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martes, 22 de julio de 2014

ANÁLISIS DE CANDIDO Y SUS DESVENTURAS DEL OPTIMISMO






Por Carlos Valdés Martín

Las aventuras del ingenuo alemán llamado Cándido son un ardid literario de Voltaire para rebatir una visión ultra optimista del mundo y al stautu quo contemporáneo. Sin embargo, en el ambiente de monarquía absoluta de Luis XV de Francia, cualquier crítica debe ejercerse con suma cautela ocultando al autor y al objetivo cuestionado. Recordemos que Voltaire fue encarcelado dos veces en la Bastilla y fue obligado a un largo exilio. La crítica directa y burlona ataca una tesis de Leibniz afirmando que se vive en “el mejor de los mundos posibles”, pero la fogosidad contra el colega (filósofo contra filósofo) sirve de pretexto y plumilla de vomitar para Voltaire, que se declara un pesimista contra la armonía del orbe. Esa estridencia anti-Leibinz disimula un segundo ataque verdadero: su ironía contra autoridades e instituciones contemporáneas. En lugar de debatir las ideas estrictas de Leibniz, la novela emplea una caricaturización para oponerse y, de paso, poner en ridículo a religiosos y déspotas. Esa vulgarización del “mejor de los mundos posibles” sería retrógrada y hasta un llamado naif para preservar el statu quo por ser mandato divino. En el año 1755, la catástrofe por el terremoto de Lisboa había golpeado seriamente la ingenuidad de los católicos, cuando tras un primer temblor la población acudió en masa a la catedral e iglesias para rogar a Dios y entonces sucesivas sacudidas derriban casi todas las iglesias, aplastando a los fieles. Un acontecimiento tan azaroso conmovió de forma tan profunda la conciencia religiosa, porque implicaba símbolos de lo sagrado (catedral), la devoción (orar) y fenómenos entonces atribuidos a Dios (terremoto). El catolicismo se mantenía al nivel de paganismo, en este aspecto convencido de que cualquier fuerza natural era la manifestación personal de Dios.

Esta obra, titulada Cándido o el optimismo, fue editada en 1759 bajo un pseudónimo inusual (Dr. Ralph), por lo que todavía existe alguna duda sobre su verdadera autoría, aunque casi es unánime el atribuirla a la pluma de Voltaire y, entonces, me apego a esa convicción. Se cree que el relato refleja la trayectoria filosófica de este pensador, desplazándose desde el optimismo hacia el pesimismo individualista. 

Sinopsis
El joven Cándido es educado en un castillo aislado, a manera casi de experimento educativo; por lo que el filósofo Pangloss, lo toma cual discípulo e instruye con tesis sobre la armonía y bondad. En el sitio se enamora de la hija del amo, la bella princesa Cunegunda y desde ahí se desata una larguísima peregrinación, llena de sinsabores y aventuras. Por principio, el dulce Cándido cree en la bondad del prójimo y procura exponer su optimismo, pero los diversos personajes se le contraponen y lo maltratan. La pretendida sufre cualquier cantidad de adversidades, siendo raptada, ultrajada y degradada a condición servil. El maestro Pangloss es detenido y hasta ahorcado dándosele por muerto, pero es característico del relato que los personajes dados por fallecidos, reaparecen por situaciones inverosímiles. Surgen muchos viajes y peligros, por ejemplo, Cándido llega a Lisboa, la del gran sismo y mira sus efectos horribles. Se desplaza a Buenos Aires, a las misiones jesuitas del Paraguay y aparece hasta en la mítica El Dorado. Al final, los personajes principales sobreviven y se resignan ante el mal generalizado; ellos han perdido su inocencia y belleza, pero están juntos para refugiarse y dispuestos a compartir un huerto: metáfora de la opción práctica ante el horror de los asuntos mundanos.

El personaje principal y su maestro
Cándido encarna bonhomía juvenil y está siempre dispuesto a mostrar buena voluntad e ingenuidad en cualquier situación. La suma de humildad e ingenuidad, hacen de Cándido una aproximación a la infancia, pues su formación está atrasada y su optimismo espontáneo semeja el de niños buenos. Recibe educación en un castillo de Westfalia que lo debería preparar para la vida entera, pero solamente alimenta un lado de su espíritu, que se mantienen bondadoso y bienintencionado.

