Música


Vistas de página en total

martes, 17 de diciembre de 2013

RESUMEN SOBRE EL EXTRANJERO DE CAMUS



Por Carlos Valdés Martín

El estilo de la novela es fuertemente objetivo, con un tono marcado por expresiones cortas, carentes de adornos y casi desaliñado. Las frases breves al “estilo Azorín”[3] sirven para dar una impresión de puros hechos duros y rudos. La anécdota es descarnada y con un toque de violencia, aunque no se ubica dentro de los géneros negros. Primero la muerte de la madre del protagonista Meursault, quien se comporta frío y esquivo ante el deceso y funeral, diríase que sus emociones quedan anestesiadas. Con trivialidad el protagonista reinicia su trabajo y un amorío baladí con una chica conocida. Después sobreviene una cadena de acontecimientos casuales; ocurre el pleito de un recién conocido suyo, luego en un encuentro siguiente él mata a balazos a un árabe.
El personaje principal, Meursault carga con la narración mostrando el mundo en primera persona, bajo un manto de indiferencia y aislamiento[4]. Desde afuera, en gran medida parece un tipo normal, pero queda marcado por un asesinato casual, el cual —según su justificación— es provocado por un calor agobiante y la facilidad impensada de portar el revolver de un amigo casual[5]. En la otra mitad exterior, el personaje queda marcado por una imagen terrible de insensibilidad, su condición de habitante colonial y por la condena moralina al expresar un ateísmo ingenuo[6]. Una combinación de opiniones exteriores y la torpeza de Meursault para exponer su defensa en tribunal lo empujan hacia la pena de muerte. Este personaje merece el título de anti-héroe porque no manifiesta esa lucha típica contra la adversidad[7], sino una especie de hastío y angustia indiferente ante su castigo; al final, incluso desea que su acosamiento termine en la tumba.

**
El estilo descriptivo corto y enérgico, carente de adornos resulta áspero y hasta decepcionante. Contamos con la explicación de que se narra desde un personaje sencillo, por tanto queda bien abandonar el estilo y dejarlo a ras de piso. También está el sello del ímpetu juvenil del autor y una pretensión realista del novelista[8]. Desde esa perspectiva, para convencernos de la verosimilitud, vale bien el recurso de un estilo tan seco. Por si fuera poco esas frases cortas y sin adornos se adaptan a la idea de un ambiente pobre y rodeado por un desierto, que es a la vez natural y humano.
Tampoco se piense que esta es una novela sin técnica narrativa o descriptiva, pero el autor optó por la sobriedad y sobre ese tono se mantiene. De hecho, la sencillez del fondo mediante la austeridad desértica (metafórica y de facto) sirve para resaltar lo esencial de la trama, evita las distracciones.
Merece recordarse la descripción de ambiente saturado de calor antes del asesinato, la cual se distingue por adquirir intensidad poética, en ese sentido ese es el símbolo natural de esta novela: calor agobiante y desértico[9].

**
La enajenación recíproca expresada en la distancia y oposición entre personajes se expresa bien en el título. El protagonista es extranjero en su propia tierra colonizada por franceses; ante su madre fallecida hay un abismo; ante el árabe que mata se señala otra distancia; frente a los jueces que lo examinan y arrinconan en la culpabilidad hay otro precipicio[10]también hay otra ajenidad ante el sacerdote que lo presiona alarmado y desesperado porque el personaje es ateo; y, por último, la distancia de la muerte como final insondable.

**
En alguna medida, esta novela incluye argumentos de relato policíaco aunque sin la típica investigación sobre hechos, en cambio expone una condena por las apariencias. Lo sucedido es evidente desde el momento en que ocurre, pero la motivación para perdonar o condenar a muerte mantiene una tensión más larga. En el argumento se atisba que la diferencia cultural y de creencias prejuicia a los jueces, sin embargo, tarda en resolverse el veredicto; de hecho la opinión del abogado parece ir en sentido opuesto y espera un fallo favorable. Cualquier relato policíaco se urde entre la ley y el delito, colocando al robo o la muerte como prendas de premio o castigo; en este caso es el sentido mortal lo que atraviesa la narración. La relativa eficacia del aparato de policía, deteniendo con facilidad y encerrando con eficacia, más que un halago significa un reproche por manejar a gentes como simples bultos. La tensión se centra en la decisión del tribunal, con un desenlace contrario a lo que consuela al público con la prevalencia de justicia; aquí importan las apariencias y el prejuicio racial para condenar al protagonista.

