Por
Carlos Valdés Martín
Érase
una vez un perro que perseguía la sombra de su cola... aunque de este animal,
jamás sabremos sus motivos a ciencia cierta, pues el más plausible sería la
equivocación, ya que las sombras al mediodía parecen tan reales que confunden.[1]
Ese
domingo en el parque, al perro lo miró un niño que lo remedó ladrando y
peleándose inútilmente contra su sombra. El can sorprendido se echó al piso
para mirar al nuevo amigo. De inmediato, el niño con dulzura se puso a jugar
con un trompo para entretenerse y distraer a su nuevo amigo canino. El pequeño
quedó absorto y divertido… La cuerda tensada en una rotación ordenada dando
vuelta al tropo sobre su mano, incluida. Una mirada absorta y dedicada,
poniendo el máximo esfuerzo en la pequeña proeza de lanzar con perfección el
trozo de madera, mediante un jalón fuerte y sostenido. El éxito completo cuando
el trompo salta zumbando y la mirada absorta del niño que no se detiene, como
si bebiera el sonido de la punta del trompo girando y riéndose de satisfacción.
El
chico cada vez dominaba mejor sus lanzamientos de trompo y el bailoteo duraba
unos instante más, mientras su mirada se alegraba y asombraba, como si siempre
fuera la primera vez que lanzaba y bailaba el trompo.
El
niño siguió un rato, hasta que llegó un filósofo que miró la escena y se
maravilló de la atención que ponía el infante.
El
filósofo pidió intentarlo y descubrió que nunca había dominado el arte del
trompo así que se puso a aprenderlo ahí mismo y pasó largo rato enredando la
cuerda, lanzando por el aire y fallando muchos intentos hasta que empezó a
enderezar el asunto.
Como
buen filósofo no le interesaba dominar la cuerda, así que entregó el trompo al
niño y lo dejó que efectuara las maniobras, para él sacar la libreta de
apuntes. Pero resultaba inútil apuntar ante el zumbido pretencioso y elegante
del juguete, el filósofo intentaba tomarlo con sus manos para atrapar tal
movimiento que parecía desafiar al sentido común.
En
eso apareció el escritor, amigo de ambos, que tomó la libreta de apuntes y
recibió la encomienda de anotar lo más significativo en ese bello encuentro. El
escritor se emocionó haciendo apuntes sobre la recuperación de la infancia
desde la inteligencia, elaboró varios croquis señalando las ondulaciones del
trompo y cómo los poderosos rayos solares provocaban más euforia.
Apareció
el cineasta que se alegró de ver a unos vecinos tan entretenidos. Mandó a traer
refrigerios y unas sombrillas grandes para soportar el calor, mientras su
asistente colocaba un par de cámaras. El cineasta revisó un argumento para
concluir sin espacio para dudas que esa escena cabía perfectamente en un
largometraje, donde la infancia es amenazada por las drogas y la violencia
urbana, por lo que acompañado de su inseparable amigo canino, alecciona a su
maestro en las artes deportivas, lo cual arrastra al increíble descubrimiento
que un Premio Nobel de Literatura, que casualmente transitaba por ahí, se
emocione hasta las lágrimas porque el noble gesto del niño permite el rescate
de la madre, injustamente encarcelada al ser confundida con la novia de un
peligroso narcotraficante que es cómplice de los policías corruptos.
La
escena está montada y el cineasta explica a todos sus nuevos papeles. El
escritor se inconforma y discute que esa argumentación no es suficientemente
estética y violenta los principios elementales de la narración; el filósofo
redobla la objeción por ausencia total de parámetros de crítica; el niño no les
hace caso y sigue jugando con el trompo; el perro aprovecha un descuido para
abrir una bolsa con comida que traía el ayudante del cineasta.
—¡Perro
malo!
Con
ese grito del ayudante el animal sale despavorido y se olvida de perseguir
sombras o mirar trompos. De inmediato, se rompe el sutil equilibrio del
mediodía, cuando cineasta decide que discutir es perder el tiempo así que se
despide con un gesto. Mientras el escritor sigue tomando notas de cómo el filósofo
le suplica inútilmente al niño que le regale ese trompo; el niño con la mirada
busca al perro y éste, alejado del bullicio, vuelve a perseguir a su sombra.
Y
cuando parecía descansar la escena aparece el asesor (de esas mentes que
colaboran en todo y sirven para nada) que observa: para que esto demuestre su
afinidad con los giros del trompo cuando menos debe establecer su Eje Central
colocando el instante de tiempo—lugar—modo.
Queda
concedido al Asesor, que el tiempo es el 7 de noviembre de 2018, que se parece
a tantos otros pero es el aniversario luctuoso de una madre (tierna y generosa
como cualquier madre, con la dulzura de la leyenda de Ruth y, en caso de
extrema penuria, la fiereza del dios Marte). Y si le agregamos horas, minutos y
segundos ya caemos en el desperdicio, porque bastó la referencia al mediodía,
para indicar que el Sol se detiene en el cenit, para señalar que el tiempo es
tan pleno como la luz solar.
El
lugar debe ser un cruce de direcciones, una eficaz encrucijada para que arriben
un perro juguetón, un niño entretenido, un filósofo un escritor y el director
con su ayudante, para sumarse al final un asesor. Sin lugar a dudas es una
encrucijada, por tanto el escenario queda en un país de cruces, y la palabra
México adquirió una “X” en su nombre para señalar ese encuentro de rutas.
La
modalidad de lo acontecido no resulta tan sencillo de desentrañar, pues aunque
para las mascotas y los niños la existencia es un ocio fecundo, para los
adultos esa condición resulta discutible. El filósofo ¿qué de él si hubiera
resuelto el giro del trompo como Descartes estableció el “cogito ergo sum”?
Entonces sus juegos ociosos no serían despreciados. Del escritor suponemos que
su existencia completa es disposición para las inspiraciones pasajeras, que perduran
cuando quedan plasmadas en papel (antes, ahora en brillantes bits de libros
electrónicos). Y, por último, sería azaroso que la fama de un cinematografista
se gane con descubrimientos callejeros, aunque un mito nos recuerda que Chaplin
armó su personaje con sobrantes de vestuarios. En conclusión, la modalidad la
define un cruce de los ocios juguetones con los azares.
Después
de ponerle punto final a este relato encontré a un amigo escéptico… ¿Qué
pruebas? Y no es la primera vez que padezco ese tipo de cuestionamientos, así
que conservé en el cajón del armario la sombra de la cola del perro y el sonido
del trompo al que interrogaba nuestro filósofo, cuando gusten se los puedo
mostrar el próximo mediodía del 7 de noviembre de 2018.
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