El personaje Dr. Pangloss (juego de palabras, aludiendo a “quien opina de todo”) es vocero de tesis optimistas obcecadas de que éste es el mejor de los mundos y que las desgracias realmente no existen. En ese contexto no se habían inventado las fantasías neoliberales sobre el mercado, que creen en competencia perfecta, asignación óptima de recursos[1] y equilibrio automático. El filósofo Pangloss primero educa y alienta a Cándido, luego debe enfrentarse a las más duras pruebas y la peor ingratitud para que su fe desfallezca, entonces ese personaje es condenado a muerte, sufre las enfermedades más crueles y los castigos más sanguinarios hasta que su doctrina vacila. Digamos que Voltaire pretende someter al necio optimista al método experimental y por hechos verosímiles demostrar la falsedad de su tesis, con lo cual la intención crítica es evidente, mientras que las afirmaciones de Voltaire quedan soterradas.

Aclaración de que no existe debate filosófico
Por mucho que aparezcan argumentos, contra la tesis del mundo perfecto y la armonía prestablecida desde el comienzo de la narración, debo insistir que en la novelita no se detiene a un efectivo debate entre filosofías. La aparición reiterada del tema sobre el “mejor de los mundos posibles”, se utiliza a modo de un estribillo: sonoro y hueco. Resulta sorprendente que la crítica literaria casi no ha percibido esa estratagema de Voltaire, quien no está rebatiendo a nivel argumental. De modo significativo, el final de la aventura repite lo que argumento, pues Pangloss revivido y buscando entretener su mente busca al derviche con más fama de filósofo en Turquía, y sucede esto: “—Que te calles, respondió el derviche.
“—Yo esperaba, —dijo Pangloss—, discurrir con vos acerca de las causas y los efectos, del mejor de los mundos posibles, del origen del mal, de la naturaleza del alma, y de la harmonía preestablecida. En respuesta les dio el derviche con la puerta en los hocicos.”[2] Eso sucede de modo constante, porque una tesis argumental debería contrastarse en el mismo nivel y no se rebate con eventos reales o ficticios, pues siempre existe una salida para un concepto indefinido, en este caso, la “perfección del mundo”. Porque “perfecto” es un juicio de valor no de hecho, por tanto comprobar acontecimientos, no toca al “valor” mismo, según lo demostró después Kant al separar esos dos tipos de juicios[3]. Por lo mismo, en un círculo de comedia, Pangloss termina opinando su misma tesis tras recabar el mayor catálogo de infortunios y consolarse en labrar una huerta junto con Cándido.

Sobre el estilo “avalancha”
El texto es apresurado y desaliñado, con una velocidad de ráfaga dominado por los acontecimientos que mueven a los personajes y desplazan, mostrando escenas dramáticas y cómicas, en un ritmo vertiginoso. Rápidamente las situaciones son mórbidas: mostrando desgracias, guerras, gente muerta, plagas, terremotos, horribles autos de fe, etc. La velocidad con la que suceden las escenas negras se aligera en sí misma, por lo que adquiere un ritmo próximo al thriller cinematográfico: saltando de ciudades, escenarios, batallas, romances, abandonos, violaciones, miserias, riquezas,… Los vuelcos son tan veloces que los personajes quedan difuntos y reaparecen vivitos, sin más justificación literaria que otra anécdota inverosímil (la sobrevivencia de Pangloss a una cuerda mal atada). Las desgracias proporcionan un efecto de “avalancha” que martillea contra una teoría azucarada del mundo perfecto; simultáneamente, su saturación sirve para anestesiar al lector contra la desgracia y mantener interés en lo que venga. Esa avalancha cruda se contrapondría ante el barroquismo dominante en los siglos previos, falta la elegancia y el tacto para hacer planteamientos; por lo mismo, al lector del siglo XVIII, quizá le generaba una sensación de realismo sin adornos.

La doble miseria
¿Por qué es tan malo ese mundo donde habita Cándido? Existen dos motivos para la desgracia permanente. Los humanos viven en guerra perpetua: atacándose, traicionando confianzas, rompiendo promesas, vendiendo su persona o su honra, fallando a toda lealtad, robando, etc. El primer mal son los mismos homo sapiens que no pierden oportunidad para volver infeliz al prójimo. El segundo gran mal está en la naturaleza que es pobre, veleidosa, miserable, escurridiza y especialmente cebada contra la debilidad del cuerpo y la vejez. El ideal de una naturaleza rica está en la leyenda de “El Dorado”, la imaginaría ciudad del imperio incaico, donde abunda el oro y es ignorado por sus habitantes, quienes viven dichosos en medio de una abundancia relativa, sin penurias y adictos a la ciencia. Pero el oro, bajo las leyes de la naciente sociedad burguesa se convierte en lo contrario de la riqueza, pues la pasión de la codicia se convierte en peligro constante para los poseedores del oro. La belleza corporal también se convierte en un mal, porque se trasmuta en un objeto imposible de disfrutar, la mujeres son constantemente atacadas y ultrajadas, las costumbres nobiliarias también son un impedimento y la represión monástica se convierte en una homosexualidad vergonzante. Las desventuras de las mujeres bellas únicamente cesan con su vejez o enfermedad.
Los rigores de la naturaleza se conocen desde siempre, pero la hostilidad social de “todos contra todos” es rasgo de época que se caricaturiza. El período de la ilustración logró avances en varios campos, pero la profundización de la privatización mercantil de la sociedad europea se asistía a una especie de decadencia, a una disgregación de lazos sociales y crisis del sistema feudal. La idea literaria sobre un peregrino que sufre peripecias ya se presentaba en literatura anterior, como en El buscón don Pablos, pero adquiere la relevancia de un síntoma; el viajero es una hoja al viento, que manifiesta su libertad desgajada, sin ataduras feudales (a la tierra, la congregación religiosa o al linaje). Entonces está floreciendo el individuo aislado, para quien la sociedad significa una necesidad externa, como una casualidad en encuentro fortuito y el emblema de ese tipo de individuo es un viajero[4].
La crueldad y la violencia en las relaciones se magnifican en la situación de los extranjeros, pues los odios entre pueblos, razas, y religiones son mayores. Ante el extranjero, la raza despreciada o el antagonista religioso no existen límites para ejercer violencia, pues los frenos morales ceden completamente. La guerra se presenta sin códigos de honor y la carnicería sin piedad es consecuencia normal. Si la muerte no llega con la derrota, entonces sobreviene la esclavitud como la de los cautivos obligados a remar hasta el final.

Belleza, dinero, salvación y conocimiento
En un mundo plagado de miserias, los pocos centros con luz propia y riqueza intrínseca son acosados por desesperados contendientes. Desde la óptica masculina la belleza es monopolio de la mujer, pero quienes alardean de tales atributos son escasas y de la élite. La princesa Cunegunda —la maravilla de hermosura y eros— es la perdición de Cándido, y en viajes por todo el globo, casi no encuentra distracción en su búsqueda. Las otras mujeres bellas del relato son rarezas y, muy sintomáticamente, están en situación de ejercer prostitución. El síntoma indica que el valor erótico se convierte en precio monetario, pero bajo las disquisiciones de Voltaire, la llamada "vida galante" no acarrea fortuna, sino una cadena de amarguras para la mujer obligada a revolcarse con tipos asquerosos. Más que condena moralista hacia la prostitución, el texto trasmina compasión por una actividad desagradable. La mujer merecedora de amor es tan escasa que el enamorado queda orillado al duelo o asesinato por conservarla. En especial, es ilustrativa la anécdota del rabino que compra a Cunegunda como esclava, de la cual se enamora y ella lo desprecia, pero es obligada a servirle por la fuerza; luego surge un inquisidor católico para exigir su parte en los favores sexuales de la chica bajo la amenaza de procesar al judío en la Inquisición. Querer la liberación de Cunegunda empuja a Cándido hacia sucesivos desafíos mortales del rabino y asesinato del inquisidor, de tal modo que se violenta el espíritu pacífico del personaje[5]. Pero, ironía de la vida, la belleza humana —motivo de periplos, pasión y reto— es flor de un día que, invariablemente, conduce a su final y es mejor ignorar para evitar mayores infelicidades[6].
La asociación forzosa de la belleza femenina con el blasón nobiliario, desde este presente nos parece una anécdota insignificante, pero en el Siglo de las Luces no lo era, pues ahí ocurría una compleja fusión con las ideas de linaje: la nobleza era asunto de sangre, la calidad de las personas se identificaba con un sentido de superioridad social, indicado por la palabra clave de "majestad".
Ya es bastante conocida el hambre de oro iniciada desde el Renacimiento; pero aquí  llama la atención que la imaginaria abundancia de metales en El Dorado se convierte en indiferencia y distancia satírica. El curso completo de la novelita contiene un sentido ejemplar, porque la fortuna salida de América se termina aceleradamente. Además, mientras hay dinero existen desgracias incrementadas, porque retenerlo es exponerse constantemente al latrocinio y robo. Cuando se termina la fortuna se abre posibilidad de reconciliación con el trabajo, que antes no era posible.
Para la fantasía religiosa las existencias de "salvación" son aún más limitadas que las de oro y joyas. Las menguadas posibilidades de obtener salvación dependen de una lucha constante contra la degradación y el crimen. Pero en una dialéctica perversa (la Contrarreforma) demostrar religiosidad y buscar la salvación depende de que se asesine a herejes; en esta situación volteada y enajenada la Salvación depende de la Condena. El espectáculo público de las ejecuciones (autos de fe) condensa una política del terror, que anuncia: "Tú puedes ser el próximo"[7].
Con un horizonte de menor conocimiento científico la idea de sabiduría es más atractiva, como si se pudiera llegar a captar completa la esencia del cosmos con una sola mirada y en acto de captación instantáneo. En cambio escasean los conocimientos verdaderos, aunque Voltaire esté muy convencido de su importancia. Al "sentido común" de su siglo, el autor lo dictamina como un gran chachareo, un "pan-chisme" manifestado por el maestro optimista. En el estado de conocimientos de la época se capta como una posibilidad concreta realizar una colección sistemática de todo el saber y Voltaire es uno de los principales promotores de la famosa Enciclopedia. Afortunadamente, este tipo de riqueza, en sí no es tan conflictiva, pues el vulgo no reconoce su importancia, y las consecuencias negativas se presentan cuando existen acusaciones de herejía, pero no porque se quiera expropiar el saber (como el oro o la mujer) sino para castigar una perturbación y descrédito sobre la iglesia católica. Sin embargo, Voltaire con sentido de la ironía insiste en la falsedad de esta posesión, en el sentido de insatisfacción de los doctos, en su ingenuidad y en su falta de sentido práctico.

