoría de mi gente ignora el verdadero plan, no sabe que debemos inmolarnos. Ellos ignoran el fondo y creen que los traicioné. Ese odio de mi propia gente duele más que mi próxima muerte. No es necesario adivinar el futuro para anunciar mi sentencia de muerte y ahora mismo siento una tumba alojada en el frío de mis huesos”
Bajo el manto de la noche silenciosa Moctezuma mira hacia la inmensidad. Su interlocutor está ausente, Cortés ha salido para buscar nuevos aliados entre tribus vecinas que aborrecen a los aztecas. Tenochtitlán, la ciudad en medio del lago, en su completa extensión huele a cadáveres insepultos y hambre. La brisa fresca cada noche viaja desde la montaña y atraviesa el lago que rodea la ciudad, pero ya se ha mezclado con el olor del miedo. El rey prisionero mira por una pequeña abertura dirigida hacia la región celeste donde atraviesa la estrella de Quetzalcóatl. Afuera un guardia duerme parado, apoyándose en su enorme lanza para soportar el peso. Un pequeño cuarto del palacio de Tenochtitlán sirve como prisión improvisada para el rey azteca.
Las lágrimas ruedan por su rostro, mientras Moctezuma repite un argumento discutido tantas veces con los sacerdotes supremos cuando ellos adivinaron el futuro: “Sacrificarse es el mejor medio para sobrevivir; es infinitamente mejor caer ante los soldados de León y Castilla, que resistir otro siglo para luego terminar aniquilados ante la siguiente oleada de invasores. Ese es el destino: ha de perecer la mayoría para que unos cuantos sobrevivan, no existen salidas sencillas. Quienes no aceptaron ese destino huyeron hacia los desiertos y a las selvas, ahora son peregrinos de su perdición, obligados a refugiarse en desfiladeros y olvidar el esplendor de estas pirámides de Tenochtitlán. Un plan tan osado y de largo aliento jamás lo comprenderían los jóvenes. Los sacerdotes lo previeron todo a detalle y, en ceremonias solemnes, ellos propagaron la profecía del regreso del dios Quetzalcóatl Serpiente Emplumada para que el pueblo reverenciara a los invasores sin conocerlos y sin saber que serían sus verdugos. Los sacerdotes lo repetían cuando surgían luces misteriosas en el cielo: ‘Viene el dios desde Oriente’. En las festividades ellos mismos colocaban joyas y espejos dentro de los animales ofrendados para gritar que eso era un prodigio y convencer a los escépticos de algo increíble. Cuando tuve las primeras noticias sobre teules comprendí que los días tormentosos habían llegado, pues era verdad todo lo previsto por los adivinos. Antes los preparativos hasta parecían un juego, como preparar el festejo para un invitado que no confirma su asistencia a la gran fiesta. Seguí con la representación y envié embajadores para que pusieran cebos en tu camino, no fuera a ser que desviaras de la ruta segura hacia mi Tenochtitlán. Con regalos preciosos cebé tu ambición. Y objetos prodigiosos con que me correspondiste sirvieron a nuestros fines. Yo mostré los extraños cascos y espejos que enviaste, de ese modo los dudosos calmaron su aprensión y los últimos desconfiados creyeron que sí venía nuestro dios Serpiente Emplumada.”
Moctezuma hace una pausa para clavarse una espina de maguey en una coyuntura, un sitio donde no sangra y nadie lo notará. Vuelve a sus cavilaciones atrayendo a su interlocutor imaginario: “Mucho antes de la llegada de tus hombres barbados, como gobernante debía ofender a nuestros vecinos, por ejemplo, atacando a los tlaxcaltecas y mixtecos para que nos odiaran con vehemencia. Nuestros vecinos se arrojaron en los brazos del extranjero. Su alianza contigo, Cortés, no fue por traición, pues no les dejamos alternativas y debían aborrecernos. Cumplí el plan al pie de la letra sin descuidar esfuerzos ni omitir minucias. La profecía de los sacerdotes se cumplió, sin embargo, es terrible cargar con esta culpa. Hoy mismo los jóvenes guerreros se agolpan exigiendo un guía valiente y escupen sobre mi nombre diciendo que soy un cobarde. Las mujeres esconden entre los brazos a sus críos temiendo la muerte que ronda por toda la ciudad; ellas tienen razón, el eco de sus gritos me persigue y no duermo. Sus lamentos confundidos con el viento que baja desde las montañas me perseguirán hasta el Inframundo. Recuerdo a mi hermosa nuera intentando arrancarme la verdad con desesperación: —¿Es cierto lo que afirma la adivina que mis hijos varones morirán y mi hija calentará el lecho de un teul blanco y barbado? ¿Demolerán nuestros templos sagrados?”
El emperador suspiró, clavó sus ojos en las estrellas intentando contener el llanto. Había conducido a su pueblo al borde del precipicio y faltaba lo peor, todavía deberían lanzarse y caer cual enjambre de insectos en un pozo, separando sus miembros como lo indica la enorme piedra de la Luna: brazos descoyuntados y separados del tronco. A la distancia escuchó el rechinar de las ropas de Pedro de Alvarado, a quien Hernán Cortés confiaba las tropas en su ausencia; ese olor y sonido le eran inconfundibles, mezcla de cuero y metal. El capitán español tampoco dormía, temiendo que una sublevación de los aztecas le tomara por sorpresa. El monarca era su rehén y garantía contra el pueblo ofendido, pero Alvarado olía el descontento y deseo de venganza entre los jóvenes nativos.
—Despierta guardia, que los idólatras están al acecho, si sigues dormido puedes despertar con la garganta cortada.
—Sí, señor, fue un pestañeo —tembló el guardia, mientras sentía la sombra de su jefe avanzar con paso decidido.
Alvarado traspasó la sencilla cortina del umbral; encontró al emperador de pie mirando por una pequeña ventana y contra el reflejo de la luna creciente observó lágrimas corriendo. Escupió el sabor amargo de la boca hacia un costado: —Majestad de los aborígenes, no vaya a decir que le maltratamos; esas lágrimas podrían molestar a su gente; de por sí, los suyos traman ideas alocadas; a ellos no quiero verlos levantar hachas y macanas.
El capitán acostumbra mantener la mano diestra sobre la empuñadura de su espada. Ante el silencio del emperador indígena, el capitán llamó a la intérprete que lo seguía pero no había traspasado el umbral, pues la antigua ley no permitía a los nativos acercarse ni mirar al gobernante. Desde la llegada de los extranjeros, las añejas reglas estaban quebradas, pero la gente seguía acostumbrada y reverenciaba a Moctezuma.
Con paso suave y cabeza agachada para no ver al Gran Señor de Tenochtitlán, la intérprete se colocó a un lado de Alvarado, quien dijo: —Debes hablar con tu gente poniendo una mejor cara, nada de lágrimas ante el pueblo.
Y la joven repite.
El emperador pasa el dorso de la mano por sus mejillas, suspira y medita un instante. Ya sabía que Alvarado era un animal salvaje, listo para lanzarse contra cualquier presa. El rey desea tranquilizarlo, sin embargo, el cansancio doblega sus párpados. Explica su tristeza al fiero soldado, quien no cree ni una palabra de lo dicho.
Mientras la temblorosa doncella traduce, el sueño asalta y se apodera del emperador que da un traspié. Con los ojos cerrados su mente vuela y en un instante contempla las estelas destruidas, el rugido de cañones haciendo temblar la tierra y una turba de enemigos degollando a su familia noble. Sueña al volcán que domina el Valle de México en erupción y sus propios esfuerzos vueltos ceniza; por si algo funesto faltase: una multitud maldiciendo su recuerdo y pisando su tumba. En la niebla del caos un fiero ocelote acecha y lo persigue; ese animal también es persona, efecto del nagual que mezcla gente y bestia. El ocelote-persona con figura de invasor empuña una daga y avanza rápido, mientras el emperador está agotado. Moctezuma da un paso hacia atrás y abre los ojos: en la semioscuridad distingue a Alvarado avanzando con furia y alzando la mano con un acero.
—¡Ni un gesto en falso! —grita Alvarado al reaccionar contra un movimiento inesperado y blande su arma— Ni se te ocurra nada, que este filo toledano anda hambriento.
El rey murmura: —Tu sueño también es un fragmento de mi pesadilla.

