Por Carlos Valdés Martín
Por Carlos
Valdés Martín
La solidez y dureza de la canica y el instinto materialista en la
infancia
La convicción sobre la materia
dura y firme existe pero desconocemos su origen
de manera precisa. Esta noción de la dureza material resulta muy cuestionada
por la microfísica cuando nos explica que el espacio está casi vacío, pues lo
que parecen cosas materiales y duras son campos de fuerza con los que choca
nuestro cuerpo, que es otro campo de fuerza. Sin embargo, así como unos entes (force fields) nos parecen objetividades
duras otros (tan reales como la más dura roca) nos traspasan de manera
imperceptible tales como radiaciones, neutrinos, ondas, campos gravitatorios y
magnéticos. Pero la noción de la solidez material existe y nos preguntamos ¿ha
sido implantada como un modelo yaciendo en el cerebro o adquirida por una
experiencia? Según sea planteada esta pregunta luego su respuesta se dirige en
cierto sentido y —conforme al marco de ideas preconcebidas que se tenga— entonces
la respuesta se armará y hasta parecerá evidente. De hecho, la solidez de la
noción de material (la materialidad del mundo) depende de la convicción
temprana y evidente que mantenemos sobre lo que es “material”. Bachelard ha
explicado con elocuencia que existe una “imaginación material” tan importante
para percibir la realidad cotidianamente como para disfrutarla estéticamente[1].
Si la dureza material nos parece tan natural es porque (además de acontecer en la fisis) se ha adquirido durante la temprana infancia. La canica es el
juguete infantil que posee por excelencia una enorme capacidad para originar
metáforas y modelos mentales, incluso proporciona una educación subconsciente
que perdura[2]. Esa cualidad de la canica
siendo útil para formar modelos mentales resulta llamativa y merece
comentarios. La canica como juguete inocente y objeto ejemplar de aprendizaje es
interesante. El uso popular de esos diminutos vidrios y mármoles ha decaído por
el temor a los accidentes, su menor popularidad como juguete, no borra su anterior
éxito ni presencia como imagen literaria y metáfora cotidiana.
La dureza de bolitas sólidas es
un hecho contundente. Antes de fabricarse canicas, ya pequeñas piedras redondas
de río han servido de modelo y se siguen utilizando en zonas rurales. Como en
el caso del fuego, sólo se necesitó copiar a la naturaleza y no se requirió
demasiada inventiva, por eso los arqueólogos encuentran esas mismas esferitas
datando desde hace miles de años.
Además, la dureza de las bolitas
ofrece una paradoja a la imaginación: ¿al empequeñecer algo se vuelve tanto o más duro que lo
grande? La pregunta es pueril, pero sigue en línea recta a la imaginación
espontánea. Una segunda pregunta, más sutil y derivada de la anterior, ya no
resulta tan inocente y encaminó el razonamiento científico ¿un objeto
pequeñísimo puede ser tan duro que resulte imposible de partir? En el tenor de
esta pregunta, así, cualquier bolita dura nos provoca la imaginación del átomo y
esa añeja idea de una materia
indestructible. La noción de que la materia más pequeña sea indestructible, tan
querida en viejos textos de física materialista, proviene de esta experiencia
de las pequeñas cosas duras y resistentes, es decir, nace por la sugerencia de la canica. Digo
sugerencia, porque a veces las canicas también se rompen, y además existe un
primo hermano próximo que es la antigua bala metálica, una pequeña condensación
de hierro que resultaba mortal; es decir, el parentesco mortal de la bala,
genera fantasías sobre la dureza de lo mínimo.
¿Verdaderamente el átomo es indestructible? Su raíz etimológica
(a-tomo) significa no partible y entonces indica que un a-tomo resistirá
cualquier ataque sin dividirse[3]. Esta
noción de la partícula mínima imposible de sajar resulta muy vigorosa, y hasta fue
fermento para desarrollar la ciencia química. Pero el hecho de la unidad del
átomo no se refiere a una estricta dureza, tal como la percibimos por nuestros
sentidos en lo cotidiano. El átomo físico, de hecho es divisible, y tampoco
podemos afirmar su dureza o su fuerza en un sentido cotidiano (que es colosal cuando
intuimos el sentido de una “bomba atómica”), pues las reacciones de sus
“choques” infinitesimales escapan a nuestra experiencia cotidiana. De cualquier
manera, varias de las evocaciones del a-tomo están relacionadas con esa enorme
fuerza de lo pequeño manifiesto en la idea de la semilla, que menciona el
antiguo I-Ching entre las 64 opciones
del universo[4].