Escenas arquetípicas y caricaturas
La narración posee la fortuna de mostrar varias escenas que se conservan cual arquetipos de situaciones humanas. Por ejemplo, el caldero de agua hirviendo y alrededor caníbales dispuestos a devorar a los prisioneros se ha conservado como una escena clisé que se repite. Los caníbales con el caldero listo dibujan una escena con algún encanto entre cómico y tétrico. ¿Qué decir de un rey que aparece justo un momento antes de que se cumpla una sentencia contra Cándido? La oportunidad del rescate, con una gracia superior es otro clisé repetido, pero eficaz. Otras escenas son menos típicas, pero dan lindos argumentos para recordar, por ejemplo, cuando los católicos portugueses recomiendan autos de fe, quemando personas, para prevenir futuros sismos destructivos. La ridiculez de ese argumento y la insensibilidad ante la tragedia dibujan un monumento a la ignorancia. En conjunto, la novela reúne un catálogo de peripecias y situaciones llamativas que, con disimulo, se han deslizado en la imaginación colectiva.

Pornografía ilustrada desde el anonimato
La historia de Cándido contiene tonos subidos para relatar las peripecias con mujeres. Decir que dos indígenas corrían desnudas por la selva, perseguidas por simios que les mordían el trasero ahora dibuja una escena sin mayor picardía ni atrevimiento, pero en el siglo XVIII esto violaba las reglas de la decencia. La represión sobre el tema erótico entonces formaba un tabú hacia las diversas asociaciones, hasta se establece un silencio condenatorio de tal espesura, que ya no era posible hablar abiertamente de la sexualidad, sino que debe ser aludida, insinuada o mostrada por ausencias. El pudor crece por su dinámica y cada vez encuentra más motivos para tomar distancia respecto de un centro oculto, y el pudor literario exige el disimulo, la completa "poetización" (abstracción) del objeto del deseo. Por lo mismo es un autor anónimo el que habla claramente sobre cuerpos desnudos y deseos carnales, tanto porque es peligroso y el autor vivo toma distancia frente a sus fantasías. En la mayoría de las escenas se trata de una pornografía muy objetiva, una simple mirada indiscreta, un voyerismo ocasional, como cuando se refiere a dos chicas perseguidas por gorilas, animales que Cándido mata y resulta que las mujeres lloran porque las bestias eran sus queridos. Incluso está la referencia a otra historia, como una salida de la trama principal, como para seguir mostrando sus tesis; por lo mismo las preferencias homosexuales de un jesuita se aluden a lo lejos, sin cuestionar su veracidad y sin abordar el sentido interior de las transformaciones. En especial, las anécdotas de curas son importantes por la tarea crítica que acarrean, porque señalar errores de la iglesia era considerado hasta un delito de pena capital, y esa institución se había abrogado el privilegio de acaparar la educación sexual a todos los niveles. La sátira y denuncia eficaz de las braguetas persignadas sirve para los argumentos de la tolerancia: trasfondo del pensamiento de Voltaire.

