Pagina de Carlos Valdes Martin y Lucia Gual, bienvenidos... Permitido copiar textos; favor de citar. Premio literario: In Xochitl in Cuitcatl, 1er. lugar. Premio Social: Nacional de Liderazgo de la Asoc. Liderazgo Hoy, 2012. Libros: Las aguas reflejantes, el espejo de la nación. Coautor: El poder de la masonería en México.Influencia de la masonería en la Constitución de 1917. Doctorado Honoris Causa: Claustro Doctoral Iberoamericano, UNIDEP, et. al.
miércoles, 14 de enero de 2009
Fragmento de LA FORJA DE UNA NACIÓN EN LA HISTORIA. DESDE EL MEDIODÍA NACIONAL DE1960 HASTA LA APERTURA DEL MILENIO
Por Carlos Valdés Martín
Este fragmento forma parte de la tercera parte del ensayo titulado "La forja de una nación en la historia", publicado en el Libro Las aguas reflejantes, el espejo de la nación. Expone la oleada de emigración desde 1970 que trajo un aire vital a México, y estrechó lazos con el Sur de América.
La emigración latinoamericana.
De manera muy significativa la situación sudamericana durante esa década de 1970 se deslizó hacia una crisis profunda. El descontento popular en varios países latinoamericanos promovía líderes izquierdistas y movimientos radicalizados. La llegada al poder de populistas y hasta socialistas, o la amenaza de su arribo, representó la contraparte de la radicalización derechista de las elites latinoamericanas y de una línea militarista promovida por Estados Unidos. Como una plaga los golpes de Estado y las represiones violentas sacudieron esa parte del mundo. El dramático caso del golpe militar en Chile se vinculó directamente con la actuación diplomática del gobierno mexicano. Salvador Allende, el presidente electo en Chile, había alcanzado su envestidura mediante un proceso electoral y sus decretos para una socialización de la economía privada enfrentaban tanto la rebelión burguesa interior como una intriga externa muy enconadas. El golpe militar de 1973 en Chile aplastaba la convivencia local y perseguía cruelmente a sus ciudadanos, pero también enfrentó las líneas diplomáticas exteriores del gobierno mexicano (entre otros países), el cual se convirtió en un activista para defender los derechos pisoteados de los chilenos. Desde mucho antes, durante el ocaso de la República Española; la recepción de refugiados perseguidos por dictaduras se había considerado como una línea acertada de política exterior, y el evento de Chile revitalizó tal vía de acceso. Los siguientes golpes de Estado en Uruguay, Argentina, etc. También incrementaron el caudal de emigrantes sudamericanos hacia México.
Un golpe de Estado y una dictadura señalan un estallido de oscuridad, una roca candente trepidando sobre las aguas tensas de sistema de países, y sus ondas expansivas repercuten con su barbarie hacia la lejanía. En esa lejanía (distancia salvada por la desgracia ajena) se abren venas, canales de comunicación y hasta de emigración. Ante el contexto sudamericano la situación de México y hasta las vanidades pasajeras de su Presidente Echeverría (aspirando a conquistar una posición personal en la Organización de las Naciones Unidas) amplificaron el efecto. Los dramáticos ecos del ataque militar al Palacio de Gobierno (llamado la Moneda) en Santiago de Chile repercutieron en el ánimo mexicano. En esa misma dirección cooperaron variadas situaciones, incluso la actuación directa del embajador mexicano y su personal protegiendo a los refugiados, y erigiendo el minúsculo suelo de una embajada extranjera como un breve santuario para cientos de refugiados, y la posterior emigración de unos miles de perseguidos incluyendo a cabezas significativas de la política chilena. El efecto de las expatriaciones sudamericanas sobre la circunstancia mexicana y nuestro desenvolvimiento nacional se amplió, pues la oleada de golpes militares sudamericanos provocó una emigración variada; donde los actores y polos de referencia se mantuvieron múltiples, pero unificados (desde México) bajo la percepción genérica de lo latinoamericano. Entonces aquí emergió una percepción aguda y compleja de lo “latinoamericano” estableciendo un puente hacia lo externo, con menos grados de separación que lo “extranjero”, acercándose hacia los matices de lo fraternal, lo solidario o lo internacionalista. Como esta evaluación de lo latinoamericano fraterno depende de una percepción y nunca de una integración (sin lazos económicos ni poblacionales en la plataforma de la idea), una gran parte de México siguió mirando tales espejos como una extranjería ordinaria; en particular, la derecha conservadora observaba los ecos latinoamericanistas y la modesta emigración como una simple extranjería, una invasión injustificada de sudamericanos para apropiarse de los codiciados puestos de la administración pública.
La recepción de emigrantes latinoamericanos a partir de los setentas representa más, para el fenómeno nacional, un evento de conciencia que un evento de cantidad de emigrantes. La cantidad no rebasó las decenas de miles de emigrantes, así comparado con las decenas de millones en nuestra extensa población no alteraba el panorama demográfico; el tema de los emigrantes latinoamericanos correspondía más a la calidad que a la cantidad. La calidad de esta emigración provocaba su notoriedad, en primer lugar México no estaba acostumbrado a las emigraciones masivas o grupales; el arribo de europeos, norteamericanos, latinoamericanos y de otras latitudes aconteció en cantidades discretísimas, más un goteo de individuos y familias, sin que alterara la percepción del país. La única excepción notable aconteció con los refugiados de la República Española, y la afluencia de refugiados latinoamericanos de los setentas parecía repetir el patrón, mostrando un mismo modelo, ya de grupo con un origen en la tragedia política, simplemente multiplicado y potenciado. Ahora bien, para la recepción de los grupos emigrantes predominó una tersa bienvenida; las protestas de una derecha política local se mantuvieron en los márgenes, sin impactar el contexto de una bienvenida. Por cualidad de esta emigración merece indicarse la calidad personal, moral e intelectual de muchos emigrantes; líderes de opinión o de actitud en sus países de origen, trasplantados al altiplano mexicano, siguieron brillando o adquirieron nuevos vuelos como Benedetti o Gelman; incluso quienes no provenían de ninguna situación notable en sus países de origen podían destacarse asumiendo los dolores del destierro y reconvirtiéndolos en originales biografías. Como grupo humano, al principio su tendencia principal, como expatriados de emergencia (arrojados por motivos políticos graves) no se encaminaba a una aclimatación o mestizaje, ante la comprensible esperanza de un rápido regreso; establecieron rápidamente pequeños grupos de refugiados e incluso organizaron sus “casas en el exilio”, agrupaciones de reunión periódica para mantener el ánimo, la cohesión y luchar por recuperar sus países heridos por la adversidad. Esa tendencia nodal no excluía su integración completa hacia este país que tanto agrada al emigrante, y existe un amplio relato de amores y familias, trasplantes definitivos de los latinoamericanos hacia la nueva tierra.
La calidad de extranjería propone una transmutación, bastaba algún latinoamericano en el vecindario para crear esa interesante tensión emanada desde y hacia la diferencia; bastaba la presencia de una joven argentina en el edificio para convertirse en una referencia cruzada en esa calle, motivo de curiosidad e interés, el arribo de un tono distinto, un horizonte casi lo mismo pero nunca igual. En ese sentido se repite la calidad de la extranjería, una emigración cuando no es rechazada burdamente aporta hacia un nivel muy superior que la simple suma de partes.
