Por Carlos Valdés Martín
Esta narración de
Fitzgerald despliega el encanto narrativo en un pasaje de crecimiento vital,
mediante la aventura del joven protagonista John T. Unger. Las relaciones con
la riqueza y el enfrentamiento de generaciones marcan los dos ejes de esta
narración. El protagonista Unger conduce un viaje de crecimiento que se
representa de manera espacial, desde su ciudad natal, llamada Hades, pasando
por la escuela privada en Boston, luego visitar el misterioso hogar de su amigo
Percy Washington, enclavado en un paraje estrictamente aislado de Montana. En
ese paraje aislado Unger descubre la riqueza más desbordante, así como
autoritarismo, soberbia y su primer amor. Según el título lo indica, el tema
central está en la riqueza llevada al nivel superlativo y lo demás queda
opacado frente a esa dimensión, según veremos.
La riqueza
descomunal
El joven Unger
siente el influjo de la riqueza desde varios ángulos, que en este relato
aparecerán agigantados. El protagonista no es pobre, sino por comparación, se
muestra en la otra orilla frente a la riqueza. Como estudiante proveniente de
una ciudad provinciana es capaz de encajar en una escuela de hijos de ricos, en
Boston, titulada como una leyenda, la St. Midas.
Unger establece
una intensa amistad con Percy Washington, quien presume de una riqueza tan
superior a sus compañeros de colegio, que suena a mera fantasía de
adolescentes. En estas revelaciones de amigos es cuando surge la afirmación de
que el padre de Percy posee un diamante tan grande como el enorme edificio
Ritz, entonces un referente de lujo y enormidad, que en la actualidad se
desconoce. La impresión de fantasía de esa afirmación clave se disipa en el
viaje hacia Montana donde se esconde el hogar de esta familia Washington.
En cuanto los
jóvenes viajeros abandonan el tren y son recibidos por un vehículo entonces
surgen los signos de una riqueza que rebasa las fantasías usuales. El vehículo
que los recibe ya está tapizado de oro y joyas, a partir de lo cual cada
detalle señala los más asombrosos signos de riqueza material.
El lujo de la
residencia familiar rebasa los niveles de los castillos más fantasiosos, por
sus decorados y servicios que alcanzan niveles de relato fantástico, cuando
desde la cama se desliza el invitado hacia una alberca interior, cuajada de
joyas y amenidades.
Una
disertación sobre el origen de la fortuna
Una parte del
relato se dedica a explicar de dónde surgió esa fortuna, apuntando a que el
diamante tan grande como el Ritz no es una metáfora, sino un hecho que se
oculta con rigor por los efectos dañinos que tendría su difusión. Desde los
ancestros, los Washington únicamente han usado una parte insignificante de
diamantes, para levantar un imperio económico que se mantiene oculto a los ojos
del mundo.
La disertación
sobre la conversión de joyas en metales y el resguardo de un valioso elemento
químico “radio” en cajas fuertes repartidas en los Bancos del orbe,
refleja las creencias ahora anticuadas sobre los patrones metálicos de la
moneda y el mito urbano de cajas de caudales inmensos.
En el eje de esa
disertación yace la afirmación que el diamante descomunal debe de permanecer
enterrado, pues su explotación destruiría el mecanismo económico del
planeta y esas joyas resultarían despreciadas cual bisutería.
Esa explicación refuerza el argumento por el cual la familia Washington ha
levantado un complejo mecanismo que los protege de los curiosos, incluso con artillería
militar.
Sobre el
aislamiento artificial
Siendo que el
estado de Montana está en el centro de Estados Unidos, entre planicies fáciles
de atravesar, entonces la argumentación sobre el aislamiento extremo de la
localización requiere de sobrecargarse.
Los Washington durante generaciones se han ocupado de alterar mapas,
sobornar censores, desviar caminos y engañar a políticos, con tal de que
nadie alcance su hogar. Este rigor para aislarse conlleva la disposición hasta el
fratricidio, señalando que uno tío ha sido sacrificado porque se emborrachaba y
soltaba la lengua.
Aunque el paraje
permanece aislado, ya hay rumores y personas que siguen la pista de ellos. La
máxima expresión de la tensión está en los cañones antiaéreos y las incursiones
de aeronaves, cuando en alguna noche se presencian enfrentamientos entre
aviones y artillería para mantener la reserva en secreto.
