Por
Carlos Valdés Martín
Con esperanza
abre un ojo y ve penumbras donde distingue un charco oscuro de su propia sangre
que, enmascarado por la oscuridad, recuerda al petróleo crudo… Respira con
dificultad, Aurelio sigue mirando al líquido expandiéndose mientras yace
tendido en el suelo, incapaz de moverse. “¡Qué rabia e impotencia haber
descubierto los secretos del Poder y morir sin mostrarlos al mundo! —piensa
mientras una lluvia de chispas nubla su mirada. Ahí, él había entrevisto lo que
deslumbra y por esa misma luz no permite revelar, entonces, al auténtico Poder.
Pero morir cuando la solución está al alcance o caer prisionero, en definitiva eso
no lo merecía él…
Momentos
antes él se deslizaba entre los corredores en penumbra; volteaba en todas
direcciones y buscaba no ser sorprendido por soldados; pisaba con cuidado y
contenía el aliento para no hacer ruido. Se introducía bajo el mismo edificio señorial
y tranquilo que de día es visitado por turistas y ocupado por funcionarios, aunque
bajo el manto nocturno adquiere colores y sensaciones inquietantes. En ese
sótano oculto, el rumor de la megalópolis se filtraba desde un patio central y,
atravesando también hasta el subsuelo una ventisca de frío rozaba sus mejillas
y, poco a poco, se colaba hasta los huesos.
Al otro
lado de la gran plaza del Zócalo, Dafno Góngora esperaba con ansiedad las noticias
de su amigo mientras ocupaba un cuarto en un lujoso hotel. En el ala norte del
hotel, esa habitación posee una vista estratégica hacia el antiguo Palacio
Nacional.
Dafno dejó
la cortina entreabierta para mirar y tomó un binocular recién comprado. Eso de
mantenerse oculto tras una cortinilla es una precaución excesiva, él quisiera
acompañar a su amigo, pero es imposible. Mantiene el teléfono a la mano, pues Aurelio
acordó llamar en caso de peligro. Acosado por nerviosidad Dafno rasca su pierna
baldada: un raro caso de poliomielitis juvenil. Enfermó a los 17 años y su
extremidad derecha quedó mermada, desde entonces una armazón ortopédica de
metal recubre su pierna y él sabe esconderla bajo el pantalón. Detesta la
compasión, quisiera más que nada volver a brincar como cuando niño. Ha quedado
fuera de la “misión”, sin oportunidad para alcanzar el terreno de la acción.
Además Dafno
trabaja; al mediodía visitó a un cliente japonés y el tipo le resultó extraño,
no era el típico empleado de portafolio y sonrisa helada. Su cliente, el señor
Hiroto le semejó un personaje escapado de la película Rashomon, cual alma en pena resistiéndose a entrar al Averno
oriental: ojeras profundas, cabellera cortada a tijeretazos, despeinado,
manchas de comida en la camisa y gotas de sudor escapando por las sienes. Por
más que intentó captar la atención de Hiroto sobre un proyecto minero, el
oriental no le prestaba atención, y a Dafno le urgía ya concretar otra venta de
equipos industriales. El japonés desviaba la conversación y preguntaba sobre
rituales sangrientos de los aztecas, que si existía un arte marcial prehispánico,
la abulia del campesino y otros clisés que leyó sobre México.
Durante el
día áreas del Palacio Nacional se abren a un turismo que atrae a miles de
personas. Los murales de Diego Rivera son famosos y los turistas los admiran,
toman fotos y capturan un breve recuerdo. La enorme construcción alberga distintas
dependencias y en la parte trasera hay oficinas para los burócratas de
Hacienda. Al interior una zona grande restringe el acceso: abarca un recinto
oficial donde el Presidente saluda a embajadores y ministros, áreas de
seguridad, oficinas administrativas y hasta sectores para usos no identificados.
Según la prensa, esas oficinas del Presidente casi siempre permanecen vacías,
pues el viejo Palacio es poco confortable, difícil de climatizar y obligado a
demasiadas precauciones, por la zona para visita de tantos los turistas. Los
informes hablan de otro sitio, una “residencia oficial” destinada al
Presidente, en una colonia distinta. Lo que jamás revelan esos mismos
documentos es sobre un aspecto secreto abajo del Palacio. Fuera de la vista del
público se ha rumorado de estructuras con usos reservados. Al menos, afirman
sobre un búnker destinado al Presidente por si ocurriera un atentado; desde las
impresionantes jornadas de la muerte de Salvador Allende atacado por su propio
ejército en La Moneda, es evidente la importancia de un refugio seguro y medios
de escape en caso de un atentado. De esa clase de precauciones no hay informes verificables
¿Qué sentido tiene un dispositivo clandestino de protección cuando se informa
al público? Las precauciones secretas resultan doblemente obligadas, pues la
plaza del Zócalo, frente al Palacio es un sitio de manifestaciones frecuentes, siendo
unas de apoyo y otras de repudio. En la explanada frontal se alcanzan a reunir
más de cien mil personas. ¿Qué sentirá un gobernante cuando escucha la
avalancha de voces gritando en su contra o halagándolo? Una enorme plaza frente al edificio del Poder
es un diseño antiguo y quizá fue indispensable antaño, pero ¿ahora el
gobernante resiente un abucheo de miles de gargantas? Por eso, alrededor del
mundo ciertos recintos oficiales poseen rasgos de fachada falsa. Hacia el
exterior levantan un recinto público, pero los jerarcas se alejan para obrar
con privacidad.
El plan de Aurelio
maduró y creció despacio como una llaga orgánica: milímetro a milímetro
arraigando en su alma. El sitio lo visitó siendo niño, tomado de la mano del
padre. Un progenitor ausente y un tanto irresponsable, cubano mulato de ojos
hermosos y por nombre Iván Velarde. Según decía él trabajaba en una misión
clasificada, muy importante y por eso se quedaba en las noches velando en uno
de los sótanos del Palacio. Pero Angustias López, su madre, argumentaba lo
contrario: le ganó la sangre musical y se contrató en un cabaret de mala reputación,
por eso faltaba en las noches y, para colmo, se entendía con las coristas. La
versión de la madre prevaleció desde que Aurelio cumplió los siete años, sin
embargo, la memoria evocaba otra imagen, pues acudió unas pocas veces de la
mano de su padre a Palacio Nacional y traspasó la zona de turistas. Entró por
la misma gran puerta frontal donde el acceso es libre, pero Iván lo condujo entre
los pasillos interiores y, al pasar, los soldados de guardia lo saludaban con amabilidad.
Sin contratiempos se introdujo en un elevador antiguo, ahí también lo
saludaba el “elevadorista” (una especialidad ya desaparecida). Luego paseó por
varias oficinas, saludó a las secretarias con un piropo, abrió una puerta y le
anunció al hijo que entraban a recintos bajo nivel de piso. Iván le explicó un
sitio extraordinario:
—Aquí
comienza el vedado, lo que los simples mortales no ven, restringido a los
jerarcas del país, y usted mi hijo y yo somos privilegiados.
En el nivel
de abajo, el ambiente era húmedo y oscuro, y su padre encendió una luz,
entonces las paredes mostraron su singular faz: enormes mapas de estilo
antiguo, con símbolos prehispánicos donde se asientan las ciudades. En esos
mapas de pared se combinaba un estilo de cartografía del Renacimiento y otro de
tlacuilo (nombre azteca para designar
al oficio de escriba) colocando glifos prehispánicos. Iván agregó más intriga
al ambiente al indicar al hijo que pusiera el oído sobre la pared. Tras el muro
surgía un murmullo como de aguas en flujo, y entonces indicó:
—Es sorprendente,
bajo esta ciudad sigue vivo el antiguo Lago que rodeó Tenochtitlán.
El padre se
sintió satisfecho al notar la cara de asombro de su hijo, y luego explicó un
par de nociones sobre los mapas y los glifos de ese recinto. Luego anunció:
—Al salón
le apodan Maquiavelo y al penúltimo Von Clausewitz; al último, no se le debe
designar de ninguna manera.
Repitió los
nombres extraños para un niño, procurando que los memorizara y el pequeño preguntó:
—¿Algo que
no tiene nombre?
—Está
prohibido designarlo, para la gente común no existe; es algo importante aquí, la
gente común debe permanecer en la Plaza, ignorando lo que sucede bajo el suelo;
aquí se conecta con el verdadero recinto del —bajó la voz y acercó la cara a la
oreja del hijo, para susurrar despacio una palabra, letra por letra—p o d e r. —Volvió a tomar la distancia
normal y el tono desenfadado, para señalar un punto imaginario y continuó— Ese
lugar es como el punto sobre el que se apoya el compás; ese punto no se dibuja,
nadie lo mira, pero posee la eficacia suprema, desde ahí se marca el círculo
completo; también desde ahí se indica lo imposible de traspasar.
El niño no
entendió, pero se aplicó en memorizar.
Cada vez
que su madre Angustias López, hablaba mal del padre irresponsable, Aurelio hacía
oídos sordos e intentaba recordar esas visitas. La última vez que visitó el
Palacio, su progenitor lo introdujo hasta lo que llamaba salón Von Clausewitz,
en honor al teórico de la guerra alemán. Era un galerón grande, con techos de
cemento reforzados por vigas, un piso de mármol jaspeado sin pulir, algunos
aparatos antiguos, como astrolabios y telescopios, aunque ninguno parecía haber
sido utilizado en décadas. En las paredes espadas y lienzos al óleo recordando
batallas, como del siglo XIX; quizá con homenajes a la guerra patria contra el
invasor francés. Al centro una mesa de madera fina con doce sillas a los lados (opacas
hechas de cuero burdo lustrado por el uso y madera maciza) y una silla
principal destacada (más alta y ancha; pulida y
con materiales nuevos como preparada para encabezar una posible reunión),
con un repujado de madera con caras de águilas y tigres entrelazados. Incluso
la iluminación se centraba en esa silla principal. A los lados del recinto
había algún escritorio de madera y sillas más pequeñas.
En cada una
de las esquinas del salón hacía guardia un militar en posición firme y vestido
de gala castrense. Su padre lo dejó unos minutos, junto a un rincón y sacó una
paleta dulce, para garantizar el comportamiento del menor, mientras él se
introducía tras la última puerta con un sobre lacrado. Según el recuerdo, el
sobre llevaba un mensaje importante, pues entró hasta el último salón, el que
no recibía nombre alguno.
Cuando Aurelio
contaba con 9 años, su madre echó a Iván. Juntó ropa en una maleta y la dejó
afuera del departamento; además, al señor le expropió las llaves de la casa.
Esa noche, Iván gritó y reclamó tras la puerta cerrada. Desde su cuarto Aurelio
escuchaba los clamores y las súplicas. Él gritaba que sí la quería y nunca
volvería a faltarle; ella le reclamaba que él era un prostituto, un fácil
enredado con golfas, incorregible y basura. Tras unos minutos, él lamentaba,
quería despedirse de los hijos. Aurelio y sus hermanos escucharon desde el
cuarto. No era la primera ocasión que Angustias corría a Iván, pero esa vez el
padre nunca volvió.
Al pasar
los meses y que éstos fueran años, ella quedó contenta, otro señor rondaba el
departamento. Cuando ellos preguntaban, la señora sonreía con ironía y decía:
—Le
aplicamos el artículo 33 constitucional a ese mulato cubano, para que no siga
engañando más a nadie.
Sin rastro
alguno de Iván, sus hijos sospecharon que era cierta esa expulsión del país.
Había emigrado antes de la Revolución cubana, sin estudios pero con deseos de
triunfar, Iván había recorrido gran cantidad de oficios y trabajos temporales,
que se reflejaban en una curiosa habilidad para elaborar pequeños juguetes, que
fascinaban a los chicos del barrio y enorgullecían a sus hijos, como resorteras
plegables, ballestas armadas de ligas, globos aerostáticos caseros y carritos
con ruedas de baleros. El cubano se enamoró de Angustias cuando ella era
adolescente y tras el embarazo signó un compromiso inmediato. Entre mil
dificultades Iván compró un departamentito en una vecindad próxima Centro de la
ciudad. Ese fue el legado del padre, además de los genes mulatos en los hijos.
El señor Iván procuraba alejarse del hogar, casi siempre trabajaba fuera, pero
se comportaba hogareño los fines de semana según el tradicional código de los
machos.
La madre,
Angustias era una mestiza oaxaqueña, que emigró de niña a la capital y se
enamoró de elocuente extraño que cruzó enfrente de su puerta. Amaba a Iván, pero
se sentía frustrada; suficientemente devota para dedicarse a la casa, desde el
amanecer se ocupaba limpiando, cocinando, y arreglando; a ratos auxiliaba a un
pedicurista y obtenía un ingreso indispensable. Con los años y cuando quedó a
la deriva su matrimonio, el oficio de pedicurista le dio sustento.
Tras la
ausencia del padre, Aurelio y sus hermanos crecieron educados por el ambiente del barrio. La escuela daba
instrucción pero las costumbres y valores los recibieron en el vecindario, bajo
un código de solidaridad elemental, con gusto por las fiestas y el futbol. Al
entrar la adolescencia, cada quien tomó un rumbo distinto y los hermanos no se
volvieron a reunir. La madre se juntó con un chofer, que venía de “su pueblo”,
y recibió una segunda ronda de embarazos. El nuevo marido era celoso y
descortés, así que los vástagos del mulato se dispersaron por suficientes
motivos.
Aurelio no
terminó la carrera de ingeniero en la escuela pública, aunque destacó como
excelente estudiante y demostró su amor por los libros. Un disgusto y un
arranque de enojo cuando abofeteó a un maestro que insultó a una alumna se
volvió un problema. El incidente daba un castigo temporal según dictaminó un
“Consejo Técnico”, pero la suspensión temporal implicó dedicarse a trabajar y
eso lo retiró de la facultad. Con un par
de años adquirió suficientes conocimientos para arreglar máquinas de distintos
géneros, incluso las importadas. Así conoció a Dafno, un abogado inquieto y
perspicaz, que jamás se conformaba con medias noticias y soñaba con desenterrar
los secretos que duermen bajo la megalópolis. Sin oportunidad para dedicarse, Dafno
encontró en los recuerdos de Aurelio una oportunidad para salir de una tensa
rutina. La trasnacional Explores Ambush
compraba y vendía maquinaria industrial. En su ruta de trabajo, por órdenes
superiores era obligatorio, hacer visitas cada semana a distintos puntos del
país para atender proveedores del extranjero. Obtenía viáticos generosos y el
pago de alojamiento en hoteles de cuatro estrellas o más. Otro hubiera gastado
ese dinero extra en mujeres y pachangas, pero Dafno poseían un corazón herido;
un coreano lo había flechado y lo mantenía ilusionado con la promesa de
regresar. Ese romance contenía algo de parodia funcional, la homosexualidad de Dafno
estaba ligada a una deficiencia hormonal; su motivación no era el sexo activo,
él era un espectador pasivo, un voyerista de la belleza masculina. En la cama
no servía, era un mueble más de la habitación, así quedaba contento con alguna
imagen lejana. Su pierna atorada a un aparato ortopédico era explicación
suficiente para un quebranto emocional. Además era discreto, un par de golpizas
en la juventud lo hicieron precavido, así que ni sus amigos habían confirmado
sus preferencias. Se aceptaba de gay de clóset. No estaba por completo seguro
si alentar la aventura de Aurelio se debía a una debilidad amorosa o a una
simpatía sincera; él prefería explicarse con el argumento de complicidad sincera.
En estricto
sentido, Aurelio sí era guapo pero no le importaba presumirlo, incluso le
molestaba la idea de ser etiquetado como galán. De ojos aceitunados, pómulos
suaves, tez morena, cuerpo de basquetbolista y sonrisa de niño, siempre alguna dama
estaba tras sus huellas, pero con un divorcio pesándole en la conciencia era
reticente a enamorarse. Amigas cariñosas para gastarse la quincena recién cobrada
y nada más, con eso le bastaba. A veces, se preguntaba si su corazón era frío o
había fallecido junto con su matrimonio tormentoso y divorcio.
Aurelio vivía
en un mínimo cuarto de azotea, sin cocina y con un baño comunal. Le importaba
poco, procuraba usarlo nada más para dormir y cambiarse la ropa. Pasaba los horarios
laborales entre la oficina administrativa de Explores Ambush y fábricas de los clientes; pero en los ratos de
ocio encontraba entretenimiento en la capital. El proyecto de descubrir una
ruta para los salones secretos bajo el Palacio Nacional lo fue urdiendo como un
juego y de modo episódico armó un rompecabezas mental.
En una
ocasión, ocioso en una cantina hojeó una revista de México mágico, que alguien olvidó. Un artículo sobre el Palacio
Nacional y sus reconstrucciones el llamó la atención. No tenía dueño y guardó
en la chamarra esa revista. Vinieron recuerdos con las imágenes de la magazine:
litografías en blanco y negro con la plaza del Zócalo adornada con una estatua
ecuestre que ya no está ahí; litografías de personas con trajes típicos
vendiendo flores y verduras frente al Palacio Nacional; mapas del periodo de la
Colonia…
En otra
ocasión, arregló una máquina troqueladora, esa pesaba unas veinte toneladas y
era más voluminosa que el cuarto de azotea donde dormía. Lo afortunado fue que
el encargado no era ingeniero sino psicólogo y la plática derivó hacia el
recuerdo infantil clave; el psicólogo era amable y además atendía pacientes en
horas sueltas. Le contó de un dolor de espalda insoportable que sufría un
paciente, a quien curó en cuanto recordó una escena de un gato que un hermano
mayor mató; el felino había saltado sobre la espalda del hermano y lo arañó, en
venganza éste lo finiquitó de un batazo. Tras la sensación desagradable que
conservaba del incidente, preguntó Aurelio:
—¿Por qué
es importante recordar la infancia?
—A veces,
ahí está escondido el secreto de una existencia; hay personas que arrastran un
gran dolor y una pérdida, pero permanecen siempre tristes y no encuentran su
remedio. Al brotar el recuerdo exacto aparece el alivio o se localiza la zona
envenenada dónde curar.
La plática
del psicólogo dio vueltas en la cabeza, arrastrando una serie de ideas ligadas con
un estado de ánimo triste. Ese invierno le trajo una especie de neblina
emocional y hasta abulia. Guardó la revista y se dijo que en esos recuerdos
infantiles debería existir una explicación.
En un
viernes de llovizna se reunió con dos colegas de trabajo. Se quejaban del
sueldo bajo y la falta de incentivos. Al rato vino Dafno, saludó cordialmente y
se levantó para dirigirse al baño. En cuanto estuvo a distancia para no
escucharlos, los otros dos murmuraron en su contra:
—Ese sí es
un rarito, o como dice la Primera Sala de la Suprema Corte con esas palabras
que no deben usarse de maricón; aunque nadie le conoce nada y con esos modales
tan finos todo se insinúa.
El otro
continuó:
—No lo
soporto, hasta se me enchina la piel cuando se acerca.
Rieron a
coro, pero Aurelio les objetó y levantó la voz:
—Dafno es de
lo mejor en esta empresa; no anda jodiendo a nadie y conoce mucho más de lo que
la gente ignorante alcanza a comprender.
Roto el
encanto de la complicidad, los otros encogieron los hombros y cambiaron de
tema. Una ronda de copas después, Aurelio sacó a relucir la existencia de
sótanos secretos en Palacio Nacional. Ya había invertido unos minutos en la
descripción cuando uno de los compañeros de trabajo se burló:
—Desde niño
fumabas mariguana.
Y el otro
siguió:
—Tu papá no
te llevaba ni a Xochimilco, pero eso sí te introdujo en los sótanos —hizo un
bizco irrisorio, esa era la única gracia del colega, en lo demás burdo, y
siguió— secretos del Palacio Nacional… huy ¡Qué miedo!
El
compañero se carcajeó. Era imposible que el burlón supiera que, en efecto, de
niño Aurelio había rogado visitar Xochimilco y que Iván se negó; además esa no
era una solicitud de él, sino que también su madre y sus hermanos en varias
ocasiones lo pidieron. Como si ese paseo popular en las lanchas llamadas
trajineras tuviese algo vedado para Iván. En cambio los paseaba por el bosque
de Chapultepec y la Alameda, o a la matiné del cinematógrafo. Ante la burla, Aurelio
sintió un golpe en la boca del estómago, era una emoción violenta y agresiva,
que lo hizo levantarse de la silla, dudando si respondía a la ofensa con golpes
o disimulaba su disgusto.
Dafno hizo
un gesto de desagrado y reconvino al empleado burlón:
—Por favor,
deje su ironía para otra causa, no ve que está molestando a Aurelio.
Tras una
pausa de silencio continuó Dafno:
—Además yo
sí sé que bajo el Palacio Nacional existen cámaras secretas. Es un edificio
antiguo, se fue construyendo en periodos distintos, con siglos de distancia y
un sitio como ese guardar enormes secretos…
Desde esa
noche Aurelio sintió gratitud con Dafno y luego, procuró platicar con él en el
trabajo cuando había oportunidad.
Aurelio visitó
varias veces el Palacio Nacional y se acostumbró a sus pasillos y murales, los
patios interiores y los recintos de visita turística. Cada visita le renovaba
la curiosidad y sensación de que abajo se encontraban secretos importantes. Una
ocasión se juntó con un grupo de turistas, para escuchar la explicación del
guía. Casi al final del tour de
treinta minutos, Aurelio inquirió al guía por los sótanos bajo Palacio Nacional,
y la respuesta fue:
—Es un
rumor, mucha gente piensa que se oculta un grupo de soldados para resguardar
este sitio.
—¿Qué no
hay muchos solados que salen y entran diario? Por ejemplo, haciendo el cambio
del asta bandera monumental o cuando hay manifestaciones de oposición, que incluso
bloquean los accesos. ¿De dónde sale tanto soldado? ¿Se materializan así no más
o están acuartelados en algún sitio dentro del Palacio?
El guía
bajó la mirada:
—En
realidad no lo sé.
Aurelio quedó
frustrado.
El plan se
redondeó cuando conoció a Alfonsina Xochiquetzal, empleada administrativa, quien
trabajaba en la parte de atrás, en la zona de Hacienda dentro del Palacio. Con
plena intención él fingió mucho interés en ella, incluso se interpretaría como un
coqueteo y ella quedó prendada. Le hablaba y lo invitaba a comer. Él se hacía
el gracioso, pero buscaba visitarla. Luego, con un pretexto la convenció para obtener
una credencial de acceso. Ella podía conseguirla y no se imaginó una treta. En
el papeleo para la identificación de acceso puso como pretexto que él era un
ingeniero petrolero, que estaba comisionado para un asunto en esas oficinas de
Hacienda. Visitó a Alfonsina en diferentes horarios y observó que algunos
empleados permanecían hasta altas horas de la noche. Se dio cuenta que sería
fácil quedarse como visitante, pretextar la entrada normal y permanecer después
de que todos habían salido. Había localizado la antigua instalación del
elevador que recordaba. El elevador estaba ya fuera de servicio, pero era el
camino posible hacia los sótanos secretos. La parte de atrás en la misma
estructura vieja se podía utilizar como una escalera improvisada para
descender.
Cuando le
platicó su plan a Dafno, éste lo objetó y expresó muchos temores. Si los
salones eran un sitio cierto, entonces el plan era arriesgado, porque habría
soldados custodiando. Aurelio contestó:
—Seré
cuidadoso y prometo no meterme en problemas. Si me encuentro soldados diré que
soy un empleado extraviado, para eso tengo la credencial, esa me permite entrar
al Palacio.
—Esto me da
miedo. No sabes cómo son los poderosos, en el sitio puede haber alarmas o
trampas.
—Ninguno de
nosotros sabe cómo son los poderosos, en estricto sentido.
No aceptó
los argumentos, pero Dafno dijo que era mejor hacer equipo, que él estaría al
pendiente y cerca cuando Aurelio efectuara su plan. Ante la oferta de ayuda, Aurelio
aceptó, aunque no veía una utilidad, pues él entraría solo y así saldría. Dafno
ofreció hospedarse y pernoctar en el hotel con vista al Palacio sin pegar ni un
instante los ojos.
También con
Alfonsina compartió su plan. Ella era indispensable, pues la vería en Hacienda,
y luego se quedaría en su oficina, cuando ya no quedara ningún otro empleado.
El amor incondicional no permite argumentos en contra, así que Alfonsina aceptó
el plan sin objetar nada.
La fecha
pactada, el sábado 22 de febrero de dos mil equis. Cada sábado en la oficina de
Hacienda se trabaja hasta la hora de la
comida; en ocasiones algún funcionario se queda… Esa zona la dejan iluminada durante
la noche hasta que está por completo sola. Desde afuera la iluminación es
espléndida, pues los visitantes deben admirar ese Palacio y también la
confluencia de las otras cuadras con la Catedral y el Ayuntamiento. En horas
hábiles una rugiente multitud y un flujo enorme de vehículos provocan un rumor
que se trasmina hasta el interior. En la noche, ruidos aislados traspasan los
ventanales. Arquitectura con enormes aberturas que ambientan la construcción
del periodo colonial; formas de óvalo en la cúspide y base plana, semejan un
diseño típico pero a escala monumental. Los muros gruesos, superiores a medio
metro de espesor en cualquier pared, y en muros exteriores de más de un metro:
en parte el diseño es una fortaleza edificada para resistir asedios militares.
Con el sol
en el cenit, se reunieron Aurelio y Dafno, en el lobby del Hotel de la Ciudad
de México, bajo ese rótulo tan general se conserva una construcción clásica,
dominada por un vitral multicolor. El ambiente invoca la magia de siglos pasados,
durante años de esplendor cuando el país despertaba al influjo de la
electricidad y los automóviles. En el sitio, un sillón cómodo y una copa de whisky
en una mesita baja, sudaba su rocío en la orilla del vaso. Dafno más nervioso
hablaba bajando la voz y atisbando alrededor como si lo espiaran. A Dafno los temores lo perseguían y casi
suplicaba con los labios temblorosos “No vayas, no quiero perderte”. Ese tono
extrañó, como si fuera una novia de pueblo en una telenovela, pero Aurelio desoyó
ese exceso, insistió en su osadía y argumentó la coartada prefabricada: que si
lo descubrían diría que se quedó dormido en Hacienda, y estaba extraviado en el
edificio, pues se apagan las luces interiores. Esa noche saldría una luna llena
así que el pretexto tenía fallas, pues muchos pasillos se iluminaban con el
reflejo lunar, pero un sótano sí sería una boca de lobo. Además, quizá no
encontraría ningún camino franco hacia abajo o no existían ya los pasajes recordados
o una remodelación hizo desaparecer los salones Maquiavelo y Clausewitz que memorizaba.
En fin, Aurelio creía que el riesgo era superable. Por miedo Dafno le
aconsejaba desistir, temía que los guardias de la noche confundieran al amigo con
un maleante. Aurelio se defendía:
—No parezco
subversivo y voy vestido formal, hasta elegante para que parezca un ingeniero
profesional, sin malas intenciones.
En su
nerviosismo, Dafno insistió en que permanecería despierto hasta el amanecer,
esperando la llamada de Aurelio confirmando que la aventura había triunfado. El
celular era un vínculo reservado para una emergencia, si irrumpía una amenaza.
Un simple
apretón de manos terminó el compromiso. Aunque en el fondo sentía gusto por la
preocupación de ese patrón, no dejaba de extrañarse y le rondaba la curiosidad
sobre las preferencias de Dafno.
Recorrió la
breve distancia entre el Hotel y el Palacio distrayéndose con la multitud de
caminantes. En las esquinas hay puestos de periódicos y lustradores de zapatos.
Le vino a la cabeza que durante el último paseo acompañando a su padre, éste se
detuvo para lustrarse antes de entrar. Decidió detenerse unos minutos. En el
sitio, el lustrador ofrece una silla alta, como un trono a humilde escala con
un toldo que protege del sol. El ritual incluye leer un periódico, mientras el
trabajador consiente a los zapatos untándoles grasa y tallándola con pericia,
hasta rechinar con un trapo que jalonea para sacar un brillo intenso.
Ante la
puerta de entrada de Hacienda, Aurelio sintió un sudor en la palma de las
manos, signo inequívoco de tensión. Reunió su valor para convertirlo en osadía.
Miró el detector de metales, preparado para disimular el equipo de su aventura. En el llavero usual enganchó hábilmente una
linterna diminuta y un desarmador; en la carpeta de mano, traía un plano arquitectónico
oficial, donde, por supuesto, no trazaron las construcciones subterráneas que
buscaba.
Por el
detector de metales pasó sin problemas.
En una
oficina del primer piso lo esperaba su amiga Alfonsina. La visitó con calma,
aparentado una larga entrevista de negocios y, como ella despachaba trámites
atrasados, él sacó un libro y ocupó un escritorio vacío. La oficina donde trabajaba
la amiga, quedó desocupada desde temprano. De los cuatro escritorios
habituales, solamente ellos dos estaban ocupándolos. Alfonsina, contra su
costumbre, se mantuvo callada. La instrucción de no emitir ninguna palabra
sobre el plan de Aurelio, resultaba incómoda, así que se concentró en otros
temas. Cuando dieron las tres de la tarde se despidieron casi con frialdad, ella
dijo:
—Estás en
tu casa —mientras le besaba la mejilla en son de adiós— y no resisto decir que
amaneciste más guapo que nunca.
Sonrió,
guiñó y metió algo en una gran bolsa negra y sacó un sándwich, que dejó en el
escritorio. Él agradeció:
—Lo había
olvidado.
Alfonsina
volvió a guiñar:
—En el
pasillo hay dispensadoras de refrescos, espero no hayas olvidado también traer
dinero.
Los pasos
de la amiga se perdieron en el pasillo. A cada rato Aurelio escuchó más pasos
alejándose por el mismo pasillo y, cada vez fueron espaciándose. Después una
afanadora pidió permiso para trapear la oficina, cumplió su tarea maquinalmente
en dos minutos y se alejó con calma. Aurelio siguió leyendo. El reloj avanzaba
con lentitud. A una cuadra la tradición de la Catedral Metropolitana tañía
campanas de bronce, y a las seis de la tarde sonaron puntuales. Casi
simultáneamente una banda militar retumbó en la lejanía, dando comienzo a la
ceremonia para retirar la bandera monumental que domina el Zócalo. La ventana
más próxima daba hacia el lado contrario de la Catedral. Salió al baño,
recorrió dos pasillos y husmeó hacia las puertas abiertas de las otras
oficinas. El sitio casi se vaciaba, aunque todavía miró algún empleado atareado
y aburrido, moviendo papeles, mirando una computadora o bostezando. A la
distancia un radio indicaba que alguien seguía ocupado. El baño público
permanecía vacío; en esa calma se miró al espejo y se preguntó “¿No estoy
volviéndome completamente estúpido?” Al voltear la cara le pareció que se
dibujaba el perfil del Presidente sobre su rostro. Sintió que era un engaño de
sus nervios. “Ahora comenzar a parecerme al Presidente. ¡Qué tontería!” Se
alejó dos pasos y luego regresó al espejo para confirmar su incredulidad. Encogió
los hombros; todavía quedaban unos minutos para arrepentirse, juntó su valentía
y pensó: “Nunca espantarse ni rajarse en la hora decisiva”.
Siguió
leyendo su libro. Un volumen gordo que levantó en una “librería de viejo” con
título “La orquesta roja”; a primera
vista la supuso sobre músicos y resultó una novela sobre el espionaje comunista
durante la Guerra Mundial. Le cautivó el tema del espionaje y la astucia para
engañar enemigos. Desde hace días se imaginaba en los zapatos de un astuto
agente doble que pasaba desapercibido ante el enemigo, incluso, cuando lo
atrapaban inventaba una coartada creíble y escapaba ileso.
Pasan las
horas, la lectura es interesante y por leer forzadamente le arden ligeramente los
ojos. Minuto a minuto la oscuridad se apodera de la ciudad, afuera las luminarias
se encienden y un elegante diseño de luces recubre los edificios antiguos. El
cuadrángulo del Zócalo recibe una iluminación especial para disfrutar del paseo
nocturno. Los reflectores resaltan los frisos barrocos de la Catedral
Metropolitana; un juego de luces más tenues, destaca la mole del edificio del
Ayuntamiento. Recuerda que el estilo de ese edificio lateral semeja al Palacio
Nacional. Cada nivel externo está dotado de un equipo de luces, que contrasta la
dura cantera de las paredes y respeta el diseño de grandes ventanas. Desde las
nueve de la noche se cierra la puerta principal, entonces el mínimo flujo de
personal se controla en las salidas laterales. Adentro, existen tres o cuatro
puestos de soldados que cuidan el recinto. Siempre a los lados de la puerta
principal existe vigilancia, pero él ignora si hay rondas en la ruta interior que
seguirá. Mientras más anochece más intenta escuchar si hay pasos marciales:
atisbos de rondas militares. A lo lejos escucha el ritmo de un coro de pasos y
supone que es un pelotón de soldados. Mira el reloj y ya son las 10 de la noche.
Asoma al
pasillo y ya casi todas las luces interiores están apagadas, aún hay una
encendida a lo lejos. Decide apagar la oficina donde está y esperar un rato.
El
aburrimiento lo inquieta, se sentía mejor leyendo. Se levanta de la silla una y
otra vez a mirar el pasillo. A lo lejos escucha pasos. De nuevo se sienta y
mira el reloj. Vuelve a pararse y saca la cabeza hacia el pasillo: la luz de
una sola oficina encendida, todavía queda una con señas de actividad.
UNA
FALLA Y LO QUE SUCEDÍA ANTES
Al fin la
ansiada hora nocturna y silente, cuando la audacia sobreviene. Respira despacio
para tranquilizarse y sale de la oficina, pisando con suavidad. Ante el riesgo
de quedar interceptado posee su coartada: pretextará trabajos para funcionarios
de Hacienda y que él permaneció hasta tarde en aras del deber sacrosanto, luego
por cansancio se extravió entre pasillos sin luz.
Mientras
avanza despacio, procurando pasos de gato cauteloso, se imagina una y otra vez
que lo interrogan y responde con aplomo. El pasillo permanece vacío. Escucha
ruidos a la distancia y dobla hacia la izquierda, luego espera hasta que los
pasos se alejan por completo y vuelve a su senda. Desciende por una escalera
ancha con barandal de piedra y con piso de mármol. Alcanza la planta baja, debe
atravesar un patio interior, donde aumenta su temor de que asechen militares.
Avanza despacio y luego ojea el extremo final del pasillo. La luna con palidez ilumina
el patio lateral y lo observa vacío. Cruza el patio a paso rápido y con sigilo; al
terminar entra a otro pasillo más estrecho, cada vez más oscuro. Evita encender
ahí su linterna, pues a la distancia lo detectarían.
Encuentra
la instalación del viejo elevador y comprueba que al lado ancló una estructura
metálica apta para escalarla. Ahí, sí empleará una linterna: el hueco del
elevador descansa por completo en la oscuridad, imposible de guiarse sin esa
ayuda. Coloca la pequeña linterna en la boca y coge con resolución el metal
oxidado de la estructura.
Para su
juventud bajar por un tramado de hierro queda a su alcance y calcula la ruta descendente.
La linterna pequeña no da una perspectiva de la estructura, pero facilita el asir
cada peldaño con cuidado. Aurelio desciende la distancia de un piso con éxito,
luego queda obstruido para descolgarse hacia abajo. A su izquierda una rendija
escurre luminosidad, donde hay un estrecho para deslizar el cuerpo al lado del
viejo andamio del elevador.
La pequeña
linterna ilumina un pasillo abierto hacia una dirección. Las paredes
herrumbrosas empatan con su recuerdo infantil y confirma: “Sí, sí existe”.
De súbito
apaga su linterna pues percibe otra fuente luminosa al fondo, un mero punto
brillante y lejano. No hay suficiente luminosidad para guiar su ruta, entonces
extiende su palma para sentir la pared burda. Espera para adaptar la vista, aunque
es cautela inútil: la chispa lejana tiembla y desaparece.
Si su
recuerdo es correcto, lo separan unos pasos de una vuelta lateral y un corredor
con grandes mapas sobre las paredes. Habría de encontrarlo hacia su derecha, adelantando
unos pasos. No hay más remedio, así que agita su pequeña linterna. Al avanzar
encuentra una puerta estrecha, con una perilla metálica.
Aurelio se
detiene y ahoga la linterna entre la palma de su mano, a lo lejos escucha un
rumor de pasos marciales y al fondo del pasillo lateral se enciende una hilera
de focos. Tras la puerta hay silencio y
hacia el otro lado se acerca el rumor. Él está en el lado oscuro, quizá sea invisible
a la distancia o quizá sonó una alarma y vienen tras sus huesos.
Se apresura,
gira la perilla de metal y traspasa un umbral; tantea para cerrar tras de sí con
un pasador de cerradura pero no tienta alguno. Empareja la hoja cuidando de
evitar ruido al cerrar. Con la puerta cerrada a sus espaldas de nuevo usa la
linterna y encuentra otro pasillo adornado con grandes mapas, tal como lo
recordaba. Su pequeña luz muestra los diseños de cartografía antigua salpicada
de signos al estilo códice.
Sigue escuchando
pasos tras la puerta que acaba de cerrar. En ese pasillo, se siente un nuevo Colón
descubriendo América. Marca con cuidado su teléfono y despierta a Dafno, quien
prometió permanecer velando, pero lo había traicionado el alcohol y se quedó
dormido sin darse cuenta. Una breve explicación bastó:
—Sí, existe
el pasillo de los mapas, ya estoy en el sótano secreto.
Aurelio siente
el rumor de otros pasos acercándose y se altera. Al final, tras unos cuantos
metros de corredor existe una siguiente puerta que tampoco tiene cerrojo. El
sitio entero está polvoso, huellas de lo abandonado por muchos años. De otro
lado oscuridad en silencio y atrás pasos.
Antes de atravesar
el siguiente umbral mira en dirección opuesta hacia un letrero arriba del dintel
que reza “Velo de Maqui”. Si no estuviese tan apurado se habría dado cuenta que
encierra un juego de palabras, referente al famoso político florentino.
Abrió y
dirigió la linterna hacia el fondo. El galerón parecía vacío, a lo lejos
quedaban unos pedestales que antes sostuvieron estatuas, varios clavos y
manchas cuadradas indicaban sitios donde faltaban retratos. Tampoco existían la
mesa central ni las sillas que recordaba. Miraba el panorama embelesado,
sosteniendo su pequeña linterna y con una mano en la pared. Dio un paso más y
no encontró piso en donde apoyarse, perdió el equilibrio y golpeó su cabeza
contra el filo de un mueble metálico. El golpe seco lo aturdió y no se dio
cuenta se perdió el sentido o la noche hizo un alto. Mientras su cabeza
permanecía en el suelo, su ceja sangró hasta formar un charco. Cuando abrió los
párpado no se podía mover, pero mirando a un lado de su cabeza le pareció que
su sangre semejaba petróleo. Aturdido se le ocurrió que había petróleo bajo
Palacio Nacional.
El golpe de
la caída sonó seco y recorrió los sótanos vacíos. El pelotón más próximo
haciendo rondín se alarmó y tomó rumbo hacia una zona clausurada durante casi
12 años y donde habían comenzado unas obras de remodelación.
Los
soldados encontraron a Aurelio tirado, semi consciente y escurriendo sangre por
la ceja herida. Cuando colocaron una linterna enorme en su rostro, perplejo Aurelio
alteró su guion memorizado:
—Estoy al
servicio del Presidente, traigo un mensaje.
Los
soldados desconfiaron, pues esa zona prohibía el acceso, y con agilidad lo
cargaron en vilo hasta una pequeña enfermería situada en la planta baja, donde
lo custodiaron en espera de órdenes superiores. El enfermero a cargo, prestó
los primeros auxilios y revisó con cuidado los bolsillos de Aurelio, encontró
un celular de modelo caro y lo hurtó. Otros soldados enviaron el comentario a
su jefe por el extraño proceder de Aurelio. De jefe en jefe, el mensaje fue
subiendo por la jerarquía hasta alcanzar la cúspide.
En la
madrugada, ya había un mensaje en la bandeja de los asesores de la Presidencia
de la República. Uno receló por un posible atentado y recordó la explosión de
gas en la base de la Torre de Pemex; otro apostó por la irrupción de un loco
despistado; y el tercero —aunque no lo expuso en términos claros— conjeturó un
mensaje de Moctezuma regresando del inframundo prehispánico. El tercero, era el
asesor mejor preparado, aunque en esos días quedó marginado por una desventura
ahora insulsa. Por protocolo de seguridad, primero se debería interrogar e investigar
a Aurelio. En la madrugada, desde la enfermería lo trasladaron en una
ambulancia castrense hacia una instalación hospitalaria del Campo Militar en
las afueras de la ciudad.
Cuando el
teléfono de Aurelio dejó de responder, Dafno temió sucesos terribles. Al día
siguiente quedó reportado como persona desaparecida, sin dar los detalles de
las circunstancias.
**
Dafno acude
con Herminio Blanco —ese no es su nombre bautismal, sino el seudónimo de
terapeuta-mago— y comenta bajo el estilo freudiano de una libre asociación de
ideas: “Este sufrimiento que traigo arrastrando se debe a Aurelio. Ya sé que me
vas a decir que es amor; pero no, es mejor reconocer una amistad sincera como
la de Platón por Sócrates; aunque no somos viejitos, más bien Aurelio, sería un
efebo griego, porque sí esta joven y bello; pero yo no soy de esas cosas, nada
de físico; mi mentalidad es bastante espiritual; ya dije que nadie me ha tocado
ni un pelito desde el coreano; a ese ya no lo extraño, porque Corea está lejos
y me doy perfecta cuenta en su Facebook que Kim, el coreano, anda de cascos
ligeros; bueno no es tan cierto, él es lo que sigue de eso, es más fácil que la
tabla del uno; pero yo no soy celoso, eso es para otras mentalidades; yo mismo
le dije que corriera libre; que volara como ave; que pusiera su nido y sus
huevitos; y perdón por el albur; pero ya sabes así somos los que crecemos aquí;
pero yo no tengo idea de lo que pasó; porque desde esa misma madrugada estaba
como loco de preocupado; imagínate pasar de esa felicidad de contento, de que Aurelio
me llamó para decirme que su sueño de niño, era verdad; con sus propios ojos
miraba los mapas, unos curiosos como antiguos que me platicó; y yo quería
preguntarle de los salones que llamaba de Maquiavelo y Clausewitz, saber si de
veras eran como los recordaba, pero luego-luego me cortó; yo no soy así, pero
esa noche me emborraché, pero no del whisky, sino de la preocupación; en ese
hotel tan bonito me hospedé, pues por atención y preocupación; además que ahí
sí está hermoso y el vitral es maravilloso; que el servicio del hotel es casi
una porquería; pero podía poner la estancia en el hotel en la bitácora de
trabajo, y anotar la reunión el japonés ese tan raro; y eso era como estar en
la aventura, decirle a Aurelio que él era como un hijo, digo es que no se ha
muerto; pero la distancia lastima; entonces, que lo esperé y sin mucho qué
hacer, porque arreglé mi día para no hacer nada más, sino esperar y esperar;
entonces los tragos salieron de control; y cuando me embriago siento un mareo
ligero y viene el sueño; subí a mi habitación y miré el Palacio; con los
binoculares era mejor; se ven los detalles, la gente en la plaza; el ruido de
la televisión hasta me arrulló, y me quedé dormido en una silla; cuando me
despertó el ruido del celular hasta brinqué no sé si de gusto o de gusto; y él no
me dejó hablar; Aurelio se notaba emocionado, había descubierto un sótano, una
parte que está restringida del Palacio; y sí la emoción era mucha; pero no dio
mucha información y al rato volví a dormir, ya más tranquilo, recostado en la
cama; y como en la madrugada un ruido de ambulancias en la avenida me
sobresaltó; desperté y empecé a desesperarme; decidí llamar por teléfono y
nada; pasaba el tiempo, despertaba la ciudad; imaginaba a Aurelio capturado,
atrapado, torturado; algo como dolor en el pecho me decía que él estaba mal; eso
que se dice intuición, aunque no soy así, no me dejo llevar por eso que llaman
el lado femenino; y; marqué por teléfono y nada, puro silencio pensaba sin
cesar, pero era espantoso seguir en ese cuarto de hotel sabiendo algo y estando
seguro de un peligro; hubiera sido ridículo llamar a la policía en ese momento
y reclamarles que un amigo andaba husmeando bajo las narices del Palacio
Nacional; además que si lo mío eran fantasías, iba a arruinar el asunto; quizá
había un chace de que Aurelio siguiera husmeando por los pasillos que dijo; y arruinarlo
con la denuncia, pues eso no me lo perdonaría él; así que seguí sufriendo; a
las 6 de la mañana un ruido horrible me despertó, porque volví a caer dormido,
con todo y lo preocupado que estaba; en realidad no era un ruido, sino la banda
militar; sonaba fuertísimo, porque a esa hora casi no había ruido; la banda es
parte de la ceremonia cuando ponen de nuevo la bandera nacional en el asta
monumental; doce horas antes me pareció un ruido pequeño, y al amanecer pareció
uno grande y amenazante; comprendí que el plan de Aurelio contenía un lado
estúpido; él se había metido el sábado en la tarde y debería salir hasta el
lunes en la mañana, pues las oficinas de Hacienda están cerradas; a menos que
pretendiera salir como turista el domingo; comprendí que no me explicó completo
su plan; por primera vez en años, me sentí como una doncella de pueblo engañada
y esperando al novio; el cuarto del hotel, con todas sus comodidades parecía un
balcón que era una prisión; y hablé al lobby del hotel; el encargado de turno
indicó que la cocina la habrían hasta las 7, faltaba una larga hora; me
entretuve mirando lo lento que despierta la megalópolis; poco a poco instalan
los puestos en la calle, llega el olor de tambos con tamales, hasta los perros
callejeros comienzan sus rutinas de olisquear; la cabeza dolía aunque ese hotel
incluye servibar con muchas aguas; y en el lobby pedí aspirinas y eso sí
tenían; me sentí mejor en lo físico, pero lo moral iba cada vez peor; entonces
juré no salir del cuarto hasta que mi amigo diera señales de vida; a final de
cuentas, esa promesa no fue posible de cumplir, porque Aurelio no dio señales
de vida y luego de pasar la noche en el cuarto de hotel, decidí avisar a Robin,
un amigo que me hace reír, él si es bien loquita, y eso de citarlo en el cuarto
de hotel, requirió de explicaciones, para que captara que no le tiraba el
perro; pero Robin es tan adaptable y además está quebrado, no tiene ni dónde
caerse muerto; así que aceptó quedarse encerrado, y pedía un coctel combinado
de margarita con picante, un martini seco, y cuanta ocurrencia, porque además de
simpático para contar chistes, también su garganta es como del Pirata Morgan y
capaz de acabarse una cantina; al menos, la preocupación se diluyó ese día, y
el estómago hasta me dolió de tanta risa; así nos pasamos encerrados hasta que
dio el lunes, y Robin hizo la llamada al servicio de Personas Extraviadas, por
sus siglas CAPEA; bueno, no podía amarrar a Robin, entonces yo volvía al
trabajo, y a una ciudad indiferente; a nadie podía contarle lo sucedido; pero
sí decirle a una asistente a primer hora de lunes que buscara a Aurelio, pues
debía hacer un trabajo urgente, que yo inventé la urgencia; como es bastante
obvio; pero yo no he sido así, tan de preocuparme; como que siempre dejo que el
mundo siga girando, pero no era posible en esa ocasión; y seguí cada vez más
amargado esas dos semanas; hasta que apareció Aurelio, pero es como si lo
hubieran cambiado por otro; estaba frío y evasivo, no quería platicar nada en
concreto de su aventura; parece como que lo amenazaron; solamente dijo que se
accidentó y unos soldados los levantaron, que estaba inconsciente y terminó en
un hospital militar; —en ese momento Dafno habla más ronco, siente un nudo en
la garganta y los ojos nublados, respira hondo y sigue— lo perdí; así de
sencillo y de duro, lo perdí; desde que volvió me esquivó; en el trabajo se
presentó un par de semanas; cumplió lo mínimo y dejó un mensaje con la recepcionista;
o sea, no me dedicó ni un adiós, y creo que yo lo merecía; ¿o eso es pedir
demasiado? ¿pedir un simple ‘adiós’, ‘by’ o ‘hasta nunca’?”
