Por Carlos Valdés Martín
Presento la visión de Octavio Paz sobre México, donde brilla su perspectiva. El título de este artículo es "EL MEDIODÍA DENTRO DEL LABERINTO DE LA SOLEDAD Y CÓMO OCTAVIO PAZ CULMINA LA FILOSOFÍA DE LO MEXICANO", incluido en mi libro sobre el tema nacional.
1.- Octavio Paz frente a la filosofía
de lo mexicano
Este es el autor clave quien culmina
la reflexión clásica y moderna sobre lo mexicano. Culmina por representar un
momento cumbre de la reflexión, que está completamente inundada de esa
sustancia de "lo mexicano", a la vez que permanece en el espacio
aéreo de lo "luminosamente elevado". Ese punto elevado entrega el
resultado de la práctica previa personificada por Vasconcelos y de la
reflexión, personificada por Ramos, donde la práctica y la teoría se han
nacionalizado. Octavio Paz, nacido en 1914, representa la última estación en una
cronología indicando lógica de desenvolvimiento de las ideas sobre el tema
mexicano. Este autor ya no vive personalmente las tribulaciones del movimiento
armado de 1910, pero esa vivencia la recibe indirectamente, y con enorme fuerza
emotiva, a través de su padre, un abogado inteligente quien apoyó la causa
zapatista y ese anhelo de tierra, tan vital entre el campesinado.
El impulso agónico (en el sentido de
lucha emergente) del nacionalismo cultural de los años veinte aconteció cuando contamos
a Paz todavía entre los niños. Por lo mismo, su reflexión sobre la
nacionalidad, cabalmente cumplida en el Laberinto
de la soledad de 1950 forja una obra retrospectiva, levantada después
de la batalla, y generada entre la densa luminosidad del mediodía. Adentrándonos
por el lado de las imágenes, tan estimadas por el mismo Paz, diremos que el
mediodía cristaliza el momento de plenitud y calma, cuando los rayos del sol
caen verticalmente y las sombras se ocultan enteramente bajo los pies; durante
ese lapso para cualesquiera efectos prácticos la sombra cesa de existir;
resplandece el reinado de las claridades. Veamos que efectivamente acontece el
mediodía pleno de la nación. Desde nuestra perspectiva, el proceso de nacionalización
de la sociedad mexicana y consolidación del Estado había culminado en un nivel superior
hacia 1940, con la gran obra del sexenio cardenista. Esa la circunstancia
histórico-social del post-cardenismo consolidando la integración de la Nación, permite
que se petrifique la idea de lo mexicano, para ese entonces la idea de México aparece
más sólida que nunca antes. Por eso ya no requiere esfuerzo la tarea
preguntarse qué es lo mexicano, de modo en que primero lo preguntaron y luego
pregonaron Caso, Vasconcelos y Ramos. En la mitad del siglo XX lo interesante consiste
en describir cómo se llegó, con belleza estilística describir ese
modo de ser, y preguntarse el porqué del ser mexicano, tal como ya resulta
reconocido. En resumidas cuentas, ese es el programa de la obra madura (en
concepto) y temprana (en edad) de Paz.
Culminar una obra es acabar con ella.
Después de Octavio Paz ya no hay mucho que agregar a lo mexicano desde lo
mexicano, o más precisamente, la tarea de la filosofía de lo mexicano prácticamente
casi termina. Durante décadas ya no encontrará un sucesor ni un protagonista.
La obra de la filosofía de lo mexicano se termina porque el ser mexicano se ha
desplegado completo (casi osaría decir que “perfecto”) y luego petrificado
dentro de sus límites. La obra termina porque nuestra nacionalidad había
llegado a un límite más allá del cual no avanzaría más en sustancia (no había
una nación más nacionalizada) aunque sí avanzará en sus manifestaciones
diversas (engendrando otros “Méxicos”). En términos políticos ese límite está fundamentado
en que la autonomía o soberanía del Estado Mexicano frente a Estados Unidos, ya
nunca avanzará más lejos de lo realizado por Lázaro Cárdenas, y esto parece
mantenerse constante mientras existan regímenes estatales de la nación bajo el
régimen capitalista.
La reflexión (casi) positivista en
torno a lo mexicano no ha producido una obra superior a El laberinto...
