Por Carlos Valdés Martín
Demasiado listos
Tan inteligentes para quedar limitados a la ficción; sagaces y
desbordantes para contentarse con narraciones fantásticas: así operan esos
literatos borderline. Dos ejemplos recientes
son Milan Kundera y Elías Canetti. Esta clase de escritores brillantes sirve de
conciencia para sus contemporáneos. Ya antes existieron narradores que no se
encerraban en la “torre de marfil” y testificaban la conciencia crítica de su
época, guardianes de la verdad revelada como Víctor Hugo o Charles Dickens,
Fiodor Dostoievski o Simone de Beauvoir.
Kundera es un escritor de tesis, de teorías filosóficas
plasmadas en un relato de novela. La insoportable levedad del ser, retoma un
tema existencialista sobre la gravedad de los compromisos y la levedad de las
libertades, que se oponen en las biografías personales e inundan la sicología
individual; en cierto sentido, configura una novela bastante “sarterana” por
retomar ese hito de la filosofía existencialista atea. Existe afinidad porque
Kundera plasma una monografía filosófica durante su creación novelada. Más
claro resulta ese afán de monografía reflexiva en exposiciones posteriores como
la Inmortalidad, donde la
interrogación por los personajes inmortales y los conceptos literarios de
inmortalidad invaden esa obra; donde el contrapunto entre el viejo Goethe, con
sapiencia sobre su propia posición ante la trascendencia se contrasta con otra
sabiduría en torno al mismo tema, la inocente propuesta de Betina. En fin, esa
literatura se convierte en breviario filosófico abordando los dilemas existenciales
con interpretación precisa.
Otros convierten el ensayo puro hasta proponer una especie distinta
de literatura. Ahora es el turno de Elías Canetti, quien aborda ensayos
generales con estilo magistral y biografías, que lo convierten en literato[1].
Aquí el paso es inverso, arrancando desde las pretensiones de pura objetividad
que se convierten en literatura. Este caso parece contravenir las barreras
tradicionales de la literatura como ficción, porque con Canetti la verdad se
convierte en tema obligado y en no-ficción. Aunque quizá el fuerte estilo
literario de Masa y poder hiciera
pensar que representa una ficción estricta. Nada de eso, Masa y poder es un sobrio ensayo sobre la congregación humana (sociedad),
similar a lo que efectúa Bataille en El
erotismo. Ambos ensayos, comparten el enfoque de generalidad
multidisciplinaria que dificulta su inclusión dentro de alguna categoría
académica, así se escapan a la clasificación. Masa y poder no es un ensayo político y El erotismo no es un ensayo sicológico, bajo esa óptica ninguno
contiene lo esperado para la clasificación académica. ¿Cómo logró la conclusión
de que Canetti debería recibir el novel de literatura? Lo ignoro y nunca vi una
justificación plena de esa entrega. Cierto que Canetti atesora grandes
cualidades literarias, pero no encuentro a un “literato” sino al investigador
variado y disperso: this is my life,
write on this[2]. Esa frase se
entiende como escribo sobre mi vida, por tanto, el género sería una
autobiografía, semejando a otro Montaigne.
De cualquier manera regreso a la pregunta inicial. Quizá sí
se abre paso la novela con ensayo incluido, que obligaría al lector a nuevas
reflexiones. Ya muchas expresiones literarias del pasado han ofrecido reflexiones
sobre su mundo, especialmente notables bajo el rótulo de realismo francés y
ruso del siglo XIX. Al igual que el lema de la ciencia ficción, en la nueva
novela se enreda el amor por la ciencia con el deseo por la ficción literaria.
Un mundo pletórico de enormes transformaciones de la objetividad debe modificar
sus preferencias literarias. De seguro no gustará a todos, esa literatura saturada
de intensión científica y con monografía incluida. Pero gusta lo suficiente:
signo de los tiempos, anuncio de una “sociedad del conocimiento” y salto del
proletario al “cognitario”[3].
Eclecticismo estético
Amar a la verdad tanto como a la belleza es un dilema de
especie ecléctica; esa pretensión de servir a dos amos y con fidelidad obsesiva
suele fracasar. La verdad contiene sus leyes, que se resumen en párrafos
breves: “lo que es, es” y “el error no tiene otro remedio que la verdad”. Entre
la verdad de la esencia y la insensatez de la apariencia transcurre el compás
de la ciencia. En cambio, la belleza no posee “leyes” en sentido estricto, sino
que se contenta con dictados más modestos como: el espíritu no se nutre de lo
que es, cuando se alimenta con lo parecido (simulación estética y recreación).
