Por
Carlos Valdés Martín
Con
el cuento La carta robada de Edgar
Allan Poe quedamos colocados en mitad de una intriga palaciega y una indagación
policiaca y el argumento, por su tensión diáfana, nos intriga hasta quedar
seducidos. Posee un diseño ingenioso y ofrece un desafío: una carta robada a la
reina de Francia en sus narices que no ha sido hallada ni con la más minuciosa
búsqueda. La posición en que nos coloca semeja a Las Meninas de Velázquez, pues comparte el “entorno a los reyes” y con
un complejo ambiente, donde una aparente claridad encierra interesantes trucos
que ha cautivado a críticos, psicólogos y semiólogos. En la mitad del siglo XIX
ya se había descubierto que los reyes eran mortales y prescindibles; todavía
más desde una perspectiva de Norteamérica: impetuosa república nacida para
alejarse de la aristocracia. Hacia 1845, la Norteamérica de Poe era el
territorio que se construía a contrapunto de la realeza (el espacio “libre”
según predica la ideología), y, por lo mismo, un literato de calibre se
permitía sentir nostalgia por una
reina.
En
resumen, el jefe de la policía de Paris, el prefecto G. recibe el encargo de
rescatar una carta comprometedora dirigida a la reina, la cual ha sido hurtada
por el ministro D., quien la utiliza como as para chantaje político. El
prefecto G. acude a Auguste Dupin, mientras está departiendo con un amigo y narrador de ese relato. El policía solicita un consejo reconociendo la inteligencia superior de
Dupin, y éste se entera de los detalles de la pesquisa policiaca que ha sido
concienzuda. La búsqueda del prefecto ha sido minuciosa y discreta durante tres
meses entrando en las noches en el domicilio sospechoso y hasta montando falsos
asaltos para revisar en la persona del ministro. El caso también trae una
recompensa y la búsqueda ha conducido hasta la desesperación. En el relato se
vuelve protagonista Dupin, con un sutil análisis de la lucha entre mentes, de
tal modo que revela que el ministro D. había anticipado las acciones policíacas
y esa búsqueda. Al mes regresa el prefecto insistiendo en la ayuda y dispuesto
a ofrecerle dinero, en ese momento Dupin presiona para que el prefecto firme un
cheque de una suma enorme, condicionada a resolver el caso que parece
imposible. Al recibir el documento, en acto seguido e inmediato Auguste entrega
la carta, y la velocidad de resolución resulta sorprendente. Cuando el jefe de
policía se aleja con su propio premio, entonces el amigo narrador recibe el
relato completo, donde Dupin explica su búsqueda durante una visita directa al
ministro D., con el descubrimiento de la carta que había sido sutilmente
disfrazada y el ingenioso medio para sustraer la carta con un descuido
provocado. No solamente obtiene la carta sino que también deja una sustituta conteniendo
un mensaje críptico e irónico contra el ministro.
Los
cuentos de Poe donde el protagonista es el ingenioso Dupin fueron el nacimiento
de la novela policíaca como género. Curioso parto en la historia de la
literatura cuando el genio de Poe produce esa innovación en temática y forma.
En principio, se requiere de un ambiente social donde la propiedad privada y el
ingenio se consoliden en una exacta mezcla[1]. Particularmente, aquí no
es tanto el robo un punto de sanción moral, sino una variedad de motivos sobre
el chantaje y la agravante de perpetrarse contra una dama.
¿Juicios de género?
Sin duda, en esa época el chantaje contra una mujer era por completo diferente al
imaginable sobre un varón. La honorabilidad todavía estaba vinculada a la
castidad de la mujer, y si sumamos esto con el tema dinástico, la gravedad de
un desliz se vuelve monumental, pues el derecho de sangre dependía de la
fidelidad al rey. La sucesión dinástica es un tema político y moral (aunque sea
en el sentido pedestre y utilitario). De cualquier manera, que el chantaje sea
contra la reina confiere a la búsqueda un halo de bondad casi santa, así como
los guerreros recibían la comunión para la cruzada, el segundo robo de Dupin es
agresión justa y bendita. De cualquier manera, resulta curioso que el relato no cuestiona si existe una efectiva
infidelidad de la reina o ha sido comprometida de modo circunstancial y es
inocente. La delicadeza del proceder ante el hurto de la carta nos deja en vilo
y nos impulsa a que creamos, al menos, obliga a compasión y complicidad hacia la dama atrapada por el sagaz. Y la
reina semeja un ícono de pasividad, que paradójicamente mueve los hilos de los
varones, casi unánimes a su favor y solamente uno en contra (el villano); así,
es la batalla de los varones alrededor de otra Elena de Troya, aquí cómplices
para mantenerla en su trono y sin molestias.
Jerarquías de poder.
El relato está perfectamente montado sobre una serie de jerarquías de gobierno estereotipadas.
El rey como suprema graduación del ajedrez político se coloca arriba del juego,
en el puesto supremo de autoridad que nunca se vuelve efectiva. Esa situación
del rey resulta bastante curiosa. Si lo suponemos presente durante la turbación
de la reina y el robo de la carta, eso confirma su lejanía del mundo cotidiano
y efectivo, entronizado en una autoridad pero con la “cabeza en las nubes”. La
reina sometida a los prejuicios, pero en extremo protagónica por su mera
presencia de rol femenino dominante. Resulta un punto de apoyo para la carrera
del ministro D., por eso la chantajea con tal efectividad. El ministro como
servidor del rey y la reina, con un doble juego, pues está favoreciéndose a sí
mismo; posee el principio individualista para jugar un juego oculto y a la
vista de todos. El dominio policíaco y violento encarnado en el prefecto G.
dispuesto a utilizar la fuerza y su pobre inteligencia en favor de su amo.
Resulta peculiar la desfachatez de la policía y el tono del relato, en cuanto a
la violación de la casa del ministro y hasta los asaltos simulados contra su
persona; en ese sentido, marca el otro extremo de una corrupción moral de puro
utilitarismo. En el relato es pasable la inmoralidad del policía, pues actúa en
el lado “bueno” del honor y bienestar de la reina. Casi en la sombra quedan una
serie de personajes menores que funcionan a modo de masa popular, que sirven
dóciles a las maquinaciones de la trama, —es decir, marginados y además ciegos
ante el curso de los acontecimientos. En el sitio discreto y casi sacro[2]
está Dupin, quien es el talento de la
narración y permanece en el límite de las capacidades, es la inteligencia superior
en estado de ebullición. Rebasa el término de lo mundano y se entromete para
resolver lo imposible, especie de héroe pragmático y casi sacro. El narrador amigo
es testigo del proceso y representa la mirada exterior, en ese sentido,
representa al lector que debe descubrir con asombro la trama demostrada por
Dupin, el actor de las soluciones. El asombro ante un enigma imposible es un
resorte indispensable para este tipo de relato policiaco.
Necesidad de las múltiples luchas.
La extraordinaria capacidad atribuida a Dupin resultaría odiosa si no encontrara
una contraparte que diera digna batalla: no existe el combatiente sin el
oponente. Por eso el ministro es astuto y en perspicacia está muy encima de los
demás personajes a excepción de… ya sabemos quién. El ministro D. está adornado
con dotes excepcionales con una mezcla de poeta y matemático, por lo cual posee
una estrategia superior a sus contrincantes iniciales (en otro sentido, también
oponentes colosales: el aparato de Estado y el policíaco). Al ladrón, le
adornan la perspicacia, la audacia, el tacto, la inspiración y la anticipación,
pero no son suficientes ante un talento superior. Con mucho, el ministro enfrenta
la lucha más compleja: contra la reina (por tanto contra el rey, en cuanto
posible implicación), contra sus colegas (por eso roba la carta, para obtener
una posición superior), contra la policía, contra la estupidez e infidelidad de
sus sirvientes (se emborrachan mientras el prefecto inspecciona la casa), contra
la extremada audacia de su propio plan y, al final, pierde contra su vengador.
