Por
Carlos Valdés Martín
El
ocaso de la Revolución Mexicana
Dentro
de un estilo costumbrista, los cuentos de El llano en llamas se caracterizan por un dramatismo estricto y
agobiante. En particular “No oyes ladrar los perros” relata el esfuerzo agotador de un padre por cargar a su hijo agónico hasta un pueblo donde abriga
esperanza de que lo salvará un médico. Su ubicación temporal señala los
episodios revolucionarios o posrevolucionarios cuando grupos campesinos se
volvían bandidos sin causa definida, tal es la culpa que señala al hijo; siendo
que la Novela de la Revolución había representado un subgénero en México,
algunos escritores del medio siglo XX, plantearon el desencanto consecuente. La narración ocurre en un descampado, rumbo al pequeño pueblo
de Tonaya, Jalisco, una ubicación real donde termina la narración con la muerte del hijo y el ladrido de los perros.
Trama
El
relato es sumamente sencillo y lineal: un padre carga en su espalda a su único
hijo malherido. Avanzan solitarios en la noche por el campo rumbo al pueblo de
Tonaya, una cabecera municipal donde el padre cree que habrá ayuda para curar a
su vástago. En un ágil diálogo descubrimos que hay un rencor irreconciliable,
pues Ignacio, el hijo ha sido antagónico, desairando los valores familiares al cometer
desmanes con una gavilla armada, la cual ha sido diezmada y únicamente el hijo
sobrevive. El padre culpabiliza a su hijo moribundo por crímenes, incluida la
muerte de su padrino de bautizo Tranquilino. El motivo por el cual el padre
carga a Ignacio se explica por darle gusto a la madre difunta, pues el padre es
incapaz de confesar afecto por su hijo. La manera en que carga el padre al
herido es molesta y dolorosa, pero se justifica como la única salida y además
imposible de modificar, pues si lo bajara un momento de sus espaldas, no sería
ya capaz de auparlo. El hijo pide repetidamente que lo baje, a lo cual el padre
se niega. La incomodidad se acrecienta pues el herido se aferra al cuerpo
clavando las piernas y apretando los brazos, por lo que los oídos queda
tapados. La dificultad del padre para ver y oír marca el título, pues
repetidamente le solicita al hijo que lo oriente con los ladridos de los
perros. Al llegar a Tonaya el hijo ya se advierte muerto por su rigidez y al
apearlo, el padre le reclama su inutilidad, en un final dramático.
Costumbrismo y peso muerto
En
este relato predominan los rasgos reales y resalta el costumbrismo mediante las
palabras folclóricas, el manejo de valores y el paisaje humano. Si bien la suma
de las imágenes de un campesino cargando por parajes desiertos a su hijo
agónico se liga en una figura fantasmal por la sombra alargada, la explicación
se mantiene bajo supuestos realistas. El modo de cargar se justifica
repetidamente y con detalle se muestra cómo se le va la vida al hijo. Bajo una
alegoría cristiana Ignacio se convierte en una especie de cruz que hinca sus
filos en su progenitor, “porque los pies se le encajaban en los ijares como
espuelas.”[1] La imagen del hijo
lastimando con su simple inercia física, sirve de interesante metáfora del
mundo rural, que ahoga a sus habitantes por simple inercia. En general, el
costumbrismo de Rulfo posee ese signo ominoso de inercia, peso de un trauma
colectivo, especie de maldición edípica
de la que nadie escapa.
Simbolismo específico del cargador
Para
la antigüedad grecolatina hubo un cargador mítico en la figura de Atlas, que en
este relato adquiere la humildad de un campesino. Cuando resulta imposible renunciar a la carga a riesgo de una catástrofe, le otorga
ese aspecto del titán griego que no estaba conforme por llevar el mundo a
cuestas. La otra gran figura es el Cristo cargando la cruz, que representa el
gesto para expiar los pecados del mundo, mediante un sacrificio de esfuerzos
previo a dar la vida. Aquí, la vía desesperada implica una expiación de los
pecados, a manera de los penitentes en Semana Santa. Sin embargo, esta
redención peculiar es trágica.
Padres ante la muerte de los hijos sin conciliación:
leyenda de Lacoonte
También
una leyenda griega expresa el conflicto del padre perdiendo a los hijos bajo un
límite del sinsentido. Cuando
Troya era sitiada recibe el engañoso regalo del Caballo, el astuto sacerdote
Lacoonte procuraba desenmascarar el engaño enemigo, para evitarlo entonces los
dioses fatídicos enviaron dos serpientes. El personaje descubre con
desesperación que sus dos hijos son víctimas de las serpientes y él mismo cae
ante una lucha desigual. Una famosa
escultura representó la desesperación del padre ante la muerte inminente de sus
vástagos y de él mismo. La situación completa, al perderse el futuro debido a
la muerte de los hijos, resulta doblemente trágica.
