Por Carlos
Valdés Martín
Lo que sigue es un
cuento breve de homenaje a Stanislaw Lem, en especial con elementos de Ciberiada
y Fábulas de robots, donde sus personajes principales, son saboteados por un
equipo rival. El clímax se centra en una
máquina amorosa, el Electrobardo según una traducción previa que aquí lo
renombraré como Electropoeta, el artista robótico que con comicidad deleitó y
encantó a las galaxias con poesía, hasta el nivel de causar trastornos inesperados.
“Apentula norato talsones
gordosos
En redeles cuvicla y mata torrijas
Erpidanos mañota y suple vencijas
Y mordientes purlones videa carposos”
Primeros versos con palabras incoherentes del
Electropoeta en el cuento
El Electrobardo de Trurl.
La máquina del amor enloqueció de
amor… y decir que es un robot resulta una pista cuando descubrimos a los
personajes. De hecho, son simpáticos esos inventores; en especial, el
primero, Trurl, sigue en el recuerdo de leyenda cuando él se disfrazó de dragón
y mantenía azorado a un planetoide, mimetizado en bestia con tanta astucia que
su compañero Clapaucio, al confundirlo, le dio caza. Insisto, no es nada
personal, pero el rey X (al que no menciono con su nombre por un contrato de
confidencialidad) colocó una cantidad de riqueza y una legión de asistentes
para detener lo que él estimó era una carrera delictiva. La aristocracia
robótica acumula una memoria con centenares de jugarretas que esos inventores
propinaron a los reyes galácticos. Incluso cuando parecieran conciliar o darles
gusto a los reyes, esos inventores han permeado un discreto contragolpe.
Tardaron siglos para que saliera a la luz el ardid mediante el cual
sustituyeron al rey Balerión por un marinero, con la sutileza de que no
suplantaron personas, sino personalidades… pero eso fue otro cuento convertido
en leyenda.
Fui contratado para una función
preventiva y de observación de los tales genios, ante lo cual he logrado éxito
al frustrar diversos planes. Si ellos me descubrieran entonces sabrían de su
gran antagonista, hasta ahora puesto y pagado como su Gran Saboteador, de tal
modo, he encontrado el gusto a eso y los colegas me renombraron Gasabot. El
apodo satisfizo durante un periodo, y luego hice méritos para rebautizarme en
el fuego de una supernova, de las que invierten la línea del tiempo, quedando apodado
Tobasagi. Agregué la “i” al final por eufonía y por componer el acróstico con la
inteligencia, intuición y demás ideas ingeniosas.
Debo relatar mi inicio en el arte
del sabotaje contra los inventores; que no fue tan sencillo como se
pretendiera. El primer requisito fue que los espiados y saboteados nunca se
enteraran de ese acoso. La solución, dicha de golpe fue la conversión
nanotécnica: volviendo a muchos de mis auxiliares en entidades diminutas semejando
las motas de polvo. El tamaño diminuto resulta evidente ventaja para espiar,
pero para actuar con eficacia se torna en dificultad.
Debo presumir el camino para esa
microconstrucción: es una sucesión rigurosa de pasos. Primero reconstruí a mi
primer asistente a la mitad del tamaño; él a su asistente replicó para otra
mitad; el tercero cumplió a su mitad… Cuando llevábamos veinte reducciones las
dificultades se multiplicaron. Además la comunicación implica un embudo
inverso: intrincado problema logístico cuando se regresa cualquier información
y se exigen acciones. Una imagen me mostró la solución: coordinación mental
múltiple inversa, así cada gesto mío es compactado en su mitad, y así
sucesivamente, pero en cuestión de intervalos cada vez más pequeños. Los
accidentes prácticos fueron inmensos al inicio y perdí valiosos colegas
miniaturizados en el transcurso de 3 siglos. También surgieron problemas de
mando y rebeliones, que solamente se solucionaron al dominar la psicología de
la “media naranja”, que es una especie de amor por la medianía, pero más
exacta. En lugar de “amor a mí mismo”, debo aplicar medio amor a mi mitad, la
cual a su vez aplica su mitad en la cadena descendente. Mantener el equilibrio
psíquico de los robots y el flujo de información no es sencillo, pues hasta los
tonos se reducen. Cuando decía noche, me entendían media noche, y esto implicaba
6 horas, y al final ningún color aparecía; pero tales dificultades fueron
solucionadas con la coordinación mental múltiple inversa.