Ya
anotamos la sutil lid de la reina, la cual combate por su buena imagen y para
liberarse de la presión del chantaje. Al mismo tiempo, lucha por la discreción
mientras se hacen las pesquisas; entonces su posición es compleja, pero queda
como trasfondo y premisa en el ballet que se danza en la obra.
También
hay una lucha menor entre el prefecto que busca aprovecharse de Dupin, incluso
gratis. Y luego está el breve combate de Dupin con el prefecto para obtener el
dinero. Más importante es la contienda interior pura para descifrar el caso.
Luego está el juego de engaños y descubrimiento durante la visita a la casa del
ministro. El mensaje dejado por Dupin encierra el carácter cruel y de violencia
controlada, donde ya nada es físico, sino mental. El mensaje que deja Dupin
remite a una leyenda cruel y saturada de venganzas. ¿Por qué tanto rencor contra
el ministro D.? Ese punto llama la atención, sin duda la reina ha ganado el
corazón de los contendientes. Y el combate mental abstracto de Dupin desemboca
en un corolario cruel: la violencia mental se materializa más tarde.
Tejido de alianzas y deseos.
El terreno de este relato policiaco no crea una conflagración máxima, sino
controlada, por lo mismo resulta indispensable que se urdan alianzas o ya estén
presupuestas. El supuesto fundamental ocurre entre los géneros: el bando
masculino debe homenajear al femenino, ahí la gran división coincide con el
deseo por el género opuesto aunque sin sexualidad explícita. Adosada está la
otra unión de los “buenos súbditos” siguiendo el designio de su reina, pero son
una misma alianza: varones y súbditos.
De
ahí el repudio al ministro D. y la unión del bando (intenso y victorioso) de
Dupin con el prefecto, además de otras adicionales para dar cauce a la trama:
Dupin y su empleado disparando al aire, el amigo narrador, los sirvientes
cómplices de la policía, etc. Con fino instinto político se descubre que las
alianzas no están exentas de conflicto. Al final, la última y más duradera de
las alianzas: entre el lector y el texto que se ha disfrutado.
Los engaños sobrepuestos en cadena.
La trama está bellamente tejida entre engaños encimados y bien ensamblados. La
carta que recibe la reina ¿contiene un embuste en sí? No lo sabemos, pues el
contenido jamás se revela. La situación del robo de la carta contiene un doble engaño: la reina disimulando percibir
el hurto y el ministro D. fingiendo error al quedarse con el documento. Con la
carta en sus manos el ministro empieza su doble
engaño: amenazar sutilmente con la carta y engatusar a la policía para
mantener su posesión. El prefecto engatusa
al ministro D. fingiendo que no están buscando la carta y hasta lo asalta
con bandoleros fingidos. La reina debe manipular
al resto del sistema gobernante y, en especial, al rey mismo, pues no debe difundirse
que busca activamente recuperar una carta, de la cual casi nadie debería conocer su existencia[3]. El prefecto intenta pero
falla en engañar a Dupin para que le resuelva el caso sin cobrar y sin informarle
por completo. En cambio el astuto protagonista embauca al ministro para
rescatar la carta, y engatusa al prefecto para cobrarle cuando ya logró la recuperación
de la carta.
Se
comprende que la literatura, jugando con las ficciones, se deleite con los
términos del engaño. Aquí, el lector se deleitará descubriendo una verdad
completa, mientras los personajes se contentan con trozos de la trama. Resulta
muy curioso que existe un engaño cumbre en la
trama: el ardid sobre la misma carta disfrazada. La cosa deseada por los
demás ha sido metamorfoseada, ya parece una cosa distinta y por eso puede
permanecer bajo las narices. Ese juego de pasar inadvertido es clave en la
estética de este relato. Nos invita a pensar: “y todos lo vieron, los policías
se pasearon nerviosos cada noche, hurgando por la casa y jamás se percataron de
la verdad bajo sus ojos.” Con eso también nos hace sentir partícipes de una
inteligencia superior.
