Por
Carlos Valdés Martín
En el apodo parece asomar un gesto trivial, una costumbre familiar sin
nada que ocultar, pero en otras situaciones significa la diferencia entre la
vida y la muerte. El sobrenombre surge de una exigencia profesional, como en
los espías, o bien expresa un ritual solemne, como entre los reyes europeos y
pontífices católicos. En la vida privada poner un apodo señala un pequeño
libertinaje de los familiares para con sus niños, un exceso de confianza de los
compañeritos de escuela, el privilegio del colega “simpático” del trabajo, o
una costumbre de las parejas. En la vida pública, la definición del apodo, sobrenombre,
alias o mote parece asunto serio, como el título de un rey o un Papa. Pero la
vida pública y privada, en el fondo, están conectadas.
Bajo esas designaciones de alias
o apodos triviales se encuentran oscuras tradiciones y creencias primitivas; el
poder del grupo sobre el individuo y las invocaciones en contra de los
maleficios. Bajo ese alias habitan los misterios del yo para sí mismo (ipseidad)
y el intrincado universo de las relaciones familiares. Y ahí está el uso de la
palabra, con su esencia oscura y luminosa simultáneamente, sirviendo como
revelación y ritual, como invención y conjuro. Veamos más de cerca los
diferentes usos del apodo o sobrenombre.
1) El espía
Cuando es de vida o muerte
ocultar el nombre caemos en el caso de los espías en periodo de guerras. Los
espías de guerra: peligros asechando en cualquier rincón, un enemigo poderoso,
enormemente siniestro y dotado de todos los recursos, un enemigo convertido en
el horizonte alrededor, el enemigo convertido en “territorio enemigo” donde
cada paso es un peligro, donde cada arbusto es una posible trampa mortal. Y el
espía solamente estará seguro, con una patria íntima de la identidad secreta mientras esté oculto en su guarida de la falsa
personalidad, la cual solamente puede iniciarse y culminarse con un nombre
falso. Este seudónimo en las palabras es el camuflaje en la selva de la sobrevivencia, el dispositivo que engaña
a las conciencias perniciosas. Mientras el camaleón se camufla con colores y
texturas del ambiente, el ser humano se oculta de la mirada inquisitiva con
nombres falsos y lo que acompaña a ese sobrenombre: una existencia inventada.
Sin embargo, hasta el ciudadano
más extrovertido contiene una pizca de identidad secreta, una cámara oculta en
lo profundo de su consciencia, pues no en balde la psicología científica se
inició con la aceptación de la región inconsciente
de la mente. En el plano inconsciente, en mínima medida cualquiera tiene rasgos
de espía, porque una porción de la mente permanece oculta, por más que una buena
conciencia con su inocencia nada oculte.
Entonces quien recibe, otorga o
usa sobrenombres comparte una estratagema del espía. Ciertamente ni el apodador
ni el infante comprenden que el apodo crea una segunda capa y con esa “capa”
genera una posible narración secundaria. El apodado recibe, sin saberlo, la
misma sombra que oculta a los espías: el apodo.
2) Que no se apoderen del nombre
Resulta una idea común entre las
tribus creer en el peligro de que alguien se apodere de una emanación de
nuestro cuerpo para hacer brujería. A la fecha los creyentes de artes mágicas
suponen que con mechones de cabello y uñas se efectúan embrujos para enamorar o
causar enfermedades. Por lo mismo, en las tribus se cuidaba con esmero el pelo,
las uñas y hasta las partes líquidas como los escupitajos para evitar que
cayeran en manos de los brujos. De esta suerte, creían que si descuidaban un
corte del pelo, entonces el brujo enemigo tomaba un mechón para hechizar al
descuidado; en cambio el aldeano cuidadoso con sus cortes de pelo se mantenía
lejos del poder del brujo.
Pero la brujería, en su
elaboración básica supone que además de un mechón de pelo requiere de una
invocación para afectar al fulanito. El aldeano sagaz creía que el brujo no lograría
atacarlo con magia negra mientras ocultara su verdadero nombre propio. Si el
brujo capturaba el mechón, pero no sabía el verdadero nombre de fulanito, su
brujería sería nula. Y quien guarda con celo su nombre propio debe proporcionar
un sobre-nombre como su signo de identidad.
