Por Carlos
Valdés Martín
El largo cuento Bartleby el escribiente es una narración
singular y contrastante desde varios ángulos. Ofrece un cuento intimista sobre
la inacción, cuando el autor fue
celebrado por relatos de acción en Moby
Dick y otros. Frente al realismo de su estilo, juega a una retórica que
bordea la psicología enfermiza y una trama increíble. Ambientado en su
presente, en el calendario del autor, y su ambiente local, Nueva York con
claridad, prefigura los relatos atemporales, según se explica adelante. El
texto es doblemente interesante por las interpretaciones y elogios prodigados
por autores e intelectuales posteriores[1], en
cambio sus contemporáneos no descubrieron esa breve joya literaria. Ese efecto,
saltando de la indiferencia al elogio, no resulta inusual en la historia de la
literatura con su veleidoso tránsito desde el cieno al cielo y viceversa,
porque este cuento exige relecturas para apreciar sus cualidades.
Este texto llama la atención por
algunas afinidades con el futuro, desde su título Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street hasta el ambiente
completo que se aproximaría al gusto literario del siglo XX y no el de su fecha
de factura en 1853. Esta extremada apariencia de anticipación contrasta con ingredientes
de costumbrismo urbano en el relato: una profesión de “escribiente” que está
acotada a una situación definida, en un ambiente laboral y urbano bastante
preciso. Junto a ese costumbrismo resuenan ecos de largo alcance, en especial
Wall Street era una calle comercial emblemática de Nueva York, la joven urbe;
luego convertida en el corazón de la Bolsa de Valores y hasta el símbolo del
capitalismo financiero mundial. Esa Wall Street es distinta a la que resuena
hasta nuestros oídos pasando por la Gran Depresión y los escándalos financieros
repetidos, hasta convertirse en una consigna de protesta para “ocuparla” ya que
designa al poder extremo.
El personaje Bartleby
La caracterización ofrece una
dificultad especial, por cuanto el texto ofrece un relato acerca de alguien de
quien no se sabe suficiente y además no hay nada relevante que haga. El abogado
narrador conoce al escribiente por una oferta laboral y lo acepta sin inquirir
nada importante; luego no hace referencias sobre su origen y antecedentes.
Luego dibuja a un escribiente sin trayectoria ni ambiciones, rejego a los
alimentos, impermeable a las pasiones y las diversiones, sin amor ni
nostalgias, mirando fijamente tras la ventana, sin salir a la calle, ni
pretender obtener ventajas, sin proyectos ni rencores, sin familia ni
amistades… es la sucesión de negaciones sobre su ser, un antihéroe angelical. Al
comienzo es un empleado ejemplar, demasiado trabajador aunque silencioso y con
un aire de tristeza perpetua, reservado y nada conflictivo hasta que se desata
el mecanismo del conflicto en la narración y su conversión en un protagonista
de inacción[2].
¿Espejo invertido? Sin duda sirve
para un reflejo enorme[3]. El
escribiente Bartleby nos representa la inacción e impotencia al límite (la
virgen pero de género masculino), que contrasta con los discursos de éxito de
América y el productivismo del capital trasnacional; en ese sentido, el delgado
y terco escribiente indica la marginación extrema: una posibilidad humana que irrumpe
en contra del curso modernizador hacia la riqueza y el éxito. De manera
paradójica, la falta de raíces, silencios, inactividad e inadaptación confieren
a Bartleby rasgos angelicales y originarios, dibujando una fuerza primaria del
ser humano, cuya sola presencia causa turbación para quien es capaz de ver. Pero
no todos son capaces de sostener la vista hasta el fondo de esa oscuridad,
prefieren especular para agregarle motivaciones y rasgos adicionales para
obtener un personaje más manejable[4].