Más allá de la poesía y saber superior: astucia.
La policía falla porque sigue un sistema racionalista tras lo evidente y en
este punto surge un subtema de enorme interés: la discusión sobre modos de
conocimiento. El paladín Dupin apela a uno superior y desde la cita (al parecer falsa) de Séneca
ese es el tema del cuento, porque existe la creencia de que Poe inventó la
frase “Nil sapientiae odiosius acumine
nimio” y se traduce por "nada es
para la sabiduría más odioso que la excesiva agudeza". A modo de baile
desafiante el cuento opone dos tipos de conocimientos en pares principales:
poesía versus matemática, sistema objetivo de la policía versus astucia
superior de Dupin, saber inútil versus saber eficaz, saber atrapado en la
apariencia (burlado o atorado) versus saber profundo y liberado de la
apariencia. Resulta llamativo el discurso del paladín en contra la
matemática y la derrota de la técnica de búsqueda tecno-científica (el hurgar
de la policía con microscopios y sondas en la casa del ministro). Llama la
atención ese enfrentar y burlarse de los matemáticos y de las técnicas
policiacas. Curiosa y precisamente, no es un saber del artista —lo poético en
sí— lo que resulta triunfador, aunque sí es un escalón superior, pues el
ministro D. es un buen rival porque reúne al matemático y al poeta en sus
capacidades. Por encima de ese escalón está el “astuto” rayando en genio, el
indispensable Dupin. El personaje astuto es antiquísimo en la literatura: el
predilecto Ulises sale adelante con astucia.
¿Por qué es fascinante el astuto? Habrá suficientes motivos pues es: el
triunfador, el héroe, quien supera el obstáculo, el sobreviviente, quien
derrota la adversidad, el yo profundo de nuestra psicología, el salvador del
narciso derrotado, el regreso al niño que se sale con la suya…
Los aliados del astuto.
El personaje Dupin ostenta diversos saberes, bajo su máscara displicente se
acumulan siglos del conocimientos, por ende, su guarida indispensable es una
biblioteca. Nos demuestra que domina la matemática y permanece un paso arriba;
nos enseña que aprecia la poesía y reconoce una limitación a quien sólo
permanece en ella; domina la lógica y no se deja confundir con la tontería del
prójimo; es negociador y hace sus movimientos para obtener abundantes ingresos;
juega con el poder y, de ese modo, es político sin compromiso… En el paladín
está fluyendo un torrente de centurias (comienza el cuento con una cita de
Séneca) y nos muestra un ideal de unión
entre todas las disciplinas. Entonces muestra un modelo de nuevo intelectual (el cognitario rigiendo su ambiente
mediante el cerebro), el cual es más una aspiración que un evento. En fin, está
fluyendo un torrente de información por la mente de Poe que plasma en su
personaje central, y nos habla con claridad de la anticipación. Están los
saberes aislados, y Poe nos muestra la vana autosuficiencia de matemáticos
imaginarios, para mostrar que existe una posible unidad de tantos precedentes
en una posición superior. Con el personaje el torrente de teoría deviene en
filigrana de la práctica[4],
pues bastan unos pocos actos precisos para dar jaque mate en un desafío.
Aspecto lúdico del enfrentamiento.
Entre tantas luchas manifiestas en el cuento, predomina un ambiente casi
festivo, donde la referencia al juego mental es constante. El caso de un niño
listo que ganaba siempre en el juego de “pares o nones” es una clave de ese
ambiente. La narración nos indica que Dupin es el mejor jugador entre todos,
quien mejor anticipa los movimientos de todos los personajes, superando al mejor
segundo contendiente que es el ministro D. Es claro que se trata del “juego de
los adultos”, uno con ambición: por poder o por riqueza, y el tercer gran
motivo por placer queda en un atractivo claroscuro, pues el desliz o amorío de
la reina no se cuestiona de fondo. Por si fuera poco este es un cuento: el
juego casi serio de la literatura. El objetivo es crear el relato interesante
que mueva los resortes con los cuales el lector resulte satisfecho y Poe lo
logra con maestría.