Esperamos que sea a partir de una reflexión crítica y un análisis minucioso con
gran perspectiva de miras desde donde brote una obra superior, posiblemente la
muy interesante obra de Roger Bartra[1]
indica el espacio por donde brota nueva sangre teórica para redefinir a la
nación. El texto de Octavio Paz opera de un modo doblemente positivo. Él
parte de lo dado, lo hecho, pues le resulta ya un sinsentido, preguntarse a la
manera de Samuel Ramos, por un ser esencial del mexicano el cual no vibre
presente y muy evidente dentro de su existencia. Varios siglos se han decantado
hasta mostrar una figura de mexicanidad de contornos claramente definidos, ya
no imagina un “mexicano secreto”. La tarea propuesta para Paz como autor clásico
es escribir sobre la figura ya existente, no requiere de entresacarla ni
inventarla, y además pretende contribuir a afirmar una autenticidad para
los compatriotas.
Esa obra El laberinto... ya contiene
incluidos los resultados de todos los autores formadores de la filosofía de
lo mexicano y los rebasa. El enfoque de la inferioridad psicológica y las
mascaradas implicadas están integrados en un enfoque más amplio. Ya no requiere
de mostrarse como un discurso externo al tema nacional, su prosa es tan
directa, que no indica las fisuras entre el pensamiento y la realidad. También
la obra de la cultura nacionalista de Vasconcelos ha sido integrada pues genera
la materia prima sobre la cual pensar.
2. El contexto
El contexto histórico de la obra
implica la estabilidad lograda mediante la unidad nacional cardenista. En ese
periodo se había sometido el conjunto de las clases sociales a la regulación
del Estado y se encuentran las condiciones adecuadas para una acelerada
acumulación capitalista, expresada en altas tasas de crecimiento. Dominando el
escenario se trata de un capital que ya no es meramente agrícola, extractivo o
bancario, sino que enraíza en la producción, es capital industrial. México se
industrializa aceleradamente. El modo de producción específicamente capitalista
cuaja, al unir las relaciones sociales capitalistas con las fuerzas productivas
adecuadas al modo de producción. No operó un proceso mediante una acumulación
salvaje, sino rodeada de una aureola de armonía. La vida política y social
mexicana se pacifica más y más. Tras una fuerte caída del salario real del
proletariado en 1940, luego ocurre una lenta y constante elevación del salario
real. Aumenta en cantidad y calidad la red de seguridad social estatal. Una
gran masa de los campesinos obtiene la tierra propia, como ejidos. Mejora la
situación de las clases medias urbanas. Los burgueses amasan grandes fortunas.
El capital extranjero invierte atraído por un clima de bonanza. En fin, para el
Estado nacionalista como indicó Leibniz: todo va de la mejor manera en el
mejor de los mundos posibles... No creo que sea casual la maestría de Paz para
describir y comentar el mundo novohispano, el cual fue un sistema de alta
estabilidad y larga duración, bien ensamblado, hecho para permanecer. Esa
capacidad para describir un proyecto social de estabilidad de tres siglos nos
da idea del momento del mediodía mexicano captado en la pluma maestre de
Octavio Paz.
El centro del contexto mundial
capitalista pasa desde Europa a los Estados Unidos, los cuales, además de ser
nuestros vecinos conflictivos, acaparan la hegemonía mundial como la fortaleza
del "mundo libre". Resultado de la Segunda Gran Guerra el planeta se
divide en dos grandes bloques antagónicos. Desde entonces las opciones de un
camino social diferente quedan más precisamente bloqueadas para México.
La relación dominante hacia el mundo, pasa por la primera definición respecto
de Estados Unidos. A diferencia de Samuel Ramos no le angustia a Paz el
antecedente del europeísmo de nuestras elites (manifiesto con fuerza durante el
siglo XIX), sino que inicia su texto estudiando al "pachuco", el tipo
de persona que encarna la relación fronteriza del Norte. Es decir, de manera
sutil, nos revela nuestra principal definición colectiva ante el exterior naciendo
frente al yanqui y no frente al europeo. El espejo indiscreto está en la
frontera norteña y no más allá del mar [2].
El contexto cultural mundial aparece
muy complejo. Nos interesa resaltar dos fuentes de las cuales abreva el pensamiento
original de Octavio Paz. La primera fuente proviene de la difusión y tergiversación
dogmática planetaria del marxismo. En su juventud Paz fue influido por el
movimiento comunista, incluso en un sentido militante se acercó al drama de la
guerra civil española. Pero ante la degeneración estalinista y dogmática de los
comunistas toma sus distancias, para cuestionar al marxismo en su conjunto. La
segunda fuente desciende del existencialismo francés de la posguerra, que
constituyó, algo así, como un nuevo humanismo de la intelectualidad despierta.
En su maduración, Paz asimila diversos aspectos de esa tendencia cultura, sin
necesitar acordonarse atrás de ninguna bandera ideológica.
