Por Carlos Valdés Martín
Previo
Antes de una concepción del Progreso el tiempo fue
concebido como inalterable, decadente o frágil, jamás para una mejora constante.
A veces, se creía en una decadencia del tiempo (en una caída de las Edades
comenzando con la de Oro, Plata y llegando a la de Bronce) y otras veces en un
tiempo inmutable (el presente se repite, incluso como Eterno Retorno). En
casos, más felices se esperaba una llegada del Mesías, para la salvación
definitiva, y en los infaustos se temía un Apocalipsis desastroso. La idea
de Progreso se abrió espacio junto con un optimismo, con la noción de que
habría una opción de mejorar en el tiempo. Cuando surgió a la luz, fue el
Progreso una visión bastante marginal, que creció hasta convertirse en un eje
temático.
La noción más cotidiana del
tiempo fue cambiando y el Progreso dejó de notarse como una idea fuerte, para
confundirse con una posición política peculiar. La confusión es entre los
“progres” fueran
abanderados del Progreso, que este último es una idea más general y filosófica.
Apertura de la ventana del
Progreso
Hasta la definición más simple de Progreso marca una
revolución en la concepción del ser humano y sus posibilidades. La
simple definición de diccionario nos indica el movimiento hacia adelante, y estamos
tan acostumbrados a tal devenir hacia un futuro con más de esto o aquello, que
nos parece natural. Durante más de tres siglos han crecido la población, la
economía y el conocimiento sin parar; incluso la alarma ecologista exige poner
frenos a tanto crecimiento. Las ciudades amuralladas y de pequeñas plazas son
un atractivo turístico por la nostalgia que provocan, mientras las megalópolis
con rascacielos dominan las economías y finanzas del planeta. Los antiguos
podían imaginar una sociedad perfecta, pero no un cambio cotidiano que fuera
hacia más y que trajera novedades en un vértigo sin freno. Así, Platón en su República
describió una sociedad gobernada por reyes filósofos y estratificada de manera
armoniosa, con una pedagogía emanada de lo más selecto entre la Hélade. La
República platónica no pretendió materializarse ni se proclamó como
partidarismo sectario, porque la antigüedad no seguía sino reinos extensos y
“tierras prometidas”. El
republicanismo antiguo, ejemplificado en Roma, no pretendía una sucesión de
tiempos, sino mantener una tradición equilibrada, según sus dioses
locales y con un designio encerrado para siempre en los “libros sibilinos”.
En cuanto hay un futuro hacia el
cual moverse de manera colectiva cambia el panorama, ya no estamos en la
Antigüedad ni el Medioevo, sino en un periodo distinto. Basta abrir la ventana
del progreso, estableciendo una dirección hacia la cual avanzar para que cambie
por completo el panorama.
El cambio del Progreso implica
un cambio completo de paradigma
La noción de progreso fue deslizándose de manera espontánea en
la conciencia colectiva, empujada por la evidencia de las transformaciones.
El modelo de lo estable y fijo se mantuvo por la evidencia de los milenios, por
más que en retrospectiva los arqueólogos vean una “Revolución agrícola” o un
salto con el empleo de metales, todos esos cambios son mirados al compactar el
pasado. En la antigüedad la vida cotidiana no saltaba de manera espectacular,
las modificaciones provenían del comercio y la extranjería, cuando las
invasiones se hacían con otras armas. Aunque había momentos privilegiados de
avances del pensamiento como la Atenas clásica y de concentración de poderes
como la Roma esclavista, tales empujes no daban pie a percibir ese
desplazamiento continuo hacia futuros distintos. La genialidad de Heráclito
permaneció como un filosofar abstracto, demostrado en metáforas naturales:
nadie se baña dos veces en el mismo río. La aplicación tecnológica se mantenía
en los márgenes de la conciencia, y hasta el tecnólogo resultaba un personaje
digno de desconfianza, según la leyenda del astuto Dédalo, fabricando
dispositivos desastrosos como un laberinto para el Minotauro y las alas
enceradas que no resistieron a Ícaro, su hijo.