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Cuando los teules llegaron por primera vez a Tenochtitlán hubo un temor revuelto con inquieta curiosidad y hasta alegría por suponerlos dioses. Ellos fueron alojados en los recintos reales y rodeados de mimos, pero no estuvieron satisfechos. Esas primeras impresiones quedaron pronto aniquiladas por el comportamiento violento de los soldados, el maltrato hacia los nativos y la insistencia por acabar con la religión local.
Hernán Cortés está afuera de la capital azteca, viaja sin descanso para buscar refuerzos entre los indígenas de la zona. Sus soldados temen una sublevación por el descontento de los aztecas.  Cada día el Capitán General se entrevista con distintos caciques y los compromete a enviarle más tropas, él tampoco confía en los aborígenes, pero sabe que el odio entre las tribus es grande y muchos imaginan que la caída de los aztecas los beneficiará.
En Texcoco no han aceptado apoyarlo contra los de Tenochtitlán, pues su alianza centenaria los obliga a seguir fieles. Cortés consigue un pacto con otros caciques, pero recibe noticias inquietantes que lo apresuran a moverse más lejos. En un par de jornadas localiza a un contingente militar enviado desde Cuba con intenciones hostiles. Tras un golpe de fortuna, Hernán Cortés logra convencer a la tropa de Pánfilo Narváez para unirse a su causa y obtiene más soldados y armas.
Mientras tanto el capitán Alvarado, a cargo de Tenochtitlán, ha atacado una enorme reunión festival y masacrado a los asistentes sin respetar a mujeres ni a infantes. Apresurado y temiendo una sublevación, Cortés debe volver a la capital azteca.

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Un augurio espantoso se extiende a modo de enfermedad, a diario los aztecas de la capital caen enfermos por centenares y, sin medios para seguir los rituales funerarios, algunos dejan caer los cadáveres al Gran Lago que rodea la ciudad.
Con un numeroso contingente de indígenas aliados regresa Cortés a Tenochtitlán. Poniéndose el sol tras las montañas la oscuridad desciende con su manto y enciende las estrellas sobre las aguas serenas del Gran Lago. En el centro de la ciudad, las calles están casi vacías cuando las mujeres se alejan corriendo y los jóvenes se quedan ocultos.
No es necesario que le reporten a Cortés del comportamiento salvaje de Alvarado y sus soldados durante su ausencia, siempre lo ha sabido: ese hierro ardiente se refrena por poco tiempo.