También debemos mencionar, que el
parentesco imaginario de la canica con el átomo no es estricto y ha caducado desde
el punto de vista científico. Los textos actuales de microfísica cuántica dicen
que el átomo y sus sub-partículas elementales no son bolitas duras, sino
paquetes de energía, que existen vibrando y en algunos aspectos semejan un
sólido, pero manifiestan comportamientos que ninguna “pequeña pelotita dura” tendría[5].
La miniaturización del mundo: las canicas como un microcosmos
Nuestra inteligencia posee la
facultad de enfocarse a lo pequeño y luego descubrir sus relaciones con lo
grande. El emblema de esta relación fue el microcosmos explicado desde los
griegos antiguos[6]. Según Foucault el
microcosmos pertenecía a una noción crucial para ordenar el sistema (episteme) renacentista de las
semejanzas, herramienta-molde del pensamiento, para comprender con cercanía y orden
global[7]. El
microcosmos es una noción dual, que necesita juntar su parte enorme, la del
macrocosmos para colocar las estrellas como referente del humano.
El microcosmos ha resultado una
noción milenaria útil para organizar, integrar y hasta explicar múltiples
fenómenos, pero, en sentido estricto, es más una enorme metáfora que argumentación
causal. Resulta más sorprendente su utilidad episódica que su falla en las aplicaciones,
ya que microcosmos es explicación metafórica. La semejanza exterior entre una
planta y un órgano humano ha servido de guía para remedios herbolarios durante
milenios ¿Por qué ese uso milenario y continua aceptación? Responder esta
pregunta de momento nos desviaría del objetivo.
Resulta productivo hacer una
breve pausa de remanso estético, rescatando alguna conexión microcósmica. Además
la divisa del Renacimiento fue “el hombre es la medida de todas las cosas”, que
es otra manera de repetir macro-microcosmos. Ahora pasemos a la ya tan afamada
imagen de Leonardo da Vinci del Hombre de
Vitrubio, el arquitecto clásico de la Roma antigua. En esa imagen se logran inscribir
las proporciones típicas del cuerpo humano dentro de un cuadrado y un círculo.
Una intención de Vitrubio era utilizar la proporción del cuerpo como una regla
para la arquitectura, de tal manera que se buscaba obtener su proporcionalidad
matemática y aplicarla en la construcción. De hecho, también la construcción de
catedrales medioevales empleó el cuerpo como una regla. En el emblema de
Leonardo la geometría está simplificada a áreas perfectas, que además corresponde
con un “problema geométrico” de conciliación desde los griegos, y es problema
de encontrar una solución geométrica (sin trucos) para la construir un cuadrado
con la mismo área de un círculo dado, también llamado la “cuadratura del
círculo”[8].
Una vez aceptada la proeza
estética de encerrar al cuerpo humano dentro de un círculo podemos imaginar su
reducción y con la miniaturización del emblema del Hombre de Vitrubio se llega a una esfera pequeña, que posee el
mismo perfil de la canica; es decir, abajo del microcosmos humano está la
simple figura de la canica. Esto es una ficción, pero no arbitraria, tal cual
nos lo indica adelante la mónada ideada por el filósofo Leibniz.
La escala de la miniatura: el dedo, la mano y la cabeza, y otras
enseñanzas tempranas sobre dominio, inercia y acciones a distancia
La canica obtiene su tamaño ideal
de la práctica determinada por la misma escala del cuerpo y su ambiente. La
manipulación de canicas ideal proviene de la relación óptima entre la mano y sus
dedos, con el “descubrimiento” del impulso con un dedo sobre una masa pequeña.