Que el futuro sea esencialmente
mejor vía el Progreso conlleva
una idea tan fuerte, que se mantiene en los márgenes, luego se esteriliza (como
figura flaca y lineal) y luego se mistifica al volverla una escandalosa
Revolución (única, que anule al propio Progreso).
El significado del Progreso
cualitativo
Mientras nos coloquemos en un
concepto lineal el Progreso pareciera escaso en argumentos y secretos, en cuanto
pensamos en un movimiento cualitativo, a manera de una escala de
transformaciones el concepto resulta mucho más interesante. Para entender una
Sociedad de manera correcta y científica debemos considerar a la idea de Progreso como el eje de
sucesión y la ventana de posibilidades, para diferenciarnos de los conceptos
inmovilistas. Lo más evidente señala que fue hasta cierto nivel cualitativo
de los avances científico-tecnológicos del periodo capitalista, que el cambio
social fue evidente y que la ventana de transformaciones rumbo al futuro era
más que obvia, que se modificó la perspectiva, para sustituir visiones que
aparecieron desde las épocas de los Faraones y pueblos agrícolas con visiones
“organicistas”.
El movimiento actual de la
humanidad no se satisface ni describe con repeticiones, sino con cambios de
calidad y dinámicas transformadoras. El espíritu es tan libre, que el sencillo
esfuerzo por conservar lo adquirido, ya
implica una posición ante la existencia y una definición frente el futuro.
Entonces, el Progreso implica una dinámica y la capacidad para comprender que
lo permanente en las Sociedades es el cambio, y que ese cambiar no es un
movimiento al garete y sin brújula, sino que la dirección es uno de los temas
más apasionantes.
Alusión a Comte y su
progresismo sociológico (la “ley de los tres estados”)
Debemos anotar que, en el periodo
medioeval, la conciencia predominante en Europa (y de ellos la heredó la América colonial) careció de
un horizonte claro de progreso, pues con los ojos puestos en el cielo, las
sociedades se evadían de cualquier responsabilidad respecto de su mundo
material. En base a una estructura religiosa, veían con desconfianza el proceso
de cambio, condenándolo como herejía y descaro. Los sacerdotes y los
gobernantes se enorgullecían de conservar el legado de siglos anteriores, ya
fuera siguiendo los textos de la sagrada Biblia o las costumbres
heredadas.
A partir de una nueva oleada de
pensadores y aventureros prácticos, el Renacimiento empezó a inquietarse con las posibilidades, porque una
definición de lo “posible”, debe contener la semilla de novedad y
entonces vislumbra la idea de Progreso. Un pensador importante para redefinir
la noción de Progreso fue Augusto Comte, reconocido pensador del siglo XIX.
Este autor, uno de los fundadores de la ciencia denominada sociología, planteó
con claridad una perspectiva de cambio social. Comte propuso una denominada ley
de los tres “estados” (o periodos) del Progreso social, donde definió que la humanidad
avanzaba en tres etapas: Teológica, Metafísica y Positiva. Sin detenernos en
los detalles, este autor francés observaba que la humanidad avanzaba con ímpetu
hacia el periodo Positivo, donde se unía la mentalidad científica, con dominio
de la naturaleza, producción industrial y un sistema democrático-legal.
De hecho, las ideas de Comte tuvieron una amplia recepción.
Por ejemplo, su lema favorito de “Orden y
Progreso” fue colocado sobre la bandera de Brasil; además en México se
aceptaron esas ideas entre el grupo de Porfirio Díaz denominado “los
científicos”, sin embargo, luego el sistema de Comte cayó en desuso, al ser
cuestionada su teoría por otra radical: el marxismo.
La sustitución ideológica del Progreso
por la Revolución
Las visiones del Progreso de
Comte implicaban una reforma social constante, mejorando las instituciones y
llevando el bienestar a la población, y esa perspectiva reflejó lo sucedido en
las grandes metrópolis desde la Revolución Industrial. Sin embargo, los males de
los grupos oprimidos del final del siglo XIX y principio del XX popularizaron
una visión más radical, mediante la cual se proponía saltar etapas y ofrecer
una Revolución como remedio contra todos los males del capitalismo, sustituyendo
al reformismo positivista.
