Por Carlos Valdés Martín
Esta es la segunda parte del resumen del interesante libro de Mauricio Leyva, La masonería en el siglo XIX en México. Aquí se abarca el inicio del México independiente hasta antes de la Revolución de Ayutla, cuando se presenta el conflicto definitivo entre liberales y conservadores, para establecer el rumbo del país. Este periodo se caracterizó por una situación aún indefinida en el modelo de país y gobierno, las generaciones de masones todavía no alcanzaban la madurez para presentar soluciones a los grandes problemas nacionales y saldar la pesada hipoteca de la Colonia, representada por el intento de la Iglesia Católica de someter al país bajo principios de corte aristocrático y atrasado.
Primer Imperio Mexicano
Desde el final
de la lucha independentista aparecen ya varios testimonios sobre la fundación
de logias, ubicándose en las zonas donde la censura y la persecución perdieron
fuerza. Los testimonios de un movimiento de masonería abierta antes del triunfo del Ejército
Trigarante nos permiten comprender la rápida proliferación de grupos masónicos después. Durante ese periodo ya se
habían establecido logias del rito escocés y del yorkino. Al respecto cabe
anotar que resulta falaz la afirmación —muy difundida— sobre el protagonismo de
Poinsett para la creación del rito yorkino en México, pues ya antes existían
agrupaciones de ese talante. Sin duda por parte de la crónica católica se han
inventado curiosas confusiones sobre los masones en ese periodo y de singular
interés resulta aclarar los hechos, para superar las mitificaciones en torno a
la intervención norteamericana en fomentar o desalentar logias. El tema de
fondo es que la polémica de bandos exige “inventar” villanos con interés de
polarizar posiciones, en ese sentido, el activo agente norteamericano Poinsett
ha sido catapultado y sobredimensionado cual hechicero de ficción, capaz de sembrar
o trastocar organizaciones masónicas a conveniencia. La realidad es diferente a
lo difundido por los fantasiosos de la conspiración masónica importada. La
verdad es que en el periodo posterior a 1821 la masonería se expandió e
improvisó en el país, cuando la primer generación independiente estaban ávida
de nuevas ideas y directrices, por lo que una integración impetuosa de
patriotas o advenedizos nutrió a las primeras logias del siglo XIX. En esa
crucial coyuntura el concepto mismo de masonería como escuela filosófica tuvo
un desliz y “Las logias comenzaron en México a jugar el papel de fuerzas
políticas, muchas veces polarizadas”[1] Este es el punto crucial
para el análisis histórico del siglo XIX, cuando el espacio de los combates de
poder estuvo vacío de partidos políticos y ese espacio fue llenado por las logias. De ese modo, de manera natural los ideales
y ambiciones políticas se desplazaron hacia las logias, provocando una rápida
toma de posiciones, dándose un primer alineamiento: por un lado, de las logias
escocesas con el sector centralista y relativamente conservador y, por el otro
lado, de las logias yorkinas con el sector federalista y más liberal. Sin
embargo, pronto el panoramas se complicó y en el sector avanzado surgió una
tendencia autóctona de la masonería que no mantenía ningún referente
internacional, formando el Rito Nacional Mexicano del periodo, que también
destacó en su aporte liberal. Resulta importante anotar que el curso típico y
estatutario de la masonería moderna ha sido evitar por completo esa fusión con
las pasiones políticas, para delimitar a los talleres masónicos dentro de la
educación filosófica y la formación moral, por lo que las grandes
organizaciones masónicas internacionales prescriben no intervenir en política, para no desvirtuar la esencia de la
masonería.
Primera República Federal y años siguientes
Una vez
instaurado el Primer Imperio, resulta clave la participación de la masonería
para oponerse y establecer el régimen republicano en el país. El gobierno de
Iturbide quedó rápidamente desgastado y aislado, sin apoyos internos, pues
solamente una minoría aristocratizante y del clero respaldaban la idea de un
Imperio. Las figuras de la masonería de rito escocés destacaron para oponerse y
lograr la primera experiencia republicana en el país. De modo bastante
paradójico, el texto apoyándose en la obra de Mateos, plantea que el triunfo
político de las logias escocesas implicó una especie de disolución de sus organizaciones y que de modo organizado
permaneciera su sector más conservador, incluyendo a un grupo de peninsulares[2]. Este tema de las
identidades y contradicciones entre la masonería y la política es un eje
central para la interpretación histórica del periodo, y, antes de este libro,
ha merecido un examen superficial y donde se “tragan” algunos relatos que rayan
en la leyenda, como la preminencia de Poinsett. Lo planteado sobre la disolución de la primera gran
tendencia masónica en el México independiente, plantea tanto interés como
interrogantes. A efectos del panorama político, esto implicó un rápido auge de
las logias yorkinas, conforme Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero se inclinan
en ese sentido. El rito escocés quedó encabezado por Nicolás Bravo, un
insurgente de indiscutible trayectoria, y además se perfiló uno tema clave en
la formación de la joven república: federalismo o centralismo.
