Por Carlos Valdés Martín
La afirmación contraria es la más razonable en apariencia y está en un pasaje memorable de la Guía del autoestopista galáctico. Un personaje, Slartibartfast, tranquilo y silencioso ha revivido luego de 5 millones de años y está trabajando en construir un planeta que parece la Tierra. Él está ocupado colocando fiordos noruegos en el contorno de África y sus colegas no están de acuerdo con él. Este personaje desea seguir con los fiordos alrededor de África y no hacer caso a quienes le piden que modifique para una apariencia más ecuatorial. Defendiendo su preferencia por el estilo de los fiordos, para adornar cualquier costa, argumenta su discordancia con la línea marcada:
“—(…) Desde luego la ciencia ha hecho cosas maravillosas, pero yo preferiría, con mucho, ser feliz a tener razón.
—¿Y lo es?
—No, ahí reside todo el fracaso, por supuesto.”
Anotemos el dilema. De un lado, ser feliz y del contrario el tener razón. En el sentido común de las valoraciones es fácil oponerlo, cual antagonistas del tipo: luz y oscuridad, calor y frío, grande y pequeño. En estricto sentido, la felicidad y la razón no son opuestos, porque cabe suponer que se obtengan juntas. Alguien escribe su tesis profesional, comprobando algo que sí le apasionó, y eso lo hace feliz. En el ejemplo, que se imagina con este dilema es la evitación de las discusiones de pareja. Es inútil pelearse con la pareja o los amigos sobre quién tiene la razón, con lo cual se pierde la felicidad que se gana durante la convivencia armoniosa.
Sin embargo, hay una paradoja. ¿Es esa afirmación verdadera? Entonces en caso de que la afirmación “Prefiero ser feliz que tener la razón”, fuera falsa, entonces ¿cómo se realiza? Si lo sostenido por la frase es una completa ilusión, entonces sería inviable llevarse la felicidad al perder la razón. Cuando se entrega la razón, la afirmación carece de un modo para confirmarse. Es un intercambio con el estafador que deja con las manos vacías.
El ejemplo literario es una exposición elegante de esta paradoja. Quien prefirió ser feliz, resultó falaz. Se desinteresó por tener la razón y, en consecuencia, también se quedó sin la felicidad. Cuando un cazador persigue a dos ciervos, elige al que considera le dará la mejor recompensa, pero al que elige lo hace bajo un error de perspectiva y se le escapan los dos. El seleccionar el objetivo obvio no garantiza que se obtendrá.
El dilema mismo (ser feliz o tener la razón) contiene una imposibilidad. La ausencia de razón corresponde a una condición en el límite, que se representa en el arcano cero del Tarot, bajo la figura de la carta del Loco o el Idiota. Al detenernos un poco, esa representación popular indica al adulto en plenas facultades, lleno de fuerzas (al final de su palo cuelga una bolsa que equivale a la actual maleta del viajero[1]), capaz de viajar y moverse entre los desfiladeros; tan facultado que sube entre montañas y desfiladeros, moviéndose con la mayor ligereza. Ese personaje lo tiene todo, faltándole un pequeño detalle, ese 1% que proporcionan las facultades razonadoras. El supuesto ordinario es que la intuición suple ese 1% que ha dejado atrás el personaje. Con la ausencia de una simple pieza, por regla, un reloj o una máquina de precisión se detiene, en cambio, un ser humano no se paraliza. Por lo mismo, hay quien interpreta esta carta como el “salto de fe”, el seguir adelante ante la falta de evidencias.
¿A qué nos lleva lo anterior? Existe una pequeña posibilidad de que, a pesar de no contarse con la razón, se alcance la felicidad; sin embargo, esa es la excepción. En el 99% de los casos está la oportunidad de contar con razón y alcanzar la felicidad.
La carta de el Loco también representa el camino difícil, pues sin razón, se depende de la suerte o la intuición, que está representada por un pequeño perro que alerta ante los desfiladeros. En latín, esa ruta es “Ad Astra per aspera”, la ruta hacia las estrellas es ruda y difícil. Agrego algo: conforme hay mejores herramientas, esa misma ruta es menos áspera. En el extremo, el terrible viaje de Odiseo se convierte en turismo de lujo, sin ninguna molestia ni riesgo. Con el 100% de los recursos se alcanza una máxima facilidad, sin embargo, surge una nueva paradoja, que llamo desvalorización o devaluación. Imagina al personaje de la carta 0 montado sobre un jet en la sección de “clase ejecutiva”, entonces la representación pierde sentido. En este argumento, la felicidad también contiene riesgo y hasta una dosis de dolencias, por eso no es lo mismo felicidad que alegría.
NOTAS:
[1] El decorado y la presencia implica el Loco se preparó antes para el viaje, no es un improvisado, no es un auténtico tonto, sino que “juega al tonto”, ya siendo el adulto.
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