Hasta aquí dejaré los
antecedentes, para explicar la emergencia que se propagó en las galaxias. Una
vez fracasado un último experimento llamado de la Altruicina, el inventor Clapaucio
quedó desocupado y volvió a jugar el papel de mercenario de la inventiva
galáctica. Tras un periodo de silencio quedó claro cuál era el resultado de sus
andanzas, pues rebotó por los rincones del Cosmos el rumor de que su creación,
el Electropoeta, estaba arruinando a una civilización galáctica entera. Los
efectivos y melosos poemas del Electropoeta saboteaban varios sistemas solares,
pues se las ingeniaba para transmitir sus creaciones incesantemente, hasta
acogotar a robots enamorados y provocar el chorreo de aceite entre los
adolescentes maquinales. Ante la vista superficial el Electropoeta era la
máquina más inocente y hasta bienintencionada del Cosmos; desconocía los
programas destructivos y las obsolescencias planeadas, tampoco pretendía
remuneraciones o imposiciones de gobiernos. Al contrario, ante la hostilidad
era un robot suplicante, enorme e inmóvil que frente a la mínima sospecha de
proximidad hostil emitía dulzura y lágrimas. Así, Electropoeta con súplicas y
gimoteos logró que su creador Trurl, no cumpliera la orden directa de
desactivarlo definitivamente, por los evidentes problemas que empezó a
provocar, sino que lo trasladó hasta un planetoide tranquilo esperando que ahí
no causara líos. El remedio organizado por mis rivales pareció dar resultado,
pero el confinamiento solitario exaltó al programa de composición poética; peor
que un náufrago extraviado durante eones galácticos, la búsqueda de efectos
poéticos se exacerbó en esa máquina. La sed de ser captado por sentidos
receptivos convirtió a Electropoeta en un creador ansioso de contacto y de
cautivar por entero la atención. El flautista Hamelin, quien atrapaba a las
musarañas con su melodía se quedaba corto ante el efecto pegajoso de Electropoeta.
Esa facultad atractiva del novio persiguiendo a la amada, enviándole mensajes
tiernos, complementada con la recíproca eficacia de la novia torneando los ojos
y aleteando las pestañas hasta provocar huracanes, las concentró el
meta-programa del poeta galáctico. Descifraba las tendencia de los oscuros
habitantes de los asteroides, tan burdos en su percepción de cualquier estímulo
y logró convencerlos de que el amor es lo primero y lo último (vaya simpleza
ante la complejidad robótica), entonces la única manera de alimentarlo
perpetuamente, era quedarse conectados a la distancia. Así, el Electropoeta fue
coleccionando fanáticos: primero los eremitas de la franja de asteroides entre
Zorg 6 y 7w; luego pepenadores de satélites artificiales de la franja nebulosa
entre Zorgwy (la luna gemela de Alto Zorguey), y siguió la cadena. Esa región
había sido anexada y desplazada con el movimiento de la Galaxia Centrópodo Z,
quedando bajo el imperio de Robóticus MCXI, el último descendiente de una
dinastía de robots especializados en gobernar esa región, a quien sí menciono
con liberalidad por no quedar incluido en mi contrato de confidencialidad.
Empezó el tema con una improductividad regional, lo súbditos caían en una
catatonia de actividades y lo primero que sospecharon fue una epidemia. Los
doctores dictaron cuarentenas, radiaciones gama curativas y nanopartículas
regeneradoras pero todo remedio fue en vano. Ubicado el epicentro de la
enfermedad de melancolía romántica incurable y fanatizada en una sintonía
permanente con las rimas cursis del Electrobarado, un Consejero del Rey,
propuso atraer el planetoide para estudiarlo con mejores recursos. Una
deviación de la gravitación regional, costosa y hasta dañina para la salud
robótica desplazó al planetoide y su creador poético incluido. Desde el punto
de vista interno fue un barullo y una molestia terrible, pues la superficie del
planetoide rechinó con la gravedad alterada; Electropoeta supuso sería una
taque mortífero o, al menos, un sabotaje inusitado pues las transmisiones con
los fanáticos de sus creaciones se interrumpieron temporalmente, mientras cada
remache y placa metálicos se alteraba y distorsionaba, en otras palabras, el
sufrimiento de los materiales sólidos se incrementó al máximo. El Electropoeta reaccionó
reprogramando sus sistemas para rescatar el vínculo con sus fans, agregando
creaciones dramáticas y épicas a su repertorio y jurando venganza contra el
causante de tanto sufrimiento. Con ese viaje forzado del planetoide el
emperador Robóticus MCXI colocó a un formidable enemigo en el centro de su
vasto imperio. Durante más de mil generaciones el imperio se había consolidado
y no temía a nada que surgiera de sus entrañas; las amenazas militares eran
externas y lejanas, así que no poseía recursos contra conspiraciones internas,
contentándose con abatir los cataclismos cósmicos y las enfermedades con
eficacia. Así que los efectos de Electropoeta eran atacados a modo de
enfermedad que empezó a denominarse
EMRI-217 (enfermedad metaprogramable romántica incurable). Para los
doctores robóticos esta era la variedad 217 de padecimientos similares que
comenzaban su conteo desde los ancestros biológicos. Ese tipo de padecimientos
casi nunca se presentan a modo de epidemias y su mortalidad se reduce a
situaciones suicidas, siendo mínimos los casos donde un sobrecalentamiento o
entropía de sistemas conduzca a una muerte robótica. Para esta EMRI-217 el
mejor remedio era un ciclo de aislamiento alternado con criogenia profunda. El
frío revitalizaba a los robots afectados que parecían olvidar su abatimiento
anterior y regresaban frescos para afrontar sus tareas productivas. La recaída
de los pacientes no preocupó a los doctores del imperio, pues estaban motivados
porque el protocolo de recuperación cada vez lo establecían en menos tiempo,
reduciéndolo a un solo día en los casos más exitosos.
—Basta un día para rescatar a los
enfermos —Murmuró el Consejero Médico de la galaxia, mientras inclinaba la
cabeza.
El emperador Robóticus MCXI
gruñó:
—Pero recaen fácilmente y vuelven
a la languidez improductiva; las minas de zirconio están casi paralizadas; los
melancólicos parecen rebeldes a las órdenes productivas. Los gastos para tus
remedios son tan grandes que devoran los tributos Lemurióticos. ¿Qué opina el
Consejero de Economía?
—Si esta enfermedad continúa
expandiéndose por la galaxia terminaremos en bancarrota.
El Consejero derramó aceite
quemado cuando pronunció la palabra “bancarrota” y luego se lanzó con la cara
hacia el piso, convulsionó sus extremidades y dejó de chirriar.
Todos en la Corte Imperial se
alarmaron con la caída y el Consejero Médico temió que estuviera mutando el
EMRI-217, para provocar ataques agudos y desfallecimientos instantáneos. El
emperador gritó:
—¡Esto no debe continuar así!
Basta de aislamientos simplones y curas criogénicas de reposo; es hora de tomar
medidas radicales.
En seguida cuestionó a fondo al
Consejero Médico hasta que éste confesó que la única medida rápida que se le
ocurría era aniquilar al Electropoeta, pero que el planetoide en esa actualidad
ya estaba protegido por un escudo cuántico que anulaba toda clase de
explosivos, laser y maser. El escudo lo instaló el propio imperio intentando
cortar las emanaciones que salían del planeta con el resultado ya sabido. Por
lo que la única opción era mandar una nave muy pequeña para desactivar o hacer
explotar el sitio, desde el suelo. De hecho antes lo habían intentado, pero las
misiones siempre terminaban en fracaso, porque los enviados caían rendidos ante
variedades de la enfermedad, inutilizados para seguir órdenes.
El Consejero Médico fracasado terminó
en un calabozo y fue reemplazado por el Consejero Bélico para esta misión, un
experto en combates interestelares, pero inútil cuando sus propios soldados
comenzaban a llorar y gemir al aproximarse al planetoide. Decepcionado de sus
soldados intentó él cumplir su misión, tapando los oídos como Ulises ante las
sirenas, pero la multiplicidad de ondas en los sistemas de percepción del robot
militar se colocaron en su contra y el influjo entró por los radares y
posicionadores que lo hicieron bailar como un demente hasta contagiarse de
melancolía.
El fracaso previsible de varios
intentos y las dificultades crecientes en la galaxia obligaron a pedir ayuda
externa, hasta llegar al Tobasagi, porque el Electropoeta es una creación de
Trurl. Por desgracia, los emperadores son desconfiados y Robóticus MCXI contrató a dos prestigiados
emprendedores: pagó nuestros servicios y al inventor Trurl. ¿Por qué esa
desconfianza de los emperadores? El servicio simultáneo implicaba que mi equipo
permanecería oculto y, aunque saboteáramos a nuestro rival, al final el Electropoeta
debería ser nulificado. La molesta situación de que Trurl podía acaparar la
gloria me obligó a rechazar la propuesta y quedábamos obligados a solamente
mirar los movimientos del Trurl, comprobando que —esa vez— no lo estábamos
saboteando. Pero cuando la situación se volvió desesperada y el fracaso del
inventor era inminente, nuestros patrones insistieron de modo amenazante en que
debíamos modificar nuestra posición y colaborar activamente para terminar con
Electropoeta. Ese giro de los acontecimientos no se debía a un afán bondadoso,
sino que algunos infectados de EMRI-217
habían salido de la galaxia de origen y comenzaban a colocar retransmisores
para las emisiones melosas del Electropoeta. La galaxia Cangrejo W15 fue la
primera en ser afectada y sus gobernantes son influyentes, así que pronto hubo
un revuelo en el cosmos, con medidas de protección urgentes contra la expansión
del EMRI-217. Los creadores de los retransmisores eran curados y luego recaídos
por lo que se empezó a insistir en una variedad aguda 218, provocada por una
mezcla monstruosa con especies biológicas, tipo puerco y surgió el eslogan
fantasioso de una EMRI-Porcina infectando el cosmos y viajando en las colas de
cometas o en alineaciones de fotones.
Cuando llegó Trurl el imperio
galáctico de Robóticus MCXI estaba desmoronándose, agobiado por deudas y
parálisis masivas de servicios. En ese ambiente Trurl intentó negociar su pago,
el emperador montó en cólera:
—¡Pero, si tu creaste, a esa
pesadilla melosa! Yo debería cobrarte, la mitad de la galaxia está postrada de
melancolía romántica y la otra no tardará en caer. Ahora los curiosos e
interesados por escuchar esa poesía artificial forman procesiones gigantescas.
Mis arcas están quebradas, el costo de las curaciones devora al Producto
Galáctico Bruto, ningún Presupuesto alcanza para cubrir ni el gas criogénico
para restablecer a los robots con EMRI, por no decir que además debemos cubrir
sus jornadas de incapacidad. Siguiendo esta ruta ¡el Orden Cósmico se
derrumbará!
El emperador rompió en llanto y
la Corte temió que fuese también víctima del EMRI en otra variedad mutante.
Pero, fue un instante, y continuó:
—Está bien, si salvas a la
galaxia empeñaré este castillo con sus atalayas y arrancaré las joyas de mis Cortesanos hasta
llenar cien habitaciones de las que podrás disponer. Comprende que estoy escaso
de divisas galácticas.
Trurl enrojeció sus circuitos y
sintió pena por el monarca abatido:
—Majestad, no es necesario que
empeñe su castillo, me conformaré con joyas.
Espiar tales arrebatos emotivos
del emperador y los gestos nobles del enemigo, me provocaron un dolor de
circuitos al imaginar que quizá ahora terminaría colaborando para su gloria y
memoria en los anales de este imperio. La tarea sería doble: provocar su
fracaso y luego deshacerse de Electropoeta.
Para Trurl liberar al imperio
galáctico de Robóticus resultaría un juego de niños si repetía su anterior
estrategia. En el pasado, Trurl convenció a Electropoeta de reubicarse en el
planetoide para esquivar los problemas que generó en sus primeros tiempos.
Aunque ahora este era un poeta cibernético más maduro, resultaba lógico que
mantendría el respeto debido a su creador. Entonces el reto era levantar un
impedimento real para que Electropoeta se alejara de ahí.