Para la opinión pública y las interpretaciones del tema nacional, la recepción tan cálida de los extranjeros dentro de México se asimila bajo la imagen del “malinchismo”, una aceptación o casi veneración hacia lo extranjero, donde aparecen complejos movimientos de las actitudes nacionales hacia el extranjero. Bajo el mismo rubro de “malinchismo” se manifiestan otros tres fenómenos importantísimos de recepción de lo extranjero en la trayectoria de la forja de México: la recepción de la conquista; la relación con Europa (admiración cultural, desigualdad económica); y la relación con Estados Unidos (asimilación de modelo republicano, guerra, intensas relaciones económicas, trasnacionales, influjo en el modelo de vida). Ahora bien, en las largas perspectivas este tema corresponde con los fenómeno de la percepción y la recepción de las comunidades extranjeras, mostrando la creación misma de las comunidades al definir las fronteras entre “Nosotros” y los “Otros”, tal como se muestra desde los tiempos remotos en las percepciones de Herodoto definiendo a los griegos (con sus matices de cada ciudad o pueblo distintos, el coro de los “helenos” tan variados y desunidos entre sí) ante los Otros pueblos, en especial sus enemigos persas. La modalidad de recepción varía conforme las estructuras internas y externas de los pueblos, demostrando justamente la sustancia de la teoría de las naciones. En nuestro caso el término “malinchismo” ya contiene una apuesta ideológica de confrontación nacionalista en contra de nuestro (creído así) excesivo aceptar al extranjero; y en ese sentido, también parece configurar una bendición, porque lo contrario indicaría un agresivo nacionalismo, el cual ha mostrado resultados catastróficos convertido en guerras y racismo.
Bajo la mascarada de una trivial aceptación de lo extranjero existe una corriente más profunda, un aliento más trascendente. La manera en que fue asumida por el marxismo al plantear un internacionalismo trascendente me parece esencialmente correcta. Ninguna nacionalidad puede contener la vanguardia de las tendencias más avanzadas, ninguna encierra una perfección suprema, sino que el ideal de perfección emana constantemente desde un nivel superior, ya revelado por los antiguos como “humanidad” (de ahí el humanismo) o luego en múltiples variaciones, como sentido católico (universal) y en el contexto del ascenso de las naciones desde el siglo XIX emerge bajo las variantes cosmopolitas (ferias cosmopolitas, concierto de naciones, intercambios mundiales) e internacionalistas (las organizaciones internacionales de trabajadores, solidaridad entre pueblos, etc.) La referencia constante hacia un plano superior se mantiene incluso antes de la entera época moderna, ya el Renacimiento se orienta en esa tendencia de un plano humano trascendente y una esfera planetaria abarcada. Esto significa que bajo la mascarada de “malinchismo” también gravitan las fuerzas trascendentes de cada nación, donde se trascienden fronteras y se percibe un horizonte máximo, la humanidad entera como posible comunidad, la fraternidad sin limitación alguna permitiendo ese flujo vital allende las limitaciones y los estereotipos. En ese sentido, la inmigración latinoamericana revitaliza el sentido nacional de México, relajando su cerrazón, alimentando una amplitud de horizontes, promoviendo un sentido fraternal hacia personas concretas, demostrando que nacional no implica anti-extranjero; entonces el sentido de nacionalidad mexicano recibe un bautismo de generosidad y aliento hacia mejores miras.
METAFORAS Y DISCUSIONES SOBRE LA “ESPAÑA INVERTEBRADA”
Por Carlos Valdés Martín
En lo siguiente, brotan saltarinas, con gotas de ingenio y olores de chorizos
castellanos (luego de su asado matinal) las impresiones catapultadas por Ortega
y Gasset, autor tan impetuoso como teórico, explorador de claridades, amigo de
las representaciones concluyentes, a veces demasiado rápido y pronto, hasta excesivo
por su prisa. En el pensamiento vale tanto una buena metáfora e imagen como el
argumento, ya que sin tales desplantes la mente no se impresiona, no se
detiene, pues detenernos un instante resulta la clave del ritmo para captar,
comprender. Si la mente no queda detenida suficientes instantes, entonces imposibilitada
de percepción clara permanece; ese lapso detenido, esa indicación de instantes
captando nos los proporcionan las imágenes y metáforas. Algunas metáforas del
pensar resultan tan abstractas y usuales que se convierten en el pensamiento
mismo, y si revisamos la alcurnia intelectual del marxismo observamos la
relación entre base y superestructura, encerrada dentro de una idea de
arquitectura simple, sin embargo, adquiere una potencia pasional, para derivar
en la “estructura” interpretada por Althusser como la esencia de las esencia
del pensamiento marxista, su verdad última bajo cualquier perspectiva[1].
Entonces la metáfora del edificio, andamio tan útil para pensar, con cierta
interpretación marxista se convierte en el pensamiento mismo, pues las
posiciones entre economía y el resto de la vida social resultan ya el
fundamento. Además imagino que la metáfora del edificio marxista, por fuerza es
un edificio civil sencillo, carente de adornos, estable y dotado de cimientos;
no se levanta demasiado del suelo, mas resulta indestructible; quien ama la
tierra cree en ese edificio, por lo mismo se denomina mater-ialismo. Si aparece
un pensamiento colocado en una variedad distinta de edificio, ya no será afín al
discurso marxista, digamos una edificación tipo iglú, demasiado pequeña y fría,
simple salvavidas ante la indiferencia del hielo, por tanto casi inútil al
pensamiento únicamente la colocaríamos bajo otra familia de teorizaciones
austeras y frías. Y si no encontramos una ventaja con el iglú, ya la simpleza
de la caverna le proporcionó a Platón un magnífico asidero para colocarnos en
situación del nacimiento del pensamiento, pues la caverna sirve de peldaño para
comprender la percepción primera, pero no identifica una tendencia completa. En
cambio, un templo refiere una variación de utilidad pensante, pues un templo
parece pletórico de trasmundo y con ornatos barrocos, por tanto adecuado para
una filosofía idealista.
El invertebrado y la biología social
Para Ortega el término invertebrado vincula con la biología, las leyes
de la vida, entregando un tema tan caro a sus intereses intelectuales y sus
tendencias personales. La vida es el principio y el fin del pensar, la fuente
del interés, la motivación y el estilo del pensar. A sí mismo, Ortega se ha definido
como un filósofo vitalista, planteando como el título redondo el “racionalismo
vitalista”, donde el raciocinio recto se une al ímpetu de la vitalidad, la
defensa de lo viviente y lo actual en contra de lo moribundo y pasado.
Ya sea el animal vertebrado o sin vértebras, este precepto corresponde a
una emanación desde la clasificación de los animales, ya contengan tal
principio o lo rechacen. La vertebración corresponde a los animales superiores,
donde el sistema esquelético se integra para darles sustentación y además estructura
de orden. La falta de sustentación y orden de un animal que debiendo aparecer
vertebrado, queda invertebrado es la idea metafórica ofrecida por Ortega
respecto de la situación de una nación en particular, la suya originaria. La
diferencia específica entre la sociedad vertebrada y la invertebrada aparece
como el desorden, y no cualquiera falta de ordenamiento, sino de uno peculiar
que apasiona a este autor, ofreciendo su eje en la relación entre elite y masa.
Mostrando rápido la tesis de este pensador español diremos que la elite agrupa
una minoría de individuos selectos y la masa amontona al resto, entonces existe
y opera una ley de biología social donde la única fórmula posible de
convivencia social es “la acción dinámica de una minoría sobre una masa”[2]. El
énfasis también revela la discusión de fondo, porque su opinión indica “única
fórmula”, cuando resulta dudosa esta inexistencia de disyuntiva pues ¿porqué no
entresacar una fórmula distinta, como sería la de una confrontación creativa
entre elites y masas? Su enfoque el mismo Ortega lo denomina aristocrático,
pero no en el sentido convencional (el favorable a los nobles de abolengo),
sino en una reformulación más cercana a Platón, donde por una aristocracia se
entiende al conjunto de los estrictamente mejores dentro de cada grupo;
entonces esa elite no corresponde a la aristocracia convencional de quienes ya
poseen un rango sino una vocación de los mejores, una selección emanada de la
acción mejor, sin ninguna relación con las ventajas de la cuna ni de la
jerarquía impuesta por los títulos nobiliarios. En ese sentido, la aristocracia para Ortega surge
de la combinación de las acciones individuales y su contexto, donde por el
mérito propio emergen los mejor dotados, lanzando su ejemplo de superioridad,
mostrándose los mejores pintores, cantantes, políticos, éticos, comerciantes,
militares, etc. hasta configurar el ramillete de los efectivamente mejores, y
mediante esa referencia, ya la masa permanece en posición de seguidora. Nos
encontramos ante una interpretación de los “más aptos”, una modalidad liberal
del ascenso social mediante las sobresalientes capacidades y una obligación de
los poco brillantes a seguir o imitar a las luminarias. Esa colección de las
luminarias del grupo social forma las vértebras y la osamenta, en sí la
estructura, de un cuerpo social amorfo. Además las luminarias producen el
movimiento de avance y las masas lo amplían al seguirlas. La contraparte de la
aristocracia el parece a Ortega la masa, una multitud sin atributos, que cuando
se comporta indócil frente a los mejores, entonces se perjudica directamente,
pues la “rebelión de las masas” le parece un fenómeno de recaída, de barbarie.
