Por
Carlos Valdés Martín
El
filósofo español José Ortega y Gasset mantiene gran frescura y hasta actualidad
sin que le afecte el transcurso de las décadas. El escrito El tema de nuestro tiempo se aproxima para cumplir un siglo y nada
en él resulta añejo ni excesivo o fuera de actualidad[1]. Su claridad convence y lo
directo de su propuesta continúa interesando.
Dejando
los elogios de lado, ¿dónde está la sustancia que aporta su pensamiento? Ese
pequeño ensayo ataca unos cuantos aspectos centrales para dibujar el gran
“tema”: la presencia de las generaciones
y el motivo por el cual las generaciones definen un criterio social valedero;
la manera en que el futuro es
anticipado por el pensamiento, mientras otros fenómenos se mantienen rezagados,
en especial la política se retarda; la urgencia por revalorar la vida,
colocándola en el centro del sistema de valores; la actualización de la epistemología
mediante la doctrina del punto de vista, y la irrupción de una corriente vitalista en la civilización europea que
habría de contagiar al racionalismo, para marcar una “razón vital”. Esos son
los temas principales que además están cruzados por otros secundarios para su
exposición pero importantes en sí mismos, como la definición de la verdad y el
sentido del relativismo epistemológico a partir de Einstein. El trasfondo
general de ese ensayo es el cuestionamiento y la invitación para alcanzar al propio presente y hasta
anticiparlo, bajo un matiz distinto respecto del revolucionario y conservador del
siglo XIX, que prevalecían al inicio del siglo XX.
En
este ensayo predominan tres líneas de discusión principales: 1) ¿Cómo se
determina el “tiempo histórico” en las sociedades? Esto implica cómo se
diagnostica la situación presente mediante la teoría social de las
generaciones, el medidor de la anticipación (que es el pensamiento) y la
perspectiva adquirida. 2) ¿Cuál es la posición filosófica correcta para el
presente? Donde se discute mucho el utopismo revolucionario, vástago del
racionalismo, y se refuta el falso relativismo que es mero escepticismo (“pensamiento
débil” se diría después), para proponer una solución con el perspectivismo[2]. 3) ¿Cuáles son las
actitudes (mentales, éticas, políticas…) para encarar este presente? Con su
propuesta filosófica de la razón vital
para salirnos del atolladero.
Ahora
consideremos los capítulos en que está dividida la obra.
I. La idea de las generaciones
Este
le parece al autor “el concepto más importante de la historia”, donde se establece
el “compromiso dinámico entre masa e individuo”[3]. Pone mucho énfasis en la historia (coordenada
en el calendario) y también en el nivel social (la convivencia del grupo humano
es imposible de rebasar, somos gregarios). Además, su grupo es masa, incluso en
sentido fuerte de Marx, y en el negativo que popularizó él mismo[4]; pero jamás desaparece al
individuo, que colocado al extremo de la madeja y hacia el cual dirige sus
consideraciones. En todo trance, Ortega es un pensador señalando la circunstancia,
es decir, que los individuos están rodeados por entero de su mundo, que los
condiciona y, sobre el cual se enfrentan. La generación define la simultaneidad
del grupo humano, do la sincronía marca una convivencia, pero también el punto
crucial está ante los progenitores, los cuales se presentan a modo de la
herencia completa, ante la cual se definen dos actitudes posibles: aceptación o
rechazo.
Las
generaciones que aceptan a la pasada definen “épocas cumulativas” (acumuladoras
o conservadoras) y otras son “épocas eliminatorias o polémicas”[5] (más comúnmente llamadas
revolucionarias, rebeldes o progresistas). Conforme la reacción es aceptar lo
recibido, el mando y el ejemplo quedará en los viejos, por lo que serán, épocas
de senectud, mientas que el rechazo implica ruptura y creencia de la nueva
generación en sí misma, por lo que serán “épocas de juventud”. Ante esto,
insiste Ortega que existe una actitud definitiva que presentan los grupos
humanos en un periodo aproximado de cada 15 años, correspondiendo también con
cercanía al ciclo biológico. Lo común
específico de cada generación lo define en una “peculiar sensibilidad” o
“repertorio orgánico de íntimas propensiones”[6].