Para la estética el efecto de la verdad es un aditamento de la belleza misma, la verdad de los textos vale por la
plenitud de la impresión que generan; en la medida en que la verdad (o su
apariencia) generan un efecto de belleza son aceptados, y cuando no lo generan
salen sobrando[4]. Sin
belleza la verdad termina siendo indiferente (o hasta enemiga) de la
literatura. Sentenció Kant que mientras la lógica establece juicios verdaderos,
la estética ofrece juicios que no son ni verdaderos ni falsos[5].
Que algo sea bello no resulta estrictamente ni cierto ni falso, porque la
belleza escapa junto con la mirada inmediata del observador, no se conserva la
belleza en la cosa misma cuando el observador se ha alejado.
No es la verdad estricta lo que atrae en la literatura, adquiere
mayor importancia una apariencia de verdad; en la narrativa es preferible la
verosimilitud a la verdad. Ejemplo perfecto de esta aseveración es Las enseñanzas de Don Juan[6], libro que se
inicia con pobre estilo, semejando simples observaciones del diario de campo de
antropólogo, que por casualidad se va adentrando en el chamanismo; empieza con
la apariencia de que no hay una novela, y esa ficción de ser completamente
verdadero atrapa al lector distraído, y a eso se le denomina verosimilitud.
Sentidos opuestos
La imagen del científico: flemático coleccionista de hechos;
objetivo y alejado del vulgo; separado de lo que estudia mediante el cristal
del hecho; recaudador de certezas ajenas; adorador del becerro de la verdad; traficante
de lo real; confesor de Natura; fotógrafo
de lo inalterable; enamorado platónico de la objetividad; etc. Siempre la
frialdad recae del lado de la ciencia, una compasión de lejanía, de veneración hacia
lo acontecido y respeto escrupuloso hacia afuera. La vocación y el estilo de
vida del devoto la ciencia objetiva es peculiar: crea los castillos para las
ideas, acepta el entorno tal cual es y olvida al sujeto activo y conocedor,
relegándolo al papel del mero observador[7].
Actitud del científico: permanecer encorvado sobre el diminuto cristal de un
microscopio; esa actitud ya es un icono de la reverencia y por estar vaciado el
sujeto hacia el microcosmos, la pasión por lo pequeño y el detalle dominando al
sujeto. Las descripciones anteriores del estilo científico no significan un
problema en sí, porque el conocimiento debe atravesar por esa fase: el pormenor
y la reverencia al detalle; el reconocimiento del mundo en su objetividad. En
un sentido especial, el científico crea una narrativa especial, debe provocar
la credibilidad de la verdad, en ese sentido es un maestro literario del género
realista[8].
Eso importa para la imagen del sabio, aunque el conjunto del conocimiento rebasa
ese aspecto y la personalidad del científico real contiene más actitudes[9].
En contrapunto el artista: expresar el universo interior;
sacar a luz las potencias ocultas; modificar las formas existentes para doblarlas
mediante los sentimientos propios; gritar o cantar; emocionarse ante la
nadería; anonadarse ante el absoluto; dormitar con los sonidos; simular
imposibles y revelar quimeras; desentenderse de las leyes del mundo; aborrecer
realidades (lo prosaico) hasta cambiarlas por subjetividades (lo estético);
enderezar esa espalda encorvada y alejarse del cristal microscópico para clavar
la mirada en el horizonte; etc. Siempre la calidez y las temperaturas extremas están
del lado del arte, en la rivera de las impresiones subjetivas y hasta
arbitrarias. La mentira y el error también visitan al lado artístico: los
arranques de Gauguin contra la Bolsa de Valores se celebran y la locura de Van
Gogh se excusa por completo. Actitud del artista: retorcer los cristales del
lente microscópico hasta dejarlos irreconocibles, verter la propia sangre sobre
los cristales y sus datos sin importar verdades ni mentiras. Las descripciones
anteriores de la actitud artística no significan un problema, porque no se
prejuzgan las vías para dar a luz el interior humano.