Ahora bien, por cuanto este ordenamiento entre elite y masa lo estima
tan indispensable Ortega, también conviene indicar no ha resultado el único
posible, simplemente lo podemos comparar con la división entre grupos humanos
como clases sociales (marxismo), como géneros (sociología del género),
generaciones (el mismo Ortega gusta de tal división), naciones (nacionalismo),
etc. Sin embargo, descubrimos una afinidad curiosa en esa interpretación
elitista. Bajo la interpretación política del marxismo la relación entre la
elite y una masa se magnificó como teoría leninista del partido político, la
cual (episódicamente) se mostró como muy efectiva y capaz de ejercer como
palanca de enormes transformaciones sociales; justamente la teoría leninista
del partido (también denominada bolchevique), insiste ampliamente que el
proletariado revolucionario permanece como una masa informe sin su
estructuración por un partido político
revolucionario, donde la parte dura (el hueso) es el militante (término también
de dureza y hasta rudeza) y la parte vertebradora (organizadora) es la figura
del partido como entidad centralizadora. Esto significa que el marxismo
menchevique (contraparte del bolchevique) sugiere la preeminencia de una masa informe,
sin que la elite sea el elemento “vertebrador”, mientras el marxismo
bolchevique de Lenin[3] nos
invita a un proceso agudo para convertir al organismo social invertebrado del
grupo proletario en un sistema vertebrado, en otros términos, paso de la masa
invertebrada (clase en sí) a la masa vertebrada (clase para sí, ya clase
efectivamente revolucionaria). En el curso de la historia mundial, la actividad
de Lenin obtuvo enormes éxitos prácticos con la Revolución Rusa y una larga
secuela; su metamorfosis siguiente fue hacia un sistema de Estado soviético,
donde la elite en relación a la masa devino en una jerarquía estricta y
dictatorial, dominando al pueblo entero desde una cúspide enteramente jerárquica,
generando una dictadura de pesadilla; en fin, el principio aristocrático del
partido (la elite revolucionaria) devino en elite dictatorial. Por su parte,
Ortega con sus visiones se mantuvo relativamente en un margen del acontecer
histórico, con una interpretación
liberal “light” marginada del
choque entre el republicanismo militante y la barbarie fascista de Francisco
Franco. Por paradoja, la misma posición socio-histórica de Ortega cae en la
invertebración desde la vinculación externa, careciendo de “organicidad” con
ninguno de los contendientes de la dramática guerra civil.
El río de la corrupción; el río de la vida
Comenta Ortega en tono polémico que la existencia de la vida española se
ha señalado corrientemente como corroída por la inmoralidad, por la corrupción
en los asuntos públicos, con acusaciones de la venalidad de los puestos y los
negocios con el dinero del estado, pero en su opinión eso no resulta tenor
suficiente para indicar la decadencia del un pueblo, pues tiene el ejemplo
estadounidense. En el coloso del Norte, “ha corrido por la vida pública
norteamericana un Mississipí (sic) de la ”[4]. La
imagen usada es el río, el caudal inmenso y casi sin fronteras desplazándose en
una dirección imparable y sin figura definida. El río es la metáfora propia del
movimiento, al tiempo que las aguas indican lo informe; en este caso se va
hacia el límite porque el agua se ha convertido en lodo, desagüe, albañal,
pantano, justamente la metamorfosis en lo opuesto de las aguas límpidas,
refrescantes, renovadoras, vitalizantes, sino que su cambio las conduce hacia
el límite, lo que han lavado, esa suciedad moral las ha contaminado
definitivamente, y únicamente por excepción el río se convierte en su
contrario, en un drenaje gigantesco. Su metáfora está emparentada con una
contradicción, pues el caudal de corrupción pública, no ha disminuido a la
nación sino la ha marcado como fortalecida. No niega Ortega a la corrupción
pública como signo decadente, sino que muestra un “sin embargo”, una irritante
situación donde las formas de inmoralidad no aniquilan al pueblo, “antes bien,
coincidan con su encumbramiento”[5]. Esta
extraña paradoja pareciera corresponder con los exceso de poderío y de riqueza,
justo donde para Hardt y Negri el término imperio hace pareja con la corrupción
y oposición con la generación; y aunque no estoy acorde con su teoría sobre el
imperio, contiene el mérito de intentar una “teorización” de tal modo que nos
invita a convertir la corrupción en un concepto, cuando solamente se ha
empleado como una muletilla de la indignación, para señalar cualquier práctica
pública cuando nos parece inmoral. Para estos autores tajantemente, “la corrupción
es la sustancia y la totalidad del imperio”, y además “no queda nada esencial
del capitalismo, salvo la corrupción”[6]
Dejando pendiente la opción para conocer otros escritos, pareciera que en esta
definición, justamente, Hardt y Negri no descubren una interpretación, sino una
frontera, pues la colocan bajo un supuesto absoluto, como entonces “la
corrupción es sencillamente su negación (de la generación), La corrupción rompe
la cadena del deseo e impide que continúe extendiéndose a través del horizonte biopolítico
de la producción. Constituye agujeros negros y vacíos ontológicos en la vida de
la multitud (…) aparece inmediatamente como una forma de violencia, un
insulto.”[7] Sus
formas les parecen tan numerosas que resulta inútil numerarlas todas, pero al menos
les parece a estos autores que se enfoca hacia tres aspectos: La decisión
individual opuesta a la comunidad; la explotación o corrupción productiva; y
como ideología de la amenaza de la destrucción. Ahora bien, siguiendo con el
caudal del río, con estos autores han inundado el concepto teórico con la
“corrupción” como una dimensión básica, incluso planteándola en un sentido más
extenso que la operación de la producción; se elevan hasta un nivel genérico
filosófico (casi me atrevo a decir que lo colocan como principio-valor al
estilo del catolicismo, por cuanto el discurso de la tendencia
“democratacristiana” o de intervención católica en la política, emplea
universalmente y como eje rector su “combate a la corrupción”,en un paralelismo
de izquierda y derecha que convendría investigar), para establecer un par:
generación-producción. De tal suerte, entienden como generación toda producción
desde el nivel básico de la existencia, pero su frontera no aparece como una
dualidad complementaria, sino como la simple negación[8] (el
formalismo de la reflexión) y mientras su primer elemento pareciera manar desde
la filosofía casi platónica (generatio…)
como el principio de creación de las cosas, su segunda parte no es resultado de
su negación evidente (corruptio…) dando
paso a la muerte de las cosas generadas (las cuales en la filosofía antigua
regresan en el ciclo renaciente a re-vivir, por tanto esa corrupción plantea su
abismo sino su paso al retorno), sino un abismo negro, en arbitrario freno
impidiendo una especie de soberanía (comunista y posmoderna) de la “inmanencia
perpetua”, para que la generación configure una vida sin fin y sin barreras
(trascendentes).
Por parte de Hardt y Negri la utilización de la metáfora del río en el
mismo texto citado, correspondió al tema de un enorme flujo de sangre,
retomando a Melville: “Nuestra sangre es como la corriente del Amazonas,
constituida por un millar de nobles afluentes que desembocan en un solo cauce. No
somos una nación, antes bien somos un mundo (…) Somos los herederos de todos
los tiempos y con todas las naciones dividimos nuestra herencia”[9].
Ahora encontramos cara a cara la metáfora positiva, de la sangre representada
en agua, y el torrente universal, de la vida fluida indicando el aspecto
positivo del enorme torrente, la existencia mundial avanzando impetuosa,
indicando su signo positivo. Ciertamente Hardt y Negri se oponen a aceptar que
tal evidencia positiva corresponde a la herencia norteamericana, donde ellos observan
a la ciudadela del imperio, por tanto una tendencia negativa universal
encerrada.