El mundo es personaje
Algún crítico literario extendió la queja en torno a los débiles personajes de Voltaire, pero es un cuento útil para sostener la tesis "este no es el mejor de los mundos posibles" y dar un segundo efecto de fuerte crítica al statu quo. Para demostrar esa tesis queda en convertir al mundo en "personaje", porque la argumentación debe ser exhaustiva. Contra esa deformación “armonicista” del fantasma de Leibniz, en esta novela las demostraciones multiplican eventos, personajes y anécdotas. La confirmación de maldad debe ser apabullante y en alud, de tal modo que esa caricatura optimista no pueda escapar hacia otro confín de perfección y, sin embargo, lo hace. Lo que falla y está mal no es un aspecto o dos, sino el conjunto, por eso se pregunta a todos los pasajeros de barco sobre sus desgracias y el resultado es coro griego: unánime. No es que las mujeres sean desgraciadas y los varones agresores sean felices o que los jóvenes sean dichosos cuando los ancianos sufren o que los ricos ríen cuando los pobres lloran o que los cristianos disfrutan de una especial gracia divina cuando los musulmanes la han perdido o que los salvajes sean buenos por no estar corrompidos en la civilización mientras los europeos padezcan los males artificiales o que los inteligentes se salgan son la suya cuando los tontos caen o que los bribones siempre saquen ventaja de los cándidos. En definitiva no es que unos estén mejor que otros, sino que el malestar atraviesa todos los grupos sociales y situaciones. Esa conjunción de situaciones viciosas integra el orbe, así la tesis literaria muestra que funciona pésimo. El viaje constante sirve para indicarnos que los problemas no son locales, de países o regiones, sino universales, en cualesquiera territorios, excepto en una utópica zona de El Dorado o en un huerto de gente laboriosa. Quedan algunos pequeños espacios en blanco, que ofrecen paz ante un universo pletórico de desgracias. La misma inocencia de Cándido es una promesa de mejorar  la situación, pues su sentido generoso del amor es ya una proposición romántica[8], de contravenir las reglas del juego del egoísmo dominante.
El personaje principal es un mundo enfermo, donde se puede demostrar que no existe tal perfección, y más bien, domina una cadena de desgracias. Sin que se trate de un programa de reforma social, se adivina una actividad crítica, que búsqueda de nuevos horizontes; tampoco describa el "peor de los mundos posibles", sino de un espacio híbrido desgraciado, que no es comprendido por el sistema de pensamiento rígido de sus contrincantes[9].

Sed satisfecha
La orgía de desgracias que sufren los personajes sacia la avidez de cualquier lector; las desventuras resultan bastantes y no se requiere de más tropiezos. La tensión constante sobre la posesión de las riquezas se apaga en base a resultados tristes: la riqueza acumulada trae desgracias y se gasta a una velocidad decepcionante; la belleza se acaba pronto; los honores y poder de los grandes líderes suelen terminar en desgracias y además no debería importarnos demasiado su destino. El argumento de veredicto positivo o negativo sobre la perfección o maldad del mundo no resulta en una satisfacción especial para los personajes, dando casi lo mismo inclinarse hacia una opinión u otra, aunque el pesimista parece estar mejor adaptado ante las decepciones inevitables. Al desembocar al remanso del desenlace, Voltaire pareciera proclamar un sencillo discurso moralista: en el trabajo está el remedio contra tres males: “el aburrimiento, el vicio y la necesidad.”[10] Por tanto, recomienda mantenerse trabajando y no involucrarse ni poco ni mucho entre los grandes asuntos y viajes.

NOTAS:




[1] Pareto indica una idea tomada directamente del mejor de los mundos posibles, cuando considera que el mercado llega a tal equilibrio que ninguno puede mejorar sin que otro empeore: su concepto de eficiencia.
[2] Cándido, p. 48.
[3] KANT, Emmanuel, Crítica de la razón pura.
[4] Todavía se considera tal individualidad un caso extraordinario, una situación de movimiento perpetuo, difícil de cumplirse en la vida cotidiana. Lo cual nos hace pensar en un estado vital naciente del individualismo donde un amplio público literario observa el perfil de algo inexistente. Un intelectual confrontado y, en esa cierta medida aislado, como Voltaire es el vehículo adecuado para captar y expresar esa ampliación de una sensibilidad, que remonta en línea continua desde el Renacimiento.
[5] Cándido, p. 14  “—¿Cómo ha hecho vuestra merced., siendo de tan suave condición, para matar en dos minutos a un prelado y a un Judío?
—Hermosa señorita, respondió, cuando uno está enamorado, celoso, y azotado por la inquisición, no sabe lo que se hace”
[6] Hasta pareciera que la belleza es un don tan traicionero que sería mejor pasar de largo, como si fuera el canto de las sirenas.
[7]La Salvación es una forma enajenada de la trascendencia, que pasa a depender de un código especial para ir al más allá, por lo que se puede convertir en su contrario, como la Condenación terrena, el asesinato.
[8] Aunque existe también una violenta contraposición entre el racionalismo de Voltaire y el romanticismo de Rousseau, ya se anuncian ciertos cambios de interés y enfoque, anunciando el tiempo del romanticismo literario.
[9]Digamos de paso que Voltaire concebía al sistema como los escolásticos, a modo de un reglamente cerrado de tesis que conducen a particularizaciones. En ese sentido, el sistema se podía convertir en una jaula.
[10] Cándido, p. 49.

