Por Carlos Valdés Martín
Sin advertencia previa explota una bomba en una biblioteca de una
universidad en Ankara, Turquía. Un desconocido sale corriendo del sitio entre
el humo y la confusión, corre a toda prisa con los oídos zumbando y polvo en la
ropa. El único herido no está grave. Cuando los gritos y el humo se disipan, él
ya está muy lejos. Ha abandonado la computadora portátil por temor a que se trate
de una trampa más que un atentado; una trampa para involucrarlo y retenerlo
lejos del deber. Cuando llega al puerto está lleno de sudor y manchas de polvo.
Su mirada es inquieta y decidida.
Por su parte, la oficial de peritajes en esa universidad de Ankara encuentra la computadora abierta y
con un intenso relato que hace suponer en una ficción, aunque en realidad
conecta toda la trama con esa explosión. El nombre firmando el archivo en la computadora indica fue
enviado por A. Ignea para un discípulo.
El texto comienza así:
Avanza el
peligro, de nuevo asechan
a la invaluable Marmita donde se ocultó el secreto de la eternidad. ¿Para qué a
nosotros, infortunados, viajeros del desierto del siglo XXI, se nos cargó los
hombros con una obligación tan pesada? Cierta oscuridad que devora el universo
desde sus entrañas quiere terminar con la eternidad, o más precisamente con su
secreto; porque desde los primeros tiempos los opuestos se enfrentan en discordia y la
eternidad está amenazada desde lo inmemorial y por siempre. Quizá la eternidad
completa no dependa de este secreto, pero sí depende nuestro mundo, nuestro
gran entorno conocido, más allá de lo que conocemos, y aún más lejos de donde alcanzan los telescopios. A diferencia de una potencia
divina que preexiste al universo, la eternidad no parece tan grandiosa.
La eternidad se resume en el emblema de Odradeg la serpiente primordial que
sostiene al mundo desde abajo, mientras se muerde la cola, porque su principio
y final coinciden El alfa y omega
son lo mismo para la serpiente infinita Odradeg y ella no tiene madre ancestral porque ya estaba ahí
al principio, por eso simboliza a la eternidad misma.
Pero los humanos, efímeros
y con las horas contadas en nuestro reloj personal, no parecemos buenos
guardianes del secreto de la eternidad; somos guardianes deficientes, para empezar,
porque ignoramos la eternidad misma, en su plenitud como entidad genérica. En
cambio, deseamos una especie de eternidad personal; por eso a Juan Ponce de León,
afamado conquistador español que exploró las costas de Florida, se le recuerda
como posible descubridor de la “fuente de la eterna juventud”, un arroyo mágico
que debía recuperar la mocedad para los ancianos. El arroyo mágico por el cual
Ponce de León se hizo legendario no formaba parte del plan del conquistador, pero después se
convirtió en un emblema de quimeras. Esa fuente de la juventud simboliza la aplicación de la
eternidad a la vida personal, lo cual es una versión egoísta y casi vanidosa de
lo que ofrece la eternidad misma.
La Marmita de la eternidad existe, no como un ente metafórico sino como uno
físico, como un talismán portentoso y de efectos precisos: la sobrevivencia de
la memoria del mundo mismo, su conservación como entidad de continuidad
existencial. Un filósofo se atrevió a insinuar que el tiempo es el reflejo
móvil de la eternidad y eso se confirma de esta manera, porque la eternidad define
una especie de sello de garantía, mediante el cual, ante el perpetuo cambio de
los fenómenos naturales, se mantiene la cadena de la continuidad. ¿Se han preguntado si es
posible dividir indefinidamente el tiempo en unidades tan pequeñas e insignificantes que la mera
existencia se desvanece? A diario se divide el tiempo, pero a niveles micrométricos la operación
matemática deja de tener sentido. Colocándonos en un lapso tan insignificante que ni una partícula luminosa
se mueva, nos aproximamos hasta un extremo, porque a medida que la
fracción de tiempo sea más pequeña descubriremos esta situación: en esa “micronésima” nada está
sucediendo en el universo entero. Cuando la fracción temporal que dividimos es
tan insignificante que hasta el movimiento del veloz e infatigable fotón se
detiene entonces algo preocupante estaría sucediendo en el universo. Mientras
nuestra inocencia nos proteja de esta clase de elucubraciones asumiremos que la
práctica nos dicta la inexistencia del problema. Por inocencia creemos que no
existe problema con dividir el tiempo en fracciones infinitesimalmente
pequeñas, porque una división es una mera hipótesis de trabajo y a nada arribamos
con tales especulaciones febriles. Aquí supongo que intuimos ya algo
interesante, por ejemplo, Descartes había supuesto que entre dos fracciones tan
pequeñas de tiempo la continuidad hacia la siguiente fracción únicamente estaba garantizada
por Dios mismo, porque el
pegamento entre las tajadas de navaja del tiempo no estaba garantizado de
antemano. Luego resulta que no es Dios “en persona” quien garantiza la continuidad
del tiempo, quizá él tenga urgencias más importantes, porque deja esa tarea al
secreto de la eternidad.