II. La previsión del futuro
En
especial, Ortega argumenta que el complemento normal de la tarea histórica es
la descripción del futuro, no en sus detalles (pues no pretende la adivinación)
sino en su estructura: “la historia es sólo una labor científica en la medida
en que sea posible la profecía.”[7] Considera que esta
operación suele ocurrir sin que se ponga énfasis, pasándose por alto tal efecto
predictivo. La cuestión para Ortega es que en el sutil pensamiento surge
primero lo futuro y luego desciende por el cuerpo social, hasta que alcanza
finalmente a la plaza pública. Cuando la tendencia política se materializa,
mucho antes fue predicha por el intelecto; pues “En el puro pensamiento es, por
consiguiente, donde imprime su primera huella sutilísima el tiempo emergente.
Son los leves rizos que deja en la quieta piel del estanque el soplo
primerizo.”[8] En
particular en la ciencia es donde miramos el futuro, y ese es “un instrumento
de precisión semejante a los aparatos sísmicos.”[9] En cambio, la política emerge anacrónica, cual “resonancia de la
sensibilidad fenecida”, mientras que la ciencia expone el porvenir[10].
III. Relativismo y racionalismo
Para
Ortega el “relativismo” usual (muy distinto y opuesto a la teoría de la
relatividad física) es un pensamiento paradójico que termina en un escepticismo
impotente. Ese relativismo emana del hecho de que hay afinidad entre sistemas
científicos y las épocas donde surgen, pero aferrados a esa evidencia, terminan
en el rincón de que “La verdad, pues, no existe: no hay más que verdades
relativas a la condición de cada sujeto. Tal es la doctrina relativista.”[11] Pero eso también implica
la ironía, que tal visión termina en un escepticismo[12], que se refuta a sí
mismo.
Contrario
al relativismo, Ortega defiende la existencia y unidad de la verdad, “La
verdad, al reflejar adecuadamente lo que las cosas son, se obliga a ser una e
invariable.”[13]
Este concepto no da pie a ningún relativismo, para abrir sitio a un noción
apegada a la dureza de lo verdadero y aceptando la capacidad de conocer de modo
certero. Esta unidad de la verdad suele identificarse con el positivismo en la
ciencia (optimista y aferrado a conclusiones únicas), el materialismo en la
filosofía (un monismo de tipo positivista) y el monoteísmo (la unidad del Dios
personal se suele identificar con una creencia única que se cree la “verdad”).
Aunque esa unidad de la verdad no es exclusiva de esa triada, existen otras
vertientes por ejemplo el idealismo de Kant y Hegel aspiraba una verdad
unificada, adosada a filosofías críticas y sistemáticas. Esta posición
parecería colocar este ensayo junto al racionalismo, pero pronto muestra sus
críticas.
Por
racionalismo nos explica el proceder de Descartes, quien postuló una facultad
general de razonar, por tanto un sujeto general aplicable a cualquier
situación, pero que se centra solamente en el lado cuantitativo del
conocimiento, dejando de lado la cualidad como residuo irracional[14]. Si bien Ortega halaga el
avance y audacia del racionalismo, le indica limitaciones en especial de ser
ahistórico y pretender colocarle sus esquemas a la vida. La física y la
filosofía de Descartes, las estima como manifestación primera donde “se obtiene
la sensibilidad específicamente ”[15] El racionalismo permite
reconstruir la realidad con razonamientos, lo cual lleva al extremo de “El
futuro ideal construido por el intelecto puro debe suplantar al pasado y al
presente. Este es el temperamento que lleva a las revoluciones. El racionalismo
aplicado a la política es revolucionarismo, y, viceversa, no es revolucionaria
una época si no es racionalista.”[16] Asimismo, estima que ese
proceder es erróneo, pues el principio no es capaz de producir la realidad
entera, sino quimeras y regímenes absolutos[17], los cuales le parecen
opuestos a la vida.
IV. Cultura y vida
El
otro punto de apoyo de Ortega es su exposición sobre el “vitalismo”, interpretando
de un modo elocuente lo que contiene la vida, imposible de encerrar en fórmulas
o abstracciones excesivas[18]. Estima que un primer
rasgo implica alistarse y disponerse a tomar partido en la lucha, y lo dice en
latín “Vivere militare est”[19]. Y este militar es en
campo de la verdad y en aquello que la existencia le dicte, pero tal dictado ha
de transitar por el pensamiento. Asimismo, ha de manifestarse la voluntad,
donde “todo querer es constitutivamente un querer hacer lo mejor que en cada
situación puede hacerse, una aceptación de la norma objetiva del bien.”[20] Con lo cual Ortega
sintetiza una larga concepción filosófica sobre la ética, el por qué se busca
el bien[21]. También señala
marcadamente que este despliegue implica una voluntad que es enérgica. Agrega
el criterio, de que existe una dimensión de trascendencia: “La vida, decía
Simmel, consiste precisamente en ser más que vida; en ella, lo inmanente es un
trascender más allá de sí misma.”[22] Esto implica una vida de espíritu, que está ligada a sus bases orgánicas,
relacionada con su función biológica a la cual supera sin cesar.
V. El doble imperativo
Las
dos vertientes —simultáneas y potentes— para el fenómeno humano son la
biológica y la espiritual, suprema dualidad y contradicción que se debe
mantener en tal tesitura, pues son “dos polos de atracción antagónica”[23]. Lo tradicional de
Occidente ha sido descartar lo biológico en favor de lo espiritual, según las
vertientes de la religiosidad predominante, pero la nueva sensibilidad pretende
no despreciar su simultaneidad, para “no olvidar nunca y en ningún orden que
las funciones espirituales o de cultura son también, y a la vez que eso,
funciones biológicas”[24]. Eso implica un esfuerzo
tremendo para sostener el equilibrio: “la vida debe ser culta, pero la cultura
debe ser vital (…) La vida inculta es barbarie, la cultura desvitalizada es
bizantinismo.”[25] Ortega
elabora un pequeño cuadro de los imperativos de cada polo opuesto para resumir:
|
IMPERATIVO
|
|
|
CULTURAL
|
VITAL
|
PENSAMIENTO
|
Verdad
|
Sinceridad
|
VOLUNTAD
|
Bondad
|
Impetuosidad
|
SENTIMIENTO[26]
|
Belleza
|
Deleite
|
Conforme
la cultura se objetiva, se contrapone a la persona, y aparece como ley, regla y
gobierno. Cuando se aleja la cultura de los individuos se seca y hace
hierática; por su lado, la vida se expresa siempre como espontaneidad.
VI. Las dos ironías o Sócrates y Don Juan
En
este apartado, se estima cómo Sócrates descubre la razón montada en sí,
desarrollándose en potencia separada, que comprende lo existente sin ponerse
limitaciones, por tanto coloca el terreno para la filosofía y el racionalismo.
“El tema del tiempo de Sócrates consistía, pues, en el intento de desalojar la
vida espontánea para suplantarla con la pura razón”[27] Tarada siglos este
movimiento del espíritu en coronar los planteamientos racionalistas, hasta el cartesianismo,
criticismo y los sistemas cerrados. Pero fue un error intentar suplantar a la
vida con la razón, pues ésta es una isla, rodeada del mar de la vitalidad.
En
la actualidad, “El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la
vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo.”[28] Esta proposición la
reconoce tributaria de Nietzsche, con el regreso a Dionisos y alejamiento de
Apolo.
El
personaje Don Juan le parece revolviéndose contra la moral y mostrando la
tendencia actual, pero está limitado a otra ironía. La salida para Ortega es
que “la razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital.”[29]
VII. Las valoraciones de la vida
Propone
Ortega consagrar la a vida, para colocarla en el pináculo del sistema de
valores, levantándola de su posición secundaria. Porque en el pasado la vida sí
ha sido valorada, aunque quedando en un papel subordinado, donde ya es hora de preferirla[30].
Aquí
Ortega va a precisar más en qué consiste esa vida que plantea colocar de
principio valorativo. Retomando al budismo, plantea que “La vida es sed, es
ansia, afán, deseo. No es lograr, porque lo logrado se convierte
automáticamente en punto de arranque para otro nuevo deseo.”[31] Por eso el budismo busca
una cesación del deseo que termina la vida; a su vez, el cristianismo puso en
el centro de su cuestionamiento al hambre de placeres, para buscar a Dios. Entonces por vitalidad se ha de entender el
deseo que permanece inquieto.
Una
segunda determinación, consiste en diferenciar la vida frente a los ideales
culturales, pues la cultura ha sido definida (desde el Renacimiento) en
términos de ciencia, moral, arte y justicia, que para Ortega “El culturalismo
es un cristianismo sin Dios”[32] Por tanto, reivindica el
carácter paticular-individual (diferenciado) de la vida y su fugacidad, como
rasgos esenciales[33].
