Por Carlos Valdés Martín
Visto
desde una cómoda distancia, todo caduca y por lo tanto el basurero del proceso
social es enorme; entonces; en términos del mito griego, el terrible Cronos jamás fue
derrotado. Aquello que fue vital “aquí y ahora” se pierde en la sombra del
Hades, como soldados muertos en una batalla olvidada y sus almas anónimas
permanecen cual sombras de un pretérito irrelevante: triunfa
la crueldad de Cronos[1]. Sin embargo, cada existencia
singular (la tuya, la mía, la nuestra…) siempre acontece en un breve “aquí y
ahora”; desde el rincón de cada existencia sólo alcanzamos un estrecho espacio para
ver alrededor, y cada segundo se escurre como el agua entre las manos[2]. Acotados en ese “rincón”
del alma ¿qué tanto guarda esta percepción fugaz? Sin duda conservamos momentos
concretos y contextos precisos[3]. Esa natural fugacidad del
momento se identifica más con el alimento que con el trabajo. La labor ardua deja
una cosa tangible: ahí está la obra en forma de leño cortado o frase escrita. En
cambio el consumo alimenticio se hunde en un ámbito de oscuridad y silencio (el
metabolismo interior) en cuanto el delicioso bocadillo se ingiere para no
regresar.
Los
fragmentos de contenido valioso no son simples partes o piezas, adquieren un
rango mayor: son detalles, con el
sentido afectivo y valioso que otorga esa palabra a cualquier fragmento[4]. En este caso, consideraré
los detalles de creaciones culturales como lenguaje, literatura o música ya
sean arte o expresión de gusto popular. Las obras de la cultura necesitan de un
código para conservarse, requieren de un espacio de significados que es su
ambiente. Un aspecto evidente de la contextualización cultural sucede con los
textos de lenguas muertas mientras no existe el desciframiento de su lenguaje.
Según los estudiosos, la escritura maya quedó sin posibilidad de traducción durante
los pasados cinco siglos, y hasta fecha reciente los esfuerzos para comprender
los jeroglíficos en las estelas están rindiendo fruto. Ahí estaban las piedras
y se admiraba a esa civilización, pero eran rocas mudas, sin palabras ni
significados precisos. Conforme las inscripciones con caras de mono y grecas de
caracol han sido comprendidas se logra proximidad con esos siglos pretéritos. En
sentido opuesto, cuanto menos se entiende de ese pasado y mientras más mudo es
su código, entonces resulta incomprensible cada uno de sus detalles. Si miramos
unas curvas que parecen un caracol cortado a la mitad ¿qué significan? Sin interpretación vemos una imagen pero su significación
está perdida, nos quedamos en una visión lejana y sin detalles; con
interpretación obtenemos una mirada nueva.
Con
certeza la existencia individual está formada de detalles, con figuras concretas
que son las marcas y heridas de los recuerdos y aspiraciones. El modo de pronunciar
frases posee su sentido, pero a la distancia o desde la ajenidad no se percibe
ese sentido preciso. Para los ingleses la pronunciación de frases posee una
entonación adecuada, y ese subir y bajar el tono de voz durante las frases de
los británicos no está marcada en las líneas escritas. El detalle de la
entonación parece irrelevante, al menos sí lo es para un texto escrito; pero si
hablamos ante el anglófono sin esa entonación, de inmediato percibirá que fallamos
y no hablamos su “buen inglés”, el
propio de las Islas Británicas. Al interpretar desde naciones distintas surgen
muchas diferencias, y desde ese aspecto se ha llegado a interpretar el fenómeno
nacional como un tema de estilo.
Aceptemos que el fenómeno nacional incluye el detalle (estilo, modalidad,
peculiaridad, concreción[5]), aunque el tema de lo
nacional no se reduce al detalle o estilo. Una de las funciones de la nación es
preservar el arsenal de destalles o estilo típico, y en ese sentido, sirve como
el gran recipiente de los productos culturales.
