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jueves, 7 de abril de 2016

ANÁLISIS Y RESEÑA DE “LAS RUINAS CIRCULARES”




Por Carlos Valdés Martín

Este cuento fue publicado inicialmente en la revista literaria Sur en el año 1940 y pronto se integró en la colección titulada Jardín de senderos que se bifurcan. Manejando un ambiente exótico y primitivo, en mitad de una lejana selva, el personaje protagónico se embarca en la aventura de crear un hombre (que es “hijo”[1]) mediante sus sueños. La trama refleja las tradiciones religiosas, esotéricas y filosóficas de muchas latitudes, creando un ambiente original y pleno de ambigüedades que el mismo Borges calificó como “irreal”[2]. El resultado de una fantasía estricta y el borde de los imposibles, que cautiva al lector con un desenlace dramático e inesperado. 

Argumento
El protagonista arriba penosamente hasta la ruina circular de un antiguo templo dedicado al fuego representado por un tigre o potro y ahí permanece. Lo empuja un propósito sobrenatural de soñar un hombre hasta traerlo a la realidad. Las dificultades y fatigas del soñador se integran con creencias esotéricas o religiosas indefinidas. La inusitada obsesión del personaje asombra, cuando el lector observa las tentativas fracasadas y dificultades de su tarea, que resiste más difícil “que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara.”[3] El protagonista insiste en cumplir su labor de mago o demiurgo; así, tras los fracasos iniciales y cumplidos unos sortilegios, la tarea progresa despacio empezando por un corazón y, así paso a paso, confecciona cada órgano del cuerpo imaginario. Ya fabricado por entero, el cuerpo del que considera su hijo yace inanimado, por lo que esos prolongados afanes terminan en un callejón sin salida. Desesperado, el personaje suplica a la efigie de las ruinas su auxilio y el dios del fuego accede a animarle con una condición: que sea instruido en los ritos y después lo envíe a otro templo. El resultado copia a un hombre de carne y hueso, que únicamente el protagonista y el fuego mismo notarían que es un ente fantasmal. Durante dos años lo educa y paulatinamente lo acostumbra para entrar en la realidad, hasta que el vástago está preparado. Después le infunde el olvido para que jamás descubra alguna pena por no ser un humano auténtico, y lo destina a un templo río abajo en el Norte. Años después llegan a sus oídos noticias de que un mago es invulnerable al fuego y le atormenta saber que es su hijo, quien estaría en condición de descubrir que es “mero simulacro”. Las tribulaciones del mago acaban pronto, pues el templo que habita se incendia. Queda atrapado entre el fuego y, ante un final inevitable, pretende inmolarse voluntariamente, sin embargo a él lo respetan las llamas, por tanto, en el último párrafo “comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”[4] Así termina este cuento que es, en su engañosa ilusión, el más sencillo de los que integran la colección El jardín de senderos que se bifurcan

Contexto histórico
Mientras otros confines del planeta se adentraban en los horrores de la Guerra Mundial, la capital argentina se movía en un tren de progreso general con industrialización y urbanización importantes, aunque con el bienestar delimitado a las clases altas. En esos años la capital se embarca en obras urbanistas que perfilaron su fama de ciudad modernísima. Por su fuerte emigración europea y su condición geográfica, el país se mantenía alerta con las noticias inquietantes del globo y la élite bonaerense asimilaba las vanguardias culturales, por tanto respiraba un medioambiente cosmopolita. Esa mezcla favorecía el alejamiento respecto de las tradiciones hispánicas y católicas para inventar nuevos paradigmas.
No falta quien atribuya a la literatura fantástica una especie de escapismo ante los horrores o desigualdades, desde la izquierda literaria se condena cualquier modalidad de vanguardismo o de fuga[5]; sin embargo, entre las ironías del arte se encuentra que el alejamiento también nos aproxima y los extremos de la ficción resultan de lo más reveladores. Jorge Luis Borges estaba sincronizado con las tendencias vanguardistas de la literatura y abrevando de los manantiales más diversos para su original escritura.  