3) Los reyes tribales cambian de nombre
Estas ideas de la conveniencia de
un sobrenombre protector variaban según tiempo y lugar. Quizá un aldeano común
no estaba tan presionado para cuidarse de los brujos porque estaba en relativa
paz con ellos, pero un hombre de poder debía ser múltiplemente cuidadoso,
porque el poder siempre está rodeado de envidias. Por lo mismo, cuando los
aldeanos adquirían la prestigiosa posición de reyes o magos tenían que redoblar
sus cuidados. Como un cuidado elemental les parecía ocultar su nombre verdadero y adquirir uno nuevo, para que sirviera
de escudo.
Así, los reyes tribales de muchos puntos de globo se cambiaban de nombre, como
siguieron haciéndolo los monarcas europeos siglos después y hasta la actualidad
lo hacen. Por su parte, los magos y brujos debían manejar las mismas precauciones.
Resulta evidente que “Mago Merlín” no definía su nombre de pila, sino el sobrenombre
apropiado para las artes mágicas. Según los códigos tribales las precauciones
deben ser más acentuadas para las personas importantes, como si el riesgo fuera
de la mano con el rango, porque si hasta los dioses estaban en peligro frente a
la magia, con más razón los hombres del poder peligrarían.
4) El nombre original y su doble
El nombrar se puede aceptar como acto
inicial y definitivo. El carácter de “acto inicial” es cierto, pues cuando encontramos
un nombre designando es porque ya nombró previamente, pero el carácter de “acto
definitivo” no resulta cierto, porque si ya una vez sucedió puede volver a
suceder. Así un nombre para un objeto genérico o para un individuo no tiene
razón para el carácter definitivo.
En la mente humana el lenguaje es
un ingrediente tan importante, que imaginamos con algún tipo de lenguaje a los
primeros humanos. La Biblia no imagina a un
Adán sin lenguaje, por eso el primer humano recibe la potestad de nombrar a las
cosas, darles un nombre. Y si no creemos en esa historia, simplemente la imagen
popular del hombre cavernario implica un tipo de lenguaje primitivo.
La lingüística del siglo XIX,
mediante los llamados “neogramáticos” se movió tras las huellas de una familia
universal de lenguas, que ellos creyeron remitían hacia una matriz originaria.
Esta temática de la lengua originaria fue inducida por sorprendentes
descubrimientos del parentesco entre las europeas con las lejanas lenguas
asiáticas como el sánscrito y el hitita. Y la remisión hacia un tronco
originario del habla repercutía hacia un tema poderoso y casi místico: la
primera lengua, la primera designación de las cosas por el ser humano. Bajo esa
confluencia del inicio de los tiempos y las palabras, perecería recuperarse un
sentido mágico de la palabra, en el sentido de creación absoluta, cuando por
primera vez la palabra resonó en el aire y la idea, compañera inseparable de
esa palabra, iluminó por primera vez la mente.
Por fuerza, cualquier palabra que
recibimos en la actualidad es el eco demasiado lejano, metal delgado como de
moneda gastada en un tráfico milenario, que, sin embargo, la recibimos hoy como
nueva, como nacida ayer. El tiempo, por fuerza, altera la palabra y suponemos
que las actuales palabras no son las del primer sonido (y ni siquiera las
antiguas lo son), entonces ese lenguaje inicial se perdió bajo el manto de la
“noche de los tiempos”. Así, esta palabra “subasta” parece una unidad de
sentido (remate de productos) y también original pero es una copia derivada de
los despojos de la guerra romana, entonces recibimos una copia de una copia...
Repito ese eco es muy lejano y proviene desde épocas inmemoriales.
La generación de una palabra
cualquiera, sea por intención intelectual o hasta por error de pronunciación
repite el acto originario de la creación. El apodo repite el expediente de la
creación de palabras (nuevo sonido) y de referentes para las palabras (nuevo
objeto específico para un sonido ya existente).
5) El recién nacido
El individuo establece una
relación de indisoluble integración con su nombre. Si bien la asignación de los
nombres tiene varias reglas según sociedades y relaciones de parentesco, en
este punto quiero resaltar la vinculación de uno a uno entre el individuo y
“su” nombre. Aunque la relación del nombre sea genérica, en la práctica se
convierte en una apropiación individual, como el tatuaje indeleble que se usará
la vida entera. Me refiero a “relación genérica” en cuanto a las palabras
elegidas para el nombre suelen ser palabras “genéricas” ya existentes, como
nombres de ancestros, héroes, santos, animales totémicos... siempre palabras
existentes y con significado. Si para un bebé se elige el nombre de “Gabriel”
se utiliza un término usado ya infinidad de veces que remite a la narrativa
aceptada sobre un “arcángel” y posiblemente a antepasados, a familiares, a
regiones, etc. Lo mismo opera con el uso de nombres de animales totémicos, que
son el calificativo genérico de una especie como “Oso”. A esto se agrega la
parte de práctica universalizada de “apellidos familiares” como una forma de
herencia, ya sea por línea paterna, materna o cruzadas. Entonces por lo común
el nuevo miembro de una sociedad recibe una mezcla del nombre individualizado y
el familiar estandarizado por reglas; la combinación de estas partículas
integra el nombre total, aunque el rasgo distintivo individual se considera esa
la partícula arbitraria elegida por los padres, el “nombre de pila”.
El nombre propio define una radical “ropa social” que cubre al
individuo de la intemperie y, en principio, lo conservará por siempre, hasta en
la memoria después de la muerte.
6) El pronombre
La partícula pronominal, como su
nombre lo indica, es una forma de lenguaje que sirve para sustituir a un
nombre.
Ciertas fórmulas rituales
proscriben algunos pronombres determinados y esto se define tajantemente en el
trato con los reyes y sacerdotes. El establecimiento de reglas de cortesía
obligaba a establecer modismos de respeto y alabanza como medio para sustituir
al nombre del rey. Esta costumbre de reyes y su continuación por la jerarquía
religiosa son ilustrativas. El abordamiento del nombre directo otorga un ápice
de poder a quien empuña ese saber, por eso los grandes jerarcas desean evitar
esa aproximación de iguales. El nombre propio y el “tuteo” son acercamientos
entre iguales, y eso no se aceptable para los superiores (por institución), así
resulta significativo obligar a mantener una distancia señorial, propia de la
época feudal.
El apodo simplemente es una
opción específica de pronombre, de palabra distintiva usada en vez del nombre.
Es el sustituto adecuado, sin embargo, como conocemos ahora el alias se
encuentra en el terreno de lo informal, de una invención fuera de códigos. El
pronombre se establece en la facilidad de los términos generales, porque es una
misma palabra para muchos nombres, que en el extremo de su generalidad, un “yo”
o un “tú” es el pronombre usual para cualquiera. Evidentemente, el apodo baja
un par de peldaños respecto del nivel tan general del pronombre, entonces el
apodo identifica (individualiza pero siempre personaliza) con términos que no suelen ser individuales (radicalmente
únicos) y surgen en ese nivel de aproximación, a un pasito del nombre propio,
por eso es “sobrenombre”, como si fuera un “estuche” para forrar al nombre.
7) Inquietante generalidad
Debería inquietar que mientras
los caballos de carreras adquieren un nombre propio distintivo y único, así
como una patente de individualidad absoluta, a los individuos no suele
acontecernos lo mismo.
Los caballos corredores van adquiriendo largos y exóticos nombres por ejemplo, se
les llama “Dama adorable 3ª” o “Abadón fugaz 2do.” Por no repetir y mantenerse
estrictamente individuales es importante su número así les agregan las
sucesiones numeradas, como si fueran reyes, Esta moda para designar a los
corceles no demuestra gusto literario sino un afán de individualidad radical.
Resulta inquietante que entre los
seres humanos se prefiera establecer apodos genéricos y poco diferenciados y,
además, se ignore el significado del apodo. Muchos serán la versión corta y
familiar del nombre propio, así los Franciscos se convierten en Pancho o Paco.
En este aspecto hay una tendencia a la repetición, más que a la
individualización. Esta tendencia a la repetición parece contradecir
ampliamente las presunciones de individualidad desde el periodo moderno. ¿Si
tan profundamente somos unos individuos porqué nos nombramos tan genéricamente
y luego somos apodados tan genéricamente? La respuesta posible indicaría que el
componente social resulta más pesado de lo que aceptamos.