Una
tercera característica, es que esa realización en la cultura (o justicia o
ciencia o utopía) implica un perfeccionamiento siempre postergado. Anota Ortega
que eso implica un deslizamiento, pues “la ciencia plenaria o la verdadera
justicia sólo se consiguen en el proceso infinito de la historia infinita. De
aquí que el culturalismo siempre es progresismo.”[34] Ese movimiento temporal
(aquí colocado cual zanahoria delante del burro que jamás la alcanza) deviene
en un siguiente sesgo donde acumulan varios “ismos”, bajo los cuales “es la
vida por sí misma indiferente, y sólo se hace valiosa como instrumento y
substrato de ese cultural.”[35]
La
cuarta característica, implica la integridad de las fuerzas vitales por lo cual
no se debe privilegiar a una sola y someter a las demás, debe mantenerse junto:
“ciencia y respiración, moral y sexualidad, justicia y buen régimen endócrino”[36]. La conclusión de esto,
es la propuesta de Ortega que implica invertir la fórmula dominante “en lugar
de decir decimos .”[37]
VIII. Valores vitales
En
este punto Ortega estudia con más detalle sobre cómo se ha valorado la vida y
cómo lograr una alternativa. Inicia analizando cómo se ha subestimado la vida
al considerársela en la valoración tradicional cual “sólo un camino o
instrumento”. Ese enfoque posee un motivo, pues vivir es ocuparse de lo que no
es vida, es salir hacia lo otro, y el deseo expresa con detalle ese enfoque,
“es una constante movilización de nuestro ser hacia más allá de él: sagitario
infatigable”[38] Asimismo,
para Ortega la vida no es naturaleza egoísta, sino ese salir de sí, pues “La vida es el hecho cósmico del altruismo, y
existe sólo como perpetua emigración del Yo vital hacia lo Otro.”[39] Propone mirar los valores
trascendentes como el efluvio de la generosidad de la vida.
Mientras
el cristianismo proyectó su ideal humano en el beato contemplativo; la
antigüedad estuvo más próxima a la vitalidad de la desnudez zoológica, con sus
héroes paganos más vigorosos. El cristianismo se confundió al creer que la
espontaneidad del cuerpo era vicio o pecado. Insiste en que la vida vale por sí
mismo, y estima que Goethe lo descubrió con claridad, pues “la vida existe
simplemente para ser vivida.”[40] En ese contexto,
Nietzsche resulta ser el supremo vidente que propone la tarea de cambiar los
valores.
La
tarea del presente consiste en esa revaloración. “Vencer esta inveterada
hipocresía ante la vida es, acaso, la alta misión de nuestro tiempo.”[41]
IX. Nuevos síntomas
Los
valores inmanentes a la vida descubiertos y proclamados por Goethe y Nietzsche
se aparean con la nueva sensibilidad de la época, que se convierte en común a
su generación presente. Ortega observa síntomas de crisis en entorno, que lo
llama , entonces para recuperar la orientación se
necesitan definir las metas. La vida es “tan esencialmente esto, acción y
movimiento”[42]
que siempre requiere de direcciones hacia dónde moverse.
Analiza
Ortega que el arte no está en el centro de la existencia y, además, no es capaz
de sostenerla entera. Observa que el esfuerzo para alcanzar finalidades define
al trabajo, y que éste en el siglo XIX ha sido divinizado, mientras se homogeneiza
y cuantifica[43]. El nuevo síntoma está en el deporte, cual
“impulso libérrimo y generoso de la potencia vital”[44], es el esfuerzo
antieconómico que entrega deportivamente sus excesos en muchas áreas. También,
define que la libertad es cosa excelente y fórmula para la política moderna.
En
conclusión, los valores de la cultura no fenecen, pero deben reacomodarse en un
rango distinto, ante la revalorización de la vida.
X. La doctrina del punto de vista
El
planteamiento de Ortega consiste en lograr la síntesis entre culturalismo y
vitalismo, para él: “Contraponer la cultura a la vida” o lo contrario “practica
una completa tergiversación”[45] Esa síntesis será el
resultado más importante de unir los logros de la cultura con los nuevos
valores vitales, en el contexto de la nueva sensibilidad.
En
este último capítulo plantea la teoría del punto de vista, la cual afirma la
peculiaridad de sujeto que percibe y conoce, la cual depende de un contexto.
Debe notarse que no es una interpretación de las llamas “relativistas”, sino
basada en la unidad de la verdad, pero la pluralidad de las percepciones y las
opiniones. Esto se sustenta en que “El sujeto, ni es un medio transparente, un
idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce
en ésta deformaciones”[46]. La perspectiva no es un
falseamiento, sino “uno de los componentes de la realidad”[47].
“Cada
vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo
puede ver otra. Cada individuo —persona, pueblo, época— es un órgano
insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo ésta, que por sí
misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital.”[48] En esta cita conviene
destacar que el pueblo o nación también configura un punto de vista, por tanto
es irrepetible frente a las otras colectividades.
Las
infinitas perspectivas existentes son verídicas y auténticas; la única
“perspectiva falsa es esa que pretende ser la única”, pues “lo falso es la utopía, la verdad no
localizada, vista desde ”[49] Sin punto de vista
privilegiado absolutamente “La razón pura
tiene que ser sustituida por la razón vital”[50]. Con eso busca que la
filosofía deje de ser general, para quedar localizada y no ser utópica.
La
tarea filosófica sería la más democrática, pues “La verdad integral sólo se
obtiene articulando (…) Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se
lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta”[51] Se lograría la cualidad
omnímoda atribuida a Dios, en ese sentido Ortega juega con esta inversión,
diciendo que “Dios ve las cosas a través de los hombres”. Entonces ese es el
quehacer presente, efluvio sublime al abrir bien los ojos para mirar el
contorno y “aceptar la faena que nos propone el destino: el tema de nuestro
tiempo.”[52]
NOTAS:
[1] La catastrófica
Guerra Mundial, la descolonización, la Guerra Fría, el movimiento del 68, la
caída de la Cortina de Hierra desde 1989, la integración de Europa, etc., no le
marcan caducidad. La actualidad de la revolución en los 20’s luego su olvido,
ni el debate del paso de modernidad a posmodernidad, ajan su reflexión
fundamental. Cf. BERMAN, Marshall, Todo
lo sólido se desvanece en el aire.
[2] Para José Ferrater
Mora, este ensayo se coloca al final del segundo periodo del pensamiento
orteguista, donde lo coloca dentro del “perspectivismo”. Los tres periodos
serían: objetivismo (1902 a 1914), perspectivismo (1914 a 1923) y
racio-vitalismo (1924 a 1955). Donde El tema de nuestro tiempo, es una bisagra
conceptual que abarca juntos perspectivismo y racio-vitalismo. Cfr. FERRATER
MORA, José, Ortega y Gasset, p.
20.
[3] ORTEGA Y GASSET, José, El tema de nuestro tiempo, Ed. Revista de Occidente, 13ª ed., p. 7. En
adelante abreviado TT.
[4] La rebelión de las masas. Cabe anotar, que la “generación” aquí
funciona sobreponiéndose a la “clase social” como categoría superior del ser
social. Para el marxismo, la dependencia de la producción y la mutua definición
recíproca es crucial para comprender a las clases antagónicas y su lucha. Cf.
MARX y ENGELS, La ideología alemana.
[5] TT, p. 10; así para
Ortega, el predominio de reacción o revolución no es económico sino de reacción
generacional, más próximo a una dialéctica entre mundo recibido y reacción de
cambio. Dicho dilema debe reaparecer cada periodo generacional, con
independencia de si ha triunfado una reacción o revolución en una sociedad. Cabe
anotar que la importancia del cambio generacional poco a poco fue adquiriendo
más importancia en los estudios sociales, desde la posguerra de la Segunda
Guerra Mundial, para alcanzar un hito en el 1968 global.
[6] TT, p. 13. Existe un
problema al definirse en lo común de la sensibilidad, pues su comprobación, con
facilidad cae en las sutilezas y la desaparición de pruebas. Asimismo, habría
que agregar el aserto de Toffler de la aceleración creciente del cambio tecnológico
y su impacto en la sociedad, por tanto en la sensibilidad, con el shock del
futuro.
[7] TT, p. 16 Además,
“la profecía ha sido lo normal, con que casi toda etapa fue pronosticada por la
anterior con pasmosa precisión”, p. 18. Algunas versiones de teóricas de la
historia devienen teoría social completa, entonces ponen énfasis en su carácter
predictivo, por ejemplo, el positivismo de Comte y el “materialismo histórico y
dialéctico” de Marx. En ambos casos, la ciencia social propone un esquema de
futuro, al cual abonarse y compartir. THOMPSON, Kenneth, Augusto Comte.