El secreto de la eternidad tiene un nombre y radica en un objeto pequeño,
que no es de factura humana, sino un legado supremo. Posiblemente, su entrega sea
la obra de un dios menor, incluso he pensado que la leyenda de Prometeo y otras,
cuando hablan de un dios entregando el fuego a los humanos esconden otro tipo fuego,
más importante que el útil de cocina. Resulta absurdo el por qué Zeus enfurece
con Prometeo por entregar algo tan rudimentario como el fuego ordinario. Claro,
para el avance civilizador el fuego mismo era importante, pero a nivel de las
divinidades no tenía sentido molestarse por una hoguera en casa para cocinar.
Creo que la leyenda de Prometeo esconde, bajo manto del fogón ordinario, al fulgor del secreto de la
eternidad. Y es lógico que la leyenda griega confunda los términos, en principio ellos no
fueron los destinatarios del secreto, sino que fue entregado a sus vecinos no
tan cercanos y sí más antiguos.
Los antiguos egipcios llamaron al secreto de la eternidad con el nombre de “Ho-ra”,
término compuesto para expresar algo así como “vibración primordial del dios
solar”; donde indican una relación entre Ra el dios solar y Horus el dios
halcón, príncipe de la bondad, pero bajo su aspecto de sonido. El sonido
relatado por los egipcios ahora debemos interpretarlo como una vibración, una
frecuencia especial. La luz y el sonido poseen en común ser ondas, que es la
forma de expansión de la energía, pero en este caso, el secreto tiene una
frecuencia única, tan breve, tan diminuta que sirve como puente constante entre
dos instantes cuánticos del cronómetro. El tiempo no dibuja una línea continua sino
un salto sobre puntos infinitesimales separados, entre los cuales se extiende
un abismo de brevedad inferior al tiempo, y ese abismo menos que microscópico,
se debe saltar siempre para pasar de una unidad de tiempo real a otra. Si se
dejara de saltar ese abismo la existencia caería vulnerada, pero una vibración
suficientemente pequeña, para ajustase a esos microscópicos abismos es el puente
constante que mantienen la continuidad del tiempo. Cada vez que una unidad de
tiempo infinitamente pequeña alcanza su final la vibración contenida en el
Ho-ra sirve de puente para saldar la deuda con el vacío y llegar a la
materialidad del siguiente instante del tiempo. El mecanismo para este efecto
es la vibración del Ho-ra, la cual es inconcebiblemente intensa y pequeña, tan
diminuta que ningún material o artefacto emanado de este universo podría
crearla. Por eso este Ho-ra resulta irremplazable, no se volvería a fabricar,
incluso reuniendo todos los conocimientos existentes y por existir.
Ellos, los sacerdotes egipcios, tuvieron suficiente cuidado con ese objeto
valioso, aunque ignoro si aquilataron su importancia. Es evidente que al recipiente
lo colocaron abajo de un alto obelisco de roca, tal como se le encontró miles
de años después. El obelisco es un rectángulo de piedra terminado en punta, semejando una antena radial, que
transmitía el poder desde el secreto de la eternidad. La transmisión
mediante el obelisco parecía garantizar la correcta marcha del tiempo, pero
también existen relatos indicando los beneficios secundarios, como el convertir
en ligera y dúctil a la dura roca de la región durante ciertas fases
astronómicas. Durante días el efecto del Ho-ra sobre las piedras cercanas
generaba suavidad y ligereza a la piedra facilitando la obra constructiva de
grandes pirámides, pero pasadas esas fechas estelares las piedras recobraban su peso y
consistencia. De hecho, hasta ahora nadie ha confirmado cuál fue el obelisco original ligado al Ho-ra.
Después de la invasión napoleónica a Egipto el furor por extraer los bellos
obeliscos en piedra no era casual, pues alguien encumbrado en Roma sabía que
bajo los obeliscos dormía un gran tesoro y que de ellos salía una emanación de
poder. Afortunadamente, las extrañas cualidades físicas del Ho-ra le
permitieron que su descubrimiento quedara en la sombra, y que su viaje a
Francia ocurriera bajo el mayor sigilo. Un investigador ha sugerido que las convulsiones
de la Revolución Francesa que abrieron el camino a Napoleón significaban
previsoras emanaciones del Ho-ra preparando su ruta de salida desde Egipto,
cual Moisés escapando del cautiverio. La nación egipcia hacia milenios había
perdido su brillo histórico, entonces una región olvidada y sin fuerza no era
el asilo adecuado para mantener esa clase de portento[1].