En los alias lo contrario es la
excepción. Cierto apodo se puede convertir en asunto absolutamente individual.
A “Jack el destripador” se le ha individualizado en su apodo londinense y no pudo
escapar de él, aunque eludió a la policía británica. Así, la individualidad es
la excepción. Pero todavía vemos que, en este ejemplo, el término Jack es un
apodo abunda y común en la lengua inglesa, la individuación viene de una
adición de circunstancias, no de un afán por ser individual.
8) El nombre de la coronación
Al recibir el trono los príncipes
europeos acostumbraban adquirir un nuevo nombre, formado con otro nombre de
pila y una sigla en sucesión cardinal. El rey estipula ante el reino entero su
nuevo alias oficial, la pompa y ceremonia acompañan al acto de designar, nada más lejano a la dotación del apodo
casual y familiar. Lo mismo sucede con el Papa, quien asume un nombre oficial y
guardia el originario.
Entre las investiduras humanas,
esos hábitos que “hacen al monje”, uno de los más importantes debe ser la
coronación, la investidura de un rey en los atributos plenos de su poder. En
ese trance del simple mortal, sucesor del trono al oficio de majestad real hay
un salto enorme en la función social.
Por lo mismo, la definición del alias oficial de “realeza” es un acto cargado
de sentido y de poder.
¿Nombrar un objeto implica ya un
“acto de poder”? En efecto implica un acto de poder y lo es en una medida mayor
de lo que se acepta. En el sentido de acto originario, cuando el designar es
“primera palabra” se observa la trascendencia del vocablo. La Biblia coloca la nominación
como acto divino originario, como “en el principio fue el verbo”. En otra
visión religiosa, la brahamánica, existe el sonido del “om”, un sonido
originario y generatriz del universo.
En los dos argumentos anteriores
está la vinculación evidente entre la aristocracia como pretensión de divinidad
y la idea religiosa. El rey al pretender representar a la divinidad, puede
atribuirse las cualidades divinas, y entre éstas la facultad de “nominación”.
En ese contexto podemos suponer la auto-nominación (el rey otorgándose a sí
mismo su nuevo nombre) como un gesto de ascenso al nivel divino, porque esa
sería la inicial elevación a una libertad superior, al decidir sobre sí mismo.
Sin embargo, es raro el caso de
la auto-nominación, por lo regular las autoridades reciben “nombramiento”, esto
en un sentido de puesto, que también implica un “nombre”. Por ejemplo, existió
una disputa en pleno medioevo sobre las investiduras, el ritual religioso de
recepción de las jurisdicciones de los nuevos obispos. Esa disputa enfrentó la
autoridad de la iglesia católica liderada por el papado, contra los príncipes
europeos quienes acostumbraban entregar los símbolos del poder a los nuevos
obispos, mediante un ritual que evidenciaba una sujeción del obispo al
príncipe, porque el príncipe entregaba esos símbolos del mando al obispo. En
ese conflicto de las investiduras, el papado se opuso a continuar con una
tradición de varios siglos (quizá del siglo V al XI) de que los gobernantes feudales
entregaran los símbolos del poder a los obispos, porque esto estaba implicando
una especie de vasallaje; porque entonces la ceremonia de ascenso del obispo
básicamente era la misma de cualquier investidura de príncipes y nobles,
mediante las cuales se establecían vínculos de vasallaje, la relación jerárquica
típica del feudalismo. Ese ritual significaba que los obispos quedaban bajo la
cadena de mando de los reyes. El papado se opuso a la continuación de ese
ceremonial porque deseaba consolidar la relación jerárquica de obediencia
dentro de la iglesia, quedando autónomos y separados de los poderes políticos,
fuera de la autoridad de los reyes. Esta disputa implicó fuertes tensiones,
incluso la ruptura de relaciones con importantes reyes y príncipes. Finalmente
como resultado la iglesia ganó el enfrentamiento, al modificarse las costumbres
en la investidura de los obispos. Aunque en algunos casos la nueva ceremonia,
representaba un compromiso pues siguieron siendo los príncipes quienes
protagonizaban la ceremonia del ascenso del obispo.