[8] TT, p. 21. Habría
que esperar a la prospectiva y a la futurología para recibir propuestas para
mirar al futuro real, más allá de cualquier profetismo, bajo un enfoque
sistemático y que sí sea relevante. Cf. TOFFLER, Alvin, La tercera ola.
[10] En cierto sentido,
la sociedad entera presenta los rasgos de un anacronismo, por ejemplo, los
“usos” son una petrificación de lo
pretérito, lo cual señala también a la misma “sociedad”. FERRATER MORA, José,
Ortega y Gasset, p. 117. Asimismo, para
Ortega la política debe de permanecer retardada ante el conjunto como lo
muestra su posición contra la “acción directa” y otros inmediatismos políticos.
Cf. ORTEGA Y GASSET, José, España
invertebrada, Ed. El Arquero, 15ª. ed., 1967, p. 86-89.
[11] TT, p. 24. Digamos
que quizá el más popular exponente posmoderno de tal doctrina es Foucault,
quien la plantea de un modo recurrente y erudito, aunque haya cambiado mucho la
fundamentación para esa doctrina a lo largo de su obra, comenzando con una
visión posestructuralista, cuando intenta demostrar que la episteme es creada
por una época, que impone las posibilidades del discurso a los pensadores (Las palabras y las cosas). Luego varía
mucho, pero no abandona su relativismo (por ejemplo, Microfísica del poder).
[14] Esta crítica es
importante en la filosofía, al mostrarse las limitaciones del racionalismo, con
su preferencia por el lado del cálculo matemático; así, lo planteó Lukács y
retomó las críticas de Hegel a Kant, para postular la superioridad de la
dialéctica, sobre los enfoques previos racionalistas y críticos, lo cual se
mantuvo en mero postulado. Cf. Historia y
consciencia de clase.
[15] TT, p. 29. Si bien,
Ortega no es explícito, su insistencia en la ecuación que liga racionalismo con
sensibilidad moderna, cabría la hipótesis de que anuncia una época posmoderna,
que él prefiere considerarla “nuestro tiempo”, uno que está surgiendo sin
epítetos.
[16] TT, p. 30. En ese
sentido Ortega coloca al marxismo y bolchevismo como variaciones de un
racionalismo rígido aplicado a la sociedad. A su manera, Marcuse reconoce ese
corolario, en Razón y revolución.
[17] Escrito en 1923 es
evidente que tiene en la mira al bolchevismo de Lenin y al fascismo de
Mussolini.
[18] Ortega explora la
línea discontinua entre el paganismo grecolatino, el Renacimiento y el
romanticismo formando el cauce que alimenta la irrupción de la nueva sensibilidad.
Él asimila las tesis de otros vitalismos, especialmente sus antecedentes
recientes de Dilthey y Nietzsche.
[19] Cita a Séneca, TT,
p. 33. Entre las muchas afinidades de Ortega con Sartre conviene destacar la
implicación del estar “siempre dentro de la circunstancia” y el existencialista
énfasis en “el compromiso”, el cual es imposible de evitar, por más que es la
tentación. Cf. SARTRE, Jean Paul, El ser
y la nada.
[21] De varias maneras
los filósofos han buscado un concepto supremo para coronar sus sistemas de
ética, los cuales lleguen a su punto soberano, sea un bien sumo o un máximo de
felicidad encontrado en cada decisión, por ejemplo, Bentham y su máxima
utilitaria.
[22] TT, p. 39. Esta
declaración va de la mano con el método básico de Hegel, una dialéctica que es
superación, bajo el ritmo de tesis-antítesis-síntesis sin detenerse en su
espiral perpetua. Pero, más
radicalmente, implica la paradoja que el trascender de la vida es en el sentido
de más vida, “porque lo que llamamos ‘lo trascendente’ es la vida misma, la
propia vida inenajenable”, FERRATER MORA, Ortega
y Gasset, p. 112.
[23] TT, p. 43. Es
pertinente anotar, que finalmente, Ortega no es partidario de definir una
naturaleza humana fija, ya que moviéndose entre contradicciones, “Ortega se
hallaba más próximo a una ‘metafísica del devenir’ que a cualquier otro tipo de
filosofía.” FERRATER MORA, José, Ortega y Gasset, p. 98.
[24] TT, p. 43. Resulta
curioso comprobar que ese énfasis en la característica vital lo comparte el
pensamiento psicoanalítico y filosófico de Eric Fromm, en especial su El miedo a la libertad y El corazón del hombre.
