Por Carlos Valdés Martín
Este cuento de Rudyard Kipling fue publicado en el libro en The Phantom
Rickshaw and other Eerie Tales (El carro fantasma y otros cuentos
espeluznantes) en el
año 1888, cuando el autor —a los 23 años— luchaba por hacerse notar como literato,
más allá de su actividad periodística. De esa colección de cuentos, el relato “El
hombre que sería rey” (The man who would be King) resultó afortunado
con el rodar de los años, hasta convertirse en la base de una película del año
1975, dirigida por John Huston. Esa adaptación no es casual, pues este cuento
está estructurado a manera de viajes de aventuras, donde las costumbres y el
exotismo son ingredientes principales, por lo mismo, este relato fue salpicado por
condiciones obsoletas del Imperio Británico en la India.
Resalta la antigüedad de esa institución, en tanto expresión de un mundo
desaparecido, que mira (en la ficción) a otros mundos desaparecidos. La narración
montada sobre paisajes locales y costumbres, ambienta los chispazos del talento
de Kipling, el Premio Nobel de literatura más joven, registrado en 1907. El
autor fue un viajero tenaz en la India, alcanzando sus extremos y viviendo en
carne propia las dificultades y atmósferas que refleja en su narrativa. El año
de publicación de este cuento fue el penúltimo de su estancia en la India
colonial, cuando había recogido una amplia experiencia, antes de regresar a Inglaterra.
El título de este cuento ha presentado dificultades en su traducción al
español, pues el término del inglés “would be” se ha traducido de maneras distintas,
incluyendo algunas poco exactas, como “pudo reinar”. Otro reto que surge
con la mezcla desconcertante entre la antigüedad exótica con referencia a
Alejandro Magno, junto con el vestigio de una francmasonería legendaria, fusionada
en la tribu de los kafires.
Los viajes literarios
El interés por los viajes se liga con lo exótico de lejanas
regiones, donde hay costumbres y condiciones desconocidas para los lectores.
Los rincones hindúes donde visitó Kipling despertaban una sincera curiosidad en
los lectores de Europa, lo cual agregó un ingrediente para el valor literario
de esta obra. Por ello, “El hombre que sería rey” despertó un interés con
la visita a un espacio desconocido, que se presenta en dos escalones: la India imperial
y una región más allá, la zona no tocada por los colonizadores británicos. Con
la modernidad la narración de viajes ha ido cambiando y en el siglo XIX un tema
realista se refiere a “los últimos confines” que escapan a la exploración y/o
la colonización. En este caso, el objetivo de dos amigos aventureros es
alcanzar una región remota, más allá de Afganistán donde se coronen como reyes
sorprendiendo a los nativos. En esa situación hay varias referencias con hechos
y geografías reales, porque aquí la efectividad del relato de viajeros depende
de un fuerte nivel de realismo. La cadena de causas temporales remonta hasta
lejanos hechos ancestrales, cuando la conquista de Alejandro marca la
referencia más remota y la raíz primera de que esa zona sea habitada por población
blanca,
incluso hasta de piel más clara que los ingleses.
El reino lejano para conquistar es llamado Kafiristán, el
cual se señala más lejano que Afganistán, la frontera bárbara que bordea la
India (en la nación separada de Paquistán) conquistada por los británicos.
En la actualidad, Kafiristán es una región lejana y montañosa de Afganistán muy
próxima a Paquistán, que en vida de Kipling formaba parte de la frontera del
territorio hindú, recién controlado por los británicos. Esa región en el siglo
XIX representaba una confluencia geoestratégica entre la expansión británica y
rusa frente a los reinos iranios, afganos e hindúes que chocaban en sus
intereses y ambiciones territoriales. En especial, esa zona de Kafiristán sí se
había mantenido independiente de sus vecinos, protegida por las montañas y
desfiladeros, además de que la conversión religiosa musulmana no se había
cumplido ahí durante el periodo del relato. En el año, 1885 se reportó la primera
exploración Kafiristán por un militar inglés, donde testimoniaba una religión
local politeísta y costumbres tribales.