Contexto antropológico
La narración recupera múltiples arroyos provenientes de la tradición de Occidente y Oriente, tomando distancia de su matriz principal del cristianismo, para unir los flujos indo-arios, griegos, egipcios y de otros pueblos en un esfuerzo de síntesis para inventar otra religión pagana y esotérica. Ese esfuerzo avanza en paralelo con el florecimiento de la historia de las religiones y la antropología moderna que no privilegia ya a ninguna cultura contra las demás, sino que busca patrones universales[6].
El cuento Ruinas circulares hace guiños hacia muchas creencias, como el culto al fuego, los dioses animales, la conservación de órganos egipcia o la confección de homúnculos por los alquimistas. El personaje, en el principio, semeja a un hombre obsesivamente decidido a convertirse en demiurgo mediante el sueño; al final, resulta otro hijo fantasma y el sorprendido producto de un encantamiento previo. La narración reúne los niveles de esoterismo, religión y hasta superstición para integrarlos en una mezcla consistente, de tal manera que el personaje es confeccionado con la distancia del ensueño antropológico: crisol de creencias, algunas milenarias y otras conservadas en la superstición. 

Personajes
Personaje principal. El protagonista atraviesa el relato de principio a fin y lo acapara, los demás quedan en un fondo de escenario discreto a excepción de su espejo que es el hijo-fantasma. Aunque la presencia del vástago como su objetivo, termina regresando al demiurgo con circularidad metafísica, ya que él se descubre el producto de esa misma factura esotérica y fantasmal.  Desconocemos sus antecedentes individuales, comienza con ese toque misterioso, además de que emigra desde un sitio extraño para establecerse en un templo perdido en la selva. Proviene desde donde se usa un idioma ahora inexistente, el “zend” y no hay contaminación por lepra. Casi no se describen sus rasgos físicos, fuera de que es un “hombre gris” que comienza “mareado y ensangrentado”, aunque no siente sus heridas y se recupera de inmediato.
Pronto surge su característica principal que es la voluntad de soñar disciplinadamente para crear a uno que sea su hijo. Además, exterioriza emociones fuertes a modo de “lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos”[7] o tiernas “con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches.”
Mediante los difíciles ejercicios del sueño y los combates del insomnio se revela el personaje y adquiere estatura de mago. Nos abaten sus tentativas fallidas para seleccionar a un alumno fantasmal adecuado y, luego, él reinicia el proceso por la vía más larga de confeccionar cada órgano hasta completar el cuerpo del retoño. Gracias a la intervención del dios del fuego, logra dar vida al vástago fantasmal y luego lo educa pacientemente por dos años. Cuando ha madurado, cuida de hacerlo olvidar su origen y enviarlo a otro sitio donde se convertirá en mago. En un intenso final, el protagonista descubre que tampoco él es hombre de carne y hueso sino el sueño de otro.  

El hijo fantasmal. Antes de formarse se anuncia cual propósito sobrenatural, que ha devorado previamente a su demiurgo[8], aunque es construido con la mayor entrega y obsesivos sacrificios. Discretos atisbos van mostrando la identidad con el protagonista.[9] De su descripción física poco sabemos fuera del detalle de su corazón y nada más se describe que es un mancebo completo, pero sin especificar sus rasgos. El amor del padre pretende entregarle dones —educación y olvido— por lo que tras un único beso lo despide para que habite en otro templo. Después se reciben noticias de que el hijo resulta “un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse”[10], lo cual desata los temores del padre demiurgo. Y hasta ahí queda en el relato. 

El dios del fuego. El ídolo dual de tigre y potro comienza siendo un adorno inanimado, para después intervenir como un dios actuante. La ambigüedad del animal dual crece señalándolo múltiple, pues ese fuego es la flama de lo cambiante y se representa por muchos seres[11]. Se presenta dentro del sueño del protagonista para mostrarle su culto y el secreto ritual que vitalizará al hijo, quedando con tan perfecta apariencia de carne y hueso, que para todas las criaturas pasará por humano excepto para el fuego y el protagonista. En la trama este es un dios paciente, discreto y que sí cumple sin cláusulas tramposas, según los relatos mefistofélicos, únicamente solicita que envíe al hijo como sacerdote a otro templo[12], lo cual parece satisfacer al protagonista. Si en el relato existe algún “castigo” no se le atribuye al dios del fuego sino a una imposibilidad para conseguir la condición humana. 

Personajes accesorios. Algunos lugareños merodean en la historia, con mínimas apariciones pero sirviendo en la trama. Al comienzo son un rumor donde “nadie ignora” la procedencia del protagonista. Luego ellos sirven como un fondo amigable pues “Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro”[13] lo han acogido en el templo y le rinden tributo con discreción. Para dar pie al desenlace, aparecen “dos remeros” anónimos que le traen noticias de que su hijo alardea de su capacidad para retar al fuego sin quemarse. 