El Ho-ra concuerda con una creación divina, directamente una emanación desde
los orígenes del universo, porque su rango de acción sobre el curso del
universo es tan esencial que no es creíble sea una invención tardía. Los
científicos avanzados de la física creen que en el chispazo inicial se crearon
las leyes fundadoras del universo, dentro de esas leyes se creó el tiempo y su
sentido (que del pasado avanza hacia el futuro surcando mediante el presente).
El tiempo cambiante se parece a las fotografías que se diferencian
perfectamente en la película cinematográfica, con las 24 exposiciones por
segundo, pero el ojo cree que es una continuidad ininterrumpida. De manera
similar el efecto temporal puede imaginarse como una infinita unidad de saltos
cuánticos, de pequeños abismos de cambio, nos parecen juntos por una especie de
milagro, que los mantiene atados, la unidad entre esos microscópicos abismos de
tiempo es mantenida por una fuerza externa que liga los tiempos móviles hacia
su referente unitario, su continuidad en un fondo de eternidad. El Ho-ra se
encarga de mantener atados los minúsculos trazos de tiempo, se encarga de pegar
las fotografías separadas y las mantiene atadas ante la retina del universo,
que las observa como una continuidad aparentemente indisoluble. ¿Por qué el
pegamento del tiempo, que garantiza la continuidad en eternidad debe estar
concentrado en un objeto pletórico de energía? Esa pregunta me asalta repetidas
veces, pensando que sería más seguro, que esa garantía de continuidad eterna
estuviera dispersa junto con las ondas esenciales, esas radiaciones difusas que
nos recuerdan cuando el universo se originó en una gran explosión. Si la
continuidad del tiempo se repartiera dentro del mismo como una característica
esencial de su materialidad, de su ser íntimo, no estaría revelando esto.
Tampoco puedo saber si el Ho-ra que radica en nuestro planeta tiene una
eficacia delimitada en nuestra región contigua del universo, quizá sí está disperso
el Ho-ra y existe un sistema de estos objetos repartido entre los diferentes
puntos de nuestra galaxia y luego millones más repartidos entre los millones de
galaxias. Espero, por el exceso que implica un objeto de estas características
colosales, que existan más, incluso millones de millones de Ho-ra dispersos
entre esta galaxia y las demás. Si fuera cierta la multiplicidad de los Ho-ra
entonces el riesgo de su pérdida nos afectaría como seres humanos y quizá
afectaría a sistemas planetarios contiguos, y supongamos a la galaxia entera;
sin embargo, no es lo mismo la pérdida de nuestra galaxia a la desaparición del
universo, porque quizá existe vida en millones de galaxias diferentes.
Así como el pueblo judío debió construir el Arca de la Alianza para recibir las
leyes divinas, el pueblo de Egipto debió de recibir una severa instrucción para
resguardar el Ho-ra. Evidentemente una Marmita para recibir tal objeto no surge
de una tecnología primitiva, sino que nace de una precisa instrucción desde
fuerzas superiores (angelicales, metafísicas, civilizaciones superiores o lo
que sea). El objeto está forjado con cristal metálico, cuya fórmula precisa no
me es permitido revelar. La singularidad de esta aleación de cristal metálico radica
en que genera un campo electromagnético inigualable, el cual impide que el
Ho-ra esté en contacto con cualquier objeto material externo. El campo
magnético tan fuerte se convierte también en campo gravitatorio, el ligero
Ho-ra flota sobre su Marmita, pero también se aleja de las paredes y la
tapadera, incluso se distancia de los gases atmosféricos circundantes; se
mantiene alejado incluso en caso de fuertes saltos y vibraciones. Aislado
dentro de un campo magnético seguro, el secreto de la eternidad cumple sus
funciones con precisión. El diseño de la Marmita opera por el material único de
su fabricación, la fuerza de los
enlaces metálicos poseedores de inaudita dureza combinada con el orden
intrínseco de los cristales poligonales, alineados en cadenas de moléculas poseedoras
de un orden perfecto. Esa singular alineación dura y cristalina, que llamamos
“hipersíntesis” metálica-cristalina resiste golpes y presiones. Sobre
las presiones recordemos que ha
durado siglos enterrada abajo de un obelisco, soportando toneladas de roca vertical sobre ella.
La figura macroscópica de la Marmita, asemejando a un huevo en su interior,
está diseñada para resistir, porque esa forma de aovada permite un reparto de
las presiones superiores e inferiores hacia el conjunto del recipiente. Ante
presiones laterales la forma de huevo no es específicamente resistente, pero
recordemos que en este mundo la fuerza acumulativa mayor es la gravitatoria,
entonces se debe poner especial empeño en neutralizar la presión de la gravedad.
Al parecer, aunque jamás ha sido puesta ante tal prueba, la resistencia ante el
peso de la parte superior es de varios cientos de toneladas. Además, el mismo
diseño hace que la Marmita quede siempre de pié por una disposición simple pero
ingeniosa, ya que en la forma ovoidal traslada su peso hacia la parte inferior.