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Moctezuma está sentado en cuclillas, según una estricta disciplina, descansa el cuerpo sobre los tobillos, con la cara entre las piernas y los brazos arriba. Curioso ovillo humano, para ocultarse del ambiente y escapar de la tragedia, por fin una breve siesta en paz que es interrumpida.
Acompañado de su fiel Malintzin, entra Hernán Cortés al pequeño cuarto de cautiverio, saluda y continúa con una disculpa: 
—Siento una gran pena por las acciones de mis soldados, no han obrado conforme a las enseñanzas de nuestro único y grande Dios, lo cual no excusa que tu gente caiga en idolatría y sigan empeñados en sus rituales demoniacos.
Cada palabra es traducida con un murmullo dulce de doncella.
Moctezuma levanta la cabeza y aleja la neblina del cansancio: 
—Nada justifica la matanza de Alvarado, tu gente no fue agredida; los asistentes estaban inermes en el Templo Mayor; pero no vienes para lamentarnos de los muertos. Tus motivos suelen ser urgentes.
—Deberás excusarnos ante los tuyos, habrás de calmar los ánimos.
El monarca habla con pausas para dar tiempo a la comprensión: —Lo haré como me lo pides pero será inútil. Abrí las puertas de la ciudad y entregué a mi pueblo, para que el dolor no fuera tan prolongado. Nuestros dioses aconsejaban el sacrificio y sometimiento. Comprendo que debemos darles hasta nuestra sangre; pero no de ese modo, no acepto que destrocen a tantos inocentes; en ninguna guerra se debe perseguir a mujeres y niños. Ya sé que ese Alvarado siembra el miedo hasta paralizar los corazones. Tú tejes alianzas, prometes… —el rey indígena duda mientras aprieta discretamente una espina de maguey entre sus manos, según una costumbre de penitencia para dominar el dolor— en fin, posees el don de mando. Esa otra bestia hambrienta cercena y descuartiza… Siempre he cumplido mis promesas para que ganes… Pero, señor Hernán, aún sigues desconfiando, cada vez traes a esta ciudad a más enemigos y me refiero a tantos caciques enardecidos. Bien sé que esos caciques nos odian, yo mismo los provoqué durante años. Sin embargo, yo que tú no jalaría tan fuerte de la cuerda que ata el cuello de mi pueblo…
—No tomes a mal que siga trayendo refuerzos, es un tema de táctica militar para juntar más fuerzas aliadas. Eso lo debes comprender.
—Entiendo, Cortés, tu táctica es para la victoria, mi estrategia para la eternidad. Una victoria la merece el fuerte y audaz, la eternidad es manto de estrellas cubriendo el honor de los justos y su pueblo. El Quinto Sol renació tras un cruel sacrificio. Ahora es temporada de agonía, pasado mañana para renacer; la semilla de maíz muere en la tierra y renace en cada estación.
El gobernante prisionero volvió a sentir el peso del cansancio y guardó silencio. Hernán Cortés sabía escuchar y antes de cualquier decisión medía las posibilidades de sus oponentes. Moctezuma era una pieza muy valiosa de su arsenal, pues quizá volvería a calmar los ánimos rebeldes de los aztecas que anhelaban vengarse luego de la matanza: —Debes calmar a tu gente, muchos resultarán dañados si se dejan conducir por sus impulsos; ya he elogiado tu prudencia y he prometido respetarte, así como a tus familiares.
Cortés, conocía la valía de la cautividad de rehenes en guerras de conquista, una astucia sabida desde hacía siglos.
—Lo haré, calmaré a mi pueblo, sin embargo no lo haré por tus promesas, sino porque así está marcado. Mientras más breve sea la entrega, menos dolorosa será la agonía. Intercederé, una o cien veces, suplicaré a los guerreros que dobleguen las lanzas ante ti cuantas veces sea necesario.
Cortés rasca su barba crecida, mientras sonríe con superioridad y, en un atisbo de predicador, comenta: 
—Lo equivocado con tu pueblo es la religión idolátrica; mí gente ganará por la Providencia, para limpiar estas tierra de efluvios diabólicos y abrirles el camino del cielo a ti a tu gente.
El azteca mira al conquistador como si permaneciera al otro lado de una montaña de cristal:
 —Mis dioses no odian a los tuyos ni están abandonándonos; sí es cierto que ellos nos castigan con dureza y desde tu lado este castigo nuestro resulta absurdo. Hay un motivo en los glifos que no te había dicho. Tu palabra se esconde en pequeños garabatos, que perdurarán en el frágil amate; en cambio, esculpidos en piedra y dibujados en códices, nuestros hermosos signos mañana serán un enigma. Nuestra caída empezó hace mucho cuando los seguidores de Tezcatlipoca expulsaron a Quetzalcóatl, así, nuestro guía dejó su obra inconclusa y quedamos como huérfanos. ¿Qué importan esos signos que ustedes atesoran? Desde Aztlán, nuestros antepasados cruzaron el desierto y la agónica travesía se transmitió de boca en boca desdibujándose cual nube que se aleja; después cuando levantamos con orgullo nuestros monumentos de roca quedó un detalle pendiente. ¿Quién nos comprenderá mañana? Es suficiente agonía entregarnos ante tus lanzas y hogueras con la esperanza de que sobrevivirán los aztecas cautivos para repoblar estas tierras. Pero eso no es todo. Con los pequeños garabatos la memoria regresa. Esta triste noche quedará fija en tus signos, con más dureza que en códices y piedras; así, alguno conservará esta desgracia en esos garabatos. Después alguien más soltará este recuerdo como un ave que regresa al nido —la voz del rey se quebraba— y en otra noche lejana un desconocido sabrá del corazón acongojado de Moctezuma ante el Capitán General Cortés. Una noche el pájaro estará regresando al nido en forma de garabatos. Esto lo previeron los sacerdotes y si en lo demás han acertado ¿por qué habría de desconfiar de otro augurio? Aunque el gran Hernán no crea en la palabra sincera de este prisionero y mueva la cabeza negándolo.
El conquistador interrumpió y lanzó una mirada de incredulidad: 
—Ahora no interesa platicar de signos ni augurios ni aves que vuelvan a sus nidos, interesa sobremanera confirmar tu promesa de que calmarás a la gente.
El emperador decepcionado por la inutilidad de su explicación: 
—Ni la palabra honesta ni la lágrima furtiva traspasan tu coraza de guerrero, pero no tengo nada que hacer con la más justificada de todas mis tristezas. He hablado en demasía, te bastará mi palabra que es de honor...
A lo lejos sonó el caracol que atravesó completo el Valle de México y los interrumpió. Según una costumbre ancestral, desde las remotas costas los mercaderes traían piezas de caracol marino casi del tamaño de una cabeza. Al soplar con precisión sobre una incisión central, se crea un sonido bajo y potente, que se expande y obliga a voltear las miradas como si anunciara la proximidad de un temblor de tierra. Según su tradición ritual ese estruendo servía para proclamar eventos solemnes y abrir las grietas del trasmundo.
Cortés levantó la cabeza y pidió atención, sospechando que eso anunciaba una convocatoria para sublevar a la gente.
El caracol volvió, pero no aislado, vibró un coro proveniente desde los cuatro puntos cardinales:
 —¿Qué es eso que escuchamos?
Malintzin contestó a Cortés: 
—Son los caracoles ceremoniales, pero hoy no celebran ritual alguno.
El monarca inclinó la cabeza a modo de despedida: 
—Los caracoles al sonar anuncian el final, después viene una noche profunda con oscuridad sin estrellas y en su pozo sin fondo dormirá la semilla esperando amanecer. Nada quisiera más que apurar ese amanecer cuando el ave regrese al nido, ya que para mí todo lo demás es silencio.

miércoles, 3 de abril de 2013

RESUMEN DE PARA UNA CRÍTICA DE LA VIOLENCIA DE WALTER BENJAMIN




Por Carlos Valdés Martín


Esta obra fue un ensayo publicado por Walter Benjamin en 1921, donde el “ambiente” de fondo es la secuela de la Primera Guerra Mundial, con su miseria, insurrecciones y hasta revoluciones; también momento de reconstrucciones frustradas y venganza disfrazada de los ganadores (cobro de las reparaciones de guerra; alteración de costumbres, surgimientos de vanguardias artísticas y un ambiente general de enormes tensiones en toda Europa. La coordenada del espacio lo sitúa en Alemania, epicentro del esfuerzo bélico y luego de la miseria y agitación tras la derrota. En la coordenada de clase social, él proviene de la burguesía acomodada, se integra como intelectual con estudios filosóficos y se enfila en la ruta de la oposición de izquierda, al viajar a Moscú en 1926. El origen étnico como judío se sobrepone en el ascenso del fascismo y la persecución termina por acorralarlo. Radicado en Francia decide intentar una huida cuando los nazis se están apoderando de ese país. En 1940 sobre la frontera española de Portbou, su desenlace redondea una tragedia personal que agrega un tinte mítico a su biografía.