Pongamos el
acento en que esta “ceremonia” de la investidura, es un “nombramiento”. Esto pareciera
reducirse como similitud de lenguaje, pero el vínculo sí resulta profundo. Este
“nombramiento” no es una designación de superficie, porque el “nuevo nombre”
del obispo, reconfiguraba una nueva realidad, establecía la correspondencia
entre lo nombrado y el objeto del cargo.
9) El nombre entre los nombres, el sonido originario y el primer apodo
Los nombres y sobrenombres son
importantes para las mentalidades que creen en serio que existe un riesgo para
al alma, surgiendo del nombre. Por eso mismo algunas tradiciones religiosas creyeron
que el “nombre verdadero” de un Dios siempre permanecía oculto a los ojos de
los demás (en especial de los profanos). Una leyenda importante para los
egipcios, la del engaño de Isis, indica que el nombre del Dios es el medio para
doblegar su fuerza.
Entonces el nombre de Dios lo deberíamos de suponer como el secreto supremo,
porque sería el medio para relativizar al Señor absoluto del universo, y en eso
un equivalente a un mando absoluto sobre el universo.
En uno de sus cuentos, Borges
juega con un tema similar, el de una frase de poder buscada por siglos en una
biblioteca monumental, la biblioteca de bibliotecas.
Esa frase sería la llave mágica para los secretos del universo, y mediante los misterios
develados estaría abierto el camino hacia cualquier objeto del universo.
¿Qué secreto busco ahora? Una
revelación personal sobre mi sentido del mundo, un camino propio,
verdaderamente el camino de mi existencia, que aglutine todos los trozos
separados de experiencias trascendentes y contrastantes. Ese peculiar “secreto
que no es un verdadero “secreto” sino una fase de búsqueda y reestructuración
personal, se queda minimizada ante la perspectiva del término que es la clave
de los nombres. De alguna manera esto demuestra una veneración por la palabra
misma. Porque se podría suponer que un dios permanece por encima de la palabra
porque es un Absoluto. Aunque “en el principio haya sido el verbo” no por eso
estaría el productor del verbo (su matriz activa) sometido al verbo mismo (su
fase pasiva). La idea del “nombre de
Dios” señala al verbo mismo produciendo el universo, es “su nombre” como la
fase activa del Génesis. Esto podría refutarse como un exceso del lado
“palabra” en la captación del absoluto, pero posee su peso si vemos las cosas
desde otra perspectiva. El universo lo observamos científicamente como una
materia en estado vibratorio permanente, el cual es una especie de sonido por
cuanto constituye unidad de energía (oscilando y viajando) con una materia
(vibrando y moviéndose). En ese sentido general, el mismo universo figura un
sonido y es una palabra (en el sentido extenso del término, como emanación
vibratoria y expansiva de energía y materia), porque la palabra significa una
articulación de sonidos expresando un sentido.
En el bramanismo se creía saber
la fonética de la sílaba del inicio del universo (sílaba sagrada de la palabra
creadora del Dios) y era la sílaba “om”. Ignoro si esta designación fonética
sea correcta o descartable como onomatopeya de la iniciación del universo. Los
astrofísicos han buscado por su lado un sonido original del universo, un eco de
la explosión original y han encontrado algo, semejante al ruido del fondo, la
continuación de un eco de hace quince mil millones de años aproximadamente. Si
el origen del universo fue una explosión energético-material creemos que la
acompañó un “sonido”, el mayor estruendo imaginable, y los astrónomos
encuentran un ligero eco viajando entre las galaxias, desplazándose debilitado
y moribundo, todavía audible para los aparatos de medición pero imposible para
el oído. En ese sentido, mediante el “radar de la mente” la leyenda captó un
murmullo que el oído humano no escucha, encontró la leyenda del “sonido
originario” que se tradujo a términos auditivos en una sílaba “om”, la sílaba
sagrada del brahamanismo. Y esa palabra, por cierto, resulta ser un apodo para
el Bigbang originario, es decir, define el primer apodo posible (en la sucesión
del tiempo físico, el evento de la primera fracción infinitesimal). Sin
embargo, ese sonido originario tan sagrado debe de permanecer fuera de nuestro
alcance.