3.- Enajenación en el fondo
En el modo de abordar la cuestión
nacional Paz supera a sus predecesores. El enfoque de Vasconcelos lo alejó de
la sociedad y la historia concreta, para aproximarlo a la biología y a la
religión, donde la construcción de un mito racial de integración de 32 razas inventa
la clave de nuestra identidad. El enfoque de Ramos lo aleja de la vida social,
para centrarse en la psicología y en la cultura espiritual, donde la
identificación de cierto trauma primario en el alma colectiva de nuestro pueblo
devela la clave de nuestra identidad. En cambio, Paz ya no está imbuido de un
enfoque filosófico netamente espiritualista ni futilmente idealista. Eso le
permite entender complejas determinaciones históricas y materiales, planteando
como su espacio de análisis la historia: "El mexicano no es una esencia,
sino una historia" [3].
En este nuevo enfoque, nuestra
historia es entendida con la lente de una teoría general de la enajenación
humana. Se trata de una teoría de la enajenación aplicable a toda la humanidad
y en todo su recorrido. Esa teoría nos la presenta como "dialéctica de la
soledad", en su “Apéndice”: "La soledad es el fondo último de la
condición humana"[4].
Aquí nos presenta el fundamento final, que explícitamente está más allá de
todas las otras determinaciones. Sin duda la soledad es el término clave
del libro. La soledad señala el sentimiento del individuo aislado. Y ese
sentimiento es negativo, y exige la búsqueda del otro, la comunión. La sociedad
humana define una íntima necesidad de encontrarse al prójimo. En la
interpretación de Paz se nos presenta una dualidad básica del siguiente modo:
- individuo - sociedad
- soledad - comunión
- alteridad - identidad
Debe quedar claro que en esta
concepción lo originario está del lado del individuo. En el argumento escuchamos
algo parecido al eco de la voz de J. J. Rousseau, para quien el encuentro de
personas inicialmente dispersas genera el pacto del contrato social. El polo de
la individualidad, además de fundar el lado originario resulta ser una
condición eterna, el núcleo permanente de cualquier historia.
"Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos y morimos solos"[5]. El
nacer lanza hacia la caída en un ámbito extraño. Entonces se trata de una
condición natural, que el individuo esté aislado, solitario.
La consecuencia obligada de tal
soledad es el deseo de salir de sí, alcanzar la comunicación, reunirse. De ese
modo la vida social es acompañante indispensable de toda la odisea de la
individualidad.
La vida social existe, eso es un
hecho. Mas si Paz arranca su narración desde el aislamiento original, su
temática consecuente tiende un cable al lado opuesto, sobre cómo se restablece
la unidad. El modo de cohesión entre las personas gravita en el centro
de su atención. Entonces se preguntará sistemáticamente por la forma de reunión
de los seres humanos en diversos niveles. Entonces nos presentará la historia
social sosteniendo que hay en el fondo una carencia de socialidad, la cual
estima condición eterna.
La posibilidad de que el solitario
establezca la comunión le preocupa de una manera multifacética. Explora insistentemente
las diversas vías mediante las cuales se logra tal comunión, o al menos se
intenta, entre las que destacan el amor, la religión, el comunismo tribal, la
familia, el arte y la nacionalidad. Veamos brevemente, cómo se abordan estos
diversos aspectos. Comunidad tribal: indica a la cohesión en sí, huida
paranoide de la incomunicación, donde el sistema de reglas y ritos protege al
hombre de su soledad. Sociedad moderna: pretende suprimir la dialéctica
de la soledad aplicando los métodos de producción en masa al sentimiento, y
aboliendo autoritariamente las excepciones. Religión: el sacrificio y la comunión son modos de
integrar a las personas, meterlas a la sociedad. Aunque la religión es vista
como proceso de socialización, puede convertirse en el eje de la
síntesis social. No la rechaza como una mayor enajenación humana, sino como un
alivio de la misma. Arte: es comunicación, el encuentro de la feliz
Forma que reúne a los hombres en el gozo. Familia: nudo problemático
donde se forja la soledad en el tránsito de la infancia a la juventud. Trabajo:
es una fórmula moderna para evadirse de sí mismo, vivir inundado en los afanes,
pero el trabajo moderno sin finalidad real engendra soledad. Amor: es la
forma cumbre del deseo de comunión, es la "forma clandestina y heroica de
la comunión" [6]. En
esta sociedad el amor parece casi inaccesible, mil obstáculos se le imponen.
