Por
Carlos Valdés Martín
Este breve relato aumenta
en notoriedad con firmeza, siendo elogiado por artistas y, después, enaltecido
por sociólogos[1].
Aunque no es una obra sociológica, sus rasgos obligan a considerarla para ese
tema, pues enfoca la gran ciudad del siglo XIX y propone un concepto clave para
la sociedad moderna: la multitud o masa. El enfoque y escenario afortunados
poseen un enorme eco hacia su futuro (nuestro presente) porque se convirtió en
“sociedad de masas” y Londres fue el paradigma (múltiple cultural-teórico-literario)
de esa masificación[2],
reflejada en la crítica social signada por Karl Marx[3].
El
misterio inalcanzable
Con expresiones retadoras,
Poe comienza la narración indicando que hay impedimentos para el saber, la
frase “άχλϋς ή πριν έπήεν” se traduce como
“una niebla que antes nos cegó”, con un doble sentido evidente en idioma inglés:
la palabra “mist” es sustantivo (niebla), verbo (empañar) y la raíz de la
situación misti-ca o misti-ficada en el más allá inalcanzable. En este cuento, tal
bruma marca el principio: la imposibilidad de leerse, “er lässt sich nicht lesen —no se deja leer—”. Y esa lectura imposible
se asocia con el secreto espantoso del moribundo acosado por espectros de su culpa
e incapaz de confesar; entonces esa barrera anuncia algo terrible. ¿Dónde se
coloca esa barrera en esta narración? Esa muralla no se levanta en ningún sitio
pues el personaje se mueve entre el espacio público, recorre las calles de la
populosa Londres, sin ningún impedimento para desplazarse. El mérito de Poe es
convencernos de que en ese paseo tan cotidiano y libre surge un impedimento
invisible, obligándonos a beber el secreto que esconde un personaje ominoso:
“el hombre de la multitud”.
El
ejemplar y su género
Tomar un caso —o unos
cuantos— y convertirlo en lo genérico representa un primer reto del saber y su
exceso —elevar arbitrariamente un caso en ejemplar— es una tentación, lo cual
se plasma de modo diáfano en Platón. Este cuento refiere a los filósofos
griegos al señalar a Gorgias, célebre por un diálogo platónico[4];
sin embargo, la intención del artista es diametralmente opuesta a la del
filósofo, por cuanto lo singular no desaparece en la obra artística. El famoso
mito de la Caverna, paradigma del procedimiento platónico, nos anuncia que nuestra
realidad es una pálida sombra y nos incita a descubrir una luz suprema en el
“mundo de las ideas”; en cambio, el artista Poe insiste en proyectar luz hasta
el fondo de nuestra sociedad que en sus sectores perturbadores semeja a la gruta.
Poe prefiere dirigir una iluminación hacia un sector que estima sórdido y
fantástico en la cueva de la conciencia humana, para destellar la luz del arte
y revelar el claroscuro de las emociones. Este efecto “filosófico” lo anuncia
con claridad el inicio del cuento y se confirma con nitidez al final, cuando el
atractivo y sórdido personaje, caracterizado con un diamante y puñal escondidos,
resulta encarnar un ente genérico: “el hombre de la multitud”. En ese sentido,
este es un curioso “cuento filosófico”, que esquiva la pesadez al utilizar
misterio, ironía social y acción persecutoria.
Fulgor
y terror de la ciudad
El ambiente de la gran
ciudad impregna sólidamente al habitante —pegándose a modo del exoesqueleto del insecto—, en efecto,
esa “atmósfera urbana” posee
características que sobrepasan al individuo, por eso atrae tanto cuando bajo
las plumas deslumbrantes se vuelven terror, en citas inesperadas sobre la encrucijada
del espacio-tiempo, por ejemplo en situaciones de pánico masivo o crueldad
multitudinaria. La gran ciudad moderna en su geografía incluye una segmentación
emocional, acumulando zonas de alegría y confort, separadas de otras con
tristeza y miedo; los ambientes barriales han variado con tantos tonos como
emociones hay en la paleta colorida del corazón humano. Poe elige acentos
marcados y contrastantes para empezar el relato con una avenida ordinaria.