Para evitar las tentaciones y flaquezas humanas, la Marmita recibió un
exterior poco atractivo, y las instrucciones de diseño incluyeron colocarla
dentro de una vasija de barro, también en extremo endurecido y resistente, y
luego pintado con signos amenazadores. Los adornos externos evocan maldiciones,
incluyendo alusiones gráficas al peligro de manipular tal recipiente. Los
jeroglíficos exteriores, entre otras cosas, dicen: “peligro, esto emana un
veneno activo, respirar los gases le causará la muerte”. Calaveras pintadas
acompañan esta advertencia, y unos cadáveres próximos entristecían el escenario de la cámara donde el
Ho-ra se ocultaba debajo del obelisco. Como atestigua el paso de los siglos, el
diseño de seguridad de la Marmita era convincente y durante los reinos egipcios
jamás estuvo cerca del saqueo. Triste
trance para las tumbas faraónicas, pues éstas siempre eran saqueadas por
las riquezas que escondían, pero la cámara debajo del obelisco únicamente
albergaba una urna junto
a escombros y cadáveres, así ningún saqueador se interesó por violar sus
secretos.
Ignoro cuándo los sacerdotes olvidaron los poderes del Ho-ra. La naturaleza
del conocimiento secreto y celosamente oculto, reservadísimo a una minoría más
que selecta, implica el riesgo de perderse. El conocimiento de su fabricación,
hasta donde tengo noticia no se conserva en ningún papiro y tampoco aparece ningún
jeroglífico sobre el confinamiento del Ho-ra. Pregunto ¿cómo llegó hasta su
recipiente? ¿antes estuvo en otro recipiente? ¿Acaso se lo entregó a los
sacerdotes egipcios un fuerza galáctica o angelical? Si fuera cierto, que la Marmita
sirvió para la
construcción de las grandes pirámides, como lo sospecho, entonces después de dos
reinados se clausuró la utilización de esta cualidad gravitatoria sobre las enormes
piedras. Quizá sólo pocas generaciones de sacerdotes mantuvieron el secreto del
Ho-ra, lo guardaron tan hermético, que algún mal día una convulsión política o
una epidemia rompió la cadena de este saber. Bajo el obelisco quedó resguardada
la Marmita, lejos de las miradas de los curiosos, disimulada con miedo y una
apariencia de barro humilde.
Después de la invasión napoleónica, en Francia cundió la manía por lo egipcio
y de ahí se expandió por Europa. Creció el interés por los objetos vistosos y
los europeos pagaban pequeñas sumas a los nativos, que para entonces eran atractivas;
antes que la arqueología surgiera como disciplina el apetito por el simple
saqueo había crecido. Tengo perfectamente claro el itinerario inicial de la Marmita
saliendo de Egipto, pero aquí no viene al caso revelarlo (consultar en apartado
14 de Caracalla). A Francia la Marmita llegó ya sin su cubierta de burdo barro
la cual dentro de su cámara subterránea se fracturó espontáneamente con el paso
de cientos y cientos de años en encierro. En su nuevo país la Marmita fue
renombrada por el primer investigador, quien fue cautivado por este objeto. Por
él se le llamó, “l’énigme”,
porque descubrió que el recipiente era enigmático, verdaderamente extraño
ante los ojos de un apasionado. Y el misterio se mantendría mientras no se
abriera para revelar el secreto. Resulta que el enigma no se abría a pesar de
su apariencia un tanto cristalina, como un objeto de cristal cromado casi
traslúcido, que adivinaba una tenue emanación de luz desde el interior. El
investigador a que me refiero era Olivier Rampal, un discreto aficionado a la
ciencia y a la alquimia por parejo, en tiempos cuando la alquimia ya había
pasado de moda. Creo que la afición por el misterio de Olivier se debió tanto a
su curiosa sicología como a su ingreso juvenil dentro de una sociedad masónica,
en la cual aprendió las ventajas de la discreción ante los ojos extraños.
Durante décadas Rampal conservó en reserva su objeto y sólo un reducido grupo
de amistades tenía acceso a su maravilla privada. Me imagino la sorpresa de sus
amigos cuando Rampal oscurecía completamente su habitación y sacaba de una caja
desvencijada su “enigma”, que emanaba una ligera luminosidad azul, asombrados
ellos debían de exclamar, que eso brillaba sin una flama interior. Luego él
mostraba otros portentos como la dureza del objeto al golpearla contra una
barra de metal, pues su dureza la había observado cuando accidentalmente el
objeto cayó al suelo con un golpe seco, sin vibraciones. Finalmente, como una
nueva prueba para el rey Arturo, ofrecía el premio de un apetitoso habano
importado para el amigo que abriera su enigma, porque parecía estar coronado
con una simple tapa enroscada. En efecto, el borde superior de l’énigme indicaba el rastro de una
rosca del mismo material hundiéndose en ella; eso era una invitación a probar fuerza
como ante un frasco de mermelada. Ningún amigo logró jamás abrir la Marmita, y
eso era de esperarse, pues ya antes el mismo Rampal había intentado lo mismo,
pero aplicando ingenios mecánicos mediante pinzas y tornillos de prensa. Al
principio supuso él que la dificultad radicaba en algún atasco por sustancias
pegajosas desde hace siglos, después creyó que una abolladura metálica impedía
el movimiento de rosca, pero no encontró evidencia de alguna deformación del
recipiente.
