Este texto es la 5ta. parte de "AUTOMOVILISTAS EN PELIGRO DE EXTINCIÓN"
Por Carlos Valdés Martín
Grúas
y corralones: el corazón sombrío
En su inicio también me parecieron un adelanto tecnológico, pues un
vehículo capaz cargar a otro, resulta un adelanto. Sin embargo, en oleadas
periódicas los operadores de grúas adquieren la consigna de tomar a cualquier
vehículo sin importar mucho el reglamento de tránsito. No lo comento de oídas,
tengo mucha experiencia confirmando que basta colocar un vehículo en la esquina
de una calle para que termine remolcado y sancionado.
Por costumbre, las grúas no dejan aviso de sus
acciones, de tal modo que el conductor sufre la angustia psicológica de no
saber si su unidad fue arrastrada o sufrió un robo. En algunas ocasiones, resulta
difícil enterarse del paradero, sobre todo en ciudades grandes donde hay varios
corralones y el sistema de información de la Oficina de Tránsito es defectuoso.
Los corralones
se definen como sitios antiestéticos, sin diseño ni decoración mínima: un
simple solar, apenas bardado y guarecido por elementos de seguridad. Sin iluminación ni señalización mínima, los
vehículos se acumulan sin orden y concierto, creando una triste aglomeración de
carros maltratados. En los casos extremos, se acumulan los nuevos “arrastres”
junto a unidades deterioradas y oxidadas, a medio camino entre el cementerio y
hospicio de inválidos de metal y caucho sintético. Basta una mirada a esos corralones para que el corazón de un
propietario quede ensombrecido.
Cuando un vehículo es arrastrado hacia un corralón,
de modo ocasional el dueño sufre un peculiar viacrucis: daños mecánicos provocados
por el arrastre; cobros excesivos; imposibilidad de liberarlo rápido por
errores en la documentación; reporte erróneo sobre el sitio donde está; etc. Si
la operación de grúas resulta cuestionable, ese peculiar viacrucis merece una
amplia censura pública. Ya encerrar un vehículo en un lúgubre corralón, ante
quien lo compró y cuida, resulta motivo de padecimiento psicológico.
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