Espacios y geografías
El conjunto de los espacios y geografías nos presentan una apariencia realista, con ríos, selvas y ruinas por entero creíbles, que son la plataforma de la ficción. Ese espacio geográfico utiliza sólo dos coordenadas que son Sur y Norte, lo cual implica un guiño con el nombre de la revista que lo publicó, Sur, y hasta con la situación austral de Argentina. El ámbito hidrográfico liga el río abajo y río arriba, indicando el flujo de comunicación y una frontera: el templo está junto al río y al hijo se le enviará a otro templo conectado por vía fluvial. El otro confín es la selva como frontera de lo hostil y perjudicial, pues los recintos están rodeados o asediados por un ambiente selvático. Por último están las elevaciones, al inicio se declara a su patria enclavada en el flanco de las montañas, al hijo fantasmal lo “entrena” enviándolo a colocar una bandera en una cumbre y el desenlace está anunciado en presagios que incluyen una nube en un cerro. Si redondeamos a estas referencias con las ocasionales presencias de pájaros y nubes el cuento reúne los cuatro “elementos” básicos de la alquimia para fundirlos con el quinto implícito: la quintaesencia que otorga la vida, aquí una fantasmal en la clave de esta trama.

Templos y círculos
La arquitectura en exclusiva es de templos ajados y abandonados. El término templo es sumamente evocador del despertar de la conciencia; recordemos que los pueblos han sido cautivados con la perspectiva de edificaciones capaces de atraer el favor de los dioses y establecer el puente de comunicación sagrado, como en las Pirámides de Egipto o el Templo de Salomón.
Aquí su descripción es sencilla “el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra”[14]. Marca escasos detalles físicos como que “Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado”. Aparecen otros detalles sobre el templo como que “en la muralla dilapidada” hay “un nicho sepulcral”, además también existe algún “pedestal” en ese sitio. Respecto del santuario semejante al que envía al hijo se indica una mínima diferencia “otro templo despedazado cuyas pirámides persisten”. Recordemos que son recintos vacíos, dañados por un incendio y acosados por la selva; simultáneamente, son centros sagrados que fueron el eje de una religión del fuego. A pesar de su abandono, los aldeanos del entorno respetan esos sitios.
En esto Borges retoma la importancia del círculo en las geometrías sagradas, incluso muchos pueblos así representaban a la divinidad suprema, pues lo estimaban emblema de la perfección y del infinito. En la fenomenología religiosa cualquier templo es interpretado como un centro o “axis mundi”; que para esa perspectiva, no es inconciliable con la repetición de muchos centros y, en este relato, se afirma que hay varios santuarios iguales. Todo templo separa un espacio sagrado del profano, por eso su acceso está vedado a quien no es digno de él; en ese sentido la invasión de la selva indica una decadencia peligrosa. En este relato son edificaciones agónicas, señaladas como ruinas, ya incapaces de un abrigo eficiente, ocasionalmente traspasadas por la selva, pájaros de presagios o un cíclico incendio. A pesar de su debilidad sobreviven en un submundo mágico: la selva no acaba por ahogarlas ni las flamas aniquilan esas ruinas. 

La línea del tiempo y causalidad
El calendario se remite a una antigüedad indefinida, marcada por las ruinas y lo rústico del entorno, nada supone cualquier conexión con lo moderno; sin pretender una civilización precisa recopila detalles que se pueden atribuir a un sinnúmero de pueblos. Su referencia genérica es un paganismo y el culto en un perímetro sacro. El transcurso de los eventos mantiene una verosimilitud de un tiempo lineal, donde los acontecimientos mantienen su ritmo. Incluso una duda sobre cuánto ha transcurrido, marca el mismo tono realista: “Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron”[15].
Cuando se presenta un objetivo que acapara el espíritu entero, el resto se disuelve, sino como barrera y reto; ante lo cual el transcurrir testifica que el protagonista no ha cumplido su meta. La tensión acontece entre el día y la noche mediante el sueño y el insomnio, pues el protagonista requiere dormir en cantidad y calidad. “Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él.”[16] La combinación de voluntad y astucia le permite superar la prueba para adentrarse en el sueño. Pero en el territorio onírico la línea temporal pareciera mantenerse y su calendario sigue operando.  
Al final del relato, cuando se descubre también el protagonista es un fantasma forjado de sueños, por eso invulnerable al incendio, se establece un fuerte interrogante de ficción: la causa se disuelve y provoca sospechas. Si el protagonista fue una criatura que trae una misión programada, entonces su magnífica voluntad es ilusoria y surge el interrogante ¿quién lo soñó primero? Cabe la respuesta de una cadena infinita de sueños; cabrían otras aunque ninguna adecuada para nuestros supuestos de qué es lo real, en especial, quedarse con la impresión de que el soñador se soñó a sí mismo[17]