Es difícil encontrar actitudes más antagónicas que los
estilos encarnados en el científico y el artista. Sin embargo, en su
arbitrariedad el artista se podría ilusionar en pose de científico, pero esto
sería una gota más de arbitrariedad sobre la arbitrariedad, como la ironía de
una “falta de lógica” que además
incluye la creencia de que es un “exceso
de lógica”. El artista, como parte de su perspectiva (o hasta manía)
personal, puede ilusionarse con que es un científico, cuando vive lo más
alejado. El puntillista Seraut propuso pintar colocando diminutos puntos sobre
el lienzo, de tal manera que los puntitos desde la distancia parecían mezclar
los colores en nuevos tonos y formas. El propio Seraut se pretendía un científico
porque argumentaba que, al instituir un procedimiento para colocar puntitos en
enormes cantidades sobre el lienzo, intituiría un método objetivo de pintura,
que ha sido conocido como “puntillismo”. Pero Seraut no era científico sino
artista, su resultado no fue un método de pintura que perdurara, sino unos
cuantos cuadros memorables. La intención de que el artista también posea las
cualidades del sabio marca una aspiración, comprensible, ¿quién no quisiera adornarse
con más virtudes de las que posee? Sin embargo, sucede de modo muy episódico,
si ya el talento artístico es un don, la unión con otras capacidades ya resulta
extraordinaria, tal como observaremos delante. Por principio, argumentamos que
los estilos del artista y científico son incompatibles, pero...
Y la inteligencia abarca
actitudes opuestas
Como estructuras de actitudes, las científicas y artísticas
son contrapuestas; pero el continuo de la inteligencia salta barreras, rompe
estancos y sobrepasar definiciones previas. ¿La frialdad objetiva no salta hasta
la calidez subjetiva? ¿La desapasionada descripción de los hechos no brinca
hasta la ardiente revelación y las denuncias? Adelante doy ejemplos de tales saltos
hasta los cielos, sí difíciles que no imposibles. En algunos casos, bastará al
paso de la exterioridad hacia la interioridad, y en la historia humana tal
barrera no está tan definida. Mientras la exterioridad acepta y hasta exige la
frialdad no por ello siempre se mantiene la exterioridad, porque la sicología
humana está forjada por las proyecciones y las introyecciones, como nos lo
recuerda la escuela freudiana[10].
Lanzar hacia adentro y hacia afuera son los sentidos del estos términos, y lo
movido son las emociones en relación con el exterior. El movimiento de la Luna
es externo y lejano, suficientemente lejos como para que altere poco nuestra
cotidianeidad, pero si la Luna la asimilamos dentro de nuestra naturaleza
entonces la diosa Luna exige sacrificios a la tribu para renacer de entre los
muertos cada 28 días. Pasamos desde la consideración de un astro frío a la
consideración de una diosa renaciendo; es el viaje de afuera hacia adentro.
Ante la Luna objetiva se estudia astronomía, ante la Selene subjetiva se hace
una plegaria o se crea arte. La inteligencia inquieta, en ciertos casos, pasa
de un campo a otro; aunque escasos los poetas astrónomos o viceversa, se debe
recordar el acierto del matemático y astrónomo árabe Omar Khayyam, quien en su Rubayat declamó que la copa y el cielo
son lo mismo[11]. Un caso
marginal, pero existente, y eso es bastante para comprobar que la inteligencia
humana trasciende y pasa de un campo a otro; a nivel superior, la trascendencia
es el sino de la mente y práctica humanas[12].
Asociación de ideas: piedra
y aire
Por asociación de opuestos la ciencia conduce hacia al roca,
la pétrea consistencia de lo firme, la misma aspiración que consagraron los
antiguos egipcios. En las pirámides egipcias se descubre que la piedra es
pasión por la eternidad, el deseo de la permanencia más allá de los avatares
del tiempo. La piedra se conserva y las verdades quieren ser eternas, casi
incambiables, como inmutables rocas del conocimiento humano. La objetividad
misma es como la roca, busca convertirse en solidez de comprobación que
suplante a la liquidez de las conjeturas y las suposiciones. ¡Muera la
incertidumbre líquida y viva la certeza sólida! Reiterativamente encontraremos
dentro del discurso científico la aspiración por la dureza, por la estabilidad
de las pruebas y por lo definitivo de la verdad.