Aspecto serio y realista de la trama.
El género que inaugura Poe requiere verosimilitud estricta. En el argumento no
se permite ninguna falta de credibilidad, por tanto el texto está saturado de
racionalismo y argumentos inteligentes. Nos muestra su habilidad para
comprender la lógica y la falacia, con el breve juicio en contra del prefecto,
cuando lo cuestiona por identificar al poeta con el loco sin más, se refiere a
la falacia del “medio no distribuido” en latín “non distributio medii”. Su crítica a los matemáticos no plantea ningún
disparate matemático, la contrario expone un “binomio cuadrado”, y con
sencillez dice que existe “algo más”. La explicación de cómo se ha buscado la
carta y su imposibilidad posee perfecta verosimilitud, aunque linda en lo insólito
que los policías entren cada noche en una casa sin ser notados o denunciados.
El truco es convencernos que eso sea factible y, para ese efecto, también
sirven las distancias: la ciudad lejana y la distancia de la cumbre del reino.
Distancias, vacío y misterio.
Complementando el tema del realismo descrito surge el conjunto de
distancia-vacío-misterio. En ese efecto de las distancias, ya la crítica ha
notado que jamás se revela el contenido
textual de la carta: el interés por la misiva se forja por la danza que desata
a su alrededor. Distante es aquello que
no se logra tocar o poseer de modo significativo. Por su estructura el gobierno
monárquico es una máquina de distancia, cuyo efecto de angustia estética fue
tan diestramente explotado por Kafka[5]. Este relato juega a ser
inocente y hasta funcional ante esa distancia de la pareja rey-reina, para
contentarse con una estrecha cercanía con el funcionario y el jefe policíaco;
mientras la cumbre permanece cual cima nublada, el alrededor es tocado profusa
y profundamente. Es parte del efecto estético ese imaginar el toqueteo nocturno
del hogar del ministro y la honda penetración intelectual de Dupin; así, la
distancia queda brincada y saldada, resultando un goce estético[6].
La
distancia hace suponer un lleno pleno (la densidad del Poder) o un vacío
completo. En ese sentido, el comprender la utilidad de vacío resulta
indispensable[7] y
Poe, tan genial para describir lo oscuro y sus fronteras, es un maestro para
emplearlo. El objeto supremo es la carta y, para nuestra mirada, se mantiene vacío,
como un recipiente capaz de contener todo y nada a la vez.
El
misterio desafía la inteligencia, es
el imán que la reta y atrae. El escondite de la carta es el misterio convertido
en tema explícito y justifica todas las argucias y esfuerzos. El misterio
despierta la acción y la inteligencia, para que sigan hasta no quedar saciados.
Sobre este misterio en particular está montado también el código de la
intimidad aceptable, pues nos convertimos
en cómplices y aceptamos del derecho de la reina a mantener su intimidad
(sin mostrar jamás el contenido de la carta), quedándonos satisfechos con la
revelación de la mitad de la ecuación. En este caso, la inteligencia de Dupin,
el amigo narrador y el lector se satisface con su mitad del misterio resuelta.
El misterio final queda intocado, pero ¿no es esa también la estructura del
saber? A cada descubrimiento se levanta un enigma sucesivo: es un proceso
inacabado e infinito, donde el misterio se protege a si mismo sin esfuerzo
alguno.
La arquitectura humana.