Autenticidad e individualidad robada
A su manera, el protagonista es un dechado de autenticidad pues su existencia está plasmada en un único propósito. Ante la fiereza con la que se dedica a la factura onírica de un hijo, su existencia no contiene reservas ni dobleces; ese ser de una sola pieza le canta a la autenticidad. En su florecimiento, el pensamiento existencialista se ocupó de la autenticidad del ser y aquí se cumple ese destino bajo otra perspectiva[18]. Es conocido que la individualidad preocupó a Borges y en este cuento conecta una de sus fronteras. Mientras el demiurgo está dedicado a plenitud en el logro de su obra nos ilusiona con una individualidad sin ataduras externas. La ironía del relato nos revela que ese individuo aislado y sin presiones externas termina siendo un peón sometido a un designio secreto, entre la tragedia del desenlace se revela que su individualidad fue hurtada, cuando también la autenticidad se revela en simulacro. 

Voluntad de paternidad y el hálito
Una voluntad férrea por alcanzar un imposible es la marca del protagonista, persiguiendo su ambición de forjar un hombre con el material huidizo de los sueños. La imposibilidad biológica resulta irrelevante en el argumento, aunque interesante como resorte psicológico; conforme más está vedado el logro, resulta más deseable. El protagonista pretende fabricar a partir de los sueños y se enfrasca seriamente en esa lid poniendo sus fuerzas completas en ese objetivo. La voluntad queda tensa al máximo y sus esfuerzos se tiñen con fracasos iniciales.
Mediante un esfuerzo titánico, formando cada órgano —incluso cada pelo individual por separado—, logra generar una ensoñación “de carne y hueso”, aunque todavía inanimada. En ese punto reaparece la metafísica religiosa, pues sin la contribución de lo sobrenatural seguiría siendo una especie de bella estatua inerte, a la manera de las leyendas alquímicas; entonces la intervención del dios del fuego agrega esa quintaesencia de la vida. Una vez agregado el hálito donado por la divinidad ígnea, ya se incorpora el vástago que posee las cualidades buscadas por el procreador.
Jerarquías de hombres, dioses y fantasmas
El protagonista siempre ha pretendido ser un hombre y crear otro real, bajo su afán el hombre sí es “el rey de la creación”, sin requerir explicaciones mayores, simplemente por ser tan anhelado. Sin embargo, los auténticos humanos del relato son seres discretos y casi un simple decorado, pues esa es la función de los leñadores, remeros o donadores silenciosos de alimento; aunque tal paradoja no debilita a la narración.
A lo largo de la trama el protagonista jamás parece inferior a los humanos que lo rodean, al contrario adquiere el perfil de un mago o sacerdote que veneran discretamente; asimismo, tampoco sospecha que su condición sea anómala, simplemente es un fuereño que persigue su obsesión. Al surgimiento para el hijo su condición de fantasma no le genera ninguna dificultad, sino al padre soñador que prefiere ocultarlo de su conciencia, cuando se separa de él.
La presencia del dios fuego es clave, pero súbita y, curiosamente, aunque el protagonista está dispuesto a reverenciar y seguir rituales adoratorios, en su conciencia no aparece un matiz de auténtica devoción. Digamos que para el protagonista, la oferta del dios es un acuerdo casi utilitario, aunque por entero respetable y lo cumple al pie de la letra, pero la devoción la acapara su hijo.
El súbito desenlace que provoca la toma de conciencia del protagonista, realinea las jerarquías en su completa dimensión al colocarlo como un fantasma que es soñado. Aunque ya está definido que los humanos son superiores a lo fantasmal y que el ámbito del dios no afecta esa división, la revelación es compleja: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”[19] El cóctel único de emociones del protagonista, no resulta fácil equipararlo ni sencillo definir, pero sí es magistral. 

