Por Carlos Valdés Martín
El aerostático y la época de las revoluciones
burguesas
El globo
aerostático de los hermanos Mongolfier cristaliza el viejo seño de colocar a un
ser humano en vuelo autónomo. Antes ningún intento de vuelo fue lo bastante
exitoso para cambiar el mundo. Antes hubo intentos sin continuidad y es posible
que la falta de persistencia se debiera a las estructuras económicas y
sociales. Calentar un cuenco vacío con suficiente tamaño para elevarse no
requiere una manifactura tan difícil ¿Cómo es que ese ingenio relativamente
sencillo no se obtuvo desde los siglos anteriores? Sabemos que los griegos
unieron talento con el descubrimiento de bases matemáticas y científicas. Los
chinos brillaron por su ingenio y dedicación al detalle, creando curiosos
globos a escala de juguete. Los árabes también deslumbraron con algunas artefactos.
El periodo del Renacimiento nos trajo a los talentos europeos, pero el tema de
construir alas de vuelo parecía una ociosidad en los cuadernos de Leonardo Da
Vinci. La práctica terminó en intentos, efectuando ensayos con planeadores rústicos
y otras curiosidades. La idea del vuelo tardó en madurar y quizá esperó al
arribo de un nuevo tipo de sociedad —la burguesa—, aunque fue un rey
absolutista, Luis XVI de Francia, quien saludó la creación del globo
aerostático en Versalles.
No deja de ser
curiosa esa relación entre el periodo burgués con el avance en los primeros
vuelos en globo. El periodo burgués se inicia con comercio y revoluciones, se
multiplica la agitación social y el interés egoísta ¿Es casualidad esa
coincidencia entre la búsqueda práctica para “tocar las nubes” y esa época del
egoísmo desbocado?
Para Ortega y
Gasset las ideas se adelantan a las épocas y basta mirar con cuidado el cambio
de las ideas para preludiar cualquier época siguiente. El ensueño del vuelo es
antiguo, ya los griegos imaginaron a Ícaro y otros pueblos tuvieron sus ángeles, dioses-pájaro y regiones
celestiales. Sin embargo, ese ensueño ancestral no fue seguido por esfuerzos
serios para realizar esa noción y convertir el vuelo en una experiencia
tangible. Desde el Renacimiento ¿el ensueño del vuelo se había intensificado
anunciando su realización?
Conforme se
fueron acumulando ideas más precisas del movimiento en el aire de los
proyectiles y observaciones mejores sobre el “planeo” de objetos se fue
acercando el momento para construir aparatos voladores. Pero el camino no era
sencillo. De hecho fue la visión de los fluidos y la comparación del aire con
el agua lo que abrió la ruta para el globo aerostático. ¿Cómo se llegó a ese
momento? Tenemos la opción de imaginar un avance autónomo del saber, una
acumulación de ideas de los ingenieros (en principio empíricos) hasta alcanzar
un logro, o bien un chispazo de genialidad individual. Si bien cualquier
hipótesis sería plausible, pero mientras una idea no se vuelve sangre y carne
de una colectividad será fácilmente olvidada. Varios logros de la Antigüedad se
fueron perdiendo en la sucesión del tiempo pues no resultaban significativos
para ellos. Es necesaria una época adecuada a las ideas para que éstas se
conserven o, incluso, se conviertan en una obsesión colectiva. Con el tema del
aire nos encontramos con una especie de emoción colectiva y surgen muchas
creaciones independientes empujando en el mismo sentido. En pocos años, luego
de la noticia de los Montgolfier, existen reportes de imitaciones entusiastas
en sitios lejanos del planeta, pues recordemos que hacia 1784 las
comunicaciones intercontinentales eran mediante barcos de vela. Como sea, el
final del siglo XVIII y el principio del XIX fue entusiasta de los viajes en
globo y de la búsqueda de otras formas de viajar por el aire.
El tema del
globo fue más un espectáculo poco práctico que un medio de transporte, fue
marcar un hito de cumplir un imposible que un servicio utilitario. Un serio
economista y revolucionario pudo desechar
por completo la existencia de ese fenómeno en su monumental, El capital, mientras estudiaba
repetidamente al ferrocarril y barco de vapor como paradigmas de tecnologías de
punta. Aunque durante décadas fuera irrelevante en la economía, el globo aerostático
con su presencia capturó la imaginación del siglo. La primera novela exitosa de
Verne fue Cinco semanas en globo del
año 1863, donde describe una travesía imaginaria pero verosímil sobrevolando el
continente africano. La imaginación literaria del globo adelanta en cuatro años
a la imaginación de la ciencia social del primer tomo de El capital publicado en 1867. Casi siempre la fantasía desbocada se
adelanta a hechos y teorías. Sin embargo, aunque Verne mismo tuvo su
experiencia inaugural hasta diez años después.