Derrumbe de jerarquías
El
drama entre padre e hijo se multiplica por una sublevación imposible, en lugar
de las fuerzas juveniles empujando hacia algún logro, es la debilidad de la
vejez que carga con el fracaso de la nueva generación. La relación padre-hijo
se ha invertido sin aparente intención, es piedad por la agonía que lo coloca
arriba físicamente. Aunque la jerarquía está rota, el varón opera cual
“piedad”, que se lamenta del retoño agónico. La piedad es parcial, existe el
acto físico, pero el rencor ha crecido, pues el discurso del padre destila un
rencor sin fin. La reconciliación es imposible y el nihilismo de la muerte
rompe el sentido. El gesto y su esfuerzo sin límite, no redime al padre en un
gesto de amor, que sigue reclamándole, incluso al cadáver: “— ¿Y tú no los
oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”[2]
Costumbrismo del lenguaje
El
padre sostiene el peso del relato y marca el tono costumbrista mediante el
lenguaje, empleando palabras locales y giros idiomáticos costumbristas durante
las repetidas explicaciones y reclamos. Siendo
un lenguaje local, el autor lo aplica con riqueza por los verbos por ejemplo: mortificar, agarrotar, derrengar, trajinar, retacar y
zarandear. También sustantivos locales fuera de los diccionarios: “llenadero” o
“destrasito”.[3]
El habla del personaje
principal aplica una combinación de
las personas verbales utilizando tú y usted alternadamente.
Línea y desenlace
El
tiempo avanza de manera lineal y sin variaciones, mientras la trama mantiene su
interés por el drama de la agonía y la posibilidad de que se salve el hijo. Poco
a poco, entre los personajes se va demostrando un gran rencor acumulado y un conflicto sin solución.
Metáforas favoritas
El
breve cuento está salpicado con metáforas poéticas, con un tono trágico y
acorde a un ambiente campirano, de costumbrismo y de vibraciones hondas. En
especial, la combinación de Luna, perros, soledad… traen la imagen casi mítica,
como si el inconsciente creyera en los poderes de la Luna. Por ejemplo: “La
luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.” “porque los pies
se le encajaban en los ijares como espuelas.” “Luego las manos del hijo, que
traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una
sonaja.” “El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara
descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.” “Tú que
llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros.” “al
quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. — ¿Y tú no los
oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”
Integralidad de los canales perceptivos
Emplea
una perfecta confluencia de los canales visual, auditivo y quinestésico (únicamente falta el canal lógico-matemático que no se
suele emplear en la literatura). El balance entre estos múltiples canales
facilita la asimilación de la obra desde diferentes sensibilidades. Canal
auditivo: El título y el lema repetitivo del “ladrar los perros”, además señalado
como ausencia marca una tensión constante, la búsqueda de un sonido, que surge
hasta la escena final del libro. Canal visual: La luz de luna, con las sombras
alargadas, la lucha contra la oscuridad. Canal quinestésico: La carga del hijo,
sensaciones de agobio, presión física y cansancio constantes; las emociones de
un viejo rencor que fluye continuamente.
Sensibilidad
ante las víctimas y la mentalidad 1953
El
conjunto de la literatura de campesinos fantasmales de Rulfo es imparable y
trágico. ¿Cómo es que el gusto literario
de la época se enganchó con esa percepción nostálgica del campo, trágica pero
poética? A su manera, la sensibilidad de Rulfo engancha con el “victimismo”,
asumiendo que la visión de los vencidos sigue arraigada y etérea, adormecida y
tan fuerte como en la alborada trágica de 1910. El campesino representa la
repetición trágica, ante la cual los editores y maestros del medio siglo XX se
plegaron, sin embargo, esa afirmación no dio más frutos. Nunca surgió una
“escuela” a partir de Rulfo, su siembra fue un árbol estéril, los intentos para
reeditar las narraciones fantasmales de campesinos no surgieron o fracasaron, a
diferencia del romanticismo del siglo XVIII, ese peculiar “realismo mágico”
quedó en el mortinato.
6 comentarios:
Excelente...pude comprender mas
Cuál es la idea principal de este cuento
Cual es la causa de la muerte de la madre?
La madre murió al parir al siguiente hijo, aunque el relato no da mayores detalles. Esa muerte sucede antes del tiempo de la narración,su contexto importa para remarcar la fuerza del vínculo del padre hacia el hijo moribundo.
Este texto está narrado en segunda persona plural
gracias, me encantó
Publicar un comentario