Aún Así, para el autor se trata de la única comunidad real, y fuera de
ésta queda la simple utopía de comunión. Utopía: evoca la pervivencia
del ancestral mito de la edad de oro, que sería la promesa mítica de una
comunidad humana plena. De elegante manera, Paz remata su texto dejando claro,
que para él la utopía social demuestra un bello sueño, y que es preferible
reconocerlo como un sueño y no como esperanza efectiva.
De ese breve cuadro de la búsqueda de
comunión obtenemos tres resultados. Hay una polifacética aplicación de su idea
del proceso de enajenación. El arranque y recaída en la separación antagónica se
desdobla como una explicación general y comprensiva, la clave del
proceso histórico humano. Su óptica, en el fondo, tiene un corte nihilista,
pues no hay esperanzas efectivas. En lo profundo de la naturaleza humana
se encuentra la enajenación, como radical separación entre los humanos. Ahí
siempre estuvo y estará. Además siempre será una pesada carga.
"Todas las civilizaciones son
civilizaciones de la enajenación y todos los civilizados se rebelan contra la
enajenación"[7].
Existe un nivel de crítica en Paz, pero esa crítica está un paso atrás de los
autores del socialismo utópico, pues su premisa suprema acepta la impotencia de
la crítica. Por eso Paz se mueve dentro del pensamiento básicamente positivo.
Su crítica es una reflexión de tal naturaleza limitada, donde la propuesta de
fondo es refinar la enajenación humana, mediante el Arte y el Amor dar alientos
de belleza a quienes sean capaces de captarla, mientras la vida cotidiana de la
humanidad ordinaria padece al carecer de comunión efectiva y mantenerse en el
pantano de la soledad. Por ese fondo tan pesimista y a contraviento de sus
demás méritos el Laberinto de la soledad puede quedar integrado, con
todos los honores, dentro del acervo de la ideología oficiosa mexicana, en el
periodo de mayor despotismo práctico. El pesimismo permite que una carga tan
corrosiva de verdades se pueda digerir dentro del sistema de la ideología
oficinista del periodo, la cual evitaba cualquier tipo de crítica. Los aciertos
y toda su dimensión de la historia viva del texto de Paz quedan neutralizados
con un horizonte de pasividad y pesimismo; el pesimismo de fondo convierte en
neutrales tantos magníficos pasajes donde Par denuncia las atrocidades de este
mundo, y sus revelaciones no llaman a nadie a ninguna acción. Por eso Paz pudo
convertirse en una especie del santo patrono de la intelectualidad nativa inteligente
pero casi resignada y casi conformista. Además ese discurso pesimista de la
impotencia nació enraizado en una situación histórica de mediodía del
nacionalismo burgués y también de la situación estratégica de geopolítica,
donde gravita enormemente que México sea la frontera con la mayor potencia
imperialista mundial.
4.- Descripciones de lo mexicano
Lo mexicano a los ojos de Octavio Paz
nos exige poner unas líneas iniciales de alerta. El pueblo mexicano está en
trance de crecimiento y atraviesa por una etapa reflexiva. La reflexión
corresponde a la minoría poseedora de una conciencia de sí. Entonces El
laberinto es parte de esa empresa. Mas eso no sólo define la pertenencia
del libro, sino también a su objeto. El texto abarca sólo a un grupo social
concreto de aquéllos con una conciencia de su ser en tanto mexicanos. Fuera de
ellos queda un abigarrado mosaico componiendo al país. Además, la minoría de
los mexicanos con conciencia de sí "cada día moldea al país más a su imagen.
Y crece, conquista a México"[8]. Sin
necesidad de vocear, el autor sabe que su obra contribuye a esa “conquista de
México”, esa es una función del texto: acrecentar la conciencia de sí de los
mexicanos y contribuir a esa empresa de conquista interior. Sin embargo, desde
a distancia esta denominada por Paz “conquista” parecía constituir ya una
inercia de integración nacional, el proceso semiautomático de nivelación de las
regiones, expansión del sistema educativo estatal, perfeccionamiento de los
circuitos mercantiles; la simple inercia devoraba las regiones marginales y
anómalas.
La idea de una conquista interior,
para ir moviéndose del mosaico abigarrado de momentos históricos, costumbres,
sensibilidades, etc., a la conciencia de ser mexicanos nos conduce a otra idea
implícita. En el fondo está la totalización práctica en el camino de la
historia. La actividad humana, que llamamos totalización práctica, toma a los
objetos y sujetos del entorno para convertirlos según sus propias finalidades,
imponerle su huella. Paz nos dice que una minoría activa está nacionalizando al
país. Esa minoría está actuando sobre el mosaico abigarrado, lo cambia para que
todos lleguen a sentirse mexicanos y ser tales. Esa idea presente de
totalización práctica le permite ver que la mexicanidad no queda rota en su ser
esencial por la pervivencia de otros modos de existencia distintos dentro del
país. Y esto le permite a Paz convivir con el análisis particular. La noción
implícita de totalización en Paz, parece ser una mezcla entre Hegel y Marx.