Debido
a que la música es continuidad de sonidos, sirve para dar ejemplo del cultivo
del detalle. Por ejemplo, en el “recipiente” México, se conserva el estilo
musical del mariachi, el cual es una colección de minucias engarzadas como el
conjunto instrumental. Existe unidad en sincronía caracterizada por miles de señas
específicas, como los mexicanísimos gestos y textos machistas de José Alfredo
Jiménez, el gran genio creativo de ese estilo. La creación, difusión y
preservación de un estilo musical requiere de cierto espacio social; por
ejemplo, se requiere de instrumentos, medios de reproducción y difusión, educar
musicalmente a intérpretes y mantenerlos, entregar la obra a un público y
conectar con sus gustos. No es tan sencilla esa relación entre el gusto de cada
nación[6] con sus “productores de
música”, además que deben encontrar un modo de vida, siendo útiles en las
fiestas populares o encontrando un medio mercantil para mantenerse[7]. El estilo del mariachi expresa
el tránsito de una sociedad agrícola hacia una urbana, con una dotación
importante de instrumentos, y su gran éxito dependió de la reproducción
comercial y la profesionalización de autores, junto con la identificación de
ese estilo como algo típico del país. Esa compleja mezcla favorece la
preservación de ese género como un “valor entendido” de la mexicanidad y obliga
a su conservación como blasón del país. Es un caso extremo de complicidad entre
detalles (el estilo peculiar de esa música de grupo) y esa bolsa-vitrina que lo
conserva pleno de sentido[8].
“La nave del olvido no ha partido”
Para
reforzar el argumento, de esta complicidad entre un “detalle” preservado y el
conjunto nacional conviene el ejemplo de un músico aplaudido, por ejemplo, José
José ídolo de la balada romántica durante décadas en México. Como estrella del
espectáculo el intérprete depende del sistema comercial de comunicación y de
las variaciones en el gusto del público. La forma misma de “canción” —breve
pieza de unos tres minutos de duración— se liga a las exigencias comerciales para
ofrecer productos de rápido consumo. La posición de “estrella” se vincula a la
reproducción masiva del producto (discos con ventas millonarias) y a su
proyección en radio y televisión de masas (el cantante convertido en estrella
popular). Sin embargo, el cantante popular representa una transición entre el
artista musical (periodo clásico, sometido a los supuestos de la academia del
arte) y el “comediante” (no en el sentido de cómico, sino de comunicador ante
un auditorio que se divierte), por tanto, el público espera consumir un
producto de “arte popular” en una mezcla de calidad con accesibilidad. Como
mercancía y como producto con aspiración al arte, las canciones son objetos
universales, en ese sentido, rebasan con facilidad las fronteras nacionales, en
especial, durante un periodo cuando ya se han desarrollado medios de
comunicación globales (comunicaciones públicas vía satélite comenzadas en
1962). La producción musical del baladista José José tuvo gran difusión, sobre
todo, entre los hispanohablantes, pero no creo que nadie se engañe sobre su
cuño nacional, marcado por frases, tonalidades, palabras, estilos… Pequeños
detalles que no lo hacen tan diferente de otros autores musicales en el mismo
idioma y estilo, sin embargo, reconocer su “tono mexicano” resulta sencillo.
Ahora, que tenemos nuestros referentes resulta sencilla esa identificación.
¿Para personas formadas en ambientes lejanos les resulta difícil distinguir ese
sello nacional? Sin duda así es. En ocasiones lo confundirán con cualquier tema
español o americano: efecto de la distancia[9]. Al cambiar el receptor
final, el contenido peculiar de esas baladas ha muerto o está como momificado.
La melodía es más universal, así que gusta en otras latitudes sin relacionarse
con una nación; por ejemplo, la canción de “Bésame mucho” se ha reproducido en
distintos idiomas y es popular. Esto significa que el gusto es transitivo, la
música se desplaza entre zonas y se readapta, mueve y viaja, pero en ese
tránsito pierde su sello nacional directo (cabe desaparecer ese sello o quedar
como referencia indirecta, cuando se escucha en ruso el “Bésame mucho” se
establece la referencia a lo mexicano, con lo que ellos interpretan como un
exotismo cálido). Conforme una pieza musical se conserva dentro de su ambiente,
todas sus peculiaridades son observables (aunque no todos las verán, solamente
unos pocos), en cambio afuera serán imposibles de captar. Así, los detalles del
ámbito cultural dependen de un ambiente para ser percibidas y fuera de ese
sistema-ambiente resultan imposibles de apreciar.