La trama
Antes de seguir ahondando en sus
resultados y evocaciones es momento de resumir su argumento. El narrador es un abogado prudente y
metódico, quien nunca revela su nombre, poseedor de un despacho legal que
requiere el auxilio de cuatro escribientes y copistas. Su negocio lo describe
como un modelo de operaciones rutinarias y para el dueño narrador no parecieran
existir retos ni problemas para cumplir con su actividad. La personalidad
discreta y paternal de este narrador merece el desconcierto, pues su
comportamiento resulta bastante errático; incluso es un par muy adecuado para
el enloquecedor Bartleby. De modo elogioso, Deleuze lo trata como el profeta
que es el único capaz de entrever el rasgo originario (virginal, casi
celestial) del escribiente, al mismo tiempo, que es un traidor con culpa por su
incapacidad de superar el reto recibido[5].
La ubicación y disposición
espacial del despacho es importante dentro del relato pues ofrece
características de una “arquitectura moral o emocional”, ya que el espacio sirve
bien para determinar la trama y dinámica de los personajes. De sus tres
primeros asistentes hace descripciones detalladas y jocosas que en la trama
sirven como auxiliares, sin intervención protagónica. Para ellos emplea apodos
acordes a sus rasgos: Turkey (Pavo) es gordo, arrebatado y voluble; Nippers
(Chico o Pinzas) es delgado, fogoso y nervioso; Ginger Nut (Galleta de Jengibre
y también Pelirrojo Duro en juego de palabras) es menor y servicial. La
descripción de los asistentes prepara la irrupción del protagónico Bartleby,
quien acude a buscar empleo y obtenemos la primera descripción del chico nuevo:
“Reveo esa figura: ¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente
desolada!”[6] Desde
aquí surge diáfano que el perfil del personaje es más espiritual que material,
mostrando los rasgos de este nuevo protagonista, aceptado en el puesto porque es
capaz de copiar con dedicación y por su apariencia mesurada, el patrón supone será un elemento moderado frente a los
arrebatos de sus empleados antiguos. El inicio del empleado es
sorprendentemente bueno, pues Bartleby se dedica a copiar con vehemencia y
dedicación, en superlativo: “Trabajaba día y noche, copiando, a la luz del día
y a la luz de las velas. Yo, encantado con su aplicación, me hubiera encantado
aún más si él hubiera sido un trabajador alegre. Pero escribía silenciosa,
pálida, mecánicamente.”[7] Esa
armonía con el nuevo empleado termina pronto, en cuanto se le exige cumpla con cotejar
en equipo lo copiado. En ese instante surge el argumento que repetirá sin
desmayo: “—Preferiría no hacerlo”, en inglés original “I would prefer not to”. Esa frase elegante y enigmática ha
permanecido para la posteridad, en calidad de un sello distintivo de este
relato y motivo de análisis concienzudos para revelar su confección singular[8].
A partir de ese momento surge una
delicada y creciente confrontación entre el dueño y Bartleby, quien rechaza
cumplir cualquier tarea adicional a sus copias manuscritas y, adelante en el
relato, además deja de hacerlo. El conflicto avanza con suavidad aunque en
escalada, hasta desembocar en una serie de choques. El dueño desde el principio
manifiesta un carácter considerado, sin arrebatos ni agresividad; el
escribiente muestra delicadeza y un retraimiento que invita a sentir compasión.
El mismo dueño narrador siempre se debate entre la simpatía y compasión por su
empleado y la desesperación de quien le desobedece y decide habitar dentro de
la oficina laboral. Al principio, el esfuerzo del dueño narrador es para lograr
que Bartleby le haga caso y cumpla con sus tareas; luego, transita desde ese
esfuerzo hacia el deseo por deshacerse del molesto empleado pero en el
transcurso ambos resultan extraños en su comportamiento e inacción. Por
momentos, las escenas merecen señalarse cómicas, aunque de un humor
extravagante y discreto.