El desenlace
conlleva que el aislamiento resulta profanado por una invasión aérea, que
provoca el colapso. Ante la caída en manos ajenas, el sitio posee un
dispositivo secreto para electrocutar completamente las maravillas y destruir hasta
los vestigios.
El objeto del
deseo: diamante, mansión-castillo o hija
¿Cuál es el
objeto del deseo de este relato? En principio, es ese diamante que representa
la riqueza en su más descabellada expresión. Que el diamante en bruto exista
como un edificio colosal, señala un agrandamiento monstruoso. Aquí el tamaño sí
importa y la riqueza tan crecida conduce hacia una ironía, pues el surgir
destruiría al mundo, es más su atractivo sí termina destruyendo a sus
poseedores. Resulta interesante el pasaje del relato donde analiza con seriedad
los efectos del exceso de diamantes sobre la economía.
El segundo objeto
del deseo y el más convincente está en la mansión castillo del relato,
pues su descripción es tan deslumbrante que convence. Las descripciones de sus
paredes, pisos o cuartos de baño desbordan el aspecto realista para describir
un edén artificial, que se levanta hasta la intensidad de la ciencia ficción en
sus detalles. La narración señala que tal portento arquitectónico fue ideado
por una mente cinematográfica y recursos financieros ilimitados. Su final
sucede una electrocución épica que no deja ningún rastro, efecto planeado de
autodestrucción, mientras huye el patriarca Washington y su séquito que ha
adquirido la figura del antagonista malo.
El tercer objeto
del deseo es la hija Kismine, ante quien cae rendido John Unger. Sin embargo,
ella misma queda relativizada por su cuna de riqueza que la separa de la
sensatez y los sentimientos más auténticos. El desenlace del relato implica la
destrucción hasta los cimientos de la mansión-castillo, la permanencia bajo
tierra del diamante gigante y que Kismine se convierta en una chica normal.
El patriarca
como antagonista
El antagonismo
del patriarca Braddock Washington se va dibujando paso a paso, debido a que
comienza siendo un anfitrión espléndido, que consiente al invitado de su único
hijo varón. El aspecto despótico y hasta siniestro va surgiendo poco a poco
hasta revelarse en la escena de los prisioneros y el descubrimiento que los
invitados terminan siendo sacrificados. La situación del anfitrión espléndido
que termina revelándose como carcelero tiene su antecedente famoso en la maga Circe
de la Odisea. La frase “cruel magnificencia” describe bien al personaje, el
cual no se excede en sus arranques, sino que mantiene un perfil funcional a su
condición del guardián de su fortuna y familia. La narración insinúa que es la
riqueza desbordada lo que orilla el comportamiento del patriarca.
El desarrollo de
este personaje culmina con la escena donde intenta con toda seriedad sobornar
al mismo Dios con una ofrenda carísima, más costosa que catedrales o pirámides.
La petición de restaurar la situación previa a la invasión es absurda por su
contenido, casi cómica por sus pretensiones. Al reclamo del magnate no hay
ninguna respuesta divina, el silencio del amanecer disuelve la pretensión. Al
final, él queda derrotado y simplemente escapa con una parte de su familia y
dos sirvientes, tras la destrucción de su sueño.
Opresiones y
oprobios
La familia blanca
de los Washington es atendida por un nutrido grupo de esclavos negros, quienes desconocen
que la esclavitud fue abolida.
Si bien, en el relato predomina la faz de esclavitud idílica, pues los
servidores no perciben su condición, funcionando como una especie de máquina
colectiva adherida a la mansión edénica. Donde surge la crítica al despotismo
del rico emerge en una escena donde el patriarca Braddock Washington
discute con el grupo de los prisioneros blancos, formado por aventureros y
vagos que han atravesado sus defensas, por tanto, capaces de escapar. El
contraste de los prisioneros hacinados en un hoyo bajo el suelo frente al lujo
descomunal del amo Washington revela la crudeza que trae el exceso de poder.
Sin pretender ninguna crítica socialista hacia los capitales, esta narración sí
muestra una paradoja trágica entre el exceso de riqueza y la deshumanización de
todo lo demás.