La discreción del deseo: un beso
En el curioso universo del protagonista ha desaparecido el sexo y no existen las tentaciones carnales, aunque ha brotado una “sublimación[20] que impone la máxima tensión para crear al hijo, que debe trascender el reino onírico para materializarse en “carne y hueso”. El nivel de lo fantasmal en los sueños es presionado y machacado por la voluntad hasta traspasar su ámbito y convertirse en “carne”. El acto entero es tan apasionado que recuerda el eco prolongado de un orgasmo, así, él “persistió en una suerte de éxtasis.”[21]
Pero el producto es una “carne filial” hacia la cual no existe ni insinuación de sexualidad, por eso basta la satisfacción del servicio de Pigmalión, educándolo un par de años. En ese sentido corona su tarea de demiurgo con un beso: el único gesto físico del padre hacia el hijo es un único beso de despedida, que, al contrario de cualquier relato de romance, marca su separación[22].
En consonancia con esa sublimación, el incendio final en lugar de quemar se convierte en caricia inesperada e inapropiada. El sentido de supervivencia del protagonista siente alivio, al mismo instante surge una complicada catástrofe que lo humilla y aterra; incluso la ilusión de un placer en el fuego ha desaparecido. 

Restos y rastros esotéricos
El relato está alimentado por muchas nociones esotéricas y filosóficas fragmentarias aunque distinguibles. El anfiteatro de los alumnos soñados erige una especie de escala de estudios, a la manera de una “escala de Jacob” o una logia onírica. La generación de órganos, comenzando por el corazón, evoca las creencias del antiguo Egipto, cuando momificaban separando los órganos pues cada uno poseía esencia peculiar. Con cada órgano invoca a un planeta, integrando la astrología. Los antiguos creyeron que los sueños eran un plano efectivo y que era viable comunicarse con las almas desde ese nivel. Está la idea de un nombre de poder que se emplea para un conjuro. La imposibilidad de vivificar el hijo ya completamente soñado, remite a las creencias alquímicas sobre otro Adán de polvo o en el Golem, donde se requiere un agregado de quintaesencia o un conjuro. La dualidad del tigre y potro en el ídolo remite a los totemismos bifrontes. El papel clave del dios fuego alude a la importancia de ese elemento, por ejemplo, manifiesta en Heráclito. La Luna es patrona de la magia y los encantamientos, por eso él elige recomenzar en plenilunio. El agua le sirve en un acto de purificación ritual. El desenlace es anunciado por presagios funestos. 

Invasión de lo onírico y filosofías
Este relato unifica otras dos corrientes filosóficas, a saber, visiones del  voluntarismo y de la irrealidad. El voluntarismo creció a partir del romanticismo y los irracionalistas mediante representantes destacados como Schopenhauer y, a su manera, Nietzsche. En particular, este cuento parodia a distancia el argumento sobre el superhombre, pues el protagonista busca crear nada más que al hombre, resultando ser menos; si el fantasma demiurgo anhela manufacturar su Adán ¿qué anhela el humano?
Para su creación literaria a Borges le gustaba jugar con las afirmaciones extremistas del idealista-empirista Berkley, quien sostuvo que el universo entero resultaba una ilusión proveniente de Dios. En este relato, la irrealidad emana del reino onírico que materializa los fantasmas que, animados por el dios fuego, adquieren vitalidad. El motivo del protagonista es convertir al soñado en real, lo cual implicaría superar su propia barrera. Lo maravilloso del cuento es que el protagonista siempre se creyó real y su final impacta cuando descubre lo contrario. ¿Cómo es posible que los lectores disfrutemos esa situación? ¿A caso sospechamos nuestra irrealidad? Para el filósofo Lyotard, con la irrupción de la época de la posmodernidad una “ausencia de realidad” nos ha invadido[23]. Según ese filósofo la entrada en la posmodernidad es un evento reciente, pero el arte ya había anticipado ese giro de nuestra mentalidad colectiva desde el principio del siglo XX; en ese sentido, los artes abstractos y vanguardistas estaban prefigurando una etapa donde la realidad ha salido de foco. Después resulta una experiencia generalizada el sentir que transitamos entre irrealidades, como lo muestra ya la cinematográfica popular tipo Matrix[24]. En ese sentido, la ficción de Borges, anticipó la posmodernidad con sus múltiples dudas sobre la consistencia de lo real y su apertura de universos fantásticos donde los protagonistas sienten su irrealidad.  
En la hipótesis del espacio onírico se conjuntan ambas tendencias filosóficas al amasar la suprema voluntad con la máxima irrealidad; la tragedia consiste en el fracaso de la voluntad que cae en el engaño de su propia quimera cuando pretende resolverlo afuera. Bajo las reglas de este cuento el voluntarismo cumple una “victoria pírrica”, cuando su tras crear un vástago termina revelada su propia irrealidad. 

El cóctel de lo inigualable
Con la compleja frase que cierra este relato irrumpe la unidad y novedad de la obra literaria. En un breve relato es factible reunir religiones y fes amasando algo que no es ni ritual ni dogma; es permitido soldar filosofías incompatibles perfilando una exégesis alternativa y hasta es un mérito juntar lo más humano con lo fantasmal. La capacidad de Borges para reunir diversas aristas y acrisolarlas en una narración original se corona con el exótico sabor de la frase final: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”[25] Una mixtura inconcebible de emociones resulta muy convincente, cuando es elaborada con un relato magistral y único; este arte se forja con los materiales más disímbolos y su genio nos remontar hasta impresiones inigualables.

NOTAS

[1] Al comienzo del relato siempre su afán se identifica como hacer un “hombre”, al resultar lo designa ya como “hijo”, para referirse a la imaginaria edad de su manufactura lo designa como “mancebo”. En la fase intermedia alecciona alumnos fantasmales, sin optar por ninguno finalmente.
[2] “En Las ruinas circulares todo es irreal” Prólogo de Borges a la edición de 1941.
[3] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares. Según la hondura con la cual comprende el uso de la metáfora, Cf. Historia de la eternidad.
[4] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares. La magistral frase entera, aparece adelante.
[5] Por ejemplo, la exégesis marxista condena al vanguardismo y a la ficción extrema como parte de la enajenación burguesa, véase LUKACS, George, Significación actual del realismo crítico. La contraparte progresista, demuestra que lo fantasioso es más realista que el realismo, por ejemplo, DELEUZE, Gilles y Felix GUATTARI, Kafka para una literatura menor. 
[6] Por ejemplo, Mircea Eliade con su Tratado de la historia de las religiones y Claude Levi-Strauss donde se desecha el privilegio de una religión o cultura por encima de todas, esforzándose por establecer patrones generales o estructuras del fenómeno religioso. Aunque si pretendemos rastrear antecedentes históricos este cuento, la referencia al idioma “zend” nos señala los idiomas de la antigua Persia, entre los cuales el culto al fuego fue importante.
[7] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[8] “Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma” BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[9] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares. En la primera tentativa fracasada, cuando elige al mejor de los alumnos soñados, indica: “se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador.”
[10] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[11] “a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad”, BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares. Notemos que la integración de criaturas le otorga mayor jerarquía y abstracción a los dioses.
[12] “Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto” En los cuentos tradicionales, los dioses paganos traen castigos escondidos contra los protagonistas, incluso en los no tradicionales como el Fausto de Goethe.
[13] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[14] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[15] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares. La referencia metafórica a “mil y una noches” para crear al hijo evoca a uno de los textos favoritos de Borges.
[16] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[17] Desde mi análisis, esa hipótesis no es exacta, pero en el cosmos de la fantasía y con un final abierto, caben muchas respuestas; lo más próximo sería una cadena de fantasmas que producen fantasmas a la manera de células o virus que se replican, bajo un código ADN que desconocen.
[18] Sin duda, no cabría plantear la autenticidad de los fantasmas, pero eso lo sabemos hasta el final del relato; todo el planteamiento es de la fiera consonancia entre el yo y su meta, sin doblez y sin desmayo, por eso dibuja un canto a la autenticidad en la existencia. Este protagonista es más ferozmente obsesivo que Roquentin para alisar su exterior, con la ventaja de que sí sostiene un objetivo.
[19] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[20] Para Freud es el mecanismo de defensa del yo mediante el cual, el instinto sexual se desvía hacia un objetivo aceptable, como es el arte o la creatividad en general. Cf. BROWN, Norman, Eros y tanatos.
[21] La frase completa: “El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis.” BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[22] “Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga.” BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[23] LYOTARD, Jean-Francoise, La posmodernidad (explicada a los niños). En descargo, Lyotard es un posmarxista de raíz en Kant, cuando Hegel ya había discutido la solución para tal paradoja: quien hace la diferencia entre real e irreal, de antemano sabe la diferencia. En otras palabras, la teoría de la irrealidad es un corolario de teoría kantiana de nóumeno. Lo interesante es que los lectores de literatura sientan esa irrealidad; mi hipótesis es que la sensación de irrealidad surge del cúmulo social desbordado de tecno-ciencia.
[24] A su vez, el guion de la trilogía Matrix es tributario de las percepciones teóricas de Jean Baudrillard, otro de los sociólogos que afirma un cambio de época al terminar el siglo XX. En la película, el protagonista que será Neo esconde discos en el libro Cultura y simulacro, con el ensayo principal "Precesión de simulacros", del autor francés.
[25] BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.