Puesto que Bartleby habita permanentemente en la oficina y el patrón es incapaz de echarlo, entonces opta por mudarse él a otro despacho. Pronto el abogado recibe reclamos del propietario del edificio porque el empleado permanece en la negociado vacía, donde él rechaza cualquier responsabilidad. Por la fuerza sacan al escribiente de la oficina, pero después resulta que insiste en permanecer en el edificio, importunando al instalarse en pasillos o escaleras. El asunto termina mal para Bartleby pues la manera expedita para sacarlo del edificio conlleva acusarlo de vagabundo y lo encarcelan, ante lo cual accede dócilmente.
Enterado del encierro del terco Bartleby,
el abogado se apresura a visitarlo y procura comportarse cual benefactor,
dejando unas monedas al encargado de alimentar a los presos. El recluso no se
queja, pero muestra su distancia, además que es evidente que no va a alimentarse.
En una siguiente visita el narrador encuentra al escribiente sentado y con la
mirada perdida, al acercarse descubre que está muerto y pronuncia una frase críptica
de consuelo sobre dormir “Con reyes y consejeros”[9]. El
narrador indica que no describirá el pobre funeral, pero sigue reflexionando
sobre el misterio de la existencia previa del escribiente; informa que había un
rumor de que Bartleby antes era amanuense de la oficina de Cartas Muertas de
Washington, sitio donde las seleccionaban para destruir por falta de
destinatario y luego las quemaban por carros. Esa revisión de cartas sin
destino, el narrador la imagina dramática, en consonancia con las vidas frustradas
y el relato finaliza con un doble lamento “¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!”[10]
La subordinación del empleado y el engranaje de situaciones realistas
La situación entre patrones y
empleados es importante dato social presente en diferente tipo de literatura
realista y de costumbres. De modo explícito, la voz del narrador pertenece al
patrón; lo cual no implica que todo el relato sea de su propiedad; curiosamente
el título y tensión narrativa acontece en el polo del empleado, que no definitivamente
un trabajador. Se lamentaba un autor de tendencia marxista que su tiempo no elaboraba
una verdadera literatura desde el punto de vista de los trabajadores[11]; y este
relato tampoco satisface esa presunción pues se desliza hacia un polo más
desconcertante. Mientas los efectos capitalistas de la revolución industrial se
expandían por el globo y las grandes naciones comenzaban a rugir bajo el ritmo
acelerado de esa modernidad, los efectos literarios resultan desconcertantes;
pues la pluma es capaz de contrariar a la tendencia predominante. Bajo el
capitalismo se descubre una nueva glorificación de la eficiencia del trabajo y
las relaciones laborales se convierten en más tirantes, dominadas por el
sencillo interés. La mitad del siglo XIX está descubriendo la importancia de la
lucha de clases; el Manifiesto comunista
es de 1848 y este cuento de 1853. Bajo diferentes enfoques la oposición entre
ricos y pobres adquiría relevancia, con preponderancia hacia el drama
sentimental, como se anota en Dickens, el maestro de los dramas sobre la pobreza[12].
El escrito de Melville se mueve hacia
otra dirección —a modo de lamento y desconcierto, sin interesarse por la
eficiencia o los resultados económicos— cuando enfila hacia donde la marginalidad irrumpe en una zona oscura y amenazadora
por una caída en prisión y la muerte por inanición. El arte narrativo de este
cuento escapa de la lógica social normal (zanahoria o mazo) para deslizarse por
un sentido de la resistencia hasta el absurdo, porque todas las relaciones se
disuelven en la obcecación del
escribiente.