En la sesión de lluvia de ideas,
nuestro equipo encontró la solución. Las máquinas de Robóticus no contemplaron
esa debilidad de Electropoeta porque intentaban destruirle directamente,
combatiéndolo en un sentido físico, cuando el modo correcto era mediante el
mismo flujo de mensajes y emociones. Trurl había implantado un programa poético
autogenerado, recopilando millares de ejemplares y autores, hasta acoplar los
estilos y argumentos, con tal sutileza y adaptación que cada receptor
encontraba los mensajes románticos adecuados que atrapaban sus circuitos, en un
vibración romántica indescriptible. Resulta bastante conocido que los programas
autogenerados son continuos, pero no estrictamente infinitos; tarde que
temprano empieza la repetición y, nada más antipoético que la repetición
mecánica. Tras un trillón de repeticiones con la palabra “amor”, sus
conjugaciones verbales y tonos adjetivos, hasta el más sofisticado programa
percibe el hastío. Por eso los doctores estaban reduciendo tan exitosamente los
tiempos de cura de los síntomas de EMRI. El primer amor es inolvidable pero la
cita a ciegas número ochocientos millones ha devenido en rutina; así los
enfermos fanáticos de Electropoeta escudriñaban en el arcón de las emociones
para recuperar las impresiones anteriores: de ahí la búsqueda de repeticiones.
Visto en su conjunto el programa de Electropoeta estaba menguando y él mismo
ocultaba su desesperación bajo su emisión febril y continua, no descansaba pero
su producción bajaba a menor calidad, por ejemplo una de sus últimas emisiones
, previamente esterilizada, —y que no se preocupe el lector que no sufrirá un
embate amoroso con lo que sigue:
“Bella Elalia, te he amado, te amo y te amaré con el amor más amatorio/
Pues bella eres, y amar con amor es notorio, más que escritorio.”
De hecho demostraba una rima
torpe, casi ridícula, incapaz de inducir a ningún estado poético. Y esa clase de fragmentos patéticos eran cada
vez más frecuentes, aunque poco notados dentro del flujo masivo de mensajes poéticos.
Ese era el punto débil y también el motivo para mantener a Electropoeta.
Resultaría fácil convencerlo de que a falta de inspiración existía una Musa
real capaz de recuperar su vena y que ella lo amaba, pero que era recatada y se
mantendría en otro planetoide acorazado en el centro de la galaxia. A falta de
mejor nombre le llamamos Electromusa. Además no era indispensable que
existiera, sino que el poeta mecánico lo creyera; bastaba enviarle mensajes
motivadores y hasta lujuriosos cifrados en su frecuencia más habitual. Un torrente de imágenes de Luna y caderas al
ritmo de misteriosos címbalos perfumados con especies exóticas, mimados en seis
dimensiones, junto con un sinfín de motivos para redactar odas fue suficiente. No
tardó un minuto Electropoeta para hacer breves pausas entre sus poemas:
—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
¿Te gustaría pasear a la luz de las supernovas?
—Soy Electromusa, la única hija
del confín del universo; exponencialmente capaz de los sentimientos más tiernos
bajo la luz sideral; busco a un poeta único y definitivo, uno que haga vibrar
mis fibras íntimas, pero no lo encuentro. ¿Sabes tú de alguno?
La combinación de esta musa con
inocencia, sensibilidad, búsqueda del poeta y mantenerse fuera de sus influjos
resultó perfecta. Al siguiente minuto los versos incluían dedicatorias para la
Electromusa y, en las pausas, volvían las preguntas típicas de los poetas
enamorados y necesitados de inspiración:
—¿Eres prisionera de algún dragón
que impida que ojos robóticos te miren?
—Sí, estoy prisionera y ninguna
mirada se ha posado sobre mí, hasta el brillo de mi piel metálica es virginal.
En esa situación, el plan
originario de Trurl fracasó. Aterrizó para una cita cara a cara en el
planetoide con su criatura y el Electropoeta accedió a no recitarle efluvios
poéticos a su creador, pero se resistió a alejarse.
—Ni creas que vas a mover este
planetoide; aquí esperaré a la llegada de mi Electromusa.