viernes, 4 de julio de 2014

CIELITO LINDO… PSICOLOGÍA DE LA DERROTA Y EL LADO MARGINAL


Por Carlos Valdés Martín

El maestro dijo sonriendo que cantaríamos una que todos se saben:
—Vamos a cantar la canción de Quirino.
Entre los alumnos nos miramos incómodos, aunque el profesor de música solía jugar bromas. Se extendió el silencio en el lugar. Frunció el ceño, en un sutil regaño y volvió a sonreír desarrugando la frente:
—Entonces la de Fidelino Mendoza.
Luego de otra incómoda pausa, una alumna respondió:
—Esa es muy difícil.
Y un coro de oportunos, asintió con la cabeza.
Conteniendo la risa nos volvió a interrogar:
—No es posible que ninguno se la sepa:
—Es la misma de Cortés, por último apellido.
Siendo que esa es la clase de música, pues no tenía sentido que mencionar al conquistador de México, así que muchos sospecharon una charada:
—Más pistas, por favor.
El profesor dejó seguir la tensión unos minutos más hasta que reveló su secreto mientras miraba un apunte: “Quirino Fidelino Mendoza y Cortés es el autor del famoso ‘Cielito lindo’ que supongo varios sí se la saben”.
Surgió un alud de jocosas respuestas y con alegría nos dispusimos a entonar un “Ay ay ay ay/Canta y no llores/Porque cantando…”

Moda deportiva

La famosa canción Cielito lindo se pone de moda periódicamente durante competencias deportivas, donde alguna selección nacional arrastra seguidores emocionados. El caso típico es el futbol con una Copa Mundial, donde esa canción se convierte en una especie de segundo himno nacional, para repetirse en los estadios y concentraciones populares.
Esa popularidad de una canción en especial posee buenos motivos que se van sumando: una melodía agradable y fácil, una letra pegajosa, la evocación de emociones colectivas. Esta composición de Cielito lindo no fue creada para competencias deportivas y eventos públicos, sino para fines más particulares y con una mezcla de alegría y romanticismo. ¿Por qué está tan asociada a nuestras festividades deportivas?

La proyección deportiva

Cuando escucho esa canción en el público me imagino que el sendero entre cantinas y estadios es sumamente corto, basta un paso de la imaginación para saltar desde la algarabía etílica hasta las gradas deportivas. Lo curioso es que a los escenarios deportivos nos movemos buscando las mieles de la victoria y, en este caso, nos ambientamos con cantos que hablan de la tristeza extrema unida a la belleza musical, curiosa mezcla que recuerda más a la temida derrota.
Para comprender cómo resulta tan alentador cantar el “Cielito linto”, que empieza con versos para consolar al derrotado, debemos ubicarnos en nuestra propia piel de espectadores. ¿Qué hacemos mirando a los atletas? ¿Por qué es tan popular convertirnos en espectadores de  deportes? La industria deportiva es multimillonaria y en el planeta los aficionados se cuentan por cientos de millones. Esa popularidad no es casual, pues en los escenarios competitivos se representa el drama de la victoria o derrota que tan fácilmente nos apasiona. En el “mundo real” ese dilema resulta muy serio, la derrota puede resultar catástrofe (el cierre de una empresa,  la quiebra de un proyecto de vida) y la victoria ser crucial (la conquista del amor, un ascenso laboral, una posición de poder). Dentro del escenario deportivo la importancia de ese dilema (ganar/perder) se mantiene para los participantes, incluso en la forma de premios millonarios además de honra perpetua (aclamados como héroes en los países); en cambio, para los espectadores el dilema se refiere casi solamente a las emociones, a menos que se conviertan en apostadores.
Aclarando la pregunta qué hacemos mirando a los deportistas, existe la respuesta de la psicología que nos remite hacia una “proyección”. En la proyección psicológica uno se siente igual a quien mira y sus acciones se sienten como propias, por eso también el partidario estricto se viste con la camiseta de su equipo y pinta la piel con colores. Esa proyección psicológica es muy común y no representa un exceso mientras no se rompan lo límites entre la ficción periódica y el sano sentido de conservación.