Por último, la doble utilización de un gran río como metáfora, conviene
remarcarla como empleo para la designación del gigantismo, porque ambos
fenómenos hidrológicos son enormes y sirven para revelar la vastedad norteamericana.
La diana atrayendo la flecha, el objetivo
Nos indica Ortega que las grandes empresas históricas empiezan con un
objetivo y que la tensión sobre la fuerzas de los pueblos dependen de grandes
objetivos sobre los cuales volcar las voluntades colectivas. “La nace así en la mente de Castilla, no como una intuición de algo real
–España no era, en realidad, una–, sino como un ideal esquema de algo realizable, un proyecto incitador de
voluntades, un mañana imaginario capaz de disciplinar el hoy y de orientarlo, a
la manera que el blanco atrae la flecha y tiende el arco.”[10] Esta
magnífica metáfora de la diana y el arco, nos indica la fina percepción de la
metáfora encajada ya en la descripción realista, porque no se refiere solamente
a un “como sí” (la hipótesis) sino que indica lo acontecido, la definición del
objetivo colectivo plegando las voluntades hacia un meta, como un mecanismo esencial del movimiento de los
pueblos, la forja misma de las naciones, hacia una posibilidad, en este caso,
la posibilidad de sí mismo, del pueblo unificado (el trayecto hacia España).
Siguiendo con la comparaciones política, si observamos la existencia de
una teoría política marxista práctica, sus líneas fundacionales durante los
grandes debates políticos, estuvieron centradas entre los objetivos inmediatos
y los plausibles (el gran objetivo socialista y revolucionario) de tal manera
propiciando la articulación entre un movimiento social de reivindicaciones (las
económicas, las inmediatas, las posibles) y las reivindicaciones mayores (una
meta social superior); la articulación entre una luche en el terreno de la
legalidad y las modalidades de acción rebasando las definiciones legales (el
empleo del parlamentarismo, la participación en elecciones, etc.). En el primer
caso, fue en el contexto de la socialdemocracia alemana de principios del siglo
XX en los debates entre Rosa Luxemburg, Karl Kautsky y Eduard Bernstein sobre
el tema de la huelga de masas y los límites de la acción dentro del
capitalismo. En el segundo caso, los debates anteriores a la revolución rusa y
posteriores a la misma, sobre todo protagonizados por Lenin[11].
Observando el curso de los acontecimientos resulta impactante la presencia de
planteamientos de objetivos motivando a organizaciones políticas enfrentadas a
un enorme aparato de poder y con capacidad represiva, las cuales en base a sus
estrategias centradas en sus objetivos, alcanzando el salto cualitativo para
derribar al zarismo y levantar un régimen alternativo en contra de un contexto
capitalista mundial hostil. La política denominada leninista establece un
sistema de objetivos mostrados en sus programas de acción, tácticas y
estrategias, donde (incluso con los errores retrospectivos que debamos
achacarle) se tensa suficientemente el arco (el militante, la célula, el grupo,
el partido, el sindicato, la masa, el pueblo) tras sus objetivos en escala
trascendente (desde la reivindicación pequeña e inmediata hasta un gran
horizonte de transformaciones sociales). En este sentido, la gran diana de la
escala leninista es el socialismo entendido como una comunidad humana,
superando las miserias del régimen capitalista, plateando la búsqueda utópica
de una hermandad superior remediando las dolencias de la humanidad entera. Si
observamos el pasado descubriremos que esa gran diana socialista ha sido una
fuerza efectiva, un imán arrastrando un interés inmenso en pos de un mundo
mejor.
La mejoría del manejo de los objetivos en la vida cotidiana se ha
planteado desde diversas interpretaciones, mostrándose algunos aciertos
interesantes en la “programación neuro-lingüística” hacia la clarificación del
objetivo. Por tanto, crear los objetivos es movilizar la existencia, la
definición de os objetivos, define la dinámica de las personas y hasta de los
grupos, y que en el estudio Ortega ejemplifica con la metas propuestas por los
reyes castellanos, quienes planteaban metas colectivas, de tal modo que los
súbditos del reino constantemente eran arrebatados hacia objetivos colectivos,
que tensaban sus existencias, “Este rey (…) ha llegado a esa grandeza (…)
teniendo siempre a las gentes con el ánimo arrebatado por la consideración del
fin que alcanzarán, las resoluciones y las empresas nuevas (…) y todas estas
empresas (en el sentido de emprender grandes campañas) (…) tenerlos suspensos
con la multiplicidad de las hazañas.”[12]
Entonces cambiando de horizonte la determinación de objetivos individuales resulta
importantísima para mover a las personas, como la clave de su motivación y
hasta su acción; sin embargo, el común de las personas suele centrarse en
objetivos que no dependen de ellos mismos, sino se enganchan de “proyecciones”
psicológicas, determinadas por la pertenencia a un grupo o una filiación
emocional. Ahora bien, además en la complejidad de la realidad, el desarrollo
de objetivos también posee estructuras complejas por lo que su determinación en
organizaciones ya alcanza el nivel de una ciencia y un arte, de ahí los
intentos de integrar su determinación casi como disciplina especializada.
Tema subalterno, la diana como unidad, la unidad misma como objetivo.
La diana como metáfora del objetivo lo plantea en el nivel de la unidad,
y resulta muy interesante el resultado, donde la propia “unidad” es el
objetivo, pareciera un pleonasmo, una repetición. Debajo de la apariencia de
repetición existe una dimensión adicional. El planteamiento de “España una”
como meta de la unificación, nos indica la sustracción rumbo a un reduccionismo
de dimensiones, acortar lo secundario para alcanzar un nivel mínimo, casi dijéramos
el simple “punto” mínimo. Si nos
colocamos dentro del tema de las unificaciones nacionales esta referencia a lo
“uno” pareciera no agregar nada, sin embargo, cuando miramos hacia otras
direcciones, y descubrimos otros lemas de unificación, entonces pareciera que
sí agrega algo nuevo. Vamos de nuevo a Lenin, donde su línea política
repetidamente apela a la unidad de proletariado y a la unidad del partido como
objetivo de acción a lograrse. La simple similitud entre el espacio nacional y
el espacio de acción política nos invita a sospechar de una continuidad, y
aceptar la mitad de la tesis, como si para la existencia político- nacional la
unidad adquiere importancia. El tema se amplía cuando descubrimos que existió
gran inquietud en el periodo prerrevolucionario y revolucionario de Francia
para la unificación de las medidas y que tal concepto se podía vincular
perfectamente con una idea de la unificación política, tal como se muestra en
este pasaje pre-revolucionario: “expresar el ruego más sincero de tener un solo
rey, una sola ley, una sola pesa y una sola medida”[13] Este
pasaje nos indica la tendencia unificadora adquiriendo un matiz extremo, y
hasta indica sentido práctico, porque establecer patrones de pesas y medidas
unitario dentro del país resultaba sumamente práctico, importante para acabar
con los abusos típicos de las autoridades locales del sistema feudal. Entonces
la unidad adorna al objetivo con una cualidad, lo simplifica y lo hace preciso;
en el extremo, la unidad misma ya parece ser un objetivo. Ahora bien, en el
sentido filosófico, la unidad por la unidad misma nos colocaría sobre un
objetivo vacío, porque la unidad siempre resultará de un algo, atributo de un
ser.
Cabría realizar algunas preguntas sobre lo emotivo de la unidad,
cuestionándonos si la unificación proviene ya sea por la confluencia del
individuo con el grupo, como dijera Canetti “la inversión del temor a ser
tocado”[14]; ya
sea por la purificación de la emoción, alejando los granos de emoción
dispersante y juntando los granos de la emoción confluente, para alcanzar una
exaltación en el “momento de unidad”; ya sea por la concentración hacia un
momento presente, liberándose de residuos viscosos sobre la atención, para
alcanzar la unión del aquí y ahora.