A su modo, el arte escultórico también anhela conquistar lo
eterno, pero con un código diferente. La dureza de la piedra mantiene una
asociación casual con el arte; así, como se encuentran aspiraciones a la
solidez del mármol, también encontramos las oscilaciones sonoras de las notas
musicales o el salto enérgico de la danza. No existe un patrón tan definido de
comportamiento de las artes respecto de las asociaciones pétreas. Más cerca de
la vida, el arte fácilmente antagoniza con la dureza de la piedra; incluso las
esculturas de mármol contienen la aspiración a no semejar la dura roca de
origen. El mármol aspira a imitar la gracia frágil de la vida, quizá la levedad
del aire señale una máxima aspiración para un artista de la roca. Lorenzo
Bernini el arquitecto y escultor renacentista pone el ejemplo. Las cumbres
escultóricas de Bernini surgen en una escena donde la ninfa se está
convirtiendo en árbol durante su huida, esa figura está a la mitad de una
metamorfosis, y también una escultura extraña de Longinos (el lancero romano de
Cristo) en la cual su vestimenta flota sobre el aire, como desafiando las leyes de
gravedad. Magnífica aspiración la de Bernini: unir la dureza con la gracia del
aire, cristalizar el arte en una imagen futurista de la ingravidez del espacio
extraterrestre. Al escapar del área de los literatos, procuro un regreso: el
gesto de convertir la piedra en aire corresponde con la ciencia ficción. Por
vocación, un Verne o Lem plantean un más allá posible, una vía de salida. En
ese sentido, cristalizan de un modo muy fuerte el anhelo de los científicos
sociales. Con envidia, algunos estudiosos sociales, reconocen el “adelanto” de
los artistas que en la roca de la literatura adivinan las rutas de la
humanidad.
Aunque descanse en Paz
Last but no least,
queda el Nobel mexicano, ante quien resulta inútil precisar si destaca como
poeta o como intelectual puro, mero operador de pensamientos e ideas. Cuando
Octavio Paz escribe ensayos no define si la efectividad brota de las ideas o
del estilo ¿qué domina la concatenación de argumentos inteligentes o el
gracioso ensamble de metáforas que amarran las ideas haciéndolas convincentes y
cadenciosas? En este sentido, la obra cumbre podría ser El laberinto de la soledad,
porque mezcla exactamente los argumentos con las imágenes. Por un lado, El laberinto... culmina una peculiar
trayectoria de reflexiones sobre la mexicanidad que toman la pretensión de
filosóficas, basadas en las licencias teóricas que inaugura José Ortega y
Gasset para situar la filosofía en un espacio y tiempo determinados (el
cuadrante de la nación concreta[13]).
Licencias teóricas que continua Samuel Ramos[14],
quien integra la sociología positivista con la psicología de Adlher (del tan
afamado sentimiento de inferioridad) y con una meta filosófica para configurar
el ensamble de una “filosofía de lo mexicano”. Pero a esos antecedentes
teóricos, Paz les ofrece una nueva dimensión mediante las imágenes y el estilo.
En El laberinto... se rastrea un
influjo de teorizaciones marxistas cobijadas bajo un talante tan brillante y
metafórico que el núcleo marxista desaparece bajo el mar del estilo brillante.
Debemos ubicarnos en la quinta década del siglo XX para asumir que el prestigio
teórico estaba del lado marxista, que Paz había percibido en Europa el fuerte
influjo del marxismo crítico y vigoroso, al mismo tiempo, que él era poeta de
altos vuelos. Un hipotético comunista típico de los años cincuenta habría
producido un manual insípido de marxismo aplicado al tema nacional; pero, en
vez de un insípido manual, Paz elabora una poderosa prosa armada de metáforas
que disfrazan sus teorizaciones, y le facilitan un arreglo ecléctico entre una
visión en la cual no existe “un ser del mexicano sino una historia” junto con
una aceptación de la máscara que oculta la inferioridad del mexicano a partir
de su trauma en la Conquista. El tema del laberinto
y de las máscaras nacionales es lo
más apropiado para jugar a la literatura escarbando entre la historia. El laberinto… arma el mito del héroe
perdido, entonces los mexicanos son héroes perdidos y genera una mitología
novedosa. La máscara integra el
ritual, el desdoblamiento de la consciencia que se escinde y se esconde para
convertirse en lo contrario por la vía mágica de las transformaciones. Al lado
del viaje, entre las metáforas que van del mito a la magia nos encontramos con
el tramado de teorías de Octavio Paz, que culmina su ensayo con una ontología
de la soledad, con una interpretación a nivel universal de la separación humana
integrada en una visión especial, la cual deriva de la ontología marxista sin
ser una copia de ella. De esta manera son de alabar las cualidades de El laberinto... y entonces esa obra se
convierte en una singular creación que permanece en el tiempo —cual una piedra
en el aire— mostrando su dureza en contra de las pruebas de Cronos.