Creo que la emanación del Ho-ra genera un efecto directo sobre algunas
mentes, porque el caso de Olivier fue portentoso. Este primer depositario, antes
simple ciudadano sin ningún vuelo se fue convirtiendo en un erudito múltiple,
pero con un capricho por ocultar las dimensiones de su talento. Mi
investigación particular llevó a la conclusión inequívoca que Olivier entregó
diversos trabajos científicos a terceras personas para que acapararan la fama y
la fortuna mientras él se contentaba con las delicias de un saber desconocido
por el mundo. Unos los beneficiarios de sus aportaciones procuraron ignorarle y
otros le guardaron gratitud, contribuyendo a la protección económica de ese
genio misterioso que brillaba en la mente de Rampal. De alguna manera él sabía
que la casual posesión de su l’énigme había atraído una aceleración mental extraordinaria
y le aportaba un beneficio más sustancioso que ganar la lotería. El
convencimiento de que ese objeto era su talismán personal le trajo una actitud
de reverencia y de estudio minucioso. Dejando las bromas, Olivier ocultó
sigilosamente la existencia de su talismán, pero en la mitad de un siglo XIX
pleno de avances científicos, los nuevos métodos de la ciencia se practicaron con
cuidado y sistema sobre l’énigme,
desde 1833 hasta 1888. Las múltiples investigaciones parecían no resolver
nada sobre el objeto, cada indagación parecía alejarse de la hipótesis y el
resultado esperado. Los progresos con electromagnetismo fueron los únicos que mostraron
una relación consistente con la Marmita, pero no se alcanzaron conclusiones definitivas.
Olivier tuvo dos herederos de sus investigaciones, a quienes personalmente
les encargó resolver los misterios de su objeto. Al morir las mayores
esperanzas de Olivier estaban en Bernard X (como firmaba sus documentos), quien
tenía nacionalidad francesa, pero provenía de la región alsaciana, y a quien
afectaron las vicisitudes de una zona fronteriza que cambió de manos de Francia
a Prusia. Este Bernard X fue el depositario de l’énigme pero no parece haber
sido feliz con esa responsabilidad, pues en algunos escritos privados describe
vagamente como “una losa que aplasta su vida”, como “una carga que no le
permite alegrarse a ningún precio”. De acuerdo con esas opiniones parece que se
alejó personalmente del objeto y luego de muchos años encargó al otro discípulo
que recuperara la custodia definitiva. Por su parte, al cambiar el siglo emigró
hacia Alemania poseído por una pasión amorosa y agotado por largos años de
estudios, se consideró a sí mismo un jubilado, se cambió de nombre y adoptó una
identidad alemana, que no le fue difícil por sus rasgos de alsaciano rubio.
Aunque se consideraba un retirado, continuó haciendo investigaciones científicas
en el campo de las matemáticas, la física y le apasionaban los temas de códigos
indescifrables. Debido a que Bernard cultivó hasta sus últimos días el método
de entregar a otros sus investigaciones terminadas, nunca se comprobará que el
sistema criptográfico del ejército alemán de la Segunda Guerra
Mundial para enviar códigos indescifrables emanó de su ingenio, pero el nombre
de ese sistema de claves coincide con el apodo que su maestro le dio a la Marmita
misteriosa.