[26] El cuadro de la p.
46, de la edición 13ª de Revista de Occidente es diferente pero con seguridad
incluye una errata al intercambiar las líneas, estableciendo una
correspondencia errónea de Sentimiento-Verdad-Sinceridad, y
Pensamiento-Belleza-Deleite.
[27] TT, p. 55. Aunque
ese programa radicalizado, pertenece a Platón, con su República, y todavía cabría dudar sobre esa perfección racional… por
lo que se habla de racionalismo hasta René Descartes y su Discurso del método.
[29] TT, p. 59. Claro que
tal imperativo de la razón al extremo, suena más a “ideología alemana” que a la
sensibilidad de otras latitudes.
[30] “Esa extraña
actividad de nuestro espíritu que llamamos preferir nos revela que los valores
constituyen una rigurosa jerarquía de rangos fijos e inmutables.” TT, p. 64.
Ese término embona perfecto con el tema del cuento Bartleby, donde esa llave maestra juega su papel magistralmente,
bajo la frase de “preferiría no…”
[33] “Ortega ha insistido
en el hecho de que la realidad y la vida son a la vez valiosas y efímeras —o,
mejor dicho, valiosas por cuanto efímeras.” FERRATER MORA, José, Op. cit., p. 64.
[35] TT, p. 72. Para
algunos el problema es la trascendencia, como en Negri y Hard, en Imperio. Para otros, el escollo es la
costra de la enajenación, por ejemplo, Sartre, en La crítica de la razón dialéctica. Cabe también la hipótesis
freudomarxista de una represión que opaca la vida directa e intensa, por
ejemplo, en Reich, con sus ensayos Materialismo
dialéctico y psicoanálisis.
[36] TT, p. 73. Pese a la
horizontalidad entre esos términos, adelante se verá que la tarea práctica que
se propone Ortega es enderezar las visiones y, en especial, revalorar todos los
valores para revitalizarlos.
[41] TT, p. 82. Asimismo,
cabe hacer notar el enorme peso del futuro para la filosofía de Ortega,
“condición paradójica: la de que las decisiones sean tomadas, por así decirlo
‘desde el futuro’ en virtud del ‘predominio’ del futuro sobre el presente que
Ortega ha llamado a veces ‘futurición’” FERRATER MORA, José, Op. cit., p. 109.
[42] TT, p. 83. Siendo un
activista del pensar, Ortega propone desplazar la moral para rescatar a su
propia generación, antes del desastre que se avecinó, en la Guerra Civil.
[43] TT, p. 88. El
trabajo convertido en praxis, para una filosofía rival, ofrece la clave de la
comprensión total, por ello le dedica varias líneas Ortega, colocándolo en un
sitial modesto.
[44] TT, p. 88. Pocos
autores daban relevancia al deporte y le auguraban un papel relevante en el
concierto social, mientras Ortega se interesó sobremanera en los espectáculos y
deportes, como síntomas de la nueva sensibilidad.
[45] TT, p. 91. Cabría
anotar que Ortega rechaza las interpretaciones del vitalismo que proponían
alguna impotencia esencial de la razón para comprender, como lo planteaban
algunos bergsonianos y nietzscheanos. FERRATER MORA, José, Op. cit., p. 78.
[47] TT, p. 95. Existe
perspectiva en el individuo, pero también en los grupos, incluso en los más
amplios. Afirmaciones cruciales para perfeccionar la comprensión de las
naciones, que dieron pie a la invención de filosofías con perspectiva nacional,
como la “filosofía de lo mexicano” con Samuel Ramos y su El perfil del hombre y la cultura en México.
[49] TT, p. 97. En estas
proposiciones también se debe profundizar otro lema típico de Ortega, “Yo soy,
yo y mi circunstancia”. El tema no debe simplificarse, sino comprender en mutuo
determinarse, entre el yo y su entorno, para descubrir su fondo filosófico.
Cit. FERRATER MORA, José, Ortega y Gasset,
p. 51.
[50] Para la versión
marxista de Lukács queda claro que el punto de vista proletario y
revolucionario, pretende ser el privilegiado poseedor de la verdad, mientras
los demás están condenados a la falsedad de la ideología. Historia y conciencia de clase.
[51] TT, p. 100. La
integración de saberes, configura la estructura del pensamientos moderno, desde
la ilustración con su Enciclopedia.