**
Otro de los temas fundamentales es la facilidad de la muerte y la doble tragedia que implica el asesinato asequible. Primero nos presenta una muerte “natural” por vejez, que se toma sin lamentaciones, como un acontecimiento de la biología. Luego surge el crimen sin sentido, sucedido por una especie de mecánica de situaciones. Meursault ultima a quien no conoce ni siente rencor, es una trivial secuela de un pleito ajeno unida al largo argumento sobre el calor insoportable como motivación.  El personaje parece convencerse que el calor lo empujó al acto extremo y sin sentido de disparar a un extraño, es decir, cree en su irresponsabilidad.
El asesino está condenado a muerte antes de ser atrapado, pero la mecánica del juicio lo lleva hasta la conciencia aguda e inmediata del desenlace[11]. Además del juicio está el argumento filosófico de la mortalidad completa. En este caso se da un matiz filosófico sobre la muerte en la perspectiva del ateísmo, un final sin consuelo religioso. El contraste entre el creyente y el reo es convincente. Esa muerte abismal y sin consuelo resulta terrible. El tema visto en retrospectiva arrastra hacia las discusiones del existencialismo ateo de la posguerra y por eso resultó también una obra oportuna, ofreciendo un argumento para una discusión posterior: anticipaba el temperamento de la literatura francesa de posguerra, tan marcado por Sartre.

**
El relato posee un matiz anti-colonial manejado con discreción. Recordemos que la novela se publicó en Francia durante la Guerra Mundial cuando esa nación quedó postrada ante el nazismo. Además Camus fue huérfano, hijo de un francés emigrado a Argelia, así que vivió y se identificó con la condición de pobreza de la población local, aunque desarrolló fuertes raíces intelectuales hacia el país galo. En ese sentido, la obra posee una crítica discreta y eficaz al sistema colonial, con su incomprensión hacia el nativo convertido en extranjero en la propia tierra. También en ese sentido, la novela es anticipatoria pues muy rápido surge el movimiento anticolonial[12] y el nacionalismo argelino logra independizar al país. De ese  modo, la obra se verá como una expresión de los nativos incomprendidos y arrinconados bajo el sistema colonial.

NOTA:




[1] El existencialismo es una corriente filosófica que se distingue a partir de la intervención de Kierkegaard, quien puso en el primer lugar de la filosofía el problema humano, confrontándose con el universalismo de Kant y G.W.F. Hegel, que eran corrientes relevantes en el centro de Europa al inicio del siglo XIX. En la Francia del siglo XX esta corriente adquiere un vuelco, para devenir en más bien atea y materialista. Cf. SARTRE, Jean Paul, El ser y la nada, El existencialismo es un humanismo.
[2] En ese periodo está a punto de triunfar por completo el “principio nacional” al romper el colonialismo europeo como presencia fundamental. Bajo esa nueva perspectiva de nacionalismo duro, entonces el paradigma de nacional-extranjero adquiere una preminencia desconocida en el periodo previo más imperial y dinástico-cosmopolita. Cfr. VALDÉS MARTÍN, Carlos, Las aguas reflejantes, el espejo de la nación.
[3] VIVALDI, Martín, Curso de redacción.
[4] El personaje del individuo aislado para la crítica literaria social de Lukács representa una clave del horizonte del capitalismo. Ese aislamiento le parece al crítico literario que contiene la clave del comportamiento amoral y falto de razonamiento, en otras palabras implica el arribo de la “conciencia cosificada”. Cfr. LUKACS, Georg, Significación actual del realismo crítico.
[5] En la perspectiva existencialista es un gran tema el absurdo de la vida y la ausencia de sentido; frente a ese vacío del mundo exterior, existe una contraparte del vacío interior que justifica la angustia como sentimiento básico de la existencia. Cfr. BIEMEL, Walter, Sartre.
[6] De modo sagaz el relato insinúa que la condena se debe más que nada al efecto de intolerancia religiosa y cultural, pues la pena de muerte resulta un veredicto inusual para los asesinatos.
[7] El héroe es posee una estructura psicológica y fenomenológica, cabría preguntarse por la definición de su figura opuesta, que no es propiamente un villano antagónico. Cfr. CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil caras.
[8] Existe una larga tradición de distintos estilos realistas, en el siglo XX se formaron diversos.
[9] El desierto posee una compleja utilidad psicológica y simbólica; por tradición, el desierto permite la irrupción de la visión extraña, conjura espejismos, ángeles o demonios. Cfr. BACHELARD, Gastón, La tierra y los ensueños de la voluntad.
[10] El abismo y la separación es la condición fundamental del personaje, de ahí que la extranjería es separación, por tanto, una manera negativa y fatal de tomar el espacio; en términos posteriores me parece una “desterritorialización”, donde la persona pierde siempre la tierra, aunque esté bajo sus pies. Ningún consuelo o situación le da alguna apropiación al personaje. Cfr. DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Felix, Kafka: por una literatura menor.
[11] Cualquier proceso judicial implacable e injusto, en el ámbito literario queda marcado por el hito de Kafka, aunque no sabemos si existió alguna influencia directa, ya que el checoslovaco tardó en ser difundido. KAFKA, Franz, El proceso.
[12] Como evento político cultural, también representa el repudio de los propios franceses a su propio colonialismo, sentido más como problema que como ventaja. Cfr. FANON, Franz, Los condenados de la tierra. “la aristocracia colonialista: no puede concluir su misión retardataria en Argelia sin colonizar primero a los franceses” p. 11.

