Por Carlos Valdés Martín
El humo está directamente asociado con el fuego posee sus propios simbolismos y evocaciones, así que empezaré señalando su vínculo, que está marcado por el adagio: “Donde hay humo, hubo fuego”. Ahí se refiere al vestigio y la dependencia, cuando este gas no lo consideras por sí, sino dependiente.
Marca la confluencia entre fuego y aire, de tal manera que según matices con el humo también se olvida al fuego y se le asocia con el sentido del olfato por los perfumes. En los lejanos tiempos, los perfumes se asociaron con los sahumadores o botafumeiros como el medio más eficaz para esparcir sus aromas. El incienso acumula un perfume para lanzarlo junto al humo que se disipa mientras dispersa las fragancias.
Quienes están acostumbrados a los rituales con facilidad entienden que un sutil aroma colabora a los efectos de abrir la sensibilidad o purificar ambientes, según sea la intención. El poder sutil del humo acompaña como un recuerdo y evocación. ¿Cómo no asociar una iglesia con el aroma intencional del copal o al atar hindú con el sándalo?
Ahora resulta una rareza que con humo se lograra escribir, sin embargo, hubo señales de humo que proporcionaban un sistema de comunicaciones a distancia. Un recuerdo de esa utilidad está en la señal para la elección del Papa católico, que exclusivamente se confirma con un “humo blanco”.
Al “lado oscuro” de este gas lo señalan el tabaco y los motores descompuesto. Cualquier exceso es malo y hasta sutiles rastros en el aire son indicios de partículas, que dañan a los pulmones. Con las preocupaciones ecológicas el humo mismo se ha vuelto una especia de chivo expiatorios de los estragos al medioambiente.
¿Te imaginas a Cr3la saboteando la chimenea del humo para el veredicto del Papa? "Mejo no lo hagas." Estoy dirigiéndome a ti, Cr3la.