Inicia de un modo muy directo cuestionando y proponiendo una crítica: “La tarea de una crítica de la violencia puede definirse como la exposición de su relación con el derecho y con la justicia. Porque una causa eficiente[1] se convierte en violencia, en el sentido exacto de la palabra, sólo cuando incide sobre relaciones morales. La esfera de tales relaciones es definida por los conceptos de derecho y justicia.”[2] Resulta, dramático y estremecedor, reconocer que estas líneas fueron escritas por quien terminó sus días como trágica víctima de la violencia racista del fascismo, en un incidente cuando intentaba escapar en una ruta sobre los Pirineos para atravesar España, condicionado por una fuerte afección cardiaca que le dificultó exponerse a las rudas condiciones de esa escapatoria.

Si bien el tema de la violencia de entrada resultaría más de moral (y para la tradición marxista dominante tema “socio-histórico” de la moral de clase), que otra cosa, Benjamin se adentra primero en el derecho. Ahí coloca la violencia en el reino de los fines separado del reino de los medios. “Esto se plantea en la pregunta acerca de si la violencia, en cada caso específico, constituye un medio para fines justos o injustos.”[3]. De entrada, el derecho asumiría que los fines justos son justificación, más cuando están sancionados por el mismo derecho, aunque esto se divida en dos escuelas fundamentales del derecho, la jusnaturalista (que considera el fondo moral u otro marco[4]) y la juspositivista (que considera el aparato del derecho en sí mismo, separándolo del contexto moral u otro marco). Afirma Benjamin que el jusnaturalismo (o Derecho natural) acepta la violencia sin más cuando está justificada por el fin. Estima que ese jusnaturalismo ha sido reforzado por el darwinismo, el cual ha visto a la violencia como un “medio natural” indispensable de la evolución (la muerte de individuos y especies inadaptadas) y que se ha extendido como “darwinismo social”.  
El Derecho positivo o juspositivismo (asumiendo una narración del sistema jurídico) no se interesa en la justicia moral del fin, sino en la legalidad (traducido como legitimidad) del acto jurídico. Así, se definen dos criterios según cada escuela jurídica: “El derecho natural tiende a ʺjustificarʺ los medios legítimos con la justicia de los fines, el derecho positivo a ʺgarantizarʺ la justicia de los fines con la legitimidad de los medios.”[5] . Benjamin estima que cada teoría parte de supuestos diferentes y no resultaría viable su mutua anulación, desde sus propios postulados.

Por el momento, Benjamin deja fuera el reino de los fines, para centrarse en la “legitimidad” de ciertos medios que constituyen la violencia. Considera inútil mantenerse en el jusnaturalismo, pues saca el tema hacia los fines, un enfoque que estima desemboca en una casuística sin final; en cambio, considerará al juspositivismo que sirve para clasificar[6]: empieza por la distinción entre la violencia sancionada y la no sancionada. El objetivo es observar qué consecuencias tiene para la crítica de la violencia esta distinción entre violencia históricamente sancionada y no[7]. La observación plantea buscar un criterio fuera de esas filosofías del derecho para plantearlo en la filosofía de la historia.

Estima Benjamin que la legislación (europea general como su ámbito conocido) “Como principio universal de la actual legislación europea puede formularse el de que todos los fines naturales de personas singulares chocan necesariamente con los fines jurídicos no bien son perseguidos con mayor o menor violencia.”[8] Por tanto, tiende a rechazar la violencia y “minimizarla”, considerando que la violencia “en manos de” la persona aislada como un potencial de perturbación, aunque ve Benjamin una excepción en el “derecho a la legítima defensa”. La tendencia del derecho es a monopolizar la violencia y excluir a la persona aislada de esa práctica. De modo irónico, señala Benjamin que esa tendencia se vincula con la admiración popular hacia el gran delincuente[9]

Sin embargo, el derecho positivo sí reconoce la aparición de la violencia en el ordenamiento jurídico en unos pocos puntos: “La clase obrera organizada es hoy, junto con los estados, el único sujeto jurídico que tiene derecho a la violencia.”[10]  El derecho de huelga es esa expresión, aunque se observe más como un no actuar, pero para la clase obrera es “el derecho a usar la violencia para imponer determinados propósitos”[11]. En unos casos la huelga parecerá pacífica, aunque siendo una “especie de extorsión” se reputará de violenta; todavía con más razón la “huelga general revolucionaria” la estimará el Estado como violenta. Esa operación de huelga general la estima bien definida dentro ese término de violencia, “podrá ser llamada violencia en la medida en que ejerce un derecho que posee para subvertir el ordenamiento jurídico en virtud del cual tal derecho le ha sido conferido”[12]. En fin, estima Benjamin que el derecho de huelga descansa sobre “contradicciones objetivas”, las cuales deben remitir a las visiones de Marx sobre una estructura social contradictoria.

Estima que el derecho de guerra se basa sobre las mismas contradicciones que el de huelga, mostrando contradicciones entre los fines de los sujetos del derecho y los poderes (el Estado). Este punto le lleva Benjamin a un desenlace sorprendente (aunque muy estimado por el marxismo) que indica la terminación de una guerra conduce hacia una paz[13] y una sanción de la victoria en “ceremonia de paz” donde se establece un nuevo derecho: la forma extrema de violencia militar al terminar funda un derecho. Este punto (con alguna timidez aquí) lo universaliza (con cierto parentesco recuerda la manera como Bataille usa lo negativo como fundamento[14], con quien tuvo contacto) y plantea que “existe por lo tanto implícito en toda violencia un carácter de creación jurídica”[15]. Sin embargo, comento que este punto crucial merece un estudio más detallado, porque es el triunfo (el sometimiento del bando contrario) lo que determina todo y no es el acto violento en sí; parece un tema de matiz, pero trasciende. El destino de la contienda no depende de la violencia misma, sino del efecto en los bandos, por tanto, cabe el caso extremo de que el bando que menos (suponiendo grandes grupos, la inexistencia sería inviable) la ejerza sea el ganador, siendo también posible un efecto desmoralizador (la tierra quemada) o abandono del liderazgo (la muerte natural del caudillo inclusive). De tal manera, que esa modificación de las voluntades colectivas en el “tratado de paz” puede resultar independiente de la violencia activa, la cual quedaría como mera posibilidad (pero ¡cualquier evento negativo es posibilidad en el campo humano! Y no solamente la violencia, pues tenemos la enfermedad o la vejez); en ese sentido, parece una visión más profunda la famosa de Hegel en su dialéctica del señor y el siervo, que es lucha de conciencias por el reconocimiento, donde el horizonte de la muerte se suspende como posibilidad y se somete la libertad; al menos, más completo que una violencia fundadora. Precisamente, como causa eficiente que afecta la moral, no resulta un acto de fundación de nada, sino cuando somete la voluntad ajena y ambas partes pasarán a entablar alguna modalidad de “acuerdo”, que presenta Benjamin como “ritual de paz”.