La planta creciendo en cámara lenta
Para explicarnos los peculiares tiempos de la perspectiva de la
historia, recurre Ortega y Gasset al ejemplo metafórico de una filmación de
cámara lenta, mostrándonos la vida de una planta, condensándola en breves
minutos. Este ejemplo es de “emociones suscitadas por el cinematógrafo”, donde
descubre “una que hubiera entusiasmado a
Goethe”[15] Con
detalle se nos explica que nunca vemos el crecimiento de una planta desde la
semilla hasta la flor, porque “transcurre en la naturaleza demasiado tiempo”, únicamente miramos por separado, la semilla,
el tallo, la flor, como situaciones separadas. “Para entender bien una cosa es
preciso ponerse al compás. De otra manera la melodía de su existencia no logra
articularse en nuestra percepción y se desgrana en una secuencia de sonidos
inconexos que carecen de sentido. Si nos hablan demasiado de prisa o demasiado
despacio, las sílabas no se traban en palabras ni las palabras en frases. (…)
si queremos intimar con algo o con alguien, tomemos primero el pulso vital de
su melodía y, según él exija, galopemos un rato a su vera o pongamos al paso
nuestro corazón.”[16] Ese efecto causa el cinematógrafo de poner al
paso nuestra vista con el lento crecer de la planta; entonces la entendemos con
evidencia, captamos su paso ineludible desde semilla hasta planta. Y para
suplir el lapso nunca visto directamente se van tomando fotografías de cada
momento. Nuestro ojo no funde dos imágenes quietas, y en sustitución de eso la
brevedad de las fotos sucesivas del cinematógrafo sirve para mostrar una nueva
evidencia, la conversión de largos tiempos en una sucesión rápida, bien
encadenada y como forzosa, ese viaje desde la semilla hasta la planta y de
regreso. Y esta metáfora le parece perfecta a Ortega para explicarnos la
necesidad de la historia como condensación del movimiento, condensando cientos
de años hasta convertirlos en breves minutos, y esta larga metáfora se
convierte en una justificación suficiente de la investigación histórica. Ahora
bien, la belleza de esta fina metáfora también nos invita a preguntarnos por la
variedad posible de sintonías en ritmo, para que el pensamiento alcance las
escalas pertinentes en cada caso. El tema del ritmo social cambiante es
crucial para la concepción de una futurología en los términos de Toffler, de
ahí sus interpretaciones tan interesantes, donde una “aceleración” del tiempo,
de tal manera que nos invade un “futuro” convertido inopinadamente en presente.
El enfermo como metáfora de la opinión pública
“Lo que la gente piensa y dice –la opinión pública—es siempre
respetable, pero casi nunca expresa en rigor sus verdaderos sentimientos, La
queja del enfermo no es el nombre de la enfermedad. El cardiaco suele quejarse
de todo su cuerpo menos de su víscera cordial. A lo mejor nos duele la cabeza, lo que tienen que curarnos es el hígado.”[17] Para
indicar la separación entre esencia y apariencia en el ámbito político recurre
a esta metáfora entre el dicho del enfermo y su verdadera enfermedad, y
ejemplifica un par de casos, donde los síntomas se alejan de área afectada.
Además cabría apelar a la situación del enfermo imaginario, donde la búsqueda
de enfermedad recae únicamente en la imaginación, siendo tal caso más extremo.
En una época en la cual cada vez más se cree en las encuestas de opinión como
un reflejo de los sentimientos reales de la población y una parte de la
política se guía por tales encuestas, conviene remitirnos a tales
cuestionamientos, porque la metáfora simplemente indica un cuestionamiento, la
separación entre la frase del enfermo (el malestar social) y su efectivo mal
(la enfermedad).
La bola de billar o la “elasticidad social”, otra manera de la unidad-sociabilidad
En una larga explicación sobre una situación de aguda vinculación de una
sociedad encontramos esta descripción, donde Ortega nos refiere a una situación
estimada por él como un agudo estado de “nacionalización” o en un tiempo de
guerra. “La sociedad se hace más compacta y vibra integralmente de polo a polo.
A esta cualidad, que en los casos bélicos se manifiesta superlativamente, pero
que en medida bastante es poseída por
todo pueblo saludable, llamo . Es en el orden
psicológico la misma condición que en el físico permite a la bola de billar
transmitir, casi sin perdida, la acción ejercida sobre uno de sus puntos a
todos los demás de su esfera. Merced a esa elasticidad social la vida de cada
individuo queda en cierta manera multiplicada por la de todos los demás;
ninguna energía se despilfarra; todo esfuerzo repercute en amplias ondas de
transmisión psicológica, y de este modo se aprovecha y acumula. Sólo una nación
de esta suerte elástica podrá en su día y en su hora ser cargada prontamente de
la electricidad histórica que proporciona los grandes triunfos y asegura las
decisivas y salvadoras reacciones.”[18] En
cierto aspecto, la relación de esta metáfora de física recreativa, se
corresponde con el efecto de unidad de una sociedad, buscando la modalidad
donde cada individuo está en relación positiva con el grupo, mediante una
transmisión de ondas psicológicas y de acumulación provechosa; pareciera
describir al estadio idílico del socialismo buscado, una conciliación donde
cada esfuerzo individual ya no queda desperdiciado sino vinculado. Sin embargo,
Ortega no describe un estado social futuro tan idílico, sino situaciones más a
ras de tierra, como una simple guerra y una unidad nacional estrecha, motivada
con “empresas” importantes; con seguridad está el filósofo embelleciendo
demasiado la situación, pero me interesa el paralelismo subyacente en la relación
individuo-grupo, donde la vida de cada individuo queda en cierta manera
multiplicada por la de todos los demás.
Ahora bien, Ortega denomina “elástico” un fenómeno de relativa rigidez;
la transmisión de movimiento depende un deslizarse en un movimiento rotatorio;
la solidaridad de la rigidez de materiales implica un movimiento continuo y
uniforme, ahí pera la mecánica de la figura esférica permitiendo el
desplazamiento sobre una superficie. La física elástica aparece más exactamente
en la punta y en el taco que impulsan, así como en las bandas de hule que
rebotan y modifican como espejo la dirección del viaje de la bola de billar.
Entonces el fenómeno descrito por Ortega, al contrario indica lo “inelástico”,
sino que cada punto dentro de la esfera se mantiene en su misma posición;
ciertamente, existe la transmisión de la fuerza hacia el conjunto de la esfera,
así el punto transmite inmediatamente sin desperdicio de fuerza, pero no por
elasticidad sino por rigidez de su vínculo, inalterado luego del golpe.
La conversación como protofenómeno de la historia
El protofenómeno es la conversión de la metáfora en realidad, donde se
dice que la célula muestra la estructura del ser vivo completo, entonces el
protofenómeno es el evento particular (por cuanto una parte) mostrando
simplificadas las leyes o estructuras del fenómeno mayor, entonces sirviendo
como el revelador de las leyes. Esto lo retoma Ortega de Goethe, sin embargo,
existe un parangón célebre con Marx retomando a la mercancía como la célula de
la sociedad capitalista a partir de la cual reconstituye el movimiento entero
del cuerpo, así El capital de Marx empieza directamente por el análisis
minucioso de la mercancía en el primer capítulo y desde ésta desprende los
conceptos de valor, luego el dinero, y entonces el capital, etc. Sin embargo,
cuando no se posee una justificación exacta para relacionar entre el fenómeno
menor y el mayor, fácilmente recaemos en el terreno de la metáfora, pues el
evento menor es la metáfora del conjunto, sin emblema o su signo; en este caso
de la conversación me parece que Ortega oscila entre la legalidad histórica y
la metáfora, por cuanto la relación de necesidad entre la conversación y la
situación nacional no se demuestran en suficiencia, incluso no aparece una
demostración sobre la “estructura de las conversaciones”, pero observemos el
argumento más de cerca. Argumenta Ortega: “Es la conversación el instrumento
socializador por excelencia, y en su estilo vienen a reflejarse las capacidades
de la Raza. Debo decir que la primera orientación hacia las ideas que este
ensayo formula vino a mí reflexionando sobre el contenido y el régimen de las
conversaciones castizas.”[19]
Compara esas conversaciones españolas con las de otros países europeos y le
parece emerge un contraste extremo. “siempre que en Francia o Alemania he
asistido a una reunión donde se hallase alguna persona de egregia inteligencia,
he notado que las demás se esforzaban en elevarse hasta el nivel de aquella.