La escritura maya recuperada y el albur
Los
jeroglíficos mayas quedaron mudos durante siglos y la recuperación de ese
lenguaje escrito nos alegra, pero nada garantiza que sabremos los detalles de
lo que los escultores mayas escribieron sobre piedras. Rescatarán los sabios
arqueólogos lo básico, pero ¿el detalle del maya? El recuperarlo parece una misión imposible, porque su matriz
nacional[10]
quedó rota en el siglo XVI y crear el puente de comprensión es una tarea
titánica, quizá inalcanzable. En cambio, la agradable situación de disfrutar
una balada romántica resulta sencilla y comprender sus muchas evocaciones
también lo es. En ese sentido, los sistemas de referencia nacionales son un
medio para preservar un conjunto gigantesco y único de producciones culturales.
Un dicho conocido indica que “el diablo está
en los detalles”. Según una amplia creencia, durante décadas nuestro México fue
el territorio por excelencia del albur. La asociación es evidente, pues el
albur se consideró un lenguaje procaz y casi diabólico para las generaciones
anteriores[11].
La distensión moral y la extensión del relajo desde la segunda mitad del siglo
XX, permitió la recuperación de ese lenguaje travieso y soez, que luego circula
como moneda corriente en otros ámbitos de comunicación. Así, los detalles
marginales de la famosa Picardía mexicana[12]
y otros discursos picarescos se mantuvieron en un “arcón” nacional singular,
hasta que se dispersa como un evento globalizado y corriente. Otros recipientes
más puritanos o victorianos habrían destruido esa expresión por su “bajeza”, en
el ambiente popular mexicano se conservó y floreció[13]. Sin alcanzar el extremo
de elevar al albur como un valor universal, sí existe un interés por la
picardía y se conservará entre los pliegues indiscretos de la “cultura
popular”.
Rulfo y lo mexicano fantasmal
El
valor literario de la obra de Juan Rulfo es inseparable de una visión sobre lo
mexicano-popular. Sin que sea posible meter un bisturí para separar el aspecto
mexicano popular de las obras de Rulfo, es evidente que todas acontecen dentro
de ambientes rurales y populares, donde la temática y problemática está sellada
por la formación nacional. En especial, la novela Pedro Páramo agrega un
ingrediente de fantasía, que convierte el ambiente pueblerino también en fantasmal, en ese sentido
genera una audacia sublime sobre el costumbrismo previo (la típica novela de la
Revolución Mexicana) y ofrece un giro en la creación literaria. Estimo
pertinente anotar que el éxito internacional de esa obra se liga a su
valoración como una señal distintiva de lo mexicano; todas las lecturas
posibles desde el extranjero señalaban la singularidad de este país, donde un
estilo de atraso rural se mezcla con la ficción fantasmal y el drama. Además de
que esta obra sería imposible de surgir en otras coordenadas, su captación
local depende de la captación vernácula de lo que somos (el complejo código de
lo mexicano) y de lo que otros miran que somos (el código simplificado de cada
país vistos desde afuera). La obra de Rulfo presenta una perfecta amalgama
entre esos dos códigos (interno-complejo y externo-simplificado) durante un
periodo que se abrían las puertas internacionales del mercado editorial para
las producciones latinoamericanas, en el llamado periodo del boom.
Curiosamente, la gran literatura de Rulfo es un reflejo mediado de la cultura
nacional popular —donde el mismo artista es un crisol que reúne lo popular— con
flujos universales del arte, juntando costumbrismo y vanguardia literaria[14]. Para remachar la tesis
de este ensayo, en este caso el marco nacional sirve para crear, conservar y
catapultar este singular obra literaria, donde su deuda con el modelo clásico
nacional mexicano (el de mitad del siglo) es múltiple.