Una relación patronal no es la
única de la trama de situaciones realistas que se enredan en este relato. Están
presentes otras ligas derivadas del trabajo, por ejemplo los compañeros del
empleo, ante los cuales se establece un muro de incomunicación, determinado por
la situación de copistas y las obsesiones peculiares de cada personaje
secundario. También se hacen presentes las relaciones entre las personales y el
material de trabajo de las operaciones legales; asimismo queda el entrecruce con
otras conexiones como la vinculación entre el arrendatario (narrador) y el dueño
del edificio. Sumemos la ubicación de un inmueble comercial, con compartimentos
contiguos y vista hacia la calle que será famosa: Wall Street, mucho antes de
convertirse en el corazón de las finanzas internacionales. La obra de literatura realista se elabora con
la enorme dificultad de volver compatibles tantos elementos que sí acontecen en
cualquier entorno. La ventaja de la existencia palpable y hasta cotidiana de
tantos elementos, es una ventaja superficial, porque lo familiar no por ello
resulta conocido, quizá sea al contrario[13]. Y el
reto mayor es la armonización de tantos elementos reconocibles para que opere
perfectamente el mecanismo literario; en ese sentido, un cuento con tonos realistas
resulta más difícil de manufacturar que otro fantástico.
Más sobre arquitecturas emotivas: entre el Despacho y la Cárcel
Un reto mayúsculo consiste en
establecer la armonía entre el ambiente humano y el físico. Las obras
apresuradas y a contrapelo no logran tal tinte armónico entre las personas y
sus espacios; en cambio, la maestría de Melville lo faculta para pintar
distintos matices. En este caso los principales ambientes son la oficina y la
cárcel rodeados por un Nueva York comercial, aunque casi apacible si lo
comparamos con las décadas posteriores. En el relato "oficina y cárcel" se
complementan a la perfección alrededor de la desgracia del escribiente, pero no
exclusivamente por ese motivo, también embonan con motivos de la monotonía, la habitación
inhumana y la funcionalidad/disfuncional.
Los trabajos de los asistentes del narrador resultan repetitivos al copiar cada
legajo donde el escribiente se transforma en una máquina de repetición,
evocación sobre una condición de obrero en la oficina[14], pero
plasmada en su versión más futurista de cognitariado[15]. De modo simple nos muestra la enajenación del
trabajo de la revolución industrial trasladado a las oficinas, aunque descrito
como una operación que no es tan prolongada ni agobiante, pareciera un destino
soportable para casi cualquiera. En la respuesta ante ese oficio monótono es
que aparece la anomalía de Bartleby, quien simulaba la mejor adaptación a una
labor repetitiva, pero termina desadaptado.
La oficina se define por ser un espacio para el trabajo y en eso es
incompatible con lo habitacional. Este código de la arquitectura urbana lo
rompe la excentricidad del escribiente, quien toma el sitio para habitarlo, sin
permiso y con gesto de inocencia. El realismo se confronta con esa utilización
anormal del espacio, incluso, el relato cesa de preguntar sobre la conversión
entre el espacio de oficina y vivienda; cuando el narrador advierte la
imposibilidad de que esa ocupación continúe, pero supone una viabilidad
momentánea. Esa habitación anómala insertada en el espacio inadecuado abre las
puertas —para un relato con fantasía—a cualquier cantidad de situaciones
(improductivas, extrañas, violentas, indefinidas…) que no compaginan con los
supuestos de una realidad cotidiana; así, mientras lo usual de cualquier
oficina cierra muchas “posibilidades” de la acción humana, este relato las abre.
El personaje Bartleby irrumpe
entre situaciones típicas de oficinas para gravitar y lastrar con su sola
presencia. El pequeño conflicto va creciendo hasta convertirse en
confrontación, que elude constantemente el narrador protagonista. En la lucha
de voluntades opuestas surge la mera posibilidad de la violencia indicada por
una anécdota sobre unos tales Adams y Colt que terminó en sangre; las amenazas
de un subalterno y la presencia de la cárcel (espacio de la supuesta violencia
legítima del Estado). El conflicto creciente empuja hacia un acto de violencia y
en dirección de otro espacio —el sellado de la prisión— donde aparece el
trasfondo último en la muerte. Los espacios fijos en oficina (de hecho dos
distintas) y cárcel contrastan con el periodo de huida en un carruaje, donde el
montarse en ese carro indica la pretensión de fuga con torpeza.