Había un tácito y previo reconocimiento de que la persona mejor dotada tenía un
juicio más certero y dominante sobre las cosas. En cambio, siempre he advertido
con pavor que en las tertulias españolas –y me refiero a las clases superiores,
sobre todo a la alta burguesía (…) acontecía lo contrario. Cuando por azar
tomaba parte en ellas un hombre inteligente, yo veía que acababa por no saber
dónde meterse, como avergonzado de sí mismo. Aquellas damas y aquellos varones
burgueses asentaban con tal firmeza e indubitabilidad sus continuas necedades,
se hallaban tan sólidamente instalados en sus inexpugnables ignorancias, que la
menor palabra aguda, precisa o siquiera elegante sonaba a algo absurdo y hasta
descortés. Y es que la burguesía española no admite la posibilidad de que
existan modos de pensar superiores a los suyos (…) Urge remontar la tonalidad
ambiente de las conversaciones, el trato social y de las costumbres hasta un
grado incompatible con el cerebro de las señoras burguesas.”[20] Nos
describe un ambiente del cangrejo, como el cuento donde los cangrejos no pueden
salir de la pequeña cubeta que los aprisiona porque bajan entre ellos mismos a
cualquiera que pretenda sobresalir hasta alcanzar el borde de la cubeta. En ese
ambiente las mentes destacadas decaen, se asfixian en vez de retroalimentarse,
así existe un efecto de rebajamiento del contenido espiritual del alma
española, en impresión de Ortega. Cabe objetar, de que no aparecen datos, ni
estructuras definidas, simplemente existen impresiones sobre un estilo ¿en
otros países de Europa no se rebaja a los brillantes, no existe también
aversión al talento en los círculos sociales altos o en otros círculos? De
cualquier manera, la falta de detalle posible, nos indica que esta opinión
sobre las conversaciones castizas solamente indica un nivel de impresión, ninguna
“ley del fenómeno” pareciera sustentarse. Quienes vivieran y percibieran las
circunstancias de la conversación de manera semejante a Ortega asiente y lo que
otros divergirán; en ese sentido no existe una manera de corroborar el fenómeno
(ni encuesta, ni indicio, ni noticia, ni estadística…) y permanece en el vago
espacio de la conjetura. Incluso suponiendo que resultara completamente exacta
la apreciación sobre las conversaciones, ¿esto no eleva hasta la estructura
social? El tema que desea resaltar Ortega sobre la problemática nacional
española es una insubordinación de las masas, las cuales no aceptan seguir a
los mejores, sobajando a los más aptos para pretender seguirse a sí mismas; la
falta de aceptación de los hombres ejemplares le parece el problema y la
solución reside en un elogio de los “aristoi”, los superiores en evidencia
efectiva. Ahora bien, por las anteriores consideraciones estimo a la
“conversación castiza” más como emblema que una explicación, el cuadro
pintoresco de los señores y damas burguesas soltando repetidas necedades y al
inteligente invitado escurriéndose con pena resulta más un engranaje literario
que un fenómeno explicativo, porque primero convendría revelar su anatomía y su
dinámica interior, para establecerlo como entidad realista.
La diferencia entre el combatiente y el triunfante (el ya gané)
Al respecto Ortega nos comenta: “No hay estados de espíritu más
divergentes que el del combatiente y el del triunfante. El que, en efecto,
quiere luchar empieza por creer que el enemigo existe, que es poderoso; por
tanto, peligroso; por tanto, respetable. Procurará, en vista de ello, aunar
todas las colaboraciones posibles; empleará todos los resortes de la gracia
persuasiva, de la dialéctica, de la cordialidad y aun de la astucia para
enrolar bajo su bandera cuantas fuerzas pueda. El que se cree victorioso
procederá inversamente: tiene ya a su espalda e inerte al enemigo. No necesita
andar con contemplaciones, ni halagar a nadie para que le ayude, ni fingir
aptitudes amplias, generosas, tenderá a reducir sus filas para repartir entre
menos el botín de la victoria y, marchando en vía directa, tomará posesión de
lo conquistado. La acción directa, en suma, es la táctica del victorioso, no
del luchador.”[21] Quien se pretende de
antemano ganador, imbuido de la imaginación de un triunfo anterior a la
batalla, se coloca en el plano del triunfador, y entonces procura desandar el
enfrentamiento, por tanto es un pésimo contendiente, un pésimo político, un
pésimo competidor deportivo. Este fenómeno de las contiendas se repite en
diversos ámbitos como una estructura de mentalidad, entre quien desperdicia sus
fuerzas, se enconcha en un grupo reducido pretendiendo no avanzar sino mantener
su triunfo. Los equipos deportivos “grandes” son un magnífico ejemplo de la
mentalidad del triunfador anticipado, pues se mueven bajo la cadencia del
“perdonavidas”, y repetidamente sus oponentes no caen en el embrujo, así el “
gran equipo” pierde una y otra vez, hasta que a fuerzas de colapsos acepta su
nueva estatura, ya no grande sino lastimera. Para el combatiente se empieza por
respetar al enemigo y ese enemigo respetable conduce hacia una ruta importante,
pero significativa: acumular recursos y preparativos en vistas a una batalla
efectiva. Una de las leyes básicas de la guerra es respetar al oponente, porque
ambos quedan bajo una acción recíproca[22], las
oposiciones en la contienda aparecen como una ley de mutua determinación.
Explicación de la “acción directa”
El tema de la acción directa (lema de políticos revolucionarios, en
especial de los anarquistas españoles) lo explica Ortega en base al
“particularismo”, entendido como una perspectiva especial, de amenidad de cada
grupo o clase respecto de los demás. Entonces parte de la naturaleza de tal
particularismo, indicando que la mentalidad del particularismo “podría
resumirse diciendo que el particularismo se presenta siempre que en una clase o
gremio, por una u otra causa, se produce la ilusión intelectual de creer que
las demás clases no existen como plenas realidades sociales o, cuando menos,
que no merecen existir.”[23] Para
el caso de los obreros, la ideología socialista la mira Ortega como un
particularismo, cuando los trabajadores observar a los demás como parásitos
sociales, como elementos no productivos, los cuales no poseen el derecho pleno
a la existencia, ya por ser explotadores los capitalistas, por ser parásitos
los financieros, por ser anacrónicos los campesinos, por ser intermedias y
vacilantes las clases medias, etc. En otros términos es un sello de nulidad en
los otros lo visto desde el particularismo. Insiste “¿Quiénes son los demás
para el particularista? En fin de cuentas, y tras uno y otro rodeo, nadie.”[24] Esta
aplicación del particularismo rebasa las perspectivas de una ideología obrera,
para asentarse en cualquier negación del prójimo (racismo, clasismo,
esclavismo, nacionalismo) y adquiere una dimensión gigantesca, incluso muy
próxima al nihilismo, porque si convertimos en “nadie” a las personas,
alcanzaremos una negación radical, la indicada en el nihilismo; claro,
que el nihilismo adquiere un matiz más general y por nihilismo entendemos en un
“descreer universal” (el mundo es nada), sin embargo, una vez que la negación
alcanzó a las personas su extensión podría seguir.