En este punto, Benjamin explica que ya ha existido una crítica a la violencia del militarismo, a raíz de la Primera Guerra Mundial. Con el servicio militar obligatorio el Estado engancha en la campaña de violencia militar a toda la población, lo cual ha sido “juzgada recientemente en forma más resuelta que el uso mismo de la violencia”[16].  El servicio militar con su coacción, lo desnuda Benjamin como el ejemplo más claro de “violencia conservadora del derecho”  practicado por el Estado, el cual amenaza[17] “Pues el poder que conserva el derecho es el que amenaza”[18].

Una consecuencia de la crítica pacifista impotente (conforme a opinión Benjamin) del militarismo, es su vinculación con Kant, pues se argumenta una versión de un imperativo categórico[19] donde se exige considerar a la humanidad como un fin, no sólo como medio. Debo recordar que esta crítica se coloca entre los medios y saca del tema los fines, la pregunta sería si es posible estudiar la moral en ese contexto. El imperativo de Kant nos invita a no hacerlo; se anota que Benjamin oscila, pues termina regresando los fines sin avisar. 

Bajo esa misma óptica de analizar la fundación del derecho mediante la violencia, es que Benjamin cuestiona la pena de muerte. Considera que la crítica previa no es por entero consecuente y que los críticos se han detenido en algún punto, pues Benjamin estima que con la pena de muerte “su significado no es el de castigar la infracción jurídica, sino el de establecer el nuevo derecho”[20]

Estima Benjamin que la policía manifiesta la peor combinación de esas dos clases de violencia del derecho (al fundarlo y conservarlo). Cuando el policía ordena también funda el derecho (pensemos en el delito de resistirse a la orden policíaca).Para Benjamin es un aspecto “ignominioso”, que es poco advertido, pues en pocas ocasiones la policía actúa con abierta brutalidad. Además cuestiona que la intervención policíaca no se atiene a estricto derecho, pues “la policía interviene ʺpor razones de seguridadʺ en casos innumerables en los que no subsiste una clara situación jurídica”[21]. Además, cuestiona Benjamin que mientras en una decisión jurídica normal existe emisión (mediante el decreto, ordenanza, juicio, ley) en cambio la acción de policía es difusa (no depende de tales formalismos de la decisión legal), y, para colmo, “Su poder es informe así como su presencia es espectral, inaferrable y difusa por doquier”[22]. En este punto de la descripción-análisis emparenta con la literatura de Kafka, donde la ficción emparenta con el cuestionamiento realista a cualquier poder jurídico[23]. Incluso, estima Benjamin que dentro del sistema democrático la policía se evidencia más que en el monárquico, pues “testimonia la máxima degeneración posible de la violencia”[24].

Una vez presentada la violencia en esas figuras, su fundamentación impregna todo el derecho, pues “un reglamento de conflictos totalmente desprovisto de violencia no puede nunca desembocar en un contrato jurídico”[25]. Incluso el contrato en términos cordiales, cuando es legalizado, ya posee el recurso a la amenaza de violencia del Estado. Comento que el contrato como efecto de voluntad mutua es una de las formas legales más generales.

Benjamin cuestiona la falta de conciencia sobre la violencia de origen en la institución parlamentaria. Le parece que han faltado a su origen revolucionario, cuando los parlamentos se hunden en compromisos y decaen. Establece una interesante ironía sobre el compromiso, donde citando a Unger indica que el compromiso es una coacción (digamos mutua) donde las partes no están satisfechas con el resultado, pues perciben que “Mejor sería de otra forma”[26], pero se sujetan a una coacción recíproca. Plantea Benjamin que esos parlamentos han sido sometidos a una dura crítica, en especial, “los bolcheviques y los sindicalistas (…) han sometido los parlamentos actuales a una crítica radical y en general exacta”[27]. No expone Benjamin esa crítica, pero sus rasgos generales son: cámara a servicio de la clase dominante y un órgano impotente sometido a los otros poderes (ya que el legislativo y judicial son capaces de maniatarla)[28].  Para este tema, lo que importa a Benjamin es que el parlamentarismo, a final de cuentas, obtiene sus medios jurídicos de lo que viene ya señalado por la violencia fundadora.

Se pregunta Benjamin si cabe hallar regulaciones no violentas a los conflictos. Responde que sí y da el caso de los acuerdos de la vida privada, pero de inmediato relativiza esa aceptación. El motivo es que la ley acota ese campo y define que se trata de “medios puros” para soluciones mediatas (no inmediatas). La parece a Benjamin que ahí opera la técnica en el sentido más amplio de término (uno tan amplio que no suele comprenderse en el lenguaje cotidiano[29]) y lo ejemplifica con nitidez en las conversaciones y define a “la conversación considerada como técnica de entendimiento civil”[30]. Comenta que en sus orígenes (derecho romano) la conversación estaba tan exenta de violencia (y de intervención del derecho) que no era castigada la mentira. Hasta un periodo posterior se declaró punible la mentira, permitiendo que la violencia jurídica se metiera para castigar el engaño. El motivo que estima Benjamin es el jurista teme una posterior irrupción de la violencia privada causada por el engaño, así se entromete en la “conversación privada”.