El
siguiente paciente interrumpe tocando a la puerta del consultorio. Herminio se
rasca el turbante hindú, color blanco como su magia y aunque no como su corazón,
crispado en multicolor, forja de lucha entre principios opuestos. Solicita
paciencia al intruso, mira el reloj y se disculpa con Dafno pues han rebasado
el periodo de consulta y toma un pequeño block de notas donde traza una receta:
Flores de Bach, con rosas para abrir el corazón. Después le dice:
—Esta
piedra es para abrir el corazón, tu problema no surge con Aurelio, sino con el
amor; no te has abierto para sentir; antes de dormir coloca este cuarzo rosa en
el centro de tu pecho, durante cinco minutos, lo retiras y guardas en esta
bolsita; colocas el aroma de rosas en el otro extremo de la habitación y duermes
sin tomar somníferos ni estimulantes. Aquí, en este frasquito está el aroma, en
la noche colocas unas gotas en un platito —hace la mímica de voltear el frasco—
y regresas la próxima semana.
Dafno
agradece y se retira.
Herminio
Blanco recuerda con nitidez el nombre Aurelio
y hace conjeturas. El tipo que relató Dafno debe ser el hijo de doña Angustias y
lo conoció en las calles del Centro Histórico, sin trato cercano, aunque para Herminio
no existen las coincidencias sino las señales desde el Ordenador del Universo.
El subsuelo en la zona del Centro le interesa, pues ha investigado los
descubrimientos de las grandes piedras del culto ancestral. El Calendario
Azteca y la Coatlicue descubiertas antes de la Independencia; la Coyolxauhqui
cuando decae el partido gobernante; anticipa que pronto descubrirán una nueva
piedra clave. El rompecabezas del pasado se va armando con las piezas del arte
escultórico, para Herminio no cabe duda y, además, las conexiones de los
grandes edificios encierran misterios. Desde la Catedral sobrevive un pasaje oculto
que conecta con el Templo Mayor. Para un mago-terapeuta el pasado se conserva
con respeto y anhela el surgimiento de otro eslabón y aunque teme el arribo de
un nuevo Cortés que aniquilará al pueblo. Quizá el elegido está próximo o el
nuevo Hernán Cortés se levanta para degollarlos. El sabio novohispano Sigüenza
comprendió una parte del mensaje oculto en el Calendario monumental y el
novelista Velasco Piña reconoció a la Coyolxauhqui. En su mente hay una
conexión, entre padre, madre e hija, de tal modo anticipa que la cuarta gran piedra
toca al hijo varón, sin duda debe traer una representación de Quetzalcóatl.
Cabría que hubiera sido descubierta ya, por eso se terminó tan pronto el
periodo del Partido azul, de tal modo, que se reunieran Coyolxauhqui con
Quetzalcóatl en otro ciclo. Concluye que en su hoja de destino encontrará a Aurelio.
Al día
siguiente, Herminio interroga a la vecina Angustias, sin suerte pues ha
transcurrido mucho sin que ese hijo se reporte. Ella le proporciona un número
telefónico, sin embargo está fuera de servicio.
DE
CÓMO AURELIO QUEDÓ ENROLADO
Transcurre
una semana y Dafno regresa a la sesión de sanación, animado y de buen humor.
Prodiga palabras de gratitud a Herminio y dice: “El amor ha vuelto a mi vida;
ya no pienso más en mi coreano; era un sueño vacío; me topé con lo que estaba
ante mis ojos; no lo vas a creer; bueno, en realidad, sí lo creerás; acepté a
Robin; ya sé que es inestable; pero mejor un mexicanito canijo, que el
coreanito imposible; además, pues me puse las pilas y decidí buscar a Aurelio
para encararlo, y le llamé y llamé; hasta cansarlo y obligarlo a una plática en
serio; a los tres días se presentó en la oficina pero misterioso; y dijo que desconfiaba
del teléfono; que sí aceptaba verme y platicar, pero en un lugar apartado; puso
el sitio y la hora; con condiciones de que me cubriera la cabeza con una gorra,
no llevara coche, sino que tomara el servicio público y tampoco trajera ningún
celular conmigo; para resumir y no alargar, en definitiva, fue lo nervioso que
me puse; pues que nos juntamos Aurelio y yo, entonces me cuenta, pero exigió
que no diera detalle a nadie; pero aquí hay confianza —hace una pausa y mira a
los ojos de Herminio— y me vas a prometer que nada sale de aquí —el terapeuta
levanta la mano en señal de promesa sin interrumpir—; y para no alargarme, porque tengo prisa, te
digo que primero pensaron que Aurelio era un espía, y lo investigaron, lo
trajeron de un lado a otro; porque decían que era sospechoso un tipo externo al
staff, que resultara sabiendo de los pasadizos y de un saqueo bajo el Palacio
Nacional; pasaban los días y lo interrogaban sin parar y lo amenazaban; hasta
que, por una suerte supongo, su asunto quedó en manos del tercer Asesor del
Presidente; ahí cambió por completo el panorama, de tal manera que dejaron de
molestarlo; porque ahí no lo soltaron y lo tomaron como una especie de perito;
porque las cámaras si existían y encerraban reliquias históricas y aparatos
curiosos, que él vio; el problema es que durante algún gobierno saquearon el
lugar y después lo clausuraron para resguardarlo; de las cosas saqueadas no había
registro; y un Asesor quiso recuperarlas y hasta restaurar el sitio; de tal
manera que tomó a Aurelio bajo su servicio; aunque no le gustó por maltratos y
lo vigilaban; claro, compensando las molestias le depositaban cada quincena,
suficiente para subsistir, a cambio se alejó del empleo conmigo; entonces caí
en cuenta que cambió de estrategia, que Aurelio no era tan suave para someterse
al miedo ni tan ingenuo para confesar en manos de verdugos; adivino que inventó
una nueva estratagema, y en eso anda; comprendí que era nocivo si me la
comunicaba, así, mejor que nadie descubra en qué pasos anda; en fin, hasta me
abrazó al despedirse; la verdad, me sentí emocionado; cuando se lo conté a
Robin, casi lloramos de gusto, de comprender que Aurelio volvía como un amigo
sincero.”
Al
terminar, Herminio comentó a Dafno:
—Por tu
plática caí en cuenta que conozco a la familia de Aurelio, por el lado de su
madre. Y en definitiva sí me interesa el tema de los salones secretos. ¿En otra
ocasión me gustaría conocer algunos detalles?
—No sé
mucho más de lo que te conté, si quieres detalles, pues el que los conoce es Aurelio,
pero seguro que lo traen vigilado, yo que tú no me acercaba —se lamenta Dafno— ni
a kilómetros o se vaya a dar cuenta que hablo de más.
Herminio entregó
otro remedio aromático y se despidieron.
**
Aurelio ha
cumplido con su parte del trato, además de informes inútiles de las actividades
de cada día ha hurgado en su memoria. Cada recuerdo lo ha investigado; ha
dibujado las cabeceras de las sillas; elaborado sus propios mapas con signos
prehispánicos. No es que desee colaborar con el gobierno, pero se siente como
una hormiga bajo el microscopio y espera recuperar la vida si cumple con lo
solicitado. Desea escapar del microscopio que manipula Raudén, como se denomina
el Tercer Asesor, que todos advierten que un apodo, una denominación clave, que
significa algo que Aurelio no desea averiguar… por el momento. Piensa: “Saber
bien, no es saber demasiado.” Así, que anota con cuidado y busca materiales de
ilustración que lo ayuden a sustentar sus dichos. Algunos aparatos viejos son
astrolabios y se esmera por investigar. Los dibujos no son su fuerte, empieza
por dibujar borradores, trazarlos a lápiz y borrar, una y otra vez.
Ha
transcurrido un mes y Raudén lo manda a llamar. Aurelio ha juntado una carpeta
voluminosa que decide entregar en propia mano. Como chofer acude un militar
vestido de civil, con lentes negros y un Jeep.
Para
preocupación de Aurelio el militar toma rumbo fuera de la ciudad, le anuncia
que el viaje durará horas. Por más que pregunta, este conductor no informa.
Luego de cuatro horas, el Jeep sale de la carretera principal, se enfila a una
vía secundaria, luego hacia terracería y hace alto total junto a un arroyo
cristalino.
Aurelio se
repite que si lo quisieran perjudicar no lo citaban. El conductor y él se apean
del vehículo y caminan por una vereda. A lo lejos, divisan un campamento, con
tres tiendas de lona verde. Al acercarse Aurelio observa varias zanjas recién
abiertas. En el campamento hay militares
armados que reconocen al chofer y saludan desde la distancia.
Conducen a Aurelio
hasta una tienda de lona, y adentro está Raudén, quien saluda y le ofrece
asiento, además ordena agua para los visitantes. En una esquina de la tienda destaca
un aparato antiguo por encima de un montón de objetos. El Asesor le dice:
—Lo traje
para que reconociera algunos objetos; por favor mire con detenimiento.
Ese aparato
sí se parece a uno de sus recuerdos y Aurelio dice:
—Un
astrolabio, de los que usaron los antiguos astrónomos para localizar las
estrellas y hacer cálculos estelares, también les servía a los navegantes para
orientarse en las noches. Además traje ilustraciones con un estudio más completo
en esta carpeta, con dibujos y anotaciones para que sea más claro lo que he
visto.
Extiende
sus trabajos y agacha la cabeza, como si con eso cumpliera por completo. Otro
asistente toma los trabajos ilustrados y los entrega a Raudén quien mientras
los ojea demuestra que está complacido.
Lo despide
con una promesa de gratificación, entonces con timidez Aurelio suspira:
—Me
gustaría que esto ya terminara.
Raudén:
—Va muy
bien, usted desempeña mejor de lo que supone; se merece una promoción; incluso
compensaré sus molestias, siga esforzándose, siga anotando lo que crea útil de
las cámaras subterráneas.
El Tercer
Asesor recuerda lo difícil que comenzó para Aurelio ese contacto con el
gobierno, empezaron con rudeza, como posible terrorista. Raudén se ha recuperado
de tropiezos y en la actualidad mantiene su propia agenda para escalar peldaños
y Aurelio encaja de manera providencial con su interés.
Cuando se
aleja del campamento Aurelio se siente confortado, aligerado de una sensación
de amenaza inmediata, aunque sin perspectivas alentadoras. Queda un camino
estrecho que apunta hacia una dirección principal: colaborar y convertirse en
mascota de una causa desconocida. Eso es perder la juventud, quedar como
engranaje de una máquina invisible que ha prohibido descubrir sus últimas
conexiones: al menos imposible para él. Mira por el retrovisor, se aleja y no
existe una preocupación. Esto lo asumiría como un reto práctico si no gravitara
una sensación de rencor, una herida sobre su integridad. Piensa: “Una cosa es
pedir, otra es obligar, aquí encajado quedé como una ratita con la cola
prensada en una ratonera.” Tampoco acaricia una escapatoria sencilla, como
renunciar alegando pretextos verosímiles o cambiarse de ciudad para ocultarse
entre el anonimato, imagina astucias más complicadas sin alcanzar a
convertirlas en ningún plan concreto. Le conviene parecer un títere para Raudén,
mientras sigue cavilando.
Entra la
nostalgia en la cabeza de Aurelio. Su padre quedaría anegado de tristeza si supiera
que uno gesto amable que tuvo con su pequeño hijo desencadenaría un mal. Pensar
que años atrás la inocencia del país y los mandatarios permitían que allí un
padre condujera de la mano a su niño en edad primaria, un periodo de paseos
inocentes y tranquilidad, sin indicios de nada grave en las cámaras subterráneas.
Pasaron décadas y cambió la situación. Por su misma audacia para entrar en
zonas vedadas, entonces lo confundieron por un intruso espiando; con eso de la
violencia crecida y del 11 de septiembre, pues ya los gobiernos no andan para
juegos y se ponen como locos con una sospecha. Luego lo investigaron y saben
que es un joven ordinario, ciudadano X una existencia, sin rumbo y saliendo de
deudas en el día a día. No es para tanto. Quizá basta cumplir con el encargo,
porque es obvio que buscan recuperar las cosas saqueadas de las cámaras, y con
eso podría contentarse el tal Raudén y despedirlo con un apretón de manos. Sin
embargo, lo han vigilado como si hubiera una segunda trama con un asunto
mayúsculo, como si su existencia cargara un secreto de Estado importante. Su
mente salta al rigor, a una especie de protocolo de seguridad, a una vigilancia
extrema nacida de un malentendido. Lo más inquietante, que ellos conjeturan alrededor
de él algún signo, una predestinación o augurio, que lo compagina con una trama
grande y comprometedora. ¿Por qué encadenaron a Prometeo? Él sabía quién
derrocaría a Zeus, la venganza y el encadenamiento eterno no fue por regalar el
fuego a los humanos; eso era el pretexto.
El chofer
lo deja en una pequeña ciudad cercana y Aurelio aborda un camión de pasajeros.
Regresa en la noche a su vivienda provisional. Se hospeda en un cuarto de
azotea, otro pequeño cubo accesorio, un sitio prestado y situado sobre el
departamento de Alfonsina. A falta de opción mejor se refugió ahí. Él sentía
que la protegía y así sus destinos estaban ligados. El guardaba pena, ella una
devoción romántica. Hay mujeres que se sienten feas, luego aceptan cualquier
migaja de cariño, y la cercanía de Aurelio era suficiente para colmar el
corazón vacío de Alfonsina. Él la visita casi a diario para desayunar o cenar.
En ese rato platican de tristezas, infancia, trabajos y hasta de futbol. Eso es
suficiente alegría para ella y lo paga con atenciones sin tregua. En su alacena
aparecen antojos y sobre una silla roja aparece la ropa limpia del huésped.
**
EL
ENCARGO DE RECONSTRUIR LOS SALONES
En los
siguientes días Aurelio refuta a quien pide reportes, afirma que su estatus
varió, pues Raudén confía en sus investigaciones y está satisfecho con su
práctica. El argumento es cierto en parte. La mujer de las llamadas, aunque desconfía
de sus aseveraciones, disminuye su tono de urgencia y arrogancia. Los
avistamientos del guardia que lo ha seguido en la calle se hacen esporádicos. Aurelio
se dedica con nuevas ideas a reproducir los dos salones y el pasillo de los
mapas que conoció, con nuevo ánimo, repasa
el tema. Antes se esforzó, pero se da cuenta que solamente copiaba, entonces su
mente funcionaba como una fotocopiadora de información sin preguntarse el qué y
para qué, sin indagar los motivos ni los significados. Abre un nuevo expediente
para cada una de las tres partes y deja un cuarto para el “ambiente” del
Palacio Nacional. Vuelve al tema del salón de Maquiavelo y su letrero separado “Velo
de Maqui”, como un juego de palabras. Anota que el salón de Clausewitz UN letrero
con lema en alemán. ¿Cómo sabe que es una frase en alemán? Era un letrero que
no entendió y todavía no recuerda con claridad. De niño ignoraba el idioma
escrito ahí, el idioma implica una suposición. Se compromete para entender y
descifrar cada aspecto. Disimulan algo crucial, Raudén le parece un funcionario
sumamente perspicaz, y no desperdiciaría sus esfuerzos tras unas baratijas mohosas.
Además ¿por qué adecuar esos salones debajo de donde atiende el Presidente de
un país? Habrá un nexo entre el poder superior y esos espacios añejos. Reflexiona
en las muñecas rusas: una figura encierra a otra; así se devela los misterios,
con capas y en cada una se traspasa la incógnita comprendiéndola. En la
matrushka ¿a la muñeca diminuta la protegen sus mayores por orden de
importancia? Explicarlo así es sinsentido, lamenta no plantearse preguntas más
inteligentes para terminar pronto. Para su propia satisfacción intenta el resolver
las incógnitas y empieza a sentir mayor curiosidad. La correlación entre él y Raudén
marca un paralelismo. El funcionario parece abrazado por la misma curiosidad
que él, actuando de otra manera según su naturaleza. Contrasta lo que en un civil
es curiosidad sin consecuencias, en el gobernante se interpreta como un acto de
voluntad, y para eso sirve la poética de Nietzsche sobre la voluntad de poder.
Aurelio despertaba
y las breves lecturas y los fragmentos de la escuela preparatoria le hacían
provecho y adquirían sentido. Siguiendo a Nietzsche argumentaba que entonces el
político se proyecta en el prototipo de un superhombre y en el extremo aparece
Hitler, como una infatuación del líder convertido en tirano despreciable.
Cuando el político coge entre sus manos al ciudadano, entonces se asoma la
sombra de führer, aunque sea caricatura grotesca. En su mente abundaban las expresiones
de la molestia por el acoso previo. En sus argumentos Aurelio no se refrenaba, en
su interior tomaba venganza con ideas de ironía y desprecio, el cual callaba y
lo sometía a sus nuevos intereses. Mientras más le desagradaban los demagogos y
politicastros se esforzaba por comprender mejor los pliegues del Poder.
Procuraba entender a Maquiavelo, que fue afamado por eso de “maquiavélico”. Leería
el breve texto de El Príncipe, que lo
había evitado copiando una tarea escolar, ahora sí. El otro reto era enterarse
del estratega de la guerra, Clausewitz, eso tenía relación con el sótano
militar, porque las catacumbas sirven para esconder o desplazar tropas, por eso
lo agarraron husmeando. Y la desgracia de quedar atrapado, poseía ese otro lado
de la moneda, porque detuvieron su sangrado. ¿Y si les debía un favor a sus
contrincantes? Según reza el refrán: favor con favor se paga,. De cualquier manera,
despertaba molesto y ansiaba su libertad; la cadena invisible de una obligación
pesa y ahoga. Del militar alemán investigó que tardó en ponerse de moda, que su
texto volvió a las universidades militares luego de ignorado o menospreciado
por décadas. Le resultó curioso descubrir que era un contemporáneo de los
independentistas mexicanos, y que comenzó su carrera militar a los 12 años,
como niño soldado. Lo comparó con los niños héroes del Castillo de Chapultepec.
Clausewitz conoció la guerra y no de oídas, la sufrió; su país fue invadido en
muchas ocasiones. Además estudioso e lúcido analizó la táctica y estrategia,
dejando varios textos que editaron en un único libro. Con su patria invadida
debió huir, salir de su tierra y enrolarse con los rusos para combatir a
Napoleón, que fue su enemigo, y sobrevivió para ver el final del gran Bonaparte.
Décadas después de su muerte, la rueda de la historia siguió girando y el
sobrino de ese gran Napoleón, fue emperador de Francia, invadió México y nos
mandó al Archiduque Maximiliano. En este país cabría la simpatía y agradecimiento
con ese estratega alemán, pues el enemigo de mi enemigo lo considero mi aliado.
Vio un paralelismo entre el alemán y Morelos, pero el cura no legó textos de
estrategia, aunque los Sentimientos de la
Nación son una pieza apasionante. Esos los releería, al fin de cuentas, son
unas pocas hojas. El detalle no era irrelevante, pues uno de los cuadros de la
cámara Clausewitz representaba una batalla donde Morelos, llamado el Generalísimo, aparece en primer plano y
con el típico paliacate rojo cubriendo la cabeza. Además, en las paredes como
adorno había espadas, descansando en fundas ornadas con grecas de metal.
Conforme
transcurren las semanas, con la mente despejada y una mejor actitud, Aurelio avanza
en sus estudios. La información recopilada encaja y siente le sirve para
entender. Necesita convencer a Raudén que él ha descubierto datos indispensables.
Algunas noches Aurelio se convence que, como dirían los abogados, ha armado un
caso impecable pero al amanecer regresa sobre sus pasos, decepcionado porque los
resultados se disipan en humo. Cada vez Maquiavelo le resulta más complicado,
al principio una serie de relatos sobre traiciones y maniobras de reyes y
príncipes lo entretiene. Cuando lo piensa mejor, termina horrorizado. ¿Tanta
violencia y delirio por obtener el dominio? Siente ansiedad de que las rivalidades
sigan igual de salvajes y entonces justifica el mantenerse amilanado con las
amenazas. Revisando referencias topa con un artículo de revista que señala La década de Tito Livio como el máximo tesoro
de Maquiavelo. Consigue ese libro y
queda sorprendido por la presentación del autor florentino, cuando explica que ante un
espejo invocaba a los espíritus de los próceres muertos, quienes con
complicidad acudían para divulgar sus hechos. Una faz insospechada de médium en
Maquiavelo, jamás lo hubiera maliciado. Desde ese ángulo el Poder se ata a un
conjuro de magia, no en balde corren miles de rumores sobre los hechiceros aliados
con los gobernantes, como López Rega sirviendo a Isabel de Perón. Sin saber el
motivo, relaciona la cercanía de la Catedral Metropolitana con el Palacio
Nacional, cual parentesco de nigromancias: la beatífica de los sacerdotes
ofreciendo el cielo y la operativa de jerarcas terrenales prometiendo
bienestar. En la última frontera cuando sus especulaciones husmean lo extraordinario,
vuelve pensar en el “salón sin nombre”, ese recinto donde su padre Iván entregó
una carta lacrada.
**
Recibe una
llamada de Raudén anunciando una cita próxima. Para esa reunión Aurelio junta
sus materiales, prepara un dibujo mejor, concentra sus argumentos. ¿Qué le
interesa a una Asesor sobre el viejo diseño y adornos de esos salones? La
respuesta es casi obvia: su nexo con el poder. A ese nivel, el valor comercial
de las antigüedades es irrelevante. Queda una última hipótesis, aunque
descabellada: atribuir a esos salones una disposición mágica. Habrá quien crea
en disposiciones ocultas y de esto no escapa nadie: jefe o peón. La ilusión es
como la muerte que nadie ni el poderoso escapan de ella ni siquiera el sabio lo
logra ¿cuántos académicos en públicos son científicos y supersticiosos en
privado? Cuentan que Newton consiguió polvo de unicornio para detener el paso
de las arañas y anotó que falló en detenerlas. Entonces, Aurelio se esforzó por
sintetizar su investigación para hacerla elegante y creíble, resumir lo que investigó
sobre esos sitios. El foco directo cristaliza poder y un segundo foco conjura las
recetas parciales para obtenerlo, esto sugiere un sitio reservado y separado,
en el subsuelo que se mantiene a recaudo y lejos de cualquier fisgón. Primero
un pasillo, luego una antecámara de poder, luego una de armas y un final
reservado al sanctasanctórum. Desde el amanecer de los siglos la arquitectura
religiosa, política y militar de los pueblos repite variaciones de esa
disposición. Por ejemplo, los patios bardeados demarcan un recinto ligero, mera
transición; un umbral externo (a veces antecámara) con una entrada donde se
detiene el paso y los dispositivos evitan al intruso; una cámara íntima donde
se purifica y alinea al visitante; después una posición central final, donde en
exclusiva acuden los elegidos, los jerarcas, los generales o el único: el punto
central de un compás, el foco que funda la irradiación del círculo. Un pasillo
externo con mapas ¿qué mejor selección sino para representar parcelas del globo
terráqueo? No hay más, ese pasillo con mapas indica el planeta o el espacio que
representa de modo exterior. El salón Maquiavelo señala al poder, la entrada en
ese campo de fuerza, que une y ata a las personas. ¿Por qué son tan distintos
Aristóteles y Maquiavelo? El florentino se deshizo de la moral, mostró al poder
sin cortesías ni intenciones: el acto desnudo del domino. En cambio, el
filósofo griego no le vio sentido al poder fuera de una ciudadanía honorable,
más ocupada por la amistad y la justicia que por maniobras descarnadas del
gobernante. Y el juego de palabras del letrero “Velo de Maqui”. El “velo” implica
un velar y desvelar, el mostrar para obtener. Y “machi” proviene de la máquina,
lo que en su adolescencia relacionó con su propia habilidad para arreglar
maquinaria. Un término aislado “machi” que oído por un nórdico suena a
derivación de “match”, el golpe de fuerza. ¿Quitar el velo al match? Un nombre para
la adivinanza. Luego colocarlo en posición para que casi nadie lo entienda
aunque lo vea y en el subsuelo se conserve confinado; simultáneamente sirve de
escondite y cimiento del recinto perfecto para su reunión. Cuanta un relato
apócrifo que Salomón prefería reunir a su consejo en un sótano, para escuchar
voces matizadas con el respeto por quienes han partido de este plano terrenal.
Una vez
escuchó a la abuela:
—La vida es
una cebolla, se van descubriendo capas, mira —y lo dijo mientras jalaba la
parte externa entre el dedo gordo y el cuchillo, alardeando de su habilidad
manual— la siguiente es más tierna y fresca.
De cuando
en cuando, la anciana de tez arrugada repetía su dicho de la cebolla:
—Vas
encontrando un problema y lo arrancas, así es la vida como la cebolla, cuando
atacas ese problema se hace más chico; pero si te apuras y te acercas, y te la
quieres comer cruda la cebolla te hará llorar —lo decía mientras mordía un
trozo de cebolla cruda y lagrimeaba sin control— pero no te mata; la vida no te
mata, es el aburrimiento. En otra ocasión miró el televisor cuando en un
documental mostraban las capas interiores de la tierra y gritó:
—Que sí el
planeta entero ahora resulta que es un cebolla —y se rio, mientras repetía— la
vida y el planeta son cebollas, la vida y el planeta…
Según las
definiciones académicas todo poder político es la concentración de la violencia
legítima y su organización eficiente es un ejército. El uso de las armas no es
continuo, pero se sostiene una amenaza convincente para someter al enemigo; esa
idea de someter al enemigo a la impotencia es la teoría de Clausewitz. Nació a
la fama ese estratega germano en su obra cuando descubre principios esenciales
para la lucha militar, además de que testificó las épicas guerras de Napoleón, aunque
como su contrincante. La violencia desnuda está en la leyenda de la fundación
de ciudades, como la de Roma; cuentan que Remo se burló del trazado de la
muralla, una rudimentaria muralla levantada para proteger la futura urbe y por
eso lo mató su hermano Rómulo. En una
versión, le cortó la cabeza a ese metafórico Abel romano y en otra narración
alternativa había ya una cabeza, que encontraron durante la excavación. De ahí proviene
el término latino de capital, la
cabeza de una región, y esa asociación con un decapitado, adquiere un tinte
siniestro. Los romanos establecieron los modelos de gobierno y leyes occidentales
que perduran hasta hoy. La idea republicana se conecta con Roma, aunque con una
versión distinta, se metamorfosea los romanos eran una sociedad aristocrática.
El ejército romano triunfó por profesionalismo y levantarse cual maquinaria ensamblada
de capacidad destructora. El ejército profesional mismo habita un recinto, un
espacio que se separa del resto, y por su dureza se debe comparar con un tejido
óseo. En ese oficio sus aparatos dan claves, por ejemplo para mirar a lo lejos,
medir el tiempo, lograr sincronía perfecta en las batallas. Las armas de
pólvora son descendientes de la espada, la cual contenía el código completo de
las reglas militares.
Del recinto
final, Aurelio se quedó casi sin conjeturas: la matrushka más pequeña. El vacío
final, un recipiente herméticamente sellado que recibe información, gotas desde
el exterior; al término es un embudo, porque tampoco es aceptable el sellado
hermético. Un recipiente hermético ya no se refiere al poder mismo, sino a una
separación, bajo la modalidad geométrica de las pirámides donde la cúspide
implica una reducción del espacio, hasta establecer una plataforma pequeña y
elevada. Aquí, habla de un recinto subterráneo, entonces alguien diseña lo
contrario a una pirámide, y eso contribuye a una sensación inquietante, como un
lado oscuro del alma.
CENA CON ALFONSINA Y LA
RUPTURA
La noche
anterior a la cita con Raudén, sintió urgencia de comentar. Habían sucedido
tantos cambios en su existencia y sin comunicarlos con nadie. Optó por platicar
con Alfonsina.
Para la
cena ella ofreció unos panes dulces y un chocolate caliente. Él expuso con
rapidez las líneas de su pensamiento y concluyó argumentando que convencería al
funcionario. Ella desde sus vísceras percibió una oleada ignominiosa y
despreció los planes de su amigo y protegido. ¿Qué le enseñaría Aurelio a un
Asesor Presidencial, un señor con estudios de altos vuelos? Concluyó:
—Tu defensa
es inútil, levantas un esquema tomado de aquí y allá, con datos acomodados que
si se interpretan distinto darán otro sentido.
Aurelio quedó
contrariado. Era la primera ocasión en que Alfonsina rebatía tajantemente una idea
de él. Él intentó defender su esquema con argumentos, mostrando que no
improvisaba y se había esmerado al estudiar el asunto.
—No has
comprendido la “acción recíproca” en el arte de la guerra de Clausewitz, así es en todo, las
parejas apasionadas también operan en
acción recíproca, los grupos de interés y juegos deportivos. Cuando un equipo
de fútbol se coloca a la defensiva obliga al contrario a modificar su
estrategia y opera una acción recíproca… Cuando el comandante alemán indica que
toda la preparación conduce hacia el “combate” y que cuando se entra en ese
momento el escenario cambia, significa que al romper hostilidades es imposible
evitar un enfrentamiento para ganar o...
Ella
interrumpió la frase, otra vez un gesto inédito:
—Resulta
inútil presentar interpretaciones brillantes ante un don chingón; al final, los
mandones siempre tienen la razón, te contradicen y obligan a repetir el
trabajo; sales regañado y después te mandan a hacer el mismo trabajo;
escúchame, es el mismo trabajo, pero dicen que la idea desde siempre fue suya;
mejor no quieras pasar por listo ante ese señor; te lo digo por experiencia;
los listos terminan mal ante su jefe.
Él retomó
su argumento más convincente y enfático, como quien guarda una joya en el
bolsillo y la aprieta con la mano, mientras el comprador le insiste que en su
bolsillo guarda un simple vidrio y subió de tono:
—La acción
recíproca es el argumento clave de Clausewitz, donde demuestra que había
asimilado toda la filosofía de su época…
Y siguió
argumentando, subiendo más la voz y mientras se agitaba Aurelio, de nuevo ella
le interrumpió:
—Los listos
terminan sangrando bajo Palacio, luego son vícitmas de sospechas, luego
presionados para un trabajo, luego pretenden descifrar los misterios para quedar
bien y acaban pisoteados por sus jefes…
Para
rematar su argumento Alfonsina se incorporó, cubrió la distancia, le plantó un
beso en la mejilla y acto seguido se sonrojó, al darse cuenta que ese gesto
indicaba más que amistad. Aurelio se levantó porque buscaba un salvavidas en su
travesía solitaria sobre el océano y abrirse a ese afecto inopinado era quedar
a merced de otra incertidumbre.
Aurelio intentó
alejarse de inmediato, pero Alfonsina lo tomó de la mano y lo retuvo apretándola
por unos segundos, mirándolo con ojos de cachorro abandonado. Después de
despedirse él comprendió que lo mejor para los dos sería alejarse de ella, en
una transición veloz. Comprendió que ella había transitado hacia un
enamoramiento ilusorio y que él sin proponérselo se aprovechaba de lo que
suponía una amistad incondicional. Su presencia fabricaba falsas expectativas y
por más que intentara aclarar el punto, Alfonsina seguiría enganchada, así que
alejarse sería lo mejor para encargar su remedio a la ausencia.
**
REUNION
CON EL ASESOR RAUDÉN
Raudén lo
citó en un café del Centro Histórico, tan solo a unas cuadras de Palacio
Nacional. Un sitio tradicional con mucha mesas y parroquianos ruidosos. Aurelio
llegó minutos antes para revisar sus argumentos.
El
funcionario aparcó una camioneta grande y con vidrios polarizados sobre una
calle donde señala prohibido estacionarse. Lo seguía un guardia de civil y
lentes oscuros que permaneció ante la puerta del restaurante.
Raudén le
pidió al gerente el espacio de un cuarto reservado en la parte superior: un
pequeño recinto con una mesa para platicar con privacidad.
Luego de
los saludos de rigor, el funcionario:
—Vamos a
restaurar esos salones y me interesa tu colaboración. He movido mar y tierra
pero no encuentro gente que haya visitado esas cámaras; eran sitios más
reservados de lo que creí o a los antiguos ocupantes “los tragó la tierra” —sonrió
sin ganas pues se suponía que era una broma—; tampoco te creas indispensable,
lo que ganarás está escrito en ese sobre y exijo tiempo completo, full time; además es una labor intelectual,
debes mejorar tu redacción; me gustan las ideas de fondo, tu investigación es
decente, pero debes dar más para encontrar el hueso a bajo de la carne.
—Tengo un
esquema resumido, se lo puedo mostrar.
—No es
momento de que me lo presentes. Ponte en contacto con la persona señalada en el
sobre y revisará tus esquemas.
—No me
gustaría que ese trabajo se prolongara demasiado, quisiera volver a mi vida
normal.
—Yo también
quiero una vida normal —volvió a sonreír para señalar que era una broma—; hace
rato que no sé de una vida normal; además, tampoco quiero que esto se prolongue;
no estás para saberlo, pero en cierto sentido mi cuello está en la guillotina,
ni te imaginas los problemas que existen en la cúpula, la gente imagina que hacia
arriba de la pirámide todo es miel sobre hojuelas —movió la cabeza y suspiró— y
no es así; nunca es miel sobre hojuelas.
Una
cucaracha barrigona caminó sobre la loza blanca, escondiéndose entre una grieta
larga y volviéndose a asomar. Captó la mirada baja de Aurelio, que sintió más
tristeza que asco por el bicho, pensando que pronto lo fumigarían. La agitación
y el descuido en un viejo restaurante era un paraíso temporal para esos bichos
que salen del laberinto del drenaje urbano, un breve edén con migajas frescas
por doquier. Cada semana entran los fumigadores para aniquilar a los insectos;
él lo sabía con certeza, compuso máquinas para abastecer tanques insecticidas.
—Entiendo.
—No, no
entiendes, tengo prisa. Esos salones deben estar reconstruidos, de preferencia
en unos meses. Aunque empezamos mal, cuando te encontraron ya se buscaba
remodelar, y fallamos en esa labor, decidimos detener la remodelación.
—Lo que no
entiendo es cuál es mi papel, si yo no soy funcionario.
—Te
equivocas, ya eres funcionario, con Seguro Social y hasta fondo para el retiro.
Suspiró,
sintiendo que se aligeraba su carga:
—Eso está
mejor, mucho mejor.
Raudén estimaba que trepar a los altos
peldaños de funcionario era un privilegio, la posición mejor en el mundo, y clavó
la mirada en Aurelio, repitió y agitó las manos:
—Cuento
contigo, cuento contigo, no me falles.
Aurelio desvió
la mirada, no deseaba efusividad, con quien también era una especie de
carcelero de lujo, y asintió con sequedad:
—Gracias.
—Me tengo
que despedir, viene una reunión urgente.
Se despidió
y dejó un sobre de color manila con un teléfono de contacto, breves
instrucciones y adentro un pago sorpresivamente generoso, integrado con
billetes de alta denominacion. Aurelio quedó meneando la cabeza hacia los
lados, con un extraño sabor de boca, con la emoción detenida para no revelar lo
que él sentía como un descubrimiento.
**
Aurelio casi
no durmió esa noche, saltando entre sentirse casi un reo para después percibir
el futuro asegurado, de quien medra bajo la frescura del árbol del gobierno.
Los lemas de la publicidad de “un futuro asegurado” y el “bienestar para todos”
siempre le habían resultado aversivos. Los esfuerzos de conocidos que luchaban
para obtener una plaza discreta pero vitalicia le habían resultado
incomprensibles. Una existencia se alteraba y no era la de otros, sino la suya:
esa única e irrepetible. Desde ya se convertía en un ciudadano privado sin
deriva ni azar, ser recluta marcado con un puesto y colocado en un organigrama,
obligado a dejar en un pañuelo un beso con un “gracias” como la damisela
romántica en mitad de la tormenta cuando recibe el paraguas de un gentlemen.
Los
detalles se los aclaró un auxiliar asignado por Raudén: quien le explicó por
teléfono que acudiría regularmente a una oficina y recibiría un talón, donde se
indicarían sus prestaciones, que lo regularía un área de Recursos Humanos y
hasta quedaría afiliado a un sindicato. En fin, su existencia caería bajo la
apariencia de la más normal de las normalidades a nivel elitista, aunque arribó
hasta ese punto por un camino extraño. Se imaginó como el náufrago arrojado por
las olas en un reino pacífico y próspero, cuando los nativos lo confunden y consienten
como a una deidad. El sueldo sería alto y con derecho a jubilación anticipada.
Demasiado perfecto como para no desconfiar: las trampas para ratones se ceban
con delicioso queso.
**
LA
NUEVA OFICINA
Por fuera descansa
un edificio amarillo de tres pisos, sin atributos ni adornos; protegido por un
amplio patio y una barda alta. Adentro lo espera su oficina, sitio fijo del
nuevo burócrata. Aurelio entra al despacho que le asignaron y ahí lo recibe el
Dr. Errequerena con deferencia y amabilidad, por un apretón de manos y
mirándolo directo los ojos para descubrir sus mínimas reacciones. Es un
funcionario vestido impecable y gordo, el cinturón aprieta y divide las lonjas
en dos, su ropa lamentable por incómoda. El cuello de la camisa aprieta, donde
su piel deja marcas de sudor sepia en el doblez. La corbata de seda multicolor
y los zapatos lustrados reflejan la luz artificial. El funcionario aproxima el
cuerpo, lo abraza de lado cual un confidente y acerca su boca al oído, como si
revelara el secreto del barrio. Lo suelta del hombre y ambos permanecen
parados, cerca uno de otro. Le habla con fuerza y convicción mediante un tono
suave y de contenidos amenazantes, recordando al puño envuelto en guante de
seda:
—Vas a
entender que aquí es la jaula de oro, como la del pajarito preso en su nido.
Vas a obtener lo mejor, una existencia holgada. A cambio, viene tu lealtad. No
sé cómo, pero ganaste la confianza de Raudén; te ha tratado con dulzura y ahora
te premia; pero sus enemigos y los del sistema terminan en las aguas negras del
Gran Canal —percibe un gesto de incredulidad y aclara con más énfasis—, esto no
en sentido figurado, revisa las noticias del 14 de agosto del 98. Así, que vas
a andar con cuidado, aunque no veas nada de riesgo. Aquí hay lealtad y
discreción; esto es como enrolarse en la CIA americana, de civil; aquí la
confianza es de vida o muerte. Yo estoy moviéndome cual pez en el agua, aunque,
mi nombre clave es Esclavo, así reconocerás cuando la llamada sea de inmediato
y sin chistar.
Errequerena
percibe en la nariz de Aurelio la respiración agitada, la frente arrugada, las
pupilas aceitunadas más abiertas… en fin, mira su temor creciendo, por lo que
baja de tonos y decide tranquilizarlo:
—No tengas
miedo, aquí no vas a matar a nadie; esta es una oficina de investigaciones
civiles; nada ilegal, pero sí cualquier asunto es delicado; a cambio de la
máxima confidencialidad y lealtad, tu existencia está garantizada de una y mil
formas. Recuerda, entras en la jaula de oro. Aquí hay una manguera conectada a la
miel, si te premian sale miel a raudales…
Da un paso
para aproximarse y continúa Errequerena casi al oído de Aurelio, revelándole
que ese puesto quedará garantizado, que su plaza es de carácter federal, con
escalafones hacia riba y ninguno hacia abajo. Además etiquetado en el
organigrama y su posición es un baluarte, las restricciones de su quedarán
removidas, que habrá secretaria a su cargo, archivista, mensajero y en un
futuro hasta dispondrá de chofer con automóvil. El nombre correcto de su
puesto, desde ese día, es “Subintendente de Proyectos Operativos de Bienes
Inmuebles”. Y no se apocará por la partícula “sub”, es una argucia para desviar
responsabilidades, no reporta realmente en la línea de su organigrama, en
realidad reporta al Tercer Asesor en la órbita de Presidencia. La oficina es
tranquila, no se cuelan los ruidos de la calle, separados por un enorme patio y
bardas gruesas. Desde ese día tiene flexibilidad de horarios de entrada, salida
y comidas. Recibirá prestaciones, vacaciones pagadas, plan de pensiones, seguro
de enfermedades y accidentes. La condición indispensable: entregar reportes
periódicos y fidelidad a su jefe superior, así como respeto discreto a sus
colegas. Su puesto está definidos en un
organigrama, y si siente dudas en su actuar, recibe un Manual de Procedimiento,
que en adelante será su Biblia después
de las órdenes directas. En la imaginación de Aurelio ese Manual debería ser un
libro voluminoso y no es así: unas decenas de indicaciones, donde se dice lo
que hacer y lo que no, el modo de hacer lo que sí, y dónde consultar en caso de
duda. El funcionario casi flota de felicidad cuando concluye:
—Su
existencia está resuelta, incluso aquí se permite una jubilación anticipada,
claro que bajo las reglas impuestas.
Aurelio,
flamante funcionario, siente la agitación y el mareo de quedar sometido entre
amenazas y halagos. De momento, prefiere no pensar hasta alejarse del “Esclavo”
no vaya a ser que vuelva a evidenciar sus sentimientos. Errequerena le señala
su escritorio, espera a que se siente y entonces se despide con una caravana.
El primer
día en una oficina iluminada, sin lujos pero huele a nuevo. La secretaria es una
morena añosa, diminuta y servicial, acude con una pequeña libreta en la mano
para anotar sus indicaciones; recibe las llamadas y las reseña en breves
recados; a cada rato ofrece café caliente; y pregunta:
—¿Se le
ofrece algo, señor?
El
archivista es alto y desgarbado, con un gañote prominente y lentes de fondo de
botella. Se sienta en una silla del fondo y mira hacia la pared más próxima sin
interesarse de nada. Cuando lo llama Aurelio da un brinco como caballo
dormitando, se aproxima con prisa y ganas de agradar.
El
asistente se sienta al lado derecho de la secretaria, un pasante gordo que
transmite calma al ambiente; cuidando cada paso avanza para recibir órdenes, y
al terminar hace una caravana, insinuando educación oriental.
Unos
minutos antes de la comida el equipo se “hace el aparecido” para cuestionar si ya
se ofrece algo más, indicación de que ansían alejarse de esas cuatro paredes.
Al regreso, acuden al escritorio del jefe para saludar y volver a preguntar lo
mismo. En esa etapa Aurelio se requiere de los asistentes al mínimo. El
investigar las cámaras del sótano ya se había cumplido y como flamante jefe entiende
que su enfoque es repetirlo por su cuenta. Aurelio revisar lo ya comprendido,
mientras siente que gira en una noria, sacando la misma agua y con la oportunidad
para hermosear lo que descubrió antes.
**
Transcurre
una semana entera y Aurelio se encierra en la oficina, encarga emparedados en
lugar de conocer los restaurantes vecinos, y no socializa con los burócratas de
las oficinas contiguas. El Dr. Errequerena lo llama por teléfono para darle más
instrucción sobre su situación. Asignado en el espacio de una burocracia
privilegiada, evitará tomarse tan a pecho los horarios para estar sentado, porque
tanta abnegación se paga con la salud. La recomendación es emplear tres horas seguidas
fuera de la oficina durante cada comida.
—¿Cómo demorar
tres largas horas para comer? Eso es muchísimo.
—Entre los
jefes es lo normal, el comer de prisa es mal visto; además salimos a las altas
horas de la noche, a veces, hay que hacer guardia todavía más tarde; así, que
tómate tus pausas fuera de la oficina como tragar medicina, aunque no te agrade;
descubrirás algún día que esos ratos afuera se aprovechan con oportunidades
insospechadas.
La
amabilidad de Errequerena era el preludio para pedirle un préstamo pues se ha
enterado que Raudén lo ha sido generoso para retribuirlo. Conforme es presionado para aceptar, Aurelio
mueve la cabeza y tuerce la boca. Cuando terminan Errequerena además tiene el
descaro de exigir silencio:
—Nadie se
debe enterar, mucho menos nuestro jefe, ya sabes que esto es delicado. Ni una
palabra.
Después de
colgar y tranquilizarse del enojo que le ha provocado Errequerena, Aurelio reflexiona
sobre los alcances de su compromiso. Espera que en los próximos meses afloje
sus cadenas, mientras tanto queda obligado a soporta. Luego piensa en su amiga
Alfonsina y agrega otro motivo para no comunicarse con ella, ahora su nueva
existencia encarna una caricatura de la profesión de ella. A la tensión
emocional por el distanciarse, además imaginar explicaciones para esa puesto de
funcionario sería desquiciante. Promete cambiarse del cuarto de azotea sin
avisar, simplemente dejar las llaves con vecinos y no contestar ninguna llamada
de ella. En las semanas siguientes, después de telefonazos sin respuesta,
Alfonsina entiende que él no quiere comunicarse, sin embargo, ella asume que
fue su imprudencia mezclada con la evidencia de su pasión. Con el paso de las
semanas ella sumirá que hubo una “última cena” y sobrevino la ruptura.
**
ENCUENTRO
CON HERMINIO
Por
teléfono Herminio localiza a Angustias, la madre de Aurelio dice que está
apurada organizando planes, que luego le platicará con detalle. Herminio le platica
sus actividades y que busca platicar con su hijo sin explica el detalle, a lo
que ella comenta:
—Al fin el
hijo pródigo se apiadó de su madre, esta vez hasta trajo regalos; dice le está
yendo de maravilla; si quieres te doy sus datos.
Esa misma
tarde Herminio localiza a Aurelio y organiza una visita. Hermino sabe abrirse
paso y superar la desconfianza de la gente. Consigue con facilidad una cita en
la oficina de Aurelio y acude sin perder tiempo en preámbulos.
Antes de la
hora pactada, ya está Herminio entrando al edificio, dejando sus datos
requeridos y acude con la asistente. Lo hacen esperar los minutos de rigor y luego
la mujer lo introduce el despacho de Aurelio. Herminio se presenta de manera
sencilla y se queda de pie. Aurelio escucha con atención lo que Herminio desea
explicar:
—Disculpa
mi atrevimiento, pero deseo hacerte un gran bien; soy amigo de nuestro mutuo
amigo, Dafno; él te puede confirmar mis intenciones sinceras; he estudiado
nuestras auténticas raíces, el flujo interior y milenario de Mexhiko
Tenochtitlan; y te has colocado demasiado cerca de las fuentes últimas de
poder; el viejo diseño del cuadrado mágico de la capital originaria, no se
trazó por casualidad; la sapiencia de los sacerdotes de Quetzalcóatl que guiaban
a los gobernantes, se aplicó en ese trazado; entonces ellos pusieron la
alineación cósmica para la sobrevivencia de la raza; bien recordemos que la
historia oficial dice que nuestros antepasados fueron conquistados y entonces
millones de almas cayeron ante quinientos conquistadores; pero es obvio, demasiado,
que eso es imposible; el plan ya estaba trazado y el antiguo pueblo debía
sacrificarse en masa, venciendo su soberbia para abrir con su sangre generosa
la rueda del Quinto Sol, el de occidente; ese Sol que no se encendería en
ningún otro lado del planeta, que vino desde el gran Oriente y se desplazó
desde Asia a Europa; de tal modo que esas profecías las repiten; indicando que
regresaría Quetzalcóatl; aunque se difunde esa leyenda en la historia oficial,
no dan con el fondo; era indispensable derramar la propia sangre y vencer el
orgullo, para salvar el alma; sin embargo, eso ya fue el desenlace, lo que te
atañe a ti, es el trazado original; que hay un trazado único para integrar los
cuatro Tezcatlipocas de cada una de las direcciones y controlar las fuerzas
cósmicas, protegiendo a la ciudad y al pueblo; de ahí se establecieron cuatro
piedras sagradas; las dos primeras surgieron para abrir el portal de la
Independencia y son conocidas como la Coatlicue y el Calendario Azteca; la
tercera se encontró en las excavaciones del Templo Mayor representando a la
Luna; la cuarta nunca se mostró al público; esa existe desde hace más de un
siglo, la descubrió la gente de Porfirio Díaz pero la dejaron justo donde la
encontraron, al remodelar Palacio Nacional; esa cuarta piedra monumental ahí se
ha mantenido y conservado en un recinto subterráneo; por lo que Dafno me contó tu
desventura atañe a esa cuarta piedra labrada, la cual representa a Huitzilopochtli,
que es el corazón humano y su voluntad”
Lo
interrumpe Aurelio:
—En
estricto sentido, hay informaciones confidenciales, imposibles de comentar por
mi trabajo; debes entender mi posición, así que no sé lo que quieras pedirme.
Herminio ha
cavilado suficiente antes de esta entrevista, se ha dado cuenta que no es
casual el súbito ascenso a funcionario tras su incursión bajo Palacio Nacional,
ahí ha surgido la compra y cerco, la estrategia militar de quien sitia una
plaza fuerte cuando es incapaz de asaltar las murallas y vencer en un choque
frontal; el alma de Aurelio ha quedado asediada.