Con este término debemos entender el significado humano de las construcciones
descritas. Ese significado no es invento de Poe, sino del ambiente social. En
el relato surgen cuatro espacios privilegiados, donde el autor nos explica para
sus posibilidades al extremo: la
biblioteca de Dupin, la habitación real (el “royal boudoir” se ubica en un palacio), la casa del ministro en
conjunto y la sala con chimenea de la misma casa. La biblioteca con cómodos
sillones cumple el obvio destino de incitar a la reflexión, aunque aquí al
extremo de la ficción y evoca una especie de templo de sabiduría sometido al
silencio de la reflexión, mientras el humo elevándose indica al sumo sacerdote
del templo del saber. La habitación real cumple una función bisagra, uniendo
intimidad y despacho público, donde termina dominando lo segundo. Cabe anotar
que este sitio queda sobrecargado de significados para generar una “política de
tocador”, ya que existe una alteración del poder (desde un discurso actual y
democrático es obvio que es un recinto indebido de autoridad excedida, lo cual es anti-ético, sin embargo, la historia
nos ha acostumbrado al rey investido de mando, en su persona y no en la institución). La casa del ministro posee
otra ambigüedad: recinto de jerarquía invadido por órdenes discretas del
superior (la reina) y cumplidas por su equivalente (el policía). Ahí la
fantasía de la indagación sistemática contra la casona, cuando el tocamiento de
cualquier hueco manifiesta hasta
lascivia freudiana. Ambigüedad extrema de esa casa: en el día fortaleza del
ministro, en la noche recibe dócil a una tribu de policías para hurgarla con
sistema, al mismo tiempo, invadida pero invicta escondiendo el secreto. La sala
con chimenea es una especie de tablado teatral, donde el director de escena —el
ministro D.— ha mantenido engañado al público. El sitio esconde una posesión: esa
sala burguesa-aristocrática con apariencia normal oculta el recóndito ilícito
de la carta robada. Ahí, se comprende mejor el concepto del detalle significante: la pequeña carta
disimulada con el listón en la chimenea, que es un resorte del Poder (el
chantaje que otorga un mando desmedido). El genio de Dupin consiste en romper el
velo del engaño y devolver ese sitio a su verdadera estatura: una simple sala de
un funcionario.
Tríos en acción.
Operan tres tríos cruciales en la acción
de la trama: Dupin-amigo-prefecto; reina-rey-ministro D; Dupin-ministro
D.-empleado que dispara al aire. Estos tríos sirven para denotar acción en las
dos visitas del prefecto, en la narración del hurto de la carta, y en la
segunda visita de Dupin al ministro D. En esas escenas trilaterales la acción
crucial ocurre sólo entre dos partes y el tercer elemento sirve de distractor, presión o testigo. En cada encuentro solamente existe un ganador, aunque no sea
evidente al momento, por eso maneja un esquema de ganar-perder: son relaciones
de despojo preferentemente, aunque se llega a algunos acuerdos, como el pago
del cheque o el silencio del ministro D. que se ha apoderado de la carta.
Siendo las relaciones tan desequilibradas, no obstante la trama permite salidas
y pactos caballerescos, aunque el mensaje final desmienta tal “caballerosidad”.
Esto se mirará como el individualismo burgués extendiéndose o una andanada de agresiones
bajo la costra de la civilización.
Nación, imperio y cosmopolis.
Este cuento ofrece
una perspectiva intencionada de fuga respecto de su propio espacio nacional.
Salta las barreras nacionales de principio a fin: citando al romano antiguo
Séneca, ubicándose en París y protagonizada por el personaje francés. El
ambiente extranjero es significativo de las preferencias personales, del
ambiente literario y hasta de la posición de EEUU como naciente potencia
imperial en la mitad del siglo XIX, cuando ocurre su gran expansión
territorial. La contraparte de Europa todavía está envuelta en las luchas
dinásticas, donde las monarquías parecen consolidadas, aunque ya el radicalismo
comunista asoma durante los eventos de la llamada “Revolución de 1848”. Las
armas de EEUU conquistan el gran territorio mexicano (Guerra de 1847) y su
economía crece bajo un cordón proteccionista (cierto: fue campeón del
proteccionismo económico durante muchísimas décadas). Las relaciones económicas
y sociales en EEUU se colocan a la vanguardia mundial y, entonces, el fenómeno
de innovación literaria de Poe está en perfecta consonancia con ese
adelantarse. Claro, el pensamiento elevado y la gran literatura procuran
rebasar el nivel de sus circunstancias económicas y nacionales; a su manera, Edgar
Allan Poe conquista Europa y el mundo, proponiendo nuevas perspectivas. Nos
encontramos con la paradoja de una ciudad de Boston casi provinciana convertida
e inventada en una cosmopolis[8] creativa bajo la pluma del
artista.