En la descripción de las denominadas
máscaras mexicanas, Paz intenta encontrar un denominador común para el
mexicano. Para encontrar ese punto en común se debe saltar por encima de las
edades, los sexos, los oficios, las clases. Se busca un punto común denominador
que de tan común parece mínimo. Ese punto encarna en la máscara. En la
definición del autor el mexicano está cerrado ante el mundo, vive como un desollado
pues todo puede herirle, se aleja cualquier contacto. En tal ideología
hipersensible se odia a lo abierto como rajado y femenino, mientras la
virilidad valiosa es la agresión de lo cerrado. La desconfianza mutua y el
mantener las formas dan el tono de la convivencia. El enmascarado es
sinceramente mentiroso o simulador. La simple mirada de los otros ofrece el
peligro. El extremo de esa actitud vital se describe como el mimetismo del
indio. Entre las relaciones humanas enmascaradas se practica el ninguneo, las
personas se valoran como nada.
Las magníficas descripciones de las
mascaradas mexicanas resultan endebles, como ciencia social respecto de su
punto medular. Reitero las descripciones resultan magníficas, memorables y
salpicadas de estilo magistral, pero el trasfondo teórico flaquea. Basta
adelantarnos a las conclusiones del texto, para ver que lo descrito como la
esencia de lo nacional son circunstancias universales. La enajenación mexicana
"se trata de una situación universal"[9].
"Pese a nuestras singularidades nacionales (...) la situación de México no
es distinta ya a la de los otros países" [10]. La
historia nacional aparece ya universal. Bajo la máscara mexicana no se espera
encontrar al ser auténticamente nacional, como esperaba Samuel Ramos, sino al
hombre universal, la autenticidad existencial bajo la costra de la impostura.
En estas descripciones Paz es capaz
de ver más allá del individuo, apreciando el modo de convivencia. "El
solitario mexicana ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión
para reunirse,"[11]. La
fiesta es el único lujo de este país pobre. El sentido esencial que el autor le
encuentra a la fiesta es el religioso, interpretándola como un gesto ritual y
un sacrificio donde el derroche fortalece. Las fiestas son ceremonias donde el
mexicano momentáneamente se abre al exterior, pero de tal modo que hay un
estallido, y esa apertura es exceso, y "Más que abrirnos nos
desgarramos"[12]. Entonces
la fiesta ritual encierra una tentativa de comunión fracasada, debido a la
misma violencia desplegada del intento.
La muerte entrega el espejo oscuro de
la vida. El mexicano es indiferente a la muerte, y esa actitud se nutre de
indiferencia a la vida. "Todo está lejos del mexicano, todo le es extraño,
y en primer término, la muerte extraña por excelencia"[13]. Y esa
indiferencia ante su ocaso agrega otra forma para cerrarse ante la vida.
Con la obsesión de un autor de novela
policíaca, Octavio Paz va desentrañando cada víscera, y en cada hueco
desentrañado, encuentra una y otra vez, siempre lo mismo: soledad,
incomunicación, aislamiento, extrañamiento, enajenación. Lo verdaderamente sorprendente
está en su diagnóstico negativo de la fiesta, expresión directa del deseo de
reunión. Ahí Paz condena a la festiva reunión en vistas de su vehemencia o de
su violencia. Ese juicio nos deja el sabor de un desliz. La evidente reunión
festiva, el acto material de la convivencia, finaliza anatematizado en vista de
algunos de sus efectos ocasionales, como son su vehemencia y violencia. El
sentido religioso atribuido también queda relegado.
Antes de finalizar este capítulo,
conviene reconocer el acierto de Paz para rescatar la potencia de las metáforas
como medio para captar la naturaleza del fenómeno nacional, pues el tema en sí
de las identidades ya implica el simbolismo y sus metáforas. El título de la
obra la encierra una metáfora ejemplar, motivadora de las más hondas
evocaciones. El laberinto nos abre el camino para la captación de la totalidad,
pero bajo su figura problemática, encierra al encierro, y basta evocar la
palabra “laberinto” para sabernos perdidos o candidatos a la perdición.