sábado, 7 de diciembre de 2013

UN EXCESO DE NACIONALISMO





Por Carlos Valdés Martín

Cualquier cualidad humana contiene su extremo y cualquier tendencia su exceso. La voluntad encuentra la terquedad como su abuso, la alegría topa con la euforia enfermiza. Incluso la inocente y cristalina agua de beber con ingestión excesiva provoca la muerte, tal cual se rumora de Andy Warhol. El exceso de nacionalismo también alcanza a convertirse en un vicio colectivo y fuente de malestar.

Nuestro siglo XX se llenó de excesos y no queda atrás este XXI. A nivel de las comunidades nacionales el siglo anterior fue la explosión de los Estados soberanos, el planeta transitó desde el imperialismo típico sobre cualquier extensión de terreno hasta la Asamblea de las Naciones Unidas. Ese imperialismo fue una forma enfermiza de nacionalismo, pero exclusiva de quienes podían ejercer tal tipo de amor propio: los fuertes. Era evidente que los Estados dotados de grandes ejércitos y recursos económicos suficientes podían apoderarse de grandes extensiones, y ese “podían” lo marco en sentido de mera fuerza atroz. El lenguaje indica que ese paso desde la potencia al acto es prepotencia y marca un exceso. En el periodo previo de la historia se miró ese imperialismo casi con naturalidad y parecía hasta lógico que cualquier reino con suficientes recursos intentara apoderarse de extensiones y, sobre todo, de zonas territoriales de “ultramar”, que eran las regiones alejadas sobre las cuales pesaba un desconocimiento. Así, en el siglo XVI explorar tierras de ultramar se fue convirtiendo en sinónimo de apoderarse militarmente de ellas. Es decir, se ejercía fuerza imperial sobre las extensiones recién descubiertas.  A veces, cuando el gobernante era escrupuloso le solicitaba su bendición a la Iglesia Católica de Roma, tal como hicieron los gobernantes de Madrid y Lisboa. El Papa de Roma emitió una Bula, es decir, un acuerdo público entre su albedrío y el de los beneficiarios, entonces jamás se pensó en preguntarles a los habitantes de esos lejanos territorios si aspiraban a que los extranjeros tomaran por la fuerza el espacio donde habitaron sus antepasados durante miles de años.
Sin embargo, habrá que notar: esos viejos imperios eran escasa o nulamente nacionalistas. En efecto, después de 1492 desde Madrid se mandaba sobre un enorme imperio, pero el monarca pertenecía a la familia Habsburgo, de ascendencia austriaca y sin interés por el destino de España (entonces sin bandera ni himno). Después, la casa gobernante quedó en manos de los Borbones de cuño afrancesado. Esas dinastías establecían un híbrido entre sus raíces (exóticas y etéreas) y el suelo al que eran trasplantadas, lo cual no favorecía una integración nacional. ¿Cuántos siglos transcurrieron entre la reconquista de la península española bajo los Reyes Católicos y el primer himno nacional español? Quizá la Marcha Granadera sin letra no debe considerarse como un himno, sino como música de ceremonias oficiales y la Marcha de Riego surge justamente en contra de la monarquía, como canto de movimiento de Cortes liberales y libertadoras. Compárese esa lentitud dinástica ante el tema nacional, frente a la presteza con que las provincias americanas adoptaron un escudo e himno nacionales al quedar liberadas. 