Personajes principales en trío: la
pareja de aventureros más el periodista
El narrador es un corresponsal de periódico británico en la India, quien
permanece solitario en la trama, el cual sirve de observador y participante
marginal de principio a fin de los sucesos. Los protagonistas activos son una
pareja de aventureros, que se asocian en sus correrías. El primero en aparecer
es Peachey Taliaferro
Carnehan, caracterizado por las cejas y el bigote, además de anchos hombros. El
siguiente en surgir es Daniel Dravot, pelirrojo de barba enorme, que llenar el
espacio por donde irrumpe. Los aventureros funcionan como unidad, aunque se
desplazan con facilidad para transitar hacia su separación, especie de matrimonio
por pasión compartida. El motivo de esa unión es múltiple: similitud
existencial de aventureros, afinidad secreta por hermandad masónica, ilusiones
compartidas, facilidad para complementar un potencial, capacidades semejantes (especie
de profesionistas de la aventura) dan la impresión de pertenecer a una subespecie
distinta. Esa afinidad no la explican de manera suficiente ni la nacionalidad
ni la vagancia ni la masonería, hay más profundidad como el mito de las “medias
naranjas” platónicas, cuando los gigantes desafían a los dioses. La unión de Dravot y Carnehan
posee esa desmesura que se expresa en ese mito, donde unidos saltan de la
condición irrisoria y mísera de vagabundos estafadores hasta la de conquistadores.
El relato desliza esa sobrecapacidad de la pareja hacia una petulancia o hybris,
que se vuelve carrera desbocada hacia la tragedia, motivada por su propia
temeridad. El ascenso y caída de la pareja de conquistadores sucede con
rapidez, así como la audacia sin límites para avasallar al Kafiristán otorga la
corona en su cabeza, también la despoja con velocidad de vértigo. En ese
sentido, el relato implica dos ritmos: uno ordinario, representado por el
narrador con sus distancias precisas, las temporadas del país y los calores agobiantes
en una redacción de periódico, frente a otro ritmo extraordinario, presentado
por las andanzas de los conquistadores, que encaramados en las montañas se
apoderan con facilidad del territorio.
Los dos aventureros funcionan como unidad dinámica
en la trama, sin embargo, no se diluyen las personalidades y sí existe un nivel
de tensiones sobre decisiones clave, además que la corona queda ligada a uno
solo. Además, la condición final de quién sobrevive acentúa la soledad del
gobierno y la imposibilidad de la fusión, por más que exista una amistad leal.
Personajes secundarios
Entre todos los personajes secundario únicamente Billy Fish posee una gran
relevancia, que lo coloca al borde del protagonismo. El motivo de su
importancia reside en su papel de vincular dos mundos, siendo el principal
puente entre los conquistadores y los conquistados, además se utilizar como una
síntesis de los jefes sacerdotales locales. Su nombre es un apodo, como con los
demás jefes locales integrados a la logia que se funda. Los otros
sacerdotes-masones de la tribu son apodados Holly Dilworth, Pikky Kergan y a un
viejo jefe lo llaman Kafuzelum. El personaje Billy Fish sirve de referencia para
la reorganización de reino, el establecimiento de la francmasonería local y es clave
de la huida ante la sublevación local, pagando con su vida la defensa de los
conquistadores.
El otro personaje secundario con un rol significativo es la prometida para
el rey, que entregan en la boda. Debido a creencias locales, está espantada
porque se imagina que desposarse con un dios la aniquilará. La descripción de
ella es breve: “muy robusta que era, cubierta de plata y turquesas, pero blanca
como la muerte”. En
cuanto ella surge en la escena, simplemente muerde en el cuello al rey Dravot y
lo sangra. La sangría de inmediato provoca un escándalo, al quedar desenmascarado,
que él no es un dios, así que la muchedumbre se subleva, desencadenando la
tragedia.
Hay otros personajes que permanecen más a la distancia, como gobernantes de
pueblos y reinos vecinos, en especial, el emir de Kabul, que es donde hay un
comercio de fusiles. Hay muchos personajes locales, como ayudantes de caravanas
y aprendices de soldados, que no alcanzan a recibir un nombre. Al final, un
misionero acoge al moribundo Carnehan. Otros personajes dan referencias marginales
al contexto sin intervenir en la trama como el rajá inglés de Sarawak y el rey
de Inglaterra; así como las referencias históricas a Alejandro Magno y la reina
Semiramis.