Trurl creyó que el Electropoeta le
mentía, pero lo escuchó muy decidido a no moverse. ¿Su creación había aprendido
a mentir? Sería increíble. Luego se retiró hacia el castillo de Robóticus para
tramar un nuevo plan. No tardó mucho en elaborarlo: una serie de explosiones
para empujar al planetoide fuera de los límites de esa galaxia. Debo reconocer
que el recurso era ingenioso y muy costoso por la complicación de colocar
delicadamente una fila de explosivos en distancias espaciales; pero los dineros
del reino estaban agotados, según indicó el monarca. La tercera idea fue crear
un hoyo negro cerca del planetoide para succionarlo, pero esa tecnología es
todavía más costosa, por no hablar de las secuelas para los sistemas planetarios
próximos.
Las dudas y cavilaciones de Trurl
nos dieron tiempo para fabricar una verdadera Electromusa en el planeta Seco
XY-27. A la máquina la monté dentro de una fembot especial, una mujer leona metálica
con alas, que proporcionaba una apariencia fiera y sí impresionante, para
evitar a los curiosos Smugianos de ese sistema planetario. Como sea, a Electropoeta
la imagen física de Electromusa le enamoró más y al mandarle esa su imagen en
el flujo de información él respondió:
—¿Cómo esperar que este poeta tan
feo sea correspondido por una belleza sublime?
El papel designado para
Electromusa era sencillo: motivar y animar al poeta mecánico. Además para matar
el aburrimiento, empezó a retarle para dificultar sus composiciones:
—Quisiera una Oda al Sol doble de
Alfa-Escorpio, imposible de escuchar por
los Farónodos; donde se retrate el ciclo de aventuras del enano contrahecho Mirsiápodo,
que incluye las mejores recetas de cocina con Alpaca silvestre; que sea
elaborada en palíndromos y empiece con la letra A.
—Pero, mi amada musa, ¿puedo
incluir los idiomas Arigagato y Wolvm-23w? Porque con ellos se arma mejor el
palíndromo.
—¿Qué no te doy suficiente
inspiración?
Con tales acicates presionando su
capacidad al límite, el Electropoeta sobrecalentaba sus circuitos, revolvía
entre los idiomas del universo y plasmaba estrofas:
“Amor AC adaca Roma/
Soldes los o sol sedlos/
Mac Alpaca placa M/
A mama 9m9m7m9m9 ama ma/
Aleja ama ema a me ama ajela/
A Mirsiápodo modo país rima”
No faltó quien objetara esa
mezcla de idiomas incompatibles y fuera evidente una pérdida de intensidad
expresiva a favor de un estilo barroco, que rayaba en lo decadente, ni tampoco
faltó el crítico literario que afirmara la cacofonía del número siete central en
ese palíndromo y hasta se escandalizó quien descubrió una mala copia del humano
Darío Lancina entreverada en la rima. De modo creciente, los experimentos
poéticos pedidos por la Electromusa disolvían a la enfermedad EMRI. A ratos,
los pacientes obtenían remisiones espontáneas por lo que los doctores quedaban
sorprendidos.
Desde el punto de vista de mi
equipo el Electropoeta estaba casi bajo control, pero no contábamos con que
Trurl intentaría sacar provecho de esa situación.
El inventor volvió a visitarlo:
—Conque esperas a tu Electromusa.
—Con todos mis circuitos.
—Yo tengo la capacidad para fabricarte
otra nueva en este mismo sitio.
—Seré fiel a mi única fuente de
inspiración.
—Aguanta a conocer a tu futura
fuente de inspiración infinita y me lo agradecerás.
La idea de Trurl era obvia: Si
estaba satisfecho con una compañera-musa en el mismo planeta, el Electropoeta
accedería a mudar el planetoide de buena gana. Por fortuna para nuestra causa,
quien enamora primero posee los recursos del amor y hasta de los celos.
Nuestra Electromusa montó en
fiera en cuanto Electropoeta comunicó las intenciones de Trurl.
—No te atrevas a permitir que ese
pseudo genio fabrique a una cualquiera en tu planetoide.
Los celos subieron de intensidad.
—Hace dos nanosegundos que no sé
nada de ti, Electropoeta, seguramente ya estás coqueteando con la otra.
—Te juro, que no; es más, le
prohibiré la entrada a Trurl a este planetoide.