Mirando esa calle —sitio con mucha agitación y gente variopinta— describe el
torrente de la actividad febril, para descender en una escala de oscuridad e
inquietud crecientes. El estado de ánimo comienza con ímpetu alegre y un juego
de hacer caricaturas mentales con los personajes que desfilan rápidamente ante
la mirada del protagonista. Dentro del mismo torrente de viandantes ya aparece
la diversidad de personajes desastrados y desastrosos, mezclando a los simples
trabajadores y dueños, con los carteristas, mendigos y prostitutas. En ese inquietante
torbellino de rostros fugaces surge lo extraordinario con uno singular: amalgama
de lo demoníaco y turbador. Una vez atrapado por el anzuelo del personaje
oscuro, nuestro protagonista lo sigue cual cazador de emociones, entonces la
tónica se va ensombreciendo y la urbe londinense muestra su lado más tétrico.
Estratos
y ecología de la ajenidad
Las agudas y breves
descripciones de Poe sobre los “oficios” urbanos son memorables por su aguda
ironía y confección provocadora. Ahí se desprende, por la ebullición de la
noción de “clase” más allá del oficio, un significado más hondo y mordaz,
preludio de la “teoría de clases opuestas” cual destino, en Manifiesto Comunista[5].
La lectura de esta gran descripción sobre una muchedumbre que mezcla los
extremos del arcoíris urbano debe provocar el mayor interés para quien estudia
la sociedad, por ser la primera de este tipo[6]. En
el texto hay sutiles dardos de ironía contra los seres adaptados por su
seriedad y pretensión; crueles descripciones donde un detalle caricaturesco
muestra taras por el trabajo repetitivo: “la oreja derecha, habituada a
sostener desde hacía mucho un lapicero, aparecía extrañamente separada”. Otras descripciones se mantienen en la
superficialidad jocosa para provocar una sonrisa sobre quienes se disfrazan con
la moda obsoleta de la temporada extinta. Con claridad parece dibujarse el
perfil de la “clase social” a manera de una escisión más honda que el sello de
las simples “profesiones” (amanuenses, oficinistas, carteristas…), lo cual es
un tema inaugural para el concepto social moderno. Pero mantienen relevancia
las simples estratificaciones “profesionales” (si es que resulta viable colocar
esa etiqueta) de actividades, en especial, las antisociales del tipo
carteristas, mendigos y prostitutas. Para el protagonista encandilado y
malicioso tales variedades forman una especie
de zoológico humano[7]
sobre el cual otear con aires de suficiencia. Al inicio, el protagonista mira
tras un vidrio, separado por una distancia cómoda que impide cualquier
interacción con ese entorno tanto trivial (la escena diaria de la ciudad) como
hostil (la amenaza del truhán que transgrede). Ese panorama variopinto y
caótico implica un elogio de la soledad, con una invitación a mantener la
distancia individualista ante tal flujo de gente; planteando un tema anunciado
desde el epígrafe: “el gran mal es no lograr estar solo”[8].
Confrontación
sutil: seguir al enigmático
Una persecución
sigilosa posee algo de lucha y batalla, cuando el simple movimiento de la presa
se convierte en un juego de cautela y acoso. Lo único que está buscando obtener
el curioso es un secreto de su perseguido. Sin embargo, esa empresa está
próxima al fracaso, pues el movimiento mismo amenaza con convertirse en escape,
o bien, la mirada del perseguido sería capaz de descubrir al acosador. En el
seguimiento existe una mutua determinación entre las dos partes, en un proceso
semejante a la batalla, sin que la hostilidad culmine, difiriendo de la guerra
por su objetivo discreto[9]. Por su objetivo más cauteloso, la intensidad
inicial de este proceso de persecución termina por perder intensidad y obliga
al desenlace. Al igual, que el verdadero seguimiento ordinario, esta
persecución literaria termina en cansancio.
La
escala hacia abajo: el espectador mirando al abismo
El arte de Poe —sublime
artista— fascina al lector con una perspectiva que ofrece algo más abajo en
sentido emocional y escala social. Los barrios (espacios de “fauna” urbana) van
en decadencia y cada vez son más sórdidos[10], pero
la persecución del cuento regresa al centro, hacia un hotel D. (la evasión del
nombre útil para la identificación vaporosa): la espiral emotiva del torbellino
que jala hacia el fondo, hacia un punto invisible pero sensible —sutil
geografía de la emoción magnificada, un terror casi erótico. En este cuento el
viaje termina sin un susto y concluye en una delicadeza mental sobre el
concepto del “hombre de la masa”.
Ese movimiento en
círculos por las calles de la ciudad posee una cualidad casi musical, marcando
un ritmo que transcurre a lo largo de dos jornadas. El simple desplazamiento y
vuelta de tuerca al mismo sitio indica una fuga, la aparición de algo adicional
al definir ese “hombre de la multitud” en el sentido de un fantasma: emanación
de la entidad colectiva.
Superioridad
del narrador
Un resultado del mover
el cuento en una espiral descendente es que el centro permanece a flote, y por
comparación relativa, se eleva. Mientras el relato más nos convence de las
miserias presente en la masa de la gran ciudad, el sentido de individualidad
debe adquirir más vigor. El efecto emotivo y psicológico de este tipo de viaje
resulta en una sensación de bienestar por comparación; conforme la masa urbana
es más baja, el observador siente un confort ante esa bajeza. Conforme termina
el relato, el narrador se convierte en quien ha obtenido una revelación; él es
quien sabe de la masa y su vileza. Ese tipo de superioridad posee un nivel
ilusorio, pues las desgracias del entorno no dan un bien directo, sino
indirecto a modo una satisfacción silenciosa, por las desgracias ajenas; además
que esa satisfacción se disfraza de conmiseración por los más desfavorecidos.
Esta superioridad no posee una jerarquía precisa, es un simple oponer al “yo”
frente a los “otros”, con lo cual se dibuja el programa sencillo del
individualismo.
Perplejidades
y molestias de la modernidad temprana
Nuestra modernidad —esta
etapa histórica que comienza entre disparos tecnológicos, atisbos racionalistas
y engranajes industriales— ha sido acompañada por disgustos y desazones
variados. La conciencia moderna ejerce una crítica contra su propia
circunstancia que es distinta a la Antigüedad y Medioevo, pues se abre un
periodo en el cual nuestro entorno dejó de ser natural, para convertirse en
artificial. Y eso artificial se estima posible de ser modificado, mientras lo
natural semeja obra divina[11].
La crítica social con la modernidad se extendió y afinó hasta cuestionar las
raíces del orden social, dando paso a periodos de reformas y revoluciones sin
parangón previo.
Edgar Allan Poe se
coloca en el periodo de la modernidad temprana más influido por la crítica
romántica y las aspiraciones liberales por lograr un sitio más justo para
todos. Pero la sensibilidad ante los fenómenos de masas era una novedad
importante, la literatura anterior desconocía al “personaje-masa”[12],
que aquí ocupa el escenario del relato.
Inquietud
por el emblema del futuro
En los años de
escritura del cuento, hacia 1840, Londres es emblema de futuro, pues esa ciudad
parece la capital comercial del mundo entero y cabeza de un impresionante
imperio planetario, en el cual no se pone el sol. Esa ciudad rebasa en riqueza
e intensidad a las demás capitales, por lo que cabría presumirla como la
“cosmópolis” y modelo de globalización decimonónica. Era la ciudad más poblada
en el planeta, estimándose alrededor de los tres millones de pobladores, en un
contexto de “revolución industrial”. Si ese retrato de la urbe futura es tan
inquietante, ¿qué le esperaría al resto del mundo? La inquietud implícita es
una característica notable Edgar Allan Poe, tan inclinado a mezclar géneros y señalar
el lado oscuro del alma humana.
Hacia
una “pasión y horror por la masa”
La actitud del narrador
del cuento posee otro rasgo típico de la intelectualidad y gran parte de la
población moderna: el aspecto de la masa
seduce y espanta. Bajo la sensibilidad de Poe predomina la nota del
espanto, pues desde el principio la figura le recuerda un demonio que desborda
los términos de cualquier explicación simple, pues no es la tradicional
encarnación del mal cristiano sino una ensalada desconcertante: “Mientras procuraba,
en el breve instante de mi observación, analizar el sentido de lo que había experimentado,
crecieron confusa y paradójicamente en mi Cerebro las ideas de enorme capacidad
mental, cautela, penuria, avaricia, frialdad, malicia, sed de sangre, triunfo, alborozo,
terror excesivo, y de intensa, suprema desesperación.” La caracterización es desconcertante, pues a
los dobleces siniestros y censurables (lo diabólico típico) se agregan tintes
opuestos como “penuria” y “suprema desesperación”.
El protagonista queda
fascinado por esa mezcla e intuye una historia extraordinaria. Ahí comienza la persecución tras la pista del
“hombre de la multitud”, al cual Poe nos lo describa en términos de espécimen
añoso. La debilidad del perseguido es engañosa, pues su vitalidad nunca termina
y mantener la persecución es imposible, pues el personaje recupera fuerzas
conforme se agolpa un gentío. El seguimiento se vuelve perpetuo, de día y noche
sin terminar; hasta que al segundo día el protagonista agotado se da por
vencido pues comprende la inutilidad de esa asechanza.