Asimismo, el laberinto por rebote hacia la contradicción nos indica el camino
del héroe, el despertar de las potencias dormidas, indica el tiempo de la
semilla. La unión de laberinto con soledad ya revela un programa completo de dramatismo,
el paso desde la crisis de aislamiento hacia su drama de superación. En ese
sentido, el teórico del mediodía nacional es justo que sea un poeta y un
artista, pues la pincelada poética es tanto la revelación como el antídoto para
las agonías nacionales. Y para mantenernos dentro del terreno de la brevedad,
bastará estimar el potencial evocador de la máscara como doble lenguaje del
rostro, que nos indica el ocultamiento y la revelación. Enteras las
revelaciones sobre la falsedad y la mentira ya aparecen con la simple mención
de una máscara, palabra tan poderosa como compleja, porque enmascarar ya
implica revelar, indicar la identidad nueva hacia la que viaja el enmascarado.
Y las naciones implican un juego potente y eficaz de identidades, una deriva
individual y masiva hacia las identidades elegidas, y viceversa, las
identidades en fuga también se indican con el término de las máscaras. Resulta
cierto que el tema de la compleja identidad nacional rebasa el ámbito de la
máscara, pero aquí simplemente quiero indicar su fuerza evocadora.
5.- Los orígenes de la nación
Las realidades presentes nos remontan
hacia los orígenes. Si actualmente nos definimos como hijos de la Malinche,
entonces el razonamiento indica que así somos porque antes también eso fuimos.
Además ahora ya no se acepta ni quiere la condición de indio ni la de español, motivado
por un rechazo completo del origen, rechazo que termina implantado una voluntad
de desarraigo. La cultura mexicana actual mantiene una relación traumática con
los orígenes del mestizaje. El insulto cumbre entre la población señala al
"hijo de la chingada", y remite demostrativamente hacia un trauma
inicial y remoto: la violación de las indias por los españoles.
Constatar que el remoto pasado vive
en el presente obliga a pensar en la historia, en la cadena temporal de
acontecimientos que desembocan en el día de hoy. Para Paz ese pasado pervive
como creencias y costumbres, es decir como aspectos culturales. Por eso el
pasado no le interesa tanto en cuanto existió una sociedad con relaciones
materiales, sino como ámbito de cultura. Ese enfoque, limitado desde mi punto
de vista, contiene cierta ventaja en su laxitud. La indagación del pasado en el
texto recorre diversidad de aspectos en todos los órdenes permitiendo cierta
riqueza para recolectar materiales heterogéneos. De manera no explicitada se
percibe que aquí el hilo conductor serpentea doble: 1) La dinámica de
dispersión y unidad de un pueblo, y 2) las formas expresivas de la sensibilidad
de un pueblo [14]. El
primer aspecto es el que se conecta más directamente con la ciencia social, de
hecho incluye a la pregunta por la existencia de un pueblo y la creación de una
nacionalidad.
Aquí no se reproduce la totalidad del
esquema de sucesión histórica propuesto por Paz, simplemente tratamos de
mostrar algunos puntos que nos indican la manera en que Paz enfoca su ensayo,
apuntando algunos temas a investigar.
Según el autor, en Mesoamérica se ve
una relativa homogeneidad de rasgos característicos, cierta cultura común.
Sobre el mundo mesoamericano se enseñorea la Conquista. El colapso de elementos
opuestos es sintetizado en el orden colonial. En esa síntesis colonial es que
Paz cree descubrir el verdadero origen, el origen de México. "La historia
de México, y aún la de cada mexicano, arranca precisamente de esa
situación" [15].
Mas ¿Dónde está el punto de síntesis de ese mundo colonial? Sin duda Paz ofrece
una astuta respuesta doble. En primer lugar, la conquista incluye una voluntad
unitaria, una decisión práctica de unificar en los diversos niveles, pues
"los españoles postulan un solo idioma, una sola fe, un solo Señor. Si
México nace en el siglo XVI, hay que convenir que es hijo de una doble
violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la de los españoles" [16]. Un
pequeño detalle equivocado permite filtrar la grieta de la duda en este
argumento de la voluntad imperial, pues internamente lo español no se unificaba
en el idioma y en otros aspectos, el punto de unidad exclusivamente se mantuvo
en el ámbito de la religión y el sometimiento al monarca; entonces el argumento
de la voluntad unitaria posee su deficiencia, pero sigamos sobre su huella y en
ese aspecto lo dominante para Paz consiste en el dominio mismo, la violencia y
su organización en un imperio, el acto de imperar organizado. En segundo lugar,
tenemos la integración de los dominados en la sociedad y el Estado, por la vía
de la religión. "El catolicismo es el centro de la sociedad colonial
porque de verdad es la fuente de la vida, porque nutre las actividades" [17].