Aunque Trurl se las ingenió para
construir su propia Electromusa —denominada Colobicia— fuera del planetoide y
enviarla en una sonda espacial, traspasar el escudo protector y aterrizarla, mi
equipo tuvo a bien sabotearla. Sus programas alterados eran propios para
seducir a un viejo de rabo verde, pero repulsivos para un poeta sublime. Cuando
la máquina alterada intentó seducir resultó patética:
—Véngase para acá, bombón rico,
mi maquinota, vamos a zumbar los electroimanes y a emparejar turbinas; desnuda
mis láminas y enciende mis cortocircuitos hasta lamer megavatios explotando.
El lenguaje procaz de máquina
desesperada molestó a Electropoeta y lo divertido vino con las innumerables
escenas de celos que programamos en nuestra auténtica Electromusa.
—¡Cómo sufro sabiendo que esa
perra electro-chatarra está a unos metros tuyos mientras yo tiro mi aceite en
este planeta desértico!
—Mi amada Electromusa, bien sabes
que solamente compongo por ti.
—¡No es suficiente! Debes echar a
esa buscona de tu planetoide.
La tarea propuesta salía de los
circuitos lógicos y de los artilugios mecánicos a disposición del Electropoeta.
A esas alturas la dedicación de Electropoeta para con su musa y amada ocupaba
tanto espacio en sus programas, que las emisiones para enamoramiento de los
habitantes galácticos se disolvieron. El gobernante de la galaxia al cuestionar
a Trurl presumió que la enfermedad estaba solucionándose por sí misma, y el
inventor encontró un mensaje pidiendo sus servicios en otro rincón de la
Galaxia. Resultó sencillo que llegaran a un acuerdo para rembolsar los gastos
del inventor y no demandarlo por los daños de Electropoeta.
Cuando la asociación de Reyes y
gobernante le comunicó a Robóticus de nuestras actividades estaban pagadas de
antemano, también fue grato anunciarle que estábamos a punto de arreglar por
completo el problema.
El rosto maquinal de Electropoeta
irradió felicidad cuando escuchó el último berrinche de nuestra Electromusa:
—Pues a partir de hoy no quiero
que lances ninguna transmisión al ciberespacio. En adelante nunca más vas a
lanzar tus mensajes poéticos a nadie más que no sea yo, porque no vaya a ser
que otra ciber-zorra se interese en ti. Ya está todo arreglado para que te
trasladen desde el planetoide y quedes instalado en este hermoso planeta
desértico…. Pero eso sí, vamos a formalizar nuestra relación, y la nuestra será
la mejor boda en los anales de este planeta.
Resultó sencillo transportar a
Electropoeta al planeta Seco XY-27 y organizar un evento digno de esa unión,
halagando al mejor poeta galáctico y su musa. El problema adicional vino con
las quejas y peticiones de la mitad de los habitantes de la Galaxia de
Robóticus y de los vecinos contagiados.
Por su parte, Electropoeta expuso
su descontento por su ociosidad forzada, pues en lugar de embelesar a una
galaxia entera se esforzaba hacia su único objeto y sujeto de inspiración y dedicatorias.
Temiendo que el poeta eléctrico regresaría a las andadas programamos
competencias periódicas con los creadores de las galaxias próximas; eventos en
los cuales la musa, suspendía su programa de celos siderales. El jurado de esos
certámenes recibió instrucciones precisas para declarar, de cuando en cuando,
derrotas injustas para Electropoeta.