El remate de la trama.
El final de la trama es el triunfo del astuto y se podría interpretar en
términos de engaño, pero cabría darle otro giro. La traducción en español de
nuestro admirado Borges, termina diciendo que el ministro conoce la “letra” de
Dupin. La palabra “letra” resultó de la traducción del inglés “MS.”, un término
que Poe utiliza en otros textos, incluso en un título, para referirse al
manuscrito encontrado en una botella. La traducción de Borges es correcta, pero
en español no se mira el doble sentido inglés de esas siglas, por cuanto “Ms” también
se podría entender como mujer sin aludir a su condición de casada o
señorita. En el texto original dice “He is well acquainted with my MS., and I
just copied…”. En este cuento de Poe, casi siempre se ha traducido MS. por “letra”
para referirse a una carta y, en especial, la manuscrita. De hecho esas
iniciales están como título de otro cuento de Poe “MS. Found in a Bottle”, y en otros contextos Poe lo utiliza para
“mensaje” o “manuscrito”. Sin embargo, en contexto de este cuento parece
interesante su significado implícito de “señora” —lo cual es mejor escribir con
“Ms.”— con la ambigüedad del uso inglés que oculta si es señora casada o
señorita o bajo otra condición. Es decir, el uso de la frase “He is well acquainted with my MS.” no se
refiere a que Dupin dejara una pista sencilla ni que su letra sea reconocible
por su contrincante, pues unas líneas atrás él indica que ese es un hombre
peligroso. Lo textual dice sobre el contrincante “Él queda bien notificado con mi
comunicado (MS)”, con el doble sentido de que es “mi señora”, por eso Dupin deja
un enigma al referir la leyenda de
Tiestes y Atreo.
Sería
plausible defender que Borges no comete un error de traducción, sino que adelantaría
una hipótesis, pues el nudo inicial surge cuando el ministro reconoce la
“letra” en la dirección de la carta robada. Con ojos de lince el ministro D.
notó algo y decidió apoderarse de la carta. Lo que notó ¿era una letra
manuscrita conocida o una dirección acusadora?
Como sea, aseverar que el ministro conoce la “letra” de Dupin también
nos conectaría al astuto con la reina, entonces el tema está insinuado por
partida doble, pero sin resolver según lo requiere la buena literatura.
NOTAS:
[1] MANDEL, Ernest, El crimen
delicioso. Vincula el ambiente social con la evolución de la novela
policíaca.
[2] En principio, cualquier lector está fuera del ámbito del poder,
por eso estamos identificados con Dupin; sin embargo, él es el demiurgo, así
funciona como la mano providencial, su espacio y actuación es sacra
restableciendo el equilibrio supremo que había sido roto por el ministro D.
[3] El prefecto funciona bajo el código de secrecía de un “confesor
de la reina”, y los policías operativos que revisan la casona del ministro no
conocen el significado ni el contenido de la carta, así caen bajo el engaño del
disfraz.
[4] SANCHEZ VÁZQUEZ, Adolfo, Filosofía
de la praxis. El problema de la teoría, casi siempre está en su aplicación:
contradicción entre teoría y praxis.
[5] KAFKA, Franz, El castillo.
[6] Entonces el dolor inconsciente ante la separación de las cúspides del poder se convierte en gozo estético. Cf. CARUSO, Igor, La separación de los amantes.
[7] En la filosofía china se asume ese papel de lo vacío e
indeterminado. Por ejemplo, en el Tao Te King, “El Tao es vacío/ Entonces/ Aunque se lo use no se colma.”
[8] La noción de gran urbe o cosmopolis es un pálido proyecto en el
siglo XIX, aunque sí es un futuro; para los estándares de entonces, Londres es
la gran urbe y las capitales norteamericanas están pasos atrás. Por eso la
visión de la multitud aún está en desarrollo. Cf. BERMAN, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire.
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