Objeción de la nación conservadora y la revolución
Contestando
el argumento contrario, se podría objetar que la nación es una estructura conservadora
(y con esto se insinúa que es obsoleta)
precisamente y por eso permite la preservación de antigüedades disfrazándolas
de folclore[15],
cuando un impulso revolucionario (incluso como tabla rasa) sería lo sano para
extirpar esas bagatelas (intrascendencias del pueblo) para sustituirlas por un
futuro luminoso (la hipótesis utópica). Para este argumento utilicé un enfoque
superficialmente marxista-progresista, el cual interpreta la revolución en el
modo equívoco que cuestiona el mismo Marx sobre la Revolución Francesa, cuando opina
que es una ficción pretender aniquilar al pasado de modo arbitrario. El
argumento preciso de Marx sobre la naturaleza de la revolución futura (la
socialista-comunista que él esperaba)
se encuentra en El capital, cuando
establece la relación general entre trabajo vivo y muerto, lo que es lo mismo,
entre trabajadores y medios de producción, los cuales siempre son su premisa[16]. Volviendo a ese
argumento, el pasado entero es un mega-medio de producción sobre el cual se
actúa y cobra vitalidad, cada día[17]. En ese sentido, el
trabajo presente conserva el pasado y crea el futuro en un mismo acto; la deficiencia
del proceso productivo es lo que provoca una contaminación (no ecológica) y un
exceso de basura[18].
Por tanto, el ámbito nacional es un espacio de mega-medios de (re)producción (cultura,
lenguaje, poder…) que permite actuar sobre ellos y consumirlos, sin ese
sistema-nación sobre el cual trabajar-consumir se perdería la relación con el
pasado vital, pues la relación global directa no existe como tal, para decirlo
de modo abrupto y tajante[19].
Además,
el proceso vital de cada individuo posee un nivel de conservación estricto, que
ahora sabemos está controlado por el mecanismo biológico del ADN. El sistema
genético en cada persona impide que se altere mientras se alimenta y metaboliza
con el ambiente; cada día se alimenta distinto y respira miles de veces, sin
embargo, sigue siendo el mismo. La materia del cuerpo cambia con los años, pero
sigue siendo el mismo individuo biológico, pues existe un delicado sistema que
lo conserva. Algo parecido sucede con la percepción del ambiente, que requiere
un complejo sistema de marcos de referencia, entre los cuales destacan los
nacionales. Más bien resulta extraño que las comunidades adopten modalidades y
estilos tan semejantes entre sus miembros hasta en los detalles (vestidos,
alimentos, modos de hablar), pero es un hecho, por eso se ha buscado alguna
explicación metafísica, como el “espíritu de pueblos”[20] o el dominio de un
“estilo” para explicar la relativa homogeneidad de las naciones. Esa misteriosa
similitud hasta en detalles es la operación concreta de la nación, al mismo
tiempo que es su rasgo y su utilidad. Una especie de código-ADN cultural
(elaborado, artificial, pensado, hablado, codificado) permite esa
interpretación del estilo, que con sentido gregario-tribal-imitador los
miembros de una comunidad nacional repiten con facilidad y destreza asombrosa.
La complejidad de ese código radica en que no se forma por un único elemento
(ni solo lenguaje ni solo tradición ni solo etnia ni solo economía…) sino por
un sistema complejo de reproducción (trenza de cinco ramas). Esa complejidad se
forma mediante una reproducción humana, donde importa el detalle concreto, por
ejemplo el lunar coqueto en el rostro de la Doña[21] o el sombrero de ala
ancha en Emiliano Zapata. El artista costumbrista sabe que esos pequeños
garabatos no sirven aislados y la conciencia despierta que interpreta nos exige
colocarlos en su marco de plata, donde cobran vida y significado. Resultaría
ocioso contraponer la lucidez del espectador que aprecia las Meninas de
Velázquez desde un ambiente extranjero[22] frente al ejidatario que
siente correr por sus venas la sangre del Caudillo del Sur. Goce estético
frente al linaje difuso: ambos son modos de apreciación saturados de
significados. En estas palabras, se muestra la relevancia de ese marco nacional
para dotar de importancia a los detalles de la existencia; de otro modo, quizá
todos y cada uno deberíamos acceder al nivel de conciencias privilegiadas con
sensibilidad de artista para apreciar esos detalles que se pierden entre la
selva de lo cotidiano o adoptar la lucidez del filósofo para recrear el marco
perfecto de conceptos que sitúa cada detalle.