Argumento del relato
Durante un largo y tedioso viaje el narrador, que es un periodista inglés en
la India, toma un tren de clase inferior, donde la incomodidad de los vagones
compartidos facilita la plática. En ese vagón, conoce a Carnehan quien le hace
plática para suplicarle un favor, que es darle un mensaje a otro viajero unos
días después. La economía de los personajes se dibuja precaria, con el mínimo dinero
para alimentarse y viajar, donde la condición de “vagabundos” se comparte, por más
que el narrador sí cuenta con empleo fijo, mientras el otro depende de triquiñuelas
y aventuras para ganar sustento por unos días. Carnehan le presume al narrador
que para ganarse la vida finge que representa algún periódico con lo que
estafar o sacar ventaja de los príncipes y jefes nativos.
El narrador accede al favor solicitado, aunque a quien da el aviso, Daniel
Dravot, se muestra hosco y nada agradecido con el sencillo aviso, de que se
dirija al Sur donde lo espera su socio de aventuras.
En un breve giro de la trama el narrador denuncia a los aventureros, bajo
el argumento de que los protegería de enredarse en problemas, por lo que son expulsados
y desenmascarados de su personalidad careta de corresponsales. Esa denuncia no
genera rencores y un tiempo después los dos aventureros visitan al narrador en su
oficina del periódico, para exponer su plan temerario. Planean internarse en la
región hostil para conquistar alguna tribu ingenua. Aunque al narrador esa
tentativa le parece descabellada, se porta complaciente y colaborador brindando
mapas, informes y otras pequeñas facilidades. En la oficina del periódico, los dos
aventureros firman un contrato privado para demostrar su seriedad. En las siguientes
jornadas, los amigos compran vituallas, se organizan y disfrazan para lanzar su
viaje en caravana.
Superando los riesgos de tribus y reinos hostiles de Afganistán los aventureros
alcanzan la región buscada y se apresuran a su invasión. En una alocada carrera
de ataques armados, engaños, audacias, tráfico y aprovechamiento de ventajas conquistan
su pequeño reino. Utilizan
la astucia y el engaño, conocimientos del arte militar, la fuerza bruta de las armas,
aprendizaje de lenguas locales, el reclutamiento de los nativos y, por su fuera
poco, aprovechan una extraña afinidad, cuando descubren que una masonería
ancestral se asentó en esa zona desde el siglo de Alejandro Magno.
En el extremo norte de la región hostil a los ingleses, ellos unifican un
reino entre las tribus dispersas. Dravot y Carnehan establecen un gobierno utilizando su intuición para fingir
una religión aceptable al ambiente local, aprovechan que los
locales los confunden con dioses o demonios mientras monopolizan la violencia
armada. Además, descubren por
serendipitia que ahí se practica una masonería limitada, entonces los
aventureros aprovechan para someterla a sus intereses de poder. El nuevo gobierno
se impone con facilidad, aunque adaptándose y conviviendo con las costumbres
locales, las cuales, en el desenlace, mostrarán su fuerza y persistencia. El
engaño se termina de manera fulminante y violenta, cuando la ceremonia de Dravot
para desposarse con una doncella nativa se realiza con torpeza. Las mujeres están
atemorizadas con el rey divinizado, por una creencia de que ese matrimonio las
destruirá. Ante la renuencia de los lugareños, Dravot se enfada y precipita una
ceremonia matrimonial pública, sin embargo, como la novia seleccionada está
aterrorizada durante la ceremonia lo muerde y lo hace sangrar. Ante la sangre
los nativos enfurecen al grito de "¡Ni dios ni diablo, sino hombre!",
por lo que se sublevan y atacan. La ceremonia de boda se vuelve una batalla, donde
un pequeño grupo de fieles salva a Dravot y Carnehan durante un largo trecho,
intentando escapar. La huida termina en fracaso, por lo que los leales a los
ingleses son arrinconados. Dravot queda herido y únicamente se quedan con él, Carnehan
y el jefe local llamado Billy Fish. Durante la captura, Billy Fish es
degollado. Quedan los dos ingleses, aunque contra quién los nativos muestran
más furia es contra el rey, a quien martirizan picándolo en ruta hasta un
puente colgante. Desde el puente colgante y sobre un gigantesco precipicio, el
rey Dravot se comporta retador y los captores cortan las cuerdas para que caiga
destrozado. A Carnehan Peachey Taliaferro lo crucifican entre dos maderos cruzados,
dejándolo ahí para la agonía, sin embargo, como no fallece por el terrible
castigo, entonces los nativos cambian de opinión. Afectado como al borde de la
locura, a Carnehan sus captores lo dejan libre, afirmando que sí debería
tratarse de alguna divinidad, pues resistió un castigo imposible para un ser
humano y, además, le entregan el despojo de la cabeza de Dravot y la corona que
utilizó en vida.