De hecho, en el periodo de las grandes dinastías el nacionalismo era una baraja marginal y no existía un propósito nacionalista como se entendió después. Durante la colonización de América, en efecto, se privilegió al español por nacimiento y se oprimió al indígena, sin embargo, bajo un extraño “sistema de castas” que también escapa de las definiciones modernas de nación, pues no son dos naciones enfrentadas sino un abanico de grupos inferiores (súbditos en el sentido feudal) sometidos a una cúspide soberana y regulados bajo una religión única.

Algunas variedades del imperialismo dinástico presentan el vicio del nacionalismo en un sentido primitivo. La utilización de la fuerza bruta y hasta el exterminio contra poblaciones exóticas se facilitaba bajo una elevación del ego sobre el propio grupo, lo cual define una variación primitiva del nacionalismo.

Al perfeccionarse la integración nacional de los Estados, vino otra variación de ese exceso de nacionalismo que desembocó en agresiones hacia lo extranjero y exótico. Resulta demasiado conocida la xenofobia y racismo del nazismo alemán, aunque ese es un nacional-imperialismo, modalidad que pretende establecer territorios y someter a los exóticos. Esa variación fue también un retroceso hacia las pretensiones monárquicas de un Reich milenario.

Dejemos esos aspectos exteriores para preguntarnos sobre el aura de justificación que contiene el nacionalismo. Su brillo extremo ha sido el halo de salvación de la Patria (en este caso con mayúscula intencionada) ante la invasión extranjera y la opresión extrema. Nuestra frase “me envuelvo en la bandera” evoca la leyenda de la defensa de Chapultepec, aunque no encontramos una situación extrema para aplicarla. De la mano con esto, la soberanía popular-nacional justifica al sistema político entero, así la ideología nacionalista es la base del Poder en cada país.

Por último nos dirigimos hacia lo cotidiano. La pertenencia común está motivando fiestas cívicas, gestos de respeto hacia símbolos patrios y consideración hacia las tradiciones asumidas como punto de referencia de la identidad colectiva. ¿Y en un aspecto más cotidiano? Sin considerar ni eventos públicos ni ese ligarse con el pasado. ¿Qué justifica el nacionalismo? Bajo la oleada de globalización parecería que es poco pues la oleada del mercado planetaria nos hace muy permeables hacia el consumo exótico. Es más, lo extranjero posee sus halos de estatus y lujo, resultando deseable consumir marcar afamadas. Incluso si el producto se produce “hecho en México”, la marca sobrepone el carisma de lo extranjero, como sucede con tantos automóviles. Bajo esa avalancha de productos desde los cuatro puntos cardinales, entonces parecería imposible ejercer un exceso de nacionalismo, por más que sigamos la ruta de nuestras raíces. En este contexto de país oprimido[1], cualquier “exceso” resultaría menudo ante la oleada de adoración por lo extranjero que nos propone el sistema mercantil planetario, sin embargo, debemos notar que —a lo largo de la historia contra el colonialismo— los pequeños han derrotado a los grandes, como metafóricamente indica la piedra de David contra Goliat. Cuando la semilla pequeña está preñada de justicia termina fructificando. A modo de ejemplo vivo y real Nelson Mandela, después de quedar recluido durante 27 años en una rigurosa cárcel política, tuvo la persistencia para disfrutar la caída del racismo en su país y nadie le reprochará un exceso de nacionalismo.



NOTAS:


[1] El exceso dependerá del contexto, si la propia comunidad posee condiciones de opresión sobre el extranjero, ese abuso surgirá con facilidad. Mientras mayor sea la prepotencia, más sencillo resultará adoptar la posición imperial. Cf. LENIN, V.I. El derecho de las naciones a la autodeterminación.