Una vez planteado tal particularismo (descreer en los demás grupos
hondamente) una consecuencia posible es evitar las componendas con los demás;
la acción directa plantea la vía de saltar por encima de las barreras, en
especial de las legales y evitar “compromisos” los cuales desvían de objetivo
directo, la satisfacción de una justicia expedita. Debo confesar, que en algún
momento, la acción directa me pareció encantadora por su línea recta, esa vía
sin rodeos ni interrupciones para buscar un objetivo. Luego la acción directa
también se alcanza a identificar como un romanticismo por la ilegalidad, lo
cual es una tendencia común entre las izquierdas políticas. Claro, la acción
directa además posee el enorme inconveniente de invitar a una
sobre-simplificación de los campos de lucha políticos, y también revela una
simplificación del objetivo. Ya comentamos en otro momento de la complejidad de
los objetivos, mientras la acción directa supone una simplicidad de los
objetivos sociales, como si consistieran (tales conjunto-objetivo de la
sociedad) en un objeto unitario (una cosa, más que una relación compleja). Por
mi simpatía previa, yo al menos me quedaría con una partícula del concepto de
la acción directa, consistente en la búsqueda de la simplificación, una especie
de “navaja de Occam”, principio lógico mediante el cual se recomienda reducir
las causas explicativas a las menos posibles, como medio para comprender una
causa; entonces la recomendación es reducir y simplificar mas nunca caer en el
terreno del simplismo.
Respecto de la acción directa Ortega pone el ejemplo del parlamentarismo
como una gran componenda, por la cual transitan los diversos grupos para
obtener sus satisfacciones, y entonces el proceso implica tener en cuenta los
intereses y opiniones de todos los actores políticos para alcanzar cualquier
meta. Incluso el principio de representación estaría opuesto al principio de la
acción directa, porque el representar es justamente no existir sino indirectamente.
Ahora bien, el principio de la producción humana (mostrado en el trabajo) nos
revela que solamente una acción indirecta (mediante herramientas) resulta
efectiva; sin embargo, también sabemos que no cualquier elemento indirecto
resulta ventajoso, pues una mala mediación (una herramienta contraproducente,
descompuesta) resulta peor que ninguna mediación (la mano desnuda). El exceso
de las mediaciones, las herramientas complejas pero descompuestas, nos conduce
hacia el término de lo sofisticado y rebuscado, finalmente conduce hacia lo
inútil y hasta contraproducente; por eso cada vez que alguien pretende volver a
lo básico, deshacerse del fardo excesivo de las elaboraciones, en parte se
mueve hacia el terreno de una acción directa. Obviamente, las posiciones de los
extremos caen hacia el desfiladero de la fantasía privada, y la modalidad
anarquista de la acción directa ha sido uno de tales extremos.
Contra el deber ser social, contra el utopismo
Critica Ortega al abuso del concepto del “deber ser” como una operación
típica del progresismo, radicalismo y hasta del espíritu liberal. Se lamenta
Ortega que las pretensiones de reforma se dirigen directamente hacia un ideal
de lo que debe ser sin examinar precisamente lo que es, o sea, partiendo de una
consideración moral casi complemente arbitraria se imagina un estado social
mejor, mejores leyes, mejores condiciones de
existencia, una plenitud final fundada en la mora, pero despreciando las
efectivas condiciones del ser. Entonces el deber ser social conduce hacia un
utopismo, por tanto no se alcanza ningún objetivo. Entonces cuando se elabora
el ideal social se deciden los aspectos mejores y se deja lo demás por completo
fuera de consideraciones, pero los temas moralmente indiferentes son de
importancia social superlativa. Una vez elaborado el estado social de mayor
perfección imaginada se propone modificar las cosas o al menos la leyes en pos
de tal estado ideal; el error es que se ignora el estado real y las
posibilidades del curso social efectivas. Radicalizando (mañosamente o
paradójicamente) indica Ortega que el estado de perfección social es una
aberración; en especial se lamenta Ortega del olvido sobre las jerarquías
sociales reales. Entonces aboga Ortega por primero descubrir lo que es una sociedad,
y sobre tal ser, pretender lo que debe ser; utiliza una cita de Píndaro, el
romano, indicando “llega a ser lo que eres”, alcanzando en perfección lo que
imperfectamente somos por naturaleza, pues “Si sabemos mirarla, toda realidad
nos enseñará su defecto y su norma, su pecado y su deber”[25] Como
adelanté existe cierta trampa en el argumento, porque el mismo Ortega, como lo
cito, finalmente plantea un deber ser; o sea, recomienda sustituir un deber ser
abstracto por otro el cual le parece más “ser” y menos “deber”, pero solamente
nos lleva hacia una gradación; simplemente recomienda no elaborar una visión
completa de utopía social partiendo de una moral arbitraria, sino plantear una
salida nacional, vertebrar a la España invertebrada, pero también ahí rebosa de
plenitud otro deber ser. En este aspecto, recuerda (bajo una figura más llana)
la proclamación de Marx y Engels por superar al socialismo utópico[26],
donde su tesis es pasar el río del sistema social capitalista para caminar por
el siguiente sistema social sin pretender predefinirlo demasiado, no en base a
una “predefinición del socialismo” sino en la perspectiva de su arribo
inevitable; donde también se emana un deber ser bajo otro matiz, de nuevo
buscando una gradación menos arbitraria, fundada en el curso forzoso de los
acontecimientos. En ambos casos, la recomendación para cualquier intención de
cambio social resulta acertada pues nos alerta para superar el estadio de
arbitrariedad (mi gusto por tal deber ser) y alcanzar una visión realista de
las posibilidades efectivas y las tendencias del cambio.
Sobre los como fenómeno de mentalidad estrecha
Los pronunciamientos se refieren a proclamas
e insubordinaciones de coroneles y generales españoles, quienes lanzaban una
idea de cambio, una declaración solemne en pos de la cual se levantaban en
armas, desde un aislado cuartel, sin fuerzas suficientes ni necesarias para
pretender el poder. A Ortega le parece que tal gesto del pronunciamiento indica
un ánimo heroico pero ingenuo, de quienes suponen que el país entero se
encuentra ávido de la idea pronunciada, del planteamiento emanado desde un
aislado cuartel. “Aquellos coroneles y generales (…) convencidos de su
(…) como suelen los locos y los imbéciles (…) cuando un loco o imbécil
se convence de algo, no se da por convencido solo, sino que al mismo tiempo,
cree que están convencidos todos los demás mortales. No consideran, pues,
necesario esforzarse en persuadir a los demás poniendo los medios oportunos;
les basta con proclamar, con su opinión. (…) Así, aquellos
generales y coroneles creían que con dar ellos el en un cuartel
toda la anchura de España iba a resonar en ecos coincidentes (…) Los
no creían nunca que fuese preciso luchar de firme para obtener
el triunfo. Seguros de que casi todo el mundo, en secreto, opinaba como ellos,
tenían fe ciega en el efecto mágico de una frase. No iban, pues, a luchar sino a tomar
posesión del Poder público.”[27] Esta
larga cita la cumplo, porque me parece corresponde a un amplio espectro de la
psicología humana, ya que indica la convicción íntima y la ingenuidad, tan
viable de repetirse en cada orden, quizá un poco más típica de la esfera de los
partidismos políticos, pero nada desdeñable en los campos religiosos,
comerciales, y las tantas esferas de la interacción humana. Quien adquiere una
convicción suficientemente honda o ingenua, por una especie de “magia de
simpatía” en la correspondencia de muchos otros, incluso de la entera humanidad
sobre su convicción. De pronto, quien cree en una idea y la descubre muy
importante supone la comunidad, el coro de las confirmaciones entre tantas
personas, incluso con la humanidad entera; el ejemplo cunde con los gustos
estéticos y las convicciones nacionales. Y ya que el tema nacional, conviene
ejemplificar (mas no recuerdo lo haga Ortega) sobre esa percepción de una
comunidad de vida; claro, una mayoría posible de una nación percibe una
comunidad (y además los medios oficiales cuando existe Estado nacional, refuerzan
incansablemente esa convicción), sin embargo, eso no impide que muchísimas
personas se perciban ajenos, incluso radicalmente ajenos. Esto se aplica
fuertemente a las regiones y su creencia, donde desde afuera se les cree
sólidamente con-nacionales, pero ellos no lo creen así, y luego se manifiestan
refractarios y hasta separatista, decididos a rechazar la nacionalidad, y
España es ejemplo de tales eventos, donde las personas de ciertas regiones no
aceptan su gentilicio de españoles, sino se prefieren vascos, catalanes, etc.