Malherido y en la
miseria, Carnehan deambula de regreso hacia la India, sobreviviendo como un
mendigo cubierto de harapos. Ante el corresponsal, termina Carnehan su relato y,
para comprobar sus increíbles revelaciones, le muestra la cabeza decapitada de
su amigo con la corona de oro. El corresponsal intenta ayudar a Carnehan para
su rehabilitación, encargándolo con un misionero de un asilo. El daño físico y
mental era irreparable, por lo que un día después fallece Carnehan en el asilo,
indicándose que la causa probable de muerte es la insolación. De la cabeza y la
corona no más noticias ni hay indicios de su destino.
La corona única, el rey único
Este relato incluye reflexiones sobre el poder absoluto de
un rey, los modos de lograrlo y los matices que esto representa. El comienzo, bajo
la perspectiva del periodista, incluye una lamentación ambigua sobre la escala
social desde el pordiosero hasta el rey. Que no es lo mismo, trabar amistad
fraternal con los extremos de la escala que convertirse en rey, cuando el narrador
recuerda que le prometieron que él también lo sería. De hecho, el título marca
la hipótesis condicional de convertirse en rey, especie de reto y llamado a la
curiosidad para los lectores, que con seguridad no somos monarcas. Justamente
la emoción de fondo es el crecimiento desde la oscuridad cotidiana —donde los
aventureros y el corresponsal son casi parias unos cognitarios sin
destino— para que los audaces salten hasta el “cielo de la jerarquía”, al
obtener una corona auténtica.
La decisión de la pareja por conquistar un reino, comienza
con un pacto formal donde, en pocas palabras, juran compartir la posición de rey.
Esta voluntad de compartir resulta anómala, pues una posición de rey representa
mando único, que en el objetivo firmado se evita cuando ambos prometen en su
breve Contrato: “Uno Que yo y tú resolveremos este asunto
juntos; i. e., ser reyes de Kafiristán.”.
Este matiz indica una primera línea de interpretación: los reyes menores (hindúes,
bárbaros, kafires…) no representan el tipo de poder unitario como el establecido
en Inglaterra. De hecho, hay una fantasía, que no alcanza a comprobarse en el
relato, con la hipótesis que ellos después cedan su reino al rey de Inglaterra.
Bajo esa línea argumental, el Kafiristán representaría una posesión transitoria.
De hecho, el ambiente real hindú comprobaba la presencia de múltiples “reyes
menores” bajo el paraguas del imperio británico.
En
el periodo cuando los aventureros consiguen conquistar a los kafires, el pelirrojo
Daniel Davot se manifiesta como la figura dominante y ocupa en exclusiva el
mando, por más que primero compartan la corona y, además en privado, sí coparticipe
el mando con su amigo. Quien ostenta la corona es Dravot y ante quienes los
nativos se someten es a él, así declara Carnehan: “—Yo no fui rey —dijo
Carnehan—. Dravot era el rey, y muy distinguido que parecía con la corona de
oro en la cabeza y todo eso.”
A ambos los consideran “dioses” los lugareños, mientras el trono compartido “por
contrato”, en la práctica, queda ocupado exclusivamente por Dravot.
La aparente desventaja de que Carnehan no porte la corona le otorga una posición
singular en el relato, porque él refleja como el “espejo del rey”,
acompañando el ascenso y caída fulminantes, para conservar la memoria y
testimonio del acontecimiento.
El papel de la hermandad
En esta narración adquieren una enorme funcionalidad los vestigios de una fraternidad
masónica, aunque el sentido de hermandad desborda lo que se afirme de la organización.
El cuento comienza con un pacto, que a primera vista resulta inexplicable, por
la petición del primer aventurero al narrador, para dar un mensaje urgente a Dravot.
El narrador ofrece una ayuda gratuita, que le reporta molestias y tiempo
perdido, que no parece recompensada por nada, ni un mínimo gesto amable de
Dravot. Luego de esa generosidad excesiva, el narrador adopta una posición
curiosamente contrapuesta y decide denunciarlo, aunque sin intención maliciosa,
sino para prevenir que ellos terminen mal. El narrador pasa súbitamente de la
devoción a una contraposición; sin embargo, los afectados terminan agradeciendo
y no muestran rencor. En la siguiente reunión, cuando se juntan los aventureros
con el narrador se hace evidente que comparten la filiación masónica y que se
tratan de “hermanos” entre ellos, lo cual explica las nuevas atenciones que el
narrador les dispensa.
El viaje de aventura hacia el reino desconocido vuelve a poner en la mesa la
francmasonería, bajo raros matices, pues los nativos poseen una masonería
heredada del pasado, aunque carece de un grado jerárquico superior, que los
aventureros deciden aprovechar. Para los aventureros la masonería incompleta se
convierte en una oportunidad para incidir con los locales, en parte con un
nivel de alianza, pero más para satisfacer sus ambiciones. Los dos aventureros sí son fraternos entre
ellos, mientras hacia las tribus de Kafiristán más que alianza hay hipocresía
interesada. Un grupo selecto de los nativos sí es leal con los conquistadores,
siendo en extremo devoto uno nombrado Billy Fish.
Es importante subrayar que los aventureros confiesan ser unos francmasones
falsarios, que, sin el auténtico conocimiento iniciático, fingen para engatusar
a los locales. Aprovechando la ignorancia local, son tomados erróneamente como
dioses al presumir que sí poseen los grados masónicos principales, lo cual es
falso.
Los prejuicios y visión religiosa locales oscilan entre considerar dioses a
los extranjeros hasta aborrecerlos, cuando descubren que no son divinos porque
sangran. Frente a tales prejuicios la instalación de logias nativas resulta una
contención inútil. Por más que la hermandad falla para demostrar su moralidad o
funcionalidad, en el relato sí sirve para amortiguar tensiones y, en cambio, resulta
manipulable por los ambiciosos, por lo cual no hay un balance claro sobre la
viabilidad de la masonería.
El desenlace no se contrapone con esta consideración, ya que la unión entre
Darvot y Carnehan está en el nivel de máxima intensidad, es una identidad intensa
que rebasa el término ordinario de “fraternidad”.
Aprovechar las supersticiones y tecnologías dan las claves de éxito
Es usual que en las narraciones de conquistadores las claves del triunfo se
expliquen por la combinación de superioridad material (tecnología, valentía,
organización…) conjugada con inferioridad mental (superstición, ignorancia, traición),
una combinación afortunada para explicar lo sucedido. Además, el pueblo derrotado
también posee un monto de fuerza suficiente para desencadenar una lucha con agonía,
pues la extrema facilidad implicaría demérito. En este relato las tecnologías que
dan ventaja son rifles marca Martini contra los mosquetes nativos y otra
ventaja son los conocimientos militares de los aventureros, entonces el enfoque
es de tipo realista. El complemento de la explicación son las creencias
(supersticiones, religiosas, prejuicios, valores) donde se coloca en el terreno
de la psicología humana. Esta combinación no es artificial, sino una regla consolidada,
casi un enfoque forzoso desde los tiempos antiguos. Este relato confirma esquemas
que aparecieron desde las primeras Historias de Herodoto o los informes
de Julio César, lo que
implica que son tanto explicativos como valores de perspectiva. La radicalidad de
un cambio requiere sus justificaciones, en este caso, El hombre que sería
rey ofrece un relato visto desde el imperio ganador, bajo un “nosotros”
triunfante. La excepción resulta interesante; en esta anécdota, Darvot transita
desde aventurero mísero hasta rey para acabar como el despojo de una decapitación
coronada.
La superioridad militar británica sostiene la temeridad de los aventureros,
pues ellos poseen conocimientos militares y consiguen rifles mejores a los locales.
En este cuento, la correlación entre ventaja tecnológica y superstición es ostentosa,
por ejemplo, al comienzo del viaje, cuando se demuestra que cargan modernos rifles:
“te venderé un amuleto... un amuleto que te convertirá en rey de Kafiristán. Entonces
lo vi todo claro como el día (...) Toqué la culata de un rifle Martini, y de
otro, y de otro más. —Llevamos veinte —dijo Dravot plácidamente—. Veinte, y la
munición correspondiente…”
En fin, aprovecharse de la superstición sirve para doblegar a los locales. Durante
la despedida entre el corresponsal y los aventureros hay una segunda referencia
sobre cargar amuletos británicos, ahí sí un discreto adorno, para Dravot
disfrazado de sacerdote: “Saqué un pequeño amuleto en forma de compás de la
cadena de mi reloj y se lo tendí al sacerdote.”
El aventajar con las supersticiones funciona de maravilla, hasta que fracasa
abruptamente cuando sangra Darvot a causa de la mordida de su atemorizada novia.
En esa escena de la boda malograda sucede un giro, transitando del triunfo que
aprovecha la ignorancia, hasta la irrupción de la multitud en furia de venganza,
unida a rencores y prejuicios que buscan aniquilar a los extranjeros.
Distancias como abismos
La literatura de viajes exige desplazamientos sobre distancias, que
mientras más intensas y extensas resultan más interesantes. Este relato engarza
una combinación de distancias e intensidades para despertar la admiración. Para
el lector no hindú (sea local o colonizador británico) el subcontinente entero impone
con su enorme geografía; después los pequeños pueblos y paisajes interiores del
país, señalan una siguiente distancia; más allá está el reino hostil de los afganos
y, en el último extremo, permanece el país no conquistado, la intocada Kafiristán.
Esas lejanías del subcontinente hindú presentan sus rutas difíciles marcadas
por el ferrocarril, las caravanas y el deambular peatonal. En esos años el sistema
ferroviario representa el transporte más rápido posible y el gran devorador de
las distancias; lo que está tocado por el ferrocarril deja de estar lejos, atado
a un sistema de referencias fijas y rutas sometidas a itinerarios. Más allá de
ese transporte de hierro y vapor el panorama cambia, entonces los viajes están
sometidos a diversas dificultades. Las caravanas son lentas y quedan expuestas
a ataques, por eso requieren de ardides y disfraces para desplazarse, entonces,
los temerarios requieren de disfraces perfectos para alcanzar Kafiristán.
Andar a pie resulta peligroso a menos que sea una avanzada militar; además, la típica
lentitud del peatón considera excepciones, en esta narración, ejemplificadas
por la loca carrera de la huida y su persecución.
La fragilidad del peatón resulta remarcada por la última vagancia de Carnehan,
quien con signos de locura y un secreto en su alforja tarda un año en regresar
con el corresponsal. Cumplida la dramática ruta de regreso, basta únicamente un
día adicional, para que Carnehan muera por una insolación —quitándose el
sombrero—, como la gota que derramara el vado, para finiquitar la carga trágica
que arrastraba.
En estos viajes de aventuras, Kipling nos muestra la gran variedad de
formas para atravesar las distancias, sin embargo, éstas permanecen retadoras y
vengativas, tal como lo simbolizan los puentes colgantes. Los puentes de
cuerdas entre abismos de montaña separan al reino aislado frente a las zonas visitables,
de tal manera que ese mismo dispositivo se convierte en el instrumento para ejecutar
al rey Dravot por una caída espectacular, la cual se describe con exageración “Dan
cae, dando vueltas y vueltas y más vueltas, veinte mil millas, porque tardó media
hora en caer hasta que se estrelló contra las aguas”.
Con esa manera de morir triunfa la distancia y se castiga una transgresión al orden
tribal; el abismo restablece la separación y regresa el aislamiento.