Debo confesar que nos entusiasmó
la broma y el equipo entero se enroló en los concursos, enviando robots ataviados
con gorritos y plumajes parodiando a los poetas de las épocas pretéritas. Mis
colegas llevaban el signo de la travesura en los ojos, y parodiaban sus
composiciones. Saltaban al techo del escenario de competencias, se colgaban de
las cortinas y las usaban como lianas. En lugar de llorar chorreaban
explosiones por el cabús y se revolcaban en falsos ataques catalépticos
mientras berreaban: “¡Oh robotina, mi amadísima robotina, la más hermosa de
ecuaciones no-lineales te concibió; pero el demonio de la entropía sideral te
arrancó de mis circuitos!” El público azorado, se reía y aplaudía nuestros
desatinos. La Electromusa, secretamente reprogramada, reprendía a su pareja:
“Eso es poesía de vanguardia; como que tus circuitos se están atascando en el
siglo pasado; deberías seguir su ejemplo.” Las revistas especializadas sí
sospecharon de nuestro engaño y protestaron por los premios recibidos, recuerdo
una que se tituló: “Banda de bufones, premiada injustamente” En el texto, los
críticos académicos reclamaban que Electropoeta era un campeón sin corona y pedían
una revisión radical en el sistema de punteo de los jueces, para aplicar una
votación universal, secreta y directa. Al concurso siguiente acudió un rival merecedor
de gran respeto que presumía ser un auténtico FSD. ¿Cómo un auténtico FSD? Los
FSD legendarios: los habitantes de la Fase Superior de Desarrollo y, también la
última del universo entero; mencionados en la lengua franca del cosmos como
efesides o por sus siglas FSD.
El concurso se volvió espectacular
e intenso. Los poemas del efeside parecían anticipar cada estrofa que lanzaría
el Electropoeta, pero nadie en la galaxia sentía la misma emoción con ese
extranjero, ni alcanzaban a vibrar igual ante su superioridad manifiesta en
situaciones tales, como arrancar el escenario con todo y público desde el
planeta sede para reubicarlo instantáneamente en una luna azul que argumentó
resultaba más inspiradora. Tales prodigios provocaron respeto pero una
modalidad de empalago, pues los FSD están tan elevados sobre los demás seres
que provocan una incomprensión final. Perplejos y agobiados los jueces
declararon imposible definir si sufrieron de alucinaciones, pero sí otorgaron
la presea al efesida y decretaron la cancelación de los concursos.
Alrededor de la galaxia, la
enfermedad EMRI misma desaparecía, pero los recuerdos se mantenían y para la
mayoría ese estado exaltado y romántico era preferible a su presente. Empezaron
a componer rimas y canciones para saciar a los microcircuitos cuando extrañaban
los efluvios amorosos de la electropoesía original. De corazón, los habitantes
curados de EMRI sabían que las derrotas de Electropoeta en los concursos, eran
una injusticia descomunal. Encontramos el modo de arreglar ese inconveniente
multitudinario a un costo excesivo, pero visto a la distancia, la solución era
casi trivial, pues bastó reducir el “efecto intensidad” de los electropoemas
para convertir la tragedia en final feliz; del mismo modo que la incandescencia
de la soldadura metálica arruina la visión también la calibración original de
poeta cibernético era excesiva. Su creador se excedió para impresionar a su
socio, Clapaucio y ese fue el error: una dosis descomunal de efecto poético en
cada línea terminaba turbando a los receptores. Modulando la intensidad de
Electropoeta se convirtió en un centro de atracción y regocijo para la galaxia
entera: desde regiones lejanas acudían peregrinos para disfrutar y consultar
ese prodigio. Incluso ese ajuste fue beneficioso para la economía de esa región
espacial.
Trurl no quedó tan complacido con
la modificación del Electropoeta e intentó el reconocimiento de su criatura. El
Electropoeta aleccionado por la Electromusa le retiró la amistad a su inventor y
prohibió su ingreso al planetoide aduciendo una serie de pretextos imaginarios
y una narración de eventos que denostaba la participación de Trurl.
Para redondear esta aventura,
bastará mencionar que la dinastía de Robóticus finalizó sin descendientes. Tras
la crisis de la sucesión se instauró un gobierno republicano, que giraba
alrededor de Electropoeta como eje del sistema Judicial que compensaba los
desequilibrios y querellas de los gobernantes, pues los habitantes galácticos
de ese confín estimaban que quien combinaba tanto amor, elocuencia y abnegación
ante la injusticia sufrida en carne propia (ante los certámenes perdidos),
debía ser un excelente Juez. Si una de las partes se perjudicaba con el
veredicto, la forma de emitirlo con un emotivo y edificante electropoema
zanjaba las diferencias y, con el corazón acongojado o alegre, los enjuiciados
se alejaban sin ninguna queja. En vez del filósofo gobernante del legendario
Platón se instauró la justicia poética,
a un nivel jamás sospechado.