En la vida cotidiana, este concepto del se repite y
cada uno debemos tomar conciencia de que nuestras convicciones no han sido
asimiladas por los demás, nuestro proceso de comunicación para alcanzar
amplitud debe abrir las brechas de esos posos cerrados de tales convicciones,
donde ingenuamente creemos los demás las comparten cuando no resulta cierto.
El fundamento de la curva de la integración nacional española y su
disgregación
He alabado repetidamente la agudeza y elegancia de Ortega en la
percepción del fenómeno social y nacional, sin embargo, resulta este el momento
de marcar la gran divergencia en el tema nacional sobre el enfoque alcanzado. Y
el punto divergente no resulta privativo de Ortega[28], por
cuanto la nacionalidad (y la nacionalización) la purifican y enfocan sobre el
fenómeno integrador, por tanto establecen una gradación continua entre la
región, la nación y el imperio, entonces, pierden la separación cualitativa
entre tales niveles de realidad, con una diferencia tan marcada (al menos para
los fenómenos modernos). En especial, resulta trascendente en teoría y política
la adecuada distinción entre fenómeno nacional e imperial, porque no son
continuos ni complementarios, por más que cualquier imperio deba revestirse de
entidad nacional (la figura del Estado nacional para operar allende una
nacionalidad imponiendo intereses de otro tipo).
Para establecer la continuidad entre región y nación Ortega se enfoca
sobre un fenómeno sumamente interesante e instructivo, el cual ha sido
ampliamente descuidado por los estudios históricos, consistente en la “región
central nacionalizadora”. Con un enfoque intencionado e interesante se remonta
hacia Roma como núcleo integrador de la federación latina y a Castilla como
aglutinadora de la península ibérica. Incluso en el ejemplo de Roma detalla
esta región hasta su integración micro-nuclear en base a la sucesiva formación
de la ciudad, primero en la comuna asentada en el monte Palatino y las siete
colinas, luego integra a la llanura del Quirinal, así ya se suman para formar
el asentamiento urbano, la ciudad palatino-quirinal; de tal modo, se avanza
hacia una federación latina de tribus emparentadas, hermanos y primos latinos; para
después someter a sus vecinos y obligarlos a la integración, dominando a
etruscos y samnitas; el siguiente paso será el imperio con dominación y
colonización de los completamente extranjeros. Entonces el proceso particular
lo describe Ortega como Roma inicial, Roma doble, federación latina, unidad
itálica, Imperio colonial, para denominarlo en general como una “totalización”
donde el núcleo inicial no se traga a los pueblos “ni anula el carácter de
unidades vitales propias que antes tenían.”[29] La
objeción consiste en dos aspectos principales, el interno y el externo. Por el
nivel interno, la incorporación la observa Ortega como una especie de arte
peculiar (un talento de incorporación solamente otorgado a ciertos pueblos o
núcleos privilegiados), por tanto deja de lado su sustancia, la reproducción
interna como entidades orgánicas de vida, lo cual se debe distinguir plenamente
de la cuestión de la raza, esa figura burda y confusa de la reproducción. En el
nivel, externo el arribo al nivel imperial o colonizador de la integración sí
trae aparejado un salto cualitativo, por cuanto la región extrajera sí sufre
una condición que oprime su unidad vital,
por tanto, terminará por separarse del factor unificador, es decir, se separará
radicalmente del centro imperial.
Entonces Ortega observa una pareja de fuerzas contrapuestas: la fuerza
integradora (partiendo desde Roma, Castilla, la Isla de Francia) y una fuerza
resistente, desintegradota (pero positiva para la vitalidad del órgano social
completo) la cual manifiesta la resistencia de las regiones a su integración.
El error de Ortega se manifiesta en una miopía empírica por cuanto en
1921 le parece que la creación de las naciones corresponde a un talento
peculiar, no facilitado a cualquier pueblo sino privilegio de unos pocos como Roma
y Castilla; pero visto al detalle resulta evidente que no se trata de un
“talento nacionalizador” sino de un talento imperial del viejo cuño[30],
incorporando grandes extensiones territoriales más allá del tema nacional.
Posiblemente, sumada la perspectiva desde España con el largo aliento secular
de los imperios de Roma y Castilla podría facilitarse la confusión, un imperio
de tres siglos parecería más “nación” a Ortega que una península española bajo
amenaza secesionista.
Ese error de Ortega también se refleja en la medida indicada para la
decadencia de España, la cual él data iniciada desde 1580, indicándonos:
“Entonces veríamos que de 1580 hasta el día cuanto en España acontece es
decadencia y desintegración. El proceso incorporativo va en crecimiento hasta
Felipe II (…) El proceso de desintegración avanza en riguroso orden de la
periferia al centro. Primero se desprenden los Países Bajos y el Milanesado; luego
Nápoles. A principio del siglo XIX se separan las grandes provincias
ultramarinas, y a fines de él, las colonias menores de América y el Extremo
Oriente. En 1900 el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular
(…) En 1900 se empieza a oír el rumor de regionalismos, nacionalismo,
separatismos… Es el triste espectáculo de un largísimo, multisecular otoño,
laborado periódicamente por ráfagas adversas que arrancan del inválido ramaje
enjambres de hojas caducas.”[31] Esta
misma película histórica en mi perspectiva y no solamente en la mía, equivales
al descubrimiento de un principio nacional en contra de un vasto imperio,
imposibilitado para dar a luz las realidades nacionales; es decir, en la
retrospectiva Ortega confunde al imperio Habsburgo primero y Borbón después
asentado en Madrid con una entidad de España imperial; cuando ni la cabeza del
reino ni su articulación interna alcanzaron a erigiese bajo un principio
articulador nacional; en mi opinión Castilla (encabezando a una especie
federación de reinos ibéricos o españoles) se catapultó hasta un imperio
multinacional sin alcanzar a cuajar su unidad interior, sino imperfecta y
medianamente. La película de la disgregación posterior, indica un periodo
tortuoso del nacimiento de España. Y ese nacimiento le parece a Ortega un largo
trauma, una irresolución, la amenaza del separatismo, un pueblo al borde del
abismo, y le parece que “España se va deshaciendo, deshaciendo… Hoy ya es, más
bien que un pueblo, la polvareda que queda cuando por la gran ruta histórica ha
pasado galopando un gran pueblo…”[32], y
con un viso de ironía ese gran pueblo se refiere al propio español del
pasado. Ante tal crisis de pueblo, le
parece a Ortega que la solución consiste sencillamente (y tan complejamente
también) dar paso a los mejores individuos en todos los campos, aceptar la
jerarquía espontánea de seguir el ejemplo de los mejores, para una reforma
general del país, donde en cada campo se siga la ejemplaridad y no seguir
guiándose por la mediocridad espontánea de las masas, incluso las masas
burguesas. Por desgracia, la historia de España en el periodo siguiente a esta
obra de Ortega no siguió por la senda racionalista, sino impulsado entre
enormes contradicciones cayó en mitad de una guerra civil, además por desgracia
una guerra ganada por la fracción más retardataria aliada en una falange
católica y fascista. Pasarían demasiadas décadas y la muerte natural del dictador
para que el legado de Ortega fuera difundido y reconocido ampliamente entre la
sociedad española.
NOTAS:
[1] ALTHUSSER, Louis, Para leer El capital.
[8] HARDT Michael y NEGRI,
Antonio, Imperio, p. 355, “la corrupción aparece sencillamente como
enfermedad, frustración y mutilación”
[11] En especial véase, LENIN, Vladimir I. La enfermedad infantil del
izquierdismo en el comunismo.
[13] Cita de una petición de
la provincia de Bretaña bajo el reinado de Luis XVI, citado por KULA, Witold, Las
medidas y los hombres, Siglo XXI editores, México, 347.
[26] Cf. ENGELS, Friederich, Del socialismo utópico al socialismo
científico, Ed. Progreso.
[28] Por ejemplo, Alvin
Toffler en La tercera ola, enfoca tales aspectos en un continuo de
integración y separación, entre regiones-naciones-imperios a la manera de un
flujo casi ininterrumpido.
[30] “forjaron las dos más
amplias estructuras nacionales” ORTEGA Y GASSET, José, España invertebrada,
Ed. El Arquero, 15ª. ed., 1967, p.43.