Otros juegos provienen de la relación con la mano completa como el béisbol; la proporción
con las dos manos como el básquetbol o con los pies para el fútbol. El concepto
de que el hombre es medida de todas las cosas adquiere un sentido distinto con
los juegos: más intenso e inmediato. Debemos señalar que el dedo representa la
extensión final del cuerpo y su sentido de extremo sublime está perfectamente
representado con la genialidad del Miguel Ángel en el centro de la Capilla Sixtina , pues indica el
tránsito desde la materia minimizada hasta la sublimidad y viceversa, de tal
modo que “debió de” ser un dedo por donde se recibiera la chispa vital, la
conexión entre el órgano (el cuerpo organizado) con la chispa sublime. Y más
allá del dedo real viene un objeto que se toca (receptivo, pasivo) o desprende
(lanzado, impulsado, salido) del dedo, y es ahí donde la canica lanzada
hábilmente por los dedos surte su efecto aleccionador. Para algunos
antropólogos la piedra arrojada anuncia el amanecer del ser humano, marcando el
primer paso del simio al homo sapiens
con una herramienta primitiva; en ese sentido, la canica ofrece la misma
operación en esencia: paso hacia el exterior por una extensión voladora. A
diferencia de la burda piedra que el antropólogo imagina como alborada humana,
la canica es un refinamiento de lanzar por lanzar (un evento lúdico) un objeto
para demostrar su trayectoria y cómo la mente domina la operación de los dedos
sobre la materia inerte.
La escala de la canica resulta
perfecta para que los dedos experimenten cuanto deseen sobre la materia
esférica hasta conquistar hábiles actos y predicciones sobre lo que sucede en
las trayectorias, y claro que ese dominio de la mano sobre la canica siempre tropieza
con alguna limitación. La falla no es defecto, pues su incertidumbre imprime
emoción al juego, al mismo tiempo que el logro impregna de satisfacción al lance
acertado.
La pedagogía nos indica que una
enseñanza exitosa refuerza a la contigua, así la unión de aprendizajes
concatenados resulta lo mejor. En el caso del juego de canicas, el aprendizaje
del comportamiento sobre pequeñas bolitas, que nos muestran la eficacia de los
dedos, el viaje con inercia, el manejo de velocidades y distancias de un
pequeño cuerpo, el rebote de materias duras, la caída en un agujero pequeño y
demás circunstancias se combinan en la
gran impresión de realidad. De ese aprendizaje infantil resulta una convicción
sobre la dureza mantenida hasta por esas pequeñas bolitas, de ahí proviene una convicción materialista, la cual es un
acierto mientras no se extrapola a otros ámbitos, como lo ejemplifica la
microfísica o la misma filosofía. En ese sentido, desde Demócrito y Epicuro
hasta Marx y Russell cuando niños debieron ser aleccionados por las canicas.
De vidrio con colores como macrocosmos en miniatura
En la canica de vidrio cuajada de
colorcitos, en México llamadas “ágatas”, se descubre una imagen directa del
macrocosmos[9]. Cuando el ojo se pone a
la mínima distancia posible sobre la superficie de esta canica sucede un efecto
interesante. La naturaleza traslúcida que se observa a la distancia en esa
posición se modifica. A esa distancia en lugar de funcionar esa “ágata” como un
cristal transparente y con vetas de colores, presenta la apariencia de una
bóveda surcada por nubes y estrellas, semejando una constelación lejana. Esta
extraña modificación de las canicas vítreas por la proximidad depende de las
propiedades de la luz reflejándose al interior de una esferita cristalina. La
impresión inmediata que entrega esa visión es un macrocosmos reflejado en lo
diminuto. Y ese reflejo opera a la manera de un telescopio de fantasía, que nos
permite captar en un punto insignificante los contornos celestes y acercarlos a
nuestra propia escala. En ese enfoque tan cercano suceden maravillosos efectos e
—regalo de la pequeñez con un accidente— incluso fracturas ocasionales del cristal
revelan la apariencia de galaxias y supernovas[10].
Parménides y el Ser mega-canica
El filósofo presocrático
Parménides, en su famoso poema donde anuncia la separación radical entre el ser
y el no-ser (luego llamado la
Nada ) ofrece una imagen geométrica del Ser. Ese tratamiento geométrico
de un concepto filosófico en nuestros días parece extraño, pero en el contexto
griego lució plausible. Aristóteles lo coloca entre los primeros verdaderos filósofos,
cuando se empezaba a descubrir el rigor del pensamiento. La premisa de
Parménides, se basa en la disyuntiva tajante de que “lo que es, es y lo que no
es, no es”[11]; por tanto el Ser debe
consistir en una plenitud positiva donde no existe ninguna fisura ni grieta
perteneciente a lo que no es. En ese razonamiento, cualquier inexistencia
pertenece a una ilusión y a la visión no filosófica. ¿Cuál es la relación de
ese Ser de Parménides con la canica? De manera rápida afirmaremos que el Ser es
la magnificación superlativa de la canica, su exaltación suprema, el Ser es la Gran Canica , elaborada
por la proyección del punto mínimo. Esta relación resulta significativa, porque
la pequeña e infantil convicción que nace desde la canica, reaparece vinculada
a la convicción suprema del primer filósofo, quien plantea un Ser, a la manera
de unidad y trascendencia; en un concepto donde sólo parece posible la
perfección. ¿Qué relación se encuentra entre la perfección del Ser con una
descripción redonda? La geometría de lo redondo, por sí misma, resulta
atractiva e intrigante, pues con un golpe de vista sobre un círculo descubrimos
que nos encontramos ante la presencia de algo distinto a lo ordinario. Esa idea
de perfección de la esfera, está prefigurada con el círculo, pero la presencia
de un objeto esférico nos otorga otra dimensión de perfección: lo impenetrable.
La oposición entre la esfera (lisa e impenetrable como la canica) y la grieta (señalando
el defecto en una superficie) resulta interesante para la imaginación, de tal
modo que una superficie sin fisura confirma esa noción de perfección esférica[12].
La espontaneidad de la noción del átomo como micro-canica y el avance
del pensamiento científico
La noción de átomo emerge desde
la antigua filosofía griega y quizá con la falta de medios científicos técnicos
(ausencia de cualquier microscopio) para su comprensión, pero entonces una vigorosa
imaginación pensante suple esa carencia. Resulta doblemente aleccionador que
los antiguos filósofos inventaran la necesidad
teórica del átomo antes que los
científicos naturales lo aceptaran para comprender la materia, en sentido
físico y químico. A Demócrito se le atribuye este concepto del átomo, aunque no
fue el único pensador antiguo que insistió en la importancia de la partícula
mínima de materia. Esta partícula elemental ofrecía una frontera más allá de la
cual resultara imposible su división, y este no dividir también traería la
garantía de una materialidad dura e imbatible. Por un argumento sutil de
rechazo al vacío en la naturaleza, Aristóteles (la cima del pensamiento
filosófico-físico griego) atacó esta idea, por lo tanto, la visión del átomo quedó
en un plano secundario durante siglos, cuando en Occidente predominó su
herencia aristotélica. Además, durante muchos siglos el trato con partículas
tan pequeñas, para efectos de ciencia práctica resultaba quimérico, y fue hasta
el advenimiento de la química de Dalton que se encontró una gran aplicación
práctica para esa noción del átomo. Y luego este acierto sobre el átomo se
redondeó con las investigaciones físicas y el establecimiento de los modelos
atómicos, los cuales se presentaron en términos de pequeños sistemas
planetarios, que implicaban la presencia de diminutas canicas, como el mínimo
componente de la materia. Es decir, a nivel de la química y física científicas,
una especie de canicas diminutas dominarían el panorama de la representación
del siglo XIX[13]. Después hasta el siglo
XX, se confirmó la división de las canicas mínimas de la material (protones,
electrones y neutrones) para llegar a la conclusión de que esas entidades
materiales son fraccionables. Con la física cuántica se teorizó que las
unidades mínimas son unidades de energía-materia que no se deben representar
con el modelo de una sencilla canica dura, sino con modelos de referencia más
complejos. De hecho, el principio de incertidumbre de Heisenberg resultaba
imposible de comprender mientras nos mantuviésemos en la noción de que las
partículas atómicas sí eran canicas materiales con una carga. Es indispensable
comprender que el modelo de las canicas a nivel de la material elemental es
obsoleto; pero aquí no es el sitio para definir la material elemental, sino para
considerar la fuerza que la representación
mental de la esferita tuvo como explicación para la práctica y hasta para
la ciencia.
La idea medioeval de la piedra de la locura
A nivel de las nociones
intuitivas, un antecedente curioso para la mónada (núcleo duro del espíritu)
está en una contraparte negativa: la “piedra de la locura”. La presencia de una
especie de piedra como una enfermedad del cerebro que afectaba las facultades
mentales proviene de una situación médica, que fue conocida y escasamente
atacada desde la época medioeval. Aunque resultaba una situación poco
estudiada, representó un evento del folklore popular y fue representada como un
evento llamativo. Nos encontramos con referencias medioevales a “doctores” que intentaban
extirpar la “piedra de la locura” en el cerebro, pero dado el pobre desarrollo
de la ciencia médica de entonces, no existen testimonios de práctica terapéutica,
(quizá se hacía poco o resultaba extraordinario) pero tenemos un curioso ejemplo en un cuadro de
Hieronymus Bosch, donde se burla y denuncia esa creencia como una estafa.
A nivel de noción popular, la
piedra de la locura es una contraparte negativa de la piedra “mental”, la cual
se imagina que compacta al dispositivo del entendimiento. Así, entre los dichos
populares se conservan expresiones como “se le botó la canica” para referirse
al enloquecido o insensato, también se indica que sí le “gira la piedra” a
quien razona. Pero estos ejemplos, solamente indican una relación lateral pues
estas folklóricas “piedras” no marcan una creencia consistente, sino sonrisas
del lenguaje popular refiriéndose a lo que sucede bajo la piel.
La mónada del alma y la intuición de la canica
La explicación de toda naturaleza
mediante el principio atómico fue correspondida por una visión del alma como
átomo. Corresponde al talento de Leibniz el haber sacado la conclusión de que
el espíritu individual debía estar encerrado en una mínima partícula, una
entidad de tal naturaleza pequeña como el mismo átomo. Esto está bien
correspondido con la radicalización de la idea del individuo, esa la entidad
imposible se separar y que posee un espíritu. También los griegos antiguos ya
habían desarrollado una idea de un fondo unitario que existe en el fondo de la
persona mutable y por tanto debe considerarse como unidad fundamental mediante
el alma de Platón, pero esta idea se podía radicalizar.
Sin desarrollarse, el principio está
presente en Descartes, cuando considera que el alma ligada al cuerpo entero, debe
residir especialmente en una parte pequeña y muy central, proponiendo su sitio en
una glándula al interior del cerebro[14].
Leibniz profundiza el argumento
de Descartes y alcanza la hipótesis de una unidad central, consecuencia
filosófica de la separación entre materia y espíritu; dicho de otro modo, la mónada
es al espíritu, lo que el átomo es a la materia. Las mónadas son concebidas
además como eternas, espejo del universo, receptáculo de una armonía divina
preestablecida que corresponden con la idea de espíritu. Una vez radicalizada
esta canica espiritual en mónada, para tristeza de los amantes de belleza
encerrada en cosas diminutas, ese argumento filosófico no ha sido bien aceptado
por la filosofía académica ni por la metafísica especulativa. Después de Leibniz
no surgieron partidarios de la mónada espiritual, al contrario Voltaire se
burló de la armonía prestablecida que implicaba[15]. La mayoría
ha respetado esa contribución original de Leibniz, pues representa un intento
serio para superar los dos escollos filosóficos clásicos: dualidad entre
materia y espíritu (revitalizada por Descartes) y una falla de individuación por
el predominio de la sustancia (conforme especula Spinoza).
Conclusiones
La canica ha servido de modelo práctico
para nociones básicas sobre la materia dura y mínima. La efectividad de este
modelo proviene de las lecciones de la infancia y mediante una práctica lúdica.
Su vínculo con el prototipo atómico (primero filosófico y especulativo, luego
científico y experimental) ha sido un maridaje importante para el avance del saber;
aunque al florecer la nueva microfísica perdió fuerza explicativa y se ha conservado
como metáfora ilustrativa.
La metáfora de la canica también
es afortunada en el amanecer de la filosofía griega para señalar la visión de
lo grande como el Ser o para vincular micro y macrocosmos; por tanto, podemos
conservar las correspondencias entre la mínima y la gran esfera, siempre y
cuando mantengamos precaución sobre esa escala
diametralmente opuesta.
En cuanto salimos de la especulación
objetiva y las cuestiones naturales, el empleo de la canica como espejo del
espíritu ha triunfado de modo efímero. La búsqueda del espíritu en un sitio
definido, condujo hacia la mónada (especie de canica espiritual) con sus atributos
de eternidad, unidad, centralidad, armonía y mínimo espacio (o nulo si se radicaliza).
En ese aspecto, la canica se revela como la metáfora del espíritu en su pequeña
grandeza, por ende, inspira a la gran literatura para invocar al infinito; así,
entonces, a pesar de que por precaución parental se margina al juego de canicas,
su servicio para la evocación se mantiene inalterable.