Autoritarismo nacional destructivo
Aclarando
una tercera objeción, también nos encontramos con el autoritarismo nacional
(fascismo e imperialismo vestidos de colores nacionales) donde se persigue a lo
que escapa a su red. Sin embargo, el autoritarismo es capaz de disfrazarse con
cualquier color (religioso, étnico, ideológico, novedoso, arcaico…) y la nación
es uno más de sus ropajes. En su versión agresiva, el autoritarismo tiránico
persigue a lo diferente (que es fácil de inventar, no es requisito que
pre-exista) hasta el nivel de la violencia y la guerra, en ese sentido es por
entero válida la crítica a la guerra de agresión disfrazada de nacionalismo
(caso típico en las Guerras Mundiales). No es una novedad que los tiranos
utilicen a las personas honorables para difundir sus decretos deshonrosos, pues
la naturaleza del doble discurso tiránico consiste en parapetarse tras
cualquier causa respetable o consagrada; así, utilizan de pretexto a su nación
o credo, ya que la Patria y Dios no poseen una boca propia para encuerar las
fechorías del sátrapa. El acto de
violencia, definido como acción que rompe con la regla moral básica de
integridad de la persona, destroza la existencia y, por tanto es un medio ciego
que no se detiene ante detalles[23].
Debido a que los detalles preservados (folclor, cultura…) dan contenido vital a
las naciones, su destrucción mediante violencia marcan una falsedad, por
ejemplo el nacionalismo de Hitler es una falsificación interna (hacia las
propias tradiciones alemanas) y externa (intentando destruir naciones completas
y subyugando a las demás); es decir, el fascismo hitleriano mientras más escandalosamente se declara nacionalista
más demagógico resulta. El sobre-nacionalismo es una mascarada para esconder la
hipocresía, por ejemplo, una guerra de agresión implica mandar hacia la muerte ¿A
quiénes? A los hijos de esa patria y a los de las otras, significa una doble
masacre que se disimula con un escándalo. Ese sobre-nacionalismo se ha llamado chauvinismo, aunque es una operación acontecida
en distintas latitudes y varios periodos históricos[24]. Y para este tema, ese
sobredimensionar la nación como sobreactuación nacionalista, tiene efecto de
aniquilar los detalles, para simplificar; en otros términos, es una
aniquilación de los detalles de significado nacional en favor de una mala
retórica de Estado, donde la tiranía pretende monopolizar la nacionalidad, lo
cual es burda demagogia[25]. La demagogia es evidente
cuando se pretende que la nación está por encima de todo, incluso por encima de
los derechos de los nacionales, su bienestar e intereses concretos; en ese
punto, la nación se intenta convertir en fetiche, objeto de culto que domina al
creyente y lo obliga a postrarse insensatamente. En fin, según estas
afirmaciones el dogmatismo destruye el pensamiento, el fanatismo a la
espiritualidad y el chauvinismo a la nación. A diversos niveles se han puesto
de relieve las dos primeras afirmaciones (el dogmatismo contra el pensar y el
fanatismo contra la religiosidad) la tercera, donde el sobre-nacionalismo es
enemigo de las naciones resulta escasamente observada pero importante. A modo
de observación psicológica Fromm notó que el narcisismo excedido se presenta en
ese sobre-nacionalismo agresor[26], de tal modo que el
psicólogo social define la correspondencia entre narcisismo enfermizo y sano
amor propio; de tal modo, que un “sano” sentido nacional es amor propio (capaz
de conservar la existencia concreta en sus detalles relevantes), pero un
narcisismo colectivo de tipo fascista es un narcisismo patológico. La
satisfactoria visión colectiva del sano nacionalismo —por ejemplo, el de un
Gilberto Bosques, arriesgando la vida para salvar a extranjeros de la
persecución fascista[27]— es un baluarte contra
ese nacionalismo chauvinista y patológico, que ha permitido una mezcla entre
amor propio de una colectividad (patria que se ama y respeta) con el afecto por
lo grupos extranjeros. Un momento virtuoso de esa situación se puede marcar
durante la lucha dentro de las metrópolis contra su propio colonialismo (en
Gran Bretaña por la descolonización a través del gradualismo de la Commonwealth[28], dentro de EUA contra la
guerra en Vietnam, dentro de Francia contra la ocupación de Argelia, etc.)
donde una identificación nacional positiva no acepta oprimir a los extranjeros.
