Por Carlos Valdés Martín
La nieve es hermosa, los copos caen con suavidad, la nieve es blanda y se
acumula con suavidad… Sigue la nevada y se va acumulado esa blancura
encantadora, pero cuando se acumula tanto en una ladera, entonces acontece un
efecto inesperado. El viejo tema del cambio de cantidad en calidad se ejemplifica de esta manera. El
tema de los aranceles es como esa nieve que caía lejos y miramos a la distancia,
en los años anteriores fueron tan despreciados y caídos en el “fuera de moda”, ahora
regresan en avalancha. Hace poco tiempo el arancel se presentaba como una
simple decisión de conveniencia económica, en estos días resulta como una
renovada “pasión” emotiva, que no depende del cálculo de pesos y centavos.
Ahora el arancel es la acumulación de materias brutales deslizándose por la
ladera. La nieve por la ladera se comporta como rocas o cuchillos destructivos,
que aplastan y destruyen lo que encuentran en su camino.
Un cono de nieve es delicioso, una avalancha es
terrible
El problema es
la medida (escala), debido al tamaño y la acumulación sumada a sus
consecuencias. Fuertes
aranceles son una incitación a que los demás países correspondan con más
aranceles.
Agreguemos, que además el arancel a la
importación comienza por encarecer productos y afectar a sus
consumidores, para terminar extendiéndose en toda la cadena económica.
Su principio es contrario al liberalismo del mercado, porque es un impuesto puro
y duro, que encarece productos y dificulta el desplazamiento de las mercancías.
El arancel es antiliberal y no favorece el crecimiento, sino que es un freno, representa lo opuesto al “dejar
hacer dejar pasar”.
En la economía y los gatos importa el tamaño. Hasta los 30 centímetros es
un lindo gatito, cuando alcanza los 2 metros es un tigre amenazante. El arancel
masivo e indiscriminado es un dispositivo para dinamitar un proceso económico.
Fracaso en el pasado
En la famosa crisis del 1929 en Estados Unidos, su profundización se empujó
por una masiva medida proteccionista. En el gigante del Norte, la Ley Smoot-Hawley fue
decretada en junio de 1930. El año anterior sucedió el crack bursátil de 1929.
Esa Ley elevó aranceles a más de 20,000 productos, con tasas promedio que de
hasta 60%. Buscaba proteger la producción estadounidense contra la competencia
extranjera. El resultado fue catastrófico, se extendió la crisis hacia una Gran
Depresión mundial y la hostilidad comercial abrió espacio al nacionalismo
extremo, caldo de cultivo de la Segunda Guerra Mundial.
Efectos sistémicos
Un poco de aranceles, aquí y allá no implican un problema grande. Jamás se
ha llegado a un completo librecambismo mundial y siempre hay algunos productos
protegidos por los países, según intereses particulares. El problema comienza
con la escala. No es el copo de nieve, es la avalancha el problema.
El 25% de aranceles ¿es demasiado por su efecto en los mercados?
Sí, en especial, cuando su antecedente ha sido un ambiente de libre comercio.
Sí, cuando hasta grandes ramas empresariales están ubicadas en el país vecino.
Sí, cuando el flujo de exportaciones implica una gran parte de la economía de
los países. Los propios grandes empresarios norteamericanos no están de acuerdo
con la medida arancelaria, sin embargo, una gran parte del electorado
norteamericano sí lo está. Los pocos economistas favorables a que naciones
poderosas impongan aranceles, buscan que sean en la escala de prudentes, discretos
y precisos.
La avalancha de los aranceles está en camino, a menos
que el sector empresarial norteamericano se imponga a su gobierno para una
versión más sensata y selectiva de aranceles que no sean masivos ni
indiscriminados.
NOTAS: