Por
Carlos Valdés Martín
Confieso que entre mis lecturas faltaba esta breve
joya de los ensayos sobre nuestras tierras. Supongo que fue acertado —azar
sumado a la desidia—, pues he evitado las influencias inevitables y pasmosas
(el monstruo sagrado según el término coloquial) , así, mantenido mi pluma bajo
el hado benéfico de lo espontáneo. Procedo a resumir, anotar y comentar la
Visión de Anáhuac, obra preparada en 1915, bajo el sello de la nostalgia de un
intelectual mexicano en Europa, Alfonso Reyes. Brillante joven, hijo de una familia colocada
en la cumbre de la oligarquía mexicana, optó por una misión exterior para
alejarse de la violencia durante la Revolución Mexicana, y se mantuvo con las
dificultades del caso. Una curiosa cábala se escondió en el primer título del
ensayo que fue 1519, jugando a reordenar la fecha del escrito (1915). Con
acierto editorial Alfonso Reyes terminó por señalar una perspectiva y usó el nombre
antiguo del altiplano mexicano: Anáhuac.
Capítulo
I (Tema: Desde los viajeros europeos el ambiente de Anáhuac entre plantas,
lagos, luz, aire…)
El hermoso epígrafe ha contado con fortuna sin igual :
“Viajero: has llegado a la región más transparente del aire.” Repetido y simplificado
(La región más transparente) para la
afamada novela de Carlos Fuentes, ha sido recordado en muchas ocasiones, sirvió como designio para el Valle de México, y, después, tras las
secuelas de contaminación se volvió una ironía. ¿Dónde quedó ese aire
transparente?
Este clásico comienza por colocarnos mentalmente en
la época del descubrimiento —con encanto e ingenuidad renacentistas— de las
enormes tierras ignotas. Utiliza de plataforma una añeja edición veneciana de
1550[1], donde encontró
explicaciones y primorosas ilustraciones y ahí curiosos mapas son pieza
crucial. Con gracia, Alfonso Reyes describe el ambiente de esos mapas
ilustrados: representando diminutos barcos, Eolos mofletudos soplando entre
nubes, escenas paradisíacas de africanos en chozas y nativos en América
cultivando su ingenua fisonomía de plumas y taparrabos. Esto nos conduce hacia una primera representación
de la vegetación de Anáhuac que muestra una cosecha de mazorcas de Ceres,
plátanos y frutas; resulta atinado que surjan ahí “plantas típicas”[2] mexicanas salpicadas con
descripciones: biznaga (tímido puercoespín), maguey (absorbiendo de la roca),
órganos (cañas paralelas) y nopales (bello candelabro). Anota la belleza de la
estampa, y también que la provisión de espinas indica una naturaleza que no es
tan fértil y situada alrededor de los lagos.
Alfonso Reyes expone lo terrible de la desecación de
lago: “Pero, a través de los siglos, el hombre conseguirá desecar sus aguas,
trabajando como castor; y los colonos devastarán los bosques que rodean la
morada humana, devolviendo al valle su carácter propio y terrible: —en la
tierra salitrosa y hostil, destacadas profundamente, erizan sus garfios las
garras vegetales, defendiéndose de la seca.”[3]
“Abarca la desecación del valle desde el año de 1449
al año de 1900. Tres razas han trabajado en ella, y casi tres civilizaciones—
(…) De Netzahualcóyotl al segundo Luis
de Velasco, y de éste a Porfirio Díaz, parece correr la consigna de secar la tierra.
Nuestro siglo nos encontró todavía echando la última palada y abriendo la
última zanja. Es la desecación de los lagos como un pequeño drama con sus
héroes y su fondo escénico.”[4] En un siglo XXI tan
coloreado con lemas ecológicos resulta extraña esa voluntad de alterar el
entorno natural, una decisión continuada durante siglos en contra de los lagos
de Anáhuac.
Luego remite a una obra de Juan Ruiz de Alarcón, El semejante a sí mismo, donde se abren
las esclusas de los lagos. Nos señala un periodo donde el agua era vista como la amenaza: “Semejante al espíritu de sus
desastres, el agua vengativa espiaba de cerca a la ciudad; turbaba los sueños
(…) Cuando los creadores del desierto acaban su obra, irrumpe el espanto
social.” [5]
Debo anotar que, sin encontrar aclaración, en el
ensayo de Reyes se reflejan bien dos visiones y actitudes antagónicas (del
acontecer no de él en persona) hacia los lagos: maravilla y amenaza. Quedan
explícitos ambos aspectos, sobre la transición entre el deleite de los lagos y
la novohispana (y sucesiva) amenaza no existe explicación, aunque quizá la
simple relatoría histórica nos bastará para documentarnos varias inundaciones,
una terrible en la cual la autoridad hispana pensó seriamente en abandonar la
Ciudad de México.
Compara la percepción de lo selvático[6], un ambiente que no es tan
apto para el pensar, con la claridad del altiplano. Una obra poética de
Navarrete citada: “una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los
cielos.”[7] Lo refuerza con la opinión
de Humboldt: “notaba la extraña reverberación de los rayos solares en la masa
montañosa de la altiplanicie central,
donde el aire se purifica.” [8] La obra del ilustre alemán
fue un espejo clave para la toma de conciencia sobre estas tierras; sus
opiniones se convirtieron en especie de dogmas para temas como nuestra
“fabulosa riqueza natural”, y, en especial, la minera. No es extraño que lo
ajeno sirva como referente para definir la autoconciencia, de ahí la llamada
dialéctica del señor y el siervo señalada por Hegel[9].
Aparece la civilización indígena, como emanada de
leyenda, que viene de “aquel palafito había brotado una ciudad, repoblada con las
incursiones de los mitológicos caballeros que llegaban de las Siete Cuevas (…) Más
tarde, la ciudad se había dilatado en imperio, y el ruido de una civilización
ciclópea…[10] Curiosa
mezcla de imágenes habitacionales nos regala este párrafo —cueva, palafito y
ciudad—, la cueva recuerda el nivel más primitivo del simple refugio en el
hueco natural, el palafito es un tema poco reflexionado por la rareza de una
habitación sobre aguas, aunque en este caso señala puntual la singularidad del
corazón del México antiguo: existencia sobre el lago. El tercer término es la
esplendidez del artificio, cuando la urbe forja un espacio artificial, la nueva
gradación (al feliz le sobre-agrada, al infeliz le degrada) de la polis (tan
amada para el griego, cuando Aristóteles no concibe la humanidad[11] sin tal sitio o Sócrates
prefiere la cicuta al exilio[12]). Hasta el final del
ensayo, sin duda en lógica asociación, Alfonso Reyes nos relanza hacia la
nación de su actualidad y la contrasta con una cultura universal —colocado él
en un casi exilio por las desventuras de la Revolución de 1910, con lógica de nostalgia
y luto— para terminar por enlazar los diferentes niveles en que se habita.
Luego surge la ciudad, esa urbe mirada desde la lejanía
por Cortés y su gente cruzando por la ignota tierra americana, rebasando la
zona selvática y luego de subir por las veredas, alcanzan una cima para mirar
el Valle de México: “A sus pies, en un espejismo de cristales, se extendía la
pintoresca ciudad, emanada toda ella del templo, por manera que sus calles irradiantes
prolongaban las aristas de la pirámide.”[13] . Viviendo en España, ese
sitio (ya dije casi exilio) es perfecto para recrear ese encuentro violento y
vivaz de perspectivas, pero deteniéndose
justo antes de los horrores de la conquista, prefiere la belleza
bucólica entre los viajeros[14].
Instante cimero para la imaginación: la primera
mirada de un europeo sobre la capital azteca y su primoroso Valle con lagos, así, utiliza
con malicia un momento cumbre: la máxima lejanía (cultural, distancia,
visiones, sensibilidades) en el instante de quedar rebasada, entonces el simple
golpe de vista revela una maravilla. Ese es un segundo sin regreso, un salto
que ha perdurado. En ese primer panorama de bellezas, coloca también el detalle
de la novedad y ahí indica un eje: el Templo Mayor, geometría perfecta con
un vértice intencionado.
Capítulo
II (Tema: La descripción de la ciudad y el reino antiguo)
Comienza el capítulo con la ciudad colocada entre la
magnífica geografía y debe empezar con los dos lagos: el dulce y salado,
rodeados de montañas. Debo aclarar que esta separación en dos masas de agua fue
causada por la ingeniería náhuatl que estableció un dique para separar la
calidad de las aguas lacustres; maravilla de ingenio sobre el cual nuestras
narraciones históricas han sido poco enfáticas, casi interpretando esto como
capricho o leyenda.
En breves pinceladas Alfonso Reyes muestra la
economía local, indicando los impuestos, así
“En cada una de las cuatro puertas (de Tenochtitlán), un ministro graba
las mercancías.” [15] También hay metabolismo
material en la entrega de fruta y agua fresca en los canales, “Bajo los puentes
se deslizan las piraguas llenas de fruta. El pueblo va y viene por la orilla de
los canales, comprando el agua dulce que ha de beber: pasan de unos brazos a
otros las rojas vasijas. Vagan por los lugares públicos personas trabajadoras y
maestros de oficio, esperando quien los alquile por sus jornales.”[16] Para cubrir un detalle
tan cotidiano —el agua fresca para beber— resulta indispensable una logística
compleja, a pesar de estar la urbe rodeada de lagos.
Este ensayo halaga la sonoridad del lenguaje
autóctono: “escurren de los labios del indio con una suavidad de agua-miel.”[17] Después del sonido, surge
el espectáculo multicolor, imaginado en la ropa: “Van y vienen las túnicas de
algodón rojas, doradas, recamadas, negras y blancas, con ruedas de plumas
superpuestas o figuras pintadas”[18] A esos cuerpos morenos
los visten policromías, adelanta los adjetiva en “tornasol” y luego como “unos
delicados juguetes”.
Organiza la visión de la gran ciudad en tres
centros, indicando que es lo normal en cualquier urbe: casa de los dioses,
mercado y palacio del emperador.
Al templo mayor
Alfonso Reyes lo asocia con la fuerza de la piedra y la montaña “Desde las montañas de basalto y de pórfido que cercan
el valle, se han hecho rodar moles gigantescas.”[19] . La metáfora de lo
enorme asocia la pirámide (mayor-mole-montaña) con la roca
(sólida-basalto-pórfido[20]) estableciendo un círculo
que evoca grandeza y duración (hambre de eternidad se diría). Luego, en rápida
sucesión, el paseo por Tenochtitlán nos recuerda lo pintoresco (semillas y
legumbres en adornos), lo sacro, lo virginal (hijas recluidas cual vírgenes
vestales) y lo terrible de “las calaveras expuestas y los testimonios ominosos del
sacrificio”[21]. Aunque
no lo desease este ensayo, cualquier descripción profunda debe enfrentarse ante
la justificación o condena de la Conquista en religión o violencia azteca (en
términos modernos: civilización versus barbarie[22]); conforme el tema católico
va perdiendo fuerza, queda con más energía el tema de sacrificios humanos y la
brutalidad local; que en el ensayo son asumidas válidas[23]. Siempre es curioso que
las dimensiones del deber ser (la ética y sus justificaciones) se escurren entre
las visiones del lejano pasado; los partidarios de la grandeza ancestral suelen
rechazar los sacrificios humanos como calumnia de los conquistadores; la
mayoría sigue aceptando el viejo relato. El extremo teórico es tan moderno como
Bataille, quien plantea que el fundamento social está en lo negativo, por tanto
sería en la violación del interdicto donde se fundamentaría cualquier sociedad,
en ese sentido —equivocadamente— Bataille propone al ritual caníbal en la base
de la comunidad[24].
El centro económico lo considera Alfonso Reyes el
mercado público, donde pone una cifra de 60 mil asistentes aunque duda de ella;
de nuevo aparece la elegante policromía del sinfín de cosas reunidas[25]. No falta la ética en la
figura de jueces: “Y tampoco se tolera el fraude (…) Diez o doce jueces, bajo
su solio, deciden los pleitos del mercado, sin ulterior trámite de alzada, en
equidad y a vista del pueblo.”[26] En esta figura del juez
se une poder material con político, se juzga el tráfico y se resuelve.
La descripción intenta unificar y dar realce a ese
encuentro: “un mareo de los sentidos”, “las alegorías de la materia cobran un
calor espiritual”, “la emoción de un raro y palpitante caos”, “estallan en
cohete los colores”, “todo el paraíso de la fruta”, “el jardín artificial de tapices”, etc. No
contento con describir cosas inertes, la poética ensayista de Alfonso Reyes
funde las cosas con personas, que integran una forja (elementos opuestos) para
resultar descripciones de gran calado poético: “Entre las vasijas morenas se
pierden los senos de la vendedora. Sus brazos corren por entre el barro como en
su elemento nativo: forman asas a los jarrones y culebrean por los cuellos rojizos.
Hay, en la cintura de las tinajas, unos vivos de negro y oro que recuerdan el
collar ceñido a su garganta. Las anchas ollas parecen haberse sentado, como la
india, con las rodillas pegadas y los pies paralelos.”[27] Una cita larga que mucho
vale la pena: cuerpo y vasija se hacen uno mismo, el seno es cántaro y el
cuello de la jarra deviene humano. Al disfrutar estas líneas justifico el
exceso de Borges al halagar a Reyes para colocarlo en la cumbre de la prosa
americana.
El ensayo retoma a los primeros cronistas de la
Conquista, que fueron Gómara y Bernal Díaz para elogiar las maravillas de los
artífices para la orfebrería y plumería entrelazadas. La Conquista de México
contó con una interesantísima narración que dejó una gran estela. Con esos cronistas
históricos la posteridad ha recibido una jugosa fruta para devorar gajo a gajo
la reconstrucción de pasado. Sin embargo, también ha dejado dudas sobre su
originalidad (incluso hay quien dude de la existencia y veracidad de tales
textos) y falta de probidad, en especial por el interés de justificar la
Conquista y dar lecciones de catolicismo[28].
El poder azteca lo centra en el emperador y su
entorno. Comienza con sus posesiones “El emperador tiene contrahechas en oro y
plata y piedras y plumas todas las cosas que, debajo del cielo, hay en su
señorío.”[29]
Aunque quizá esta duplicación del reino entero mediante la orfebrería proviene
más del hambre de riqueza europea —al recordar o notificar esos portentos— que desde
la situación mexica. De inmediato el relato se dirige al emperador para
colocarlo en un punto clave, cual ídolo de oro y personificación de un esplendor supremo, alrededor del cual se
levanta el enorme reino, ante el cual inclinan las cabezas, mientras los
señores desfilan en procesión y los cortesanos pululan[30]. Esa jerarquía de tipo
oriental ha recibido objeciones, sin embargo, se ha repetido en múltiples
relatos y análisis de los europeos entre encantados y sorprendidos por el
mandato del jerarca. Marx lo intentó explicar por un “modo de producción
asiático”, aunque otros han buscado interpretar más una variedad y no un modelo
único, como Anderson[31]. El relato de Alfonso
Reyes simplemente repite el testimonio hispánico, cabría cuestionar el grado de
despotismo náhuatl, cuando todavía se suponía existía una estructura de
alianzas políticas (la triple alianza: Tenochtitlán-Texcoco-Tlatelolco) y no
parece estable una aristocracia indígena.
Para deleitar y homenajear al emperador se le rodeaba
de comilonas, sahumerio, saltimbanquis, la danza alterna con el canto, cambios
continuos de ropa, los visitantes quedaban postrados sin mirarle a la cara, las
andas para llevarlo, el cortejo siguiéndole, tapices para que posase los
delicados pies, y con entretenimiento en la cacería. La descripción se
complementa con los múltiples palacios y casas de placer distinguidas con
adornos distintos, también los jardines dedicados al esparcimiento que incluyen
fantásticos ornatos y cuidados, incluso con adornos difíciles de creer (digo
sin duda de la fantasía) como zoológicos[32] y legiones de sirvientes
para mantenerlos. A manera de relato renacentista, sin frenarse ante fantasía
ninguna proveniente de los relatos de la Conquista, remata con la presencia de
“Y para que nada falte en este museo de historia natural, hay aposentos donde
viven familias de albinos, de monstruos, de enanos, corcovados y demás
contrahechos.”[33] Al
estilo de las primeras colecciones renacentistas, el relato acopia todo lo
digno de verse, por grato o por extraño; así, la inclusión de estas variedades
indica la mirada sobre ellos, y esto también debería ser una llamada para Las palabras y las cosas con su asombro
sobre las clasificaciones[34].
Ante tales prodigios todavía falta describir la
administración del Estado azteca, con sus graneros, almacenes, armería y demás
acumulaciones, lo cual se cumple y termina la segunda parte del ensayo.
Capítulo
III (Tema: La poesía y las flores)
En esta tercera parte (para mi gusto la única un
poco “floja” del ensayo) se centra en la poesía y la flor, enfocándose en la
presentación y crítica de una obra de poseía náhuatl, llamado “Ninoyolnonotzac”,
donde se exponen las alegrías y penas de un bardo indígena que primero se
dirige a la región florida para recibir inspiración de las flores y luego compartirlas
con sus iguales y los “nobles”.
Con gran tino, Alfonso Reyes da realce al simbolismo
de las flores en ese periodo y civilización de gran proximidad con la
naturaleza. Nos explica la importancia
de las flores, desde la creencia cosmogónica de una cuarta edad precedida de
una “lluvia de flores”[35]. Expone con elegancia las
representaciones abundantes de las flores en el arte de piedra y alfarería; en
el calendario “la flor es uno de los veinte días”[36]; el modo en que pintaban
los antiguos que era “de modo esquemático”[37]; en los textiles y en
diseños “meramente evocada por unas fugitivas líneas”[38].
Pasa al asunto de la poesía relacionada con la flor,
que es más específicamente el tema de este apartado III. Comienza por lamentar
la pérdida de esa tradición oral, pues estima que lo recibido es pálida sombra
y sobra, mala traducción de misionero o hasta conjetura[39]. Supone que la poesía era
recitada en un arte tradicional, repetido de memoria desde tiempos ancestrales
(valdría esta paradoja: memoria de tiempos
inmemoriales). Explica cómo las recitaciones tradicionales de náhuatl
fueron censuradas y hasta prohibidas por la autoridad colonial y religiosa[40]. Asume que algunos pocos
retazos de esa antigua grandeza poética se salvan y, entre eso, estima al
citado “Ninoyolnonotzac”. Lo estima en especial al encontrar un eco curioso,
por entero ajeno a la influencia europea[41]. A Alfonso Reyes le
parece que la inspiración procede desde la naturaleza[42]. De hecho el poema
comienza describiendo el encuentro con el valle florido, donde el arcoíris
floral canta y embriaga de belleza; ese tesoro de gozosas percepciones las
quiere compartir el poeta, así recoge flores maravillosas y se dirige para regalarlas. La alegría es tanta que vierte lágrimas por su exceso[43]. Al final del poema
analizado, estima Alfonso Reyes que el misionero entremetió más la mano y
pierde fresca intensidad; aunque él imagina debió montarse una pequeña
dramatización de esa parte, donde el poeta repartía flores a los oyentes
conforme algún sencillo ritual tradicional. [44] La flor representa la riqueza
terrestre, y también reconoce —reuniendo los contrarios— la plenitud divina en
un plano supremo del “dispensador de la vida”[45]; comunión de arriba y
abajo.
Después otro poema importante se dedica a
Quetzalcóatl, figura crucial de aquella “mitología”. Elogia una hermosa
descripción de la casa del dios heroico, la cual posee atributos fantásticos y entonces
tras el engaño y deshonra de dios Pájaro-Serpiente alejarse de ahí es una
desgracia[46]. El
sentido de ese relato nos indica que “El poema es como una elegía a la
desaparición del héroe”[47], con el agravante de que
no ha resucitado y, entonces, ellos no saben si habrá tal regreso. El pájaro Quetzal
(emblema personificado del dios, por eso escrito en mayúscula), lamentando la
partida del héroe emigra hacia el sur, región de las intrincadas selvas.
En fin, al lamentarse la poesía, sufre una obsesión
de la flor: “Yo soy miserable, miserable como la última flor”[48]. En comentario, el tema
de capítulo tercero indica un principio femenino intenso, compenetrado con la
épica que suponemos viril de ese pueblo; estableciendo un equilibrio sutil
entre esas atracciones antagónicas.
Capítulo
IV (Tema: Las conclusiones sobre la comunidad de hoy con el pasado, el lugar y
la belleza)
Las últimas dos hojas del ensayo se dedican a
reflexionar sobre nuestra comunidad con esa lejana cultura y sensibilidad
(escribe en 1915 a cuatro siglos de distancia de la civilización azteca). Aclara
que su esfuerzo no es para perpetuar una tradición indígena ni tampoco
hispánica: “no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de la tradición
indígena”. Algún intento de rescatar el pasado raya hasta en lo insensato y a
eso Reyes lo detiene con el adjetivo de “absurdo”. Sin embargo, Alfonso Reyes encuentra
que existen varios lazos con ese pasado, dos de los cuales estima son de menor
relevancia: “sangres”, “esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa”[49]. El tercer elemento “Nos
une también la comunidad, mucho más profunda, de la emoción cotidiana ante el
mismo objeto natural. El choque de la sensibilidad con el mismo mundo labra,
engendra un alma común.”[50] En definitiva, este es un
argumento romántico (en el sentido clásico del siglo XIX) sobre la comunidad
nacional muy en consonancia con la hermosa narración final de Fausto sobre un
pueblo levantado ante la amenaza del mar[51].
Ese tercer elemento Reyes lo deja en pie, aunque
(con cautela) acepta una objeción, para levantar una rápida respuesta: “convéngase
en que la emoción histórica es parte de la vida actual, y, sin su fulgor,
nuestros valles y nuestras montañas serían como un teatro sin luz.”[52] Debo anotar que esta argumentación
cuarta de Alfonso Reyes resulta ser una “finta”, pues refuerza su punto
tercero, ya que la “emoción histórica” es una repetición de un sentir ante un
objeto natural, como lo muestra de inmediato[53]. Punto y seguido
argumenta que “El poeta ve, al reverberar de la luna en la nieve de los
volcanes, recortarse sobre el cielo el espectro de Doña Marina, acosada por la
sombra del Flechador de Estrellas; o sueña con el hacha de cobre en cuyo filo
descansa el cielo; o piensa que escucha, en el descampado, el llanto funesto de
los mellizos que la diosa vestida de blanco lleva a las espaldas: no le
neguemos la evocación, no desperdiciemos la leyenda.”[54] El resultado es que la
antigua narración otorga densidad poética a la naturaleza circundante, le
confiere brío, brillo y profundidad. Esa tradición, argumenta Reyes, que está a entera
disposición y eso permite un “nosotros”, el párrafo completo indica: “Si esa
tradición nos fuere ajena, está en nuestras manos, a lo menos, y sólo nosotros
disponemos de ella.” [55] Solamente,
ese “nosotros” nacional posee el acceso al acervo de la tradición, ese antiguo
receptáculo nos da derecho al “engendrador de eternos goces”[56]. Mediante la estética
surge una comunidad nacional, lo cual depende del objeto natural modificado por
la lejana historia, la cual viaja y emerge hasta nuestros oídos con delicados
cantos y floridos sentimientos.
NOTAS:
[1] Sin duda un tesoro editorial que se posó en las manos de Alfonso
Reyes: “Giovanni Battista Ramusio publica su peregrina recopilación Delle Navigationi et Viaggi, en Venecia
y el año dé 1550”, REYES, Alfonso, Visión de Anáhuac, p. 10. A su vez, la
edición de texto de Reyes también posee aire de tesoro antiguo: escrito en
Madrid en el año 1915, y editado ahí mismo en 1923.
[2] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, p. 12.
[3] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 13
[4] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 14.
[5] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, p. 15. Curioso eco con el Zaratustra
de Nietzsche cuando se lamenta de quienes albergan desiertos en su interior: es
el anuncio del nihilismo europeo.
[6] Interpreta con elegancia el simbolismo contenido en “lo selvático”,
para diferenciarlo de nuestra claridad de altiplano; le sirve de contraste y
fondo.
[7] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 18
[8] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 19.
[9] La conciencia resulta estructuralmente incapaz de autodefinirse,
por eso recurre a otra conciencia y, en primer desarrollo, se convierte en
lucha de conciencias. Cf. HEGEL, G.W.F. Fenomenología
del espíritu.
[10] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 19-20
[11] ARISTÓTELES, Política.
[12] PLATÓN, Apología de
Sócrates.
[13] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 20
[14] No falta quien le anote y casi reproche a Reyes, que se mantiene
antes de la Conquista, seleccionando a un Cortés viajero más que conquistador.
Así, LEMUS, Rafael en su artículo “Revisión de Anáhuac” en http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/revision-de-anahuac.
[15] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 22.
[16] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 22-23.
[17] REYES, Alfonso, Visión de Anáhuac, P. 23.
[18] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. P. 23.
[19] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 25.
[20] La eficacia de la metáfora de rocas es evidente. Cf. BACHELARD,
Gastón, La tierra y los ensueños de la
voluntad.
[21] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 26.
[22] Resulta curioso que la dualidad medieval de religión vs.
paganismo, quedó recubierta por civilización vs. barbarie para justificar las
colonizaciones. Siguiendo a Fourier, Engels plantea que existe una civilización
previa al capitalismo europeo, y esta línea ha cobrado enorme fuerza con la
descolonización. ENGELS, Friedrich, El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
[23] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 20, “en algún oscuro rito sangriento, llegaba—ululando—la queja
de la chirimía”
[24] BATAILLE, Georges, El
erotismo.
[25] El economista, con más rigor estructural, anotará que el mercado
policromo es la confluencia de una producción variada. Cf. MARX, Karl, Contribución a la crítica de la economía
política.
[26] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 27-28.
[27] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 33.
[28] El juicio sobre los textos poéticos deja espacio a dudas por la
intervención de los misioneros, pero provienen de algún material originario,
como señala Reyes en p. 51.
[29] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 36.
[30] Suelo mantener alguna distancia frente a descripciones que nos
relata al mundo feudal europeo quizá más que al prehispánico: “servidores y
cortejo llenan dos o tres dilatados patios y todavía hormiguean por la calle” REYES,
Alfonso, Visión de Anáhuac, p. 37.
[31] Cf. ANDERSON, Perry, Transiciones
de la Antigüedad al Feudalismo.
[32] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 43 “También hay leones enjaulados, tigres, lobos, adibes (SIC,
debe ser “adives” mamífero carnicero), zorras, culebras, gatos, que forman un
infierno de ruidos, y a cuyo cuidado se consagran otros trescientos hombres”
[33] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 43-44.
[34] Este pasaje se conecta por vía doble con la investigación de
Michel Foucault, cuando comienza con Las
Meninas, el cuadro que también incluye a los enanos protegidos junto a la
familia del rey. ¿Atributo del poder supremo ese gesto de reunir a los cuerpos
trastornados? ¿Acto caritativo en distintas culturas? Un gesto peculiar que
todavía queda pendiente su descifrado. A su vez, la investigación de Foucault
se conecta explícitamente con el amigo de Alfonso Reyes: Jorge Luis Borges en
su Manual de zoología fantástica.
[35] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 46.
[36] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 47.
[37] “reducida a estricta simetría, ya vista por el perfil o ya por la
boca de la corola” REYES, Alfonso, Visión
de Anáhuac, P. 47.
[38] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 48.
[39] “Lo que de ella sabemos se reduce a angostas conjeturas” REYES,
Alfonso, Visión de Anáhuac, p. 49
[40] Anota que en 1555 se prohibía cantar a los indígenas sus poemas
sin supervisión parroquial. REYES, Alfonso, Visión
de Anáhuac, P.50.
[41] “las metáforas conservan cierta audacia, cierta aparente
incongruencia; acusan una ideación no europea.” REYES, Alfonso, Visión de Anáhuac, P. 52
[42] De inmediato la antropología descubrirá que existe un esquema
simplificador: buen salvaje equivale a estado natural. Respecto de lo cual
existen fuentes desde la conquista como en LAS CASAS, Bartolomé, Brevísima relación de la destrucción de las
Indias. Luego un gran impulso desde ROUSSEAU, Jean Jacques, Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres, nos indica: “El ejemplo de los salvajes, hallados casi
todos en ese estado, parece confirmar que el género humano estaba hecho para
permanecer siempre en él; que ese estado es la verdadera juventud del mundo, y
que todos los progresos ulteriores han sido, en apariencia, otros tantos pasos
hacia la perfección del individuo; en realidad, hacia la decrepitud de la
especie.”
[43] “llora de alegría” REYES, Alfonso, Visión de Anáhuac, p. 57. En esta parte del ensayo, de modo
respetuoso y fino él insinúa la tendencia homosexual de ese cántico y el
siguiente.
[44] “Podemos imaginar que, en una rudimental acción dramática, el
cantor distribuía flores entre los comensales” REYES, Alfonso, Visión de Anáhuac, P. 58,
[45] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 58.
[46] En especial hay una referencia donde Alfonso Reyes observa “han
salido los nobles, quienes ((se fueron llorando por el ¡agua»—frase en que
palpita la evocación de la ciudad de los lagos”. P.59.
[47] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 59
[48] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 61.
[49] Parece referirse a un carácter violento de la población, un tema motivado
por los eventos de la Revolución. Anotemos que Alfonso Reyes proviene de una
familia identificada por completo con Porfirio Díaz. Tras la muerte de su padre
en la asonada de la Decena Trágica, luego él ha salido del país en misión
diplomática, pero cae la tiranía de Huerta y queda al garete en Europa. REYES,
Alfonso, Visión de Anáhuac, P. 64.
[50] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 64.
[51] GOETHE, Johann Wolfgang, Fausto.
[52] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 64.
[53] Esta noción de “emoción histórica”, con claridad, se coloca más
próxima a la “razón vital” de Ortega y Gasset, que a lo interpretable en una
noción de “materialismo histórico”. Los filtros para interpretar de la
continuidad histórica son diferentes. ORTEGA Y GASSET, José, El tema de nuestro tiempo.
[54] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 65.
[55] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 65.
[56] REYES, Alfonso, Visión de
Anáhuac, P. 65.