Minucias insignificantes y basura
Como
una última objeción queda distinguir entre el detalle relevante y las minucias
insignificantes. Dentro de la captación individual de la vida, muchos
fragmentos resultan irrelevantes, o hasta imposibles de percibirse en su
fugacidad o pequeñez. La capacidad humana de captación posee un límite, una
memoria demasiado detallada rebasaría la condición antropológica, como la
advierte Borges con su Funes, pues conservar hasta la posición de cada una de
las hojas de los árboles en cada instante supone un absurdo y un límite en la
captación, finalmente no separar lo valioso de la basura[29]. Lo mismo supone
cualquier metabolismo físico, cuando desaparece el alimento y el residuo es
imperceptible. De entre la experiencia destacan algunos aspectos y momentos
sobre lo demás y mantienen su significación especial, la memoria y el arte van
de la mano en esa perspectiva de rescatar lo relevante. Los detalles que
sobreviven en la memoria no son irrelevantes, poseen una conexión
significativa; sin embargo, necesitamos una llave para abrir el cofre de los
recuerdos. El proceso de rescate de significados depende de distintos procesos,
pero sus condiciones de posibilidad son el sistema de referencias que sirve de
mapa para encontrar el cofre donde se aplica la llave. Ese sistema de
referencias (un habla coherente, una cultura nacional…) facilita encontrar esos
cofres, alrededor queda la arena y el vasto mar incógnito. Si todas y cada una
de las personas poseyeran una bodega inmensa para acumular todos sus recuerdos
de infancia ¿tendrían cómo compartirlos? Sucede lo mismo con algunas colecciones
de porcelana de las abuelas que los nietos no desean heredarlas: nada
significan para ellos. Para conservarse, el detalle debe de ser significativo y
mantenerse conectado con algún impulso vital. La simpleza de una manaza
envenenada ha sobrevivido como un detalle pleno del relato de Blancanieves y no es por casualidad,
pues evoca la mentira y el deseo, dentro de una obra dedicada a rescatar el
folclore alemán; no importa que el evento de la manzana no sea originario sino
que es representativo y verosímil en su marco de fantasía[30]. Anotemos que la obra de
los hermanos Grimm poseyó un sentido de rescate patriótico de las fuentes
culturales alemanas, es decir, la colección de relatos aclamados vinculó las
tradiciones populares con un romanticismo nacionalista y progresista, capaz de
captar dimensiones del conflicto humano mediante sus detalles[31].
El noticiero y la derrota de Cronos
En
ese sentido, adquiere otra dimensión el término la “era de la interpretación”,
donde la formación de las figuras modernas de la nación van de la mano de un
periodo donde existe ya una urgencia de informarse, de ahí la curiosa necesidad
de “estar al día” y el surgimiento del periódico. A partir de la modernidad,
los ciudadanos estamos hambrientos de percibir esos trozos reales (los
fragmentos noticiosos) y los devoramos cada día, al lado de nuestros alimentos
físicos; esa necesidad llama la atención y ya un autor notó que va de la mano
con el tema nacional[32]. El sistema de
referencias nacional nos capacita para adquirir detalles de un modo distinto a
lo que hacía el griego cuando escuchaba los relatos de Homero; aquéllos satisfechos
con la estructura general de la leyenda, nosotros más urgidos de eventos
reales, bajo un flujo de realidades complejo y presuroso. Conforme el flujo de
información crece, la capacidad para distinguir entre significativo y accesorio
se hace mayor; conforme saltamos de la era noticiosa (existen diarios desde
hace siglos) hacia una “era de la información” crece la presión para rescatar y
distinguir nuestros detalles[33]. ¿Qué rescataremos y qué
desecharemos? Recordemos que nuestros grandes relatos de vida y su sentido está
tejido de detalles, los cuales al acumularse y establecer su diseño dibujan el
único legado.