No sé por qué, pero siempre el caballero más joven, como Pércival, debe resolver el misterio. El
segundo alumno de Olivier era Fabrizzio del Toro (un mestizo en quien las
ascendencias de italianos con españoles y hasta africanos eran evidentes) siguió
un desarrollo pausado. Este fue el último alumno de Olivier, pero aventajaba en
una singular materia crucial para lo que aquí discutimos: era erudito en la ciencia física, un
estudioso de la estructura interior de la materia. Si la Marmita no se abría, y
además la petición más expresa de su maestro era cuidar con su vida que esa
herencia no fuera dañada, entonces lo que debía investigar era la tenue luz
azulada que emanaba desde el fondo. Ahí emanaba una luz que, al menos, seguía
irradiando desde hacía más de dos mil años; ninguna otra fuente conocida tenía
esas propiedades, y entonces se entrelazó con el estudio de lo que ahora es
conocido como una emisión luminosa debida a radiación débil, como en los
efectos de materiales fluorescentes. La investigación de las radiaciones era el
camino correcto porque la antigua hipótesis de la electricidad, que en su
momento pareció tan plausible a Olivier, se había desechado. Piénsese en la
conjunción de un campo electro magnético con una emisión luminosa, es un argumento
directo para razonar en términos de electricidad, pero después en la Marmita no
se encontró evidencia de una emisión notoria de electrones. Una débil radiación
podía durar por miles de años y solamente Fabrizzio estaba buscando explicar
dos mil años, pero después estaba otra idea ¿si el contenido de l’énigme era mucho más
antiguo? Casi veinte años después las investigaciones de la radiación de
Fabrizzio encontraron otro callejón sin salida, porque parecía que tampoco
emitía suficiente radiación directa detectable para explicar así su
luminosidad.
Si bien el desarrollo intelectual de Fabrizzio creció con los años y sus
comunicaciones con diferentes científicos cambiaron de matiz, porque ya no
ocurrió como durante la vida de su maestro que simplemente comunicaba un
invento terminado, sino que ahora existía un diálogo entre iguales. De nuevo surgió
una discreción como la del maestro, de nuevo un afán de ocultarse, pero ahora
los descubrimientos parecían avanzar en avalancha, saltando muchas veces por
encima de las intuiciones del poseedor de l’énigme. Las razones de la
discreción finalmente resultaron evidentes para Fabrizzio cuando varios de sus
corresponsales escaparon de la
Alemania nazi. Con la sombra de la Segunda Guerra
cerca él también decidió escapar de un escenario tan adverso por lo que
aparentó ser un coleccionista de antigüedades excéntrico. Además de un
telescopio que se creía perteneció a Copérnico y un violín Stradivarius su
única verdadera reliquia era la que ya sabemos. Como no tengo testimonio de
este viaje, la localización de ese violín en Chipre y del telescopio en
Sudáfrica, suponemos que su itinerario fue accidentado. Quince años después de
la guerra en 1960 aparece en Mérida, una ciudad provinciana de México, cercana
al meteorito que destruyó a los dinosaurios hace cincuenta millones de años.
Entonces Fabrizzio toma un discípulo a quien le revela la relación entre el
meteorito y el material con que se construyó el querido l’énigme y además de mostrarle el
primer diseño teórico de una estratagema para abrir la Marmita. Ambos
permanecen haciendo diversas investigaciones durante una década más hasta que
falleció Fabrizzio.
Al siguiente discípulo lo llamaremos, de acuerdo a su pasaporte John Aguiar, nombre que parece una
deformación angloparlante de Juan Aguilar. Por motivos que deduzco, su
discípulo decide adoptar la ciudadanía norteamericana, viaja repetidamente a
Estados Unidos y establece relaciones con científicos de universidades. Las
reglas de discreción de Olivier fueron convertidas por su discípulo en unas
reglas de simulación. Mediante su simulación, él se presenta como un avanzado
en la biotecnología, ciencia que no le interesa, mientras se adentra en el
campo de los estados alterados de la materia, la situación de plasma y los
campos magnéticos antigravitatorios. La aplicación de los campos magnéticos
antigravitatorios es la continuación del esquema de su maestro, que tenía una
solución teórica al problema de la apertura de la Marmita, según la cual, la
única forma de abrirla es reproduciendo la condición que existe en su interior.
La condición de su interior, según se debe recordar, establece un campo
magnético que genera el efecto antigravitatorio; ese impulso en un pequeño
espacio también genera un efecto expansivo hacia afuera. Mientras adentro el
centro se suspende mediante una repulsión equidistante hacia sus orillas,
también a espaldas de este efecto existe una expulsión y esa fuerza de salida,
por la geometría del recipiente genera que los cristales metálicos se enganchen
de tal manera que presionan sobre la superficie interior, atorando
herméticamente la tapa con el cuerpo, impidiendo con una potencia de cientos de
toneladas que se mueva la tapa superior. Recapitulando esto se parece a una olla exprés que bloquea una
tapa con la fuerza expansiva, con la diferencia de que la fuerza
interior nunca está oscilando, ni acumula energía, pues la mínima variación de
energía escapa en forma de una luminosidad residual. Para aflojar el sistema la
única alternativa parece ser crear exteriormente el campo de magnetismo
gravitatorio suficiente que neutralice la presión interior, mientras mantiene a
la Marmita flotando, y entonces la rosca se girará con suavidad y sin
problemas, para finalmente revelar el contenido interior.