Benjamin pasa a examinar los “medios puros” de relación entre intereses globales cuando “están en litigio clases y naciones”[31]. Para ejemplificar esto retoma una clasificación de las huelgas generales por Sorel[32], distinguiendo entre la huelga general política y la revolucionaria. A la política, Sorel la distingue porque restablece el estado de cosas, obligando a fuertes reformas, pero únicamente sustituyendo a unos privilegiados por otros, así un derecho por otro. A la huelga general revolucionaria se le distingue porque termina con el régimen y no coloca nuevos privilegiados (el ideal de la revolución social[33]). Ante este argumento Benjamin expresa su acuerdo y  plantea que “A esta concepción profunda, moral y claramente revolucionaria no se le puede oponer un razonamiento destinado a calificar como violencia esta huelga general a causa de sus eventuales consecuencias catastróficas”[34]. En este, punto para reforzar el argumento, nos recuerda que los fines han salido del campo del derecho y que también las consecuencias materiales escapan de esa consideración; entonces con Sorel declara al acto revolucionario (refundacional, milenario) como no violento. Claro y hasta obvio, que para el poder del Estado esa huelga general revolucionaria sea un acto violento. Y además no ignora Benjamin que en las revoluciones se presenta violencia, pero estima el argumento de Sorel, como medio para reducirla en lo posible[35] En este punto, Benjamin deja la justificación de la violencia bajo un manto no violento (extraña paradoja) pues ya asumió de entrada que la huelga es el medio legítimo de la violencia; pero acepta (siguiendo a Sorel astutamente) la forma suprema de la huelga general revolucionaria (el sueño del anarcosindicalismo y de Rosa Luxemburgo, calificada de espontaneísta por la posteridad) como no violencia. Desde mi punto de vista, Benjamin expresa el callejón sin salida de la intelectualidad de izquierda, atrapada entre la actualidad de la revolución[36] y la extensión de la violencia decadente (el prólogo del fascismo), esperando que la pureza intrínseca del nuevo sujeto revolucionario (proletario marxista) lave las heridas del mundo, y trasmute el plomo de la violencia en oro de esperanza.

Alcanzado este punto, a Benjamin no le queda mejor opción que tomar la violencia como un fundamento general, pues “toda forma de concebir una solución de las tareas humanas (…) resulta irrealizable si se excluye absolutamente y por principio toda y cualquier violencia”[37].
Sobre este resultado, todavía lanza alguna ironía, sobre la contradicción entre lo legítimo (legal) y lo justo, con su perpetua contradicción en su sistema presente[38].

Puesto en este trance, en sentido llano, la violencia ya queda como fundamento de lo cotidiano,
y Benjamin sale de la esfera jurídica para considerar otras  expresiones de la violencia, encontrándose con la cólera. La cólera no es un medio para un fin, sino manifestación (emoción, acto) y como tal está aparte de las otras consideraciones.

La violencia mítica de los dioses, Benjamin la coloca en ese terreno de la “simple manifestación”, pero usa un ejemplo extremo, quizá un tema del acto divino injustificado según la narrativa griega con el caso de Níobe, la madre orgullosa quien desafía a una divinidad y recibe la terrible muerte de sus 14 hijos (7 varones flechados por Apolo y 7 mujeres por Artemisa), para terminar convertida en piedra que mana lágrimas (un manantial), a modo de un “mojón” que separa hombres de dioses[39]. Este modelo (acto de manifestación o gratuito para él) lo mira Benjamin como el mismo de la violencia creadora de derecho.

De modo marginal pone la leyenda de Prometeo, donde recibe un castigo, pero su acto estableció un derecho para los hombres (su luz, la civilización) y queda a la espera de volver a ser fuente de un don. Me resulta significativo el hecho de esta marginalidad de Prometeo, cuando para una visión de la producción material de la sociedad colocarse en el centro, ya que este mito indica la producción súbita de la riqueza, un don que no se pierde ante la adversidad ni ante una voluntad (divina) que se opone a ese salto. Para un seguidor del sendero de Marx, sería importante anotar que ese relato perfila la revolución técnica, el salto cuántico de un periodo al siguiente. Curiosamente, Benjamin asocia a Prometeo con el ladrón admirado[40] y no con la nueva producción, la luminosidad perpetua de un don para la humanidad entera. En el velo ideológico y la culpa psíquica por el don, al calificar a Prometeo como ladrón del Olimpo, es que debería esmerarse una crítica del lado proletario; de modo acertado, Reich anotó que un cambio social debería soltarse las amarras de la culpa para prosperar[41].

De modo seguido, Benjamin estima que ese establecimiento del derecho por la violencia es lo mismo que el poder, para definir que un acto de fundación del poder es violencia, para agregar que se acompaña de una concesión “demoníacamente ambigua” donde al vencido se le concede un derecho o hasta igualdad, y cita una irónica frase de “Anatole France dice satíricamente que prohíben por igual a ricos y a pobres pernoctar bajo los puentes”[42].

Por si no fuera suficiente la “injusticia” manifiesta en el establecimiento de derechos para los desiguales, Benjamin se enfoca en la aplicación de la ley, todavía en caso de desconocimiento, y la compara con una definición del destino, que sería “conocimiento al que no se escapa”[43]. Pone lado a lado, destino y derecho como Ley. Lo que remarca Benjamin es el precepto moderno de que la ignorancia no disculpa la infracción de la ley.