El
contexto de nuestra comunidad establece un criterio, aunque con seguridad no lo
reconocemos plenamente[34]. Cuando no poseemos
ninguna intención ni proyecto para conservar los detalles valiosos terminamos
atrapados como los hijos de Cronos. Conforme descubrimos un criterio y logramos
rescatar los detalles valiosos contra la herrumbre del tiempo, entonces
repetimos la osadía de Zeus y sus olímpicos quienes burlaron la pesadilla de
Cronos.
NOTAS:
[1] Con certera crudeza, Francisco de Goya y Lucientes retrata a un
gigantesco Cronos tiránico devorando a sus hijos, en una de sus
representaciones más escalofriantes. En términos del Sartre pre-marxista es la
nada en el corazón del hombre disolviendo su mundo, lanzándolo hacia lo
irrelevante. Cfr. El ser y la nada.
[2] La importancia estético-universal del espacio del detalle, que está
arrinconado en el espacio del alma, la rescato del Bachelard en su La tierra y los ensueños de la voluntad.
[3] Hegel sabe que los filósofos preservan lo acontecido en el “templo de
Mnemosina”, la divinidad de la memoria, Cfr.
Introducción a la Filosofía de la
Historia.
[4] Por tanto, cabría ubicar el tema dentro de las posibilidades de
análisis, tan evidentes para un Descartes o problemáticas para un Kant.
[5] Para la teoría estético dialéctica de Lukács, lo que importa es lo
típico, como vértice entre lo universal y singular, cruce exacto entre lo
individualizable y la tendencia general-trascendente. Pero aquí no evalúo el
valor mismo del detalle (el irrelevante vs. el trascendente). Cfr. Significación actual del realismo crítico.
[6] Un fenómeno paralelo se presenta con las regiones cuando son capaces
de generar estilos musicales y conservarlos.
[7] También
existe una relación entre la nación y sus regiones, tema en extremo importante
para una estricta teoría, por ejemplo para la definición de lo “profundo” o
“popular” de cada nación, sin embargo no lo desarrollo aquí para no complicar
el tema. Cfr. BARTRA, Roger, La jaula de
la melancolía.
[8] A su manera, de modo más radical, para Manuel García Morente, “La
nación, pues, es un estilo.”, planteando una relación crucial entre nación y
estilo, entendido como una expresión esencial y libre que surge desde el centro
del ser. GARCÍA MORENTE, Manuel. ¿Qué es
estilo?
[9] Un ejemplo típico de esto: al pasar la frontera los mexicanos o
salvadoreños son vistos como hispanos o latinos, es decir, son interpretados en
un escalón de más generalidad. Cfr. RIDING, Allan, Vecinos distantes.
[10] Aquí nacional en el sentido pre-moderno, de agrupación de tribus y
ciudades reino con una clara unidad cultural.
[11] Corresponde algún mérito a Freud de buscar una explicación sistemática
a la risa provocada por los chistes: El
chiste y su relación con el inconsciente (1905).
[12] Otro
ejemplo, en Teoría y práctica del insulto
mexicano, bajo el seudónimo de Juan Lomas, de la autoría de Carlos Valdés
Vázquez. Es bastante conocida la “literatura de la onda” de Armando Ramírez quien
logró popularidad desde Chin chin el
teporocho.
[13] De modos
distintos, Samuel Ramos y Octavio Paz consideran ese tipo de expresiones como
parte de lo auténtico popular de México; el primero se refiere al “pelado” como
figura clave, el segundo revalora el lenguaje del insulto como una expresión
auténtica y hace una investigación clave sobre la “chingada” para interpretar
el alma conquistada. El laberinto de la
soledad y El perfil del hombre y la
cultura en México.
[14] Resultará interesante redondear un análisis con los fenómenos de
asimilación de productos culturales o de consumo de masas extranjeros, que se
consumen pero no por ello se conservan en ambientes distintos.
[15] No es casual, que en la antropología ligada al estudio nacional-popular
el término folclore resultara
importante para un enfoque de rescate.
