Por Carlos Valdés Martín
Este texto es la 3a. parte de "AUTOMOVILISTAS EN PELIGRO DE EXTINCIÓN"
Parquímetros y peaje a cambio de nada. En la llamada “época dorada” las carreteras fueron “freeways”, es decir, caminos libres de
verdad, sin pago de ninguna cuota. Sobre esa vía franca al automóvil se
construyó el sueño americano. La oleada privatizadora (mejor dicho: oleada “compadrizadora”)
nos trajo el auge de las carreteras de cuota. Como la ambición humana no tiene
límite, después de las carreteras surge el invento de cobrar en vialidades
internas de la ciudad.
El extremo del cobro que no genera ningún servicio
para el automovilista es el parquímetro. Una operación típica de las dictaduras
es un impuesto sin servicio alguno. Instrumento pensado para sacar ventaja
sobre el espacio de estacionamiento libre, tan disputado en algunas zonas, se
caracteriza por ser impuesto sin contraprestación (pues no crea lugares de
estacionamiento ni servicio alguno) y sin medida (pues el usuario no recibe un
comprobante acumulado de sus pagos y no se compensa con los otros impuestos). Además
se complementa por: caos en su diseño. En la Ciudad de México cada zona utiliza
un tipo distinto de dispositivo y, con el dispensador de esquina, se alcanza el
extremo de que el chofer cae en una
trampa, pues no existen avisos de ese sistema. Como se aplica inmovilizador
y una multa cuantiosa, pareciera que el interés de la autoridad no es cobrar
unos pocos pesos por hora, sino provocar errores en los usuarios y multarlos.
El pariente desamparado del parquímetro es el “franelero”, el cual se apodera de
pequeñas fracciones de la calle, para establecer un mínimo impuesto privado
sobre el automóvil. Ya que con el parquímetro la autoridad da legitimidad al cobro
del espacio de calle, nos preguntamos ¿cómo se atreve a insinuar que está
deshaciéndose de los franeleros? Más bien, ella legitima a esos parientes
desamparados.
Respecto de parquímetro queda un concepto clave, que
nos muestra que se ha diseñado sin pensar en la productividad y, sin buscarlo,
están hundiéndola. La riqueza depende de la productividad y para crearse el
trabajador debe estar libre de distracciones, consagrado a su labor. El parquímetro,
como está diseñado en varias ciudades, apunta en la dirección contraria, pues es imposible aparcar tranquilamente un vehículo durante la jornada legal. La disposición
establece un máximo de cuatro horas para estacionarse. Así, que los diseñadores
de este impuesto desconocen que la jornada legal es de ocho horas y que el
vehículo se suele usar para transportar trabajadores. La elevada multa y la
tardanza para liberar al vehículo inmovilizado, además provoca un “nerviosismo”
evidente en quien deja su vehículo. En fin, el resultado es una baja de
productividad directa entre los empleados que deben salir periódicamente a
colocarle más monedas al parquímetro y adquieren un pretexto más para no ser
productivos.
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