Debe entenderse su metáfora espacial pues el lugar geométrico en el centro de
un círculo, solamente existe uno. Entonces la religión como integradora pasa a
ocupar el primer plano explicativo. La causa radica en que esa religión re-liga
a los dispersos, da cohesión interna a la colonia, mientras que por su lado la
violencia imperial da una cohesión exterior, mera superposición. Entonces
tenemos que la religión es el centro, pero no por motivos religiosos, sino
sociológicos. Curiosamente en esto coinciden los otros exponentes de la
filosofía de lo mexicano, Vasconcelos y Ramos. La divergencia de caminos
interesantes es que dicho argumento permite a Paz evadirse del argumento de las
razas, tan querido por sus predecesores. Bajo esta interpretación el
catolicismo de la colonia motiva una íntima unidad cultural de lo hispano e
indígena, entonces ocurre la efectiva síntesis, sin recurrir al argumento de la
unión biológica del mestizaje, se plantea una matriz forjadora de la nación.
Paz interpreta a la Independencia, en
gran medida, como un acto de prestidigitación, como un acontecimiento un tanto
externo, no bien arraigado en las premisas interiores. El resultado de la gesta
independentista es delinear constituciones más o menos liberales y democráticas que "sólo
servían para vestir a la moderna las supervivencias del sistema colonial" [18]. A través
de diversos acontecimientos políticos la interpretación observa el mismo
trasfondo. La legalidad la considera como pretenciosa e irreal creación de
superestructura, un sistema de igualdad legal cobijando una entidad desigual y
atrasada, sin embargo, queda en el aire la base de esa misma legalidad.
"México nace en la época de
Reforma" [19] Germina
como nación en el sentido que le dio al término Ortega y Gasset, de proyecto
histórico capaz de mover voluntades diversas y dar trascendencia al esfuerzo
solitario. Este largo eufemismo se refiere al movimiento patriótico que derrotó
a los franceses y su invasión. Mas en cuanto a núcleo de ideas en opinión de
Paz sigue siendo la Reforma una decantación de aquello evaluado como
irrealista: sostener la igualdad universal de los nacionales. Resalta una
contradicción evidente en el planteamiento de Paz, pues nos dice se conforma la
nación efectivamente sobre una base de ilusión jurídica. Más aún, se cohesiona
eficientemente a los compatriotas sobre la base de la abstracción de su
igualdad. La única manera correcta de resolver esta paradoja, que quedó en el
aire es encontrar la base material del discurso liberal, y no limitarse al mero
influjo de las ideas bellas sobre los hombres ilusos. Y además se tendría que
indagar la naturaleza de ese Estado sostenido en la igualdad ilusoria de los
compatriotas. Como nada de lo anterior está resuelto en Paz, ese preciso
momento constituyente de la nación resulta un misterio de la voluntad
colectiva. Y esto resulta misterioso e inexplicable si creemos que la Reforma
expresa "una triple negación: la de la herencia española, la del pasado
indígena y la del catolicismo" [20]. El
asunto es crucial pues Paz ha sostenido que la religión antes fue el centro de
la vida colonial. La negación del pasado incide en el centro vital. Aún así, la
Reforma no nos hace, pues el matricidio no equivale al nacimiento. Finalmente,
ese nacer de México queda en el completo suspenso, pues la afirmación liberal mantiene
un gran hueco, representa la libertad completamente vacía.
El siguiente parto de la nacionalidad
acontece durante la
Revolución Mexicana. Para el autor ésta es la "verdadera
revelación de nuestro ser"[21].
Las razones positivas que nos propone para esa interpretación son un tanto
pobres: por un lado, esta revolución carecería de precursores, sus vínculos con
la ideología universal son mínimos, está desnuda de doctrinas, y por el otro lado
ese movimiento incluye la pretensión de regresar al pasado, reivindicando el
pasado indígena. En este punto es donde está el núcleo caracterizador. Por eso
Paz, presenta una doble argumentación. Indica que casi cualquier idea
revolucionaria pretende establecer una antigua justicia, lo que implica un
"eterno retorno", la búsqueda de una "edad de oro". En la
argumentación típica de Paz resulta que no es el futuro parapetado en el
pasado, sino inversamente, resulta que las revoluciones operan como las
locomotoras de la prehistoria, pues en vez de hacer brotar el futuro conjuran
para renacer al pasado. Eso se aplica cabalmente al caso mexicano. "El
radicalismo de la
Revolución mexicana consiste en volver a nuestra raíz (...)