Transita de la violencia mítica a la divina, donde observa Benjamin un cambio, pues “Si la violencia mítica funda el derecho, la divina lo destruye; si aquélla establece límites y confines, esta destruye sin límites, si la violencia mítica culpa y castiga, la divina exculpa; si aquélla es tonante, ésta es fulmínea; si aquélla es sangrienta, ésta es letal sin derramar sangre.”[44] Este argumento parece bastante extraño, pues —de hecho— se requeriría de una enorme monografía para clasificar el tipo de violencia atribuida en el mito politeísta frente a la religión monoteísta. Sin embargo, esa definición le sirve para aplicarla a su presente y abrir una discusión. Encuentra adversarios a la aplicación de algún tipo de “violencia divina” en la sociedad y colocarla al margen del derecho. Discute el 5º mandamiento y su carácter de no ser una ley, sino precepto moral, para la conciencia interior. Desemboca en un debatir si el matar por conseguir justicia es condenable, y cuestiona esta condena, cuando se plantea desde un existencia desnuda (un “no matarás” para preservar la simple existencia), la cual le resulta insostenible lógicamente, y hasta le resulta casi aberrante, que se argumente el “carácter sagrado” de la vida desnuda[45]. Finalmente, este argumento de la “violencia divina” aplicado el presente lo conduce hacia el terreno de la polémica política y la revolución, por cuanto considera que “resulta demostrado que es posible también la violencia revolucionaria, que es el nombre a asignar a la suprema manifestación de pura violencia por parte del hombre”[46]. En este párrafo, por “pura violencia” no se entiende algo cuestionado, sino un parangón con el misterio de la divinidad hebraica, que surgen en el pasaje inexplicable y establece el orden del mundo; en otros términos, le podría llamar el profetismo judío aplicado al marxismo.  Sin embargo, para Benjamin no se precisa establecer bien esta situación, para distinguir el caso cuando sucede esta “pura violencia”, “porque la fuerza purificadora de la violencia no es evidente a los hombres”[47], y existiría una distinción de los casos en que aparece. Aun así, aparece en variedad de situaciones, “Tal violencia puede aparecer en la verdadera guerra así como en el juicio divino de la multitud sobre el delincuente”[48]. El tema parecería estar iniciando, pues vienen nuevas interrogantes, pero ya Benjamin está para concluir. Una vez aceptada esta violencia, condena a la otra, cuando termina: “Pero es reprobable toda violencia mítica, que funda el derecho y que se puede llamar dominante. Y reprobable es también la violencia que conserva el derecho, la violencia administrada, que la sirve. La violencia divina, que es enseña y sello, nunca instrumento de sacra ejecución, es la violencia que gobierna.”[49]. En este último párrafo, otra traducción indica “puede llamarse soberana” en lugar de que gobierna, y parece tener más sentido. Con alguna perplejidad, terminamos en el terreno del “juicio popular”, una práctica que desconoció Benjamin pero lo materializó Mao, con sus instituciones de poder popular, donde la masa decide y ejecuta de modo directo, mostrando el primitivismo en el que desemboca un argumento de trama sofisticada. Remarco el ejemplo del “juicio divino de la multitud contra el delincuente”, que es la instantánea del impulso (el jurado popular anglosajón reducido a su mínima expresión), aceptada por el intelectual sofisticado, que hace de la masa un fetiche, cual lo indica Canetti, entre quienes pretenden servir como el cristal de la masa[50]. No se piense, que esta posición de Benjamin es una torpeza, posee un fondo interesante, bajo el tema de la identidad entre sujeto y objeto, tal cual lo desplegó otro dialéctico marxista, cuando sintió que ahí estaría la salida ante el callejón sin salida del capitalismo[51]. En este caso, el tema queda velado porque no están tocándose otros eslabones del teorema, sino ese curioso y solitario de la violencia, un tema delicado que pareciera sobrevivir en solitario, manteniéndose para una exclusiva condena moral. Si Benjamin hubiera seguido el camino contrario, como el común de marxistas, exponiendo a partir de la opresión de clase y su injusticia, la singularidad proletaria y la exclusividad del evento revolucionario, entonces el argumento sería una repetición; sin embargo, este autor tiene la sagacidad de ofrecer el camino inverso, partiendo de la moral (en base a la definición de la violencia) y ambientándose en el derecho (que aquí sirve como pantano), luego atravesando entre el mito para desembocar con la singularidad revolucionaria. En definitiva, es un camino sumamente original y con pirotecnia de argumentos, demostrando cómo este otro camino termina en el mismo punto: sin la pureza (metafísica y material, al mismo tiempo) del proletariado (trayendo la utopía a la tierra) no hay muchas justificaciones para la violencia política. Y como el curso histórico ha mostrado que no surge el papel histórico universal del proletariado ni emerge una sociedad superior tras cualquier proceso revolucionario, entonces el argumento de la justificación de una violencia revolucionario se cae por su propio peso.
El argumento intermedio de que una violencia minimiza a las otras, ha sido también parte del Estado republicano, y pareciera ser de lo poco viable, pues se argumenta entre dos males cuál es el menor. Reconocer en el acto violento un mal, tenga sitio en el derecho no lo tenga, es un acto de honestidad intelectual elemental y un sencillo axioma para evaluar las situaciones sociales. Si ya la más rudimentaria definición reconoce a la violencia como la ruptura del código moral mediante un acto material, no hay motivo para esconder ese fundamento bajo una maraña de justificaciones secundarias. Por desgracia, a la generación de izquierda enfrentada entre las Guerras Mundiales no fue que le faltara honestidad a Benjamin (a muchos estalinistas sí les faltaba), sino que el campo de la ilusión (sintiendo que la URSS terminaría resolviendo su atraso y solucionaría sus defectos) era tan fuerte que no permitía encarar verdades elementales, como la presencia de la violencia, como instrumento depredador, que mientras mayor sea el aparato más posibilidad (abstracta, como “amenaza” el término de Benjamin) existe de su empleo, y no se le debe colocar un manto de inocencia bajo pretextos superfluos.
Como una curiosidad, queda un tema marginal de la violencia reconcentrada contra el judío en la Europa pre-fascista. Si revisamos contextos, ya existía una cadena de expresiones de odio enfocado contra los judíos desde el medioevo, presentada en expulsiones masivas, persecuciones inquisitoriales, pogroms humillantes, etc. En la revisión de este texto no parece traslucirse una preocupación especial por la “víctima propiciatoria” de la violencia social, porque así se podría captar el tema desde una posición de izquierda centroeuropea. Llama la atención que Benjamin se contenta con una dicotomía entre la violencia del derecho (administrativa, clasista, privilegiada…) y la violencia pura (divina y revolucionaria). Si bien, mantiene la delicadeza de evitar concretar situaciones justificadas de esa “violencia pura”, basta el ejemplo de la multitud ajusticiando al criminal, para preguntarnos si por ningún momento se imaginó que esos sentenciados eran sus iguales.  
Para terminar, debo comentar que existe una ventaja en la línea del tiempo, y por muy inteligente y lúcido que sea el autor de 1921, casi un siglo después ha sucedido la cadena de acontecimientos sobre las que se proyectaba el pensamiento de Benjamin. El tema de la huelga general revolucionaria hoy parece una pieza de museo, motivado por la reducción en el tamaño laboral de las empresas y el debilitamiento de los sindicatos; de tal modo, el ambiente entero ha cambiado. Maduró y siguió una triste curva el proceso del socialismo de Estado en Europa del Este; la identidad entre un proletariado y la violencia justiciera ni siquiera se discute. La izquierda seguirá contando con un espacio teórico y práctico, incluso la retórica de las nuevas tendencias se podría auxiliar con Para una crítica de la violencia, por ejemplo la guerrilla pacificada del EZLN en la selva de Chiapas. El elegante ejercicio mental de Benjamin no parece una pérdida de tiempo, ha mostrado un problema y no ha atinado a su solución; pero en la investigación social no existen experimentos controlados, cada vez se debe intentar de nuevo.