La ilusión por el genio: Leonardo
y Goethe. La universalidad de estos temas nos dejará inquietos
si nos conformamos con una separación: de este lado verdad y del otro belleza,
antagonismo entre científico y poeta. Entre la gran reserva de anhelos está la
visión del genio[15],
capaz de unir las dos virtudes. Y esa parecería la definición de un genio
universal, que acontece en raras ocasiones, pero se han presentado. Se atribuye
al sentido universal del Renacimiento una tendencia a cumplir con ese ideal y
se coloca a Leonardo Da Vinci como la cúspide que unifica el talento artístico y
el científico. Alejándonos del suelo fértil (pero inocente) del Renacimiento, el
modelo del genio universal parece desdibujarse, aunque todavía destaca un
personaje como Goethe para asumir la genialidad en los diversos campos:
artistas, político y naturalista. El tema invitaría a dejarlo como caso
extremo, como ideal portentoso de lo que no se cumple por regla, sino como
excepción inusitada. La regla está señalada, una inclinación a especializarse
en la sensibilidad (el arte) o la razón (la ciencia). La mente humana se
deleita y beneficia con ambos campos, por eso transita, y casi siempre lo hace
como beneficiario o consumidor del arte y ciencia, sin embargo, la simple
inclinación ociosa ya señala la posibilidad. Precisamente, comenzamos este
comentario reconociendo a los recientes literatos “demasiado inteligentes”,
quienes muestran el retrato de la sociedad o de la filosofía en sus obras
(Kundera, Saramago), a quienes sus estudios sociales bordean lo literario
(Canetti, Bataille). Algunos talentos combinan esas dos vertientes, ya sea por
las incursiones del poeta inteligente en temas (como Paz atendiendo a la nación
y Sartre proponiendo teorías de lo social) o los artistas inventando
posibilidades (como Bernini inventando la ingravidez en el mármol o Verne
planteando los usos futuros de la ciencia). Las excepciones de máxima
universalidad que reconocemos como “genios”, reuniendo el aire y la piedra en
su obra, nos alegran e ilusionan.
NOTAS
[1] Este
género bordea entre la exposición de ideas y la literatura desde Montaigne, el
padre del género ensayo moderno. MONTAIGNE, Michel de, Ensayos.
[3] En el
método del Ortega y Gasset de El tema de
nuestro tiempo, el vértice del avance social se encuentra en los cambios de
pensamiento y sensibilidad, que “profetizan” a la sociedad por venir. El
“cognitario” gustará más del contenido intelectual de la literatura.
[4] Esto va en
contra de la teoría del realismo crítico de Lukács basada en su noción de la
totalidad concreta, como guía suprema, también en el arte. Cfr. Significación actual del
realismo crítico.
[6] Quizá a medio camino entre la real literatura y el bestseller sin pretensión de gran
literatura, pero ha sido un autor de alto impacto, hasta marcar un sello generacional.
CASTANEDA, Carlos, Las enseñanzas de Don Juan
[7] La famosa
queja de Kierkegaard viene a cuento: “los filósofos construyen castillos para
las ideas, pero habitan en chozas”
[8] Desde la
perspectiva de la imaginación material, queda descubierta esta creación
narrativa, con Bachelard en La tierra y
los ensueños de la voluntad. Por eso mismo, el halago del Lúkacs hacia el
sustrato del realismo literario resulta ingenuo, ya que la narración de lo
“real” es muy amplia, más de lo que puede sustentar su posición desde un
marxismo opuesto a la enajenación, Cfr.
Significación actual del realismo crítico.
[9] El
científico de carne y hueso es un ser más polifacético, mi descripción se
contenta con la silueta que surge durante la “devoción por la investigación”,
ese momento que dobla la espalda ante el mínimo objetivo de un microscopio. Cfr. SAGAN, Carl, El mundo y sus demonios, y DE KRUIF, Paul, Cazadores de microbios.
[10]FREUD, Ana, El yo y los
mecanismos de defensa, Ed. Paidos. Ella hace una recopilación del conjunto
de mecanismos mediante los cuales el yo se adapta al medio, entre los cuales
destacan la introyección y la proyección, con los cuales la vida interior se
plasma en el mundo o readecuar lo existente hacia su interior. De hecho son dos
formas fundamentales de la vida sicológica.
[11] Así como el cielo vuelca sus rosas sobre la tierra, vierto en mi copa
el rosado vino KHAYYAM, Omar, Rubayat
[13] José Ortega y Gasset en sus obras España
invertebrada y El tema de nuestro
tiempo.
[15] Claro,
ahora el “genio” no es el científico, conforme la ciencia ha devenido el
resultado de un proceso histórico, profesión bien delimitada y eje de una
actividad científico-tecnológica; el genio responde a un concepto más general
y, por ello, más atractivo.
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