La hipótesis de la enfermedad del espíritu: eje de su argumento… del
carácter a la excentricidad hasta el absurdo.
En este relato debemos sentir
ternura y compasión por el escribiente; sus actos inadaptados son explicados
por una enfermedad del espíritu, pero trasluce un aire infantil que invita a la
protección. Este personaje es confeccionado en un periodo anterior al uso de
las enfermedades mentales para una explicación fácil. Sobre esa hipótesis del
comportamiento del “pobre Bartleby” el relato resulta muy consistente, pero
permite que el lector acompañe al narrador en su desconcierto constante frente
a una simple negativa que se repite sin parar: “Preferiría no hacerlo”. Desde
el punto de vista del sujeto inactivo, la inacción es una especie de
aprisionamiento del ser; desde el punto externo de quien recibe continuas
negativas surge una complementaria obsesión
por tantos “no” bien demarcados, aunque suaves[16]. Esa
reiterada oposición con la misma negación posee encanto literario cual
repetición de un sonsonete musical. Para el lector tal rechazo termina por ser
previsible y añade un toque cómico. Derrotado por una simple frase, el abogado patrón
termina escapando de la responsabilidad ante su subalterno e instala una
oficina distinta para huir. La noción de alguna maldad en tal resistencia del
escribiente también queda descartada por las consecuencias que resultan para su
excentricidad; el beneficio de una apropiación de una oficina y sabotaje
laboral termina por rebasarse con el apresamiento.
La excentricidad del escribiente
termina por arrinconarlo y destruirlo físicamente. ¿Esto implica un gesto
humano de dignidad? El relato no resulta tan concluyente en este aspecto. Un gesto romántico por excelencia opta por
la muerte antes que ceder ante sus enemigos. Nos preguntamos si la negativa del
escribiente ¿es un gesto romántico? Descubrimos que la necedad obsesiva de
Bartleby no permite una lectura tan diáfana, pues no está eligiendo su desafío
e insiste en una simple: “Preferiría no hacerlo”. Si comparamos este argumento
con el existencialismo nos encontramos con una variación pasiva de la elección,
que paradójicamente es tan fuerte que arrastra entero al sujeto[17]. La
decisión de negarse erige una muralla y también un pozo que atrapa al personaje
hasta colocarlo en un vértice de absurdo.
La escritura mecánica y drama del novelista se extiende a inquietud
cósmica
Para el narrador que transmite pasión por el mundo, se mantiene una relación intensa con la escritura, por eso un subtema interesante de este cuento, que atañe más al escritor profesional que a cualquier otro: hay dos formas para vaciar lo escrito de contenido humano. Si nos remontamos hacia la historia antigua descubrimos que la edificación de los Estados (Mesopotamia, Egipto, Creta, Atenas…) exige la capacidad de registrar. La figura del escriba funcionario del Faraón acompaña al levantamiento de las dinastías, pues las anotaciones también son actos de poder y legalidad (en el sentido más primitivo de estos términos). El cuento de Melville se desarrolla en una modesta oficina dedicada a las gestiones legales, donde los asistentes se enfocan a copiar, reduciendo la escritura a su mínima expresión mecánica. Esas copias idénticas vacían de creatividad a quien lo hace para convertirlo en especie de máquina reproductora —en una imprenta encarnada— que debería de funcionar bajo el código de la normalidad, pero no siempre es así. Para el creador literario esa conversión de la persona en mero copista provoca una molestia evidente y el señalamiento irónico contra las maneras como se vacían las palabras.
El tema del copista armoniza de
modo perfecto —diríase magistral— con el de la “oficina de las cartas muertas”.