Herminio
toma aire y se incorpora, mirando a los ojos y levantando ligeramente el tono
de voz, dice:
—Debo
advertir que poseo dones de vidente, por lo mismo deseo favorecer a tu alma;
siento peso o presión; —su garganta suena a un eco milenario a caracola
retumbando hacia los cuatro vientos— comprendo que evitas cualquier
indiscreción; no vengo a pedirte nada; cuando los aztecas caían prisioneros, se
encomendaban al dador de vida y usaban un amuleto para no padecer la
esclavitud; por su lado, los poderosos cuando concentran el mando y adquieren
las armas siempre están en la tentación de convertirse en dictadores y rebajar
al pueblo un rebaño de esclavos; eso sucedió con Porfirio Díaz; demasiado mando
por demasiados años, pervierte la obra digna en obra villana; la cercanía con el
punto central es peligrosa, la geometría del asiento exacto del poder suele
convertirse en cautiverio; —sacó el puño del bolsillo y continuó— anda toma
este pequeño obsequio y, si gustas, tenlo cerca de tu cuerpo, para proteger de
la secreta esclavitud, la sumisión del alma; es importante mantenerse como el
águila y nunca caer de rodillas; una cosa es servir y otra es cómplice de lo perverso;
el vértice descansa ahí, siempre ha estado ahí; pero un elegido está para
domarlo y servir a su raza con honor; existe el lado oscuro, vino Hernán Cortés
a destrozar cráneos, por el rencor acumulado de los enemigos de Tenochtitlán; volvamos
a lo positivo, el círculo concéntrico es tan atractivo que en escapar es
difícil; con este pequeño obsequio te auxiliarás en tu protección ante el imán
del círculo concéntrico; el abismo del poder invita a enamorarse de él y
convertirse en su cómplice; quien mantiene su alma pura, adquiere la fuerza
para no caer y utilizarlo bondadosamente; lo ancestros afirmaban que eso no es
sencillo; muchos caen en ese vértigo y quedan atrapados por un torrente de
privilegios; cada vez que amanece hay una oportunidad para seguir el camino
recto; —suspira y mira al techo como haciéndolo hasta el cielo— pero hablé
demasiado y temo que te estoy abrumando, es mejor un gesto noble que un
torrente de palabras cuando se pronuncian antes del amanecer del alma; es
momento de un acto noble.
Herminio
extiende la mano y deja una piedrecilla verde con un glifo grabado. El amuleto,
fruto de creencias ancestrales, cabe en la palma de la mano.
Aurelio la
examina entre sus dedos, mientras el visitante le explica que el amuleto está
ensartado en un cuero corredizo que sirve para emplearse como collar, pulsera o
también lo puede ocultar en un bolsillo. Para terminar la plática, Aurelio lo
guarda en el bolsillo del pantalón y desliza una frase de agradecimiento
convencional. Respira cansado, siente que su interlocutor lo ha llevado por un
viaje lejano, un maratón en la breve plática, incluso siente molestia de cabeza
y prefiere terminar esa conversación, responde:
—Lo que afirmas
suena interesante; de favor, tus datos con la secretaria y si es oportuno
ayudarte, con gusto te contactaré.
—Algún día
sabrás que lo dado es valioso.
Antes de
despedirse, Aurelio manda a saludar a Dafno.
Al
despedirse Herminio aprieta con fuerza la mano de Aurelio.
**
REUNION
CON DAFNO EN LA CANTINA
Han
concertado una reunión Aurelio y Dafno. A la cantina Chópera ha llegado primero Aurelio y se coloca en un sitio con una
silla incómoda. El ambiente es fresco, las luces cálidas y hay pocos clientes
en el negocio. De entrada pide tequilas dobles y los bebe con desesperación.
Está ansioso, quisiera contarle todo al amigo, pero no debe y se entretiene con
el decorado antiguo, piensa… “¡No debe de tardar, es buena ideare unirnos; ya
lo extraño, eso de enviarme al tipo ese aztecólogo es raro. Siempre ha sido un
amigo con algo que ocultar, siempre se adivina bien gay y cree que nadie se dará
cuenta: la camisa rosa no pierde detalle y súmale una corbata morada y los
puñitos con mancuernillas. Cada vez disimula menos, pero para esos somos lo
amigos, para tolerar y convertir lo absurdo en alegría.”
—Hola ¿cómo
te va? Estás hecho un dandy. ¿Te volvieron a ascender en la empresa?
Responde
mientras se acomoda el cuello de la camisa:
—Solamente
una promoción, por ventas a la petrolera.
Las sillas
junto a la pared lucen más cómodas:
—Vamos a
sentarnos aquí, la vista es mejor.
—No sabes
lo bien, que la he pasado esta última semana, y tú también te ves increíble.
—No es para
tanto. ¿Se me nota? A lo fino se acostumbra uno rápido. Un departamento enorme
en lugar de un cuarto de azotea que me prestaba Alfonsina, no sabía lo rico que
se siente la comodidad. Hasta me estoy acostumbrando a bañarme en jacuzzi.
—Estoy
ansioso por saber cómo triunfaste— comenta Dafno, mientras lanza un suspiro— Es
genial.
—Impresioné
al enemigo, un Licenciado quedó lelo con mis descubrimientos, que ya sabes no
es prudente revelar; el gobierno es peor que la IP con sus contratos de
confidencialidad; aquí la infidelidad se paga con cárcel o la vida; ya ves, la
tragedia de la Maestra; cayendo desde el cielo hasta el subsuelo; encarcelada a
la de “sin susto”, le encararon dos mil millones de pesos; del dinero que
rascaba del Sindicato, para sus compras en Neiman Marcus, la tienda de más lujo;
supongo que ni siquiera tu jefe internacional compra ahí.
—Por los
rumores y lo que se vi en unas fotos; el jefe CEO de “tuti il mundi” sí compra ahí;
nunca se esconden el amor ni el dinero; y tú trasluces el éxito, por más que
nunca presumas; diría que de película.
—En lo
económico, — Aurelio responde al elogio— esto sí reditúa; jamás creí que fuera para
mí el dicho de “vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”; y gané la
lotería sin comprar boleto.
—Valió tu
idea loca de meterte abajo del Palacio Nacional…
Aurelio
piensa: “Me alegro con los tequilas recorriendo mis circuitos; se antoja
festejar y destornillarme. Emborracharse… ‘solo por hoy’ al contrario de la
promesa sensata… y ya había olvidado lo que divierte un rato de
irresponsabilidad. ”
—Se me
antoja un brindis a lo Hidalgo y no acepto ningún pretexto; ya sabes que entré
al circuito cerrado de los jerarcas y sin compromiso; así odio me lleves la
contra.
—No
inventes, tengo compromisos; pretendo regresar en una pieza.
—No acepto
pretextos, tu honor de amigo no permite que me dejes solo; no me abandonarás,
no vaya suceder que una chica mala abuse de mi condición.
—Es que
—baja a mirada y la clava en el piso, buscando otro pretexto— tengo que…
Levanta la
voz y se incorpora de un brinco:
—A brindar
a lo loco, hasta escupir tuercas.
Rodea la
mesa y enlaza el hombro con el brazo:
—Vamos, sí.
Pidamos una botella completa.
Dafno
siente que se sonroja y dedica su esfuerzo emocional a controlar ese rubor mientras
levanta la mano para llamar al mesero, mientras dice:
—Con una
condición, ahora sí me vas a dejar explicarte cómo me fue en ese viaje a Japón
y por tu parte dices con más detalle cómo te enredaste con el Gobierno y ahora
eres un privilegiado, que a duras penas le llamas a los amigos…
—De
acuerdo, con la condición de que brindamos hasta el fondo.
Así transcurrieron tres horas de anécdotas y
confesiones, como se dice soltaron varias “netas”.
**
LA
LLAMADA URGENTE, PLEITO DE CANTINA Y EL MÁRMOL BRASILEÑO
En su
enorme oficina Raudén, el Asesor, se levanta inquieto de su asiento. Recibe la
noticia desde Sao Paulo que el cargamento de mármol veteado ha llegado y ya quedó
depositado con la gente del área de remodelación. En su archivo electrónico
mira el catálogo: “Este veteado, no estoy seguro si sea lo que esperaba. ¿Será
lo que pensé? ¿Dónde está el informe de Errequerena? Está en algún lado, sí ese
informe que se lo dio ese chico, como mulatito y asustado. ¡Qué susto le dieron
por meterse donde no lo llaman! Esto urge”:
—Señorita,
de favor comuníqueme con Errequerena, ya no es hora para su oficina, hable
directo a su celular o a su casa.
Raudén cuelga
el comunicador y mira al techo, luego cambia de página electrónica y mira la
evolución del mercado en China, hay rumores de una crisis económica, y si
sucede deberá presentar un informe urgente con el Secretario de Hacienda.
—El doctor
Errequerena está en la línea.
—Adelante.
—¿Qué se
ofrece jefe?
—Acaba de
llegar un cargamento de mármol brasileño para ponerlo en el piso de la cámara
Maquiavelo y dudo mucho que concuerde con el original, así que tráete a ese
chico que está a tu cargo, ese del que te quejaste por bisoño y tacaño; lo
necesito para lo de las cámaras subterráneas. ¿El nombre completo?
—Es Aurelio
Velarde López.
—¡Tráelo de
inmediato! Hoy quiero terminar antes de que los búhos se mueran de insomnio.
—En
seguida.
**
Relajado y
casi eufórico Aurelio departe con Dafno en la mesa de la cantina. Ha vuelto a
levantar su copa cuando suena el teléfono de Aurelio con un mensaje rotulado
“URGENTE”. En el texto aparece un nombre clave “Esclavo”, que está tanto en el remitente
como dirigido hacia “Esclavo”, dando una fusión entre receptor y emisor.
El texto
indica: Presentarse urgente en la oficina del Lic. Raudén.
Aurelio piensa:
“Maldita sea, solamente faltaba eso, poner de apodo a Errequerena como Esclavo,
y, está arriba de mí, si él es “Esclavo”,
¿qué soy yo? Menos que esclavo; si él es la chinche; resulto ser la
chinche de la chinche, como dijo la abuelita, resulto ser el chiquiscuil.”
Aurelio mira
la hora, son las once de la noche:
—Están
locos, me llaman para trabajar; eso no se hace; no es decente.
—Es
extraño, debe ser una emergencia.
—Nada de
emergencia, —sigue con enojo Aurelio— esto lo hacen por joderme; otra vez andarán
vigilándome; maldita sea con ese “Esclavo”.
—¿Un
esclavo?
—Es una
estupidez eso del nombre, pero hay un trasfondo. Debo confesarte, como amigo,
que nada más vil que caer bajo los “de arriba”, cuando los de arriba se vuelven
soberbios, convertidos en reyezuelos, aunque sea por un instante. Cada peldaño
en la escala jerárquica convierte en reyezuelo al de arriba y esclavo al de
abajo; hay una presión insoportable y una tirantez extrema, que provienen desde
una lejana cúspide. Es humillante quedar tironeado por una cadena anónima y
sentirse esclavo; sin embargo, la humillación es una fantasía o una costumbre;
por que el gobierno es un trabajo cualquiera, no es una maldición, ni la
función de los superiores es humillar a nadie, sin embargo, ese término de
“esclavo” me crispa y debo disimular ante mis superiores.
Encarga la
cuenta y el papel cobre el triple de lo consumido, la descubrir la estafa entonces
Aurelio enfurece y grita:
—¿Qué se
creen que me voy a dejar robar así nomás?
Pendejos…
En dos
segundos se abalanzan cinco meseros en su contra. Aurelio manotea y amenaza, aunque
con torpeza pues está alcoholizado, así, entre varios meseros lo abofetean y
someten con facilidad, torciéndole los brazos. Le falta algo de aire por un
puñetazo en el estómago que vio venir.
Dafno
levanta las manos y se aleja con sumisión, arrastrando su pierna, mientras lo
empuja un mesero gordo que casi lo derriba.
Caído de
bruces Aurelio patalea y luego maldice mientras se incorpora con lentitud. En
un pestañeo ya lo arrastran hacia afuera del local, y lo amenazan de propinarle
una paliza. Se incorpora afuera del local y se calla la boca en cuanto un guardia
le muestra que trae una pistola al cinto.
—Ya cálmate
—dice Dafno—mientras lo jala del codo.
Vuelve a
sonar un mensaje: “Apúrate, Esclavo”. Lo mira Aurelio y se imagina la cara
burlona de Errequerena, sacándolo de una oreja, como a un niño pequeño. Aurelio
tira un puñetazo al aire, es un gesto inútil, contra el aire y sin destinatario.
—Son unos
hijos de la chingada— refunfuña Aurelio, ya a media voz, alejándose— si no
tuviera una reunión urgente ahora mismo llamaba a una patrulla para que cierren
este lugar, bola de piojosos. Aurelio sigue furioso y mira a Dafno con rencor
mientras se alejan a recoger el
automóvil:
—Te cagaste
del miedo en la cantina, nada más vinieron eso ojetes y te abriste.
—Eran varios
—se disculpa Dafno—, eran demasiados.
—¡También
eres una mierda! No sé para qué te quiero de amigo ni de porrista sirves.
Ofendido
por esas palabras Dafno voltea y toma una dirección contraria, arrastrando la
pierna lo más rápido posible. Unos pocos pasos adelante y con un nudo en la
garganta agita la mano para detener un taxi. Se promete nunca más hablarle a Aurelio,
según la “ley del hielo” que aplicaba en la escuela. Aurelio no hace nada por
detener al amigo y, al mirarlo cómo entra al taxi con un balanceo torpe,
comprende lo estúpido de exigir, disposición de guardaespaldas, a Dafno el
lisiado.
Aurelio sigue
caminando, manteniendo con la cabeza baja y murmurando insultos. El fresco de
la noche y la calle vacía disipan los humos del enojo.
Camina
hasta el estacionamiento. Busca su boleto y no lo encuentra, al revisar los
bolsillos descubre que no está la piedra de amuleto. Sigue hurgando y el boleto
sí aparece, no así la piedra.
Piensa:
“¿Qué significa perder el amuleto, la cabeza y un amigo al mismo tiempo?” Se
siente molesto con él mismo.
Recibe el
vehículo. Sentado en el automóvil golpea con el dorso de la mano el volante y
cierra los párpados: “Esto no me puede estar pasando”.
Empiezan a
caer chispas de lluvia, el frío arrecia. Vuelve a mirar el mensaje en celular y
no lo cree, observa la hora deseando que el reloj lo dispense de esa
convocatoria, pero no es así. Repite mentalmente el nombre “Esclavo”. Piensa:
“Eso se refiere más a mí, yo soy el esclavo. ¿Qué me pasa? Volviéndome loco por
el pago. Hace unos minutos era un juerguista ahora quedé en la burla del cautivo.
¿Qué pretende Raudén de mí? El demostrarme que no soy nada que importe, sino una
pieza a su disposición. ¿Me están vigilando de nuevo? Quizá, no sé. No en balde
los poderosos Sultanes de Turquía usaban eunucos a su servicio, un eunuco jamás
se distrae, siempre está atado a su amo. Y a todo esto ¿cuál es la esencia del
Poder?”
En unas
horas la megalópolis dormirá, la alegría artificial se apagará y la cara oculta
del Poder seguirá despierta. Con cada latido, Aurelio siente que su sangre es
más espesa y oscura, tan pesada que descenderá hacia las entrañas de la tierra.
**
Aurelio
sabe que está borracho y desarreglado, le urge salirse de la vereda que oscila
entre ebrio y enervado. Se mira en el espejo retrovisor y decide buscar un café
cargado en alguna tienda de servicio nocturno que en esa zona de la cuidad
abundan. Mira los restaurantes y antros saturados con luces multicolores. Se
detiene y baja a comprar una taza de café. Marca a Errequerena y éste no le
contesta. Le ilusiona que se cancele su cita: “Ojalá esté dormido”. Uno minuto
después suena la respuesta:
—No me
salgas con que llegas tarde, que esto es delicado; ahí estaré.
—Sí llego,
estoy muy cerca.
Corre
adrenalina por su sistema y cuelga. Sin fijarse apura el trago de café que está
demasiado caliente y que quema la lengua. Escupe sobre el mismo vaso desechable
y se maldice en silencio.
Tira ese
vaso y compra otro. El dependiente lo mira extrañado:
—¿No le
gustó y vuelve a comprar?
—No es nada,
no pasa nada.
Beber café
la ha aliviado, siente descender la turbación alcohólica, pues no había bebido
tanta cantidad en meses. Cambia su mezcla de emociones ahora lo domina la
preocupación y responder con tino. Escasea el tráfico y devora la distancia en
pocos minutos.
Entra por
un estacionamiento grande, lo revisa un policía uniformado y pasa hacia un
estacionamiento subterráneo. Mira los lugares vacíos y se coloca ocupando dos
lugares de modo intencional: pisar raya es una venganza que jamás había
experimentado. Siente rabia con el Esclavo y la reprime mientras se preocupa
imaginando lo que le pedirán.
Hay una
escalera hacia el recibidor principal del edificio; ahí un guardia apunta sus
datos y le requiere de una identificación. Cumplido el trámite Aurelio avanza
hacia un elevador metálico y con olor a nuevo que lo conduce al último piso.
En cuanto
sale del elevador un asistente civil lo saluda e indica que lo están esperando.
Tras un breve pasillo se encuentra con Errequerena quien está parado frente a
una puerta de madera, visiblemente ansioso y procurando escuchar lo que sucede
del otro lado. Tras un breve saludo explica:
—El señor
Asesor te va a preguntar por unos mármoles para el piso de los subterráneos del
Palacio. Debes ser conciso y al grano, responde con claridad con un sí o un no
definitivo, no le respondas haciéndole preguntas, eso le disgusta. Además anda
de malas…
Del otro
lado de la puerta se escucha un grito:
—¡Esclavo!
Se despide
Errequerena susurrando:
—Te dije
que anda malhumorado.
Con paso
suave desliza su anatomía voluminosa al otro lado de la oficina sin cerrar por
completo. Aurelio escucha con claridad:
—Entiende
con un carajo que las puertas de las oficinas se deben cerrar.
En un
instante, Errequerena empuja la puerta del otro lado.
Con
curiosidad, Aurelio se acerca a la entrada. Está solo, el asistente se ha retirado de su vista, pero
debe regresar en cualquier momento.
Del otro
lado se escucha un murmullo áspero y de cuando en cuando más fuerte la palabra
“esclavo” y “carajo”. No tarda en abrirse de nuevo la puerta y se presenta ante
el jefe.
Tras un
escritorio grande y brillante, con visos de rojo caoba, Raudén, agita unas
carpetas y las pasa de un lado a otro:
—Las cosas
se esconden en el peor momento; carajo.
Revuelve
los papeles hasta que se acuerda que ha hecho entrar a uno más de sus
funcionarios subordinados. Levanta la vista y señala hacia el extremo de la
habitación:
—Dígame,
señor Aurelio Velarde López si esa pieza de mármol resultará la equivalencia
perfecta para lo que ha visto en el antiguo subterráneo, en una de las cámaras.
Aurelio se
sorprende un poco de que lo llame por su nombre completo, aunque se ocupa de
resolver la pregunta, entonces señala hacia la pieza de roca metamórfica
pulida:
—¿Puedo observarla
más de cerca?
Errequerena
arquea los ojos con nerviosismo, pero no pronuncia ni una palabra, mientras Raudén
se dirige a él:
—¡Con un
carajo! Errequerena, por favor explíquele que a él nadie lo tiene amarrado;
acompáñelo para que nuestro funcionario se acerque y mire.
La dualidad
de actitudes en Raudén le resulta deliciosa a Aurelio, que se divierte con la
cara de amargura que disimula Errequerena. Cerca del mármol, Aurelio se agacha
y sonríe:
—Es
perfecto para la cámara que yo llamo Maquiavelo y se distingue el letrero Velo
de Maqui.
—Entonces
es perfecto en tipo de piedra… —y continúa Raudén para confirmar— ¿Perfecta en
corte, pulido y tamaño?
—En todo es
perfecto.
—Entonces
ya puede retirarse y hacer el favor de esperar en el pasillo, donde recibirá
una últimas a indicaciones que enviaré con Errerquerena.
—Gracias.
—Hasta
luego.
Sale Aurelio
y permanece en el pasillo unos minutos. Coloca la espalda en la pared blanca
mientras desaparecen tensión y preocupaciones, mientras siente que los momentos
anteriores le dieron un premio inesperado. De otro lado de la puerta se cuela
otro grito y poco después sale Errequerena sudoroso y hasta temblando, para
indicar en voz muy baja:
—Vámonos.
Con cara de
pocos amigos el gordo Errequerena respirando con dificultad comenta en el
elevador:
—Es la
crisis China que viene, eso le preocupa y no lo preví; se caerá su mercado
interno y estarán más agresivos en las exportaciones, de por sí nuestras
aduanas son una coladera para los productos baratos de la tierra de los ojos
rasgados; pero debí preverlo, y tenemos tratos comerciales pendientes, y hasta
queda en riesgo la operación de Dragon Mart, un desarrollo gigantesco en la
costa; los inversionistas estarán furiosos.
Salen del
elevador y continúan juntos hasta el estacionamiento:
—Ah, estaba
olvidando tus instrucciones adicionales. Vas a involucrarte en supervisar en
directo la remodelación bajo Palacio Nacional; ya sabes que es confidencial, es
una obra que no está para publicitarse en los medios; ya sabes cómo se ponen
con los gastos; nos podría pasar como con el “toallagate” ¿te acuerdas que
salió el precio de las toallas y eran más caras que un abrigo fino? —al fin
vuelve a sonreír— Como sea supervisarás directo en obra, así que a dejar el
traje guardado que ni te gusta usar, ya me di cuenta; desde mañana está el
cargamento de mármoles listo.
**
REMODELACION
Y EQUIPO DE ALBAÑILES
No le
extrañó que la ruta descendente hacia los sótanos estuviera vigilada, con
algunos piquetes de soldados entre el elevador y el acceso a la reconstrucción.
En esta ocasión se sentía cuidado y no perseguido cuando recibía los saludos
adustos de los uniformados.
El sótano
está en penumbra, algún desperfecto dañó del sistema eléctrico así que escasean
las luminarias. Encargado de que la fidelidad del proyecto se respetara con
escrúpulos, Aurelio acudió muy temprano y lo primero fue buscar el punto exacto
de su caída. Imaginó a la diosa Fortuna sonriendo cuando, en un gesto
supersticioso, rodeó el punto exacto donde había corrido su sangre en el
accidente. Permaneció observando para descubrir alguna mancha que sí fuera el
rastro conservado de su sangre. Manchas oscuras pequeñas cual tres granos de
trigo sobre el cemento burdo eran el vestigio de su accidente, que sería
cubierto con la remodelación.
Saciada su
curiosidad, quedó recargado en una pared desnuda, revisó sus apuntes un breve
rato intentando adaptarse a la iluminación irregular. Luego buscó cómo estar más cómodo, avanzó al
siguiente salón y observó que el salón final está bloqueado por otro piquete de
soldados. A la espalda de tres soldados morenos hay una tapia de madera que
bloquea por completo el paso, pero Aurelio sabe que ahí hay otro salón. Se
acerca y les pregunta a los militares si hay paso al salón final, y recibe una
negativa breve por respuesta. Regresa al primer salón, donde aprovecha una esquina
cómoda para observar las obras con perspectiva, ahí dispuso de una mesa rústica
abandonada entre escombros y materiales recién traídos.
Aurelio
recibió a un grupo de albañiles y un ingeniero, el jefe de la cuadrilla, el
grupo suma siete jóvenes, cuidados por un viejo peón. Lo sorprendió la sonrisa
del peón viejo tachonada con un diente de oro, bajo un estilo obsoleto tanto
por oneroso como por demodé. Amable y servicial insistía en mostrar su incisivo
dorado. Intensa en unas zonas y dejando en la sombra otras, la luz artificial ayudaba
a que la pieza dental lanzara destellos ocasionales, promoviendo una atmósfera
irreal durante las reparaciones: brillaba sobre las paredes cual luciérnaga
prófuga. Al reír ese viejo tapizaba de arrugas sus cachetes y frente, miraba
directo buscando una rápida aprobación. Robusto y de estatura mediana, al
parecer sin achaques y ágil para atender sus tareas; bien dispuesto a supervisar
a los más jóvenes, enseñando o corrigiendo según lo ameritara. Su autoridad
natural y habilidades aligeraban las tareas del líder formal, el ingeniero de
ojos dulces y pelo negro ondulado que hacía un fleco gracioso sobre la frente.
El jefe de cuadrilla suplía su inexperiencia con una esmerada preparación de
sus tareas, pues el grupo debía cumplir una labor rápida y refinada en una
semana, dejando los acabados del salón, para dar paso a la segunda etapa. El
ingeniero tenía a mano planos de cada parte, dividiendo sus tareas en capas, de
tal modo que se preparaba una salida de plomería y ductos de electricidad,
entronques para aires acondicionados y aplanados diversos.
La labor de
Aurelio era sencilla, bastaba mirar al inicio los planos de acabados, pues los
ductos eléctricos y desagües no eran su incumbencia, de tal manera que el piso
correspondiera a su visión. Hubiera podido dejar el sitio después de la primera
vista de planos y regresar un rato en los días posteriores, sin embargo,
recibió órdenes precisas de nunca descuidar el área, mientras trabajaba la
cuadrilla.
Saludó con
cordialidad al ingeniero, quien se presentó por su apellido Torres, y le hizo
gracia esa conjugación de una profesión con el apellido; pensó “¿Qué hace el
ingeniero Torres? Levanta unas torres.” Reprimió una risa en su interior. Miró los planos impecables y sintió que nada fallaría
en el avance de obra, que simplemente tragaría un poco de polvo en un sótano
mal ventilado.
De cuando
en cuando miraba a los albañiles avanzar y retroceder, guardando una ilusión pueril
de que no pisaran la zona de su sangre derramada. Alguno parecía evitar poner
el pie en la zona exacta y eso le resultaba extraño, pero no preguntó para no
revelar esa anécdota que conservaba bajo su discreción.
Al poco
rato, Aurelio notó que el ingeniero se acercaba para preguntar con cualquier
pretexto. Era obvio que el joven buscaba charlar para matar el tiempo, más
tarde confesó que él evitaba platicar con los albañiles pues sentía perder
autoridad con charlas amigables. Con ellos era distante y con Aurelio cálido, eso
sin motivo racista sino de jerarquía. Aun así, el trato del ingeniero era de
sumo respeto y cordialidad, hablaba con un tono suave y sedoso, procurando
explicar que lo ordenado era favorable para el progreso de la construcción y
asegurándose de quedar entendido. Cuando alguno de los albañiles era renuente o
descuidado en su labor, no lo regañaba directamente y acudía al viejo peón,
quien de inmediato se acercaba y hablaba al oído del rejego. Parecía compartir
un secreto al oído y sus interlocutores solían reírse, daba la impresión de
mezclar chistes durante sus recomendaciones y exhortos susurrantes.
Visto a la
distancia el grupo se acoplaba en una maquinaria humana excelente. Tras de
breves distracciones y tropiezos, el plan de trabajo marchaba con velocidad y
eficiencia, mientras uno preparaba mezclas otro aplanaba y un tercero atendía
el detalle. En pocos minutos extensiones de pared dejaban el aspecto burdo y
desagradable, para mostrarse cual paños tersos listos a recibir las pinturas o
mosaicos.
Ya en la
tarde del primer día de remodelaciones, Aurelio empezaba a extrañar su anterior
trabajo manual. Al día siguiente perdió la pena y solicitó permiso para practicar
e ir aprendiendo operaciones de albañilería. Sorprendidos y alegres los
miembros de la cuadrilla se ofrecieron para ayudarlo. Por sencillo que parezca,
cualquier acto exige una técnica y habilidades para su desempeño. El batido del
cemento o yeso coordina los lapsos de fragua y cantidades de agua exactos. La
cantidad de mezcla en la cuchara del albañil resulta proporcional al ritmo de
tareas y maniobras. Cuando los movimientos sencillos se repiten durante horas, músculos
y tendones protestan por su ejercicio intensivo. Durante la jornada avanzan una
fatiga distinta y un entumecimiento molesto que Aurelio podría evitar con tan
sólo detenerse a descansar. No lo hace, prefiere distraerse y hacer la prueba
de amanecer adolorido por tantas repeticiones.
Con la
atención concentrada en colocar las losas transcurre el rato sin sentir. Aurelio
hace una pausa para colocar cemento en el punto exacto donde tuvo su accidente.
Quiere recordar con precisión el instante en que una nueva capa desaparecerá el
rastro sus gotas de sangre. Se imagina cuántas veces se han cubierto pequeños o
grandes accidentes entre los enormes muros de las catedrales góticas y sonríe
mientras observa la desaparición de unas gotas como granos de trigo oscuro.
Al terminar
la jornada surge una calma curiosa y, por contraste, esclarece su ansiedad
previa y el cúmulo de preocupaciones por las que ha transitado.
Transcurrida
una semana Aurelio ha contribuido para la reconstrucción de los dos salones que
ya conocía y nadie le informa quiénes se encargarán de remodelar el último
salón.
**
EL RECINTO
DE LOS AVATARES AZTECAS
Aurelio ha
vuelto a la rutina de la oficina, sin una tarea definida. Aprovecha esas
jornadas relajadas para leer mucho, investigar lo que le place; en su tiempo
libre arregla el nuevo departamento. Días después cuando el sol calienta el
mediodía de la ciudad, filtrándose por un ventanal y él se pregunta qué
seguirá, lo llaman por teléfono de parte
del Asesor Raudén. Lo cita para visitar los salones ya remodelados por
completo. Siente curiosidad, pues el último salón sigue deparando muchas
interrogantes. Esa misma tarde, acude al sitio, el cual lucirá por completo remozado:
lo que fue herrumbre y demolición sustituido por un pasillo pulido, con decorados
y acabados impecables. El asesor Raudén indicó con claridad que sería recibido
por el Presidente mismo, pero lo aguardaba con humor irónico. Tras pasar los
controles de seguridad del Palacio Nacional desciende en el elevador y sus
pasos resuenan en el pasillo subterráneo ahora sin ajetreo de albañiles ni
piquetes de soldados. Raudén lo recibe acompañado por un auxiliar desconocido,
al que despide, para reunirse en privado y le guiña:
—Sabrás lo
que es el “mismo del mismo” o ¿creíste que le interesas al Presidente en un
sentido personal?
En esas
palabras hay más misterio que burla y un enigma que se resolverá. Pasan al salón
Maqui y luego al Clausewitz. De tan luminosos y lustrosos Aurelio siente como
si esa fuera la primera vez que los pisa, por más que la plática recuerda la
fidelidad entre la reconstrucción y los recuerdos que él informó con detalle. Recuerda
que lozas del lugar fueron colocadas por sus propias manos y se sorprende con
ese resultado. Desde la perspectiva de Aurelio se escuchan las palabras cada
vez más nítidas:
—Este
último salón no lo conoces, queda en reservado y, siguiendo la antigua
costumbre, fueron sacrificados los constructores —lanza una risa fuerte y
sarcástica—, pues los faraones evitaban testigos de esto; por eso no lo
encargamos a tu cuadrilla de albañiles. ¿Te acuerdas?
No hay
respuesta con palabras sino una sonrisa de niño en Aurelio aflorando sobre los
labios del adulto.
Al terminar
el salón Clausewitz, está el acceso al último salón donde dos militares
custodian esa puerta y un mecanismo electrónico con lucecitas, como de ciencia
ficción, se enciende al acercarse. La puerta se mueve con suavidad y surge otro
pasillo pequeño con luces multicolores. El Asesor introduce a Aurelio al breve
pasillo y lo conduce hacia una última puerta, idéntica a la primera. Aurelio
siente frío, uno que cala los huesos y duele la cabeza, como si recibiera un
golpe seco.
Cuando se
libera el resguardo final surge una habitación amplia, con luces moradas y un
ambiente frío. El aire huele tan filtrado que da la atmósfera de nave espacial
y no de una obra arquitectónica. Al centro del recinto descansan dos esferas de
cristal artificial empotradas en el piso. Una emite luz blanca y otra negra. De la esfera blanca se traslucen dos capas
interiores cristalinas y un diseño semitransparente, semejante a un laberinto.
Y al interior un personaje blanco, aunque no como la piel, sino cual pintura de
lienzo; no viste con ropa sino plumas del mismo color apisonan su cuerpo. Posee
ojos redondos y expresivos. De la esfera negra, de momento es imposible
distinguir nada.
—Es un
tesoro artístico y no hay órdenes de mostrarlo al público, mientras los grandes
murales de Diego Rivera están arriba a la vista de todos, esta parte se reservó
por motivos que algún día entenderé. Y junto con este otro mural de Rivera se resguardan
reliquias antiguas, en el contenido de las esferas. Este pasó de abandonado a
reservado, y vaya que requería de una remodelación. Y tras remodelarse deberá
permanecer… Y no fue ocurrencia del Presidente, sino mía… —Raudén da un traspié
lateral y mueve la cabeza como si
estuviera mareado y continúa después de una pausa— que tú tuvieras oportunidad
de acceder a este lugar bajo resguardo, lejos de los ojos curiosos. Y de alguna
manera tú estás ligado a este recinto. Recuerdo que casi mueres por andar
husmeando por aquí…
Aurelio responde
con un “gracias” sincero; nota que el asesor Raudén vuelve a dar un traspié
lateral y sigue platicando a pesar de eso:
—Dime que
por fin te he sorprendido; confiesa que durante años tuviste curiosidad, pero
hasta ahora miras este último recinto, lo que jamás imaginaste.
—Sí, estoy sorprendido,
muchas gracias, de veras.
—Te dejo
unos momentos, que olvidé un medicamento.
Aurelio, se
ofrece a acompañarlo, a lo cual el asesor se niega y se retira apresuradamente.
Tras el sonido de la puerta cerrada, Aurelio admira el salón con una estructura
antigua, remozada con lozas pulidas, además la atmósfera difícil de describir y
se pregunta por los personajes en las esferas. “¿Son ellos?... Compara las
imágenes de los libros sobre historia prehispánica, advierte de semejanzas con
los códices y las vasijas policromas. Esforzándose por mirar directamente, en
la esfera oscura se trasluce a Tezcatlipoca, el espejo negro de los códices
antiguos. En la esfera clara ya había recordado a Quetzalcóatl.
Surgió una
música intensa, para él agradable y ligera, que confundía más todavía el
ambiente del sitio; retumbaban frases de un idioma desconocido con los colores
intensos. Flotaban palabras pegadas en esa trama musical, de pronto más confusa
y convincente. La intensidad de la luz principal en el salón bajó como ajustada
por un mecanismo automático. Siguió descendiendo la luminosidad hasta ser
penumbra, la vista de Aurelio se adaptó a la escasa luz del salón. Unas barras
moradas en los extremos del recinto daban un nuevo tono, que se mezclaba con la
emanación blanca de la esfera del lado derecho. La esfera oscura generaba una irradiación
que no se definía como luminosa, sino en flujo magnético. Entre ambas esferas se
condensa el aire y rebota la luz morada, como si iniciara un arroyo que cristalizaba
en una sustancia negra y lustrosa cual obsidiana aérea, oscura aunque brillante
que se hunde en un precipicio etéreo.
La emanación
alba del lado derecho atrapa la atención completa de Aurelio Velarde López. Los
ojos redondos de la imagen lucen cuajados de compasión y ternura hacia él. Esa
mirada lo arropó y le devolvió tranquilidad.
Mientras
tanto, del otro lado y desde el salón Clausewitz, la puerta custodiada por
soldados se abre ente Raudén, quien entra entra ahí y señala que cierren tras
él… Tiene intención de abrir el último acceso, sin embargo se detiene
imaginando que mira Aurelio como a un adolescente azorado. No escucha ningún
ruido procedente del interior y pierde la noción de tiempo, al otro lado de la
puerta cerrada imagina con claridad que mira a su invitado como paralizado ante
la contemplación de una galaxia. Raudén acomoda
la espalda en la pared, cierra los parpados sin sentir y sueña con un lago
escondido recibiendo el sol del amanecer.
Aurelio,
recordando que de niño se quedó a unos pasos de traspasar el umbral, pensó
dirigiéndose al Avatar blanco “¿Siempre has estado aquí?”.
La
respuesta del Avatar fue: “No siempre, sino cuando los habitantes suplicaron
una cuerda para escapar del abismo, cuando los antiguos padecieron extraviados
y sin rumbo, entonces invocaron a sus dioses y llegamos nosotros…”
Siguió la
explicación de cómo los antiguos pueblos encontraron una cura para cada dolencia,
un consuelo para cada desesperanza y levantaron pirámides majestuosas con herramientas
rústicas, cultivando el suelo con devoción y doblando la rodilla al mirar el
cielo.
Así, siguió
el trayecto de los pensamientos viajando por los anhelos perpetuos de la gente,
después fue atraído por la esfera oscura y de ahí surgió con una vibración
semejante al eco de los pozos sin fondo: “No confíes en el cuento de hadas, tus
congéneres nacen hambrientos de Poder, y de uno absoluto para saciar sus
pasiones inconfesables; el brazo armado somete sin temor a represalias mientras
presume que venció a sus rivales, aunque hay un resquicio que anuncia su caída;
junto con el día nace la noche. El secreto está más allá de la fuerza evidente,
pues la obligación de decidir a cada instante cristaliza en una única opción,
así quien atrapa el instante de la decisión posee el Poder, mientras una inmensa
muchedumbre renuncia a sus opciones. Esa única opción realizada la llamamos
Poder y las mayorías siguen atrás de esa ruta sin sospechar. Cada decisión
muerta abre una ruta, el pasado es inalcanzable”. Lo interrumpió el avatar
blanco: “Hay una amorosa excepción, impermeable ante efluvios del Poder y hasta
con recursos para saltar sobre el tiempo, la audaz reversión de temporalidades,
una exclusión que provoca universos paralelos…”
El avatar
negro se quejó: “Es regla no interrumpirse, voy a continuar”. El espíritu de la
esfera negra hablaba sin palabras, con tanta firmeza como su contraparte de luz
blanca y siguió explicando los conflictos entre los vecinos, las heridas
irreconciliables, la dureza de las leyes, las guerras inevitables, sobre la
pirámide de jerarquías, el modo en que se delega constantemente el mando, lo
pernicioso que es delegar sin darse cuenta... En eso de delegar sin
darse ni cuenta hizo un énfasis, luego volvió a explicar la violencia que se desata
y conjura, pues el fin de cada guerra es la paz. Cuando la esfera negra terminó
de transmitir sus argumentos, Aurelio quedó agotado y agobiado.
El frío
viene desde todos los sitios, atraviesa su cuerpo y le taladra los huesos;
siente pesadez como si la atmosfera lo aprisionara y su cabeza pesara cual roca,
que exige un esfuerzo para moverse.
—¿Le
ordenan al gobierno qué hacer?
—No seas ingenuo,
es obvio que a los Avatares no nos interesa mandar sobre personas, hay tanto y
tanto más allá del Poder en turno con sus mezquindades, siempre queda una
persona mandando y otra obedeciendo, así sea un líder y millones atrás de él o
resulte un acuerdo de parejas… Sin embargo, quien nos ignore terminará
aplastado como un ciego atravesando por las vías de una locomotora. No regreses
para consultas, no somos el Oráculo, basta esta manifestación que en el futuro llamaras
un milagro; quizá a la próxima consulta asistirás en el juicio de los muertos.
Estás vivo y recibes una carga que te sobrepasa y no la rechazarás ni aunque lo
quisieras. Nadie está preparado para manejar el Poder y tampoco será tu
propiedad inamovible. Cuando regreses quizá nunca nos mostremos a menos que la convocatoria
la hagamos nosotros.
—Sé que
estas imágenes y palabras resultan confusas, próximas a ensoñaciones, y tu
mente intenta borrarnos como si fuésemos alucinaciones, así que vas a
esforzarte por recordarlas; la incredulidad turbará el entendimiento, por eso
tu primera obligación será comprobar que recibiste un don de mando, así que vas
a probarlo sin engolosinarte sin ahogarte. Advertido quedas que tu salud y
cordura corren peligro si te atascas
entre estos lodos.
**
PRUEBA
EL DON DE MANDO
En cuanto
cobra conciencia de su presente, Aurelio siente urgencia por alejarse, empezar
a pellizcarse para decidir se ha alucinado y es testigo de un milagro
inesperado. La luz de recinto ha vuelto se ser normal y siente mucho cansancio
y frío. Al salir Aurelio del recinto, el cambio de luces despierta al Asesor Raudén,
quien de inmediato comenta:
—En el
interior, supongo que permaneciste como azorado ¿qué pensabas ante el mural?
—Tengo frío
y pesadez, sospecho de algo, algo en mi cuerpo… ¿Qué? ¿Espiabas desde el
pasillo?
—Por
supuesto que no —aclara Raudén y se lleva una mano al pecho con un gesto
teatral de promesa—, regresé por ti después de mi medicina. Preguntaba qué
impresión te dio el mural.
—¿El mural?
—Aurelio se da cuenta que prácticamente no prestó atención al magnífico mural
de Rivera que domina una pared completa y que en cambio su mente quedó atrapada
entre los Avatares.
—El mural
secreto de Diego Rivera —Raudén está fresco, descansado y animado, no tiene
conciencia de haber dormitado en ese pasillo—, uno que no mostró al gran
público y lo dejó como una reliquia bajo Palacio Nacional. En las esferas
empotradas hay vestigios del culto ancestral, imágenes de las deidades
antiguas, pero son piezas delicadas, por eso conviene que se reguarden tanto. Esa
obra ha permanecido oculta, muy pocos la han contemplado. Algunos gobernantes y
arqueólogos, además de nosotros la han visto. Dicen que hay una vibra o twist… —se da cuenta que usó inglés, y
trata de explicarse con un gesto de la mano girando en horizontal, como si no
encontrara las palabras— como que
gira y como que trastorna a quien la observa demasiado y tú ahora pareces twist.
—Disculpa,
es que los personajes dan la sensación de estar vivos, como que hablaran desde
una “dimensión desconocida” (utiliza el título de una serie televisiva de hace
mucho con intención).
El Asesor
acercó la cara y viéndolo de frente dijo:
—Tu mirada
es extraña, como si siguieras dentro de un twist
mental. ¿Puedo hacer algo por ti? Esta visita es mi responsabilidad y hasta sería
responsable si algo te sucede. Con confianza dime…
—Nada,
estoy bromeando —Aurelio se da cuenta que Raudén, no escuchó ni vio nada, lo
que incrementa la sospecha de una alucinación—, el último salón es hermoso. Con
gusto te sigo.
Raudén fue
abriendo camino, indicando a los soldados que cerraran bien el sitio. Siguió
avanzando amable y solícito, como si escoltara a un diplomático. Aurelio
suspiró y observó el techo del salón Maqui y con su imaginación fue más allá como
buscando una estrella extraviada:
—Debo
despedirme, siento la urgencia de hacer algo, un asunto de la mayor importancia.
¿Puedo tomar el día?
—Sin
dudarlo.
Tocó la
mano del Asesor y luego sus pasos apresurados provocaron un ligero eco por el
corredor subterráneo que se perdió en la lejanía.
**
Aurelio
emergió a la megalópolis y esa agitación le resultó extraña. El bullicio de
automóviles y peatones corriendo sin orden ni concierto hacia millones de
destinos diferentes. Ese exceso de movimiento con camiones, motociclistas y
hasta papeles perdidos empujados por el viento le causó la impresión contraria:
como una escena de inmovilidad forzosa. El conjunto urbano semejó la maquinaria
de un reloj mecánico con engranajes detenidos que mantienen cada movimiento
sobre un eje: nada escapaba de un plan. El plan marcado sobre lo caótico era la
explicación sigilosa bajo el diseño del Poder, los ejes de los engranajes
obligando a que cada paso el diente de una rueda mecánica se engrane contra su
semejante. Le pareció que había algo perverso en ese mecanismo formado de
personas, si al menos cada quien supiera el guion de su libreto, pero nadie
parecía saberlo, ni siquiera lo conocería el director de la orquesta ni el
supremo jerarca. Pero él mismo está arriba, como recién nacido mirando desde la
montaña, observando el empuje milimétrico de cada esfuerzo. El burócrata que
escapa de su oficina fastidiado y olvidando cada detalle de su jornada se
engarza con el ama de casa girando un traste y atenta al primer ruido de su bebé
que se inquietará cuando suene la bocina otro vecino que regresa enojado a su propio
hogar. Las partes ensamblan más allá de esa evidencia, pues bajo las
alcantarillas urbanas una cuadrilla de obreros ataja un río de podredumbre y
sus actos se conectan con un conjunto de cirqueros ensayando su próximo número.
El criminal encerrado en la oscura mazmorra se cree excluido, sin embargo
empuja un engranaje, servicial diente para el sacerdote cuando en una homilía
alecciona a las viudas sobre la maldad y el pecado.
Él está
agotado y siente frío, como si el subsuelo le hubiera transmitido una sustancia
pesada que se fijó en su cuerpo, una pesadez que a un cuerpo menos vigoroso le
impediría moverse. De modo contradictorio, se desplaza con normalidad, imponiéndose
contra la pesadez como una máquina fría que es empujada por una voluntad
extraña. Su pensamiento sigue sin decidir si su experiencia en la última cámara
bajo Palacio Nacional es verdad o alucinación.
Ha caminado
varias cuadras sin darse cuenta, Aurelio se detiene al lado de un minúsculo
parque y mira unas columnas con rejas para descubrir un antiguo panteón. Vagó
sin rumbo y ha desembocado ante un recinto de la muerte, aunque en esa ocasión nada
ahí le resulta siniestro. Mira un letrero en el muro y descubre que es un
panteón del siglo XIX, cual botella lanzada por los siglos escondiendo un
mensaje: los muertos colaboran con parte del engranaje, incluso son un
componente esencial. Un resorte duro del interior de su alma, casi un
determinismo mecánico, lo empuja con ímpetu a mirar las tumbas.
El sol ha
desaparecido y aún hay claridad entre las altas nubes. Las primeras luminarias
públicas ya están encendidas, aunque son superfluas. Cunde una luz indiferente
que invita a resguardarse.
Al lado
izquierdo de la entrada se avisa de un Museo, pero eso no le interesa a Aurelio.
Junto a la puerta hay un guardia uniformado, que sentado hurga una revista
ajada y lo mira venir. Cuando Aurelio se acerca el guardia se incorpora,
entonces destaca su estatura media y cuerpo rechoncho. A corta distancia el
guardián increpa:
—Esta ya no
es hora de visitas, señor; este sitio tiene horario —y señala hacia un
letrero—; ya no se admiten visitas.
Sin
meditarlo Aurelio levanta la voz con un tono especialmente sonoro:
—Usted no
me va a impedir el paso; siéntese tranquilo —señaló hacia la silla e hizo un
ademán, como si depositara a un muñequito en una repisa—; yo pasaré unos
minutos visitando adentro y, en cuanto salga, le saludaré por este mismo sitio;
así que siga cuidando la puerta.
El guardia
abrió muchos los ojos y, en lugar de objetar para impedir el paso, agachó la
cabeza y atinó a decir:
—Como usted
diga, señor.
El tono de
la respuesta era suave y tembloroso, el mismo que usa un empleado regañado ante
su jefe tiránico.
Aurelio
quedó sorprendido por ese diálogo, simplemente él ordenó y la persona quedó
obediente. Pensó que en eso consiste una de las caras más sencillas del mando,
en palabras donde una persona le ordena a otra. Meditó: “Así empezó el Poder en
los siglos inmemoriales, con una persona que convirtió un ruido gutural en una
palabra que mostraba una orden y otra persona que comprendió ese sonido y acató
el mensaje.”