El segundo
componente del oprobio es el destino fatal de los invitados. Al avanzar la
trama queda descubierto que Unger, siendo invitado como amigo, está destinado a
perecer en cuanto pretenda alejarse o su tiempo haya terminado. Esta revelación
provoca en Unger los más intensos temores y la intención de escapar cuanto
antes.
Esta combinación
de oprobios apunta a cuestionar el vacío de la riqueza por la riqueza misma,
utilizando la fuerza de las escenas descritas, las cuales se redondean con el
intento de chantajear a Dios.
El vano
intento de chantajear a Dios
En la parte final
del relato, la mansión está siendo conquistada por los fuereños en aviones y,
ante la inminente caída, el patriarca Washington sube a la montaña, cual
parodia de Moisés, para levantar una ofrenda. Esta parte del relato representa
el eje trágico que muestra la impotencia del más rico del planeta.
La ofrenda que
conduce Braddock Washington a lo alto de la montaña es un enorme diamante,
fragmento representativo de lo que atesora bajo tierra. En una caricatura de
ritual religioso, el patriarca clama a los cielos para ofrecer al altísimo, más
riquezas nadie en el pasado. Este pasaje del rico intentando sobornar a mismo
Dios ha acaparado la atención de las reseñas. El personaje argumenta con una
elocuencia que raya en lo demencial que tantos antes han ofrendado lo más
valioso a Dios, quien parece complacido en muchos relatos religiosos con tales
ofrendas, por tanto, él está facultado para entregar algo más costoso y obtener
lo que desea, que es conservar su status quo, antes de que la invasión se
consume. La divinidad no escucha ni se manifiesta, en el relato, Dios no acepta
el soborno multimillonario.
El primer amor
Debido a que el
romance es un tema secundario para el relato, entonces no se alarga en ese
aspecto, aunque sí es pieza indispensable de la trama y la solidez de la
narrativa. La figura de Kismine, la hija menor de la familia, tarda en
aparecer, para encausar el aspecto romántico de la trama. El joven Unger se
está acostumbrando a la opulencia del lugar, cuando ella irrumpe como la figura
femenina de máxima perfección y bien dispuesta al romance. En ese terreno,
ambos personajes son inocentes y ella está dispuesta a experimentar una
relación. La pureza e intensidad de este amor queda sometida a la súbita
revelación de que Unger terminará siendo sacrificado, como los demás amigos que
han visitado el sitio. Esta revelación desinfla las ilusiones de Unger, pero no
corta su romance, pues Kismine está dispuesta a escapar junto con él del sitio.
El escape
Sin que exista un
plan de escape definido, los acontecimientos se precipitan, pues los invasores
aéreos atacan la mansión. Primero Unger supone que ha llegado la hora de su
muerte, pues el mismo patriarca ya lo habría sentenciado; luego comprende que
la invasión es su oportunidad. En el fragor y la confusión del ataque, el
protagonista pacta con Kismine la huida y, se une su hermana, Jasmine. A la
amada le recomienda que llene sus bolsillos con joyas antes de huir. En la ruta
de escape contempla Unger la citada escena del chantaje a Dios y después es
testigo de la autodestrucción del lugar por un dispositivo eléctrico
misterioso.
Liberados del
peligro, Unger señala hacia su propio hogar en Hades, como destino conjunto.
Cuando Kismine hace evidente que ella se ha llevado bisutería barata, Unger les
señala que entrarán a la vida modesta, la cual no le hace ninguna ilusión. La
hermana Jasmine manifiesta que su vocación es lavar ropa. Con ese tipo de
declaraciones, se evidencia que el mundo fantasioso y de grandes riquezas se
disipa y que el regreso al mundo ordinario es su destino.
A manera de
conclusión
El relato de
Fitzgerald no aburre y va deslizándose desde el crecimiento personal de un
joven con aspiraciones proveniente de un pueblo cualquiera, hacia un relato de
lo fantástico y las implicaciones de la riqueza extrema. Sin caer en un relato
moralizante, muestra los límites imaginarios del exceso y los deslices
emocionales que giran alrededor del tema. Algunas de sus escenas son memorables
y en particular el intento del patriarca para sobornar a Dios deja un sabor de
boca agridulce, por sus implicaciones. Además, el relato está salpicado con
descripciones de maestría en el lenguaje que no defraudan al lector.