Por alguna de las casualidades del destino, John consiguió los efectos
personales de Bernard X, entre los cuales descubrió una docena de cartas
dirigidas a su maestro pero que nunca fueron enviadas. En la última encuentra
la petición reiterada y casi obsesiva de no abrirla hasta que garantice que su
contenido no es peligroso. Esa misiva fechada en 1943 le recuerda a su colega
que los descubrimientos científicos se están usando para matar, lo cual es el
extremo de las aberraciones humanas, le indica entre líneas que él sabe del futuro
uso militar de la energía atómica y que ha recurrido a sus contactos con los
jóvenes científicos alemanes para desalentar cualquier investigación al
respecto. El legado de Bernard X es una advertencia: “Si un militar imbécil tuviera en sus manos
la oportunidad de fabricar un instrumento para destruir una enorme ciudad, lo
haría; si tuviera en sus manos fabricar un instrumento para destruir un país
entero, también lo haría; si tuviera en sus manos fabricar un instrumento para
destruir un planeta, lo haría; pero si tuviera en sus manos la oportunidad de fabricar un instrumento para
destruir el universo entero... espero que no sea nuestro legado lo que
proporcione ese instrumento destructor ... Siempre es mejor detenerse, y volver
a fingir ignorancia... A veces temo que me obligarán a trabajar para ellos o
que descubran mi pasado” Resulta evidente que esta carta jamás llegó
a manos de Fabrizzio porque Bernard X jamás salió de Alemania, murió en un
bombardeo durante el año 1944.
John permaneció pensativo muchos meses
y luego abandonó el proyecto de abrir la Marmita. Tomó
mayores precauciones y prefirió saber más del contenido de l’énigme antes de
intentar su apertura. La posibilidad de una desastrosa utilización de sus
conocimientos y los de sus predecesores empezó a convertirse en una especie de obsesión
para John. Además, a partir de entonces, se volvió más desconfiado, intentó
seguir el camino de una más estricta discreción ocultando dentro de claves
herméticas los resultados de sus investigaciones y buscando un refugio material
más seguro para l’énigme.
Al revisar años de actividades descubrió que había dejado demasiadas
huellas visibles, en especial, recordó su incursión dentro del mundo académico.
Después repasó las pisadas de su maestro y luego las huellas del maestro de su
maestro, donde se detuvo porque no sabía nada más. Al repasar pasajes que le
contó su maestro, los cuales sabía de memoria, y luego enlazar investigaciones,
un detalle le fue pareciendo cada vez más sorprendente: en ese largo camino acontecía
la facilidad más nítida, cualquier obstáculo se abría, cualquier barrera caía.
Recordó que su maestro, Fabrizzio, la huir de la guerra tomó un camino difícil,
vagó por latitudes extrañas,
tuvo desvaríos y descarríos. En el oriente islámico se robó a una doncella, y,
contra la costumbre regional, el juez del pueblo lo perdonó tan rápido como
inexplicable; en Chipre unos salteadores primero lo apresaron y lo amenazaban
de muerte, cuando repentinamente cambiaron de opinión y le regalaron dos
caballos. Si bien Olivier era
de un carácter completamente apacible, las convulsiones políticas parisinas
parecían no hacer ningún efecto en su vida cotidiana, incluso eventos tan
tensos como el sitio de los Prusianos y la sublevación de la Comuna parecían tenerle sin
cuidado, mientras los soldados asaltaban la casa del vecino la suya era
respetada. Algo parecido aconteció con Bernard X que saltó por encima de la Primera Guerra,
incluso con su extraña condición de francés convertido en alemán, y luego
sobrevivió hasta el final de la
Segunda; solamente, su muerte por una bomba parecía esquivar
al “club de la buena estrella”, sin embargo, entonces él ya rondaba los 72
años, una edad en la que hasta los resfríos matan. El tema de la buena suerte
excesiva inquietó a John durante un par de años, hasta que redobló sus
preocupaciones cuando, por medio de sus indagaciones, dio con el paradero del
resto de la correspondencia no enviada de Bernard X, en la cual se explicaban,
a retazos, los motivos por los que l’énigme le abrumaba tanto. El poseedor que renuncia a la
herencia no es por una falta de carácter sino porque percibe un contexto
extraño, año con año, va sopesando cierto entorno insólito, y termina descubriendo
que existe una especie de
conspiración en torno a su legado. Por diversos indicios descubre que
existe una organización secreta que está más interesada en l’énigme que él mismo, pero no se
trata de un grupo de operación sencilla, no se refiere Bernard X a un grupo de
bandidos, sino a una escisión de los seguidores de Seketh. Ese grupo se mueve
bajo la premisa de que “Ho-ra no revela sus secretos a los descendientes de
Seketh”. Ellos son la continuación de una ramificación rival de los sacerdotes
egipcios, y son los tataranietos de seguidores de Seketh, diosa de la noche
guerra y la doctora de la madrugada, patrona del escorpión de la venganza y
justiciera repartidora de antídotos, pero requieren de sus antagonistas, de los
vástagos del Sol, de Ra y de Horus, el día y la bondad, para apoderarse del
contenido de l’énigme, porque
el recipiente cerrado no tiene sentido para ellos. Los derivados de la noche intentan
manipular a los vástagos del día, quienes ignorantes llegarán a abrir
inocentemente la Marmita. Bernard X creía que los filiales de Seketh habían
perdido la brújula y eran los extraviados quienes buscaban extraer el poder
destructivo, que ellos suponían era el máximo del universo; en cambio, la
mayoría de los descendientes de los sacerdotes estaban conformes en que la
contraparte custodiara algo tan peligroso. Como era vigilado, Bernard X hacía un doble juego
haciendo creer que él mantenía oculta la Marmita, que no era Fabrizzio
quien la estaba custodiando. Los derivados de Seketh —la facción extraviada de
esa cofradía ancestral— no cayeron en el engaño, pues entonces también vigilaban
al errabundo portador de l’énigme.