el pasado indígena"[22]. El
zapatismo queda reivindicado, pero desde el polo opuesto al divulgado por la
izquierda política [23], y
afirma que el movimiento de los sureños fue el nervio del proceso. El acierto
de Zapata es proponer una edad de oro del pasado real, volver al calpulli, con
el nombre de ejidos y demandar el respeto a una tradición encarnada en los
títulos virreinales de propiedad. Gracias a la Revolución se vuelve a
la tradición. Ahí, el Estado encuentra una base, pues la Revolución mexicana
funda al nuevo Estado. La "fiesta de las balas" revolucionaria marca
con un sello positivo a esa nueva etapa de la vida del país, y el contenido de
esto es incluir el pasado indígena. Entonces la Revolución niega a la
negación de la Reforma
y entonces brota la propuesta acabada de nacionalidad. Entonces la nación queda
constituida de una manera ya casi plena: "la Revolución ha recreado
a la nación" [24].
La recuperación de la tradición ha
permitido crear a la nación. ¿Por qué ocurre esto así? No descubrimos en Paz
una respuesta demasiado abundante en este punto, no hay fundamento.
6. La actualidad
El retrato de la actualidad está
marcado por una intención crítica de tónica pesimista y hasta con tintes
nihilistas. En efecto el autor critica agriamente la situación de miseria e
injusticia que priva en el país. Denuncia que la creación de una nación no ha
constituido una comunidad real, no erige un orden vital, cimentado con justicia
y libertad. Esa opinión es importantísima, pues representa con claridad un
cierto límite lógico para el desenvolvimiento de la filosofía de lo mexicano.
Los antecesores destacados, Vasconcelos y Ramos esperaban el encuentro de la
mexicanidad, que condujera hacia alguna solución para los graves problemas
sociales. Paz contempla el resultado, donde la unificación nacional ha cumplido
metas, y nos avisa que ya ninguna expectativa de mejoría podemos pedirle a la
mexicanidad, entonces no encierra un gran sentido seguir el curso nacionalista,
como una alternativa por sí mismo. Tras una larga agonía de integración México
conquistó su plena Nación ¿Y qué ganó el pueblo mexicano con todo esto? Ganar
una plena nación pareciera escasa presea en ese mediodía del siglo. En su
reflexión la originalidad nacional Paz exige una solución universal, un avance
en sentido trascendente: "La mexicanidad será una máscara que, al caer,
dejará ver al final al hombre" [25].
Por eso mismo la exploración de Paz
acerca de la actualidad se metamorfosea hasta la dimensión de lo cosmopolita.
Indaga acerca del imperialismo y el socialismo, las colonias y las metrópolis,
los burgueses y proletarios mundiales, el pensamiento se obliga a moverse sobre
las grandes contradicciones planetarias y sus perspectivas reales o imaginadas.
El resultado pesimista al que desemboca indica una barrera aparentemente
infranqueable: para él no existe un interlocutor válido para el cambio social.
La media noche del siglo lo inunda de escepticismo y decepción. Las puertas permanecen
cerradas “a piedra y lodo”, y por si esto fuera poco del otro lado de las
puertas únicamente espera otro estremecimiento siniestro, pues espera el vacío.
"Pues tras este derrumbe general de la Razón y la
Fe, de Dios y la
Utopía, no se levantan ya nuevos o viejos sistemas
intelectuales (...) frente a nosotros no hay nada" [26]. En su
crítica hay anhelo de encontrar oído receptivo en otros solitarios. Pero nosotros
preguntamos ¿sin perspectiva de trascender este mundo enajenado quién aporta el
oído receptivo? El discurso parcialmente crítico de Paz desemboca en lo
siguiente: el auditorio se convierte en Sentido común, y la acción consecuente
se convierte en un liberalismo suave recuperable por el Estado. Por eso mismo,
a pesar de sus críticas puntuales, la obra de Paz contribuye a colocar la firme
plataforma de la nacionalidad mexicana, utilizable en la coyuntura interior
para la divulgar una imagen de omnipotencia del sistema semi-despótico de
Estado. Entonces con Octavio Paz estamos ante el último gran "filósofo de
lo mexicano", el autor más destacado del mediodía inmóvil, cuyo elegante
discurso consolidó este ser nacional de México.
NOTAS:
[1]
BARTRA, Roger, La jaula de la melancolía, Ed. Grijalbo. Desde el título
descubrimos un tono de crepúsculo, antagonizando al tono del mediodía.
[14] Ibid., p. 121. "Si la historia de México es la de un pueblo que busca una forma que
lo exprese, la del mexicano es la de un hombre que aspira a la comunión".