El siglo XIX fue la centuria de auge para el correo, cuando la
institucionalización de envíos postales permitió la comunicación a distancia y
las “cartas personales” se volvieron un potente modo de expresión al alcance de
cualquier alfabetizado. La noción de una carta
personal se ha disuelto en la época de las telecomunicaciones, donde otras tecnologías
remplazan con un servicio similar; pero en ese periodo, tales cartas
representaban el único vínculo
privilegiado para saltar distancias y unir las emociones más delicadas. En
algunos casos, las cartas son el medio más emotivo imaginable en la mitad del
siglo XIX, pues la reflexión íntima de quien escribe y el afecto de quien lee
eran inigualables[18]. De ahí
la emotividad frustrada de la “oficina de las cartas muertas” donde se constata
el fracaso de los mensajes y la conversión de esas cápsulas de existencia en
basura para incinerarse. La pérdida de las palabras en esas “cartas muertas” es
la hipótesis para la parálisis de Bartleby, por un efecto devastador de ese
extravío en los fragmentos de la existencia ajena. Ante esa posibilidad de que
los mensajes nunca encuentren un destino,
el cuentista desata su extremo sensible.
Uniendo ambos eslabones (la copia
mecánica con la destrucción de cartas personales) se redondea la protesta: de
un lado, el Estado-productividad, y, del otro, el Destino impersonal se
conjugan para introducir la tragedia, especie de irracionalidad extrema que acosa
al personaje Bartleby. Cuando un individuo queda contaminado por esa irracionalidad
el universo entero cobra un carácter ominoso, el relato posee un tono sombrío y
hasta terrible. El espíritu del escribiente virginal por dentro se comporta
impermeable e inactivo por fuera, con un resultado que nos inquieta: él termina
en la cárcel, pero ¿el universo entero no se convierte en cárcel cósmica según
el pesimismo de los agnósticos?
Problema del género literario, cuento paralelo a Kafka
Este texto comparte honda
afinidad con Kafka y su estilo de los antihéroes trágicos, acosados y en
proceso de auto-aniquilación. En particular, definir el género literario de
Kafka ha resultado difícil de definir, incluso la incomprensión extrema de una
mente brillante como la de Lukács al embotellarlo dentro de una vanguardia enajenada ha provocado fuerte
extrañeza[19].
Incluso existe una interesante propuesta en Deleuze para reinterpretar Kafka
bajo el concepto de la “literatura menor”[20]. La
extraña afinidad de este cuento preciso de Melville con la entera obra de Kafka
ha llamado la atención de Borges; más curioso es que el resto de la escritura
melvilliana no posea tales afinidades. En ese sentido, lo escrito en 1853
resulta demasiado moderno y debe esperar más de medio siglo para aparearse con otra
literatura que lo reinterpreta y comparte la dificultad para definirla. No
pertenece al realismo literario por cuanto su desliz de exageración (su hipérbole
completa) rompe con el molde de lo estrictamente creíble (Bartleby no posee
suficiente instinto de conservación, tampoco el narrador literario es práctico). Cabría
emparentarla con la novela psicológica, antes de inventarse la psicología en
sentido estricto, pero la inquietud que provoca escapa a las reacciones
mentales descritas. Siendo un relato ominoso no cae en el terror, pues la misma
indiferencia ante la desgracia del protagonista lo excluye del resorte del
miedo. Poseyendo rasgos de comicidad el cuento se aleja diametralmente, aunque
cabría algo de tragicomedia. De modo explícito transcurre en las antípodas de
la novela de aventuras. Descartando sucesivamente los géneros, nos queda
emparentar este cuento con ese otro rayo en mitad del cielo claro manuscrito
por Kafka. Esa singularidad es desafiante, por más que también emparente con
otros fenómenos de la gran literatura; sin embargo, la clasificación desfallece[21].
La soledad extrema del personaje,
por entero desgarrado de orígenes y destino marca otra similitud profunda con
Kafka y el problema de su literatura. El análisis literario desde la distancia
debe encontrar en esto un mérito que lo vincula con la universalidad del
individuo desgarrado del entorno. Frustrado por encontrar una definición sobre
el género al que pertenece este cuento seguiría clasificando, pero —contagiado
por el entorno Bartleby— por mi parte “Preferiría no hacerlo”.