Emociones nacionales

Lo que gusta del Cielito lindo es que combina emociones y mensajes. Las primeras dos frases son una mezcla directa de opuestos: el lamento y la alegría que consuela mediante el canto. Un coctel de sentimientos rápidos y un resultado que se dirige hacia el órgano al que se atribuye el sentimiento hondo: corazón.
Recordando esas estrofas son:
“Ay ay ay ay/Canta y no llores/Porque cantando se alegran/Cielito lindo, los corazones”
Comienza con un lamento, sigue la invitación al canto y a no seguir llorando; luego el argumento de que la alegría es preferible y la referencia a los corazones. El acompañamiento musical que ha predominado es el mariachi que estira la emotividad al extremo con sílabas prolongadas y gemidos largos. En grupos alegres se entonan estrofas más gritadas que cantadas.
Sonorizar con mariachi alguna canción mexicana es volverla doblemente nacional, pues la asociación de ideas se multiplica y el ambiente resulta hondamente típico. En cuanto escuchamos esta composición melódica acompañada por una dotación de mariachis no hay duda sobre la intención nacionalista de su interpretación.

Simple gemido y consolación

Ya puesto el marco de los colores nacionales viene una pregunta obligada: ¿el sentimiento puro es nacional? El onomatopéyico “Ay ay ay ay” representa un recurso a lo básico, accediendo a un nivel previo a las palabras, simple sonido de bebés o de urgencia emotiva, como quien se ha martillado un dedo y grita. A ese nivel estamos en un situación más sencilla y directa, por tanto, son las emociones previas a un código —diríase— quedamos a nivel pre-social y, por tanto, a nivel pre-nacional.
Pero la canción misma se mueve en su discurso y transita desde ese grito primario hacia las recomendaciones: “Canta y no llores”. En el segundo nivel, el dolido “Ay ay ay ay” se ha convertido en un deber agradable, la recomendación de adentrarse en la música y no en el dolor, trascender la tristeza para subir a la alegría. Eso también implica una suposición: existe más de un personaje en ese argumento, pueden ser dos: uno lastimado y otro consolado, o bien, el yo interior se ha desdoblado para consolarse. Quien se lamenta originalmente es “Cielito lindo”, llamado con metáfora de poesía y cariño. ¿A quién se le llama cielo? A quien se ama, no veo más posibilidad. Entonces ese diálogo musical posee mucho de consuelo y romance, según confirma la segunda estrofa, donde ya aparece un claro piropo hacia una pretendida, la cual está adornada con un lunar junto a la boca.
Ya que existe quien consuela a quien es reconfortado, debemos preguntar ¿esto sucede en la justa deportiva? Al contrario, por su estructura de competencia de oponentes, la posibilidad de la derrota está siempre presente y surge la dualidad frente a cada victoria. Entonces un público entonando cantos de consuelo, sin duda, está anticipando la derrota, lo cual no deja de ser curioso cuando el objetivo del contendiente es la victoria.

De cuando surge algo ilegal

En el título anticipé que existe otro sesgo curioso en esta canción: deleite por lo marginal. La palabra “contrabando” aplicada en el contexto resulta muy reveladora. Recordemos la estrofa segunda:
“De la sierra morena/Cielito lindo vienen bajando/Un par de ojitos negros/Cielito lindo, de contrabando”
La aplicación de término a los “ojitos negros” es significativo de varios supuestos culturales y psicológicos. El contrabando implica una prohibición de mover bienes, pero no se aplica a personas; es alguna autoridad la que establece esa diferencia entre bien legal para el comercio y lo contrabandeado. El contexto del verso implica un saltarse una supuesta autoridad, burlarla o engañarla; sin embargo, también contiene algo irreal, porque los ojos de “Cielito lindo” no son mercancías de contrabando. Quien escucha comprende de inmediato que ese bajar ilegal es metáfora; la prohibición que se está rebasando no es comercial, sino una sombra indefinida de las autoridades parentales y considerando esto en el contexto del siglo XIX y XX, cuando los padres mantenían control sobre las mujeres y debían dar permiso para sus enamoramientos. En ese periodo, el enamoramiento sin aprobación implicaba un saltarse las trancas y rebasar convenciones sociales, en ese sentido, era un sentimiento que se “contrabandeaba”. Ha cambiado la estructura familiar, pero en la actualidad, ese efecto permanece vivo a nivel psicológico, por cuanto la pasión implica algún tipo de oposición con trabas internas, parientes que son celosos o la dificultad por el típico origen social contrario.