Durante décadas
se buscaron aplicaciones prácticas para los globos. Un desarrollo hacia un
transporte de pasajeros de gran distancia fue el dirigible. Sin embargo, es
bien sabido que la etapa de los grandes globos terminó en 1937 con la tragedia
del Hindenburg. Desde el punto de vista técnico, esa decadencia del dirigible era
previsible, pero el avión —su competidor— tuvo un desarrollo parsimonioso.
¿Qué sucede
con el espacio terrestre conforme se crea un espacio aéreo mediante esas
ocasionales vistas desde un globo? El espacio territorial se volvió más denso
desde el punto de vista económico y político. La densificación del mercado
local y mundial, estableció espacios económicos más provechados, y la tendencia
era desaparecer las regiones sin dueño. Los Estados y los particulares se
declararon propietarios de un modo más preciso que en el periodo anterior. Los
grandes señores feudales y los reyes imperiales reclamaban dominio sobre
territorios inmensos, incluso hasta sobre regiones ignotas o imaginarias, pero
no roturaban con precisión sus territorios. Ese periodo hay auge de
una representación más precisa de la propiedad privada, perfeccionando el
derecho de uso y abuso de los antiguos romanos. ¿La visión aérea contribuye a
esa apropiación del espacio económico y político con un estilo moderno? Parece
una buena hipótesis que requiere de más exploración. El “tablero” de la
propiedad territorial, en ese periodo se volvió más preciso y los espacios resultaron
nacionales también en un sentido más definido. No sólo la aviación debió
confluir hacia eso. La cartografía debió contribuir para ese resultado, pues se
fueron trazando con más precisión los confines y las fronteras. También es
crucial la apropiación mercantil y los efectos del comercio para esa etapa de
la apropiación del territorio.
Autopropulsada: “al cielo por asalto”
Conforme el
capitalismo cumplió con la revolución industrial y mostró enormes contrastes
sociales, hundiendo a grandes masas en la miseria (la más artificial), también
se avecinó un nuevo periodo de revoluciones sociales. En muchas ocasiones esa
revoluciones se proclamaron socialistas, pugnando por un “más allá” del
capitalismo; otras rebeliones —sin un sello anticapitalista específico—
mostraron una gran exigencia por justicia y cambios sociales. En todo el siglo
XIX, la idea de una revolución más allá del capitalismo quedó como un boceto,
pero en el siglo XX cobró fuerza de huracán. También ahí se abre el periodo tecnológico
para el salto cuántico desde el lento globo aerostático, hacia las naves
autopropulsadas base de la aviación. Al inicio del siglo XX se combinan los
adelantos en el principio de sustentación con el motor de combustión interna
dando sitio a la aeronave. De nuevo coinciden los grandes movimientos en el
plano histórico-político con la tendencia del aire; en el plano emotivo la
frase afortunada “prestos a asaltar el cielo” fue creciendo hasta convertirse
en una divisa revolucionaria.
La utilidad de
la nave aérea autopropulsada pronto fue evidente. El servicio militar de los globos quedó en los márgenes y en planes
sin cumplir, por ejemplo, resulta famosa la pretensión —que no se concretó por
impráctica— de Napoleón Bonaparte para cruzar a su ejército sobre el Canal de
la Mancha en globos. Pero los aviones sí se convirtieron en instrumentos
militares y ya desde la Primera Guerra Mundial hubo combates en los cielos.
Hacia la Segunda los bombardeos resultaban cruciales y la fuerza aérea se
convirtió en una rama importante de cada gran ejército.
El servicio de
comunicaciones de la aeronave también cambió a las sociedades, facilitando un
sistema postal aéreo rápido y eficiente, el cual se generalizó en los años de
1920. El movimiento de pasajeros fue pasando de ser una curiosidad para
estabilizarse en un servicio comercial y en un turismo masivo.
Para una ideología
de las revoluciones sociales la idea de una velocidad de avance resultaba
esencial. En ese sentido, el avión como objeto límite de la velocidad de
desplazamiento humana resultaba afín para algunas visiones revolucionarias. Los
más exitosos movimientos radicales y los regímenes emanados de estos emergieron
en las zonas tecnológicamente atrasadas del planeta, pero no inactivas. Un
hecho poco conocido es que el primer bombardeo militar está registrado durante
la Revolución Mexicana y el acontecimiento, además, fue filmado. En otra
latitud el ingenio ruso se aplicó para obtener logros, lo cual a la larga desembocaría
en la “carrera espacial”.