La fórmula clave es espejo de obsidiana y virginidad
La frase “I would prefer not to” ha sido analizada en varios sentidos. Aparece
repetidamente en el relato, donde se convierte en nudo de la trama y signo del protagonista:
“La fórmula aparece en diez momentos principales, en cada uno de los cuales lo
hace reiteradamente, repetida o con variaciones”[22] No es
una frase muy usual pues en inglés predomina el “ratter” y no el “prefer”;
al terminar en “to” queda inacabada la frase, porque después debería aparecer
el complemento directo, que la mayoría de veces está ausente. Profiere una
negación pero sin definirse, no alcanza a pronunciar un sí o no definitivo que
busca sustraerle el abogado patrón; sino que se refuerza en su indefinición
cuando tampoco prefiere algo distinto a lo que se solicitó. La fuerza negadora
del “I would prefer not to” invita a
suponer una irrupción de una lengua originaria bajo el inglés, especie de
invasión del idioma de los psicóticos para expresar algo universal o bien una
lengua de ángeles que remite a una humanidad sin pecado[23]. Luego
de esa irrupción de fuerza originaria, el demás lenguaje termina mudo y
alrededor de tanta negación (la frase opera cual “bomba” que destruye y
paraliza el campo de batalla), entonces al personaje lo rodea el silencio y la
inacción.
Para el mismo relato, el verbo “prefer” es la joya de la corona, pues su
influjo hace notoria la frase y contamina a los personajes que comienzan a
utilizarlo sin darse cabal cuenta[24]. Claro
que no funciona en solitario, se engarza de modo preciso y despliega su magia
en compañía de la frase entera, cuando es colocada en los labios precisos del
protagonista para desatar la parálisis definida. En ese sentido, desata un
conjuro de la inacción que termina por ser ineficaz ante la maquinaria social,
únicamente otorga logros parciales.
La potencia negadora del “I would prefer not to” acontece en el
cuento, ahí es eficaz, mas no aceptamos sea una fórmula mágica para las personas
reales. Dentro de ese ambiente ficticio, su efecto crece y se levanta colosal a
la manera de muro infranqueable y ofrece un servicio narrativo idéntico a la
elusiva ballena gigante convertida en la muralla inalcanzable[25]: es un
espejo de obsidiana que nada refleja y representa el dispositivo de la
virginidad separando un centro sagrado. Esa operación permite al lector atento
generar el reflejo psíquico para atribuirle cualquier característica,
convirtiéndose en el factótum, la piedra clave, el sancta sanctórum, la semilla
del Génesis… cualquier atributo es permitido pues nada en el relato traspasa
ese umbral. Por tanto, no queda más opción que repetir esa frontera invisible y
detenernos, en este final, ante el embrujo del “I would prefer not to”.
NOTAS:
[1]
Véase el Prólogo de Jorge
Luis Borges a su traducción de este cuento.
[2]
El término wu-wei indica el ideal de acción por la inacción, modelo de la
sabiduría obrando a distancia y reduciendo el empuje de la voluntad, según el Tao Te King y otros textos de filosofía
taoísta.
[3]
Para Vila-Matas es la cofradía de escritores quienes han dejado de escribir, el
motivo de fondo que da título a su interpretación de Bartleby y compañía.
[4]
Lo hace alegremente Miguel Ángel Díaz Monges en Bartleby y la risa de Melville, en revista digital Algariabia.com
[5]
DELEUZE, Gilles, Bartleby o la fórmula.
[6]
MELVILLE, Herman, Bartleby el escribiente.
[7]
MELVILLE, Herman, Bartleby el escribiente.
[8]
Con justicia el más célebre esfuerzo por interpretar “I would prefer not to” corresponde
a Gilles Deleuze en Bartleby o la fórmula
bajo el sello de Editorial Pretextos, acompañando al cuento.