Estas revelaciones helaron la espalda de John, porque tenían la indicación
en clave de que “los emanados de la noche me matarán si descubren que busco
impedir que mi colega abra la Marmita... los conozco tan bien, adivino que
simularán mi muerte en un bombardeo”. Esta era la última nota y tenía una fecha
de dos días antes de la muerte de Bernard X ocurrida durante un bombardeo.
El perseguido, de alguna manera tendría que convertirse en perseguidor,
para enfrentarse a su legado. Comúnmente, la inteligencia trae aparejado un
exceso de confiada inocencia. Al descubrir a los de Seketh, John urdió un
complejo plan para escapar de cualquier vigilancia, y establecer un código de
protección para la reliquia primordial. Semejante al antiguo reino egipcio,
algunos años después, John también ordenó a una minúscula élite sacerdotal, quienes
no escondemos otro propósito que proteger la Marmita del Ho-ra, impidiendo que
otras almas bien intencionadas descubran el secreto que podría destruir al
universo.
Los de Seketh, con toda seguridad asechan, aunque no nos aniquilarán porque
se acabaría la posibilidad de abrir l’énigme. Intentan desatar nuestra ambición de saber o desbarrancar
nuestra imprudencia. Ellos andan tras nuestras huellas y nosotros procuramos
esquivarlos. Nuestra obligación sacerdotal de mantener este conocimiento en un
estrecho círculo es tan peligrosa como los vástagos de Seketh, porque una
accidental conjunción de adversidades podría dejar al Ho-ra, perdido e
ignorado, como ya sucedió antaño.
Ahora la estrategia no es ocultar en un lugar fijo a la Marmita, estamos obligados
a ser custodios nómadas, a continuar un largo viaje que quizá inició en el
estallido primordial, en el primer microsegundo. El nomadismo también preserva
al planeta de efectos funestos, porque recordamos que una cualidad secundaria
del Ho-ra es un efecto antigravitatorio externo,
que fue controlado por un gran obelisco, pero sin ese obelisco preciso y
precioso no existe una garantía. Nuestra tarea es preservar el secreto entre
caminos apartados y desérticos, lejanos a las miradas curiosas, distantes de
las investigaciones inocentes. Contagiados por la preclara inteligencia que
irradia el Ho-ra hacia sus poseedores nos esforzamos en desviar nuestra
atención de la curiosidad —capaz de abrir el recipiente—, así la inteligencia despierta obliga a un
juramento de ignorancia. Debemos contentar nuestras inquietas mentes en
juegos matemáticos, lingüísticos o indagaciones de biotecnología, siempre con
divagaciones alejadas del magnetismo antigravitatorio y de los estados de la
materia plasmática. A la responsabilidad enorme debemos agregar la tristeza de
jamás resolver el misterio que ha ocupado y ocupará nuestras vidas hasta el
último día. Por nombre cifrado, Andrea Ignea, en mis hombros se ha depositado la
pesada carga, y ahora sabes —querido discípulo— lo que te significará seguir
las huellas de mi estrecho sendero. Todavía no sabes lo suficiente y todavía puedes
retirarte, mañana tu permanencia en nuestro círculo se convertirá en un
compromiso imposible de escapar. Si deseas continuar lee con cuidado las
instrucciones antes de que sean borradas…
La siguiente parte del texto fue borrada.
NOTAS:
[1]El tema de los efectos sicológicos y sociales a distancia del Ho-ra no está
resuelto. Únicamente se han podido observar los efectos directos sobre sus
custodios inmediatos, los cuales son intensamente positivos. Pero existen
quienes se preguntan si la desertificación del Medio Oriente tiene que ver con
una presencia demasiado prolongada y si el auge místico por milenio de la misma
región está conectado con este legado. Otros de nuestro círculo se preguntan si
la convulsionada historia de la
Europa del siglo XIX hasta mediados del XX no tiene que ver
con las emanaciones enigmáticas.