De
la idolatría por la masa ante el genio artístico
En su juventud, Poe fue
acusado de mentir pues gustaba de fingir conocimientos superiores a sus dotes,
las cuales eran notables. En la madurez del artista, este cuento finge una
persecución para mostrarnos algo distinto, para aproximarnos a una entidad
tangible y evaporada que es la colectividad convertida en carne y hueso. En la
ficción literaria, además del gusto momentáneo por la lectura, se crea un
sustrato de credibilidad: en la narrativa jugamos con creencias de trasfondo.
Este breve cuento sugiere la maldad interior y la imposibilidad de atrapar ese
ser multitudinario; sin embargo, esto no siempre sucede así. El argumento sobre
el disgusto al ser tocado por la masa está presente, pero también asoma la
opción contraria, donde ese “el hombre de la multitud” encarna el gusto por permanecer entre la masa y, en el extremo, fundirse en ella. En su destello artístico, Poe se adelantó a las
pasiones políticas por la masa, que se perfilaron claramente en el siglo XX,
donde a la masa se le embellece e idolatra esperando que su presencia salve a
la humanidad[13].
Ese gozo por acodarse entre la masa invita a que sospechamos un autorretrato
¿no seré yo, el lector, quien encaja en ese retrato? Sin embargo, el genio de Poe
no acusa a nadie, ni está para despertar conciencias dormidas, simplemente
entrega una ficción inquietante como pocas, porque sin recurrir a ningún
acontecimiento extraordinario, nos intriga con el lado ominoso de lo cotidiano.
NOTAS:
[1]
Por ejemplo, Marshal Berman en Todo lo
sólido se desvanece en el aire, y los elogios de Charles Baudelaire.
[2]
Poe insiste en que Londres es impresionantemente más populosa que cualquier
ciudad norteamericana, con una vehemencia que pasaría desapercibido para el
lector apresurado: “los viandantes fueron disminuyendo hasta reducirse al
número que habitualmente puede verse a mediodía en Broadway, cerca del parque
(pues tanta es la diferencia entre una muchedumbre londinense y la de la ciudad
norteamericana más populosa”
[3]
Esa crítica social toma a Londres también como su escenario predilecto; siendo
patéticas las narraciones de la ciudad reflejadas en El capital de Marx.
[4]
PLATON, “Gorgias” en Diálogos. Se
considera que es al sofista que mejor tratan los Diálogos, afamado también por su sagacidad y longevidad de 109
años.
[5]
KARL, Marx, Manifiesto Comunista,
donde la historia de la humanidad hasta nuestros días es la “historia de la
lucha de clases”
[6]
Así lo considera Marshall Berman en Todo
lo sólido se desvanece en el aire.
[7]
Esa perspectiva de Poe, fusiona esa sensación “animal” sin necesidad de
utilizar metáforas directas de especies, como las sirenas de la Odisea o el insecto de la Metamorfosis; pero ¿la masa misma no se
simboliza en un animal colectivo de mil cabezas?
[8] “Ce grand malheur de ne pouvoir être seul”,
atribuido a La Bruyere.
[9]
Clausewitz, Carl, De la guerra.
[10]
El extremo de lo sórdido también es un tema de la crítica social en El capital, donde cita los horrores de Londres
y otros rincones tocados por la revolución industrial capitalista: “… hay 40.000 personas desamparadas,
muriéndose de hambre! Esos millares irrumpen ahora en otros barrios; esos
hombres, que siempre han estado medio muertos de hambre, gritan su aflicción en
nuestros oídos, claman al cielo, nos cuentan de sus hogares abrumados por la
miseria, de su imposibilidad de encontrar trabajo y de la inutilidad de
mendigar.” Tomo I, “Efectos de la crisis sobre el sector mejor remunerado de la
clase obrera”.
[11]
LUKACS, George, Historia y consciencia de
clase.
[12] BERMAN,
Marshall, Todo lo sólido se desvanece en
el aire.
[13]
CANETTI, Elias, Masa y poder. En esa
idea, el comunismo y fascismo representarían “cristales de masa”, procurando
conjurarla continuamente, cual bálsamo. Un ejemplo de lo mismo, es la mística
por la “multitud” de Hardt y Negri, en Imperio.
1 comentario:
Interesante análisis
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