[1] BACHELARD, Gastón, La tierra y los ensueños de la voluntad,
El aire y los sueños, etc.
[2] Este juguete proporciona
más de una lección permanente, por ejemplo, la novela de Ayn Rand, La rebelión de Atlas, las utiliza como
contraste del personaje superdotado D’Anconia, quien manifiesta su habilidad
con la inercia de la canica y también un sentido sensual: “Observó el modo en
que manipulaba las bolitas, con aire inconsciente como ante un triste vacío;
pero sintió la seguridad de que aquel acto constituía un alivio para él, quizá
por el contraste que representaba. Sus dedos se movían con lentitud, palpando
la textura de las minúsculas esferas con goce sensual. En vez de parecerle una
acción primaria, Dagny la consideró extrañamente atractiva, como si la
sensualidad no fuera un acto físico, sino algo procedente de una fina
discriminación del espíritu.” p. 109
[3] Aunque también el a-tomo
puede comprenderse como un límite lógico y no por una dureza; de cualquier
manera la resistencia está implícito en este tema de la dureza de lo pequeño.
[4] I Ching, Hexagrama 9, “El poder de lo pequeño”. La idea sobre la
semilla posee enormes implicaciones y repercute en las supersticiones alrededor
de las pastillas, como mínimas esencias curativas.
[5] GRIBBIN, John. En Busca del Gato de Schrödinger.
Biblioteca Científica Salvat. 1986
[6] Aunque no es una exclusividad griega, esta
relación microcosmos-macrocosmos está presente las diferentes culturas
antiguas. Cf. ELIADE, Mircea, Tratado de
historia de las religiones.
[7] FOUCAULT, Michel, Las
palabras y las cosas.
[8] Aunque los griegos
dedicados a la geometría en tiempos de Platón solamente empleaban regla y
compás, por tanto no aceptaban ninguna otra ayuda. Según narra la historia este
problema quedó sin resolver. Cf. ASIMOV, Isaac, De los números y su historia, Cap. 7 “Herramientas del oficio”.
[9] Y también facilita a
algunos infantes adquirir una temprana imagen del adulto, porque la canica
permite una sensación de poderío en la mano pequeña. Compárese esta afirmación
con esta escena de La rebelión de Atlas
donde el adulto de éxito repite al niño dominando la canica: “Durante todo
aquel tiempo no había dejado de jugar con las bolitas de mármol, moviéndolas de
manera indiferente y distraída. Pero Dagny observó de improviso la precisión de
sus manos en aquel ejercicio. Con una leve oscilación de su muñeca, la bola
partía disparada sobre la alfombra, para ir a chocar contra otra de ellas, con
golpe seco. Dagny se acordó de su niñez y de las predicciones acerca de que
cuanto hiciera resultaría perfecto”, p. 106.
[10] El escritor Borges da un salto portentoso y hasta
el infinito de esa metáfora cuando imagina un punto tornasolado mostrando al
cosmos simultáneamente, en una visión pletórica y desbordante de su El Aleph.
[11] PARMÉNIDES, Fragmentos del Poema del Ser. “Pero por
ser límite extremo, es perfecto de todas partes, semejante a la masa de bien
redonda esfera, equilibrado del centro a todas partes.”
[12] Cabría desarrollar de
manera completa el tema de lo redondo, como una de las fascinaciones a lo largo
de siglos, donde la identidad entre lo redondo y cierta magnificencia se
asocian, ya sea como sólido perfecto, como globo terráqueo o dominio del orbe.
Debido a su escala, la noción de perfección
de lo redondo no resalta en la imagen de la canica.
[13] Resultaría divertido,
siguiendo el estilo de Foucault en Las
palabras y las cosas, derivar una “episteme” específica para esta
visión-átomo del materialismo, determinando correlaciones entre esta materia
mínima y el racionalismo objetivista predominante.
[14] DESCARTES, René, Las pasiones del alma, p. 25. Define que
debe ser en la glándula al interior del cerebro, por ser una posición única,
muy central y pequeña. Claro, la glándula no es idéntica a la imagen de una
canica pero posee cercanía de evocación por su naturaleza pequeña, unitaria y axial.
[15] VOLTAIRE, Cándido
o el optimismo.