Diminutivos cariñosos

En la usanza regional del español, el uso del diminutivo posee un sentido cariñoso y, en este caso, no ofrece una curiosa metáfora de contradicción extrema de la cual pocos se percatan. Por naturaleza, el cielo es lo enorme de la bóveda celeste y debe recordarnos lo más grande, por eso es un tema de asociación religiosa constante. Al aplicarlo con diminutivo a una persona, resulta que lo enorme queda cercano y confinado, en cierto sentido, hasta domesticado. El uso del cielo para la metáfora pasional es muy frecuente y no es raro utilizarlo para referirse a la persona amada.
En la canción se juega a un doble diminutivo cuando “Cielito” tiene “ojitos”, en una correlación de fantasías. No se refiere al tamaño de la persona ni de los ojos, sino a que existe afecto especial por los ojos de ella. Al mismo tiempo, que la imagen se colorea con un tono de “morena” y de “ojos negros”, por tanto la referencia es directa hacia la población morena, siendo un canto dedicado a la belleza autóctona.

El debatido origen

Algunos han procurado desmenuzar esta canción y remitirla a orígenes de coplas andaluzas y otros fragmentos de poética, incluso bíblica. En particular, la Sierra Morena es una codillera andaluza, donde se han localizado cantos sobre amoríos y “contrabando”, sin embargo, en la canción analizada no está definido ese sitio, sino que pareciera ser más una adjetivación de cualquier sierra calificada de morena. Que Quirino Mendoza, autor de esa pieza, debió rescatar fragmentos de aquí y allá para inspirarse o armar su pieza, resulta la hipótesis más plausible, pues el músico siempre está rodeado por su circunstancia y busca cautivar al público. Debido a la popularidad de esa canción, investigadores de otros países han intentado apropiarse la paternidad de ese canto buscando concienzudamente fragmentos parecidos, sin embargo, ninguno ha encontrado una pieza completa idéntica. Sin importar el grado de deuda con los antecedentes, el “Cielito lindo”, desde hace mucho adquirió “vida propia” y se ha convertido en una fenómeno que poco debe a oscuras coplas anónimas del siglo XVII.

Los estribillos abandonados y olvidados

Los últimos estribillos sufren de ostracismo, guardan silencio y las legiones de repetidores, acostumbran omitirlos. Y no es que sean cacofónicos, simplemente no están a la altura metafórica y sentimental del resto de la canción. A eso los cito:
“De tu cama a la mía, cielito lindo/no hay más que un paso, ahora que estamos solos,/cielito lindo dame un abrazo… Pájaro que abandonas, tu primer nido, /tu primer nido, que cuando lo abandonas,/cielito lindo lo hecha al olvido”.

Esos últimos versos no están hoy a la altura emocional de los primeros, porque las costumbres actuales no dan un sentido gracioso a lo dicho. La costumbre de las camas separadas de los matrimonios dejó de seguirse desde hace tiempo; ahora lo usual es la “cama matrimonial” funcionando como toda una institución. Cuando platica uno sobre eso de “camas separadas” la gente se extraña ¿Alguna vez sucedió? Aunque no lo crean, incluso las personas casadas no dormían en la misma cama: así de censurado resultaba el sexo bajo el imperio católico tradicionalista.
Sucede algo parecido con el tema del pájaro desanidado, que más pareciera referirse a una nostalgia por la casa parental y la adaptación de las hijas casadas que a un juego pícaro sobre un primer amor abandonado. Ni el abandono de la casa familiar posee tensión emocional (desde hace mucho se recomienda a los jóvenes para que vivan por su cuenta) ni la existencia de un segundo amor resulta un escándalo social (el tabú de la virginidad y la exclusividad femenina se ha desvirtuado).

El coro feliz

Desde la cultura griega quedaba claro que el coro representaba alegría y triunfo, porque la reunión festiva al conectarse con canto y sincronía ofrece un resultado que alegra los corazones. En la agrupación melódica y espontaneísta dentro de un estadio deportivo sucede una mutación emocional espontánea. Para Elías Canetti esa alquimia emocional surge de la “inversión al miedo de ser tocado”[1], cuando el aislamiento e indiferencia que separa a los ciudadanos se convierte en una cercanía de contacto que alborota a las masas. Ese estado de ánimo de masas puede variar mucho según circunstancias encontrándose desde la furia hasta la euforia; en fin, cualquier estado de ánimo se potencia en situaciones de aglomeración. La música alegre sirve para promover una alquimia específica en la masa reunida para darle la forma de un coro, así una multitud conjura su congoja o bien su miedo a estar triste para permanecer contenta al son del “Cielito lindo”[2].


 Notas:



[1] CANETTI, Elías, Masa y poder.
[2] Resulta significativa la evocación de la imagen del cielo cristiano al modo de coros angélicos, conectándonos con la idea de masas alegres y sublimes. Cf. HUXLEY, Aldous, Cielo e infierno.