Con Marx, cambió la perspectiva del Progreso por un único salto espectacular, que remediara el
todo de todo, ofreciendo un paraíso en la tierra. Con la promesa de una
Revolución radical, el marxismo planteaba sustituir la paulatina escalera del
Progreso, por un enorme salto hasta el cielo. El balance de la política
marxista indica que las revoluciones sociales son posibles, pero que los
grandes saltos en la historia (conducidos de forma equívoca) también se
convierten en saltos al vacío, que luego de grandes sufrimientos retrogradan a
las naciones hasta un punto anterior del proceso, y, por tanto, se revelan como
falsos atajos.
El liberalismo ha seguido el
signo del Progreso
El liberalismo se ha identificado
más con una forma política, donde
existan libertades para todos y el Estado sea regulado por un sistema de
derechos equitativos. El liberalismo a veces a asumido el tema del
Progreso, como lo mostró Comte, pero también lo deja a las fuerzas del mercado
y a un efecto benéfico de la Educación. El ejemplo de México es evidente,
cuando los liberales del siglo XIX mexicano tenían el rumbo perfectamente
claro, y si ellos eran una minoría perseguida por la mayoría conservadora
durante la
Intervención Francesa, encontraron la convicción íntima al
descubrir que “el triunfo de la
Reacción es moralmente imposible” Y no
sólo es una imposibilidad moral, también el triunfo de la Reacción es una
imposibilidad material, porque el flujo del Progreso está fundamentado en la
estructura material de nuestra sociedad y en la inquebrantable nobleza del
espíritu humano.
Sin embargo, la evidencia del
Progreso resulta tan masiva, que sucede como los peces en el agua, que se deja
de observar. Únicamente se miran los efectos particulares de las grandes
aceleraciones tecnológicas, mediante la computadora, el internet, el celular, etc.
La diferencia entre el
progreso y el simple crecimiento
El Progreso significa que hay una
ventana abierta y que el cambio es real, significa que “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Sin embargo, ese desvanecimiento (un nihilismo) es una caricatura para
radicalizar (o ridiculizar) el movimiento difícil de captar y mantener
en nuestra mente.
Ahora bien, el Progreso para
poseer su honda catadura filosófica debe incluir calidad intensa y con sentido
humano. La noción neoliberal, ha confundido esta idea tan importante y como
falsa ideología sustituye el incremento de bienestar y de civilización,
por una tasa económica de crecimiento. El aumento del PIB y otros indicadores no implican un Progreso de modo
directo, pues la riqueza material únicamente otorga una plataforma para
la existencia. ¿Qué marcó más el tiempo: la irrupción de los Beatles o el
incremento de las reservas del Banco de Inglaterra? El grupo musical más
impactante del siglo XX creció de la mano con el auge de la posguerra y el
éxito de la recuperación inglesa, pero no se reduce a su éxito económico. La
paz mundial y el auge de las décadas de predomino de los ganadores de la
posguerra daba un espacio de posibilidades para una beatlemanía alrededor del
mundo, que alcanzaba hasta “back to USSR”, las meditaciones en India y los
hongos en la sierra Mixteca.
Las visiones reduccionistas:
estatismo y neoliberalismo
El reducir el Progreso a su
dimensión económica limitada, va de la mano con el extremo neoliberal, que
convierte las ventajas del mercado en una especie de religión de la eficiencia.
El Progreso es multidimensional como el ser humano y sus gradaciones clave son
cualitativas. A la fecha, el mercado capitalista ha demostrado ser la única vía
para un desarrollo productivo impresionante sin someter a la población a
costosos experimentos del Estado autoritario, tal como lo demuestra la
experiencia de China, que sometida políticamente al Partido Comunista, se
convierte en una potencia hasta que abraza las leyes del mercado. La filosofía
ética se desmarca de esa caricatura
del liberalismo asentada en el neoliberalismo, para levantar las grandes
ideas directrices del pensamiento. Ni Estado totalitario ni capitalismo salvaje
muestran una vía de solución; el Progreso sigue como una ventana abierta,
mientras se permita el movimiento, como ley de la vida colectiva.