La visión de
la máquina como adalid del futuro y hasta apoteosis del progreso fue afín al
socialismo. Para Marx el proletariado era el sufrido agente productivo de la
“gran industria” y de ahí provenía su potencial irresistible para protagonizar
el cambio social. Ese fervor por la máquina era sobrepasado en versiones más
burdas de capitalistas o de ideólogos futuristas,
cuando suponían que bastaba el mecanismo perfecto para cualquier logro. Las
máquinas veloces y, sobre todo, las aéreas potenciaron esa visión optimista del
progreso: si la maquina conquista el aire ¿qué no conquistará? La existencia de
los aviones motivaba los ensueños
revolucionarios.
De las convulsiones
del siglo XX surgió el “campo socialista” y la pléyade de naciones
independientes del Tercer Mundo, lo cual terminó de configurar el espacio
político de países sobre el planeta. Con el despertar de las naciones oprimidas
y colonizadas, la historia mundial se presentó como una confluencia de fuerzas
autónomas y todas reclamando su protagonismo. El fenómeno de la división de
fronteras precisas siguió acentuándose, aunque con una contra-tendencia de más
comercio internacional y el resurgimiento de una oleada de emigración.
Mientras la
aviación autopropulsada presenta la facilidad del movimiento en el planeta y
ofrece la primera posibilidad de un “ciudadano del mundo” en la práctica, la
contrapartida del siglo XX marca la acentuación de nacionalismos territoriales.
Los territorios quedan más marcados con una relación fuerte entre el Estado
político con su sistema de reglas y sus ciudadanos, lo cuales están cada vez
más vinculados y controlados bajo su aparato de leyes. Mientras los vehículos
técnicos (automotores, aviones, barcos) facilitan los viajes, los Estados controlan o hasta restringen esa
posibilidad de desplazarse, en especial durante situaciones de hostilidad o
guerra cuando atravesar una línea imaginaria es un crimen.
En cualquier
periodo pacífico, los aviones levantan el vuelo y terminan en un aeropuerto,
con ello la ensoñación de naves que nunca
jamás aterrizan ha quedado en lo imaginario. La relación entre una
autonomía de vuelo y la obligación de terminar en un territorio definido y
organizado para recibirlos marca una apropiación del espacio: son dos mitades
de un arco, la parte de ascenso equivale al descenso. En ese sentido, la
emoción del vuelo termina equilibrada con la tranquilidad del aterrizaje en una
curiosa oscilación anímica. En mitad de ese arco de movimiento, justo lo
impresionante es su velocidad y ésta encontró su frontera en la aventura del
Concorde, el cual rebasó la velocidad del sonido pero no fue un éxito
comercial. Tras la admiración por una velocidad límite la competencia por más
rapidez terminó sin aliento. El concepto mismo de una velocidad extrema termina
en una interrogación en un planeta redondo. Con ironía Stanislaw Lem nos obliga
a cuestionarnos si la velocidad máxima representaría algún avance en su novela La voz del amo. Sin embargo, luego de esa simple aceleración
del velocímetro queda plasmado un concepto clave: el goce con novedad. El
viajar y desplazarse es importante para moverse
hacia otro sitio disfrutándolo; no es el ir de un lado a otro por mero y
simple ajetreo lo que nos legó la conquista del aire. Esa era del avión entregó
algo trascendente: que el movernos deje una huella de espacios lejanos en
nuestros sentidos y mente. En consecuencia, el aventurarse que atribuimos a
Marco Polo y a otros exploradores se ha integrado al ADN del habitante
posmoderno.
La conquista del espacio y la globalización
En su extremo,
las revoluciones socialistas ofrecieron una sociedad igualitaria y, en tal
sentido, perfecta que aquí no juzgaré. Varios Estados posrevolucionarios cultivaron
el gusto por la aeronáutica, aunque al avanzar ese ciclo (del auge hasta la
caída del Bloque Socialista) lo que resultó más vibrante fue la “carrera
espacial”. Más que la emoción de esa carrera debemos señalar la gigantesca inversión
material y política que implicó. Crear el globo aerostato implicó una súbita conjunción de
talentos con algún subsidio aristocrático y el aeroplano de los Wright exigió
el talento de una empresa particular, en cambio, la carrera espacial exigió una
máxima acumulación de talentos científico-técnicos y la inversión
multimillonaria de las superpotencias dominantes.
En mitad de
una hostilidad de bloques económico-sociales se alcanzó “la última frontera”.
En la carrera por conquistar el espacio las superpotencias contrarias se
jugaron su prestigio y más. En ese tema particular la Unión Soviética tomó la
delantera, lo cual generó la ilusión de un adelanto neto en ciencia y
tecnología para el “campo socialista”. De hecho la carrera espacial era
interpretada como una clave para la superioridad entre dos sistemas antagónicos,
creyéndose que el ganador de esa carrera espacial sería el amo del futuro. En
retrospectiva, los autores de ciencia social y política describen esos enfoques
sobre la importancia de esa “carrera por el cosmos” como de propaganda
ideológica, lo cual implica una desacreditación incorrecta. Después de 1989 resulta
sencillo desechar cualquier argumento sobre la fuerza de la URSS, sin embargo,
sin visión de prejuicios en retrospectiva era claro que “La carrera hacia las
estrellas se convirtió en una plataforma primordial para ganar la guerra fría”
La alarma
cundió en Occidente cuando la URSS lanzó el sputnik y luego Gagarin alcanzó el
espacio exterior. Después las fuerzas se fueron emparejando. El evento inicial
de un triunfo por la “patria socialista” fue equilibrado por los
norteamericanos con el “gran paso” en el famoso alunizaje. La dramática carrera
entre EUA y la URSS para ganar el espacio exterior pronto se convirtió en una
especie de empate. A principio de los años setentas ya no había algún objetivo
inmediato y relevante que impactara en el campo espacial, desde entonces se
inició una etapa de distensión y hasta de cooperación
espacial entre las dos superpotencias que ha continuado. Hacia 1975 la
misión Apollo-Soyuz marcó esa nueva etapa y quizá también fue el anuncio velado
de que esa rivalidad por bloques
ideológicos se terminaría en algún futuro.
El desarrollo
de la tecnología espacial ha tenido un impacto fuerte en el desarrollo
científico técnico, pero sus efectos económicos durables casi se reducen al campo
de las comunicaciones, mediante los satélites y sus enlaces a distancia.
Sin duda, por parcial
que sea, la conquista del espacio exterior ha contribuido al empequeñecimiento
del mundo. El planeta cada vez nos parce menos ancho. El término de la “aldea
global” para designar a nuestro sistema mundial es menos llamativo, casi obvio.
La interdependencia de nuestras sociedades puede seguir avanzando, pero
observar el planeta desde el espacio exterior como un pequeño punto luminoso ya
marca un hito en las experiencias
humanas.
Conclusión: un par de anhelos más
Los anhelos
sociales —como empuje del espíritu y la inteligencia— buscan espacios
(proyecciones desde quien las imagina) que abarquen al máximo (sus mejores
posibilidades). Cuando quedan desatados, esos anhelos humanos exploran alguna
modalidad utópica. Los griegos antiguos anhelaban un porvenir de virtud,
sabiduría y de libertad (solamente para los aristoi
de su polis);
los cristianos medievales ambicionaban un reino de caridad y redención (merecida
únicamente para los católicos redimidos y para los demás la cruz en las
empuñaduras de las espadas y las llamas eternas); los modernos —burgueses
versus proletarios— ensoñaron un equilátero de libertad, igualdad y fraternidad aderezadas con riqueza; los habitantes
posmodernos anhelamos esos mismos ingredientes y todavía les agregamos dosis de
hedonismo e innovación. Pregunto si los ciudadanos actuales o futuros ¿aceptarían
el platillo de virtud-sabiduría-caridad-redención-libertad-igualdad-fraternidad-riqueza
si no recibiera también una dosis de goce e innovación? Bajo las tensiones de nuestra
mentalidad y “sensibilidad” actuales, el caldo nutritivo de virtud-sabiduría- caridad-redención-libertad-igualdad-fraternidad-riqueza
resultaría indigesto si fuera convertido en existencia de asceta sin piel o de rutinario
burócrata. Ni ascetismo ni repetición son satisfactorios. Los piadosos siervos
se conformaron levantando reinos cristianos; los ciudadanos se contentaron estableciendo repúblicas y naciones “libres”;
las masas socialistas se alegraron levantando sociedades bajo el signo de la
igualdad y el progreso. ¿Con qué anhelos se contentarán los habitantes del
siglo XXI?
El habitante
actual ha crecido bajo el aire de los aviones y la atmósfera ingrávida del
espacio estelar. Ahora no resulta bastante con la lejana herencia de ideales, también
deseamos mirar con nuestros propios ojos los sitios lejanos… acompañar al vuelo
de nuestros anhelos mentales con nuestro cuerpo viajero. Las alas del cielo (esas
de aviones o cohetes propulsados) nos han enseñado la ciencia y arte del
moverse… ¿Nuestros hijos se conformarán con menos? ¿En los anhelos futuros se
renunciará al desplazamiento? La huella sutil que empezó en el breve vuelo del
globo aerostático, arrastrando a una persona hacia los cielos será imposible de
borrar.