Los rudos
efectos de esa sobre-politización de la masonería mexicana, estalló bien pronto
hacia 1827-1828. En ese periodo, se alcanzó un límite represor al adoptar una
ley prohibiendo “reuniones clandestinas o secretas”, que provocaba de facto una persecución sobre las
logias. A esto se suma la expulsión de Poinsett, representante norteamericano,
el destierro de Nicolás Bravo y la expulsión de todos los españoles del país.
Buscando una salida en ese conflicto entre tendencia masónicas y afirmando la
independencia de criterios locales, se creó el Rito Nacional Mexicano, el cual
rápidamente adquirió un protagonismo que no declinó sino hasta el periodo de
Porfirio Díaz, un seis décadas después.
Por su parte,
la tendencia conservadora por entero opuesta al liberalismo y la masonería fue
tomando más cuerpo y agrupando a lo que sería el bando conservador, digamos
“químicamente puro” que desembocaría en la coronación de Maximiliano.
También
resulta notorio que las reformas políticas más liberales y profundas tardaron
muchos años en cuajar, y fueron ganando espacio y firmeza entre un baile
macabro de luchas políticas y golpes de Estado.
Debilidad nacional: primera intervención francesa e invasión
estadounidense
El sentido
tragicómico de nombrar a un evento “la guerra de los pasteles” nos dibuja de
manera hiriente y certera la dimensión de un periodo. La anécdota de un pequeño
abuso contra una propiedad de un ciudadano francés marca la unión entre lo
sutil y los grandes acontecimientos. La dificultad del parto de una nación con
un Estado débil y en continuas luchas lo convertía en víctima de ambiciones
externas: el salto enorme desde los desmanes a una pastelería hasta una guerra internacional
implica un despropósito de escalas, ante lo cual los políticos mexicanos
—dejando de lado filiaciones— se encontraban en mitad de dos malas opciones:
resistir a una demanda desmedida o sufrir los horrores de la guerra en
condiciones de inferioridad. Del incidente de los pasteles hasta la invasión de
una flota francesa las opciones eran dolorosas, y, en ese caso, ante una
derrota militar en Veracruz, el gobierno optó por ceder e indemnizar el
desproporcionado reclamo extranjero[3].
A pesar de tales
dificultades, muchos ciudadanos y líderes masones buscaron restablecer la
situación interna del país. En medio de ese clima caótico se tomaron medidas atinadas
para perfeccionar el sistema federal que daba respeto a las regiones. Asimismo,
en ese periodo definen avances con medidas modernizadoras y liberalizadoras,
donde se destacaron masones encabezados por el renovador Valentín Gómez Farías.
En las innovaciones destacan avances como la abolición de la obligatoriedad del
diezmo (así era llamado un impuesto obligatorio
del diez por ciento sobre ingresos que los ciudadanos debían pagar a la Iglesia
católica; el cierre de instituciones de educación con tinte religioso para
sustituirlas por escuelas laicas; expropiación de bienes eclesiástico por
utilidad pública, etc. A su vez, esas medidas para limitar el poder material e
intervención pública de la iglesia fue motivo para la reacción de un bando
conservador y clerical más militante en los años siguientes.
La debilidad
interna de México y la lucha de facciones abrió el espacio para la disgregación
territorial. Como episodios diversos y donde se anunciaba una tendencia
centrífuga, fueron la indolora separación de Centroamérica, y los agudos combates
en Yucatán con su secuela de la Guerra de Castas. El evento clave fue la
invasión norteamericana al arrancar la mitad del territorio. Durante la defensa
patria ante esa invasión norteamericana se desprende que para el bando
mexicano: “Excusado es repetir que los masones llenaron sus deberes, la mayor
parte de los jefes muertos y heridos eran masones”[4]
Como resultado
de las escisiones y tomas de posición, en ese periodo se fortaleció el Rito
Nacional Mexicano que adquirió preminencia, todavía hasta la restauración de la
República, aunque esa situación cambiaría al terminar el siglo XIX.
NOTAS:
[1]
LEYVA, Mauricio, La masonería en el siglo XIX en México, p. 109.
[2]
Véase MATEOS, Juan A., Historia de la masonería en México de 1806 a
1884.
[3]
LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 172-129. Un conflicto
demandando 60 mil pesos resultó en una deuda de 8 millones, que en términos de
la época era una suma estratosférica, que ya incluía gastos de guerra de la
flota francesa.
[4]
LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 145, cita a José A. Mateos.
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