Por Carlos Valdés Martín
Esta es la parte final (la 14a.) de la serie sobre el riesgo de extinción de los automovilistas, donde se plantea la única salida imaginable en el cambio tecnológico hacia vehículos amigables con el medio ambiente. Mientras los gobiernos sueltan más "parches" para el problema y dejan de lado la solución de fondo.
Ecología
y la solución de fondo.
Dicen los especialista que el efecto de contaminación por automotores no se
detendrá lo suficiente mientras no se renueve y cambie la tecnología disponible
al consumidor directo. Por un lado, está documentado que la industria
automotriz fue privilegiada por los gobiernos y resultó eje del crecimiento de
las grandes potencias. Conforme esa gran industria automotriz resultó exitosa,
el efecto contaminante causó alarma. Una vez establecido el objetivo (ecológico
que todos compartimos) para rescatar el aire puro y usar menos materiales no
renovables, la política de gobierno no procedió desde el origen y no atacó la
causa. El origen de los productos es la producción, empero resultaría absurdo
solicitar a los automovilistas que ellos inventaran sus vehículos no
contaminantes. Los nuevos automóviles bajos en contaminantes, movidos mediante
energía eléctrica limpia o solar, no son ofrecidos en el mercado a un precio
accesible, de tal modo que sustituyan a las unidades existentes. Los
ecologistas se quejan, con sobrada razón, de la lentitud en el cambio hacia el
vehículo eléctrico (o de otra tecnología limpia) y sospechan que los intereses
petroleros y la inercia de la misma industria automotriz conspiran para
retardar un cambio inevitable. Porque de que vendrá el cambio de tecnología,
claro que llegará.
¿De quién es la culpa en esa tardanza? No es de los
propietarios de vehículos, sino del costo inaccesible del vehículo alternativo.
En lugar de una solución de fondo, que consiste en migrar de modo forzoso hacia
una nueva tecnología, se hostiga de mil formas a los automovilistas. De manera
subrepticia, los Estados y las empresas monopólicas dejan el tema sin solución
y lo deslizan hacia el “rival más débil”. El
costo moral y económico del desastre ecológico causado por la oferta de la
industria automotriz se descarga en los
automovilistas. ¿Los gobernantes que favorecieron la implantación masiva de
la industria automotriz? No son tocados. ¿Los dueños de la industria
automotriz? No son molestados. Además, la élite de la pirámide política y
económica ignora la mayoría de estos problemas del simple automovilista, porque
ellos tienen choferes que los movilizan en camionetas blindadas, con
guardaespaldas y servibar, y, además, utilizan aviones y helicópteros como
alternativa.
Si los gobernantes y dueños de la industria
sufrieran a diario un cúmulo de molestias y hostigamientos, como los descritos
sobre los automovilistas, estoy convencido que ya hubieran puesto manos a la
obra para cambiar de modo radical la
situación.
Mientras la solución de fondo espera, la situación
del automovilista en cada megalópolis sigue siendo patética y casi desesperada.
Maltratado de una y mil formas el conductor y propietario de su carrito, está
en condición de “especie en peligro de extinción”, sometido a percances
artificiales, producto del pésimo diseño urbano y políticas urbanísticas
discriminatorias. Si la asociación “del rifle” norteamericana resulta tan
fuerte para cabildear un interés tan cuestionable, ¿son tan débiles los
automovilistas o ciegos para mostrar sus intereses? La pregunta queda al viento
¿algún héroe salvará al automovilista del hostigamiento y presionará lo
suficiente a la élite privilegiada de políticos y grandes dueños para apresurar
el cambio necesario? Se vale soñar.