NOTAS:



[1] Conforme a la clasificación de Aristóteles la “causa eficiente” es la que produce algo, como los padres al hijo.
[2] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 2
[3] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 2
[4] A su manera, el marxismo entraría en una variación crítica del jusnaturalismo, enfocada a las determinantes socioeconómicas, como fundamento del sistema de derecho, en especial las condiciones de clase y económicas. Curiosamente, él parece apartarse por entero del jusnaturalismo, pero es porque lo liga a su forma antigua, cuando esa corriente buscó fundamento en la moral y una “naturaleza humana”.
[5] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 3
[6] La teoría positiva del derecho puede tomarse como hipótesis de partida al comienzo de la investigación, porque establece una distinción de principio entre los diversos géneros de violencia, independientemente de los casos de su aplicación. p. 3
[7]Se establece una distinción entre la violencia históricamente reconocida, es decir la violencia sancionada como poder, y la violencia no sancionada… Se trata de ver qué consecuencias tiene, para la esencia de la violencia, el hecho mismo de que sea posible establecer respecto de ella tal criterio o diferencia.” p. 3
[8] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 4
[9]las numerosas ocasiones en que la figura del ʺgranʺ delincuente, por bajos que hayan
podido ser sus fines, ha conquistado la secreta admiración popular” p. 4 y “suscita, incluso en su derrota, la simpatía de la multitud contra el derecho” p. 5
[10] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 5.
[11] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 5.
[12] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 5.
[13] No le interesa en este punto la terminación lógica de lo bélico y cita a Kant; pues la guerra conduce hacia su cese, como señala Clausewitz en De la guerra; sino le interesa a WB el acto de poder y derecho que resulta del sometimiento de la voluntad del oponente.
[14] Las distintas teorías de Bataille usan lo negativo como fundamento, por ejemplo, la prohibición y la compulsión por humilla la belleza funda el deseo. Cf. El erotismo.
[15] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 6.
[16] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 7.
[17] Como prueba de agudeza WB distingue entre amenaza e intimidación, pues la amenaza es general y siempre puede subsistir la esperanza de escaparse de ella, mientras que la intimidación es asumir y anticipar lo amenazante como ya cumplido y detenerse. P. 7-8.
[18] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 7.
[19] KANT, Emmanuel, Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
[20] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 8. Curiosamente sería viable radicalizar el argumento con las costumbres de sustitución del rey debilitado con su matador, como lo muestra ampliamente La rama dorada.
[21] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 9. Sin duda comentario marcado por la situación crisis política, con frecuente y represiva intervención policíaca para sofocar los movimientos de protesta masiva. De hecho los líderes del naciente Partido Comunista Alemán, Rosa Luxemburgo y Karl Libeknecht fueron asesinados por cuerpos represivos.
[22] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 9.
[23] Incomprendida esa radicalidad por el marxista Lukács, rescatada después y bien reconocida como un enorme mérito. LUKÁCS, Georg, Significación actual del realismo crítico. DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Felix, Franz Kafka hacia una literatura menor, y GUATTARI, Felix, Sesenta y cinco sueños de Franz Kafka.
[24] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 9.
[25] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 9.
[26] Cita de WB tomada de Unger, Politik und Metaphysik, Berlin 1921, p. 8.
[27] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 10.
[28] Por ejemplo, Antonio Grasmci en el periodo consejista o LUXEMBURGO, Rosa, Reforma o revolución, su debate con Karl Kautsky.
[29] En sentido usual, la técnica es el dispositivo (en un objeto, y a veces, en un conjunto de reglas) que emplea el saber para lograr con eficiencia o eficacia un fin.
[30] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 10. A su modo, Ortega y Gasset hace una apología del estilo de conversaciones, cuestionando las castellanas, en España invertebrada.
[31] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 10.
[32] Sorel, Reflexions sur la violence, Paris, 1919
[33] En este punto, Benjamin se sale del terreno de los medios, donde por principio insiste en colocar el debate de la violencia ya que los fines son justificaciones (inciertas). Si la huelga general se distingue como revolucionaria es por su consecuencia y no por su proceder estricto, ya que genera una revolución. Así, el tema termina cambiando de canal, acabamos en el reino de los fines, pero sin reconocerlo. ¿El motivo? Supongo que radica en la importancia del tema revolucionario para esta visión y también por el método de exposición que se ha invertido.
[34] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 12.
[35] Respecto de esa visión de Sorel estima que es una “concepción así rigurosa de la huelga general resulta de por sí apta para reducir el empleo efectivo de la violencia en las revoluciones” p. 13. En general, Marx y sus sucesores han argumentado que el método revolucionario es un medio para reducir la continuada violencia de las clases opresoras, y Marx pone en boca del burgués francés una frase dramática, indica que “Antes un final terrible, que un terror sin final”. Cfr. El 18 Brumario de Luis Bonaparte.
[36] Si bien, la “actualidad de la revolución” es un argumento de la fundamentación del periodo para el marxismo, también se convierte en lema del chantaje estalinista para aplastar cualquier disidencia. Cfr. LUKACS, Georg, Lenin.
[37] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 13.
[38] “respecto a la legitimidad de los medios y a la justicia de los fines no decide jamás la razón, sino la violencia destinada sobre la primera y Dios sobre la segunda” op. cit. p. 13
[39] Se puede encontrar una versión del relato en Las Metamorfosis de Ovidio.
[40] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, 14 “Es en el fondo este héroe (Prometeo), y la violencia jurídica del mito congénita a él, lo que el pueblo busca aún hoy representarse en su admiración por el delincuente.”
[41] REICH, Wilhelm, Materialismo dialectico y psicoanálisis.
[42] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 14.
[43] Hermann Cohen, Ethik des reinen Willens, 2a. ed., Berlin 1907.
[44] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 16.
[45] “Valdría la pena investigar el origen del dogma de la sacralidad de la vida. Quizás sea de fecha reciente, última aberración de la debilitada tradición occidental” p. 17
[46] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 18.
[47] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p.  18. El motivo por lo que no sea evidente esta violencia a los hombres lo deja Benjamin ya sin explicación.
[48] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 18.
[49] BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, p. 18.
[50] CANETTI, Elías, Masa y poder.
[51] LUKÁCS, Georg, Historia y conciencia de clase