La confusión del Progreso con
lo progre
Bajo un contexto cambiante, lo
que fueron “vanguardias revolucionarias” frustraron o disfrazaron sus miradas,
entonces rescataron la noción de Progreso, como un avance cualquiera. Mientras
el conservadurismo político se minimizaba en el planeta y no se recordaba bien qué
era eso del anti-progreso, refugiado en el fanatismo religioso. Después
vinieron los movimientos que sustituyeron la idea de un “proletariado sujeto de
la revolución”, por la
movilización conjunta de los nuevos grupos oprimidos, en especial, con un
feminismo masivo y luego las preferencias sexuales. La aglutinación de
toda clase de disidencias en una tendencia se convirtió en lo “progre”, ya sin
relación definida con el Progreso, sino como agrupación de conveniencias de
coyuntura. El
“progre” cuando abre espacio para el radicalismo islámico, entonces otorga
parapeto y cobijo a tendencias neofascistas, transitoriamente es el enemigo del
Progreso que arrastramos en el siglo XXI. La militancia islámica incluye un
componente neofascista y de retroceso extremo que antagoniza con la mayoría del
componente progre. Aunque no todos, sí la mayoría de los progres son hábilmente
chantajeados por el martirio de civiles palestinos y quedan como marionetas de
sus peores enemigos. Con el
componente islámico adentro del movimiento, los progres sirven a una causa
contraria al progreso, ya que el radicalismo islámico es retrogradación
fanática y violenta para cerrar las ventanas del tiempo, en nombre de una
religión con versión fanática, fundamentalistas, opresora y hasta genocida.
Angustia ante el futuro
abierto y conformación predictiva
Predicciones tontas fueron
aceptadas desde los más remotos tiempos. Los antiguos no tenían una visión de
Progreso abierto, pero sí gran miedo ante los azares del porvenir, por lo que
la religión griega se centraba
en el oráculo de Delfos y el gusto por las adivinaciones se volvía fanatismo
del vulgo, mediante consulta de las estrellas (el horóscopo desde
Babilonia) y las más curiosas adivinaciones: entrañas de animales, líneas de la
mano, vuelos de aves, etc. Esa ansiedad por ganarle al futuro se ha
tecnologizado y secularizado, pero no deja sus lados más banales, intentando
predecir todo y creyendo cualquier cuestión vestida de tecnología, para reducir
la incertidumbre futura. Y lo peculiar es que ahora sí hay un aparato
tecnológico con habilidades para manipular al consumidor y al ciudadano prometiéndole
futuros felices al alcance de su celular.
Los intentos por cancelar el
futuro y sus incertidumbres son inútiles, pero lo intentamos a diario, mirando
cotizaciones de futuros y predicciones estadísticas de las elecciones. Aceptar
que el futuro cambia es la base del Progreso, el sustituir el futuro por
predicciones amañadas es un analgésico contra el cambio. La prospectiva
científica sí existe, pero nos gustan más las profecías de Nostradamus.
Reivindicar el concepto de
Progreso
Dada la mezcla actual del
islamismo radical entrometido en la tendencia progre, para la generación actual
no resulta clara la idea de Progreso. Lo progre no significa que posea la llave
del Progreso, ni que esté acelerando la vía hacia el futuro. Con lo expuesto,
queda claro que el Progreso es
un concepto clave, que es mucho más que lo que se relaciona con la
innovación tecnológica, el cambio de las costumbres, los gustos y las modas. El
auténtico Progreso define el sentido
de nuestras vidas colectivas, es el flujo del gran río donde navegan nuestras
existencias en dirección hacia el futuro y el sentido del movimiento no
sustituye al presente como la vida misma.
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