[9]
MELVILLE, Herman, Bartleby el escribiente.
Referencia muy probablemente bíblica al Libro
de Job, donde se indica que la muerte es un sueño donde se yace junto con
reyes y consejeros.
[10]
MELVILLE, Herman, Bartleby el escribiente.
[11]
SERGE, Víctor, Literatura y revolución.
[12]
Con justicia Borges estima que Bartleby transita desde el ambiente de Dickens
hacia el de Kafka.
[13]
HEGEL, G.W.F., Fenomenología del Espíritu.
[14]
MESZAROS, Iztván, Teoría de la
enajenación en Marx.
[15]
El cognitario implica una acumulación de saber (actúa, en este caso, sobre
textos de ley) pero su descalificación y sometimiento al poder del dinero. Cf.
VALDÉS MARTÍN, Carlos, Ensayos sobre el
sujeto social: cognitariado y otras herejías.
[16]
La neurosis es la enfermedad de la acción, el padecimiento conduce al callejón
sin salida de la inactividad o sus suplentes de fantasía. FROMM, Erich, El miedo a la libertad.
[17]
SARTRE, Jean Paul, El ser y la nada.
Bajo esa óptica, esta elección posee su mala fe, para no descubrirse,
permaneciendo cual simple imposibilidad.
[18]
Por ejemplo, el intercambio epistolar entre Vincent Van Gogh y su hermano
Theodorus, en Cartas a Theo. George
Steiner, Sobre la dificultad y otros
ensayos.
[19]
LUKACKS, George, Significación actual del
realismo crítico.
[20]
DELEUZE y GUATTARI, Kafka por una
literatura menor. El concepto de literatura menor es complicado, unión de
tres elementos: desterritorialización de la lengua, articulación en lo
inmediato-político y el dispositivo colectivo de enunciación. Elementos que
para explicarse requerirían otro libro completo.
[21]
Según el Prólogo de Foucault en Las
palabras y las cosas, haciendo homenaje al Borges con su jocosa observación
sobre la zoología fantástica: clasificar es un gesto tan esencial, complejo y
proclive a causarnos extrañeza.
[22]
DELEUZE, Gilles, Bartleby o la fórmula.
[23]
DELEUZE, Gilles, Bartleby o la fórmula.
[24]
Indica el abogado narrador: “No sé cómo, últimamente, yo había contraído la
costumbre de usar la palabra preferir. Temblé pensando que mi relación con el
amanuense ya hubiera afectado seriamente mi estado mental.” MELVILLE, Herman, Bartleby el escribiente.
[25]
DELEUZE, Gilles, Bartleby o la fórmula,
explica bien esta función de límite en la frase y sus muchos atributos, pero no
es tan enfático sobre la consecuencia: sobre ella el lector e intérprete deben
reflejarse, depositando sus propios contenidos.
11 comentarios:
me encantó tu trabajo
Magistral interpretación. Una des construcción puntillosa y firme. Gracias
Excelente análisis, muchas gracias, saludos desde Argentina.
tiene relaciòn con Sìsisfo y El Extrajero de AC?
Es correcto encontrar una relación con Albert Camus, aunque la obra de Melville es muy anterior. En especial, Bartleby anticipa la oscuridad existencial que reflejó el franco-argelino Camus en sus novelas magistrales. A este relato se le observa como el precursor de la literatura del absurdo y de cierto existencialismo por la textura radical de sus hipótesis.
Bravo...ole..ole..relato olvidado relato que merece ser leído ahora en este presente
J
Increíble trabajo, saludos desde Chile
Muy buen texto. Completo el análisis y la interpretación junto a las referencias bibliográficas mayúsculas de esos franceses que pareciera que han explicado todo.
Muy buen texto. Completo el análisis y la interpretación junto a las referencias bibliográficas de esos enormes franceses que parece que han explicado todo.
quien me quiere hacer la prueba de esto?
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