[16] La queja de varios teóricos sobre los otros seguidores de Marx es que nunca comprendieron la dialéctica
de Hegel y su complejo proceso de superación, bajo la tríada de
tesis-antítesis-síntesis que es lo mismo que inmediato-mediato-absoluto, que
siempre se debe comprender bajo la clave del término superación. O a su manera
como “praxis”, Cfr. SÁNCHEZ VÁZQUEZ, Adolfo, Filosofía de la praxis.
[18] En el fondo, serían las fuerzas productivas de la escasez. Cfr.
SARTRE, Jean Paul, La crítica de la razón
dialéctica.
[19] La dificultad de esa apreciación directa se presenta en la
temporalidad del mito, cuando se pretende enlazar sin mediación alguna, el
presente con un pretérito fundador. Cfr. VALDÉS MARTÍN, Carlos, Las aguas reflejantes, el espejo de la
nación.
[20] En Hegel esa
explicación es bastante clara y resultaba común para el idealismo del siglo
XIX, pero quedó en completo desuso para la ciencia social.
[21] La llamada “Doña” fue la actriz María Félix. Por su situación
privilegiada y de proyección mundial, las estrellas comerciales son lo más
próximo a la aristocracia cosmopolita de antaño, por tanto, su movimiento
presenta la bisagra entre lo nacional y mundial con suma facilidad.
[22] Con la
elegante reflexión del lugar ausente del monarca en la composición del cuadro
cumbre de Velázquez comienza la reflexión de Las palabras y las cosas de Foucault. También esta nota sirva para
aclarar que existen diversos niveles de apreciación, también la “extranjería”
sirve para darle intensidad al exotismo,
escapar de la rutina familiar que embota la percepción.
[23] BENJAMIN, Walter, Para una
crítica de la violencia. Si bien, Benjamin comienza con una definición
general correcta, se extravía y acepta la gran excepción para dejar pasar la
violencia.
[24] El nacionalismo desde 1780 hasta 1914 fue preferentemente progresista,
pero en el contexto de la Primera Guerra Mundial, “el nacionalismo sufrió así
una mutación y dejó de ser un concepto asociado con el liberalismo y la
izquierda para transformarse en un movimiento chauvinista, imperialista y
xenófobo de la derecha, o, para ser más exactos, de la derecha radical” HOBSBAWM, Erick, Naciones y nacionalismo desde 1780, p.
130.
[25] Precisamente,
la nación no es idéntica al Estado, se identifica con el pueblo. De igual
manera, la soberanía radica en el pueblo y el Estado autoritario pretende
expropiarle la soberanía.
[28] Como un gesto significativo Carlyle anticipa el fin del imperio
británico, pero señala que Shakespeare ha conquistado el mundo de manera
permanente, pues existe una dimensión universal del arte que rebasa fronteras,
combinando la conservación de un sello nacional y un disfrute sin fronteras.
Cfr. Los héroes.
[29] Dice el personaje: “Mi memoria, señor, es como un vaciadero de
basuras”, donde encontramos una reflexión aguda entre la memoria y la
relevancia de lo percibido. BORGES, Jorge Luis, “Funes el memorioso”, en Ficciones.
[30] BETLEHEIM,
Bruno, Psicoanálisis de los cuentos de
hadas. El envenenamiento es un miedo universal y ese acto sí ocurre
ocasionalmente.
[33] Cfr. TOFFLER, Alvin y Heidi, El
cambio del poder. Crece exponencialmente la información y su manejo, los
grupos que dominen ese “arte” son los contendientes por el futuro.
[34] Descubrir
el sistema de clasificación y sus códigos ocultos es el apasionante tema del
primer Foucault en Las palabras y las
cosas, ahí el sistema de clasificación es una red que atrapa a los sujetos
y los obliga a pensar en cierto sentido. La radicalización de su teoría de la
episteme lo obligó a desecharla, sin embargo, posee un fragmento interesante de
tino: cada periodo va forjando sus marcos de referencia intelectuales y hasta
de percepción, sin establecer moldes tan precisos. Las naciones definen algunos
de esos moldes colectivos de pensamiento. A su manera, Marx había establecido a
las clases sociales como el molde colectivo de la ideología, también con parte
de acierto. Cfr. MARX y ENGELS, La
ideología alemana.