El panteón
era fresco y tranquilo. Pequeños grillos afinaban su corro tras la cortina de
ruidos urbanos. Las columnas de cantera imitando los esplendores de Grecia se
combinaban con motivos cristianos de las elegantes tumbas. El área completa
resulta discreta para un panteón cuando se compara con las grandes extensiones
a cargo del municipio o la iglesia, aunque este lugar quedó colmado de tumbas
monumentales del siglo antepasado. Al centro se enseñorea el monumento de la
tumba de Benito Juárez, adornado con una gran escultura de mármol blanco de
prócer recostado y protegido por una sábana, mientras es llorado por otra estatua
que representa a la Patria doliente. Esa tumba central está protegida por una
reja alrededor, la cual insinúa una mínima precaución ante el bando derrotado
hace siglos. Esa posición tuerce un eje de los engranajes que observa Aurelio,
es un eje fijo donde convergen varias líneas atadas a una órbita. El maestro
rural de una alta montaña de Chiapas recorriendo una vereda solitaria para
abrir una humilde escuela pública, donde un puñado de niños indígenas tirita por
hambres y ventiscas: está engarzado hasta este sitio. Millones de hilos
conectan y sus tensiones quedan engarzadas y ligadas por soldaduras invisibles
del filo temporal. El mármol blanco de las esculturas recuerda su revelación de
Quetzalcóatl dentro de una esfera; aunque una pared contigua, dominada por la
oscuridad del ocaso, esconde la emanación opuesta de Tezcatlipoca. Las dos
fuerzas chocan y se mezclan en el viento refrescante del atardecer, tan suave
como irresistible semeja una liberación.
A lo lejos,
suena la música de un salón de baile y lo arranca de sus meditaciones. La
oscuridad se ha cernido sobre la ciudad. La pesadez y el tufo sepulcral de
almas perdidas contagian el ánimo de Aurelio y cuelan partículas gélidas hasta
sus huesos. La molestia es soportable mientras él está apasionado persiguiendo
respuestas y su mente vuela. Lo inquieta un ruido exterior semejante las
campanadas de un reloj público. Afuera el caos de los vivos lo atrae y siente urgencia
por alejarse, pues permanecer en ese panteón sería un anacronismo, incluso
hasta un delirio gótico. Al salir se despide con un ademán de “gracias” y del
vigilante le responde con vehemencia:
—¿Se le
ofrece algo más, señor? Diga usted.
A él nada
se le ofrecía. El tono de la respuesta, casi suplicante, lo intriga, entonces por
bromear se le ocurre:
—A ver,
deme su arma, supongo que es de contrabando.
Contristado
el guardia comienza a buscar algo entre su ropa, meneando las manos con
torpeza, tocando su pecho y cintura como si hubiera olvidado dónde la escondió,
entonces Aurelio insiste:
—Ande, ya
démela.
Con un
gesto de quien suplica piedad, el guardia mete la mano a la cintura y escondida
bajo el pantalón, extrae una pistola muy pequeña. Se mueve con lentitud y la
acaricia para despedirse del arma:
—De favor
quiérala, ya una vez me salvó la vida.
La
curiosidad despierta es suficiente para detener la petición y arrepentirse:
—Si lo ha
salvado, en ese caso, puede conservarla.
Se despide
con un gesto paternal y palmea el hombro del guardia, quien murmura elogios, un
tanto sin coherencia:
—Es usted
un gran hombre, quedo agradecido hasta la eternidad… pídame lo que sea… si está
en mis manos…
La broma y la
respuesta resultantes a Aurelio lo devuelven al huracán de un dilema: ¿fue una
alucinación o un milagro? ¿si fuera una realidad que ha malentendido? ¿si no
está preparado? ¿si fue una trampa de Raudén? ¿si se engaña entonces qué…? El
tipo lo ha obedecido como un cachorro amaestrado. ¿Qué está sucediendo? El
cuerpo le comienza a doler y prefiere calmarse, respirando despacio conforme se
aleja del panteón. Decide andar con lentitud, avanzar con tranquilidad y respirar aire con
calma, simulando que ese es un anochecer ordinario, no juzgar sus impresiones y
procurar despejar su mente, ya que la hipótesis de una alucinación le parece
terrible.
El aire se
oscurece a cada paso y la ciudad le parece más sonriente y confortable. Los
sitios parecen cantar una melodía suave a sus oídos, las personas parecen
sonrojarse en su proximidad y agachar la cabeza.
Las
marquesinas de los comercios se encienden y los focos artificiales compensan la
oscuridad.
Sin
intención levanta la mano y un automovilista se detiene para cederle el paso de
la acera. Baja la mano y el vehículo sigue su curso. Se da cuenta que, de
cualquier manera, esa misma noche la hipótesis de un don de mando quedará
demostrada o refutada. En su fuero interno prefiere no haber alucinado y no
estar enloqueciendo, prefiere que los Avatares sean una condición extraña y
auténtica. Por probar vuelve a levantar la mano y varios vehículos hacen alto
para dejarlo cruzar la calle.
Avanza
intrigado y observa a un grupo de tres mujeres, que por sus vestidos y ademanes
deben ser prostitutas fumando y bromeando entre ellas. Una de ellas lo mira acercarse
y comienza ofrecerse:
—Le daré
una noche de placer.
Las otras
dos la interrumpen y regañan:
—Respeta al
caballero, seguro es un dignatario importante, no le ofrezcas nada hasta que él
te dirija la palabra… Usted disculpe caballero.
—Claro,
están disculpadas —y por bromear responde—, pero la disculpa sería más sincera
si hicieran una caridad.
Responde la
más alta de las tres, una morena adornada con peluca rubia y una falda roja que
no deja nada a la imaginación:
—¿Cómo
cuál?
A unos
metros de distancia sobre la acera hay un borracho recostado en la banqueta,
sumido en el sopor etílico, con la camisa parcialmente desabotonada y con un
zapato a medio salirse del pie:
—Ese no ha
recibido cariño —mientras señala al borracho que recostado sobre el suelo en
una zona oscura a unos metros de distancia— o quizá jamás lo conoció.
La
prostituta alta de inmediato corre y se agacha hacia el borracho, le alisa el
pelo y le susurra al oído, luego dice en voz alta como para sí misma “Fue
cliente”, mientras hace un gesto como llamando a Aurelio.
De improviso
él recuerda que una atención intensa será fuente de dificultades desconocidas.
Se concentra para no responder ni seguir mirando la escena, entonces da la espalda
a la mujer que intenta levantar al caído. Cubre sus oídos con las manos y sigue
su camino. Mientras se aleja, duda del efecto de sus palabras, que parecieran
volverse órdenes.
**
Tras
vagabundear otro rato, Aurelio especula con la condición de autoridades y
objetos de deseo, extremos típicos del sistema, donde distintos hábitos
disfrazan al guardián y a la prostituta, quienes están acostumbrados a recibir
órdenes o dinero; a final de cuentas personas-instrumento que sirven para tareas
básicas: satisfacer instintos, atemorizar en instantes precisos. Cualquier
ciudadano debería mostrarse más reticente a aceptar órdenes inesperadas, sobre
todo las de un desconocido. Sin embargo, la incoherencia y el absurdo son
consistentes con las visiones bajo Palacio Nacional.
Sigue
caminando por la acera, junto a una avenida principal. Con más resolución
siente que ya es momento de efectuar una prueba más definitiva de que sí fue
tocado por el destino. Regresa al ensayo de levantar la mano y, de inmediato,
se detiene una camioneta lujosa junto a él, la conduce una señora con
apariencia de madre. El cabello es rubio teñido y reluciente con corte de
salón. Tras el vidrio lo mira con curiosidad y una sonrisa amplia, aunque usa gafas
oscuras. Un detalle de gafas oscuras en la noche indica inseguridad, motivos
para ocultarse o las pretensiones de una actriz frustrada. Despierta curiosidad
la combinación del rostro oculto y la cabellera cuidada. Música popular dentro
del automóvil traspasa el cristal.
Él agita la
mano con suavidad, en sentido horizontal imitando el descenso del cristal
lateral. La conductora baja una mínima rendija el cristal y mira demostrando la
sorpresa de haberse detenido, junto con la inquietud de que no haya alguien más
asechando.
—Se podría
bajar las gafas, por favor, se me hace conocida.
Ella no
sigue esa instrucción, baja otro poco la mínima rendija de su ventana
automática y responde:
—No le
escucho bien, ¿qué me dijo?
—Que se
baje las gafas…
—Ah, claro,
en seguida.
Baja las
gafas de su cara, guarda los lentes un estuche de marca Armani, apaga el sonido
en su automóvil y pregunta:
—¿Así está
bien?
Se aproxima
más al vehículo:
—Gracias es
usted amable; creí que era una actriz de televisión.
—Una vez
fui extra en una serie de televisión, ningún papel importante; no creo que me reconozca
de eso, sin embargo, su cara y voz me dicen algo; no sé qué.
—Tal vez
nos conocemos, ¿sería tan amable de llevarme a mi casa?
Ella arquea
sus cejas, como sorprendida:
—¿Así nada
más?
—Es que voy
lejos y no quiero utilizar mi coche.
La mujer
mueve la cabeza negando una vez, detiene el giro de negación, luego mira la
hora en su celular, suspira y termina diciendo:
—Bueno, iré
rápido a donde me indique porque llevo la cena para mis hijos.
Ella
acciona el mecanismo para liberar los seguros de las puertas. En Aurelio crece cada
vez más una sensación como de dolor y frío en el cuerpo, al mismo tiempo que se
percibe más anestesiado. Fluye otra curiosa contradicción entre un cuerpo frío,
como de moribundo y su mente bulliciosa y sorprendida. Sube al vehículo, le
resulta divertido idear peticiones más absurdas para comprobar que ella obedece.
Surge una suspicacia:
—Lo de
comprar la cena para los niños fue un pretexto, dígame la verdad, ¿qué estaba
haciendo?
—¡La
verdad! —ella hace un gesto de desagrado— La verdad es tan difícil saberla; sí,
engaño al marido y no soporto la rutina familiar, en un futuro quisiera
divorciarme pero me suicidaría antes que permitir que mis hijos se enteraran de
lo que hago ahora. Es difícil de explicar en pocas palabras, la gente no lo
comprendería…
Mientras ella
explica sus motivos, los ojos de Aurelio se pasean por el interior mullido del
vehículo, que huele a nuevo. Al cruzar la vista mira un diminuto retrato
familiar pegado en el tablero del vehículo. La sonrisa de dos niños angelicales
censura sus ocurrencias, siente una punzada en el estómago ante la facilidad de
arruinar una reputación o provocar el caos entre personas inocentes. Decide que
no le interesa invadir la existencia de la señora; de inmediato decide bajar y
se disculpa:
—No sabía
que estaba ocupada, no vaya a ser que se atrase en casa, mejor me bajo aquí.
—Lo puedo
llevar, en la casa me esperarán, siempre lo han hecho.
—Prefiero
imaginar que usted es una madre excelente y que nada ni nadie se interpone
entre usted y sus niños.
Él se apea
y sigue caminando: “En cuanto solicito algo, la gente concede. Falta tomar en
cuenta la otra evidente fuente de poder”
De nuevo
levanta la mano y un vehículo lujoso se detiene. Es compacto y deportivo, desde
el interior sale una música estruendosa y un joven de pelo engominado mueve la
cabeza siguiendo el ritmo. Aurelio hace una seña con la mano de bajar el
volumen. El joven apaga el radio y baja la ventanilla:
—Hola,
¿qué… qué?
—Deberías
ayudar a una causa noble, sospecho que esta noche no tenías intenciones de ser
muy generoso con los niños que sufren de cáncer, pero sería hermoso que lo
hicieras.
El joven
saca unas monedas el bolsillo y las ofrece, pero Aurelio objeta con un gesto de
asco:
—No has
entendido; no soy un limosnero nocturno, tú debes ayudar en serio… Seguramente
estarás de acuerdo en que vayamos a un cajero automático y envíes una buena
cantidad a los niños con cáncer.
El joven se
rasca el mentón y responde:
—Suba
rápido y vamos al cajero automático; luego voy a una fiesta, si gusta después
de apoyar generosamente a los niños con cáncer se divierte conmigo, me acompaña
a la fiesta, usted me cae con madres y todos mis amigos deberían ayudar a los
niños.
Esa mezcla
de estar adolorido y anestesiado le inquieta, le molesta suponer que se irá de
juerga como caifanes.
—Acabo de
acordarme de un encargo urgente, quizá en otra ocasión requiera de tu
generosidad. Sería lindo que hagas tu buena obra, no necesitas de una nana para
ir al cajero y hacer una donación generosa, el letrero con los datos para donar
está en todos los bancos.
El joven
saca un bolígrafo y anota en un pequeño ticket su teléfono:
—En cuanto requiera
ayudar más a esos niños con cáncer, por favor, me puede llamar y explicar más.
Extiende la
mano por la ventanilla. Aurelio agradece y lo despide con un gesto. Sonríe y
piensa: “Probaré con un pretexto más inverosímil, antes de que termine esto que
es un sueño.”
Levanta la
mano y se detiene un vehículo modesto, con raspones en su portezuela que han
provocado ya óxido. Lo conduce un tipo obeso, vestido en un traje gris de
aspecto ajado.
—Estoy
colectando dinero para viajar a observar los vitrales de Notre Dame y no se
preocupe en buscar monedas en su bolsillo, porque necesito volar en primera
clase.
—No creo
que me alcance para pagar su viaje, no tengo ahorros aunque intentaré un
crédito en el banco para usted.
—Usted
parece desempleado, no creo que le presten suficiente para ese viaje.
—Ahora no
tengo trabajo, aunque mi historial de crédito está limpio, espero conseguir lo
que usted pide. ¿Exactamente de cuánto está hablando?
—No se
preocupe en hacer cálculos, el dinero se lo pediré a alguien a quien le sobre.
Siga su camino y no ande ofreciendo dinero a desconocidos que se encuentra en
la calle.
—Como usted
diga, seré más cuidadoso.
Tras la
docilidad demostrada por desconocidos, Aurelio siente un mareo como de
embriaguez, un eco lejano le recuerda la marcha de las legiones romanas y el
emperador pasando revista a la multitud. Un dolor súbito en el abdomen le
advierte que la ironía es convertirse en lo que uno detesta. Piensa: “¿No
detesto lo suficiente a los tiranos? “ Duda que él mismo no se convierta en
alguna especie dictador sin escrúpulos. Vuelve a respirar despacio y a sospechar
que está sufriendo efectos de la más vívida de las alucinaciones. Poco a poco
el fresco aire nocturno le quita ese breve mareo, mientras el dolor corporal
queda compensado por la anestesia. Camina más de prisa, respira hondo y se
pellizca el brazo para comprobar que no sueña.
**
NOTAN
ALGO EN LA VOZ Y EL AMOR RESISTE
Convencerse
de la autenticidad de sus impresiones le resulta difícil. La inusual sensación
de frío que repercute hacia cada célula y no lo molesta confirma que su estado
mental sigue sin volver a la normalidad, aunque se va acostumbrando a esa sensación.
Los huesos hacen eco del frío, como amplificadores y anestésicos a la vez. Sigue
caminando y piensa: “Son las emanaciones de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl que arrastran
mi cuerpo, cada vez son más definidas y luego salen por mi boca, también el
sonido que escucho distinto”.
Se detiene
ante una pareja de jóvenes estudiantes que caminan abrazados de los hombros,
más como hacen los amigos que los comprometidos y les pregunta:
—¿Notan
algo singular en mi voz?
Abordados sin advertencia, se sorprenden. Al detenerse los
jóvenes se sueltan y miran uno al otro antes de contestar. Ambos estudiantes de
una escuela nocturna en busca de un sitio tranquilo donde prodigarse caricias o
confesarse alguna dificultad. Los rostros de los jóvenes desprenden la discreta
luz de complicidad más que otro signo. Él semeja un borreguito manso, ella
parece casi fastidiada; él está enamorado y, la imagen indica, que ella se
aburre o lo tolera. Él responde:
—¿En su voz?
Su voz como que es algo normal… sí como seria y firme, aunque preferiría que no...
—Su voz es
bonita, como de locutor de radio— Ella lo interrumpe y sonríe con timidez.
—Sí, como
de locutor — el estudiante asiente torciendo la boca—, un locutor.
—¿Cómo de
locutor? ¿Eso es todo?
—No, no es
todo, siento como que es agradable escucharlo, me gustaría tenerlo en lugar de
mis profesores, nada más para escucharlo— detalla la chica y guarda silencio.
—Y ¿no te
gustaría que también esta voz murmurara? —Aurelio se detiene, aunque siente
curiosidad sobre lo que resultará.
—Diga—.
Sonríe la chica.
Aurelio avanza
un poco para acercarse, gira el cuerpo en una dirección frontal y se dirige en
exclusiva hacia ella:
—Que te
murmurara cositas al oído.
El chico
emite un sonido gutural indicando disgusto y planta sus zapatos firmes en el
piso, mirando con hostilidad y sin moverse, diciendo entre dientes:
—Preferiría que no…
Habla con
palidez y casi extraviado cual un Bartleby encarnado. La chica aparta con el brazo
al novio, lo deja a sus espaldas y se aproxima con paso firme hacia Aurelio,
luego sonríe sin rubor:
—Eso me
encantaría.
A Aurelio
no le gusta el giro de la conversación y siente pena por el chico, de súbito
abandonado que mira como un cachorro a su chica alejándose y como león enjaulado
al súbito rival.
—A mí no me
encantaría ni interesa, lo dije en sentido figurado, sobre calidad de la fuerza
de la voz, y no tengo más interés en esta plática.
Observa al
chico con los ojos enrojecidos por la furia y apretando los puños como si
estuviera listo a saltar en su contra, Aurelio da la media vuelta para alejarse
rápido. Al apartarse escucha a la joven amagando a su pareja:
—Mejor te
calmas, te pones celoso muy fácil.
—Oye, ¡qué
te pasa! Si te traes algo con ese señor, preferiría
que no...
—Ni lo conozco,
no seas tan celoso, siempre andas con tonterías…
Luego se
alejan en dirección opuesta y se pierden esas voces discutiendo entre la
molestia y reconciliación.
**
Al avanzar Aurelio
piensa que quizá el verdadero amor posee alguna clase de protección, el chico
enamorado parecía dispuesto a la pelea, sin mostrar reverencia por la voz de
mando. Intenta recordar si algún mensaje está relacionado, sin embargo, no
resulta tan fácil enviar su mente al momento de la revelación e intentar
recordar todos los detalles. Anota en su mente que el amor convirtió al chico
en un Bartleby impermeables a cualquier sugestión. La chica, desde la
distancia, se notaba que no estaba enamorada. ¿No será el poder una clase de
amor invertido y por eso se repele con el amor puro y cándido? Un equivalente al
sencillo principio naturalista clásico de que “dos cuerpos no ocupan el mismo
espacio”.
**
“El sonido
en sí, es vehículo del Poder mismo, esa fuerza de mando que está entrando y saliendo
por mi cuerpo en gestos y palabras. ¿Llegó para quedarse? ¿O se escapará? Cual
un influjo momentáneo, un préstamo por contacto que se acabará en las próximas
horas o minutos, quizá dure más, aunque no sea permanente. ¿O lo es? ¿No será
que un Fidel Velázquez se acercó a ese recinto y fue tocado también por
Tezcatlipoca y Quetzalcóatl? El líder sindical permaneció como cacique por
siempre hasta su muerte; él influía y seguía inmutable como una momia viviente.
En cambio, la mayoría de los políticos se somete al calendario sexenal, sus
dones de mando caducan en una fecha predeterminada. Si este don es pasajero y
no lo aprovecho rápidamente me arrepentiré por no utilizarlo. Si este don se
desgasta como la “piel de zapa” debería cuidar de no malgastarlo. Si este don desaparece
de modo súbito y jamás regresa quedaré llorándole hasta el final de mis días.
Es obvio, que este don surgió desde el último salón bajo Palacio Nacional y
todavía no sé cómo considerar esto si visión, destino o milagro. La alucinación
la desecho a menos que todavía siga alucinando o soñando, que siguiera
despierto. El Asesor parecía espiar pero le creo que no oyó nada y los sentí con
palabras tan reales. Este don debe depender de Ellos, de Avatares vigilantes
ancestrales y para conservarlo deduzco que debo mantener y reforzar un vínculo
de gratitud, seguir los designios obvios o velados de ellos, que no parecer
contener nada perverso aunque incluyan a la oscuridad de Tezcatlipoca, al
contrario son los guardianes de nuestro pueblo, como expuso Quetzalcóatl. Sería
más fácil si recordara con precisión y llevara mi mente para reproducir ese
momento, sin embargo algo me detiene y no recuerdo el mensaje completo, único y
definido. Hasta ahorita he jugado para probar… dudé mucho que estuviera
sucediendo, pero sí, esto sucede…“
Aurelio
siente un impulso orgánico, ansiedad que brota desde su vientre y luego sonríe,
como harían los triunfadores: “Será sencillo llamarle al Presidente, pero no al
de México, sino al más importante del planeta, al Americano; bastarán unos
minutos y me colocará a su diestra; después seguirá mis órdenes.”
Luego tiene
un gesto adusto, el frío se agita dentro de él, se expande y contrae, siente un
calambre dentro del corazón con dolor y desazón: “¿Y qué le diré? ¿Cómo
enderezar a la humanidad? ¿No sé cómo hacerlo? Luego bastará cualquier
movimiento de mis labios y quizá caerán las economías o se detendrán las
guerras; un gesto y se liberarán las fronteras; abriré escuelas y cerraré
manicomios. ¿Y si al siguiente segundo se termina el efecto? Si esta fiebre de
poderío perdura un instante y se termina como las oleadas en un estanque
tranquilo. ¿Si estoy enloqueciendo y contagio de mi estupidez a los
gobernantes? “
Intenta
disipar sus temores y especula buscando explicaciones: “La ciudad es el
laberinto humano, reflejo fiel del laberinto mental, justo al encontrar la
palanca que mueve todas las palancas la mano queda rígida, atrapada entre el
temor y el deseo, cuando descubre que su propio espíritu es una palanca atorada
entre millones de palancas; cuando la solución final parece tan sencilla se
enreda en esa facilidad; el chasquido de los dedos expresa la voluntad y el eco
de ese chasquido perdiéndose en el infinito laberinto regresa al punto de
partida…”
Camina sin
rumbo fijo, mientras la urbe se disfraza de somnolienta. Gira en una esquina
que le resulta conocida y al avanzar por la calle los letreros le son ajenos.
Conforme se acerca a las paredes siente que éstas se alejan y se inquieta.
Conforme el viento frío recorre su entorno, siente que no lo toca y una emoción
indefinida lo contiene. Mientras se acercan transeúntes ya no quiere
interrogarlos ni gastarles más bromas. A la distancia mira un perro bajo el
flash blanco de un reflector. Lo observa es un labrador. Aurelio agita la mano,
como invitando al animal para acariciarlo. Fuera del área del flash, la
oscuridad no oculta su tono claro, pero conforme él se acerca va oscureciéndose
el can. A la distancia parecía manso y al acercarse lo nota tenso, huraño con
una mirada inyectada por un veneno desconocido. El perro retrocede hacia donde
las sombras de los árboles lo oscurecen y se pinta de negro por las penumbras. El
animal se detiene a unos metros de distancia y gruñe como en la presencia de
una bestia peligrosa. Retrocede conforme Aurelio se acerca.
“Ahora me
tiene miedo; los perros no se equivocan, distinguen a la gente mala; quizá no sea
yo, sino una sombra siniestra que me sigue”
Mira de
lado y siente una oscuridad, un vacío, el filo de un laberinto inexplicado. Permanece
parado y sospecha de una presencia indefinida a sus espaldas, como si ya
supiera alguien más que él no es ese mismo ciudadano privado, sino un mensajero
de los Avatares y especie de rey sin corona, uno tocado por un designio. Voltea
la cara y son calles que se conectan unas con otras, un rosario atado de casas
y comercios, paseantes indiferentes que se mezclan y alejan. Su mente se
distrae cuando busca una presencia distinta, alguna que esté conectada con él y
es inútil. Gira el cuello, la oscuridad sigue creciendo en la urbe, mientras
nuevas luces artificiales se encienden. Hace un ruido amable buscando atraer al
can, mientras él se distraía el animal se había alejado y perdido rumbo a un
callejón oscuro.
**
LOS
ÍDOLOS AVATARES DELIBERAN
Frente al
mural secreto, los ídolos discuten:
—Apenas el
reloj ha avanzado y ese novicio ya abreva de vértigo, sueña que dictará sus caprichos
a los Presidentes del Orbe y que el planeta se arrodillará a su antojo.
—Hoy es difícil
encontrar almas justas para confiarles el don del Poder.
—Sin
embargo, todavía no comete ningún atropello, simplemente ordena y juega; es
infante que se sorprende ante su palabra de mando y tiembla por incredulidad.
—Por eso
dudé tanto para traerlo.
Tezcatlipoca
desde su oscuridad murmura:
—Se hundirá
en su propia tibieza; por eso respeto a espíritus templados en la lucha, tu consentido
resultó blando casi cera entibiada entre pañales.
—Su corazón
ha mostrado bondad —una palabra que repite Quetzalcóatl— bondad, su
inteligencia está hambrienta y ansía saber más; la terquedad de su destino lo
fue arrastrando hacia nosotros.
—La bondad poco
sirve para aferrar el Poder entre las manos, sin temple interior se escurre
como agua.
—Pudiste
rechazarlo.
—Tampoco lo
hiciste tú.
—No había
pasado todas las pruebas.
—Por eso los
siglos producen ungidos inexpertos que son vicarios de dudosa calidad.
—Este novato
sería uno más entre tantos detentadores inexpertos; y bebió demasiado de este
influjo: el sediento se volverá a ahogar. Ahora se hundirá en su torbellino
interior.
—No lo preveo
fracasado, flotará como pétalo de flor sobre un río.
—Otro candidato
urdirá trampas y él no se ha preparado para evitarlas, será un ratón en el
laberinto mientas titubea al no asumir el destino.
—Él posee facultades
claves, ya juntó piezas del rompecabezas. No lo subestimes, a la fecha nuestra
vicaria Damaris se mantuvo discreta y sin excesos. Ella aprendió paso a paso,
tropezón a tropezón, se esforzó mientras el cuerpo aguantó.
—La
excepción no marca la regla, que la devota Damaris cumpliese no garantiza la fórmula
fénix: inocencia con inteligencia natural no alcanzan.
—Cuando la
balanza se inclinó hacia tu regla de voluntad templada en la lucha resultó que
el elegido a su vez confió ciegamente en un Santana, quien trajo caos y ruina. Con
López de Santana fueron once presidencias fallidas en un único títere.
—El turno
de otra inocencia sin garantías.
—¿Con eso
ha bastado en el pasado?¿No terminaron épocas pacíficas con el odio que sembró
un líder inocente aunque vanidoso? ¿Las religiones no se volvieron fanatismo
cuando un supremo sacerdote blindó los corazones de sus fieles inocentes y puso
la semilla del odio? ¿No cayeron los mayores imperios en la cumbre de su
poderío en cuanto un inepto gobernó y lo siguió otro peor? ¿El libertador no
termina por volverse tirano cuando manda sin freno y sin medida? ¿Bastan pistas
y piezas cuando la mente es inmadura y el corazón no está colmado con amor y
justicia? ¿No se enmohece la razón cuando el confort del líder se vuelve regla
de vida? ¿Cuántas pistas y piezas son suficientes para defender al gobernante
del asedio de sus propios seguidores, en especial los aduladores?
—Cada
moneda tiene dos caras: ¿No ha bastado desde el tiempo del inocente cavernícola
por más que mereciera mejor destino? Al final ¿qué no regresó la paz por más
que un líder vanidoso la perturbó? ¿Las religiones no volvieron más mansos a
sus inocentes seguidores por más que los sacerdotes brindaban ante el filo de
las espadas? ¿La hora de la caída no es demasiado pronto ni demasiado tarde?
¿El libertador que escapa de su ruta deja una patria más grande que donde nació
esclavo? ¿El confort no es una regla de las especies de la cual el humano no se
escapa? ¿La casualidad se conjura cuando faltan pistas y piezas para escapar de
la derrota propinada por los propios partidarios?
—¡Cuán grato
sería una correa atada al cuello del elegido para jalarlo antes de cualquier
desatino! Luego golpearle las orejas para que escuche y deje de abusar de esa
voz de mando, antes de que esté extraviado y catatónico. Desde el nivel
subterráneo, aquí está nuestro propio wu
wei: mientras menos contacto con los humanos, siempre es mejor, en cambio ellos
siguen con su astra per áspera.
—Confesemos…
funciona así, cerca de la punta de la pirámide: un sapiens aletea más que un
pájaro, aletea más aunque él no controla esa agitación de ave cuando la
atmósfera enrarecida araña sus pulmones. Allá arriba él no despega los pies y
su cabeza vuela, incluso si conquistara la punta de la pirámide descubrirá que
el cielo es inalcanzable. La suya no es ascensión de niño ni de sabio, las que dan
felicidad risueña, sino hermanada a una euforia por drogas tempestuosas, con
esa embriaguez por el traspié en el peldaño.
**
EL PORDIOSERO ENDEREZADO Y DUDAS
Cuando abrió
los ojos, Aurelio se descubrió y sintió inquietud creciente: ese rumor que
escuchado desde afuera llamamos una singularidad en el sentido cuántico,
al alcanzar un borde donde finalizas las leyes físicas y se suspende el
entendimiento. Recordó su jornada por la noche laberíntica del Poder y luego de
su silencio autoimpuesto, encontró a otro pordiosero de quien evidenció que
fingía. El pordiosero era un varón delgado, ataviado con notoria pobreza y
suciedad, con una figura lastimosa que arrastraba un pie torcido, mantenía la
espalda doblada y los brazos arqueados con un gesto de idiotismo. En el
trayecto, superando las dolencias y confusiones, recuperada la calma Aurelio recuperó
la agudeza mental y entonces intuyó que en aquél personaje contrahecho todo resultaba
una farsa. Vuelve a mirar: un pie ladeado al extremo que arrastra una punta
mientas camina, la espalda tan próxima a una joroba hace un muelle movimiento,
el brazo arqueado y los dedos plegados cual engarrotados de horror, incluso la
boca deslizada hacia un costado para dar a sus palabras un sesgo de idiotismo.
Mira detenidamente: el pie cambia de posición, la espalda sube y vuelve a
arquearse, los dedos torcidos alternan funciones y el brazo arqueado se turna
derecho con izquierdo. Su intuición de descubrir a un farsante se convirtió en enojo.
Con ágiles zancadas cubrió la distancia que lo separaba del contrahecho y se
plantó cerca, así que lo increpó, como si clamara desde el púlpito de una
iglesia de milagros:
—Detente y
escucha bien. Desde este momento, —el pordiosero volteó la cara poniendo su
completa atención—, vas a dejar de fingir tu enfermedad y vas a andar
derechito, sin malos pasos ni dar lástima de mentiras —respiró hondo y
continuó—, vas a andar de-re-chi-to y sin mentiras.
El tipo
chueco se enderezó en un instante como si un resorte se sublevara dentro del
cuerpo y empujara cada tendón y músculo. El pie se alineó con la pierna y dejó
de arrastrase, la espalda quedó como sujeta a una vara de acero, el brazo se
estiró y sus dedos se juntaron en un puño cerrado. La cabeza en perfecta
vertical y la boca perfilada en un sentimiento de completa sorpresa.
Aurelio se
regocijó del resultado instantáneo, pensó para sí: “Se logran linduras con este
don de mando, ahí va un hipócrita desenmascarado, que roba el espacio de lo que
sí requieren de la caridad”. Contento con el resultado:
—Si quieres
ruégale a Dios que te vuelva un lisiado verdadero, que estás descubierto y no
mereces ni la mínima compasión.
El
pordiosero miró su pie y comprendió que no se dejaría torcer, levantó el puño y
extendió la palma, que no giró crispando los dedos como acostumbraba. Lo
intentó un par de veces y mostró un gran desconcierto. Miró con ojos de asombro
al desconocido que lo maldecía condenándolo a una sinceridad que arruinaba su modus
vivendi sostenido en una estafa, entonces volteó la mirada como
rechazado por un imán. La sorpresa dio lugar a una desesperación, entonces
empezó a gritar al cielo:
—¡Dios mío!
¿Ahora de qué voy a vivir? Si la gente mira a un tipo sano me escupirá antes
que entregarme limosna. ¡Dios mío, conviérteme en un lisiado!
Y el
limosnero empezó a sollozar, pidiendo al cielo devolverle su existencia de
falso tullido. La desesperación era auténtica y las lágrimas corrían por sus
mejillas. No duró mucho su llanto, trocó en sollozos y se calmó. De la tristeza
pasó a un enojo indefinido que calentaba sus vísceras, de buena gana habría
golpeado al extraño, pero su ímpetu era rechazado por una fuerza oscura que le
impedía ni siquiera mirar hacia esa dirección. Miró sus piernas, fuertes y el
río de vehículos que corrían a pocos metros. La furia crecía mientras golpeaba
el pavimento con sus talones, como si ensayara un baile regional. Intentó que
sus manos torcieran la pierna sin lograrlo, desde afuera eran gestos absurdos,
mientras su rostro se enrojecía empujado por las vísceras que intentaban con
desesperación retorcer su cuerpo otra vez. Cruzó por su cabeza una idea
desesperada, cerró los ojos, hizo un signo con la mano de persignar. De modo
inesperado el limosnero anónimo miró la proximidad de un camión, de súbito
convirtió los taconazos inútiles en siete grandes zancadas que lo separaban de
arroyo vehicular y se arrojó bajo las enormes ruedas. El camión avanzaba a una
velocidad moderada, aun así resultó imposible para el chofer frenar y fue un
golpe seco que lo hizo reaccionar. El desenlace perturbó los transeúntes,
quienes se aproximaron a comprobar si el hombre seguía vivo, lo cual se
afirmaría porque se retorcía dando alaridos, aunque con las extremidades
extrañamente rígidas, derechas como si tuviera tablas atadas alrededor de
brazos y piernas.
La escena del
pordiosero sangrando y lamentándose llenó de estupor a Aurelio, que se alejó dando
traspiés. Cuando terminó ese breve desconcierto y andar sin rumbo definido había
menos personas y vehículos en las calles en la misma zona de la ciudad, entonces
no tuvo ánimos para seguir dando órdenes según sus ocurrencias. Sin embargo,
esto lo condujo hacia una idea honda… ¿para qué mandar a los otros si no se
manda uno mismo? ¿Me mando a mí mismo de un modo tan radical como sucedió con
el pordiosero? ¿Arrastro la existencia con una versión degradada de mí mismo?
¿Será dado que me mande y diga simplemente: conviértete en la mejor versión imaginable
de ti mismo? Si quien manda es una versión mediocre o hasta nefasta, entonces
lo que mandaré serán estupideces. Resultará como desenmascarar al falso
tullido: él no lo aceptó y mi orden fue estúpida. Si la existencia completa es
una mala versión, una mediocridad de mí mismo ¿de qué sirve el Poder? ¿Repartiré
mediocridad y destrucción por el planeta si uso el Poder de modo estúpido? ¿A
final de cuentas, me convertiré en un Hitler si malgasto el don?
Siguió
cavilando y descubrió que el mundo se divide entre dos clases de personas,
entre guerreros y diplomáticos. A su vez estas dos clases únicas divididos entre
los guerreros inútiles, que solamente arrastran el escudo ajeno de mala gana y
nunca arriban al sitio de batalla a tiempo, y combatientes reales. No se
conformó y encontró otra especie: los verdaderos “monjes” quienes buscan y
encuentran su interior. Para eso pensó en las leyendas tibetanas, del monje que
permaneció un siglo mirando una pared blanca hasta que alcanzó la iluminación
de su espíritu. ¿Cómo se esconderá tanto la mejor versión de sí mismo obrando
como el Rey Balerión que cambiaba de cuerpo para jugar a las escondidillas?
¿Cómo se ocultan tanto las potencias positivas? ¿Cómo se oculta eso que los
griegos llamaban virtud y luego los sacerdotes cristianos transformaron en una
culpa suave que nos impulsa a ser tibios y escuchar misa los domingos? Si esa voz de mando funcionara con él mismo
sería el paso para alcanzar la mejor versión de sí, una versión capaz de
utilizar para bien esa facultad.
Sin
embargo, recordaba su dolorosa falla y decidió avanzar con cautela. Probó
ordenarse a sí mismo un acto sencillo pero que no hubiese aceptado sin una
compulsión externa. Comerse unos ostiones crudos le pareció una prueba
interesante. Pensó y se dijo en voz alta:
—Ahora, te
vas a comer unos ostiones crudos.
La visión
de unos ostiones babosos y aguados, con sabor a cieno marino le repugnó, y
supuso que serviría para demostrar su hipótesis.
En el
laberinto urbano pronto encontró una tienda abierta 24 horas y miró el
producto. Sin fijarse solicitó que el encargado de la tienda le regalara los
ostiones junto con unas pastillas analgésicas. En un pestañeo los productos
estaban entre sus manos. Sin pensarlo se tomó una dosis extra de pastillas
analgésicas, pues le regresaban el desagradable frío en el cuerpo y el dolor de
cabeza entrando por la nuca.
Luego miró
el contenido gris y viscoso del frasco con ostiones y su voluntad flaqueó. Su
orden fueron palabras al viento y comprendió que estaba facultado para ordenar
en otros, pero no ganaba el título de soberano de sí mismo: “Resultaría una
incongruencia lógica, que exista un soberano respecto del soberano; un truco
eso de mandarse a uno mismo; el efecto se pierde. Voy a ordenar a los demás
pero no a mí mismo, y desconozco si sea decepcionante o motivo para alegrarse.”
La noche
había doblegado a la ciudad con su carga de sueño. Ya pocos vehículos
transitaban por las avenidas. El cansancio se apoderó de las piernas y los ojos
de Aurelio. Los analgésicos alejan las dolencias, aunque no ahuyentan el frío y
entonces surgió otra preocupación: “¿Y si este don como vino rápido, igual se
escapa muy veloz? ¿Si basta un sueño para aniquilar este privilegio?...”
Salió de la
tienda y sintió más ganas de pasear en la noche. Intentó mantenerse más
despierto, después de unas cuadras entró en un negocio de café nocturno. El
anuncio de neón le generaba algún guiño de confianza. Entró y pidió una taza de
expresso cargado, luego se acomodó en
un asiento. Puso la cuchara cargada de azúcar en el interior de la pequeña
taza. Cerró por un instante los ojos y desfilaron imágenes de reinos antiguos, ensoñaciones
con ejércitos dispuestos bajo el mando de su general; de un lado los
cartagineses, capitaneados por Aníbal, flanqueado por enormes elefantes, al
lado contrario, los centuriones romanos, guiados por Escipión. En el mediodía onírico
de África se respira tensión: los romanos golpean sus escudos con las espadas
para provocar un gran estruendo, los cartagineses tensan los arcos. La mano de
Aníbal se levanta para señalar el avance; Escipión sonríe confiado en su
maquinaria militar. Se inicia la batalla y las huestes enemigas se trenzan en
una monumental carnicería. Los alaridos de los soldados moribundos compiten con
los de las bestias heridas. En trascurso de minutos largos como eones, los
cartagineses agotan su ímpetu, sus escudos flaquean y sus elefantes van cayendo
uno a uno. Al final del sueño en el campo de batalla queda un valle de agonías
y desesperación para Cartago.
Aurelio se
despierta cansado con la cabeza doliendo de nuevo y los ojos pesados. Bebe el
expreso de un sorbo largo pues ya no está caliente. El tenue clarear de la
madrugada avanza, Aurelio lo siente como un presagio: otro augurio en un bosque
de señales cumplidas y por vaticinarse. Recuerda su don y se pregunta si se
modificará en el transcurso de su existencia. Se cuestiona si desaparecerá como
el cuento de la lámpara maravillosa que concedía solamente tres deseos. Hasta
ese instante no ha hecho nada provechoso, quizá está desperdiciando órdenes sin
ningún sentido. Conservar el don y no exponerlo, es el propósito de su nueva
agenda. El impulso por utilizarlo de inmediato, la incredulidad y aplicarlo
fallidamente en su personal lo ha refrenado. Recuerda que el pordiosero enloqueció
y se volvió suicida cuando le ordenó enderezar su vida, para evaluar su primera
jornada con don de mando el resultado es ridículo. Se justifica de inmediato:
el prójimo no desea ser corregido y si multiplica el mal ejemplo entonces el
mundo entero es refractario. Supone que los gobernantes están complacidos
siendo ellos los mandones y entonces el despertar de un nuevo elegido les cause
alarma y hasta lo maten.
El cuerpo
está entumido por el rato del ensueño sentado, una pierna le hormiguea. Al
incorporarse siente frío, uno hondo que cala los huesos. Mientras se aleja del
café intenta disipar ese nuevo temor: desde países lejanos los gobernantes
conjurarán para aniquilar a un pretendiente que no fue invitado a su banquete. Supone
que si llegara un emisario con órdenes para eliminarlo eso se evitaría, pues él
sería capaz de doblegar su voluntad. Sin embargo, el legendario Ulises se tapó
los oídos para no escuchar el canto de las sirenas, entonces un sordo y resultaría
invulnerable a una contra-orden.
Lentamente
la claridad es mayor. Deambulo sin preocuparse por el rumbo. Estira las piernas
para resolver el hormigueo. A esa hora hay pocos transeúntes. Se detiene a
descansar y observa a un barrendero que empuja hojas secas sobre el pavimento;
ese movimiento es mecánico y el gesto de resignación. Piensa: “Tantas vidas sin
un propósito definido, un simple ir jalando la los dispositivos automáticos de
la existencia, apretando botones de on y de off; ¿le convendrá una
orden para cambiar de rumbo? ¿una orden para convertirse en paladín o dejar su
modo de vida, al que está acostumbrado y solamente sueña vagamente en
abandonar? ¿si sigue una orden luego estará satisfecho o terminará aburrido
tras un escritorio como sirviente de una oscura dependencia con prestaciones y
dinero para irla pasando? Hay quien mataría por dar ese salto hasta una oficina
cómoda, aunque hay a quien nunca le importará esa diferencia.”
Prefiere descansar
y contar con algún plan antes de volver a emplear el don, entonces decide tomar
un taxi. Aurelio levanta la mano y sonríe ante la diferencia imperceptible
entre un servicio cotidiano y el don adquirido. El primer vehículo no es de
servicio público y se detiene para ayudar a un desconocido, pero él rechaza el
“favor” del desconocido servicial y lo despacha.
Al poco rato
aparece un taxi. Lo conduce un joven cordial que busca entablar plática. Aurelio
está cansado, elude la conversación; además empieza a cabecear, los ojos pesan
y se cierran sin proponérselo, aunque no se duerme. Va dando indicaciones en el
trayecto, lucha con el cansancio y una sensación de inquietud, como si la
corriente del rio empujara al salmón en dirección de un oso, corpulento y feroz
abriendo el hocico, junto a una gran piedra donde la afluente se estrecha. Casi
siempre se representa en el salmón y unas cuantas veces dentro del oso pardo
que está hambriento. La repetición de un flujo de imágenes vívidas lo inquieta
y preferiría pensar por completo en cómo afrontar su situación, mientras la
inquietud crece.
REGRESO
A CASA
El taxi lo
ha conducido al sitio indicado: la entrada de un edificio lujoso en una zona
exclusiva de la ciudad. Encuentra referencias conocidas: la misma puerta, una
calcomanía sobre los cristales señalando el cumplimiento de un censo y la inspección
de una oficina sanitaria. El portero del turno lo saluda con descuido mientras
ojea una pequeña revista con dibujitos. Es el mismo empleado desde hace un mes
cubriendo doble turno. El sitio conocido y la cara familiar del portero sirven
para tranquilizar su inquietud. Recuerda sobre psicóticos que, al despuntar una
mañana, alucinan que el gobierno gira a su alrededor o que el propio Jehová los
ungió como Mesías. La urge rechazar esa hipótesis de la combinación de
circunstancias engañosas, así Aurelio reconoce el edificio y encontrándolo ya
familiar, comprueba que habita en la realidad. El saludo es automático y a unos
pasos aprieta el botón de elevador. Dentro del elevador, el cubo metálico le
provoca más frío y pesadez de cuerpo, aunque lo atribuye al aire acondicionado.
El ascenso transcurre en un suspiro y al salir es la misma puerta, la suya. La
abre y su departamento desprende un olor de rosas mezclado con matices
conocidos; lo percibe demasiado fragante y de inmediato abre la puerta
corrediza del balcón. Entra una ligera brisa que refresca esa madrugada acercándose
al amanecer. Vista de manera mecánica el baño y luego bebe medio vaso de agua
de una jalón.
Los
sillones color marfil de la sala todavía desprenden un olor a nuevo: uno
mullido es el sitio ideal para asentar el torbellino de experiencias y
emociones. En una mesita de roble junto al sillón hay una pila de libros.
Cansado y
somnoliento pero sin ganas de dormir, no se dirige a su recámara. Se acomoda en
el sillón y la textura tersa del material artificial le recuerda una pradera
africana que miró en una película. Busca más calor y se acomoda una cobija sobre
las piernas. Enciende un reproductor con música suave, un modelo que finge
estilo antiguo con chapas imitando madera. No quiere dormir todavía, le urge
comprender mejor su extraña situación. El sillón neutraliza el frío y las
molestias en el cuerpo.
Comienza a
ojear los libros apilados. Arriba está una biografía de Napoleón y abajo El príncipe de Maquiavelo. El texto sobre
Napoleón no lo había leído, lo abre y salta de página en página. Cerca del
final lee: “Bonaparte estaba convencido que su insuperable capacidad de mando
había sido disipada por algún acontecimiento que los antiguos romanos
identificaban como la buena estrella. Mientras él mantuvo su buena estrella se
levantó de las derrotas y descalabros, manteniendo la adhesión entusiasta de
los franceses. Cuando desembarcó en su regreso triunfal de los 100 días, las
tropas del rey no se atrevían a dispararle y sin pensarlo se rendían en su
presencia; las multitudes abandonaban las poblaciones para vitorearlo y
seguirlo en su regreso triunfal. Pero ese magnetismo irresistible se derrumbó
en algún instante y después de Waterloo todo fue distinto, ya nadie quedaba
magnetizado en su presencia. De ese magnetismo irresistible quedó una especie
de estela, como la cauda de un comenta que se aleja hacia el cosmos infinito.
Permaneció la nostalgia y la leyenda que supo aprovechar un sobrino, quien no
cejó hasta coronarse como Napoleón III.…”
Coloca el
libro abierto sobre la cara y cierra los ojos. Las piernas están cansadas y los
zapatos le aprietan: la noche fue larga. Imagina al ejército enemigo, reclutado
entre franceses también, mirando sorprendido a Napoleón adelantarse en
solitario y dirigirse hacia ellos. Miles de soldados apuntando sus armas contra
un Napoleón solitario, regresando del exilio y aventurándose a rescatar su
imperio arrebatado. Los soldados se maravillan y perturban ante su presencia;
los oficiales flaquean y los comandantes enmudecen. Bastaba la presencia de esa
leyenda viviente para doblegar al contrario. La anécdota se ha intentado
explicar por el ascendiente de Napoleón sobre la tropa francesa y el recuerdo
de los días de gloria. Sin embargo, para Aurelio hay otra explicación mejor,
pues el magnetismo del Poder se había fundido con el mítico general. Ese
extraño efluvio que hechizaba a sus compatriotas, le seguía perteneciendo por
entero durante las jornadas de los 100 días, cuando recuperó el mando con
increíble facilidad. Sin embargo, pronto terminó el romance entre Napoleón y el
Poder. Después de la batalla de Waterloo quedó derrotado y luego exiliado de un
modo definitivo. Transcurrieron pocos años hasta su muerte el 5 de mayo de
1821. El relato apunta que el mando desaparece un día y se aleja sin despedirse.
La idea de ese desvanecerse sobresalta a Aurelio por un instante y, acto
seguido, la somnolencia regresa.
Deja el
libro de lado y el cansancio le va ganando. Relaja los músculos y cierra los
ojos.
En la madrugada,
el cansancio frío y una gran pesadez lo rodean, dando paso a visiones oníricas
de intensa nitidez. Observa a Napoleón cabizbajo y derrotado por completo,
paseando por un sendero en la isla prisión de Santa Elena. En un sendero sobre
una pequeña ladera, es seguido por dos carabineros y metros atrás por una
sombra. La isla queda en mitad de un Océano Atlántico inmensamente gris, y él
está mirando la inmensidad, con la nostalgia por la tierra perdida de su
gloria. Una nube de brumas desciende y, milímetro a milímetro, envuelve al
general exiliado y a sus acompañantes. La nebulosidad termina siendo completa.
Dentro del sueño Aurelio quisiera atrapar algo físico entre la sombra que
persigue a Napoleón. Sus manos oníricas no agarran nada, el humo condensado se
escapa de inmediato y unos ruidos que no corresponden a ese siglo se filtran
entre la bruma.
EL
EMISARIO SE PRESENTA
Hasta el
sueño se filtra la música ambiental y los sonidos de la calle despertando, que
atraviesan el balcón abierto. En medio de la neblina oscura se aproxima más la
presencia de otro personaje. La misma presencia que Aurelio sintió de modo
súbito, cual sombra siniestra, mientas deambulaba por el laberinto de la calle.
Bajo la opresión de una somnolencia que no se disipa, escucha que alguien abre
la puerta de su departamento y con claridad los pasos se acercan: el cuerpo
encarnado ocupa la plaza de la sombra onírica. El intruso comienza a dar
explicaciones no pedidas:
—No me he
presentado, soy el Emisario, el mensajero de las otras Potencias; que se han
enterado de su reciente potestad… es decir, su facultad carismática para
ordenar; usted ya se ha dado cuenta, por lo que presento amplias disculpas y le
suplico no me mande nada hasta que escuche con cuidado; al final de cuentas soy
el Emisario, traigo el mensaje y soy desechable, por la cuenta regresiva puedo
morir y en ese supuesto seré remplazado; por lo que le suplico no ordene
ninguna agresión pues interrumpiría esta delicada misión…
Una especie
de fuerza de gravedad acentuada sobre Aurelio no le favorece hablar ni levantarse.
A pesar de la situación comprometida, diríase inerme, no se alarma, pues
percibe que el visitante está atemorizado y dispuesto a huir cual libélula ante
una amenaza. Sí está sorprendido, decide simular y estar atento; entorna los
ojos y vuelve a abrirlos grandes. Esboza una sonrisa y dibuja un gesto atento con
la mirada; mueve la cabeza con un gesto invitando al Emisario para continuar.
—… Esto es
importante, pues reflexione que si intenta expandir —habla despacio con el
acento de un emigrante que ha memorizado algunas líneas y palabras precisas
para transmitir su mensaje— su mando allende de sus fronteras, confrontará a
fuerzas opuestas refractarias a obedecerle y que lucharán gallardas hasta
anular su magnetismo; sin importar el costo ni el desgaste empleado… ni las
vidas que cueste; usted no está sujeto al chantaje como amenazan criminales a
funcionarios menores con el dilema o plata o plomo; usted dispondrá ríos de
dinero, aunque sí considerará los daños colaterales de comanders muy capaces;
con la tragedia que confrontarse a ambos lados causará. Por favor, no se le
ocurra adelantárseles ni atentar contra la existencia de mis dignidades, porque
ellos son cabezas de una hidra inmortal, cada vez que las cortan se
multiplican; sería una tontería repartir ordenes de exterminio en su contra,
eso become
stronger; le recomiendo el pacto de caballeros aunque le parezca que
allá está el lado oscuro; en especial, porque de negarse el costo será altísimo
para todos.
Conforme
sigue la explicación, la pesadez se aligera y con el dorso de la mano frota la
comisura del párpado para retirar una lagaña. Con suavidad controlada y
evidentemente molesto salen las palabras de Aurelio:
—Tengo una
idea mejor, donde no pacto con ninguna potencia clara ni oscura; además es
demasiado temprano para negociar; ni siquiera he tomado un cargo y ya estás advirtiendo;
te comportas con descortés osadía y ahora se me antoja mandar que te pares
encima del barandal del balcón y ahí hagas equilibrio.
—Claro que
me pararé en el barandal —argumenta mientras avanza hacia el balcón— pero ruego
no ignore mis palabras, yo soy un simple Emisario y no debería obligarme a
hacer algo peligroso, aquí está alto...
—Anda hazlo
y desde ahí te escucharé con más agrado.
El Emisario
avanza la corta distancia hasta el balcón y se yergue sobre el barandal. Es un
barandal metálico negro, con un filo superior de unos centímetros de ancho
suficiente para colocar solamente los pies, sin moverse.
—Está bien,
ya me he subido, pero es mejor que escuche brindando su atención; tengo
mensajes y mis palabras saves… —se dá cuenta que usó una
palabra en inglés y rectifica— ahorran un tortuoso y largo preguntar.
Por la
pesadez Aurelio no se levanta ni siquiera ha volteado la mirada, se contenta
con sentir la voz del Emisario que se ha alejado en dirección del balcón:
—Nada me
indica que seas alguien especial, excepto que usas un apodo misterioso y que
irrumpes en mi hogar trayendo un mensaje perturbador y, en el fondo, dictas una
amenaza de la cual quisiera deshacerme; así que sigue hacia el balcón.
—Ya estoy
en el borde de la cornisa del balcón, puede mirar; incluso estoy dispuesto para
saltar, aunque repito que ahorrará un largo camino de preguntas sin respuesta
si se apiada de mí; en el pasado fue profesor de historia y guardabosques,
nunca fui cirquero; tengo miedo a las alturas, no soy capaz del equilibrio por largo
time…
tiempo...
Aurelio
abre los ojos y observa un foco, luego desplaza la cabeza y mira de reojo la
figura del emisario a través de la puerta-ventana corrediza que separa el
balcón. Es un tipo extraño, con una gabardina larga y negra, con un sombrero
fuera de época y una cadena gruesa con un colguije que no alcanza a distinguir.
Intenta distinguirlo con más nitidez. En la cara una barba a medio crecer y
ojos rodeados de párpados oscuros, una negrura natural que resalta una chispa
brillante en las pupilas. Se suele suponer que las pupilas brillantes denotan
inteligencia, alegría o maldad; en este caso, es imposible que sea alegría.
—¿Miedo a
las alturas?
—Sí, es la enfermedad
de las alturas; estar aquí me altera.
—Ahora, me
siento como el nuevo rey tribal zulú a quien le enviaban dos mensajeros
anunciándole su entronización; su deber ritual era perdonar la vida de uno y
mandar la ejecución del otro; no debía matar a los dos ni perdonar a ambos, —en
su diálogo interior Aurelio piensa que él no tendría corazón para mandar a
matar a ninguno delos dos emisarios, por más que esa fuese la costumbre— porque
el rey bárbaro así anunciaba que reinaba sobre la vida y la muerte… y con ese dominio
se instaura un Poder absoluto.
Mientras pronuncia
la palabra “absoluto” el Emisario brinca. Al ver el movimiento brusco de un
salto, Aurelio se espanta y ensombrece. De inmediato se escucha un golpe seco
de las suelas de sus zapatos, que incluyen algún casquillo metálico. Por fortuna, el Emisario no ha saltado hacia el
vacío sino al interior y cae dentro del piso del balcón. Sonríe el visitante:
—Cada Poder
encuentra un contra-Poder, quizá mis señores aflojaron el magnetismo un
instante o simplemente bajó su guardia por un segundo —sonríe y se agacha, mira
como un gatito tierno y sigue hablando—; le reitero mis disculpas y suplico no
me vuelva a obligar al balcón, eso perturba demasiado; considere que la gracia
del Poder se adorna con la gracia de la piedad para los súbditos.
—Está mejor
que no te pares sobre la cornisa, los vecinos se darán cuenta y alguien se
alarmará. Al menos no quiero que te acerques, no confío en ti y quizá vienes
armado.
—Sí estoy
armado, pero es para defenderme en este país peligroso; no me atrevería a tocarle
a usted ni un cabello, no soy estúpido; recuerde que soy Emisario y no vengo a
decidir ni al daño. Mi caso sí de los mensajeros de la tribu, y yo respect
en presencia de un monarca recién coronado. Aunque no hay ceremonia de coronación
este país es una república y supongo que casi nadie tiene noticias de ti. El
principio es difícil en un cargo y no por adquirir un don hay un sabio para
utilizar… Le mostraré mi arma con delicadeza y la depositaré para ser patente… —levanta
ambas palmas de las manos para mostrar que su movimiento es suave y pacífico— no
soy malo, la dejaré en el piso con cuidado.
Con
lentitud baja la mano para sacar de entre la ropa una pistola de escuadra,
detenida con las yemas de dos dedos y la deposita en el suelo. Sigue mirando
como si solicitar piedad y modula la voz hacia un tono más suave:
—Estoy
indefenso y siempre lo he estado, aunque la gente me teme, eso es el lado
externo; para vivir en los barrios se requiere de sobrevivir con una apariencia
rugosa.
La palabra
“rugosa” le extraña a Aurelio, que recuerda la consistencia de la ladera por la
cual caminaba Napoleón exiliado; hace un gesto para silenciar al Emisario:
—Entiendo
que vienes a traerme una información valiosa y a proponer un pacto; no estoy
listo para pactar, anticipo que quienes te envían buscan una ventaja,
consistente en obtener un convenio cuando todavía desconozco de lo que seré
capaz; no me interesa precipitarme en un pacto; es de madrugada y estoy cansado
aunque quiero saber más.
—El
cansancio se combate con un buen desayuno acompañado de café expresso; el
servicio de desayuno espera abajo —mueve la mano señalando—, señor Aurelio
Velarde López, y voy a subir o hacerlo esperar.
—Sabes mi
nombre y no debería extrañarme; tú has investigado.
El Emisario
mueve la mano derecha lateralmente para negar, agacha su cuello y clava otra
mirada ensayada de gatito desvalido:
—No hay
nada malo; yo no soy espía de profesión y nunca lo he investigado; mis señores…
ellos sí están informados, están awake… listos y son su iguales en
Poder, así que no malinterprete mi cometido; no he venido por un mal. Me
disculpo, sí esto es de modo precipitado, pero así es este asunto; en algún
momento usted asumirá de lo delicado y urgentes… son las voluntades del Poder.
—De
cualquier manera no probaría bocado traído por un extraño que sigue los
mandatos de no sé qué lords del país vecino, a quienes acepto
son mis iguales, porque recibieron este don… supongo… ¿O no?
—Del
desayuno no se inquiete, lo mandé a comprar en el restaurante próximo, a una
cuadra de aquí, si gusta verificarlo; la cuestión es que estuviera fresco y era
previsible que nadie smart listo negocia
con el estómago vacío, no es recomendable.
—Quiero
saber más de tus señores y sí tengo hambre…
—Entiendo
si no confía en mí, es fácil encargar a cualquier persona su desayuno, y el
conserje sigue abajo.
—De
momento, no caeré en excentricidades, me conformo con pagar el restaurante a
domicilio.
—Si permite
yo marcaré desde mi teléfono móvil para traer su desayuno anoté el número del
restaurante.
—Eres
listo.
—Así, debe
serlo un Emisario, el servicio es exigente.
—También lo
he sentido.
—¿La
dificultad?
—De alguna
manera, aunque no es momento para platicarte de mí, sino para que des informes.
Dime algo interesante: ¿Quiénes son esos señores a quienes sirves? De momento
tuve la impresión de que eran villanos. Aclara a ¿quiénes sirves?
—No, sabría
decirlo. Usted bien adivina que los propietarios últimos de tal don no se
presentan tan fácilmente y saludan a cualquier empleado diciéndole: “Hola, yo monopolizo
el mando aquí, soy capaz de ordenar al país y obligarlo a volar si place, en
suma, mis palabras… mis órdenes”. Ellos son cuidadosos y, al menos en el Norte
se colocan atrás del Presidente y del Multimillonario para actuar como les
dicta su capricho o su conciencia, según la tengan.
—No
viajaste por casualidad. Ellos se comunican a través de alguien confiable, diría
que se comunican mediante su vicario o representante o diplomático o em… —se
contiene prefiere pronunciar después la palabra—. Y el asunto está claro,
mandan mensajes, tienen representante o mandan al ¿Emisario?
Extiende el
brazo y con la palma señala al visitante intruso, que agacha la cabeza de nuevo
en gesto medido de humildad y responde:
—Me sobrestima.
BUSCO
RESPUESTAS, LA GEOMETRÍA DE PODERES
Desde el
sillón y con un tono de voz un poco más elevado, continúa Aurelio:
—Busco
respuestas, pues si alguien te envía con suficiente jerarquía yo debo cerciorarme
de quién te facultó, no resultes un comediante —se da cuenta que esa palabra
ofende y rectifica—, no de comedia sino un actor profesional, enviado para
medir mi ingenuidad con su discurso ensayado. Es bastante obvio que su vicario máximo
es el Presidente, aunque está el dueño y señor del mando él mismo cuando
quisiera…; aunque los puestos oficiales resultan cansados, casi agotadores, así
que un privilegiado evitaría meterse en un corsé.
—Usted
quizá tenga mejores pistas.
—Sin
embargo, alguien te envió y voy a saber quién.
—No estoy autorizado
para revelar esa información, una indiscreción se paga carísima.
—Lo vas a
decir, ya despertaste mi curiosidad.
—Me envió
alguien que representa, no el top jefe, siendo una conection.
—Ardo en
curiosidad y lo dirás.
—La
prudencia no lo aconseja.
—Pero lo
vas a confesar, como el creyente se coloca junto al confesionario y goza con la
tranquilidad que le otorga el “secreto de confesión”. Esto será entre tú y yo
nada más.
El
visitante mira al cielo, hace un gesto de desagrado y responde:
—Está bien
diré quién ordenado venir, será con recato para no desatar su enojo. Un enojo resultaría
peligroso para mí, por este encargo —deletrea arrastrando las palabras como si
hablara una lengua desconocido que no sea inglés ni español: Suarz-en-Perez.
—¿Shwarzene…peces?
—hace pausa y sonríe por el nombre distorsionado— a ese no lo hubiera adivinado.
Da un
aplauso para sí mismo, felicitándose por ganar ese pequeño envite. De inmediato
suena el timbre en la puerta. Aurelio levanta la cabeza y dice al Emisario:
—Si me excusa
yo iré para abrir.
Tras la
anuencia de Aurelio, el Emisario avanza unos pasos, abre la puerta, recibe una
charola de plástico y la examina. Luego sonríe torciendo la boca, sin definir
si es por alegría o una conexión mental retenida para no evidencia algo más:
—El café
está caliente y aromático.
Mientras
desayuna, Aurelio sigue interrogando al Emisario. En resumidas cuentas el
Emisario expone su visión de que existe un detentador del Poder en California y
otro en Washington. Cada potentado funciona como un eje magnético fijo, por lo
que no traslada su poder lejos de su punto focal, pues al alejarse va menguando
hasta desaparecer; además al entrar en el radio de acción de otro eje del
Poder, su magnetismo se paraliza y el Emisario desconoce si ese fallo sea
temporal o definitivo. Al parecer las capitales de los principales países están
relacionadas con esos detentadores del mando. Quizá en siglos pasados sí
conocían la manera para heredar ese don de padres a hijos, por eso fundaron
dinastías; luego eso dejó de funcionar y el don de mando ha saltado sin
parentescos. Además llega súbitamente y entonces quien recibe el don no percibe
a cuenta cabal que ha recibido y, según
su temperamento, lucha por gobernar un país hasta conseguirlo o bien se acerca con
cautela para controlar al gobernante o bien huye escapando de esa
responsabilidad. Cada respuesta arrastraría una consecuencia distinta de
conmociones bélicas o pacificación súbita.
Aurelio
especula sobre la historia de México:
—Esa
interpretación resultaría absurda para un personaje como Santa Ana, quien
gobernó once veces al país; la existencia de un don de mando implicaría que se desvanecía
y regresaba alternativamente.
El Emisario
defiende su opinión:
—Ese
personaje se refugiaba en una hacienda de Veracruz, quizá ahí reshift
su don o convencía al dueño para volver a favorecerlo. Si un rústico paisano lo
poseía, entonces sus efectos eran inestables y episódicos. Estoy convencido de
que algunos nunca ejercen su don, ya sea porque así lo deciden o ni siquiera se
enteran que lo recibieron. A lo largo de la historia de los países habría
demasiadas opciones imaginables y reacciones alternativas. Como sea un súper-poder
equivale a una ausencia enorme en su entorno.
—Un exceso
de Poder es un exceso de opresión también. No quiero prestarme para pisotear la
dignidad de mis semejantes; quitarle su decisión es opresivo. ¿Qué herida en el
orgullo percibir que está rendida la voluntad propia para con otros? Si uno
queda humillado y ofendido con un mote, por algo tan simple; ahora, imagina
perder la voluntad.
El Emisario
pregunta sobre el mote humillante y Aurelio evade:
—No es
momento de recordar ese viejo tema… viejísimo; mejor sigamos con lo que sabes,
porque hay más de lo que pretendías en un inicio. Como sea, sigamos… —hace una
pausa, busca su idea y continúa— un exceso del Poder implica un entorno débil;
los soberanos absolutos se rodeaban de súbditos, el país entero languidecía en
una especie de esclavitud; eso significa que para una gran potencia se corresponde
un entorno de gran debilidad; eso es una balanza de desequilibrios, si colocas demasiado
en un extremo en el otro se lo quitas. En siglos lejanos el panorama era
terrible, el exceso de privilegios de los reyes se complementaba con un entorno
de opresión. El rey al declararse gobernante absoluto, sometía a todos a nivel
de súbditos, carentes de mínima libertad. Lo que gana la cúspide, se pierde en
los demás y pensar en una tiranía como designio natural repugna. En este
momento, me recuerdas a Mefisto tentando a Fausto, para que abuse de los
conocimientos recibidos. Me gusta creer que el mundo es más equilibrado. ¿Qué
opinas de ese vacío alrededor?
—He pensado
mucho en eso y estimo que el don queda en una operación inmediata. En el pasado
el dueño del poder se coronaba como rey y convertía en súbditos o esclavos a
los demás, pero quizá todo ha evolucionado y hoy son aceptables modelos
legales, donde el mandamás se somete a la ley y no abusa de la debilidad. Quizá
sea alguna virtud moral del jefe o quizá también el abuso atraía castigos y
pienso en la hemofilia de los monarcas. De cualquier modo, también me gusta creer
que soy libre, aunque lo dudo bastante. Además, ya dije que el dueño del mando
está limitado en el espacio. Una palabra directa es muy potente e impone, mientras
a la distancia es menos efectiva; si el mandamás envía un mensaje por internet o
televisión el efecto será mínimo; quizá no traspasará un perímetro de influencia. Supongo que Hitler se
interesó en la televisión imaginando que cautivaría a larga distancia del mismo
modo que en persona sobre la plaza de Berlín, cuando las damas hasta se
orinaban ante sus arengas. Creo en un perímetro geográfico; cuando el
detentador viaja pues quizá si cautiva de momento a quienes lo tratan, pero ese
efecto se anula con rapidez, y más cuando hay otro detentador en esa zona. Los dueños
son como antenas de radio que poseen un alcance máximo, fuera del cual son anulados.
Sucedió con Napoleón, él era uno con ese don, pero su eficacia se perdía
conforme se alejaba de Francia.
—Pero la
campaña en Egipto fue exitosa.
—La
efectividad con el ejército cambia, tratándose de una organización acostumbrada
al mando y cada soldado está obligado a obedecer. No soy especialista, pero la
campaña en Egipto funcionó por la superioridad militar pura de las armas
europeas, sin que pesara el carisma que ejercía Napoleón; en cambio su campaña
en Italia sorprendió y con escasos soldados logró maravillas. Y, por último, su
fracaso estrepitoso en Rusia, siempre se ha atribuido al invierno, pero ¿no
habrá sido que él cayó en pánico al avizorar que su don se evaporaba? Ordenó
abandonar Moscú en condición desastrosa, obligando a sus tropas a huir entre
nevadas sin comida ni abrigo, cuando lo conveniente hubiera sido invernar, en
Moscú bajo techo y cobijo. En esa huida irracional murieron unos 700,000 franceses,
que obedecieron en una retirada suicida.
—Tu
explicación resulta interesante y un relato plausible que deja otras
interrogantes. También la armada de Hitler sucumbió ante Rusia.
—Es verdad,
él permaneció en Alemania, lejos de las operaciones militares; de manera
similar, la moral de las antes invencibles tropas del Reich decaía conforme se
acercaban a Moscú y Estalingrado… La suerte militar languideció cuando estiró
demasiado la liga y el perímetro del líder se esfumaba.
—Sin
embargo, Inglaterra está bastante más cerca de Alemania que Rusia.
—Por alguna
razón, el Canal de la Mancha es una barrera a las influencias externas, de tal
manera que cayó la Armada Invencible española, Napoleón nunca cruzó y Hitler se
permaneció en su lado enviando sus bombas V-2 y aviones sin aventurar su
ejército.
—Tu narración
europea es intrigante; vayamos a lo que
me interesa más: México y algo que contradice el descubrir ¿cómo se apoderaron tan fácilmente los norteamericanos
de la mitad del país allá por el siglo XIX?
—Imagino
que existió un evento correspondiente a la región tomada con esa facilidad. Por
lo que sé en California existe un detentador de Poder diferente al de
Washington; el país entero es una sola organización, mientras hay diferentes
fuerzas en cada extremo del país; quizá existe un acuerdo para integrar la
superpotencia.
—Entonces
por eso hablas de tus señores en plural, pero ¿representas a dos señores y nada
más? ¿No sucede lo mismo en los demás países? Cabría que sean dos detentadores
de Poder, uno blanco y uno negro, no en el sentido de razas sino como
representación de las fuerzas básicas del universo, el yang y el yin
orientales.
—Hasta
donde me es permitido revelar, vengo como emisario desde California, pero existe
acuerdo completo con Washington. La firma sería una única.
QUIÉN
MANDA Y UN ACUERDO CON ULTIMÁTUM
Surge la
pregunta evidente:
—¿Y en
Washington quién manda?
—El
Presidente de Estados Unidos.
—¿El mismo
Presidente posee el don?
—No dije
eso, únicamente expuse el puesto de quien gobierna por ley; el verdadero
detentador del mando no me resulta conocido.
—Al menos
debes tener una fuerte sospecha de quién es.
—Por lo que
me ha dicho la gente de Schwarz el verdadero detentador está atrás del Gobierno
formal, una rienda muy cerca, pero allá no rubrica ningún papel oficial.
El Emisario
se calla unos segundos y observa alrededor, incluso a su espalda como si
alguien lo escuchara:
—Le
suplicaría evitar este proceso inquisitivo, responder en exceso compromete mi
papel; no es correcto negociar con un póker abierto.
Aurelio
suspira:
—Mi juego
de póker lo conocen tus señores, desde mi punto es absurdo firmar sin saber con
quién. Esto es nuevo para mí y bastante extraño; y entre las cuestiones más
raras está la rapidez con que tu jefe se enteró de mi adquisición del mando,
como dicen ahora adquirí el “empoderamiento” y luego de una noche tú apareces.
—Mi
superior debió recibir una clara advertencia.
—¿Quién se
la dio?
El Emisario
mueve la cabeza:
—Arriba o
debajo de nosotros existe un orden, un trasmundo, quizá el mismo Dios mueve los
hilos de esta extraña madeja del Poder; también hay quien sospecha de los
extraterrestres o de una conspiración, —suspira y mira al techo— ahora temo que
usted solicita demasiado, no soy capaz de desenredar la madeja completa. Diré
que recibí una orden urgente y con dirección precisa; la orden fue contactarle con
urgencia.
—Ahora
especulas en lugar de responderme.
—No tengo
una respuesta directa, tampoco no sería extraño que le estuvieran vigilando
desde años atrás o desde el día del nacimiento. Tengo la impresión de que
México quedó sin dueño del Poder algún tiempo. Quizá el anterior envejeció o
murió; luego este espacio o corona quedó vacío, como una pausa, con eso vino una
“transición democrática”. En los años del anterior régimen se hablaba de un
gobierno monolítico, signo de que había un mandamás definido. Son simples
deducciones de un partido único y sistema controlado.
—Alguna
idea de quién fue el detentador del Poder en México antes.
—Imagino
que era el anciano líder sindical al que reverenciaron durante décadas, no
recuerdo bien el nombre…
Aurelio le
interrumpe:
—¡Fidel
Velázquez! La momia del sindicalismo, parecía una momia eterna y sí, encaja con
lo que dices, pues se mantenía tan cerca del círculo del gobierno y era
inamovible. Según la tradición él destapaba al candidato a Presidente cada seis
años, lo cual es más que sospechoso.
—Y cuando
se murió el sistema político del país se debilitó hasta que se vino abajo.
—El sistema
simplemente cambió a una versión más moderna, una democracia imperfecta.
—Como usted
diga.
Aurelio se
pone serio:
—De
cualquier manera odio ser espiado, dile a tu jefe que dejen de seguirme.
—Con gusto
se lo diré, pero él no me recibirá una llamada inoportuna, habrá que esperar a
que él llame y eso será en el transcurso del día; aunque eso de permanecer vigilado
es una ventaja en un país tan peligroso. Quizá lo han librado de un problema
sin que usted se entere.
Aurelio
comenta con ironía:
—Entonces
tu jefe es mi ángel de la guardia... —recuerda una rima— “angelito, angelito,
mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”.
El Emisario
mira con curiosidad. Continúa Aurelio:
—Eso me
obligaban a recitar de niños, aunque a mi padre no le gustaba. Regresando al
tema, preferiría controlar mi propia seguridad.
—Eso opinan
en las altas esferas, hasta donde sé; bueno, no lo sé a ciencia cierta, pero
eso creo.
Entonces Aurelio
siente otra clase de pesadez:
—Y lo más
importante, si alguien manda debería de saber mandar; bastante he investigado
del asunto, aunque estoy todavía lejos del arte de gobernar, y eso se requiere;
todavía tengo conciencia y no estoy tan contento con este don; los viejos le
llamaban “sacarse un tigre en la lotería”… ganar lo que parece un premio, pero arrastra
problemas; adiós a mi paz, adiós a mi tranquilidad.
—Creo que
muchos dueños del Poder se mantienen a la penumbra y, supongo yo, algunos han
evitado ejercer su don.
—Si nunca cursaste
medicina ¿te atreverías a hacer operaciones a corazón abierto? Hace unas horas
intenté enmendar a un pordiosero y enloqueció con el cambio que le ordené; para
mí era levantarlo a la dignidad y para él no resultaba.
El Emisario
busca una solución mirando al techo:
—No
operaría a corazón abierto, aunque sí contrataría a un especialistas; los
especialistas están en el gobierno y en las universidades; con buen tacto no
creo será difícil rodearse de especialistas en los temas de gobierno, o de
administración del país, o de lo que sea…
—Ya estás
hablando de modo sensato, —hace una pausa y regresa al punto— aunque permanezco
muy intrigado con tus jefes o lo que sean. ¿Cómo se enteraron tan rápido de mi
nueva situación? Todavía no lo sabe ni mi madre y ya están enterados no sé qué mandones
allende de las fronteras. Quién sabe cuánta gente está estudiando mi caso,
sopesando los pros y contras de esta súbita facultad. Alguno estará preocupado
y otro contento… eso no lo revelas, así que no te lo pregunto y voy adivinando.
Afuera la megalópolis
ya ha tomado su ritmo normal, con millones de oficinistas y obreros llegando a
sus trabajos, el transporte público vomitando multitudes; la gente se apura y
pone seria al acercase a las fábricas y oficinas; millones de zapatos sonando
contra el suelo; millones de respiraciones cada minuto; miradas que acarician
indiferentes el concreto y cristal que domina la urbe. El día semeja a
cualquier otro y ningún cometa en el cielo ni temblor de la tierra indican que
algo inquietará su futuro. El frío matinal se ha disipado y un día tibio se
extiende hacia las cuatro direcciones cardinales. El anfitrión se levanta, mira
por el balcón, regresa al sillón y continúa platicando:
—No estoy
en disposición de negociar, pero escucharé tu propuesta. ¿Existe algo en
concreto? ¿Existe una barrera que no
debo traspasar?
El Emisario
busca un cartucho cilíndrico y adentro hoja doblada entre sus ropas. Extrae la
hoja que está amarada con un moñito, como arreglada por una tienda de regalos,
quita el moño y desdobla la hoja, la cual pugna por regresar a su posición
circular, torciéndose desde los extremos. Deteniendo con ambas manos los
extremos del pliego, el Emisario lee: “Excelente y libérrimo señor Aurelio
Velarde López, me permito congratularme de su nueva condición de plenipotenciario
de un singular Poder de mando; del cual ya se habrá dado cuenta, antes de leer
este comunicado. La persona que le entregará personalmente este envío
diplomático es nuestro Emisario especial, quien tiene amplia facultad para ponernos
en contacto, sin embargo, no queda facultado para modificar ninguno de los términos
de este acuerdo. Una vez leído este comunicado, usted recibirá un “teléfono
rojo” mediante el cual obtendremos línea directa para casos de suma necesidad o
urgencia. La petición de pacto que le hacemos es sumamente sencilla: 1) Usted elegirá
una residencia dentro de un perímetro de mil doscientos kilómetros considerados
desde el Centro de la Ciudad de México; evitando los viajes prolongados que
rebasen ese perímetro. Para rebasar dicho perímetro se requerirá de un acuerdo
temporal de partes, determinando el motivo e itinerario permitidos. 2) Usted
evitará perturbar y ordenar a personas que provienen de nuestra zona de
influencia o de cualquier detentador de Poder ajeno, cuando viajen o residan legalmente
dentro de su territorio. 3) Después de quedar en posesión del personal
gobernante e instituciones políticas dentro de su área perimetral mantendrá
relaciones de buena vecindad y, en lo posible, de cordialidad con el personal
gobernante e instituciones políticas que nosotros mantengamos dentro de
nuestros perímetros. 4) En lo posible, usted evitará acciones que resulten
oprobiosas para la población dentro de su perímetro o redunden en hostilidades
externas posteriores.
A cambio de
estos límites tan razonables, le ofrecemos reciprocidad: 1) Respetaremos sus
decisiones y órdenes dentro de su perímetro; evitaremos viajar dentro de ese espacio
y en caso de necesidad justificada, acordaremos el itinerario y un posible
encuentro. 2) Evitaremos perturbar a las personas que provienen de su zona de
influencia, cuando viajen legítimamente a este territorio. 3) Mantendremos
relaciones de buena vecindad y, en lo posible, cordialidad con su personal
gobernante. 4) Evitaremos conspirar contra usted y, por el contrario, le
informaremos de inmediato sobre cualquier sedición en su contra que ocurra
dentro de su perímetro, y esperamos reciprocidad en este punto. Para cualquier
asunto no acordado explícitamente nos guiaremos por las leyes y tratados
internacionales vigentes, así como las estructuras políticas imperantes,
esperando que por su parte siga esa misma regla.
En su
soberanía, están disponibles el cielo sobre su cabeza y el infierno bajo sus
pies y ahí están para traspasarlos, por lo que no es prisionero sino libre
entre los libérrimos. Por simplicidad y armonía, basta una firma bilateral y se
entenderá que surte efecto con las demás regiones del planeta, que se
manifestarán rápidamente conformes y amistosas ante su Poder.
Evitar
mutuas hostilidades es crucial así que hemos establecido una costumbre entre nuestros
pares; según la costumbre usted enviará a un pariente consanguíneo para residir
dentro de nuestro perímetro en prenda, lo cual será correspondido por nuestra
parte. Cordialmente. Siguen firmas ilegibles.”
—¿Eso es
todo? No parecen peticiones en demasía y ya me tratan como si fuera el nuevo
Presidente. —Aurelio haca una pausa y vuelve a una idea importante— Insisto en
que no resulta justo que desconozca a mi contraparte. Quien te envía sabe bien
quién soy, por mi parte desconozco. En justicia, si lo escrito supone que somos
iguales, entonces conviene que se revele con más franqueza.
—Disculpe
que comente algo, que suena a contradecir —hace una pausa el Emisario y sonríe
en son triunfal—, ya que en estos tiempos a diario hacemos contratos sin
conocer al dueño. ¿Quién conoce al dueño de la telefónica, las compañías de gas
y electricidad? Cada simple compra implica un contrato. Cada cuenta de banco y
de seguros es un contrato, si los clientes exigieran tratar personalmente con
el dueño del negocio, el mundo estaría paralizado.
Aurelio
señala:
—Es un buen
punto, aunque esto no es una simple compra, no se generan contratos que
comprometen el destino de un país a cada rato y se acude a la ventanilla para
cambiar de país vecino si no te gustó el trato. Como sea… Una firma suele ser
implícita, no se requiere de una firma real cuando hacemos compras digitales o
cuando convivimos con una mujer varios años se asume que es un matrimonio. Así,
que cuando las voluntades se encuentran y hay una buena fe no se requiere de
firmas y contratos, al revés, cuando se firma un documento legalmente inválido
también la firma pierde su validez. Como sea… —hace una pausa— me estoy
desviando. El detalle que no me gusta es el “intercambio de prisioneros”. Yo no
mandaría a un pariente como garantía ante conflictos potenciales. Es como
dejarlos prisi…
—¿Prisioneros?
—Sí es como
el intercambio de prisioneros recíprocos de las tribus antiguas.
—No lo
había entendido así —anota el Emisario.
—Ese punto
no está en la negociación; les vas decir que eso no lo acepto.
El Emisario
cambia el tono de voz, con un giro que pretende dramatismo, dice:
—Nada está
a negociación, es un pacto escrito de todo o nada; se toma completo o me revocan
el mandato, mis jefes son terribles cuando se falla… ¡Qué bueno que nunca serán
los suyos!
—Si no
acepto, entonces ¿qué pasa?
—Esto se
pone feo.
—¿Feo?
—Sería un fracaso
mío y en la frontera una especie guerra.
—No estoy
declarando ninguna guerra, yo quiero más tiempo, pensarlo mejor.
El Emisario
se encoge de hombros:
—Tengo
hasta después del atardecer para obtener su respuesta.
El sillón
está tan mullido y agradable aunque continúa el frío desde el interior de su
cuerpo. El desayuno tampoco ha calentado el estómago, además Aurelio siente
dolor en la cabeza, como un golpe que ha permanecido ahí durante demasiado
tiempo. De nuevo la pesadez en el cuerpo que no lo deja moverse y, ahora se
suma el frío que cala los huesos. Aurelio se preocupa y le pregunta al
Emisario:
—¿No
sientes un frío atroz que te cala los huesos? El amanecer debería estar
calentándome y no es así.
El Emisario
no responde con palabras sino con la cabeza, con la cual niega enfáticamente.
Luego se levanta del piso y camina hacia el balcón, quiere respirar el aire
fresco de la mañana. El cansancio lo agobia, le tiemblan las piernas al caminar.
Aurelio imagina que el Emisario caerá si se vuelve a asomar, que sucederá un
accidente y le previene:
—No te
asomes por el balcón, no vaya ser que te pase como al tonto del pueblo que “se
cayó por asomarse”.
Esta vez el
Emisario no le hace caso y avanza buscando aire fresco. Entonces Aurelio
insiste:
—Que no
vayas al balcón.
El Emisario
parece no oír y sigue unos pasos más hasta alcanzar el balcón. Ahí respira
hondo, absorbiendo el oxígeno que le urgía y desde afuera responde:
—Sin
oxígeno suficiente pierdo el sentido, dejo de escuchar o mejor dicho oigo sin
entender. Piense usted que quizá el poder depende de un centro y origen más de
lo que suponía. Mis señores se desplazan cientos de kilómetros y alcanzan
fronteras donde se desvanece su mando, donde comienza la diplomacia con sus
vecinos. Sin embargo, quizá su naturaleza sea distinta y ese gran Poder sea
flor de un momento, breve cual “Sueño de una noche de verano”.
Que el
Emisario lo haya ignorado le generó intriga y hasta ansiedad. Atemorizado y
dudoso de haber extraviado tan pronto su don, Aurelio despide al Emisario:
—Es momento
de que te retires, quiero estar solo y pensar las gentiles propuestas de tus
señores. ¿Dejarás el escrito para examinarlo?
—Claro, es
justo que lea y relea esa misiva ya que es la carta que marcará el resto de su destino.
No vaya a suceder que algún enemigo gratuito lo envenene o que los jugos
gástricos de las entrañas del Poder le dañen.
El Emisario
sonríe y parece contento mientras silba una tonada. El Emisario saluda con un
gesto de manos mientras cierra la puerta del departamento con cuidado.
Aurelio
siente el sillón mullido y cómodo, aunque su cuerpo esté tan frío, como bajo
una loza de piedra.
ALGUIEN
EN QUIEN CONFIAR: EL PODER CORROMPE
En cuanto
desaparece el Emisario, Aurelio sabe que el tiempo apremia para hablar con
alguien de confianza y comienza por disculparse con Dafno:
—Por favor
disculpa mis ofensas; fue un imbécil de cantina, mi actitud fue por completo
idiota; no sé qué me sucedió, pero lo que haya sido es poco ante lo que confesaré
y el enorme problema que tengo encima.
El amigo Dafno
estaba justamente ofendido:
—Y nada más
me hablas así como si nada, te portaste... cerdo.
—Reconozco
mi error, mis muchos errores, pero ya sabes los malos consejos del alcohol; ya
sabes que te quiero —Aurelio supone que esta frase final posee un doble sentido
que conmoverá— lo digo con sinceridad, te quiero como amigo.
—Sí, ya
como amigo… el mal amigo que bebe y luego se pone loco y ofende.
Las disculpas
se reiteran hasta que el oído y el ánimo de Dafno están dispuestos a escuchar.
—Lo que revelaré
es tan importante que nos debemos ver a la cara, para que me creas; después de
que no separamos sucedió algo increíble.
En tono de
regaño y alarma Dafno objeta:
—No me
digas que te metiste en problemas por malacopa,
mataste a alguien, pretendes que pague una fianza para sacarte de la cárcel.
—Nada de
eso… ni maté a nadie ni estoy encarcelado; al contrario, soy del tipo más libre
en esta tierra, tan libre… no lo creerás; además mereces una disculpa en
persona.
Muy
intrigado, Dafno accede a salir de inmediato para reunirse. Mientras se dirige
hacia el departamento por su cabeza transcurren conjeturas: “¿Habrá salido del
clóset y por eso entró en una fase tan agresiva? También una declaración de
SIDA pone a la gente algo loca y homofóbica; eso parece más lógico; si fuera la
enfermedad me daría mucha tristeza; espero que no haga una locura, la medicina
avanza, será mejor que no se suicide…“
Después de
colgar, Aurelio suspira y se relaja. El sillón donde se ha sentado está más
mullido que el efecto de la tela y acolchados internos. Piensa que ha sido
correcto no acercar a Alfonsina, pues el punto de que ella siga enamorada de él
sin ser correspondida la convierte en un factor explosivo. Mantenerla lejos
evita un entramado de potencial daño, es mejor no comunicarse con ella, ni en
pensamientos invocarla hasta que esté resuelto su destino. Acaricia el brazo
del sillón y acomoda mejor el cuerpo en la superficie, sus músculos y tendones
desde el interior claman por descansar más. Una especie de nubecilla de “pneuma” imaginaria escapa del siguiente
suspiro tal cual Aquiles exhalaba tras la batalla definitiva, así durmieron los
aqueos alejándose de Troya tras el incendio. Nada más queda un silencio, donde
no hay búsquedas ni intensiones; lo extraordinario de un don se esconde tras la
cortina de la indiferencia. El olor a viandas desconocidas flota hacia su nariz
mientras cierra por entero los ojos y afloja los hombros contra el respaldo.
Los sonidos caóticos de la enorme megalópolis se deslizan por el balcón y no lo
inquietan. Sospechar que el Emisario, tras de sí ha dejado vigías hostiles no
le interesa; en rápida sucesión irrumpen los Tezcatlipoca-Quetzalcóatl y ejecutan
una danza, que burbujea con fragmentos de sus explicaciones. Mientras se va
hundiendo en el sopor matinal piensa: “Cualquier realidad posee un origen; cada
eslabón en la cadena de existencia nos lleva hasta un punto especial; los actos
más insignificantes nos empujan hacia una senda, que los antiguos llamaron
Destino y, una vez encarrilado, no hay marcha atrás. ¿Mi día de nacimiento
señaló para encontrarme con ellos? El
privilegio de mandar también arrastra una carga… el evidente precipicio de los
gobernantes que se van quedando solos, rodeándose de lambiscones y cayendo en
la ambición desmedida, hasta sacar el rostro horrible de la tiranía… ¿Gobernar
absolutamente no es también esclavizar? En ese caso yo sería el primer enemigo;
sin haber recibido nada ya me comporté tan mal con Dafno y empecé a jugar y
manipular desconocidos de la calle como fichas de dominó…”
Visualiza
una ficha que crece enorme cual edificio con ventanas negras y redondas; la
ciudad queda en silencio y duerme profundamente. Descansa cuando debería
aprovechar su jornada, agotado por las agitaciones y un torrente de impresiones
que no ordena en su mente. Transcurre el sueño hasta que lo despierta el
timbre. Se incorpora menos cansado, aunque con los miembros tensos y con los tendones
de las pantorrillas cual ligas duras que le molestan. Abajo timbró Dafno:
—Qué gusto,
claro, sube de prisa hay mucho que platicar.
Se mueve
con lentitud hacia la puerta, usa la mirilla central buscando a secuaces del
Emisario y parece que no hay nadie en el pasillo. Abre la puerta despacio y
mira alrededor, el sitio está vacío, de reojo brillan los números del elevador
que indican subir. Espera hasta que el amigo sale del cubo metálico y lo abraza
efusivamente.
—¡Qué bueno
que te disculpaste! Hubiera sido una pena terminar una amistad así.
Siguen
algunas disculpas más y los cumplidos para reiterar el mutuo afecto. Mientras
el anfitrión sirve un refresco, Dafno se ha sentado y pasea la vista por el
sitio. Entonces descubre en el piso un arma, da un traspié involuntario y pone
cara de susto:
—¿Eso es lo
que creo que es?
—La ha
dejado un tipo, aunque deduje que ni siquiera tiene balas o, como sea, no se ha
usado; al menos el tipo prometió no usarla a menos que…
Dafno lo
interrumpe alarmando y pregunta si anda en malos pasos, él responde:
—La verdad
es más increíble de lo que te supones y tengo que platicarte paso a paso, lo
que sucedió después de que nos separamos…
Le resulta
difícil explicar qué son y cómo son ellos, con sus ondulaciones alrededor y un
aire milenario. La mañana se ha terminado, comienza el sol vertical del
mediodía, el calor se acompaña de briza desde el balcón. Explica y lucha contra la incredulidad del
amigo quien, de cuando en cuando, acota:
—Quisiera
creerte, resulta tan raro lo que dices.
El anfitrión
sabe que la prueba es sencilla en extremo:
—Si el
relato es cierto tengo la capacidad para obligarte a que hagas algo que te
resulte repugnante.
Vuelven a
argumentar:
—Claro, si
me obligas a comer una cucharada de mostaza que es repugnante y jamás la he
tolerado.
Mientras se
levanta Aurelio explica:
—Para que
tenga más valor de prueba objetarás que es asquerosa y jamás aceptarías
comerla, ni dormido ni estando loco.
—Así es, no
me la comeré.
Regresa con
un frasco amarillo y una cuchara, se acerca mirando de frente:
—Si no ha
sido una gran alucinación o estoy desatinando lo que sucederá a continuación es
te pediré de la manera más simple que comas pequeñas cuchadas de esa, para ti,
repugnante sustancia.
—Ni creas.
Aurelio
extiende las manos y da los objetos:
—Primero
debes abrir el frasco, si no es imposible comerlo.
En silencio
Dafno empuja la tapa y jalonea hasta que suena un “flap” y se libera la rosca.
Mira con extrañeza y olfatea el contenido, dice “Agh” con disgusto.
—Y te la
vas a comer, es una simple orden directa, que te resulta imposible de rechazar.
El invitado
ensarta por entero la cuchara, la colma de pasta amarilla y la mira su cubierto
repleto. Hace una mueca de disgusto y abre la boca; mueve la cuchara con
velocidad y engulle el contenido, mientras expele sonidos desagradables “Agh…
más argh”.
—Sabe
horrible y no lo creo, sí lo hice.
Saca la
lengua como suplicando algo a Aurelio.
—Te voy a
dar refresco y haces buches mientras te explico qué pasa. Ya ves, no estoy
enloquecido; esto sucede desde ayer; te voy a explicar la visita de un
Emisario.
Conforme
avanza el relato el amigo se tranquiliza al comprender el origen de la pistola
tirada; sin embargo, se queja de náuseas; el anfitrión sugiere que no lo haga, aunque
el desenlace es inminente y Dafno termina yendo al baño para vomitar.
Cuando
regresa se sonríe:
—No
lograste evitar que vomitara.
—No
pretendo el papel de Dios ni mandar sobre los reflejos biológicos; ahora soy el
primero en preocuparse y temo terminar enloqueciendo; siento que no consideras
tan serias consecuencias que vienen.
—Esto me
rebasa. Al menos te estás desahogando y ya sabemos que no estás loco ni orate…
por el momento.
—Hay algo
más que desahogo; este don es peligroso desde el principio y no hay que esperar
a que uno se engolosine.
—Si fueras
un tipo malo lo sería…
—No es que
sea malo o busque serlo; pero hay otros iguales y por eso el Emisario urge un
trato… Que quizá valdría hacerlo, simplemente por ganar tiempo, aunque entregar
a la familia de rehén es horrible, incluso escalofriante. Y suponiendo que no
tenga por ahora más salida, tomo el trato, pero hay más de fondo. Siento que
uno estaría contaminando.
—¿Contaminar?
—Me refiero
a que pronto cualquier gente estaría complaciéndome y engañándome, porque sin
querer les estaría ordenando; al rato me gustará rodearme de aduladores y
lambiscones; en poco tiempo estaré rodeado de nulidades, una especie de
esclavos.
—Entonces
habría que alejarse de ti, como sucedió con el Rey Midas.
Aurelio
recordó vagamente un capítulo blanco y negro donde un Rey Midas comenzaba
alegre a convertir en oro sus árboles y cojines, después la película se volvía
dramática conforme tocaba a sus alimentos y se quedaba sin comer, terminaba en
tragedia cuando, sin querer, rozaba a su esposa e hijos. En el horizonte pensó
un resultado de estatuas sin vida o… en el fondo autómatas sin voluntad:
—Entonces
alrededor quedarían “autómatas sin voluntad”.
:
—Sería feo
—convino Dafno— tanto como pegarle al Niño Dios.
—Es
horrible, quizá la humanidad entera está así desde sus inicios, esto si creemos
en lo revelado por ellos; una tribu
inmensa de autómatas conforme se aproximan a centros vivos de poder, lo que se
llamaba las majestades.
—Mientras
pensamos esto con cuidado, tengo una idea. Sería pertinente almorzar, así me
quito la impresión de la mostaza.
—Yo ya
había desayunado; pero te acompaño.
Los amigos
salen a paso lento del edificio, cerca está un pequeño restaurante que abre
desde el amanecer. Mirar la calle bajo un sol intenso otorga un sentido de estado
ordinario a la jornada. Aurelio se admira de que el entorno siga funcionando
igual:
—Siguen en
sus tareas cual si nada sucediera, pero a cualquiera que detenga aceptará una
orden mía sin chistar.
—¿Cualquiera?
—Excepto
los enamorados.
—Entonces
lo mío ¿no es amor? No contestes, no quiero saberlo, vayas a salir que eres la
adivina del zodiaco y Kalimán en el mismo paquete.
El
restaurante está vacío, una mesera morena y delgada entrega menús
plastificados. Aurelio pide café para los dos y que cierre la puerta de
entrada. La mesera obedece y la cajera le reprende, se acerca a la mesa a
preguntar si es cierto que alguien ordenó no dejar pasar a más clientes:
—Yo lo
pedí, porque he visto a un tipo sospechoso en la proximidad; mejor déjelo así,
no vaya a ser.
—Está —la
cajera tartamuedea, como si no enocntrara palabras, hasta que termina—muy bien,
mientras no llegue el patrón, lo que usted diga.
—¿En verdad
hay un sospechoso? —Se inquieta Dafno— ¿En serio?
—Tengo la
impresión de que nos ha seguido gente del Emisario.
Aurelio
tranquiliza al amigo, explicando que no supone peligro, pero sí es preferible
mantener distancia. El almuerzo consiste en un par de huevos fritos y el amigo
está animado, bien dispuesto a adaptarse a esa nueva realidad:
—Es
importante descubrir los peligros potenciales, ya sabes que la gente fácilmente
odia a los políticos, entonces sí se enteran de que adquiriste facultades de
rey tendrás más enemigos de los que te imaginas.
—Por eso
apareció el Emisario armado.
La mirada
de Dafno chispea y mira al horizonte, se desinteresa por la comida del desayuno
tardío:
—El Poder
es un juego peligroso y más un novato, para quien no está preparado para
jugarlo; saber sobre los grandes autores de ciencia política es distinto a
enfrentarse al ring de boxeo, con golpes bajos.
Aurelio
siente un tono extraño en la voz del amigo y éste responde:
—Esto
parece el efecto Rey Midas alterando el ambiente; como sea, prefiero regresar
al departamento, me basta con un pan de dulce para el camino.
Al caminar
de regreso Aurelio continúa explicando sus preocupaciones:
—Para quien
sufre el efecto de mi voz de mando es una situación por entero injusta;
bastaría que reciban una orden disparatada para arruinar su existencia.
—Quizá la
gente ha recibido esa clase de órdenes absurdas desde niños, por eso tanta
infelicidad; ya vez tantas personas enredadas entre miedos y preocupaciones;
eso viene desde la infancia. ¿La mala educación no es eso? Sí, mala educación
son órdenes absurdas que arruinan de por vida, por eso hay tantas terapias
psicológicas diferentes.
—Si los
errores y horrores los han cometido otros no me preocupa tanto como yo cometer
los errores por todos.
—Si ya lo
sabes, entonces guardas silencio y evitas equivocarte.
—Existe esa
alternativa, de alguna manera lo expresó el Emisario, y recuerdo la tradición
de mutismo y autocontrol de algunos gobernantes, así debería hacerlo el Dalai
Lama, el jerarca religioso tibetano, que no es el único caso: educar al rey es
amarrarlo y afinarlo antes de que cometa desatinos.
Regresan al
departamento y sobre la puerta está un pequeño papel pegado con un recado: “Sea
considerado. No es escape. Estaré puntual al anochecer para su respuesta.”
Dafno
opina:
—Aunque des
una respuesta positiva y hasta firmes convenio o lo que sea, lo recomendable es
más cautela; le dejas un recado y un teléfono para tratar sin enfrentarlo.
—Vaya que
te estás volviendo sagaz; nada más paso al baño y le llamo a Herminio.
Al salir
del baño, Aurelio explica su plan que consiste en aplazar la firma del pacto
propuesto, mientras tanto buscar a Herminio, quien le dio un amuleto que perdió.
Dafno sugiere esconder el arma y
separarse durante el resto de la jornada.
REUNIÓN
CON HERMINIO Y SUEÑO DE SUBLEVACIÓN
Por
teléfono Aurelio explica que le urge reunirse y que le gustaría que llevara
otro amuleto igual al extraviado:
—Tengo
cosas extraordinarias que platicarte.
Herminio
responde atento:
—Me
interesa escucharte, aunque conseguir lo que quieres no es sencillo.
Conciertan
verse en un café de chinos en el Centro de la ciudad.
Antes de
salir, Aurelio decide probar una nuevas pastillas ansiolíticas y, de una vez,
una dosis doble. Decide que esa es la manera para relajarse y aguantar la
presión que vendrá. El frasco no señala contraindicaciones, son pastillas rojas.
Espera que un relajante profundo lo librará de la ansiedad que se agita
alrededor, además que sería un exceso seguir consumiendo más analgésicos, sin
descartarlo por completo. Se acomoda en el mismo sillón y encima una manta. Y
en cuanto cierra los ojos, un sopor se extiende incontenible…
Con un
ánimo optimista imagina que se incorpora y sale corriendo de su edificio, que
ha cambiado de transporte tres veces para cerciorarse de que no lo sigan: taxi,
colectivo, subterráneo, colectivo y taxi. El café tradicional ocupa un local
modesto, inclusive algo sucio; huele a madera vieja y a trapos húmedos que han
repasado miles de veces la duela del piso. El dependiente posee rasgos chinos y
modales hípsters; mantiene la vista clavada en un periódico deportivo y es poco
atento con los comensales. La entrada la franquea una abatible de doble hoja,
al estilo cantina del viejo Oeste; los muelles chirrían cada vez que se agitan
las hojas. Herminio había llegado antes, permanecía sentado y girando
ociosamente la oreja de una tasa blanca, decorada con signos rojos de
caligrafía oriental.
—Tendrás
que creerme que ha sucedido lo que temías sucedería.
Herminio
levanta la bebida humeante a manera de un brindis:
—Espero
felicitarte y no darte el pésame.
—A veces se
camina sobre el filo de la navaja, entre dos riesgos; lo bueno también resulta
en un mal; lo extremadamente favorable se convierte en una desgracia y tú
intentaste advertirme cuando me diste un talismán…
Aurelio
expone un relato breve de lo sucedido y Herminio solicita detallar la visión de
ellos:
—¿Te han
parecido seres terrestres o estelares?
—Ellos
fueron vistos y oídos, aunque la gente ordinaria no los ve.
—Preferible
evitar visiones; esas son propicias tras la muerte; no creo que sea mi momento ni
era el tuyo.
—No estaba
listo para ellos ni para recibir un don tan denso que es como el don del Rey
Midas.
Herminio se
queda pensativo:
—Imposible
encontrar lo perdido de una manera rápida; ahora tú deberás ser tu propia
protección; requerirás más paz interior y amor del que te imaginas, de lo
contrario sí serás un títere de tus apetitos y caprichos; porque lo sabes… el
poderoso se convierte en déspota con facilidad… Eres peligroso para quien se
aproxime con inocencia pues tu mando se roba las voluntades sin pedir permiso. De
ahí al precipicio moral hay un trecho pequeño.
—¿Tú qué me
recomendarías para no corromperme?
—Recomiendo
aislarse de la ciudad, refugiarse en un Centro Ceremonial Azteca, donde te
purifiques alejado de las malas influencias lo suficiente…
Aurelio lo
interrumpe:
—Este don
no sirve, trae más problema que alegrías.
—Opinar a
la ligera es equivocarse; si ellos expusieron que hay motivos para que exista,
entonces debe haber motivos suficientes, incluso inconfesables….
Aurelio
pierde atención a la explicación, cierra los ojos con fuerza y mira la imagen
del dueño del local cuando eleva el volumen de las noticias:
—Se pide a
los ciudadanos permanecer en sus casas; varios batallones militares, al
parecer, se han sublevado; la agitación parece estar centrada en la Escuela
Militar… En un minuto nuestro corresponsal, con imágenes exclusivas de
tanquetas moviéndose hacia el Palacio Nacional.
—Eso sucede
cerca de aquí, —Herminio se agita— pronto habrá soldados en estas calles; es
mejor alejarse de esta zona; temo un Golpe de Estado sangriento y, nada es
casual, está ligado con lo que te ha sucedido.
Aurelio se
incorpora de la silla y se toca el estómago; rodea la mesa, se acerca al
televisor y mueve las palmas de la mano hacia abajo en gesto de calmar algo; gira
la cabeza y clava la vista en un horizonte imaginario.
—Bastará charlar
con el líder golpista y quedará bajo mis órdenes; si es correcto lo que nos
imaginamos los soldados han percibido que en este gobierno no hay nadie con don
de mando; porque de modo instintivo el brazo armado del Estado busca liderazgo
y no lo ha encontrado. ¿Qué opinas?
—Hace unos
momentos dije que lo mejor es alejarse del ambiente corrupto y refugiarse en un
centro ceremonial; precipitarse sería convertirse en títeres y hacérselo a
otros.
—Es
demasiado tarde para huir; ya salieron los soldados de los cuarteles y se
enfrentan leales e insurrectos. La oportunidad pertenece a los audaces, aunque
un bala perdida esté aguardando, no asumo que ese sea mi destino.
—Es
precipitado usar un don del que desconoces alcances y consecuencias… Además tú
no aspiras a dictador ¿o me equivoco?
—Correcto,
no aspiro a nada malo; pero sonó la hora de la audacia, dejar de lado cualquier
temor, quizá con unas cuantas llamadas cambie una tragedia. Si he sido víctima
de una ilusión terminaré temerariamente con el engaño. Más vale un minuto de
gloria que una existencia parapetado en la cautela… ¿qué sucede si los soldados
bombardean el Palacio Nacional?
Aurelio asume
que su destino está fundido con esos Avatares de la cámara secreta. Recuerda la
historia del país y tiene la impresión de que ese edificio jamás ha sido seriamente
bombardeado desde que se construyó: las revoluciones y asonadas le reverencian sin
que sea evidente. Delibera con Herminio la prudencia de involucrarse o no.
—Por la
irresistible fuerza de este don de mando ambos bandos accederán, se doblarán
como pequeñas ramas ante un huracán. De inmediato llamaré.
Herminio
mira con seriedad, arruga el ceño, su gesto silencioso denota desacuerdo y en
su fuero interior quiere huir a un santuario espiritual para preservar a Aurelio
de sus inclinaciones descontroladas, incluso maligna.
El dueño
del sitio, con mirada perruna, acerca el teléfono antes de que se lo soliciten,
de inmediato marca el número de un cuartel militar próximo y explica con ánimo
alegre:
—Sin duda
ahí nos contactarán al líder de los militares, busco al general de más alto
rango.
Aurelio
asiente, aunque piensa, que su propia voz será la única efectiva para lograr la
comunicación. Mientras espera la comunicación, se distrae con más imágenes
televisadas de soldados marchando y máquinas bélicas. Unos segundos después el enlace
se logra:
—Esperaban
su llamada…
Con
sorpresa Aurelio toma el auricular de un viejo teléfono de plástico negro y
escucha:
—El general
acepta su llamada... De inmediato lo comunico.
Mientras
una música ligera indica la espera del conmutador telefónico, al sitio entra un
soldado pateando la puerta y lo siguen varios más, vestidos de color verde
manchado, al estilo camuflaje. Las personas en el sitio cesan cualquier
actividad y observan pasmados la entrada de diez militares que cargan fusiles
en sus manos, azotan sus botas en el suelo y se colocan al centro. Un evidente
líder los guía al frente, es prieto con evidente ascendencia indígena, estatura
media y pómulos prominentes; que al plantarse en el centro recorre la mirada y
descubre a su interlocutor, por lo que levanta la voz:
—Que el
señor se entregue —mientras señala con el brazo en dirección de Aurelio,
sentado a unos pocos metros de él.
—¿Cómo me
voy a entregar? —objeta de inmediato, con voz temeraria, a pesar de lo tenso del
ambiente— Estoy para mandarlos.
El líder de
los soldados es moreno y de quijadas angulosas; agita una metralleta negra y le
clava la mirada, un gesto ancestral con ecos de guerras de exterminio y campos
de refugiados:
—Mandar, ni
qué tanates; está detenido, usted y todos sus secuaces; hay corte marcial y los
vamos a fusilar.
Un tono de
teléfono despierta a Aurelio, las imágenes vívidas se disuelven junto la mirada
inyectada del soldado. De inmediato reconoce su mismo departamento y alarga la
mano hacia el teléfono y escucha la voz de Herminio que se disculpa porque está
retrasado; Aurelio le reclama con desgano y agotado:
—No sabes,
estoy muy cansado ¿podrías venir acá? Sí más tarde, de alguna manera urge ya...
¿hasta qué hora vendrás? Como sea trataré de descansar otro rato.
Cuelga el
teléfono, siente una sed de diablo desértico, avanza con desgano hasta el
refrigerador donde lo espera una jarra helada de agua que vierte en un vaso
traslúcido. Bebe de prisa y se lleva otro vaso al mismo sillón. De nuevo
sentado quiere seguir durmiendo y se acomoda. La pesadez de cabeza y un súbito
oscurecimiento del ambiente se alían de modo raro.
PACTO
DE SANGRE
Entre
ensoñaciones han transcurrido muchas horas, para Aurelio la tarde se vuelve por
completo oscura y se pregunta en un nuevo sueño “¿Y si resulta tóxica esta mezcla de pastillas?” Y lamenta haber
sido confiado; luego supone que es natural quedar cansado y sentir frío tras
jornadas de milagrerías y amenazas, agitaciones y sorpresas sin treguas. El
aire alrededor pesa cada vez más. Imagina lo que sucede ayudado por la letra de
una canción: “Entre dos tierras estás y no dejas aire que respirar”. Sin abrir
los ojos su cuerpo descansa y la mente se entrega a la somnolencia.
De pronto siente
una brisa que acaricia las mejillas, quizá una puerta que se abre. ¿Regresó el
Emisario? Sí, ha entrado de nuevo el Emisario, sigiloso y triste ya que lleva
una condena en el bolsillo: su sangre a cambio de amparar a su familia, a su
tercera familia y a los demás. Saca de la cartera el retrato de una joven,
recién salida de la adolescencia, con pelo negro y largo, que posa frente a una
casa en los suburbios de Los Ángeles. Una vida de ensueño comprada con la
fidelidad a una causa. Ahora el Emisario deberá demostrar su fidelidad y la
seriedad de sus palabras con su sangre. Trae la carta que justifica al suicida,
y por eso repite el comienzo ritual “No se culpe a nadie de mi muerte”. Desde
que entró escucha el ligero ronquido de Aurelio… Eso es una señal, y con sigilo
el Emisario se dispone a preparar el escenario perfecto para su suicidio.
A Aurelio,
acomodado en su sillón por el momento no le importa nada, sino descansar. El
cansancio acumulado desciende en agua de un arroyo cristalino limpiando la
sangre intoxicada. El frío de la noche regresa cada vez más anestésico; siente
la densidad del aire y no tiene fuerzas para abrir los ojos. El ruido exterior
mezcla la lejanía, desde una enorme Plaza donde se ha congregado una multitud
con el rumor que se transmite desde una gran distancia y suena a sordina del
subsuelo, desde donde se filtra en la proximidad un recitar de “No se culpe a
nadie de mi muerte y Todo el poder al pueblo”. En lugar de despertarlo el ruido
externo lo sumerge en la zona más honda de su ensoñación. Su mente onírica
proyecta el famoso túnel que muestra la completa existencia ante los ojos, esta
vez no ha viajado al cielo sino al pasado. El recuerdo viaja por los instantes
desde la noche que despertó en el vientre maternal hasta el momento cuando la
muerte lo sopesó en la balanza, ese momento en que se desangraba a unos pasos
del recinto más recóndito del Palacio, cuando respira con dificultad e incapaz
de moverse, suplica una prórroga para revelar los secretos del Poder… Y sus
pasos regresan al recinto subterráneo y se pregunta ¿quiero escuchar a
Quetzalcóatl que es lo mismo que el Cristo de su madre y el Buda de los lejanos
orientales? Con la cabeza archivando datos y relatos de Maquiavelo o
Clausewitz, ignora tanto para manejar las riendas del Poder sin perder su alma
en el intento y a la primera oportunidad pide gestos absurdos a un guardián del
panteón y a un pordiosero. Al reconocer su incapacidad una voz dulce que supone
bienhechora le aclara: “Sigue el camino de lo correcto, que la ruta está llena
de trampas.” La voz de su conciencia al fondo reitera “el camino de lo
correcto”. La frase repetida suena a recuperar el talismán perdido.
El emisario
prepara el escenario de su despedida. Husmea en el departamento, mira las
pastillas ansiolíticas cerca de la mano de Aurelio. Encuentra su propia pistola
que había dejado en el suelo y conjetura sobre las huellas dactilares de
Aurelio. Saca dos cartas, una con su escrito firmado con su nombre auténtico
y apodo juntos para dejarlas sobre la
mesita al centro de la sala, otra con más explicaciones dirigidas a Aurelio y después
coloca una pequeña cámara sobre un trípode dirigido hacia el balcón.
Aurelio
dormido murmura: “…el camino de lo correcto”.
De momento el
intruso se sobresalta, guarda silencio y mira. Escucha por segunda ocasión la
frase y se convence de que Aurelio sigue dormido. Regresa el sonido de un leve
ronquido. Piensa en apurar sus preparativos, que fueron convenidos con
anticipación. Comprueba que la cámara ya trae la videograbación de una
declaración suya que explica: “—Un pacto se sella con sangre, pero esa sangre
no es la de los mandamás, así que será la de este simple Emisario.” De manera
breve y elocuente él recuerda cuando quedó parado en el filo del balcón, y
agradeció la merced de que Aurelio no lo obligara a saltar. Ese instante de
perdón fue una prórroga, él seguirá su Destino. Y su turno final sellará un
pacto donde su sangre será la garantía. Mientras Aurelio siga dudando el pacto
es imperfecto. Una firma en papel importa, sin embargo, cabe anularla con otra
firma, en cambio lo tinto en sangre nunca se olvida. ¿Entiende de los
sacrificios floridos de los antiguos? El intruso acude para ello, será su
garantía y aval, sumado a una culpa que no le correspondía. Y termina su
videograbación: “¿Inocente? ¿El detentar es inocente? Si revisa las antiguas
leyendas, cualquier rey se entronizaba después de desafiar a muerte al
anterior, ahí tomaba el trono, sobre el hueco caliente del anterior. Sirva esto
como despedida.”
A la
videograbación previa se añade la nueva, que ese preciso instante comienza el
Emisario. En una mano toma la pistola y con otra se alisa el cabello, para
acercarse a la cámara, y listo para correr hacia el balcón si Aurelio se
despierta antes de tiempo. Comienza a susurrar:
—Esta
locura es por mi voluntad, aunque hay una deuda que no soporto ante Aurelio.
Ciertamente, de las manos de su madre Angustias López recibí el dinero para comprar
la residencia para mi joven esposa. Aunque con anterioridad él no sabía nada de
esa operación, ese dinero en realidad resulta fácil trazar el rastro hasta —hace
una pausa para recordar el nombre completo— el señor Aurelio Velarde López. Y en
fin, las ambiguas pistas que tramadas son que hoy no tengo capacidad de cumplirle
a esa señora, así que siguiendo esta trama complicada entonces el seguro de
vida de la empresa donde trabajo incluye cobertura por suicidio y ese será el
único modo para saldar ese deshonor que se ciñe sobre mí y compromete el
patrimonio familiar. Esto lo digo para el mundo, por si Aurelio desea hacer
pública mi coartada. Lo que sigue es personal. No me arrepiento de lo que he
hecho. Mis días estaban ya contados, morir por propia mano no deshonra cuando hay
una causa suficiente. Tengo motivos hasta de sobra y el sellar el pacto entre
países vecinos, para evitar que haya guerra para mí resulta suficiente. Sé que
esto nunca lo comprenderá mi familia y cargaré con ese peso. Mi suicido marca
un “pacto de sangre” con la garantía de que a Aurelio no buscan dañarlo desde
afuera. Eso es todo.
El Emisario
acomoda la cámara y aprieta con fuerza la cacha de la pistola. Recorre el breve
espacio hasta el balcón y se levanta sobre el pretil. Después se agacha hasta
colocar el pecho equilibrado sobre el pretil y que las piernas cuelguen hacia
el vacío, mientras una mano aferra con fuerza el pretil y la otra con la
pistola hacia su cabeza. Cierra un instante los ojos, respira y repasa sus
últimos segundos. Vuelve a respirar hondo convencido de que no olvidó ningún
detalle. Reúne su decisión y grita repetidamente hasta conseguir que el cuerpo
del sillón se incorpore:
—¡Despierta!
¡Despierta!
Aurelio se
incorpora por los gritos, sus músculos lo incorporan cual resorte sin claridad
de qué sucede, sobresaltado aunque lejos de un estado de conciencia. En la
penumbra no divisa desde dónde proviene la voz ni quién la emite.
En cuanto el
Emisario lo mira levantado empuja su propio cuerpo hacia el vacío y aprieta el
gatillo.
El
estruendo de la explosión y el brillo del fogonazo hacen que Aurelio brinque
sobre sus pies. El corazón agitado y su mente intentando dar una explicación de
gritos y un trueno que no atina a comprender si comienza una terrible tormenta o
están dinamitando una construcción próxima. Varios vecinos escuchan el
estruendo y comienzan a asomarse tras cortinas, ventanas o puertas para
descubrir qué sucedió. El conserje después de la explosión bajo el edificio
percibe un crujir de ramas entre los arbustos y, por evidencias, descubre al
visitante intruso.
Aurelio se
descubre agitado y alarmado, parado en la sala y recordando, un tronar
precedido de gritos despertándolo. Da un paso suave, se toca las manos y la
cara. Escucha el silencia en el sitio y los murmullos desde la calle. Da otros
pasos, prende la luz y confirma un olor a pólvora, entonces recuerda la pistola
dejada por el Emisario que prometió regresar esa jornada. Huele algo agrio en
la atmósfera y voltea con agitación hacia distintas direcciones, descubre un
bulto en el suelo —es una maleta que dejó el intruso— y sobre una silla una
cámara acomodada con una lucecita que indica encendido. Descubre el humo en el
balcón y de inmediato sospecha lo que sucedió. Se acerca y observa manchas rojas
en el barandal, piensa en sangre fresca y que no debe tocar ahí. Escucha los sonidos de la calle que arrastran
palabras bajo su departamento. Decide no asomarse en dirección de la agitación y
regresa para investigar qué más hay adentro. Abre la maleta y no descubre nada
de sospechoso sino una torta a medio comerse, camisetas y suéteres usados, varios
cables y un teléfono encendido.
Descubre el
escrito sobre la mesa y a primera vista nota que abajo firma “Edward Scott del Moral”
y su alias “el Emisario”. Deja la lectura para después y supone otra parte de
lo sucedido. Cambia d parecer para asomarse por el balcón y comprobar su
sospecha, para distinguir unos pocos curiosos mirando un cuerpo recostado entre
los arbustos. Distingue al conserje y pregunta gritando:
—¿Qué pasó?
—¡Sé cayó!
—Bajo a
ver.
Aurelio se
pone un suéter y desciende por las escaleras, intenta correr, aunque va despacio
y dando tumbos hasta alcanzar la calle. En cuanto abre la puerta el conserje
brinca para acercarse a él desde su derecha, y se planta frente a él:
—¿Qué
hacemos?... Todavía respira.
—Pues la
Cruz Roja o al 911, a quien llegue más rápido.
Aurelio
comprende que lejanas fuerzas lo seguirán presionando hasta el extremo y que urge
interpretar lo que sucede, inclusive su reacción lenta o torpe costará más vidas.
¿Está muerto? Lo más probable es que sí, aunque si Aurelio anticipa que si él se
involucra en engorrosos trámites y desgarradoras consecuencias como compadecer a
los familiares caerá en un círculo de parálisis o de trampas. Por eso Herminio
recomendaba tan enfáticamente alejarse, sin embargo, el plazo para firmar está
agotado. ¿Qué sigue después de un suicidio sospechoso en su balcón? ¿Luego
viene un atentado? La prudencia le urge rubricar la paz con quien sea y de
inmediato. ¿A cambio dejar de rehén a un familiar? Aunque sus hermanos están
lejos y quizá ni siquiera se darían cuenta de una invitación a migrar a Estados
Unidos con todos los gastos pagados, a una vida tranquila y sin preocupaciones.
Quizá alguno agradecería con gusto cumplir ese trato.
UN
CÍRCULO CONCÉNTRICO: AMENAZA, PACTO…
Aurelio
prepara una jarra de café y la bebe para eliminar los efectos del somnífero,
requiere de la máxima claridad mental. De lo sucedido hace unos instantes sospecha
es un mecanismo preciso, el llamarlo trampa disminuye sus dimensiones, ya que
mezcla de amenaza, promesa, pacto, culpa… Lo acontecido fue armado con tal
precisión que se descubre vulnerable. “No implica la muerte, encontrarán más
formas de acorralarme.” En su mente busca medidas para sentirse más protegido.
Comienza a
leer las dos cartas del Emisario y escucha la sirena de la ambulancia que
llega. Se asoma con cuidado y mira la maniobra del personal, eso significa que sigue
vivo. De alguna manera lo alegra, aunque asume que el suicida frustrado morirá
pronto, pues lo urdido es irreversible. El montaje del suicidio no fue para
dejar un lisiado, la hipótesis de que el Emisario reaparezca le parece absurda.
El resultado fatal lo ejecutará algún cómplice o un veneno adicional. Una trama
tan temeraria nunca se deja al azar. Mira con curiosidad hasta que se aleja la
ambulancia y entonces le marca al conserje, quien le explica:
—Una señora
dijo que lo conocía y se fue en la ambulancia.
Ante las
preguntas el conserje no sabe confirmarle si el cuerpo recibió un balazo,
aunque lo supone cierto por el ruido y el sangrado.
La evidente
imprudencia o complicidad del conserje por franquear el paso del intruso no la
hace evidente. Aurelio cuelga, se siente para volver a leer las cartas del Emisario.
Lo interrumpe una llamada por teléfono. Mira la hora, es más de la 1 pm, el
número justo suena cuando escucha una patrulla policial afuera. Del otro lado
reconoce de inmediato la voz de Raudén, aunque el tono tan amable y preocupado
no lo había escuchado antes:
—Discúlpeme
mucho que lo despierte a estas horas, pero algo extraño está sucediendo, que “planten”
cadáveres, es preocupante. Su operación, la de usted, debe conservarse
confidencial, me refiero a la secreta, que la parte pública es pública. Y
disculpe la redundancia.
—Se refiere
al intento de suicidio ¿sabe si está muerto?
—Lo supongo
por la combinación de arma de fuego y una caída de las alturas, pero lo
confirmaré a la brevedad.
Aurelio
piensa que debe hacerse la víctima y pedir algo de protección:
—Supongo
que fue un atentado contra mí y estoy desprotegido de favor, ¿me puede
conseguir protección policial permanente, pero que sea discreta, un par de
guardias personales que sean de la entera confianza, como esos que cuidan al
Presidente?
—Esas
decisiones son poco frecuentes, pero por usted moveré lo que sea necesario para
lograrlo.
Entonces
Aurelio comprende que su superior se comporta como subordinado y entonces le pide
más y más:
—Requiero
una especie de vacaciones pagadas, requiero de tiempo para algo importante…
—hace una pausa, espera la respuesta positiva y sigue— También el mejor aumento
de sueldo que esté en sus manos conseguirme…
A todo
Raudén le da una afirmativa y parece sincera la respuesta.
En cuanto
se despide su jefe, Aurelio comprende que pide bagatelas siendo cierto que en
su palabra despertó el Poder del país entero y ya lo acosan las auténticas
potencias extranjeras para pactar… De hecho lo obligarán a pactar por cualquier
medio.
Duda antes
de marcarle a su madre por lo que está encontrando en los escritos. ¿La implicó
el Emisario? ¿El pacto diplomático la incluye a ella? Mientras lo piensa le
llama a Dafno y le exige que acuda de inmediato a acompañarlo por un periodo
aún indefinido.
—Trae ropa,
mira mejor te quedas a dormir aquí, parece que es demasiado sencillo irrumpir
en este departamento durante la noche.
Debe
encontrar cómo cuidarse de trampas y asechanzas, descubrir qué alcance ganó su
influjo y también las intenciones de los jefes del Emisario, aunque por encima
de las amenazas… ¿cuál es el verdadero don que recibió o será una maldición? De
su boca salen palabras que doblegan voluntades y eso pareciera que hasta traza
los mapas de las naciones en un juego planetario, aunque sea el juego serio de los
adultos del mundo, un juego raro en el cual se muere con facilidad. Para
comenzar ya está siendo sitiado desde una capital desde la distancia y hasta lo
cercan con la amenaza de que resulta tan fácil enviar un asesino furtivo
mientras duerme y que también él parece un asesino que lleva sangre en su
conciencia. ¿Un pacto de sangre? Esa visión que se desprende de las cartas lo
escalofría y agobia. Regresa al mismo sillón para releer con más calma las
cartas y como si su cuerpo tuviera una memoria, acude la somnolencia, en una
pequeña batalla entre las píldoras soporíferas y la cafeína para despertar.
Fue un
cabezazo de sueño que por un instante lo alejó de la preocupación, mostró un
refugio donde la existencia es tranquila, cuando lo sobresalta ruido de una
sirena de policía colándose por el balcón. De inmediato Aurelio supone que
murió el Emisario, si siguiera vivo el asunto se queda con los paramédicos, si
ha muerto… pero ¿si la trampa organizada con detalle implica que el Emisario simule
un cadáver sin importar que sea verdad? De momento no imagina al tipo tan
enérgico y astuto suicidándose por órdenes superiores y justificándolo por una hipoteca.
Avanza hacia el interfono para prevenir al conserje:
—Dígales a
los señores de la policía que no deben molestarme.
Al contrario
de sus esperanzas de tranquilizar la noche, llegan otras dos patrullas. El
asunto del intruso se complica, quizá Raudén lo ayude. Le marca y su jefe
contesta de inmediato:
—Haré hasta
lo imposible, aunque a estas horas quizá no encuentre a los jefes del sector
policíaco para sacarlo de inmediato. Prometo que haré más que lo posible.
Por más que
crece la confianza de Aurelio en el don también se imagina la complicación de
enfrentar cargos por asesinato y que policías de investigación vean la
cámara, las cartas… eso movería al aparato de Estado en su contra y lo
obligaría a combatir contra los límites de lo legal. Anticipa las repercusiones
desagradables de que su familia y conocidos miren en las noticias acusaciones
de ese calibre en contra de él. Teme que su don sea ineficaz ante las
adversidades de investigación policial cuando él sea culpado de un crimen. Ha
observado que los enamorados están como inmunizadas, entonces ¿qué sucede si lo
juzga un juez enamorado? ¿y si los policías que vendrán son “soldados del
amor”? Es mejor conjurar un problema cuando es pequeño.
El conserje
por el interfono lo busca y él le responde:
—Esa
ocurrencia de que sospechan que la persona se cayó desde mi departamento es un
disparate, no me deben molestar, estoy ocupado y soy un funcionario en una
misión especial.
El policía
de la voz acepta retirarse y un par de minutos después escucha que se retiran
las patrullas, sin embargo, una permanece. El conserje vuelve a marcar y le
dice:
—Una
policía insiste en subir a verlo.
Aurelio
reacciona pensando que debe ocultar la cámara, la maleta y las cartas. Le toma
un instante guardarlas en una gaveta abajo del mueble que sirve de cantina.
Mientras lo hace piensa que si investigan ese gesto parecerá incriminatorio:
esconder la evidencia y dejar sus huellas digitales en la cámara. Ante la
insistencia piensa que hablando más cerca logrará influir mejor al uniformado:
—A ver, que
suba para terminar esto lo más pronto.
ENTREVISTA
CON LA POLICÍA Y CONCIENCIA CULPABLE
Decide
dejar la puerta emparejada como si eso fuera un signo de inocencia que compense
el ocultar las pertenencias del Emisario. Regresa al sillón y toma una vieja
revista con la sensación de que le dará un aire de inocente desenfado cuando
llegue la autoridad.
Una patada
en la puerta lo sobre salta. Tras el portazo se ilumina la figura de una mujer
empuñando una pistola que nerviosamente señala en varias direcciones.
—Estoy solo
y desarmado, tranquilícese, por favor.
La mujer
trae un uniforme azul, insignias y lanza una mirada feroz. Atrás de ella está
el conserje que mira con espanto la escena y un gesto de suplicar perdón sin
palabras. Por respuesta ella indica silencio con un dedo y con pasos ágiles
hace una revisión de las puertas para comprobar que no haya nadie más en el
departamento y después de ello guarda su arma. Cuando la luz del departamento
la define perfectamente, Aurelio anota que ella posee rasgos atractivos, una
brillantez de mirada y el arco de las cejas, el tono preciso de las mejillas.
Un conjunto armónico que lo invita a fantasear que ya se conocen.
—Parece que
sí está solo.
—Le estoy
diciendo, oficial, que estoy aquí solo, aunque espero que pronto venga una
persona.
—¿Su
abogado?
—No. No es
mi abogado, ¿por qué habría de necesitarlo?
—Reportan
un muerto, pero para ser un suicidio hay datos extraños: disparo y caída. Cualquier
departamento de esta hilera es sospechoso, pero únicamente dos cuentan con un
balcón y el conserje confirma que el otro departamento está deshabitado. Como
sea, tampoco lo estoy inculpando, pero así como que me llamo Lídice, aquí hay
un ligero aroma de pólvora.
Aurelio
intenta aplicar su don:
—Mire es noche
y supongo que está cansada, así que quizá mañana mirará las cosas de otra
manera. Sus colegas policías se retiraron por un buen motivo, la mejor idea es
que me deje descansar.
Las pupilas
de la mujer policía son verdes y su voz enérgica:
—No se da
cuenta que este sitio podría ser la escena de un crimen.
—¿Sería tan
amable de retirarse y dejarme descansar? Mire soy un funcionario con una misión
delicada, creo que sus compañeros se retiraron de aquí por buenos motivos, si
usted se retira lo agradeceré.
Aurelio
hace un gesto de incorporarse y ella lo detiene con otro:
—Siga
sentado, que vamos aclarar algunas cuestiones —ella parece molesta, aunque no
con él— que por eso este país cada vez resulta más un cochinero. No sé qué tan
importante sea su puesto ni cuantas conexiones tiene, pero al amparo de los
privilegios no se vale violar la ley. Allá afuera quedó un muerto y no sé si
usted sea culpable, porque la cara la tiene de gente decente, sin embargo, esa
persona fue muerta y eso es un crimen.
—Me dicen —la
interrumpe Aurelio— que fue un suicidio.
El conserje
que se ha quedado junto a la puerta escuchando responde:
—Eso dicen,
como que sí se suicidó.
La mujer
responde:
—También
escucharon una detonación y ese sería un suicidio extraño… que no lo descarto:
pegarse un tiro a la orilla de una azotea, ventana o balcón para caer
garantizando que no se salvará… hay suicidas muy decididos, no se imaginan
ustedes de lo que son capaces. Para continuar preferiría que nos dejara solos...
Se dirige a
conserje que pregunta con la mirada a Aurelio y él le responde asintiendo con
la cabeza. Ella se entretiene comunicándole por radio a su compañero que la
situación está controlada, que procederá a hacer unas preguntas.
—Usted no
es un policía típico.
—¿Por ser
una mujer?
—Parece de nivel
muy alto: su tono de voz y su pronunciación tan fluida, supongo que estudió con
título honorífico.
—Psicología
y filosofía, la última carrera trunca, hasta comencé un posgrado, pero vengo de
familia en estos menesteres. Y no estoy
aquí para que me conozca ni para intimar ¿Entendido?
—Y además es
guapa, supongo que eso es un reto en el ambiente machista de la corporación de
seguridad.
—No me
quedé para confidencias ni para que se gane mi confianza. Ya le dije que no
tiene cara de culpable, pero sí lo veo alterado, hay algo extraño en su voz
como si fuera un profesor de hipnosis aplicando, junto con el nerviosismo de
quien ha presenciado un crimen, no de quien lo ha cometido.
—Como soy
inocente me dejará descansar, se lo suplico.
—Le dije
que este sitio parece la escena del crimen: huele a pólvora.
Aurelio
piensa que es una fortuna que no haya husmeado en el balcón donde se alarmará
con las huellas de sangre y confirmará el olor a pólvora, que él no lo notó
pues no está acostumbrado, pero ella sí insiste en ese olor desde que llegó, ha
de ser su olfato más educado.
—Y si esto
no fuera tampoco un suicidio sino una trampa… una trampa —repite la palabra
despacio— para hacerle la vida imposible a un funcionario que en estos momentos
trae entre manos la más delicada misión que se imagine.
—¿Qué
misión es más importante que aclarar un crimen o la libertad de un inocente?
—responde la policía y clava la mirada verde en mitad de la cara de Aurelio,
como buscando el mínimo pestañeo para una pregunta ética que define la frontera
entre las personas inocentes y los criminales— ¿Una misión tan importante que
no se la revela a nadie de la cual depende incluso el futuro de la humanidad o
la paz mundial?
—Está
siendo irónica y eso no van con sus lindos ojos.
—Está
siendo coqueto y eso no vale conmigo. Volvamos a lo importante. ¿Tiene idea de
quién era la persona que se suicidó?
Ella vuelve
a clavar la mirada para captar cualquier gesto. Él lo percibe como si aplicara
la típica linterna sobre la cara y se da cuenta que desvía la mirada, que se
tarda en responder, que los segundos que de silencio para elaborar una respuesta
evasiva lo están acorralando; entonces Aurelio decide no evadir la verdad de
que sí conoció al suicida:
—Lo acababa
de conocer… —Hace una pausa, sabe que habló demasiado, lo más cómodo era
negarlo todo e insistir para que se retirara la oficial, apelar a su derecho
para no ser molestado en su domicilio sin una orden judicial.
La mujer
casi brinca y sin fijarse lleva la mano hacia la pistola que está en el cinto.
Aurelio continúa:
—Sabe que
puedo apelar a mis derechos y exigirle que se retire hasta que venga con una
orden judicial. La estoy invitando a pasar de una manera amigable, supongo que
usted prefiere llenar un informe fiel y entregar buenas cuentas a sus jefes. Si
dejé la puerta abierta no tenía sentido patearla y lo demás… Como sea.
Ella se
relaja y, por experiencia sabe, que si él no está armado, perfectamente puede
sacarla del lugar, así se perdería la oportunidad. En ocasiones memorables ella
ha logrado la confesión directa de criminales y eso le apasiona: extraer la
escoria de la sociedad derrumbando la barrera de la culpabilidad, esa careta de
inmunidad y la pretensión de que una muerte ajena no importa.
—Disculpe
—respira hondo, sonríe y aleja la mano de la cintura—; no lo estoy acusando ni
acosando, en todo instante respeto sus derechos, aquí estoy más bien por su
seguridad. Noté que sospecha de una trampa y quién mejor que un oficial para
cuidar de usted ante el asecho. ¿Podemos continuar en un plan amistoso?
—Adelante.
—¿De qué
conocía al occiso?
—Eso no es
fácil de explicar, él se presentó aquí mismo con una serie de planteamientos
absurdos y pretensiones que me hacen suponer algún desequilibrio mental.
Presumió que era un agente o funcionario del otro lado de la frontera con
contactos al más alto nivel, que tenía una deuda pendiente con mi familia, cosa
que no lo sé de cierto. Se presentó aquí muy insistente, argumentaba cuestiones
vagas de política mundial y de relaciones internacionales, de poderes ocultos y
de misiones secretas. Supuse que él era excéntrico o de plano algo desequilibrado,
pero usted se da cuenta que soy una persona muy decente y lo dejé que hablara,
tratando de llegar al punto donde insinuó había una relación con mi familia. No
alcancé a comprender de manera cierta qué traía. De manera insistente se hacía
llamar Emisario, así que no sé si el nombre que me dio era real, Edward Scott
del Moral y dijo venía de Los Ángeles.
—¿Algún
dato exacto de su domicilio, de cuándo se internó en el país, de la línea aérea
en que viajó?
—Creo que
no dijo nada específico, aunque creo que tenía una esposa joven y una deuda
hipotecaria. De hecho no sé si tenía hijos, espero que no, supongo que sería
terrible pensar que su padre —una emoción repentina sube a la cabeza de Aurelio
que imagina varios huérfanos desesperados ante un ataúd y suspira— se suicidó.
Suena el
interfono, y el conserje anuncia:
—Su amigo,
el señor de Góngora.
—Horas
extrañas para recibir visitas —dice la mujer policía visiblemente contrariada y
muestra la hora 3:33 pm.
Aurelio le
pide al conserje que lo comunique con su amigo:
—Disculpa
Dafno, tengo la visita de la policía en el departamento y todavía vamos a
platicar un rato, el sillón de la recepción allá abajo es cómodo; por favor,
espérame.
Entonces
continúa el interrogatorio:
—Que apenas
conoció al occiso en circunstancias inusuales, que lo visitó aquí mismo y que
hoy apareció el Emisario muerto al pie de su edificio. Quizá él saltó desde su
balcón; otra opción es él pudo trepar hasta la azotea y lanzarse desde ahí,
aunque aquí hay un olor a pólvora; ni que limpie a profundidad una autopsia
forense descubrirá la verdad… Volviendo a lo que sí me gustaría aclarar ¿usted
le dijo algo que provocara el impulso suicida?
Ella repite
la mirada incisiva y la pausa para descubrir algún gesto nervioso, de nuevo lo
sabe Aurelio, su tardanza ya indica culpabilidad:
—La gente
que lo conozca le confirmará que él era una persona extraña, insinuaba cosas inverosímiles
y como que había recibido encargos secretos, quizá tomó a mal cualquier frase
suelta. Le digo que nunca antes lo conocí y me tomó por sorpresa que argumentara
una deuda con mi familia. Y adelanto que desconozco que eso sea real.
—¿Le
importaría que su dicho haya provocado la muerte de ese desconocido? Por
ejemplo, a un lunático alguien sin intención le señala una pistola, después
éste se pega un tipo. Hay una culpa. El descuido nunca será juzgado. Si a un
depresivo alguien le explica que su existencia apesta y después lo invita a
mirar un balcón para escupir sobre la pequeñez y mediocridad de cada paseante
anónimo, también estaría presionando en sentido irresponsable.
—La vida de
cualquier persona me importa, aunque no la conozca. Y como sea lo vi, platiqué
con él, comprenda que a mi manera estoy en shock. Digo, no es mi familia para llorar por él ni un
enemigo para alegrarme, ese desconocido fue un ser humano… un poco extraño.
—¿Y si por
un descuido mayor en lugar de que haya un cadáver resulta que son varios?
—Sería una
tragedia —la mira con tristeza— una gran desgracia.
—No me
refiero al hecho objetivo, sino a que si por sus palabras descuidadas le
costara muchas vidas —hace una pausa para subir el tono de voz— y de su más
simple gesto costara la existencia a no muchas sino a millones de desconocidos,
como acceder al temible “botón nuclear”.
—No veo ese
escenario sensato ni razonable.
Aurelio
huele el aroma de otra trampa, aunque la mujer es enfática, intensa en su
sinceridad y no da la sensación de hipócrita. Ella continúa:
—Vayamos a
algo más real, las personas no se responsabilizan de sus pequeños compromisos,
evaden las consecuencias, odian la responsabilidad… Si de mantenerse despierto
la noche entera despendiera la integridad de un desconocido, la mayoría de la
gente terminaría dormida; solamente una madre sería capaz, como que los varones
suelen evadir las responsabilidades.
Con rapidez
Aurelio ata cabos en su mente y siente que la mujer no encaja tan bien en la
escena, pues no es una policía ordinaria ni actúa de manera ordinaria, supone
que ella representaría como actriz otro engranaje de la trampa montada con el
suicidio del Emisario, entonces dice:
—Ya
entiendo, usted no está por casualidad.
—Nada es
casual.
—¿Es usted
policía de verdad?
—Mire mi
placa.
—No me
refiero a eso, exteriormente usted es la… —utiliza una sonrisa en lugar del
sustantivo— perfecta, aunque es imposible que en todo el Ministerio haya otra
tan astuta, que sea psicóloga y muchas linduras más; desde ahora adivino que
usted está enamorada y se sigue que —sube el tono de voz— invulnerable a cada
influjo.
Ella lo
nota alterado y procura bajar la tensión:
—Volvemos
al tema sentimental, está bien soy madre divorciada, amo a mi hijo; pero no
estoy disponible al primer testigo que se siente galán —sonríe y finge que no percibe
la alteración de su sospechoso— es usted demasiado coqueto, pero como sea le
voy a dejar un número donde localizarme y usted va a descansar.
Con una
reacción impulsiva (y absurda vista desde afuera, aunque con el empuje retador
de quien comienza a creer en un Destino) Aurelio pregunta:
—No es
indispensable que se vaya todavía, ¿no quiere revisar a detalle el balcón?
Ella mueve
la cabeza en negativa mientras explica que alterar de manera intencional una
escena del crimen sería un delito. Saca una libreta diminuta donde dibuja una
carita sonriente, el nombre Lídice y un número telefónico.
—La
acompaño a la salida, voy por mi amigo que dormita en la entrada del edificio.
VULNERABLE
Y RESPONSABLE
Al subir
con Dafno el amigo se lanza hacia un sillón en signo de su agotamiento, Aurelio
le explica precipitadamente antes de que el otro caiga dormido:
—Los que
están en el exterior “saben demasiado” así que no debo pelear con ellos. Son
capaces de cosas terribles, como sacrificar a su Emisario y apuntar los filos
de la culpa hacia mí. Además no estoy listo para mandar a los demás, por más
que la mayoría de las personas quizá están destinadas a ser guiadas, como sea
ahí está el aparato del Estado. Pero lo inquietante es si algo se alteró aquí
mismo y quienes detentaban el Poder aquí están amenazados o no aceptan perderlo.
Esa noción me obliga a creer más en esa propuesta alocada de un pacto con los
de afuera y eso implica que debo contar con protección en el sentido armado. Ya
sé que esto suena a paranoia, ya hasta pedí protección de guardias y quizá me
quedé corto con mis peticiones. Es más márcale tú a Raudén para exigirle que se
apuren con mi protección, porque hay mucha agitación en el ambiente y no me
gusta que apunten su pistola hacia acá. Por más que no sentí miedo con la
policía, siendo ella una “enamorada”, que es lo mismo que insensible a mis
dones, entonces si fuese un sicario… acaba conmigo. No lo hizo, no tuve miedo
de ella en ese sentido, al contrario, es agradable la mujer, sospecho que no es
una auténtica policía, sino parte de los juegos de trampas y engranajes
alrededor. Que esos de las trampas y engranajes no te lo explico porque tampoco
lo entiendo.
Dafno le
marca a Raudén desde el teléfono del amigo. El funcionario dormía y acepta la
llamada por venir de Aurelio; en cuanto percibe otra voz se desconcierta y
enoja, regaña… Entonces interviene éste para señalar que acepte a Dafno como si
fuera él mismo y que le urge recibir protección, que en la última hora otra vez
le apuntaron con un arma, aunque era una policía.
—Entonces
también enviaremos protección de policía normal, juntar dos tipos de guardias
no está de más.
—¿Y
soldados?
—No se me
ocurrió porque sale de mis atribuciones, pero conseguiré autorización.
Dafno
pregunta si van a la guerra y Aurelio le contesta que espera evitarla, que para
eso firmará una carta de convenio diplomático.
Después de
explicar lo sucedido, Aurelio comenta sus preocupaciones para el futuro:
—Para el
exterior dan por sentido que ya poseo el Poder del país, pero aquí quien debió buscarme
sería el propio Presidente… Lograré aclarar eso con los seres ancestrales, los Avatares
conocidos como Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.
Dafno agitado
dice:
—Hay que
acudir con la máxima jerarquía.
—Entonces
los ancestrales y juntamos a Herminio, quizá el me ayude a interpretar lo que
me digan. De una vez márcale, aunque esté dormido, él entenderá la importancia.
En cuanto
Hermino responde el teléfono objeta a la visita con los Avatares ancestrales:
—Es mejor
prepararse en el Gran Chamán del Centro Ceremonial Azteca.
Aurelio le
explica con brevedad los últimos acontecimientos, ante lo cual Herminio se
agita y levanta la voz para abrir lo que para él es un arcano:
—Cuando el
espíritu no está listo para el Poder provoca ruina y destrucción; el peso
aplasta a los espíritus débiles; lo mejor es apurar el cáliz pasar el desierto
que diferencia al oro de la ganga; hay una prueba de peligro y muerte que cada
candidato a recibir el Poder debería de atravesar, tal como intentó Judas con
Jesús, al enfrentarlo con Pilatos y la Plebe; en este caso no eres el Mesías;
con muchas más razones hay que —Hermino levanta la voz, como si hablara de una
cumbre hacia otra— atravesar el más terrible riesgo y mostrar que eres digno de
un sitial entre los benefactores de la humanidad…
La mente de
Aurelio se ha extraviado entre la potencia que Herminio imprime a sus palabras,
no alcanza a comprender que es un mensaje serio y percibe una exageración, como
una teatralidad que le desagrada; piensa que él está en condición de obtener
una solución más allá de las curiosas ideas que acaba de escuchar y entonces le exige:
—Eres tú el
que vas a hacer caso. Ya hay poco tiempo. Nos bañamos para refrescarnos y nos
vemos en el Zócalo a las 7 am, al fin que todo está muy cerca, una visita y
otra al Presidente.
El
pronombre “tú” toma por la garganta a Hermino, como si lo apretara y lo
arrastrara un centímetro invisible. En su interior siente que la situación está
a punto de salirse de control y que un deber imperioso lo llama, aunque para
una mentalidad ordinaria sus actos sean incomprensibles.
—Ni
siquiera vamos a dormir, tenemos tiempo para bañarnos.
UN
ESTRATEGA DE CAFÉ
Dafno se
queja en el camino que desfallece por el hambre y Aurelio disimula el temor de
acercarse al recinto donde todo comenzó y hacia otra posible prueba definitiva.
Concede desayunar para “ganar tiempo”. Al acercarse a dos cuadras del Zócalo se
detiene en un café llamado de chinos, por más señas un letrero blanco indica “La
popular”. Adentro una charola con pan recién horneado es la primera tentación
para el estómago.
Ventanales
grandes, mesas cubiertas de plástico y gabinetes acolchonados, con los aromas a
comida traspasando la puerta de la concina. Aurelio está excitado y sin
alcanzar a decidirse si debe intentar un asalto frontal al Palacio, jugar a un
pacto, bajar más su perfil, purificar su alma antes de perderla… El abanico de
posibilidades es tan grande que lo está mareando y a su favor cuenta su
decisión de apurar el vaso de la responsabilidad antes de que lo atoren con
nuevas tretas y lo dejen en una posición más débil. Mientras platica animado
devora una ración de bisquets famosos en esos restaurantes. Come más que Dafno,
mientras le explica la técnica del Golpe de Estado en la historia.
—Cuando el
Presidente se vuelve tan vulnerable ¿es viable darle un Golpe de Estado? No es
correcto pero la técnica, por principio no resulta tan complicada, es una
especie de campaña relámpago. Basta controlar los servicios clave de
comunicación, tomar las dependencias claves y contar con suficiente fuerza para
neutralizar a los efectivos militares encargados de la defensa inmediata de los
puntos neurálgicos. Para Malaparte representa una especie de carrera alocada de
velocidades o un ajedrez relámpago… Lo cual es propio de jugadores afectos a la
adrenalina y, en cambio aquí, la tarea será demostrar un don con efectos del
relámpago.
Las
objeciones obvias de Dafno se van desgranando:
—Entonces
no requieres de guardaespaldas ni nada de armas.
—No para la
gente, pero resulta que hay excepciones y hay rivalidades. Los del Norte
afirman que no van a detenerme, al contrario me respetan, sin embargo colocan
trampas —guarda silencio, intentando escuchar un rumor en la calle y continúa—.
Lo del suicidio del Emisario fue una celada para hacerme sentir culpable… o
encierra otros sentidos que omitiré por ahora.
Vuelve al
silencio y de un momento a otro los músculos de la cara se relajan, baja la
mirada, parece lánguido y cansado, entonces Dafno pregunta:
—¿Tú te
sientes de esa manera?
—¿Culpable?
Pues sí… ¡Qué persona normal no se conmociona! Ha sucedido un crimen a unos
pasos mientras duerme, pudo matarme en cambio cumplió órdenes estrictas.
Supongo que el mundillo del Poder es más rudo de lo que imaginábamos antes, encierra
códigos mortales. Creí que solamente en Japón sucedían esos suicidios.
Con la mano
pide silencio y saca su teléfono, donde aparece un mensaje de Raudén, donde
indica que debe verlo. Aurelio responde que lo alcance en una esquina del
Zócalo, que arregle su cita con el Presidente. Ante la respuesta se alegra,
brinca en el asiento, con los dedos señala que lo logró y sonríe. Después mueve
la cabeza y agrega una pregunta: “¿El Poder verdadero lo tiene nuestro
Presidente?” Aurelio vuelve a preguntar y pide más precisiones, mira a Dafno y
aclara:
—Raudén
dice que no… o no lo sabe.
—¿Ya mandó
los guardias que quieres?
Vuelve al
texto y comenta:
—Ya le dije
que los mande para acá.
—¿Debemos andar
con temor?
—Nunca se
sabe —Aurelio levanta los hombros y repite— nunca se sabe. Aunque se me ocurren
muchas ideas y si el horizonte quedó tan marcado como señalaron desde el Norte
entonces nada que temer, sin embargo, yo creo hay de dos: o será sencillo
alcanzar el objetivo o sencillamente imposible. Lo sencillo indica directamente
tocar para abrir las puertas, para guiarnos hacia las correctas vendrá Raudén. Si
el camino se vuelve imposible será porque los anteriores contrataron a
enamorados para bloquear nuestro camino, con enamorados armados…
Dafno puja,
apura un bocado y hace cara de que no entiende. En seguida la respuesta:
—Hay una
regla: quien está enamorado no hace caso del Poder. Así, como lo escuchas de
simple y extraño, deben ser polos opuestos; sin embargo, hay matices que no he
averiguado. Y mientras más cerca está uno más influye la fuerza y posiblemente
bajo Palacio está el epicentro de fuerza desde donde surgió esto. No sé, por el
momento conviene que sepas demasiado, pues tampoco lo sé a ciencia cierta.
—¿Y si el
Presidente de la Nación está enamorado? Se resistirá y hará que nos apresen.
—Por lo que
parece, al recibir el don nadie me tocará ni un pelo, como sucedió con el
Emisario. El problema es que no sé de qué va el mandar, ahí es donde su
suicidio es una advertencia… La gente siempre se queja de los políticos y de lo
mal que hacen todo ¿y si es muy difícil gobernar? Me siento un niño al que dejan
manejar un avión y no hay nadie más para conducir. ¿Entiendes que nadie me
ayuda en realidad? Quizá haya alguien, uno tan dispuesto como tú que sí eres mi
amigo y por algo estás involucrado desde antes que supiéramos hacia donde empuja
el Destino. Y con esta precipitación y sintiendo que falta prepararme asumirá una
estratagema, que se atribuye a Gatopardo
“que todo cambie para que todo siga igual.”
—Eso suena
absurdo, “… que todo siga igual”; no, la gente quiere cambiar, el cambio es
popular.
—Como que
no he explicado bien que este relajo vino de unos seres ancestrales, que
permanecen incambiados, fuerzas originales que estuvieron antes de que
naciéramos y seguirán por los siglos. Aurelio mira su teléfono y dice que es
hora de irse. Por experimentar pide a la mesera que traiga al patrón en su
presencia, éste es de baja estatura, malencarado y gordo. El jefe se aproxima
con un gesto de molestia y murmurando quejas. De inmediato le desagrada a
Aurelio, quien lo incita:
—Lo mejor
que va a hacer hoy es invitarnos la cuenta para mostrarse generoso y va a
bailar encima de la mesa para alegrar a sus clientes… —levanta la voz y se
incorpora— Eyy, escuchen, el dueño quiere alegrarles el día, —todos los
comensales voltean a mirar— él va a bailar un rato sobre la mesa, siempre que
le aplaudan, vamos no sean tímidos. Y le invitará la cuenta a la mesa que más
aplauda. Los asistentes comenzaron a dar palmas, y el dueño como un niño tras
el flautista fabuloso, agitó el cuerpo, brindó arriba de una mesa y comenzó a
dar unos brinquitos que remedan un baile, mientras grita:
—¡Los
invito!
Aurelio en
voz baja le indica a Dafno que pague y hasta deje propina, pues no se va
aprovechar.
En la calle
un río de gente avanza gritando. Miles de personas se dirigen hacia el Zócalo.
¡ZÓCALO,
ZÓCALO!
Aurelio
jala a Dafno cerca de sí:
—¿Sabes que
no me agrada tanta gente cerca? Eso de apretarse… —hace un ruido gutural— grrr
y señala su cuello. Pero ¿sabes? Deberé acostumbrarme, aunque… o no me
acostumbraré, al contrario, viviré más alejado.
En su mente
simpatiza con las máquinas, que por complicadas que sean poseen utilidades
definidas y comportamientos predecibles, en cambio la multitud carece de
propósitos, igual que las marejadas espumosas junto a los acantilados marinos.
Caminan dos
cuadras en silencio, adaptados al avance lento de Dafno y su pierna ayudada por
su prótesis metálica bajo el pantalón. En la última cuadra la gente empieza a
gritar como enloquecida “¡Zócalo!” y a repetirlo como un mantra, arrecian su
paso colectivo como un trote de alegría.
—¿Qué les
alegrará al llegar? Se supone que están inconformes contra algo.
Raudén se
acerca trotando rodeado de cinco auxiliares de trajes negros y gafas oscuras,
su ropa es económica y desprende una formalidad engañosa. La gente marchando en
desorden percibe al grupo compacto en sentido contrario y Aurelio teme una
hostilidad. Un anónimo desde la multitud grita:
—¡Son provocadores!
Un auxiliar
de traje de improviso es jalado por un manifestante gordo, la mano gorda jala
la solapa y la respuesta inmediata del interrumpido es que suelta un bofetón
que no atina su destino. Luego un giro del brazo del auxiliar separa el agarra
de solapa y lanza otro golpe y el gordo lo bloquea con el brazo. Ambos
contrincantes quedan encarados a corta distancia listos a golpearse. Comienzan
unos gritos de mujeres y hombres, manos agitadas sin dirección precisa.
—¡Vamos a
calmarnos! —grita Aurelio—, debemos seguir concentrados, ya está el Zócalo ahí
enfrente, vamos a seguir.
La multitud
retoma su camino, mientras dos mujeres se quedan increpando al de traje que
extiende las manos.
Raudén
alcanza a Aurelio y lo jala mientras se queja del incidente, y dice:
—Que
aprenda a no meterse en problemas.
En el
camino hacia Palacio, Raudén explica que ese personal es el que consiguió de
momento para cuidar a Aurelio y le explica:
—Algo
extraño sucede, el primer asesor me citó con el Presidente, quizá sospecha ya.
—No le veo
sentido a posponer la cita, vamos con el Presidente de una vez.
La multitud
se concentra en la plancha de la plaza principal del país, el Zócalo en su
amplia perspectiva. El grupo compacto se dirige hacia la Catedral y avanza
hasta encontrar en la esquina a Herminio, a quien abraza y le explica:
—De
inmediato vamos a sacar cita con la cabeza del país.
—Te dije
que esperaras a purificar tu corazón —Objeta Herminio—.
—Eso
supongo que te tocará a ti, un alma más noble para que ayude a purificarse y a
no cometer estupideces. Vamos a forzar la cita ¿me acompañas?
—Me estás
arrastrando contigo.
Cuando
llegaron a la puerta lateral, custodiada por soldador fue como su los
estuvieran esperando. Raudén no tuvo dificultad para introducir al grupo,
incluso a los guardias armados omitieron la revisión del detector de metales.
Raudén es el guía y los conduce por el laberinto de escaleras y elevadores:
TRAS
EL CRISTAL, LA CITA
Frente a
una puerta de cristal blindado el Asesor comenta:
—Hasta aquí
se quedan los acompañantes, al traspasar
ese cristal es… —busca la palabra— diferente, pronto lo verás. El protocolo
de seguridad es complicado… requiere de anunciarse, huellas dactilares.
Al traspasar
el cristal destaca el aire acondicionado y aromas herbales, la atmósfera cuenta
con un mecanismo de oxigenación. Una elegante fuentecita tintinea y regula la
humedad mediante un dispositivo de rayos infrarrojos que incrementan la
evaporación. Los recibe una edecán con jabón líquido y toallitas húmedas, ella
sonríe y saluda con reverencia. Desde
los techos una música ambiental suena a armonía prefabricada. La edecán
pregunta por el acompañante de Raudén y le acerca un dispositivo para tomar una
huella digital en su dedo índice. Ella recomienda que tomen asiento t el Asesor
le objeta que ya los esperan:
—Al menos a
mí.
—Un
instante regreso —dice mientras llama a otra asistente que les ofrece café y
dulces durante la espera.
A Aurelio
la cara de ella le resulta conocida.
—Disculpe,
se parece tanto a alguien.
Ella sonríe:
—De noche
resuelvo suicidios en los departamentos del Sur.
Aurelio nota el tono festivo y cae en cuenta que sí ella
es la misma. En cuanto ella se aleja, él susurra al oído a Raudén:
—Sabían de
mí.
Raudén sin
comprender responde:
—En un
momento lo sabrá el Presidente.
La misma edecán
de día y policía de noche regresa:
—Sr.
Raudén, cuentan con 7 minutos, después quedó en agenda el ministro de Hacienda
y no imagino que se atrase, es puntual.
Tras la
primera puerta que parece blindada hay dos soldados con grandes armas largas.
Al final del pasillo otros dos.
Tras la
última puerta el cuarto es muy oscuro para una auténtica oficina. La única
lámpara central lanza una luz amarilla, más propia de una funeraria abandonada
que de la oficina presidencial. En cuanto traspasan la puerta una voz vibrante
saluda desde atrás de un escritorio de madera muy grande:
—No digas
que fallaste y te justifiques trayendo a alguien como coartada de tus fallas.
—No, señor
Presidente, resulta ahora que quien creía un engranaje de la trama ahora es la
respuesta a las preguntas; en él está la última respuesta a sus preguntas más
preocupadas. Y recuerde que Errequerena intentaba pisotearlo.
El sitio trashuma
un toque a aire húmedo y el zumbido de varios motores indica que el aire
acondicionado no es nuevo. Desde un rincón se adivina el aroma de incienso
oriental.
—Tus quejas
sobre ese subordinado fueron oídas y está exiliado, pero escasean los minutos.
¿Qué respuesta trae tu amigo?
—La
respuesta definitiva al desequilibrio del Poder.
—Con eso,
de resultar verdad, hasta suple a Damaris en esta etapa agonizante. A menos que
ella haya guardado silencio para siempre, lo cual explicaría tantos disturbios.
Como ella dejó órdenes estrictas de nunca molestarla, tengo las manos atadas. A
menos que se precipite una ruptura, que se rumoraba.
—El rumor
venía del Norte, allá se enteraron antes que nosotros mismos, y eso desconcierta.
—Y la
cabeza del Estado lo descubriría antes que una potencia extranjera si tuviera
el mejor equipo de funcionarios. Entonces si el Norte se adelantó ¿para qué
cité al Ministro de Hacienda? Mejor que traigan al de Relaciones Exteriores,
urgente… sí, urgente.
Hay una
edecán con un uniforme negro en el extremo derecho del cuarto y se acerca para
apuntar y le repite: “Al de Relaciones Exteriores, en lugar del de Hacienda.
Eso urge.”
El
Presidente desde su penumbra habla hacia la izquierda hacia un asistente alto
en uniforme blanco:
—Por favor
ilumina un poco a nuestro invitado, sin deslumbrarnos.
El de la
izquierda dirige una luminaria tenue en dirección de Aurelio. En cuando el rayo
de luz descubre la figura, el Presidente comenta:
—Su talante
recuerda al prócer Vicente Guerrero ¿Se lo han dicho antes?
—Alguna
vez, sin embargo, —respira hondo Aurelio— vengo a demostrar algo, que a su
manera Raudén ya sabe y usted todavía no cree.
—Si es la
demostración que espero, mandaré a rezar unas misas por la dama de Puebla.
¿Saben? Se lo merecerá, ella era devota, por eso nunca quiso ocupar un cargo
oficial, prefería mantenerse lejos de los escenarios y las decisiones amargas. Pero disculpe mi descortesía… Adelante —su
figura delgado y oscura se levanta aún resguardada por una penumbra—… dije que
adelante, siempre estoy presionado por urgencias y términos.
Aurelio en
tono suave y firme:
—Señor
Presidente solicito que tenga la gentileza de pararse encima de su escritorio.
—¿Qué?
¿Encima del escritorio? Pide que suba a mi escritorio como prueba irrefutable
de que ha adquirido el don de mando ¿Eso es todo?
Empuja su
silla hacia un lado y comienza a reír con insistencia. Mueve el tronco y su
cabeza por instantes sale de la zona oscura y una luz refleja algún mechón de
pelo.
Los demás
lo miran con seriedad y Aurelio permanece inmóvil y frustrado mientras continúa
la risa se pregunta: “¿Él es invulnerable al influjo? ¿Si le presta demasiada
atención lo empodera? ¿Está preparado con algún antídoto como la oscuridad y la
humedad para eludir su don?
—Disculpen,
que ría tanto, en mi caso la prueba inicial fue lanzarme de cabeza contra una
vidriera y robarme un vestido de novia. ¿No le platicaste a tu amigo cómo
conocí a Damaris? En una fiesta casual platicó a la concurrencia su tristeza
porque su sobrina quería un vestido de novia resguardado tras la vitrina de la
mejor tienda del pueblo, pero que no se lo vendieron porque estaba aparatado.
Sentí que ella había ordenado que debía conseguirlo de inmediato y prisionero
de un furor extraño corrí hasta el sitio, rompí la vidriera con la cabeza y
desafié las leyes que prohíben el robo para hacer feliz a la sobrina. Entonces
la dama de Puebla descubrió que sería un fiel servidor… pero lo demás no lo
contaré. ¿Te gustó mi historia?
—Sí,
bastante —responde Aurelio cavilando si hay algún truco— y supongo que habrá
muchas anécdotas interesantes que platicar mientras sube al escritorio.
Responde el
Presidente:
—He de
confesar que me agradas y hasta empiezo a sentir ganas de subirme al
escritorio, pero tu amigo Raudén no te contó de mis secretos porque no los
sabe. Hay fuerzas que son peligrosas y se deben contener, así sucedió con
Nobel… ¿Sabes por qué ganó su premio?
—Por la
dinamita —responde de inmediato Aurelio.
—Perdón es
una broma con mis subordinados, no es que lo ganara, Nobel lo inventó. Me
refiero a que él descubrió como reducir la explosividad del TNT y lo redujo
para inventar la dinamita. Una fuerza excesiva es peligrosa para todo mundo,
causa demasiadas desgracias así que hay maneras de contenerla, al menos un
poco.
—Entonces
encontró la manera de contener mi don.
—Únicamente
mitigar su fuerza imperiosa, en realidad ya tengo ganas de subirme al
escritorio.
—Entonces
suba.
El
Presidente sube una rodilla al escritorio pero el resto de su cuerpo se
resiste. Se balancea hacia adelante y atrás sin decidirse. Entonces protesta:
—Vamos por
favor, no me ponga en una situación un tanto ridícula y comprometida. Supongo
que desconoce el alcance ¿o no?
Aurelio
guardia silencio.
El
Presidente en esa posición de una rodilla en el escritorio continúa:
—Su
condición es única y no llega con un manual, lo sé porque he investigado, y con
la confianza de su antecesora he aprendido algo. Por eso adivino que desconoce
el alcance de sus facultades…
—Sí
desconozco.
—Es mejor que las sepa por mi boca —mientras
el Presidente se sigue balanceando
ridículamente con una rodilla sobre el escritorio.
Aurelio un
poco más confiado por esa victoria parcial de la rodilla del Presidente sobre
el escritorio, se relaja pero advierte:
—No va a
intentar nada violento ni nocivo en mi contra, y volverá a la comodidad de su
asiento.
El
Presidente se incorpora y coloca en la silla, que es mullida con un gran
respaldo decorado por el Escudo Nacional en tonos grises.
—Lo que voy
a mostrar no es nada agresivo ni violento.
Mueve una
mano bajo el escritorio y con habilidad apaga por completo la luz del sitio. Aurelio
se molesta y grita:
—Raudén,
¡Saque su arma!
—No se
preocupe, Aurelio reforcé el campo magnético que debilita sus efluvios de
poder. Eso ocupó el completo sistema eléctrico y eso nos protege a todos.
Incluso lo protejo de usted mismo. Escuche por unos momentos Balzac dice en ¿La Piel de Zapa? Que mientras más se
desea se acorta la existencia, la medida de la existencia se reduce
enormemente, eso me lo reveló Damaris y mostró gran inteligencia al reducir al
mínimo sus alardes. No desgaste sus años de vida solicitando demostraciones
inútiles. En un arranque perderá más de lo que imagina. Por favor, no se
preocupe, lo serviré hasta que acabe mi mandato, que ya falta poco más de un
año.
Aurelio
reclama:
—Demuestre
que dice la verdad.
—Con mucho
gusto, en este momento lo primero será explicar que la dama de Puebla cargaba a un representante suyo, para
que la voz de esa otra persona fuera obedecida, de esa manera su propio tiempo
quedaba menos comprometido. Es como beneficiarse de un sustituto.
Pregunta
con sagacidad Aurelio:
—¿Usted
quiere ese privilegio?
—Eso no
parece funcionar conmigo, yo solamente soy una cara exterior, una especie de
maniquí para un propósito. No sirvo para recibir el don de mando en sí. La dama
de Puebla lo dejó en un oscuro sindicalista que le era leal por completo, se
llamaba Fidel; la delegación del mando se transmitió tan completa que él
nombraba personalmente a los Presidentes. Aunque eso ya no me tocó a mí.
—Preferiría
un poco de más luz.
—Raudén
puede encender la linterna de su teléfono, es más fácil que ajustar los campos
magnéticos.
—Ya oyó.
El
Asistente enciende una luz pequeña que tranquiliza a Aurelio.
—Pero
señala hacia allá.
En cuanto
la luz baña al Presidente, él levanta las manos y las agita en son de paz:
—Mira no
estoy armado, no aproveché la oscuridad para tramar nada, simplemente es para
que esté más relajado y él cuide de sus propias fuerzas. Incluso si nos
sentamos en los sillones laterales, la plática será más amena. Y tú Raudén
conoces perfectamente este sitio, puedes mostrarte más atento. Y que el edecán
traiga una lámpara autónoma.
NEGOCIACIÓN
Los tres se
sientan, el Presidente y Aurelio frente a frente.
—Si la dama
de Puebla falleció tengo entendido que ya no hay nada que te detenga, a menos
que ella haya urdido un plan para definir otros herederos… Una situación que
sería extraña a nuestras idiosincrasias, ya sabes que eso de los reyes y
marquesados después de la Independencia no prendió nunca aquí.
—¿Cómo me
cercioro?
—Deberás ir
personalmente a Puebla, descubrir donde está refugiada o a colocar flores sobre
su tumba. Si ella está viva pero débil entonces para acercarse no hay manera de
sustituirte.
—¿Y si no
quiero viajar allá?
—Puedes
hacer las cuatro pruebas alquímicas, las de tierra, aire, agua y fuego, siendo
que la primera entiendo que ya la hiciste.
Aurelio
frunce el ceño para dar a entender que algo le molesta o no entiende bien,
entonces Raudén anota:
—La prueba
de aire supongo que la cumplió, afuera vi cómo callaba a una multitud belicosa.
—Y dos
señores se quedaron discutiendo.
—Eso no
importa, basta que tu palabra domine al auditorio. Las pruebas de agua y fuego
no son tan sencillas.
—¿Cuáles
son las pruebas de agua y fuego?
El
Presidente se pone gracioso:
—Si me
dejas una carta para negociar lo agradeceré, porque sí quiero un par de
mercedes a cambio de mis servicios. Pido dos, son menos que con el genio de la lámpara
—guiña del lado izquierdo y sonríe— aunque quizá basta con que me dediques
suficiente atención. La simple atención empodera. Lo que ruego es terminar mi
mandato y que no mortifiques ni persigas después de terminarlo.
—Y ¿por qué
iba a perseguirte si vas a ser sincero y servicial?
—Porque la
sangre de un joven hierve y tendrás ganas de remover de arriba para abajo al
país, te darás gusto haciendo cambios y un cambio sin un gran sacrificio es un
caldo sin sal.
El
Presidente se calla y Aurelio mira al techo, donde observa una trama de placas
metálicas que semejan ramadas y adivina la conexión de una maquinaria compleja.
¿Cuál es la respuesta correcta? Su don llegó por los Avatares y no sabe aún
cuál es la línea de conducta correcta.
—La
verdadera respuesta llegará cuando muestres tu sinceridad, por el momento tu
truco magnético no me agrada.
El
Presidente suspira:
—Debo insistir
que este dispositivo maquinal no se fabricó para mi beneficio, sino por encargo
de la dama de Puebla. Como sea ella supo que aplicar su don conforme se acerca
al centro del Poder también es fuente de un desgaste terrible y como ella prefirió
una larga vida… Hay que aplicar estratagemas para no abreviar tu vida. Si de
momento quito el efecto de contención y, por ponerte un ejemplo, en un ataque
de euforia decretas una constitución completa o declaras la guerra a un país
vecino, quizá hayas gastado un tercio de tu vida en unos meses. ¿Está claro que
resulta un beneficio que evites aplicar ese torrente de ideas que fluyen por tu
cabeza en cuanto recibes ese don? Además, el capricho con don de mando provoca
desgracias que no te imaginas. ¿No has notado desgracias en los días recientes?
—Anda, comentar
lo que sabes Raudén.
—Hubo un
misterioso suicidio en su departamento, recién sucedió.
—Pero él
era un Emisario del Norte.
—Si él está
tan preparado como servidor, imagínate lo que suele suceder con personas ordinarias.
De ahí los cuidados.
Aurelio
piensa en Dafno y, por un instante, se preocupa. El Presidente continúa:
—Puedes
avanzar al ritmo que gustes, soy incapaz de detenerte. En este instante es como
si platicaras con tu títere, aunque es mejor si no tomas los hilos.
—Y coger
los hilos es morir un poco… En una medida sí suficiente, conforme dejo salir el
ímpetu también se va el “mo-yo”.
Se detiene
Aurelio y piensa que buscar a la dama de Puebla no le gusta, lo inquieta como
si fuera a encontrar una fiera herida y dispuesta a combatirlo con sus últimas
fuerzas de leona vieja.
—Esa dama
¿alguna vez te ordenó matar a alguien?
—No me
gustaría responder de manera directa esa pregunta, pero argumentaré a mi favor
que no poseo una naturaleza violenta. Desde esta silla es mala idea presionar
el gatillo, hay que seguir las reglas y esquivar en lo posible, navegar sobre
lo imposible.
Aurelio
descubre su cansancio y apura:
—Para
sellar el acuerdo es momento que demuestres tu confianza en mí y quites ese
magnetismo que me neutraliza… Envíame los planos de su maquinaria, incluyendo
sus especificaciones y circuitos, a cambio de ello aceptaré que termines tu
gobierno sin interferir. A cambio pido que tengamos un número para que me
respondas de inmediato, ante cualquier circunstancia; además medios de vida más
cómodos, y tiempo libre para adaptarme a esta nueva situación.
—Sigo
esperando que no haya represalias después.
—Nietzsche dice
que quien promete se ilusiona con que controla el futuro, un pretensión más
absurda… la cual me dispondría a omitir.
El
Presidente se incorpora y luego se agacha tras su escritorio, mientras continúa:
—Ciertamente,
con un año bastará para ganarme las más amplias indulgencias y tú también
Raudén, que no sé si merezcas el afecto del señor Aurelio, porque Errequerena entendí
que al contrario. Ahora sí pídame que suba al escritorio y que fusile a
Errequerena.
Aurelio se
sonríe, supone que el final es una broma:
—Un favor
más, hay una edecán que dobla turno en la policía, quisiera que le mantenga una
custodio discreta, dándole trabajo con paga cuádruple en una ciudad lejana; me desagradó
su descaro para acercarse.
—Ha de ser
enamorada y obsesiva —se ríe el Presidente—, cualidades que unidas dan la
especie más rebelde, por más que ella disimule bajo la disciplina.
—Trátela con
tanta dulzura y benevolencia que ella sospeche de un ángel anónimo cobijando su
futuro. Y ahora me hace favor de subir al escritorio, antes de cerrar un
trato.
El
Presidente alcanza a murmurar antes de dar el paso:
—Lea La piel de zapa, ahí lo entenderá.
REGRESO
AL DESPACHO, CONDENA DE ERREQUERENA, EL RIESGO DE LAMBISCONERÍA Y LA MADRE EN
EL NORTE
En cuanto
salen por la puerta del despacho presidencial, Aurelio siente un agotamiento
súbito que le cae encima y Raudén comenta:
—Un mechón
de pelo blanco adorna su frente.
—Algo sentí
al salir… un cansancio inesperado… el pasar de los años, en un instante. ¿Hay
algo más que notes?
—Arrugas
alrededor de los ojos.
Aurelio
necesita un espejo y no quiere regresar con el Presidente, pues supone que hay
una conexión entre ese envejecer y su entrevistarse. Supone que el magnetismo
podría afectar y marca por teléfono en el número rojo, de
contacto inmediato con el Presidente para ordenar que desactive su sistema de
magnetismo hasta que él se lo ordene. Al regresar al laberinto de pasillos pide
que únicamente Raudén y Herminio lo acompañen para buscar a los Avatares
ancestrales, pero antes quiere visitar un baño, pretende un momento de soledad.
Se siente invadido, ansía un rato de silencio y lavarse la cara, mirar en un
espejo el cansancio y la vejez que le anunciaron. Sigue un pasillo, avanza unos
metros, dobla por un corredor y alcanza un baño solitario, donde una luz
automática se incrementa al entrar. Respira hondo el ambiente de silencio y de intimidad,
mira el lavabo doble y un espejo grande que le regresa su imagen. Por su rostro
se creería que ha envejecido años: el mechón de pelo blanco unido a unas
arrugas alrededor de los ojos. En lo demás se siente cansado pero inalterado,
se pregunta si su interior envejeció también. ¿Cuántas semanas durará con este
ritmo de envejecimiento? Piensa “Cuestión de semanas que son años.” Así que
intenta recordar las recomendaciones para no decaer tan rápido: evitar ordenar
y desear a lo tonto, no ordenar a lo
tonto y tomar distancia. Piensa: “Solamente faltaba eso, ganarse un cacho de
lotería y no cambiarlo jamás”. Concluye en que importa no desperdiciar la
fuerza ganada, quizá es como un globo, que con cada esfuerzo suelta un gas y se
pierde para siempre. Imagina a la dama de Puebla, evitando contacto con este
Presidente, con el anterior, el anterior del anterior, y así durante décadas.
¿Cuánto tiempo transcurrió? Quizá ochenta años. Desea salir corriendo y también
sentarse en el baño, tantos minutos hasta que sus amigos se preocupen y lo
busquen. Él también es capaz de idear trampas.
Piensa en
marcarle a su madre, para cerciorarse de una idea que le ha pasado por la
cabeza. Sí, lo que reveló el Emisario, a ella la debieron comprometer dándole
una casa o algo. Mira el teléfono celular y observa si hay señal, al parecer
excelente. Marca y de inmediato le contesta Angustias con alegría:
—Mi niño,
qué gusto, tengo tanto que contarte…
Ella
confirma el argumento del Emisario, y el engaño tramado. Ella no sospecha nada
y él no quiere revelarle el suicidio para culparla, en cierto sentido. Ella
está tan contenta y quiere compartir las noticias sobre qué ha sabido de los
hermanos.
—Por el
momento estoy ocupado, pero sí me resulta importante saber sus teléfonos
actuales, porque creo que alguno será invitado a salir de país por una
oportunidad muy buena.
—Pues yo
misma tuve esa oportunidad de negocios y no te imaginas desde dónde te estoy
marcando, desde California, desde Los Ángeles.
Aurelio piensa
molesto en el sistema de rehenes. Como no tiene pensado enfrentarse con los del
Norte, su madre no queda bajo riesgo. Piensa en voz alta:
—Preferiría
que uno de mis hermanos ocupara tu lugar.
Su madre se
desconcierta por el giro que toma la conversación, Aurelio no le muestra el
fondo. Por el momento no le explicará y tampoco intenta darle una orden
directa, él se contiene.
—Mi negocio
llevará unas semanas y mientras paseo —comenta con entusiasmo— con los gastos
pagados, me han adelantado del negocio; incluso se me antoja quedarme a vivir
acá y hasta tomar esta nacionalidad norteamericana.
Tocan la
puerta del baño, es Dafno que lo ha estado buscando.
—Espera un
momento, estoy hablando —continúa respondiendo a la madre— Mira madre, por
favor, evita tomar cualquier decisión importante sin consultarme.
—Me gusta
que te hayas vuelto tan acomedido.
Aurelio se
despide cariñosamente de su madre. Y decide regresar al despacho del
Presidente.
Raudén lo
está esperando en el mismo sitio donde se despidió. Recorren la ruta de regreso
y superan los mismos controles sin dificultad.
El despacho
de nuevo está con el magnetismo encendido.
—¿Estás
seguro que tu aparato ese no me envejece?
—Juro que
no, es lo contrario aunque si gustas lo apago.
El
Presidente se precipita para accionar un botón y luego incrementa las luces del
sitio.
—Tengo
buenas noticias, ya me deshice de Errequerena. El bribón fue una pesadilla para
ti, así que ya nunca tendrás noticias de él.
Aurelio
mueve la cabeza en sentido negativo:
—No me diga
que… —hace una pausa y una mueca de desagrado— no salgas con que…
—Estoy
acostumbrado a adelantarme, incluso a cumplir órdenes que nadie pronuncia sino
que depende del contorno de las nubes de tormenta, descifro el vuelo de los
pájaros antes de que alguien lo pida y ese hombre era terrible. Es más, mejor
no preguntes, una persona en su sano juicio no a querer cargar con la
responsabilidad. Y ya sabes que perder años por arrebato no lo recomiendo.
Recuerda: ojos que no ven, corazón que no siente. Provoca enfermedades enterarse
de tantos trastes sucios del Poder. Por la plática anterior asumo que requieres
un periodo y espacio para acostumbrarte a tu situación y… soy el primer interesado en colaborar. Si en
esta ocasión al adelantarme he sido precipitado, supón que hay súbdito de un
emperador que tan ansioso por agradar, intenta cumplir pequeños caprichos del
emperador antes de que él los tenga en mente. El sirviente entregará un
desayuno en la cama aunque no lo solicites. En cambio, pronto descubrirás al
adulador quien se adelanta al deseo y pretende moldear anticipadamente… Dicen
que Nerón, en realidad era más un artista aburrido que prefería la música y las
tablas gimnásticas que la política de Roma, así que se alejó de la ciudad.
Mientras disfrutaba del arte en Grecia llegó un comisionado para indagar sus
deseos, Nerón se manifestó desdeñoso y una expresión de hastío dirigida a la
hoguera que aplacaba las molestias del invierno; el gesto de descuido fue
interpretado. El comisionado interpretó el gesto de Nerón en el sentido de
quemar la capital. Al regresar el emisario organizó el incendio de Roma
argumentando que era el designio de la mano del emperador al señalar la hoguera,
y convenció a la Guardia Pretoriana y atemorizó al Senado que él recibía órdenes
directas del esquivo emperador. Después del incendio hubo una revuelta y Nerón
regresó con un ejército para masacrar a los rebeldes. La población viendo la
secuencia de hechos culpó a Nerón por el incendio, descartando las
explicaciones oficiales. Él no lo ordenó, fue un exceso de celo que donde se
desliza la sutil frontera entre lo sublime y lo ridículo, incluso lo
catastrófico…
—En este
caso deseo que regrese mi madre que voluntariamente fue al Norte, fue ella por
su voluntad así que no ordenaré nada; ella acudió allá en un engaño, tramado
por una especie de intercambio de rehenes. Lo cual estoy obligado a no alterar,
por el momento, al menos.
El
Presidente explica que el Norte es inaccesible, sin embargo, razonable y
mantienen buena diplomacia. En un minuto se comunica con el embajador del Norte,
le habla en inglés y recibe una explicación:
—Dice que
usted recibió una propuesta para firmar.
—Diles que
sí, que voy a firmar de eso no deben tener duda. Es más lo haré de inmediato, sin
embargo no quiero que mi madre se quede en el Norte, prefiero que sea uno de
mis hermanos.
Continua la
conversación telefónica con el embajador en inglés, que el Presidente coloca en
“manos libres” para que todos lo escuchen:
—It’s
correct Mr. Ambassadeur. This country will sign, but there is a condition…
El embajador dice que está de acuerdo, que
informará de la propuesta de inmediato.
Cuando
cuelga el embajador, Aurelio encara al Presidente:
—Espero que
Errequerena esté sano y salvo, no quiere cargar más muertos en mi conciencia,
con lo sucedido al Emisario resulta… hasta demasiado.
REGRESO
A LOS SALONES Y SILENCIO DE LOS AVATARES, EL SISMO Y ALEJARSE
Al salir
del despacho del Presidente, Aurelio propone a Herminio que vayan a los
recintos históricos del subterráneo para buscar a los Avatares, pero aquél
sigue objetando:
—No es una
buena idea. Ya envejeciste hoy, ahora arriesgas más buscando un encuentro como
cita de oficina, lo que fue una aparición fantasmal o un milagro.
—Entonces
me conformaré con mirar otra vez el sitio, entre los presentes únicamente
Raudén lo ha visto. Sin embargo, para ti, Herminio, el observar y percibir ese
lugar debería despertar el máximo interés… Con tus antecedentes...
—De hecho
no me gusta estar aquí, demasiado en el Centro —responde el interpelado— menos
en Palacio Nacional. ¿Sabes que bajo nuestros pies están las pirámides, los
restos del Templo Mayor, donde se cumplieron decenas de miles de sacrificios?
¿Han escuchado el bramido de una catarata precipitándose junto a su oído? Espero
que no lo escuchen.
A Aurelio no
lo convence la resistencia a descender al recinto de los Avatares y presiona más,
a lo que Herminio responde:
—Estoy
obligado a servir de guía de turistas y señalar si existe un punto al que no entrar,
como sucedía en el sanctasanctórum que únicamente el Sumo Sacerdote judío entraba,
incluso él acudía con una soga atada al tobillo por si fallecía al interior,
arrollado por las energías del Arca de la Alianza.
El grupo
avanza en silencio por los pasillos del Palacio y toma el elevador que
desciende hacia los salones remodelados. Herminio camina más silencioso y mira
con seriedad en varias direcciones como si algo hubiera atrás de alguna pared,
parece controlar sus miedos pues un ligero sudor asoma en su frente como si hubiera
corrido y en algún pasillo dice:
—Percibo
algo fuerte, si es peligroso les diré.
Raudén aprovecha
un descuido y con las manos le indica a Aurelio que sospecha de la cordura de
Hermino. Luego avanza al frente y franquea los pasos vigilados y habla:
—De hecho,
sí escuché que murieron personas en la remodelación… —hace una pausa y busca
con la mirada a Herminio, buscando su reacción—no confirmé si es rumor, hay
tantas leyendas urbanas y la gente ignorante se deja llevar por rumores; en su
momento confirmaré con el encargado de obras y mantenimiento, mi nivel de
tareas en gobierno es distinto.
Dafno
atrasa al grupo con su paso lento y pide separarse, para encontrarlos en la
salida del edificio, cuando terminen su recorrido. Su amigo asiente y él se retira
despacio. Continúa el recorrido que parece más largo, como si los pasillos se
multiplicaran o un cansancio previo obligara a un paso más lento.
Sin decidir
entre los temores de Herminio o la tranquilidad irónica de Raudén, Aurelio
recomienda cautela al acercarse al último tramo:
—El último
salón… se mantiene cerrado por buenas razones. Podría suceder como con la
llamada maldición de la tumba de Tutankamon. Raudén me acompañará para abrir la
última puerta y nada más.
Las cabezas
se mueven en afirmación. Mientras encara la primera puerta de los salones,
Aurelio afirma en voz alta como para tranquilizar a Heminio y a sí mismo:
—En estos
salones trabajé con una cuadrilla de constructores y la pasamos bastante entretenidos,
fueron unos días que disfruté.
Herminio
pregunta:
—¿Se
cansaban menos de lo normal?
—Ahora que
lo preguntas, así era. El trabajo no parecía agotar, yo entré a la faena sin
obligación y lo disfruté. Mi tarea fue cuidar la remodelación, que estuviera
acorde a conservar el sitio. Sin embargo, tuve el antojo de meter mano a los
materiales y le entré.
Después
Aurelio antes de dejar a los demás en el pasillo, les explica someramente que
son tres salones, el señalado con Maqui, por Maquiavelo, el de Clausewitz y el
último donde hizo un mural Diego Rivera y están las dos esferas con vestigios
prehispánicos, lo cual entrelaza el punto de contacto. Por su parte Raudén
confirma que él jamás vio nada sobrenatural aunque que sí sintió algo extraño
al adentrase en esos salones.
—Al entrar
debemos avanzar despacio, muy des…pa…ci…o, buscando pensamientos puros y pedir
al Ser Supremo que nuestro corazón esté colmado de las mejores intenciones. Los
peregrinos daban un paso adelante y dos pasos atrás para avanzar lentamente al
sitio de su devoción, es una metáfora, pero es conveniente evitar la línea
recta cuando no hay un “pasaporte al más allá”.
En cuanto
entran al primer salón Aurelio comienza a explicar el sitio como si fuera él un
guía de turistas, y en la primera pausa Herminio suplica:
—Hablar lo
mínimo es mejor y si es posible reducir las luces al mínimo.
Aurelio se
contagia de la tensión de Herminio y accede a las peticiones, entonces Raudén
sale a reducir las luces, mientras avanzan lentamente Aurelio y Herminio, con
un paso de tortuga que marca el chamán. Están terminando de atravesar el primer
salón cuando se apagan las luces por completo. ¿Oscuridad total? No, eso
tampoco es conveniente y se detienen a esperar el regreso de Raudén.
—En un
minuto lo arreglo.
En el
siguiente minuto regresan unas luces laterales que iluminan dos paredes.
—Esa luz
está mejor.
Pasan al
siguiente recinto mientras Aurelio señala el letrero sobre la puerta. Raudén se
une al avance lento. Herminio hace el gesto de caravanas y junta las manos.
—¿Sientes
algo?
—Sí, como
un torrente y supongo que no lo perciben.
Raudén
contesta que a él le hormiguean las manos. Aurelio extiende la palma de la mano
como indicando que no importa. Siguen avanzando con lentitud. En voz baja, como
un susurro, suelta Herminio:
—Siento que
si sigo avanzando… algo terrible me sucederá.
—¿Ves
peligros?
—No en este
instante, sino que el bramido como de una catarata terminará por arrastrarme.
—¡Me
dejarás solo! —levanta la voz Aurelio, sin proponérselo y luego se calla,
aprieta la mano como si fuera un niño que dejó la mano de su padre, mientras
voltea a mirar el gesto de Herminio por su exabrupto, y vuelve al tono
mesurado— Como sea debo buscar un sentido a todo esto, soy el pez que mordió
una carnada y que está siendo jalado por el hilo más increíble. Para mí es
inútil escapar, ya lo intenté y no resultó.
Guardó
silencio y se preguntó si la vida del Emisario estaba predestinada a cargarse
en su alma culpable. ¿Cuánto más estará destinado a soportar?
Como
Herminio guardó un silencio difícil de interpretar, Raudén intervino con una
chispa de ingenio:
—Nacemos
solos y morimos solos; el dirigente está destinado a una soledad más abismal
que el común de las personas —y entonces pensó en sí mismo— y para un Asesor lo
mejor es calmar esa ansiedad solitaria del líder con el arsenal de las
bibliotecas y un sinfín de remedios.
Una
discreta hostilidad hacia Rauden traluce en Herminio:
—Si estoy
aquí es por muchos motivos, debo pisar con cuidado y cuidar que el avance sea
lento. El cazador de los siglos ancestrales estaba a merced del jaguar, el
animal dominaba su selva; había una pequeña oportunidad de ganar mientras el cazador
fuera tan sigiloso como la bestia. Si silenciamos un diálogo irrelevante
estaremos en mejores condiciones de enfrentar lo inesperado.
Raudén no
está convencido y como sea él deberá abrir la última puerta. A los ojos de
Raudén el chamán es cada vez menos agradable. La distancia a recorrer no es
ningún obstáculo, simplemente que Herminio insiste en que avancen más despacio.
Raudén percibe una vibración desde sus pies:
—¿Lo
notaron?
—El suelo
fangoso transmite las vibraciones con facilidad, basta el paso de un camión.
—Yo estoy
acostumbrado a este Palacio, he pasado tantos días y noches en diversos sitios,
eso no me pareció un camión; cuando un remolque pesado está en la cercanía es
como una sucesión de tres oleadas continuas. Esto fue como un empujón único.
—Sí, lo
sentí, pero ya pasó.
Continúan
avanzando con lentitud y se detienen frente a la puerta con dispositivo de
seguridad. Con presteza y agilidad Raudén franquea el paso. Desde adentro sale
una iluminación intensa y el suave zumbido de un aire acondicionado que también
extrae el exceso de humedad para conservar en óptimas condiciones el mural. Sin
necesidad de que se lo pidan, Raudén se retira con pasos ligeros para moderar
las luces interiores.
—Después de
tí.
—La
experiencia cuenta —y Aurelio comienza a avanzar con premura.
—Despacio
es mejor.
Aurelio ya
está adentro y sus ojos se acostumbran a la luz intensa. Mira el salón sin
ondulaciones ni impresiones desconcertantes. La pared del mural de colores
intensos y muda en sus expresiones, un tropel de personajes de la historia de
México, con gestos poco usuales. El estilo un poco de caricatura del muralista
aquí da lugar a giros novedosos, las miradas señalan preocupación e intensidad
y se dirigen hacia un vértice enfrente de ellos. La confluencia señala hacia el
punto exacto donde antes percibió esa turbulencia: el vértice de las fuerzas
antagónicas. Vuelve a revisar las direcciones de las miradas, y confirma que
van hacia un mismo punto. Luego intenta distinguir a los personajes del mural:
un indígena anónimo que representa al primero entrando al Valle de México,
Moctezuma con el penacho impresionante y Tlacaelel con el bastón de mando,
Hernán con su armadura y la Malinche, el virrey Gálvez con las casacas
ridículas y los bordados en las ropas, Hidalgo con su prototipo, O’Donojú con
un letrero, Santa Anna, una mujer que no acierta a adivinar, el inconfundible Benito
Juárez, Ignacio Ramírez, Porfirio Díaz, Elías Calles, Cárdenas, y al final una
adolescente, casi una niña (¿la dama de Puebla? se pregunta)… Debajo de ellos
hay unas grietas, desde las cuales unos espíritus ansiosos miraran el panorama,
también dirigiendo los ojos hacia el mismo sentido. ¿Qué o quiénes son los
espíritus entre las grietas? Son unos ojos expresivos, intencionados y trazados
a mayor detalle, por el fulgor de una gorra a la que se agrega una pluma
sombría y escarlata, supone que es el florentino, el propio Maquiavelo
atormentado por aconsejar a los príncipes hacer el mal sin remordimientos, y en
otro rincón la mirada verde y enfática seguida por el brillo de una charretera,
con la insinuación de una discreta cruz patada, la propia de Prusia, supone que
es Clausewitz; una mirada mixta de infancia robada y bravura para combatir… Los
otros espíritus entre las grietas semejan sean griegos o romanos, babilonios o
de un occidente más moderno según un destello de ropas oscurecidas al fondo de
su guarida.
Pintados en
el mural, una serie de edificios en el horizonte, de izquierda a derecha
comenzando por chozas, pirámides, iglesias, casas de cantera, de ladrillo,
edificios… Las trazas arquitectónicas del avance de los siglos. Más lejos el
panorama del Valle dominado por los volcanes y sol emergiendo por el rumbo de
Amecameca. Un barandal impide
acercarse a la pintura. Y a un par de metros están las dos esferas.
Sin fijarse
Aurelio ha seguido avanzando mientras Herminio aún no alcanza la puerta de la
entrada. Se inquieta y vuelve la cabeza al sentir que también una legión de
miradas lo observan en ese momento.
Las esferas
no son como las recordaba: ahí están tranquilas y silenciosas, sin esa
emanación interior. Adentro de la esfera más cercana una figura de textil entretejida
con plumas albas, una maravilla de conservación que representa al Avatar
blanco. Casi no existen textiles conservados del periodo prehispánico. Un
pequeño letrero al frente señala a la divinidad y un mínimo relato. De la otra figura,
la oscura que la primera vez no logró observar, su material es una
impresionante pieza de obsidiana negra con tonos irisados, adornada con piedras
pequeñas verdes y rojas. Es un ídolo completo representando al dios, con un
espejo en el pecho pulido por el mismo cristal oscuro e irisado. En un museo,
cualquiera de las dos piezas sería celebrada, de las que requieren a un
especialista para anotar su excepcionalidad.
Raudén se frena
al alcanzar a Herminio, quien acababa de atravesar la entrada del recinto y se
quedó detenido abriendo y cerrando los ojos con lentitud.
Aurelio los
observa como niños espantados entrando al cubículo del director de escuela. Aunque
Raudén ya ha estado antes ¿Importa saber cuántas veces? La frecuencia no lo hace
inmune ni más perceptivo ante una maravilla. Los Avatares ya habían advertido
que aceptaban consultas, pero ¿y si se dañan las reliquias contenidas en las
esferas se perderá la conexión? La idea de perder a los Avatares inquieta a
Aurelio, su nuevo horizonte que el espanta y le empieza encantar ¿podría
derrumbarse a golpe de marros o por un sismo que sepultase ese recinto? Hay
suficientes preguntas sin respuesta y prefiere disipar su preocupación. A pesar
de la inquietud se siente revitalizado, el cansancio ha desaparecido.
Aurelio se divierte
viendo que sus amigos se pasman mientras él está avispado, como revitalizado.
Recuerda una broma juvenil, saca una moneda pequeña de la bolsa y se las lanza
para que la atrapen:
—¡Ey,
agárrame esto!
Ninguno de
los dos alcanza a reaccionar. Lo que intenta Raudén es cubrirse la cara como si
lo amenazara un objeto grande. Herminio voltea al suelo para seguir con la
mirada la moneda que corre por el piso. Después pone el dedo en la boca para
pedir silencio. Aurelio supone que el chamán escucha algo y quiere salir de
dudas.
—¿Oyes
algo? ¿Miras algo?
—Eeee… no.
Le da la
impresión de que en unos momentos empezará a dormir o a desmayarse. Da unos
pasos para indicarle a Raudén al oído que tome del hombro a Herminio.
—Parece que
va a desfallecer.
Raudén hace
caso y Herminio parece distraído como ausente, mientras el Asistente lo toma
del hombro con firmeza. Aurelio se aleja dos pasos, luego da la vuelta
alrededor de las esferas y mira desde varios ángulos las reliquias. Toma
distancia para observar con más detalle el mural. Apunta a los ojos dibujados entre
las grietas, un par le resulta familiar.
—Ya sé que el
reglamento prohíbe fotografías en este sitio, lo cual no importa, así que
supongo que tu cámara toma mejores fotografías que las otras.
Con la mano
libre Raudén saca su teléfono con cámara y lo entrega. Aurelio se entretiene
buscando las mejores perspectivas, para no perder detalle. Platica con Raudén
sobre la restricción de accesos al sitio:
—Incluso el
acceso será más riguroso, ni siquiera el Presidente accederá libremente a este
sitio. Y busca un registro de dónde vienen los contenidos de las esferas.
Se dirige
exclusivamente a Raudén, pues Herminio está como perdido con los ojos abiertos
y después lo interroga directamente:
—Oye
Herminio ¿Entiendes qué es esto?
Herminio se
sorprende, parpadea con la breve agitación de quien acaba de despertar:
—Hay una
presencia indudable, que no alcanzo a comprender. Sucede como cuando un perro
entra en una iglesia y comienza a ladrar, hay un eco y atrás de eso hay un
“egregor”, que se agita con el perro que le responde a sus ladridos. Algo agitó
tanto mi mente que abandoné este plano. Para mí eso es un signo inequívoco de
una manifestación…
Mientras el
chamán queda en silencio, Aurelio está revitalizado y ansioso de actuar. Decide
que es conveniente salir de ahí y cerrar el sitio. No ha dicho la primera
palabra para retirarse cuando una bocina lejana ulula y se acompaña de las
palabras “Alerta sísmica”.
—Vámonos
rápido.
Jala del otro
brazo a Herminio, que como desganado pareciera no comprender el peligro. Las
palpitaciones agitadas y los sentidos alertas de Aurelio y Raudén se apiadan de
Herminio que parecería resignado a que sus pies no se muevan. Con alguna
dificultad logran coordinarse para ir apurando su escape. Mientras atraviesan
la puerta hay agitación en el piso y un crujido en las paredes. El balanceo no
es tan intenso que los obligue a dar traspiés. El trío compacto cruza el primer
salón, mientras irrumpe otra oleada y sus crujidos. Las luces se pagan por un
instante y de inmediato regresan. Al avanzar por el pasillo de salida Herminio
camina por sí mismo y alcanzan rápidamente el elevador, mientras continúa el
ulular y la advertencia sísmica desde algunas bocinas.
Mientras
esperan que abra el ascensor, Raudén advierte:
—Es contra
las reglas tomar un ascensor durante un sismo, con facilidad se atoran o algo
peor… se desploman.
Cesan las
bocinas antes de que aparezca el cubo del elevador.
—Si se
terminó como sea no quiero permanecer aquí.
Raudén se
acuerda:
—No he
cerrado el recinto. ¿Me permite regresar?
—Como
gustes —aunque Aurelio no está de acuerdo, prefiere no discutir—, nos vemos
afuera.
Aurelio le
exige al chamán que lo siga corriendo, que deje esa calma:
—Entonces,
sígueme de prisa.
Con pasos
apresurados Aurelio busca la salida, con la agitación confunde las direcciones
y vueltas correctas en los pasillos oscurecidos que parecen interminables. Se
guía por los sonidos de gente que sale de oficinas y encuentra las escaleras. Desplazándose
por la planta baja se sienten más tranquilos que en los sótanos. Después se da
cuenta que los oficinistas no abandonarán la construcción. Por las bocinas
suena la instrucción que se concentren en las señales pintadas de protección
civil. Aurelio reconoce un pasillo de salida y mira los letreros, así que toma
un rumbo diferente a los oficinistas que se mueven por el Palacio. Al llegar a
la salida exterior un soldado les indica las instrucciones de permanecer en ese
recinto y Aurelio con premura aplica su don para que haga una excepción. Señala
a Herminio que viene detrás:
—Y él
también sale conmigo.
En cuanto
salen, afuera Dafno agita una mano y cuando lo alcanzan, pregunta:
—¿Hubo más
trampas?
“Nada es
casualidad todo es sincronía”, piensa Aurelio, en lugar de responder comienza a reír
con el aliento agitado, ante lo cual Dafno responde intentando una risa tímida
y cómplice.
RESUMEN
Y EL INTERCAMBIO DE REHENES
Hay miles
de personas al centro de las calles, mirando hacia los edificios y los postes,
observando con desconfianza por si viene lo más fuerte del sismo. Aurelio se
dirige a Dafno:
—Se suponía
que nos esperabas en un restaurante cercano.
—Me
desesperé y al llegar acá tembló; ya no dejaban entrar ni salir al Palacio
Nacional, entonces me quedé esperando, muy preocupado. Las señales de teléfono
se interrumpieron.
Aurelio
entonces recuerda que cuenta con un número directo para llamar al Presidente y
cavila por un segundo que si el gobernante fuera tan leal y con más sentido de
la nueva situación le debería haber buscado de inmediato. Mira el teléfono y le
indica que no hay señal. Entonces piensa que no hay nada que juzgar del
gobernante.
—Todo está controlado
allá a adentro, nada más siguen en sus protocolos de protección civil. Y volví
con demasiada hambre. Disculpa que nos apuremos, Dafno.
Toma del
brazo a Herminio y se pone a interrogarlo:
—Te
quedaste como perdido en el salón ¿qué fue?
—La fuerza
que hay allá abajo afectó.
Herminio vuelve
a mostrarse desconcertado y temeroso.
—Vamos a
requerir ayuda.
—Para esto
no hay manuales.
—Maquiavelo
dijo que él invocaba a los personajes del pasado.
—Eso se
llama leer libros.
—Lo he
hecho más de lo que te imaginas.
Recorren la
distancia hacia el restaurante convenido con rapidez, mientras observan cómo con
lentitud la gente se dispersa.
Aurelio
está lúcido y urgido de precisar sus decisiones:
—La
facultad del Poder me la entregaron, yo no la he pedido. El motivo de esa
designación la desconozco. No sé cómo utilizar bien el Poder, pero hay la opción
de que no lo ejerza uno personalmente. El Presidente parece dócil aunque
astuto. Él o no sé si algún antecesor instaló un dispositivo para no dejarse
influir, es un aparato raro. No sé si vale que destruya ese aparato o sirve de
algo. Trató de convencer que si uso liberalmente este don me consumiré como una
flama —toma con los dedos su mechón de pelo recién encanecido—, lo cual sería
una desgracia, como cualquiera quiero disfrutar muchos años. Dicen que delegar
el Poder sirve para no utilizar el don tanto que pierda mi sustancia vital,
como ha sucedido. Raudén será un enlace para controlar al Presidente y su
gobierno, puede convertirse en un Secretario de Gobernación o su Asesor en
Jefe, o mejor volverse en nuevo Fidel Velázquez. Un problema adicional es que
el Presidente termina su mandato en un año y si no voy a intervenir demasiado,
bastará con comunicarme con el candidato que va a ganar…
Mientras
Aurelio hace una pausa, Herminio siente un impulso de interrumpir, de gritarle que
habla de politiquería, que se hunde entre el lodazal de las ambiciones y la
bajeza ordinaria, pero se contiene. Continúa Aurelio:
—A estas
alturas ya se sabe quién ganará. Y desconfío del gobierno en unas solas manos,
son capaces de interpretarme como el ayudante de Nerón y quemar al país, es
mejor dividir el mando, pero eso ya lo había propuesto Montesquieu con la
división de poderes, sin embargo, en la práctica los diputados y jueces suelen
someterse al Ejecutivo. De la anulación de facultades únicamente sabemos que el
amor vuelve inmunes a las personas, aunque la mayoría de las personas resulta
que no están enamoradas lo suficiente para inmunizarse; el efecto de la
frontera y ese aparato magnetizador que está instalado. De hecho esperaba que
tú fueras de más utilidad, y conocieras un poco más de esto, en fin. Habría más
excepciones, aunque no debería preocuparme porque no pretendo emplear demasiado
ese don. Supongo que minimizar su utilización es la clave para no morir joven. Te
ruego que prometas serás discreto…
Herminio se
sorprende pues levanta la mano sin pensarlo como adelantando un juramento.
—Baja esa
mano no es necesario, confío en tu integridad.
—Te quiero
decir que recordé una situación de los antiguos habitantes, la narración de
Tlacaelel —comenta Herminio, con más viveza en la mirada— se adapta a lo que
dices.
Mira en la
distancia que se aproxima el amigo.
—Ven Dafno,
aquí estamos. Bueno, prosigue…. soy todo oídos.
—Las
narraciones indican que tras el gobierno azteca permaneció el sabio Tlacaelel.
Los reyes morían y surgían sucesores, pero Tlacaelel era longevo y permanecía.
Suena el
teléfono, es una llamada de Raudén:
—Estoy con
el Presidente, acaban de volver las señales, pregunta si estás bien y dice que
no logró que regresen de inmediato a tu madre, porque...
—¡Qué le
sucede a…! —Aurelio se contiene para no
lanzar una grosería contra el Presidente, respira hondo y mueve la cabeza en
sentido negativo— ¿Qué esperas para pasarlo a la línea? Y dile que salga del
perímetro de su aparato si no quiere problemas.
—Un momento
ahorita lo convenzo de salir.
—Prometiste
que a ella la iban a regresar…
—Me acaban
de hablar, haré una protesta formal, pero llamó directamente el Gobernador de
California, señalando que sus hermanos consanguíneos a usted no le importan
nada. Que él en cambio ya envió a su hija para presentarse con usted, que de
hecho ya lo está buscando, para permanecer en México. Y el Gobernador en
persona garantiza que su señora madre recibirá un trato de reina y que ella
está por su voluntad propia, que dice que le agrada ese país para quedarse a
radicar.
—Entienda
que no voy a dormir tranquilo sabiendo que mi madre es un rehén.
—La
señorita norteamericana ya está en la recepción de Palacio. Lo más adecuado es
que tome la llamada directa con California. El Gobernador allá tiene la
palabra.
—Supongo
que él sí manda, no como usted —señala Aurelio con ironía.
El
Presidente promete conseguir el enlace de llamada a la brevedad. Aurelio le
dice a Dafno mientras ordena su primer platillo:
—Vas a
servir de traductor ni más ni menos que con el Gobernador de California, el
hombre más poderoso al Norte.
—Sin
problema.
Aurelio
vuelve a explicar cómo ve su situación y repite la explicación anterior con
otras palabras, ahora dirigida a Dafno. Con la comida servida suena una llamada
de Raudén:
—El
Gobernador insiste en que únicamente tomará a llamada desde el teléfono de su
hija, así que no tardo en llevarla a donde estés.
—No te
preocupes, hasta Dafno arde en deseos de conocer a una señorita de tanto
abolengo. Y localiza a tus guardias armados que regresen a cuidarnos, prefiero
no recibir más sorpresas, al menos por este día.
Aurelio cuelga
y explica a los presentes lo que sucederá en unos minutos, mientras recibe un
jugo y una carne asada. Sigue repitiendo a Dafno lo que entiende de su
situación y especula sobre el futuro.
Pocos
minutos después Aurelio distingue a una cabellera rubia cubierta con un
sombrero, lentes oscuros, camiseta anaranjada de tirantitos y pantalones shorts
también naranja avanzando tomada del brazo del Asesor. Piensa “Es una figura
hermosa desde lejos”. Después de las presentaciones de rigor, Aurelio solicita
la llamada, Dafno sonríe con timidez:
—Please,
the call.
La chica
parece contrariada, como si esperara pasear y platicar primero, aunque de
inmediato llama:
—Hello,
Dady, the mexican guy, about his mother.
El
Gobernador de California parece eufórico al saludar, habla como gritando, y se
dirige con confianza a Aurelio, como si fueran amigos desde la infancia. Sin embargo,
es terminante en que conservar a un pariente cercano en manos del país vecino define
un requisito indispensable que se acepta en el planeta entero. Aurelio no está
convencido, cuando el interlocutor apela a la Ley:
—What
law?
—Since
the Bible it self.
Y el
Gobernador se ríe mucho como si citar la autoridad bíblica fuera el mejor
chiste de la semana. Por más que Aurelio intenta argumentar, la contraparte
repite que es imposible cumplir su petición. Insiste cada vez:
—No
way.
Después el extranjero le explica que tiene
derecho a mandar a personas para verificar que tratan con mimo a su madre y que
no la amenazan bajo ningún concepto, al contrario, ella prefiere permanecer
allá. ¿Cómo dudar de la garantía con su propia hija? Y ella es un personaje
público, basta ojear en revistas y la red la identidad. Él convence a Aurelio
que el engaño resulta imposible. De manera unilateral, el californiano afirma:
—It’s
a deal.
Con la
promesa de que enviará a alguien de confianza a supervisar que su madre está
contenta allá, termina la negociación. Cuelgan ambos y Aurelio le pregunta a la
chica:
—¿Te gusta
este país para vivir?
Dafno
traduce y ella responde que no hay elección, que ya se hizo a la idea. Aurelio
le pregunta a Raudén cómo la van a cuidar a ella. Raudén explica que el Presidente
ya encargó el servicio de seguridad para ella, que se duplica con personal de
la embajada, que también está asignado. Aurelio suspira imaginando un lío de
cuidados superpuestos y regresa su mente hacia la metáfora del pez que ha
mordido una carnada.
—Pues
díganle a la señorita que por hoy puede pasear y divertirse mientras nosotros
platicamos. Por ahora no interesa ella, aunque eso sea rudo.
Dafno
comienza a traducir y ella le interrumpe:
—Estudié
español, lo entiendo.
Ella se retira
los lentes oscuros y se dirige a Aurelio de frente:
—Usted luego me habla, quiero plática en
persona, sin tantos testigos. Plática privada. Después. Después.
Acerca la
cara para despedirse con un beso en la mejilla. En cuanto ella se aleja, Dafno
opina:
—La veo muy
coqueta, va enfilada directo sobre tus huesitos, Aurelio.
—Eso creo.
En los reinos antiguos una costumbre fue la “alianza matrimonial”. Si nos
casamos, la unión entre los reinos queda garantizada. Suena a un premio, aunque
sigo sintiendo más cedazos y carnadas alrededor nuestro.
Herminio rompe
su mutismo y opina que desde esa perspectiva el intercambiar rehenes no es
abominable como sonó antes.
Aurelio se
propone explicar por tercera vez su situación con Raudén.
AMENAZA
Y PROTECCION: CORONA DE LATA
Todavía no
termina de la explicación de Aurelio, cuando se levanta Herminio, hace un gesto
de que lo esperen un momento y entra en la cocina del restaurante donde
escuchan una vieja melodía: “¿Qué pasará? ¿Qué misterios habrá? Puede ser mi
gran noche…” Una melodía de moda hacia medio siglo, interpretada por el divo Rafael,
cantante español. Es una pieza más en la inquietud del chamán, que ha
recuperado el ánimo combativo y las fuerzas luego de permanecer pasmado bajo
Palacio. Esa canción que le gustaba a su madre incluye un trasfondo dramático,
de una tensión tremenda, de la misma manera que el alma de Aurelio está bajo
máxima tensión, sometido a la responsabilidad del país que ha caído sobre sus
hombros. Y Herminio concluye: “¿Cómo se alivia la carga? Repartiéndola entre
muchos; si alcanza a formar un dream team
para el manejo del país, entonces el asunto quedará resuelto. O al contrario se
pasa una prueba donde despierta el héroe, una prueba de fuego.” Se siente
inspirado y comenta:
—Una salida
es repartir la carga, el peso abrumador del gobierno entre muchos; el peso
completo abrumará al más fuerte, será soportable cuando se reparta.
Aurelio
responde de inmediato:
—De alguna
manera lo estoy pensando, recuerda que he repetido “la división de poderes”.
—Me refiero
a los equipos que integran un gobierno con sus secretarías y ministerios.
—Para eso está Raudén, para eso están ustedes
y, claro, juntaré a personas capaces y honorables. Sin embargo, estamos en una carrera
contrarreloj pues no sé y sospecho que haya contendientes para ocupar mi
posición. ¿Qué opinas de esa idea? —lo pregunta dirigiéndose a Raudén— Quizá
también es nueva para ti, aunque en el círculo gobernante alguien debería anticipar
un pleito de contrincantes, tal como son la elecciones y el pueblo elige,
también acuda más de un sucesor y haga pasarela de concurso, los que peor
responden son eliminados y quién se comporte a la altura será el sucesor.
—Un don que
nadie sabe que existe, quizá es una leyenda como la del Rey Arturo con su
Excálibur… Supongo que si no es conocido, no hay quien lo ambicione… Queda como
leyenda urbana.
—De
inmediato lo supieron en el Norte, incluso lo sabían desde antes para tenderle
una trampa a mi madre y engatusarla con una oportunidad en Los Ángeles; lo sabe
el Presidente aunque sin precisión, y los técnicos para su aparato ese
magnetizador que se supone neutraliza. Hay conocimientos rondando por ahí, que
nosotros seamos novatos no resta riesgo proviniendo del otro lado. El mensaje
de respeto del Norte, con su trato y el intercambio de rehenes no es para dormir
entre laureles. Hay que ubicar una posición sin abusar, mi salud va en prenda. Se
requiere de velocidad y soluciones. Su tarea es protegerme en sentidos sutiles,
las trampas las he adivinado y tampoco ustedes que no las miran venir, hay que
estar más atentos al punto ciego y aprender rápido…
Dafno
levanta la mano y con una voz tímida señala que ellos a su vez requieren de
protección, él argumenta ser el personaje de huevo (Humpty Dupty), tan frágil
para quedar destrozado. Al exponer se le quiebra la voz:
—Esta vida
a veces es un tormento y hay quien no mira lo que se pierde y pisará a
cualquiera con tal de conseguir la cumbre.
Comienza a
sollozar, sin que su discurso sea tan desgarrador. Raudén opina que parece
borracho. Dafno no argumenta más y sigue sollozando. Aurelio lo invita a
calmarse, que han pasado demasiadas tensiones en dos días.
Entre los
caminantes indiferentes de la acera, sin ser requerido se desprende un
pordiosero: andrajoso, sin varios dientes, la ropa y los zapatos sucios,
algunas costras de mugre en el cuello, el pelo hirsuto y entrecano; delgado por
enfermedad o hambre, aunque sonriente. Agita un círculo de hojalata con la mano
derecha:
—Jefecito,
le traigo su corona, deme algo por ella.
Avanza con
lentitud y agita su mano con la hojalata. Dos auxiliares se aproximan para
detener su avance. Aurelio indica que lo dejen aproximarse y ellos lo escoltan
en su acercamiento. Los presentes se miran extrañados y Aurelio dice:
—Hay
trampas que nadie prepara, simplemente están ahí. Hay millones de miserables en
el país y su desesperación los arrastrará por instinto hacia donde atiendan sus
llagas. Y no es porque yo lo vaya a remediar. Sí conmueve al corazón mirar a
alguien en la desgracia. La desesperación por repartir felicidad, otro hilo
atado a una caña de pescar.
El
pordiosero se planta frente a la mesa para congraciarse:
—La cuidé
para usted, jefecito, por allá —señala con la misma mano que sostiene la
rústica corona— me la querían quitar y no los dejé.
—Gracias,
te vamos a recompensar —dirigiéndose al pordiosero—, y por favor Herminio
consigue una bolsa estéril para recibir esa corona, no debemos tocarla, por el
momento.
Aurelio
encarga a Raudén que recompense con generosidad al pordiosero, quien busca un
billete y lo ofrece mientras da unas sencillas instrucciones. Cuando el
pordiosero se retira al Asesor le pregunta en voz baja:
—¿Qué tanto
lío sería que lo mantengas vigilado? Y no porque imagine que él sea malo, sino
que esté enganchado en alguna trampa. Me ha simpatizado, con esa mirada de
perrito que busca un dueño. Quiero ayudarlo y junto con él a todos los
miserables de este país y, en fin, si estuviera en mi mano a los del mundo
entero. Entonces sucede como con el Emisario que viene su desgracia y me cargan
con la culpa, que es una trampa pero voy mordiendo el anzuelo, y en lugar de
sacar sentimientos nobles y caritativos caigo en pánico. Porque si hay quien
mande ¿qué costaría dejar limpios y más o menos decentes a los países, en lugar
del cochinero que se mira por doquiera? Sería fácil ahora con tanta ciencia y
tanto dinero rondando por el planeta ¿o no? ¿Qué me dicen?
Herminio
responde:
—El mundo
es misterioso pero está en equilibrio el día y la noche se siguen, el invierno
y la primavera se siguen… Hacer caridad no siempre es como nos lo imaginamos a
nivel familia para favorecer a cada hijo. Si esa fuera una solución de los
árboles ya crecerían billetes en lugar de hojas… recuerda que repartir dinero
no arregla las almas…
Aurelio
mueve ambas manos y con los gestos invita a acercarse. Con voz baja comenta
mientras señala alrededor:
—Nos
sentamos aquí, en una mesa exterior en este restaurante casi vacío; han pasado
unos minutos y este lugar ya se ha llenado por completo y todavía no es hora de
comer. Las protecciones alrededor de los árboles la gente las usa como sillas,
cada vez más se acercan a nosotros y, entre casualidad y fatalidad, comienzan a
mirarnos con insistencia. Supongo que la actitud de la gente alrededor surge de
mi condición, algunos ya prestan atención dispuestos a cumplir una orden.
Preferiría que nos colocáramos en un sitio más privado. ¿Alguna sugerencia?
Dafno
propone el hotel que ha ocupado ocasionalmente para atender clientes cruzando
el Zócalo, el mismo desde el cual seguía la primera incursión furtiva al
Palacio Nacional. El sitio es muy cercano.
—Incluso
tengo un descuento, pueden darnos un salón privado como un comedor o si alguien
gusta bañarse pido una habitación.
Acuerdan
que dirigirse de inmediato. Raudén paga esa comida y salen caminando para
recorrer la distancia. Mientras avanzan Herminio insiste en que Aurelio no está
preparado para el don de mando, aunque dejar los acontecimientos venideros al
acaso sería aún más terrible.
—¿Por qué?
—Los vacíos
de Poder son episodios de violencia gratuita, feroces orgías de destrucción,
precipitan a la desgracia.
—Por eso
mismo debo actuar rápido.
—Entre los
politólogos a esa fase se le llama interregno, aunque con más precisión
—advierte Raudén— se teme que si hay un fraude electoral correrá la sangre.
Aunque eso del fraude es tan relativo.
—Si mucha
gente cree lo mismo deja de ser falso, cuando tantos lo creen abandona el tema
de verdad y error, para volverse asunto de pasión y de a ver quién gana. Al
final gana quien empuje más fuerte, a menos que haya una rienda invisible que
detenga la marea.
—Esa rienda
será Aurelio.
—De nuevo
siento demasiadas miradas alrededor.
Herminio supone
que una ligera paranoia afecta a Aurelio y que quizá después vaya aumentando,
lo ahora son impresiones en el futuro saldrá de control y recuerda remedios
para calmar el miedo. Aunque también él observa miradas alrededor…
Cuando el
recorrido de la Calle 5 de mayo termina en la orilla del Zócalo suena una banda
militar y los soldados están arreando la bandera monumental que adorna el
sitio.
Raudén de
inmediato argumenta:
—Todavía no
son las 6 pm, algo curioso que estén arriando la bandera, faltan horas para la
ceremonia.
Es cierto,
el reglamento militar señala que cada atardecer a las 6 pm se debe quitar la
bandera monumental del asta que domina la plaza. La bandera monumental de tres
colores rebasa la longitud de veinte personas y se mece con cada oleada de
vientos, como si poseyera un alma misteriosa, que baila con el ritmo plácido de
las nubes lejanas. Mientras una banda militar interpreta himno hay un pelotón
completo que cumple la maniobra marcial del descenso.
—¡¿Estás
seguro?!... —mientras Raudén responde con la cabeza en sentido afirmativo,
Aurelio señala en sentido de avanzar— Entonces vamos ya, aunque sea otra
carnada.
Aurelio trota
para cruzar rápido la gran explanada y alcanzar la maniobra de los soldados
antes de que la terminen. Conforme se acerca vocifera:
—¡Que el
jefe detenga esto!
La banda
musical se detiene, el grupo que está bajando la bandera se paraliza, mientras
uno de los músicos da un brinco hacia un lado, guarda su trompeta y saca su
fusil para apuntar. Al extremo el militar que con más adornos y, por ello, más
rango, deja una mano levantada.
Aurelio no distingue
que el soldado le apunta hasta que está cerca y se frena en seco presa del
peligro. Deja el cuerpo quieto y mira la amenaza. Los demás van corriendo atrás
de él, excepto Dafno que se quedó al otro lado de la calle. Al detenerse
Aurelio el jefe de los soldados reacciona diciendo que todos esperen sus
órdenes y hace un gesto al de la trompeta para que baje su fusil. Desde unos
pasos atrás Raudén grita:
—¡Teniente
González! Son amigos.
El aludido
saluda moviendo la mano hacia la cabeza. El soldado apuntando el rifle se da
cuenta que son amistosos y en un segundo guarda su arma, y vuelve manipular la
trompeta girándola con habilidad, como si no existiera su fiereza previa.
Aurelio respira
tranquilo y se da cuenta que nada más Raudén notó la amenaza que se ha
disipado. Respira para calmarse mientras se acercan los demás. Cuando Raudén
está junto a él le señala:
—Dile que
no es hora de arrear la bandera.
Raudén
sigue trotando hasta alcanzar al militar y lo saluda con familiaridad. En unos
segundos mueve la mano indicando que los demás se acerquen. El jefe militar
saluda con sequedad a los desconocidos y explica:
—Viene una
manifestación y adelantando la hora se evita el conflicto de cumplir nuestra
ceremonia. Se calcula que la gente empieza a inundar el sitio comenzando en
media hora.
—¿Son
contrarios al régimen? —pregunta Aurelio.
—Así es,
por eso evitamos cualquier roce.
—Le
presento a Aurelio, una persona importante para nuestro gobierno, lo que pida
tómelo en cuenta.
Los demás
no terminan de comprender la reacción de Aurelio y él no la explica. Cuando se retiran rumbo al hotel frente a la
plaza, Herminio que notó la amenaza y comprende que el soldado que apuntó era
uno amoroso.
—Con un
descuido y esto se acaba, debes andar más cuidadoso.
—Para eso
están ustedes. Lo que no entiendo fue mi impulso, como un resorte desconocido.
Se supone que evito lo que llamo trampas. Aquí yo solito me enredé, quizá
porque la bandera simboliza a la patria y sentí que la iban a arrebatar. No era
sensato ir corriendo y gritar, bastaba preguntar un poco. ¡Qué importa que
bajen la bandera antes de la hora! Habiendo asuntos tan delicados en el país,
actué como un adolescente. Juro que sentí algo delicado en ese adelanto de la
hora, como si estuviera en juego una humillación a la patria, visto en
perspectiva suena absurdo.
Pregunta
Herminio si por la proximidad de una multitud siente amenaza:
—¿Será que
viene la multitud?
—Eso quizá
sí me altera. Siento las manos sudorosas… Mejor vamos a tomar el hotel como
refugio, sigo sintiendo demasiadas miradas, prefiero ver sin ser visto desde
arriba del nivel de piso.
EL
MIRADOR Y LA MULTITUD
En el Hotel
de la Ciudad de México alquilan una recámara y un comedor pequeño con servicio.
Únicamente Herminio va al cuarto para bañarse argumentando que le resulta
indispensable y espera que el agua caliente sirva para despejar por completo la
impresión del sótano bajo Palacio. Él se compromete a avisar cuando llegue la
multitud pues se mira la plaza desde esa habitación.
Los
auxiliares se apostan en los pasillos del hotel. En el pequeño comedor un
amable mesero les sirve cervezas para los adultos y agua para Dafno, repite su
explicación Aurelio, dando un giro
inesperado:
—La
facultad del Poder, ya lo saben, unas entidades blanca y negra me la
entregaron, yo no la he pedido. No estoy preparado lo suficiente y todo indica
que ejercer abiertamente la facultad me desgastará y el tiempo transcurre tan
rápido que me está alterando, estoy más sensible a temores y acosos. A cada
rato surgen distintos anzuelos, así que debo tomar distancia del centro del Poder
mismo, para actuar desde una lejanía. Lo mejor es alejarse del Palacio, eso
espero se cumpla hoy mismo. Me quedé para mirar si es verdad que el opositor
ganará las votaciones, cuestión que antes no me interesaba. Quizá sería viable
alterar el curso de las votaciones, sin embargo, está en peligro mi salud y el
ejemplo de la dama de Puebla perdurando muchos años es para seguirse. Tampoco abandonaré
el Gobierno, sino que daré unas directivas de mejora, para ello requiero de
asesorías de calidad, según hace rato señaló Herminio, un equipo de trabajo de
máxima calidad para acercarlo a los niveles adecuados. ¿Qué opinan?
Dafno
responde primero:
—Lo que me
preocupa es tu espíritu, es vital cuidarte que no seas presionado y atrapado
por emanaciones de un “bajo astral”. Supongo todos vieron el Señor de los anillos, el Golum cayó bajo
el influjo del anillo. La presión que percibes implica un torsión que los demás
no resistiríamos. Mi opinión es que alejarse del Palacio.
—¿En
términos de distancia?
—Cuando
menos fuera de la capital de la República.
—¿Y tú
Raudén?
—Esto es
nuevo para mí. La prudencia que sugiere Dafno es digna de elogio. El gobierno mismo
sí es mi materia, tengo tantas opiniones por verter y explicaciones sobre los
mecanismos legales y las instituciones, que estimo resulta indispensable
conocer. Lanzar órdenes sin fundamento provocaría un desorden legal y por más
que me rinda ante la evidencia del don de mando eso no significa que recomiende
acciones caprichosas, eso es demasiado ilógico. Las manos de la casualidad
serían una lotería de infortunios.
Aurelio
pide que guarden silencio pues ha sentido la presencia de la multitud. Antes la
aglomeración de personas le resultaba indiferente, cuando atravesaba los ríos
de peatones en las calles saturadas ni lo notaba. En este trance su piel adquiere
lo que vale llamarse una hipersensibilidad.
—Siento un
agobio, incluso en la piel, una rozadura quemante.
—¿Físico?
—Sí es
físico, aunque supongo que es una impresión controlable. Ahora la multitud despide
un fuego seco.
Dafno
pregunta si consigue analgésicos y Aurelio acepta aunque supone que es mejor
alejarse pronto del Zócalo y la manifestación.
—Vamos al
cuarto por Herminio y no retiramos.
En la habitación alquilada descubren que Herminio
puso una tina de agua tibia y está dormitando con placidez. Una ventana abierta
permite escuchar el rugido de una multitud que colma la plaza del Zócalo y
hacia un costado un templete con sonido hace pruebas para los oradores.
—¿Alguna
vez has presenciado en vivo al candidato?
—No, evitaba
la política.
—Por mi
trabajo sí, es parte de permanecer siempre actualizado y con los hilos del
gobierno.
—¿Ahora
ganará?
—No hay
manera de que pierda, de hecho el Presidente ya negoció una transición suave,
sin importar que sea el opositor. Eso fue antes de que entraras en escena,
puedes cambiar esas negociaciones.
—A mí no me
da confianza —objeta Dafno.
—Si ya va a
ganar no hay más que verle —afirma Aurelio— pues guste o no con él me las
arreglaré el próximo año.
Desde el
fondo del baño sale la voz de Herminio que ya ha despertado con la plática:
—Será si no
pierdes tu don, que de seguirlo desperdiciando en arranques y gestos temerarios
desaparecerá sin pena ni gloria, más valdría morir que traicionar.
Aurelio
piensa “Tan mal estoy actuando desde para único con perspectiva espiritual en
este cuarto. No le veo sentido a refutarlo. Lo mejor será tomar distancia,
antes de que aparezca la próxima trampa.”
Los
analgésicos hay hecho efecto. Más allá de la ventana la multitud vitorea y se
agita, rompiendo el hilo de pensamientos de Aurelio, que se asoma y alcanza a
mirar una figura diminuta en la distancia de la plaza. El personaje está parado
en una plataforma, micrófono en mano y platica con lentitud, como el mago que
ensaya relajar a su auditorio. Desde la ventana se esfuerza por captar la voz y
el sentido de las palabras de un futuro interlocutor. En la distancia y con la
multitud correando resulta difícil entender algo más que el tono. Atrás del
personaje se levanta el Palacio Nacional, macizo e imponente, matizado con
tonos más grises. Ha caído la tarde y el cielo pierde sus últimos resplandores
luminosos y su color ya se debe a la Luna, la antigua diosa derrotada entre los
aztecas. Aurelio procura enfocar su atención y lo logra, observa con cuidado la
diminuta figura al otro lado de la plaza, con su camisa blanca y cabeza que
pinta canas. Transcurre un lapso que parece eterno, hasta que recuerda que una
atención prolongada delega un don de mando hasta sin quererlo. Luego de un rato
reacciona:
—Es hora de
salir de la ratonera, tomemos rumbo —Aurelio lo duda, por un instante y supone
que si lo aconsejara Tezcatlipoca entonces se dirigiría a Atlacomulco, el sitio
de los pozos profundos— vamos al Oriente, la dirección de Quetzalcóatl.
LA
DESPEDIDA DE LA DAMA
La
habitación grande y soleada, levantada sobre materiales tradicionales de
tabique rojo y vigas de madera para sostener el techo. Ahí coincidían los
detalles de las familias antiguas como un ropero en lugar del clóset y un baúl
habilitado como silla frente a la cama. Las cortinas de tela corriente pero
colorida y el piso de grandes cuadros de barro cocido. Las ventanas de hierro
forjado y puertas pintadas de negro. Un único cuadro colgado en la pared: un
óleo viejo que debía representar a sus antepasados. Un radio viejo y un
teléfono celular en un buró junto a la cama completaban el cuadro de una
existencia rústica, con la comodidad suficiente.
En el patio
ladraban un par de perros criollos, que exigían intermitentemente comida o cariño.
La anciana
permanecía recostada, con dos almohadas sirviendo de cabecera. Su rostro
pintaba arrugas sobre arrugas. Su pelo hirsuto y por completo blanco,
contrastaba con el rostro moreno. En una mano detenía un rosario de madera
negra y en la otra sobaba el lomo de un libro grueso como una biblia que reposaba
en su regazo. En cuanto atravesó la puerta supo que él era Aurelio Velarde
López:
—Quería
conocerte antes de entregar las cuentas al Creador. Eres tan joven y ¿de qué
quejarse? Conmigo sucedió también, no estaba lista y desconocía lo que vendría:
una avalancha que arrastra la existencia. Antes aprendí a estar lo
suficientemente quieta y, como sea, no lo resolví. Y quedé tan abrumada, hasta
que recibí el libro. Una mula cargada con demasiados bultos se resiste a seguir
hasta que entiende dónde bajar tanta carga. Y el libro espero despertará tu
curiosidad y salvará tu existencia, permitiendo que intervengas desde la
distancia. En cuanto lo termines de leer sabrás cómo anticipar exactamente el
día en que habrás de morir, como me sucede, y en el futuro notarás que las
fuerzas te van a abandonando paulatinamente, hasta que surge en alguien más.
Aunque nadie obliga a rendir cuentas con tu sucesor, en mi caso soy Damaris
Peralta Blas. Mejor conocida como la dama de Puebla, aunque aquí esta humilde
casa es Tlaxcala.
—Gracias,
qué amable.
—Si no dejo
algo de orden, lo poco positivo que hice se derrumbará. Y acércate más que
cuesta hablar. Te puedes sentar en la cama, con confianza que no escondo nada…
Aurelio
cruza el breve espacio y busca una orilla para acomodarse. Lo hace e invita a
seguir.
—Hay poco
tiempo. Lo que servirá descansa en ese libro. Y no es la Biblia, nada más lo forré para disfrazarlo así por si apareciera un
curioso. Los inoportunos no se roban una Biblia pequeña y desvencijada. Hay
presentes para ti, adentro.
La anciana
lo acerca y Aurelio toma el libro entre sus manos para contemplarlo.
—Ábrelo con
cuidado, anda —dice ella, con su vocecilla de anciana que cada vez es más
suave— con cuidado.
Él observa
que hay un broche y lo retira. Es una caja conteniendo algo brillante y un
libro más pequeño. Al abrir las tapas surge un reflejo doble: el chispear de un
diamante y de la hoja metálica de un puñal. La hoja está decorada con una
alusión a tres granos de trigo.
—Ahí está
lo que aprendí: violencia, riqueza, evitar perder la cabeza y matrimonio. Ya
verás que está relacionado que “Matrimonio y mortaja del cielo te baja”. En
algún momento entenderás mejor y serás más prudente al actuar. Y el libro de
apuntes: Maquiavelo y Jesús, Clausewitz y Aristóteles… El Presidente refirió
que eres animoso y algo desorientado, por eso facilité este encuentro. Faltan
pocos días para abandonar este sueño.
Aurelio
siente urgencia de llegar directo al grano:
—¿El don se
pierde?
—Mírame,
cerca de la muerte, cuando las fuerzas están al extremo te abandona y se posará
en algún otro. Es justo ese abandono, una mano que tiembla demasiado hará
temblar al país y no sería conveniente. Eres tan joven que no lo comprobarás
sino dentro de mucho… En cambio, la mayor parte del tiempo no vas a utilizar
ese don, también me contó de tu mechón blanco. Eso ya lo entendiste, y también
hay otra manera más corta de perderlo. A veces alguien inmune a tu influjo te
mata, eso es como un riesgo de trabajo, y a veces consecuencia de que algunos
elegidos terminan enloqueciendo, por sus excesos o sus temores, no soportan y
primero se engolosinan y luego se extravían en la locura ¿Todavía no te das
cuenta?
Espera una
respuesta, Aurelio únicamente asiente con la cabeza. Tras una pausa, ella
continúa:
—Los
mechones de canas son un efecto y sé que eres joven.
—Lo noté,
no es agradable—hace una pausa mientras imagina temeroso que sus canas también
entraron a las circunvoluciones cerebrales y han arrancado trozos de su
vitalidad mental— y evitaré envejecer.
—No es
únicamente la salud, que el reloj interior avance demasiado rápido, sino que lo
más conveniente es intervenir lo mínimo, por más que ansía uno meter la mano y
corregir lo que nos parece mal. Y sin darte cuenta vas a compartir tu don de
mando con desconocidos, sin alcanzar siquiera a darte cuenta. Te cuento que me
sucedió con el profesor rural Lucio Cabañas, sin querer lo impregné con el don.
Uno siente que controla esa situación, pero la única manera de evitarlo es
restringir las visitas. Una mirada demasiado afectuosa y un relato con
demasiada simpatía empuja el don, les da poder incluso a los desconocidos. Además
es triste repartir un tanto sin proponértelo, la persona agraciada no lo
percibe sino con lentitud y a través de actos torpes, que no los convierten en
mejores personas ni líderes, sino que van sinuosamente. Y, en tantos casos, el
advertirles no sirve y hasta guardan un rencor cuando les abres los ojos.
Siendo algo delegado también desaparece su don súbitamente o si lo entregas a
alguien más, entonces quedan compitiendo o sometidos a otro influjo y si ya son
soberbios exigen obediencia y viene un desastre en sus relaciones. La mayoría
de las veces uno desconoce, por eso evité presentarme tanto. Por eso dejé
décadas a un encargado, Fidel hasta que murió, encargado del despacho, de todo.
Últimamente resultó Presidente uno que me era devoto, que conocí por una
casualidad; en fin, la casualidad pareciera estar asechando. Para un buen
cristiano es el Adversario que nos tienta no el azar, que ya te imaginarás. Recomiendo
tanto evitar meterse, mientras se aprende, mientras se entiende. Rezando en la
mañana y al mediodía, antes y después de comer para que un arrebato de voluntad
o tragedia no derribara al país. Muy seguido, sentí que yo era un titán Atlas;
cargar el planeta no es fácil, cuando se quiere estornudar nadie que cargue el
planeta ni un rato. Entonces, lo difícil es contenerse mientras se aprende… Y
los años pasan, hasta que logré distanciarme al máximo…
Aurelio se
distrae de la explicación y medita: “Palabras de vejez, supongo que no aprendió
mucho, de origen una persona escasa de cultura; aunque haya dedicado años al
estudio; como siempre cuando la semilla es débil el árbol no alcanzará las
nubes. Algo hay que cambiar, por más que sea cauto y el diseño de esto impida
intervenir como se desea, entonces hay que perfeccionar el arte de las acciones
exactas y contundentes. Nombrar a un mediocre y dejarlo a cargo, entonces hundirá
al país en mediocridad. Aspiro a más…” Ella lo toma con su mano fría y débil,
lo que provoca su sobresalto y volver la atención. Lo mira a los ojos y
continúa:
—Lo que requieres
está en ese libro. Y lo primero, quitarte una falsa impresión. Cuando comienza
el don la capacidad de influ ir es arrasadora y con el tiempo se modifica, para
desaparecer al final. Al debilitarse habrá que esforzarse cada vez más para
enfocarla hacia algo, así que si no dominas tu atención y voluntad, rápidamente
desaparecerás en el torbellino de tus anhelos… Esa es otra razón mayor para
alejarte del centro del Poder, las ganas de intervenir te arrastrarán con más
facilidad. Los lambiscones te acosarán y una inundación de “como usted quiera”
te perderá. Y ahora hay otra tentación con tantas comunicaciones, así que mejor
si te desconectas de las noticias… En fin, y si no aprovechas lo que te digo,
peor para ti, peor para el país. Mejor haz caso y será mejor tu vida.
Cuando ella
hace una pausa, Aurelio pregunta:
—¿Cómo
supieron de mí en el Norte? Es como si se enteraran antes de que sucediera.
Damaris
responde:
—Fue por mi
enfermedad, en este día estoy mejorada, pero cargo ya demasiados males, así que
les debía avisar a los vecinos, ellos hicieron lo misma años antes. Es
importante que sepan en las otras regiones, pues si intentan acordar con quien
súbitamente se volvió polvo entonces sobrevendrían problemas. He durado
suficiente y antes he recibido avisos del extranjero, así que estoy en
contacto. Tuve unos desmayos para avisarme que mis días están contados y
entonces surgió un vacío, así que al recuperarme empecé a ordenar. Es de una
cortesía elemental avisar…
—Pero no es
cortés que se lleven con engaños a tu familia. ¿Dejaste a un pariente de rehén
en el Norte?
—Mi único
hermano, que luego tuvo dos hijas, una se quedó allá y tuvo dos nietos. Y de
ellos siempre hubo gente acá, hay un equilibrio en eso. Un sobrino se fue a
Cuba. Con eso fue bastante. ¿Y tu familia?
—Mi madre en
el Norte se fue engañada, con tretas aunque la escucho contenta allá y eso del
dolo no me gusta. Ellos enviaron a una chica, un tanto empalagosa y hasta
acosadora. Como sea hecho está, dime más sobre las dificultades de mi
situación.
—Cuídate de
los serviciales, de los agachados y que a todo dicen que sí. El don los obliga
a obedecer, aunque no a mentir, así que aprende a preguntar y aleja a los
lambiscones y convenencieros, ellos son las moscas que oscurecen al mismo Sol.
De por sí conviene limitar reuniones o encontrar la manera de que no tengan
consecuencias… me entiendes la clase de consecuencias, o eso espero. Sería
largo explicar, hay demasiados asuntos, para eso te dejo esto.
Señala la
cajita y suspira. Cierra los ojos y guarda silencio.
—Lo primero
que encontré fueron trampas…
—Si pedí
entrevistarte no es para que cuentes tus historias, resulta inútil que me
cuentes. Aún siguen más trampas, debes atravesar al menos atentado… El elegido
que no atraviesa por un atentado para empezar, no está graduado.
Ella toma
una pausa, lo mira directamente y no dice más. Él se pregunta cuánto falta para
ese atentado. La respuesta está en la siguiente curva, más allá de la casa
donde es la entrevista.
—Se supone
que quien se aproxima a asesinarte cae en pánico y es incapaz de matar a un
elegido, conforme se acerca a ti le tiembla la mano. A veces el elegido no es
capaz de soportar las presiones y desde su interior surge un anhelo suicida. Abandonar
tantas responsabilidades, así que acepta un rápido final antes que cargar sobre
sus hombros su responsabilidad.
Aurelio se
pregunta mientras la mira con fijeza si es otro ardid para desistir. Mueve la
cabeza en sentido negativo para disipar cualquier temor, mientras Damaris
continúa:
—Es inútil
preocuparse, si eres elegido atravesarás el fuego y demostrarás tu audacia
cuando el peligro aseche, aunque tampoco aconsejo para el descuido ni la
temeridad. Mira, pronto entregaré cuentas al Creador. Ahora tú posees el don, aunque
requieres de consejos no harás caso rápido. Con el don llegan la soberbia, el
miedo y la soledad. Si sorteas las trampas serán lecciones. Mira en el librito
al principio está la metáfora del granjero y su guijarro, la piedra parlanchina
que presumía que flotaría en el aire si la soltaban en la boca del pozo. El
granjero la reprendía y la guardaba pues no quería perder a su piedra
parlanchina. Pero ella insistía en que maravillaría a todos al flotar por los
aires sobre la boca del pozo más hondo. Insistió tanto y convenció al granjero
de colocarla en ese sitio absurdo. Sucedió lo evidente y el ruido en el fondo
del pozo terminó con la ilusión. El campesino se lamentó haber sido convencido
por un guijarro, aunque la piedra sí aprendió una lección.
—¿Y volvió
a salir del pozo?
—Que no te
importen los guijarros tontos, sólo los astutos.
Bostezó y volvió
a cerrar los ojos mientras obsequiaba:
—Mira bien
el anillo, prueba si te ajusta en el anular, es el más adecuado.
Aurelio lo
desliza en la mano izquierda y le acomoda.
—Úsalo o
guárdalo, como más te plazca. De cualquier manera te enseña y te sirve. El
puñal es demasiado pequeño no es para defensa. También enseña y la leyenda dice
se empleó en los sacrificios, que...
Aurelio se
acuerda del amuleto que no ha vuelto a conseguir Herminio y siente una tensión en
la boca del estómago. Tocan la puerta de la habitación, llama uno de los auxiliares
que llegaron con Aurelio.
—Señor, comenzó
una insurrección indígena en Chiapas. Mire es urgente tomar acciones...
La dama
interrumpe:
—Para no
perder tus años en minutos, sería indispensable que actúen a quienes hayas
encargado…. El arte de la distancia se explica en la palabra wu-wei,
es china, está en una nota de Lao Tse. Pero regresando… Tengo entendido que ya
encargaste el Poder… —Aurelio hace un gesto con la mano como si fuera a
responder lentamente, pero ella se apresura a terminar—. Como sea, estoy agotada
y es mejor despedirnos. Cuando aprendas del vacío estarás a salvo. Y despídete
con un beso, será la última vez que te vea.
Aurelio supone
que la anciana habló por experiencia, aunque se rebela interiormente y comienza
a tramar planes para actuar sin intervenir vía protocolos, normas o leyes para
que las cumpla un plenipotenciario. Al salir de la casa observa que el sol
poniente tras la montaña, mientas escucha el informe completo del asistente y
su mente vuela buscando un refugio, un equilibrio exacto entre su anhelo y la cadena
vacía del extraño mecanismo del Poder. En la próxima curva, una partida de
sicarios guiados por Herminio toma sus posiciones alrededor de la única salida
del pueblo, una sombra siniestra adquiere densidad entre ellos y un
imperceptible temblor de manos comienza en más de uno.