Muchas transgresiones y la prometida prohibida
Los personajes aventureros integran transgresiones permanentes en su carácter,
que están equilibradas con unas cuantas fidelidades y límites definidos; aunque
su tendencia a la transgresión es un proceso, sin un límite definido. Los
límites están marcados por su sistema de valores (la complicidad indisoluble
entre dos, la fraternidad hacia el narrador, alguna gratitud cuando los nativos
acogen) y sus posibilidades (como el realismo al evaluar sus recursos, la referencia
hacia el soberano inglés con su reino, en especial, el disparo de los fusiles
como frontera). El límite en la narración surge con el deseo matrimonial de Dravot,
que lo presiente Carnehan como un tabú, la única gratificación que exige prohibir
mediante su contrato privado; sin embargo, una vez coronado, el rey Dravot
insiste en traspasar esa línea. Desde el punto de vista cotidiano el deseo de
casarse no representaría tal frontera, pero aquí sí. El argumento es
comprensible, aunque no tan convincente.
¿Cuál es la prohibición sacrílega en la esposa para quienes acostumbran brincarse
todas las barreras? Quien se apoderó del reino completo ¿cómo habría de
renunciar al deleite de la alcoba? La estructura de esa última prohibición
recuerda al relato del Edén bíblico, cuando Adán y Eva gozan del paraíso entero
con excepción los frutos prohibidos. El apetito matrimonial del rey Dravot
precipita el derrumbe del reino, cayendo cual “castillo de naipes”, en una
insurrección instantánea durante la ceremonia de boda, aunque más por un vuelco
en el “marco de referencia” que por un tabú. El giro ocurre cuando se rompe la condición
mayestática y sagrada del rey, pues él sangra, entonces Dravot se desenmascara como
un humano profanador.
El desvanecimiento terminal
El relato mezcla varios géneros literarios, cuando recorre la comedia,
conforme los personajes aventureros traspiran un humor de travesura, la épica
de la conquista del último bastión inalcanzable, el descubrimiento de antiguos
misterios y termina en una tragedia de muerte, castigo y derrota, para los
trasgresores. El efecto estético de esta narración busca su momento mayestático,
que aquí surge en ciertos pasajes. El descubrimiento y conquista de los kafires
posee ese significado al agregarles rasgos fuera de lo ordinario, para este
relato son los ingredientes de una francmasonería perdida y la presencia de descendientes
de Alejandro Magno. La grandeza ganada se complementa con la fase trágica del
cuento, cuando la muerte de Dravot resulta una especie de suicidio lleno de
soberbia; luego con el martirio extremo de Carnehan y su sufrimiento posterior.
La narración establece una especie de equilibrio entre los momentos culminantes
positivos y negativos. En el aspecto más externo hay una correspondencia entre
alcanzar el reinado en las montañas y el caer desde un puente colgante de veinte
mil millas (la cifra es una obvia exageración). Hay una segunda equivalencia
entre la odisea de los aventureros sinvergüenzas con el castigo recibido, en
especial, el de Carnehan, martirizado con crueldad en una variedad de crucifixión,
luego extraviado y bajo un colapso mental. La tensión dramática se extiende con
la conservación de la testa coronada en una bolsa, un testigo mudo de la hazaña
frustrada. Y después la tensión finaliza, cuando se desvanece el testimonio simultáneamente
con el último temerario. Permanecen el narrador y el lector observando la disolución
del esplendor convertido en fracaso.
NOTAS:
Kipling, “sólo hay un sitio
ahora en el mundo en donde dos hombres fuertes puedan reinar como el rajah de
Sarawhack. Lo llaman Kafiristán.” P. 5. El cuento completo reelabora los hechos
en Malasia donde el inglés James Brooke desde 1841 se estableció como
gobernante independiente y, en la región de Sarawack dejó una dinastía que duró
hasta su conquista por Japón en la Segunda Guerra Mundial. Luego esa región se integró
a Malasia.
Uno de los nativos más adelantados le dice Carnehan “Creíamos que erais hombres hasta que vimos el signo
del Maestre.”, entonces él reflexiona con un tono de arrepentimiento: “Entonces
deseé haberles explicado desde el principio que no conocíamos los genuinos
secretos de un Maestre masón; pero no dije nada.” Kipling, p.