Apéndices sobre el fonema “ch” y el diminutivo
Encontramos dos modalidades importantes
para elaborar el apodo. Una es muy usual en México y otros países
latinoamericanos, por lo que parece una costumbre regional; la otra, mediante
el diminutivo, corresponde a todas las regiones de lengua española, y también
coincide con el extenso ámbito del idioma inglés. La noción de lo hipocorístico encaja perfectamente en lo expuesto.
A) El uso del fonema “ch” como preferencia regional.
En México existe una especial
afición por utilizar apodos con el fonema “ch” para sustituir el nombre de pila
de las personas. Este fonema se usa más como sonido inicial, que en las
siguientes sílabas. En México esta costumbre presenta un uso muy consistente,
pero también la encontramos en otras regiones latinoamericanas. No creo que
exista una lista exhaustiva de esta clase de apodos, por lo que confeccionamos
una lista indicando el nombre y su correspondiente apodo con “ch”:
Francisco es Pancho; Carlos es
Charly; José María es Chema; Jesús es Chucho o Chuy; Concepción en femenino es
Concha y en masculino es Chon o Concho; Caridad es Charo; Luis es Güicho o
Lucho; Sergio es Checo; Alfonso es Poncho; Ignacio es Nacho o Tacho; José es
Chepe; Ramon es Moncho; María de la Luz es Lucha; Salvador es
Chava; Vicente es Chente; Mercedes es
Meche; Silvia es Chivis; Hortencia o Inocencia son Tencha; Rosario es Chayo; Rocío
es Chío; Juan y sus mezclas es Juancho; Graciela es Chela; Soledad es Chole;
Jorge es Yorch; y César es Chesar o Chito.
Otros apodos preferidos conteniendo
a la letra ch no permanecen ligados a un nombre en especial, son bastante
comunes y más bien se refieren a características físicas como la estatura o el
tipo de pelo, por ejemplo: Chito, Chacha, Chachita, Chiquis, Chale, Chory,
Chango, Chulo, Chico, Chueco, Chato y Chino.
Si nuestra idea es certera, entonces los apodos con una doble "ch" poseen una magia duplicada, de ahí que compatibilicemos y aceptemos tanto al Chicharito, a Chucho o a Chachita.
¿Existe alguna motivación bien
definida para la preferencia por este fonema “ch” en los apelativos? En nuestro
idioma este fonema tiene cierta gracia y se presta a la sonrisa, pero
desconozco cualquier explicación sustentada.
B) El uso de un diminutivo para el apodo.
También existe una forma de
diminutivo muy popular en la elaboración de los apodos y que surge por una contracción
del nombre original. Esta forma es muy usual en varios países y se ha difundido
mundialmente por el impulso del idioma inglés, ya que varios diminutivos
corresponden con el nombre o apodo en inglés:
María es Mary; Antonio es Tony;
Carlos es Charly; Jaime es Jimy; Alfredo es Fredy; Catalina es Caty; Ana es
Any; Patricia es Paty; Matilde es Maty; Susana es Susy; Josefina es Josy; Rosa
o Rosario es Rosy; Laura es Lory; Daniel es Dany; Eduardo es Edy; Sofia es
Sofy; Gabriela es Gaby; Elizabeth, Eliseo y Elías son Ely; Estefanía es Estefy;
Lucía es Lucy; Pilar es Pily; Andrea y Andrés es Andy; Sandra es Sandy; Mónica
es Mony; Martha es Marty; Julieta es July; Leticia es Lety; Liliana es Lily;
Tomás es Tomy; Virginia es Viky; Beatriz es Bety; y Liliana es Lily;
Claro que esta modalidad no define
la única forma de diminutivos para apodos, pues también se emplean las
partículas castellanas “ito”, “tin”, “illo”, etc. Por lo que Ignacio se
convierte en Nacho y luego deriva en Nachito.
Existe una razón importante para
este tipo de apodos, ya que en español existe un uso del diminutivo para
revelar un giro cariñoso. El uso del diminutivo del nombre, en este tipo de
apodos, no significa que el referido sea pequeño, sino que implica un trato
cariñoso. Lo que nombramos así corresponde con un sentimiento de cariño, por
eso este diminutivo corresponde a la designación de familiares, hijos y
amistades.
NOTAS: