Por ENEUME Carlos Valdés Martín
Lo recordaba perfectamente: Al bajar
por la calle solitaria sin asfaltar, todavía estaba chispeando. Ese automóvil
se le acercó con las luces apagadas y no se distinguía claramente en la calle
tan poco alumbrada. Él caminaba solitario, ni almas en pena alrededor, el ruido
del auto aproximándose captó inmediatamente su atención. Él no quería hacer
caso, incrementaba su marcha, pero el vehículo pronto lo alcanzaría. Respiró hondo
el frío de la noche, apretó los puños dentro de la gabardina. Cuando el auto se
emparejó el conductor bajó la ventanilla y se escuchó un escupitajo; adentro
dos tipos. Él no quería mirar, pero el conductor le dijo: "Mira lo que
traje para ti, miedoso" y le mostró la silueta oscura de una pistola. Él
volteó de perfil sin detenerse, ni responder, mientras la muerte empezó a
rondar por su cabeza, y quiso tranquilizarse pensando "si me fueran a
matar no venían a avisarme, sólo tratan de asustarme", luego siguió
pensando "si caigo otros seguirán mis pasos, no podemos doblarnos, como
trabajadores no podemos rendirnos..." Caminaba aprisa, casi corriendo, y
ya estaba a punto de alcanzar la avenida, faltaban unos cuantos metros, cuando desde
el carro le apuntaron con esa arma amartillada...
28 DE ENERO:
OTRO SÁBADO DE TÍMIDAS ILUSIONES
Este sábado sólo acudieron tres
compañeros de la fábrica y dentro de una semana se harían las elecciones del
sindicato de empresa. Ellos eran los de la planilla sindical verde quienes
terminaban la campaña. Habían cumplido medianamente, una promoción rondando lo
regular, pero el desaliento asechaba.
—No entran
parejo, les digo y les digo que le entren con ganas, esta es la última semana.
—Bueno
Jorge, pero es que nosotros no podemos organizar fiestones como los charros. El
comité (ejecutivo del sindicato de empresa) hace una gran fiesta cada semana y
gasta, gasta mucho. Pero hasta los que van y les siguen el juego se dan cuenta ¿de
dónde sale el dinero? Yo he platicado con muchos que han ido a todas y no van a
votar por ellos.
—La gente no
es de veras, igual que te dicen "voto por ti", se lo dicen al
Porfirio (el secretario general). Pero si van a las fiestas se sienten
comprometidos y a la hora buena nos van a dar la espalda.
—Está bien,
está bien. No es para discutir, pero mira Jorge, que Javier tiene razón en que
busquen sacarle provecho a lo que los otros gastan. Nunca vamos a hacer una
campaña electoral comprando votos con fiestas. ¿Cierto?
—Sí
—Entonces
vamos a aprovechar, correr la voz con lo que se dan cuenta: las buenas fiestas
del comité (ejecutivo) se pagan con el dinero de todos. Las cuotas sindicales
se están usando en esto, y en tres años el comité no ha metido las manos en
favor de los compañeros. Si explicamos esto acabaremos ganando.
—Ese es el
punto, yo estuve ayer en (el departamento de) decorado y las muchachas están
molestas con lo de las fiestas, yo ya les dije esto más o menos y se
convencieron.
—Bueno, tú
no sales de ahí porque estás buscando novia.
Javier se sonrió, como acordándose
de la travesura. Las asperezas de Jorge nunca lo habían alterado, como si lo
tuviera medido, como si supiera que la desesperación de algunos se convierte en
una amargura que reparten, lanzando basura pulverizada como un aspersor de turbio
jaspe. Para Javier la afirmación era un halago y no porque fuera el más galante,
pero le encantaba andar cerca de las muchachas y platicar suave con las guapas.
Alguna vez sospeché que eso influía en sus desplantes y en su decisión de
aventurarse a la cabeza de una planilla disidente. La campaña mantenía un tono
discreto, en la planilla verde de alternativa participaban también gente con
antecedentes en la CTM,
central oficialista, con la evidente intención de tener un abanico y no dar una
voz de alarma entre la jerarquía de la central o los patrones. Pero siempre
encabezar una disidencia encerraba un riesgo de represalias o el desempleo. En
la mirada de Javier adivinaba un sentimiento protector, en especial las obreras
de decorado eran como sus niñas, un sentimiento por el cual se arriesgaría, en
el entendido que esa era su justicia.
—Buena idea
la de conseguir más novias.
—Ya serios,
aquí estamos para luchar.
—Perdónenme
pero aquí sólo estamos tres.
—Bueno, dos
avisaron que no vienen.
—Es que así no
se puede.
—Ya, los que
van a votar son los trabajadores. La planilla la armamos con gente de todos los
departamentos importantes. En la semana anterior quedamos en que la mitad de la
gente estaba garantizada, y la mitad es suficiente. Con lo que tienen que estar
alerta es una maniobra, es difícil ganar mucho apoyo en la última semana, pero
sí se puede perder bastante. Sobre todo cuídense de los rumores, de las
maniobras. No vayan a faltar ni un día, aunque se enfermen, por lo menos todos
acuden a la fábrica, sobre todo tú, Javier, el que está a la cabeza no puede
fallar. Si faltas y sale un rumor de que ya te vendiste o que vas a renunciar,
entonces sí, pues, nos “bailan”. Ahora las cabezas tienen que estar unidas. La
otra forma de perder es que se peleen esta semana, deshagan su planilla verde,
y nadie va a hacer esa tontería. Esta semana pongan oídos atentos si sale un
rumor venenoso, y sólo en caso muy necesario, de que esté perdiendo respóndanlo
con fuerza.
—¿Estamos de
acuerdo?
—Un rumor
sería como lo que andan diciendo del Pelón, que cuando estuvo en el comité hace
tres años robó mucho dinero.
—Pero eso no
es cierto ¿o qué?
—Claro, el
Pelón es el más fastidiado, nunca ha tocado un centavo de nadie.
—Y eso el
mundo lo sabe.
—Recuérdenle
que no vaya a estrenar ni calcetines esta semana, la gente es mal pensada.
—También les
recuerdo nada de pleitos, piensen que los pueden provocar. Mucho cuidado Jorge
con tu coraje, si nos hacen una se las cobramos después, pero después.
—La semana
pasada te estuvo molestando el Tuercas.
—Yo lo ignoro,
porque sé lo que busca, no se preocupen, no me descuido. Pero siento que no
vamos a ganar, somos pocos.
—No se
preocupen estamos aprendiendo. No se azoten, con tanta densidad ya se no
estaban olvidando las cervezas, ahorita mando a mi sobrino, que por aquí anda.
Repitió
Jorge, en voz baja, rezando para el mismo —Ojalá ganemos, ojalá ganemos, ojalá
ganemos.
Había cerrado los ojos, como los
creyentes, como quien se arrodilla en una iglesia; todos sentíamos su
desesperación por ganar. Era el más desesperado por cambiar las cosas, sin
embargo, no había querido estar de titular en la planilla verde alternativa. En
parte, esa opinión era compartida por nuestro asesor sindical, que pensaba
mantener un as bajo la manga por sí salían peor las cosas. La vida de un obrero
es fácil que se vuelva completamente cerrada con una vida familiar sin
estímulos, sin posibilidades de mejoría económica, sin interés real por las
diversiones, que agotan su sentido de válvula de escape. Hasta donde sabía nada
especial le gustaba a Jorge: su mujer le parecía insoportable, la televisión le
aburría, no le gustaban los deportes, no practicaba vicios notables, no creía
en la religión. El tiempo se le escurría de las manos, la vida pasaba y se
sabía enfermo con esa lenta agonía que es la silicosis; sabía que su calendario
restaba los días uno a uno. Se desesperaba y eso se podía volver un peligro,
pero tenía fe en nuestros consejos. En un año la vida sindical de la fábrica
había empezado a despertar. Era solamente un inicio, una posibilidad que se
anunciaba, era un despertar sin pausa, y eso tenía contento a Jorge. Su orgullo
era haber empezado a mover a la gente, con cuidado pero con fortuna. Su gran
aventura había sido repartir un pequeño volantito en los baños, él solito sin
ayuda de ningún tipo, con una pequeña denuncia que sacudió: no se había pagado
correctamente el aguinaldo. Empezó armarse un gran escándalo, la gente
platicaba diario, iban grupos cada vez más numerosos al comité ejecutivo y
luego al departamento de personal. Y se había salido Jorge con la suya, a los
pocos días la empresa rectificó el aguinaldo y hasta se disculpó el jefe de
personal. Después de ese pequeño triunfo empezó a formar el grupo sindical.
—Mira Jorge,
no creas que soy un optimista. Los del comité saliente saben que están
perdidos, lo saben claramente, por eso están tan nerviosos. Fíjate a la salida:
el Porfirio sonríe y trata de saludar a cada uno de mano. Tres años sin saludar
de mano, como si no lo conociéramos. Ahora sí se acuerda, a todos les dice que
cuenten con él. Hace un mes se encerraba en el local, no estaba para nadie o se
salía el día entero. Ahora ya tiene abierto el local sindical, está diario y
hasta acude temprano. La gente se sorprende. Ahorita basta con aguantar y yo
creo que ganamos, ganamos porque ganamos.
Para hacer su fórmula trinitaria
Javier abría muy bien los ojos. Este los abría y el Jorge los cerraba. ¿Quién
miraba mejor las cosas? No tardé en darme cuenta. De cualquier forma no me daba
buena señal, que faltara la gente en la etapa final de un enfrentamiento. Por
las ausencias no era fácil decidir entre las dos evaluaciones extremas de la
preferencia de la gente en la fábrica. Confesemos que nos engañamos, casi
siempre la expectativa a favor es excesiva, porque buscamos indicios del favor
de los dioses, de la resolución de un destino misterioso.
—Creo que
los de hornos no apoyarán y es el departamento más grande
—Mira, Jorge
es inútil tratar de resolver las elecciones. En mis largos años he visto muchos
triunfos y derrotas, y para un año de labor la llevan suave. Existen otros
compromisos, la lucha sindical no empieza ni acaba en un comité. Les recuerdo
que lo difícil no es llegar sino cumplir, no aflojar arriba, demostrar que se
es un hombre cabal, que no se prometió y luego se olvidó, demostrar que no
somos ni seremos unos dirigentes charros.
El sermón del Jefe Pluma Blanca,
como a veces le decíamos, se me hacía un poco acartonado. Las obligaciones de
un dirigente sindical democrático parecían sencillas, pero la experiencia nos
había mostrado que era difícil cruzar el pantano sin mancharse el plumaje.
Las
conversiones resultaban frecuentes, por preferencia personal hubiéramos querido
que el grupo democrático se preparara más antes de lanzarse a las elecciones,
pero la situación no se podía elegir.
—Eso ya me
suena a regaño.
—No es por
ahí.
—Bueno, ya
podemos decir salud.
—Salud.
Sonaron cinco cervezas. Resulta, que
éramos un puñadito y yo deseaba agarrarme de una metáfora optimista, como la
"punta del iceberg". Eso tenía sentido, porque se trabajaba en
círculos concéntricos. El grupo democrático propiamente dicho tenía sus
ramales, sus grupos de aprendices, con reuniones informales y sin estudios
definidos, que a su vez estaban distribuidos por la empresa, formando una
organización laxa de presión influyente. La organización confluía a dos cabezas
principales con temperamentos muy distintos.
—Bueno,
estás muy callado Ché.
—¿Sí?
—Es que
estoy tierno en esto, he asistido poco.
—Pero qué
opinas.
—Yo digo que
sí la hacemos.
Este Ché no tenía madera de
dirigente, pero se aceleraba y sonreía mucho. Su hermano mayor había sido
estudiante durante el movimiento popular del 1968 y le había inculcado el
sentido de la rebeldía como parte de su honor personal. Sabía que el problema
podía ser contenerlo, evitar que se desbordara, que cometiera imprudencias. De
cualquier manera, su sentido un tanto más juvenil y despreocupado contrapesaba
a Jorge en su desesperanza periódica.
La reunión propiamente sindical no
tenía sentido en su prolongación, pues las tareas de la semana eran mínimas y
durante el día de la votación no había una participación formal. Simplemente
deberían estar alertas y no faltar; las precauciones mayores se enfocaban hacia
rumores maliciosos y contra una posible provocación, aunque el ambiente no se
sentía tan caliente como el fuego. La táctica elegida de presentarse como una
alternativa dentro de la misma central y hasta incorporando a trabajadores que
ya habían estado en el comité antes no caldeaba tanto el ambiente. Eso era
preferible a dar la voz de alarma para enfrentar a los obreros contra sus
enemigos juntos, tal como lo preconizaba la táctica independentista de crear
organizaciones virginales en lucha frontal con las viejas centrales.
—¿Qué te
hace pensar que sí la hacemos?
—Todos los
choferes van a jalar parejo, bueno, excepto unos diez.
—Los
choferes son siete
—Pero los
ayudantes son más y ellos votan
—¿Cuantos de
cada lado?
—Con el
comité entre choferes y ayudantes son once y con nosotros van a votar
diecisiete, porque en total somos veintiocho.
Me llamó la atención el paso tan
suave desde una imprecisión absoluta de "jalar parejo", dando a
entender que todos nos apoyarían hasta una división matemáticamente exacta.
¿Primero hablaba el deseo y luego la ciencia? ¿o seguíamos el camino de un
engaño mejor disfrazado?
—Hace poco
pasada me dijiste, Che, que los choferes estaban en contra, solamente en tu
camión nos apoyaban.
—Es que ya
los convencí, y bien convencidos.
—Pero tú no
debes abrirte de capa, tienes poco tiempo.
—Si no es
ahora ¿cuándo? me dije y me puse a platicar, primero con el señor Hugo, que es
a quien más siguen los choferes. Y el fin de semana fui a la fiesta de los
charros, acompañé a la mayoría. Con los que platiqué salieron hasta atrás de
borrachos, pero convencidos de que no se iban a dejar comprar con bebidas
alcohólicas.
—Pero ten
cuidado.
—Ven lo que
digo, aunque la fábrica entera acuda a las fiestas del Porfirio no van a votar
por él.
La pregunta básica estaba en el aire
¿Ganar? Al menos en nuestras cabezas existía ya la posibilidad. La pregunta
volvía a las mentes. Jorge decía que sí quiero y no puedo. Javier insistía en
que sí se podía y el Che confiaba. Al
rato Javier hizo su balance del apoyo que esperaba, pero como Jorge objetaba no era posible la
certeza
—Casi son
completas las de decorado quienes apoyan
—Acuérdate
que Belinda es la que influye y no te quiere nada, aunque no sea muy charra,
con tal de fastidiar irá con Porfirio
—En decorado
son seis las que jalan con Belinda y las demás van en su contra
—El
departamento de horneado que es el más grande va con nosotros
—Pero el
Porfirio prometió bajar la carga de trabajo y la gente le está creyendo
—Fidel me
dijo que...
Algunos detalles me empezaban a distraer,
no convenía caer en un chisme, tras otro. Con la discusión saqué mis números,
era mi "pronóstico de político". Nada claro, pero sí existía una
oportunidad. Las elecciones serían en viernes.
PRIMERO DE
FEBRERO: MIÉRCOLES DE EMERGENCIA
Jorge llegó muy agitado en la tarde
con Pluma Blanca: el comité había soltado el rumor de que la planilla
alternativa era un grupo comunista, que los verdes bajo la piel eran rojos. En
esa plática no estuve presente, pero se me informó de esa preocupación y el
temor de una confrontación completa. Se convocó a una reunión de emergencia del
grupo democrático para el día siguiente, faltando un solo día para las
elecciones.
JUEVES 2 DE
FEBRERO: EL CHISME ROJO DE CUERPO ENTERO
A las cinco y media desde la fábrica
solamente había llegado Jorge, y yo acudí a las seis. El anfitrión estaba
tratando de tranquilizar el pesimismo que se destilaba, por lo demás no parecía
que el rumor fuera tan importante, no había acusaciones concretas. Claro,
siempre está el problema de la fuga de información, de la infiltración, y otras
imágenes paranoicas, pero esas prefiero dejarlas en las historias de
detectives. La hija del anfitrión llegó y subió a platicar sobre la enfermedad
del nieto, que tenía fiebre. Los granos en el pechito infantil nos distrajeron,
nada que temer, pero la piel blanda nos conduciría hacia otro confín.
—Son unos
granos pequeñitos y rojos.
—Mi sobrina
también tiene ¿no será una epidemia?
—Puede ser
una alergia ¿ya lo llevaste al doctor?
—Al rato que
venga Jaimito con el coche lo llevo al médico.
—Mientras no
tenga la fiebre alta no es problema.
—Son treinta
y siete y medio de temperatura, eso no es mucho.
—No, casi no
es nada.
—Una vez rocé
cuarenta, por una simple diarrea, comí unos taquitos de suadero allá abajo, en
los taquitos de la Lupita
y eran una bomba al estómago.
—No hay que
comer en cualquier lado, por ejemplo con don Balo nunca hemos tenido problema,
él selecciona la carne personalmente, porque el puerco es traicionero, si no
está sana esa carne te va de lo peor.
—¿Y tiene
más síntomas tu niño?
—Le duele la
cabeza.
—Por lo
menos dale una pastilla.
Sonó el timbre y apareció nuestro Javier,
el de la fábrica, quien no es el mismo que Javiercito el ruletero, que trasladaría
al niño al doctor. Volvimos a nuestra obstinación de la elección sindical.
—¿Está afectando
el chisme?
Javier
despreciaba la señal de alarma —Nadie le hace caso a esa vieja que soltó el
chisme, a esa tal Paquita nadie la toma en cuenta, ni es charra, ni de la
empresa. Lo mejor que podemos hacer es ignorarla.
—Otros
pudieron manipular a la
Paquita para que soltara el chisme.
—Mira yo no
lo creo, si ella habla mal de nosotros hasta nos beneficia, porque nadie la estima.
—Yo creo que
esto lo debemos tomar en serio, porque puede ser el aviso de algo mayor, de una
maniobra que no alcanzamos a ver.
—Si este
chisme de la Paquita,
es lo mejor que pueden lanzarnos los charros, están perdidos.
—El tiempo
está encima y es bueno que este ataque sea tan poca cosa a los ojos de los
compañeros, pero acuérdense de las autoridades, las centrales y los patrones.
Si el rumor de que somos comunistas lo creen ellos, entonces nos pueden atacar
y entonces nos tiran por una barranca, por lo mismo se trabaja con tanta
discreción.
—Yo no digo
que las cosas ya sean graves, pero lo podrían estar, y lo del rumor es un
aviso, creo que nos van a maniobrar a la hora final.
—Las
elecciones no tienen porqué salir mal.
—Pero somos
nosotros contra los fuertes.
De nuevo el antagonismo entre dos
enfoques se hacía patente, y era necesario mediar.
—Acuérdense
los dos que a este camino venimos juntos, y quizá poco es lo que podemos hacer,
pero yo les aseguro que la preparación ha sido a fondo y lo más difícil no es
llegar a un comité ejecutivo sino mantenerse honestamente y sacar adelante a la
gente. Parece que el rumor no afectará la votación de mañana, pero sí puede
preparar el terreno para un fraude o maniobras posteriores. Por eso deben estar
alertas y ahora más que nunca...
A
veces me parecía que los discursos del asesor sindical salían sobrando por
obvios, pero se tenía que repetir, una y otra vez, presionando sobre los puntos
ásperos, donde los temores y las expectativas de cada compañero chocaban. En la
situación de Jorge era claro que se predisponía anímicamente para aceptar la
derrota; una persona acostumbrada a la derrota no por eso sigue temiendo y
buscando maneras para hacerla más dolorosa; un día antes no quería convencerse
de que realmente ellos podían ganar, no quería que la esperanza creciera hasta
desbordarlo.
Mientras tanto Javier vivía con el triunfo dentro de la camisa, lo asumía
perfectamente ceñido al cuerpo y no podía evitarlo. Se despertaba alegre pues
sentía un triunfo cerca y esa noche casi no pudo dormir pensando en temas como
"¿Qué se debe decir para asumir la secretaría general? Ahora sí va a ser
distinto, la gente se va a dar cuenta lo que es la honestidad, porque yo soy recto.
En la escuela Preparatoria el profesor Ramírez me habló del Ché Guevara que
dejó el poder para seguir luchando, arriesgando la vida, dejó un ministerio,
casi como ser presidente, y el Ché tenía hijos y se fue a la selva a hacer la
guerra revolucionaria. Se fue a la selva por una idea honesta, y esto no es la
vida militar, el sindicato es una trinchera chiquita... Si las cosas se ponen
difíciles los charros me pueden matar. En el sindicato de maestros ya ha habido
muertos, algo salió en el periódico. ¿Miedo? No, yo no tengo hijos como el Ché.
Aunque no estoy seguro de qué pasó con el embarazo de la Matilda, ja esa Matilda
tan tonta, con el primero que le hablaba se enredaba. Tonta pero bonita, sus
ojotes. Sí se embarazó, debía de tener algo de cuidado, y ni sabía de quien era
el niño. No era mensa, se casó ya con la panza grandota, el Jonás se aventó a
la boda. ¿Qué sería de la Matilda?...
En la toma de posesión se hace un discurso, pero no como los políticos
mentirosos, así no daría yo un discurso. Lo primero es decir la verdad, y luego
tener mucho cuidado con el soborno, sobretodo cuidarse del soborno con
faldas... Me acuerdo que alguien me dijo que Matilda estaba viviendo en
Veracruz... Sería bueno dormirse y mañana estar muy despiertos... Con que voten
los del horno como lo prometieron, votando en bloque, juntos, así podemos
arrasar. Por lo menos aventajamos con cincuenta votos...Sería bueno dormirse...
Un discurso comienza con palabras muy claras y directas, claro que no podemos
evidenciar una agresividad. Eso sería infantil. ¿Por qué no empecé desde antes?
Creo que se me está escapando el sueño..."
VIERNES 3 DE
FEBRERO: LA BOLITA DE
GENTE
En esa mañana de elecciones, de
decisiones, Jorge estaba descorazonado, más triste que de costumbre. Desde que
vio el cielo tan gris sintió que ese no era su día de suerte. Cuando tomó el
camión y sumó los números de la placa se encontró con otro revés: le había
salido el trece y eso no le agradó nada. Procuraba evitar la pesadez en el
corazón sin lograrlo:
"Tanto esfuerzo para que la
ingratitud de la gente nos abandone. Les ofrecen cualquier tontería y se la
creen. Las explicaciones salen sobrando, les ofrecen una botella y ya están
contentos. Quizá si trabajáramos más todo sería distinto, pero los compañeros
del grupo son flojos, ni en este final nos pudimos reunir. Y ese Javier: no le
echa las ganas, siendo el cabeza de planilla debería de entrarle con todo. Yo
no le entré porque tengo mi familia, hay mucho en juego. Había otros mejores,
pero igual con familia es difícil arriesgar. Como sea, ya casi llegamos a la
fábrica"
Esa mañana Javier casi no tocaba el
suelo. Desde que vio el cielo tan gris sintió que el sol se ocultaba para sus
enemigos, para los injustos. Cuando tomó el camión y sumó los números de la
placa se encontró con otra esperanza: le había salido el trece y eso le agradó,
la adversidad era manejable. Procuraba evitar la euforia en el corazón sin
poder contenerla:
"Tanto esfuerzo para que por
fin la gente nos apoye. Antes les ofrecían cualquier tontería y la creían. Las
explicaciones no salen sobrando, les ofrecen una botella y ya no compran su
conciencia. Quizá si los charros trabajaran sería distinto, pero los compañeros
dejaron atrás la desidia, y aunque en esta semana final no nos pudimos reunir
tenemos el triunfo en la mano. Especialmente el Jorge que le echa todas las
ganas sentirá este como su triunfo, aunque por precaución no sea cabeza de
planilla, le entró como el que más. Yo voy a la cabeza porque tengo no familia,
pero uno se la juega. Quizá había otros mejores, pero igual con familia es más
difícil arriesgar. Bueno, ya casi llegamos a la fábrica".
Jorge miró de reojo la mesita de
escrutinio al centro del patio central de la empresa y apresuró el paso, no
podía evidenciarse, su labor estaba en la sombra.
Javier detuvo el paso junto a la
mesita de escrutinio, intencionadamente se detuvo a saludar en voz alta y con una
gran sonrisa. Debían verlo sonreír, convocando un gesto de confianza, mirando a
los ojos a contrarios y a compañeros. Quería esponjar su confianza, atajar a
los y las trabajadoras que entraban como arroyo. Mientras saludaba a la
distancia a los de la mesa, nombrándolos uno a uno (Santiago, Soledad, Chente,
Alvarito,...) se podían detener más trabajadores a saludar. El momento era
oportuno, justamente cuatro minutos antes de la checada de turno, la elección
había sido precisa. Se empezaron a juntar uno y luego otro a su alrededor, se
olvidaban ya de la mesa y él, como principal candidato contendiente, no podía
hacer campaña pero en un rato se presentaría a la mesa. La gente se estaba
juntando y lo saludaban, entonces fulano veía que zutano lo saludaba, y se
podía suponer que lo apoyaban. En tres minutos ya se habían juntado treinta
personas a su alrededor y había saludado a otras tantas, y aunque algunas no lo
apoyaban el gesto se podía interpretar. El breve gesto de un grupo agolpado
saludando alegremente a Javier se regó como pólvora en el primer turno,
entonces se creyó, de antemano por ese simple gesto, que él era el ganador.
Porque se podía suponer que Porfirio, el secretario en funciones, tuviera su
bola de incondicionales, pero nadie esperaba que un contendiente juntara a la
gente de esa manera.
A las nueve de la mañana le llegó a
Jorge la noticia de lo sucedido hace dos horas, se lo comentó rápido Mauricio,
dando un sentido indudable a lo ocurrido. Mientras empujaba un carrito atestado
de lozas Mauricio le comentó: —"Jorge, tu cuate, el Javier ahora si tiene
los ases del gane, ya juntó a una bola de casi cien gentes en la mañana, en el
patio de la entrada". Y sin dar pié a una respuesta se fue empujando el
carrito. Jorge sabía que Mauricio era un bocón, que siempre le traía la
contraria y que prefería a los charros, entonces sintió que las nubes grises se
despejaban. La esperanza rondaba en la cabeza de Jorge y se dio manos a la
acción, soltando comentarios breves: —"¿Ya supieron el apoyo que trae Javier?".
Algunos contestaban —"Sí yo vi la bola hasta los del comité se detenían,
como que ya lo estaban felicitando". Jorge decía: —"Pónganse vivos,
ya saben quién es el ganador".
El acuerdo de votación es que
saldrían a votar por departamentos, procurando interrumpir en lo mínimo los
procesos productivos, así salía primero la mitad y luego la otras, o hasta por
partes más pequeñas en el caso de hornos, por ser un proceso exigente y rápido.
Se acordó que los candidatos estuvieran presentes en la mesa de votación, como
simples observadores, eliminando cualquier acto proselitista. Al tomar su lugar
junto a la mesa Javier recibió un tibio cuestionamiento por el acontecimiento
de la gente que se había juntado, y él respondió con sencillez: —"Todos
vieron y oyeron que a nadie le pedí que votara por mí, solamente nos estábamos
saludando, igual que los saludé al llegar. No inventen que eso fue un mitin,
también se detuvieron varios del comité". El representante de la comisión
de honor del comité saliente se quedó con la sensación de que había presenciado
el crimen perfecto: la muerte de sus aspiraciones.
Javier también era el primer
candidato que llegaba a la mesa en punto de las nueve de las ocho de la mañana,
pensó "Ahora sí los estoy madrugando dos veces. Lo que sigue es demostrar
el aplomo y la confianza, transmitir la energía positiva que traigo, como me lo
dijo la Carmelita. Así
como vamos hasta los charros votan por nosotros. Ya es hora de romper
tensiones, les voy a contar un chiste".
Los choferes y sus ayudantes no
tenían hora fija para votar, así que el Che (diminutivo mínimo de Chente,
mezcla de la deformación cariñosa de Vicente y homenaje al Che Guevara) acudió
el primero a votar. Se decía sí mismo, que quien empieza ganando termina
ganando y de eso se trataba. Con él empezaron las pequeñas filas, un empleado
de personal estaba coordinando con uno del sindicato la afluencia de los
diferentes departamentos.
El señor Miguel candidato de otra
planilla, la gris, tomó su lugar diez minutos después de Javier y diez minutos
después llegó la señora Concepción la candidata de la planilla rosa, la débil,
quienes prácticamente no habían hecho campaña alguna. La señora Concepción, una
decoradora de 45 años, madre de cuatro hijos y esposa de un policía industrial
no era entendida de la política, pero sí bastante comunicativa y demostraba
cierta debilidad por el candidato a quien llamaba "Javiercito". La
señora le soltó el piropo despreocupadamente: —"¡Qué bárbaro Javiercito!
Con el arrastre que traes mejor ni hubiera hecho mi planilla." La
respuesta de la falsa modestia: —"Si hubiera aceptado unírsenos, como le
dije hace dos meses, eso sí que sería un buen arrastre". La respuesta de
la coquetería femenina: —"Debí de haber estado dormida, porque tú te
mereces el sí". De esa manera le rebotaba a Javier el eco de lo que él
quería escuchar.
Hasta las
once de mañana la llegó el Porfirio, el secretario general candidato a
reelegirse, muy serio saludando a los presentes. Tenía la tez morena y un aire
de importancia. Los años se le habían subido a las canas y la barriga ya
sobresalía del cinturón, esa curva abdominal era el signo claro de los varios
años que habían pasado desde que él era un obrero simple, ahora como
funcionario sindical comía exageradamente y se levantaba tarde. Lorenzo otro
miembro del comité ejecutivo lo llamó a parte, muy serios se cuchicheaban y
movían la cabeza. Javier pensaba: "Eso es buena señal, Porfirio se
preocupa, y todavía la cara que les voy a ver me va a gustar más"
Al mediodía
se relajó un poco el orden de las votaciones. Había varios curiosos que se
apuraron a comer y miraban las votaciones. El Che se acercó susurrándole a
Javier:—"Estos charritos no se la van a acabar, nuestra Planilla Verde va
de tres a uno"
La votación
terminó a las ocho de la noche y los miembros de la mesa se retiraron para
contar durante dos horas. Los candidatos también se retiraron.
EL MISMO
VIERNES PERO ENTRADA LA NOCHE:
INGRATITUD
Suena el teléfono en la casa del
secretario general y candidato a reelección, contesta el mismo Porfirio: —Buenas
noches, ¿quién habla?
—Soy
Lorenzo.
—Ya era
hora, son las once, ¿qué noticias me tienes?
—Malas.
—No
profieras.
—Sí, los
verdes se la sacaron.
—Pero ¿cómo,
cuántos?
—Sí, estuvo
grueso, ellos 453 votos y nosotros 136.
—No es
posible, si las fiestas estuvieron a reventar, la gente acudía, ahora fueron
más que en años pasados. Todos me decían que estaban con nosotros, no es
posible.
—Y ahora
¿qué?
—No es
posible que nos den la espalda, con tanto lo que les di, en la última fiesta
hasta wisky importado invitamos. No es posible.
—Pero…
—No me
interrumpas, eso me pasa por creer en la gente, por andar haciendo favores.
Nadie agradece nada. Hasta pagué dos conjuntos en la última fiesta, ¿o fue en
la anterior? Eso me pasa por confiado. Por eso y por juntarme con ineptos.
—Pero, qué
pasó.
—¿Entendiste?
Vaya, sí me refiero a babosos como tú, y tan tranzas que nadie los quiere.
Medio mundo se enteró de la estafa con los departamentos que financia el
gobierno, que no se entregaron en esta fábrica, sino que se negociaron para los
otros que no tenían derecho y ¿quién sale embarrado? Ese soy yo el embarrado,
pero tú eres tan bruto que ni robar sabes. Vete a la mierda, baboso.
—Pero,
Porfi...
—Eres un
baboso y re-baboso
—Clic.
—No me cuelgues.
Te faltan…, babosote, Lorenzo.
Después
de colgar la bocina se acerca su mujer, que se aproximó desde la cocina y había
captado la mitad de la conversación, diciéndole:
—Esos
babosos te están causando un disgusto, pero tú eres mucha pieza.
—Mañana voy
con mi compadre de la
Central Sindical para que me eche sostenga. Tenemos que
buscar la forma de anular las elecciones, alguna forma debe de haber.
—Ahorita te
preparo un aperitivo mientras piensas, viejito.
Al rato estaban platicando, un poco
más calmado el ánimo, y su mujer le decía:
—Si anulan
las elecciones van a tener que volver a votar y si como dices los verdes te
llevan por tanto porque estuviste rodeado de inútiles en el comité, entonces
tienes que hacer un acuerdo con los verdes, jalarte a una parte, para que te
apoyes más.
—Claro,
claro, tengo que pensarlo bien, cariño, no puedo confiarme de la partida de
estúpidos del comité. Tantos inútiles me han desprestigiado. ¡Fíjate que ni
doscientas gentes me apoyaron! Eso es la ingratitud.
—Viejito, no
te lamentes, piensa en un remedio, tu compadre de la central tiene mucha
experiencia y no te va dejar solo.
Pasaron dos horas compartiendo
aperitivos hasta que el humo del alcohol se les había subido a la cabeza. Los
niños ya estaban dormidos y la pareja se devanaba el cerebro buscando la manera
de cancelar el veredicto adverso:
— Los
inconformes se han valido de sucias maniobras, esparcen rumores de que soy
ladrón y yo estoy rodeado de estúpidos. ¡Ah, pero ese Lorenzo me las paga! Es
el más baboso, no sé en qué pensaba cuando lo metí al comité. Pero esa bola de
mugrosos, no se merecen que yo los dirija.
—Cuánta
ingratitud viejito, pero yo sí te quiero.
—Pero los
hubieras escuchado hace unos días, lamiéndome los zapatos, todos saludando, que
esto, que lo otro. No me merecen. Imagínate se quejaban de que te compré coche
nuevo con su dinero. No es nuevo cariño, tú sabes que yo ¡qué más quisiera que
comprártelo nuevo! Te compré uno usadito del año pasado.
—Pero yo te
lo cuido como si fuera nuevo.
—Sí, y se
quejan de que es con su dinero, los desagradecidos creen que las cuotas
sindicales son su dinero, como si uno viviera del aire, ay, sí los voy a
representar en la central y nada me gasto, si los meros jefes de la central
beben como locos. Esa cuenta no va a salir de mi bolsillo, ni lo sueñen. Hay
que hacer rendir el dinero eso es el secreto, pasar un dinero al banco, tomar
la diferencia y eso es como pedir prestado. Eso no está mal, ¿verdad, cariño?
—Claro
viejito, tú les has dado mucho y ellos son malagradecidos, no te vas a sobar el
lomo gratis.
—No cariño,
nada es gratis.
Poco antes de dormir Porfirio
pensaba: "Estos malagradecidos no me la juegan, con el apoyo de mi
compadre los detengo. Sólo tengo que moverme rápido, esta misma semana se da
aviso a la central y a las autoridades, tengo que evitar la toma de nota de las
autoridades. Tengo que buscar anomalías, repetir las votaciones y mientras
comprarme a algunos de los verdes, sobre todo a ese Javier, ese es un menso, yo
lo convenzo de que jale conmigo. Pero tiene que verla perdida, porque ahorita
cree que ya ganó. Si yo tuviera todo no repartía...ese Javier cree que ganó,
pero yo los tengo en un puño... soy una maravilla encuerada, nadie me la
hace...mi compadre..."
4 DE FEBRERO
SÁBADO TEMPRANO POR LA MAÑANA:
UN CAFECITO
A las seis y media sonó el timbre en
la casa de Javier. En la puerta esperaba ansioso el Che. La dueña de la casa se
alarmó, pero ya conoció al visitante y se calmó, le preguntó:
—¿Tienes
algún problema Vicente?
—Perdone
señora, qué pena, ya la desperté.
—Sí, qué
ideas las tuyas hoy es mi día de descanso.
—Perdóneme,
pero traigo la buena noticia ¿no se imagina?
—¡Mi
muchachote ya es secretario!
—Eso mismo.
—Voy a
levantarlo.
Con el pelo arremolinado en la
cabeza y la barba creciendo apareció Javier, atravesó una cortina corriente que
hacía el lugar de puerta de la sala. Sonreía:
—Se nos hizo
¿verdad?
—Hecho, re-que-te
hecho
—Bueno, yo
estaba muy seguro, el día estuve junto a la mesa de votación y la gente mira...
—Ernesto le
dijo al Ronco y se juntaron con Lalo, llegaron por mí y nos fuimos a
celebrarlo. Querían pasar a verte, pero ya que lo pensaron eran las tres de la
mañana y yo les dije que no, no. Luego se quedaron dormidos en mi casa, y ya
que amaneció vine a verte, me traje el auto del Ronco.
—Ernesto
López es el de la mesa de votación
—Sí él contó
los votos, y lo mejor es que no sólo se ganó, sino que se arrasó. No te la van
a poder quitar.
—¿Cómo quedó
la votación?
—Nosotros
sacamos más de cuatrocientos y los charros poco más de cien. El resto de
planillas ni contó.
—¿Ya lo
saben los demás?
—No lo creo
—Al rato
vamos a avisarles
—Juega
—"¿No
quieren un cafecito?". Terminó por decir la señora, comprendiendo que este
visitante se iba a quedar largo rato.
EL MISMO
SABADO POR LA TARDE:
ALEGRES COMPADRES
Porfirio llegó de visita a la casa
de su compadre Tacho Benavides, segundo titular de la cartera de vivienda en la Central regional en el
Distrito Federal, la capital del país. Muchos años de borracheras compartidas
habían sellado una amistad, en la que Benavides había convencido a un obrero
listo que la actividad sindical era una carrera lucrativa. Había convencido a
Porfirio de organizarse para ganar la votación y lo apoyó hasta con dinero, de
tal modo que hace ocho años había tenido su primer cargo sindical en la
fábrica. Los últimos cuatro años alcanzó el puesto mayor dentro de su fábrica:
secretario general y sentía que se perfilaba una larga y exitosa carrera
sindical para él.
Su compadre Tacho le empieza
infundir ánimos: —No te preocupes, esto ya lo he visto, sólo es un tropiezo sin
importancia.
—Es que la
gente me dio la espalda
Lo tomó por
el cuello mientras brindaban con la cuarta cerveza:
—Mira esto
es un tropezón, la última palabra está en la central, en La Central Sindical,
la mera Nacional, con los jefes, los mandones, se puede impugnar la votación,
debe haber algún error.
—Creo que
estuvo limpia
—Eso sabes
tú, eso lo sé yo, pero eso no se tiene que saber más arriba, la cuestión es
exagerar algún detalle, alguna falla.
—Bueno...
—Tus
contrarios pueden ser un grupo de rojos, con eso espantamos a La Central Sindical
y yo te consigo apoyo arriba, con los que pesan.
—No creo
—¿Qué no
crees?
—No creo que
sean de los rojos, hasta hay de comités anteriores, que siempre han estado con la Central
—Para
movernos arriba necesitamos algún motivo, investiga, algo chueco debe haber. Si
no son rojos, tú se los inventas.
—Bueno, sí
hubo algún rumor, pero nada cierto, puras tonteras.
—No importa,
si no se pintan de rojos debe haber algo más. Mira, yo soy tu compadre, el
Tacho de la vidorria, voy a dar la cara con los de arriba y ¿con qué les
salgo?...Que a mi compadre del alma le sonaron hasta con la cubeta en las
elecciones. Si no me ayudas a encontrar algo me van a tirar de a loco. Debió de
haber algo malo en las elecciones. Convence a alguno de los escrutadores, uno
de los que contó votos, que hubo errores, que diga públicamente que hubo fraude
o algo así. Necesito motivos, decir que hubo irregularidades, para ir más
arriba, de lo contrario los jefes van a pensar que yo soy el zonzo por tratar
de ayudar a mi compadre. ¿Me entiendes?
—Sí, capto
pero esto lo veo difícil.
—Tienes que
encontrar el motivo, convence gente con un billete por delante.
—Mañana
mismo voy con alguno de los que estaban en la mesa de votación.
Al decir eso, Porfirio giró su mano
en el aire como si hubiera atrapado un insecto. Tacho le respondió, palmeando
su espalda:
—Esa es la
cosa. Yo te apoyo por completo, voy en tu lugar, sabes que arriba sí me
escuchan, hasta el Secretario Nacional me oye; yo te hago fuerte, pero tú
tienes que moverte rápido. No te puedes desanimar, no puedes andar bocabajeado,
dando la impresión de que anoche no dormiste ni un minuto.
—Nada más se
me fue un poco el sueño
—Es natural,
pero ponte buzo. ¡Vieja, otra cerveza para mi compadre!
Las señoras platicaban animadamente
en la cocina desde hacía más de una hora, se sentían cómodas y tenían mucho que
decir. A su manera evaluaban la derrota de Porfirio, pero no acostumbraban a
confrontar sus opiniones con los señores. Después de traer la cerveza helada
Carmen se regresó a la cocina, mientras Tacho le soltaba otras ideas:
—Mira
Porfirio, no está de más que te jales a los ganadores, no a todos, al menos a
una parte. Si te ganaron de calle es porque, como me dices, te rodeaste de
inútiles. Yo logro convencer a los de La Central que se repitan las elecciones, pero si en
tu empresa sigues igual, y con las mismas planillas vas a volver a perder, y
hasta yo me quemo.
—El asunto
es con los de la verde, los otros no cuentan.
—¿Crees que
puedas jalarlos?
—Son algo
necios.
—Si te jalas
a la cabeza, al candidato a secretario general, luego los votos te los puedes
ganar.
—No creo.
—Ah, ese
tipo ¿cómo se llama?
—Javier.
—A ese
Javier vas a tener que ofrecerle dinero y mucho.
—¿Mucho?
—Por lo
menos lo que sacaste con lo de esos terrenos.
—Eso es un
montón.
—Ya lo sé,
pero debes mirar al sindicato como un negocio, para ganar tienes que invertir.
El asunto de los terrenos lo sacaste del mismo sindicato y fue completo para
ti. Si no te animas a gastar pierdes, se acabó tu carrera...
Tacho vio que su compadre miraba al
suelo, como pidiendo compasión, y continuó diciendo: — Quizá no se acaba para
siempre la carrera, pero te esperas cuatro años para hacer otra planilla, y
mientras te regresas al taller, a levantarte a las cinco y decorar platos y
jarras ocho horas al día. Pierdes y cortas las alas por un rato largo, y yo no
quiero que mi compadre del alma se aguante esa friega.
— Esto está
espantoso.
— No te me
azotes compadre.
La tristeza se convertía en coraje
en el corazón de una derrota: —¿Y si le partimos la madre al ojete ese
Javiercito?
—¿A quién?
—Al de los
verdes
—Compadre,
eso no te sirve de nada, por automático entra otro de su misma planilla, de
nada te sirve y si te agarran en el lío hasta yo salgo embarrado. No me
chingues.
—No, no
Tacho, me da coraje, vengo a consultarte, porque tú sí sabes.
—Nada de
golpes, eso te hubiera ayudado, puede ser, antes de esto, a veces nos conviene
espantar a los tarugos.
—Es que
traigo coraje.
—No me salga
chillón.
—No, no.
—Bueno,
estábamos en que tienes que tratar de comprar a ese verde y hasta chance y
renuncia y él mismo pide que se anulen las elecciones. ¡Imagínate si ese
pendejo pide anular las elecciones! Se queman los verdes con la base y regresas
muy campante, con la mano en la cintura.
—Está
difícil que él haga eso.
—Por eso
tienes que ofrecer mucho, al cabo es un muerto de hambre, un simple obrero.
—Sí es un
simple obrero.
La plática de los alegres compadres
continuó y fue siguiendo, agotado el punto de interés, caminos más triviales,
como sus achaques y la situación del campeonato de fútbol.
DOMINGO 5 DE
FEBRERO AL MEDIODÍA: EN EL HOSPITAL CON LA SUEGRA
Sonó el teléfono en casa de Lorenzo,
el miembro del comité ejecutivo que había estado presenciando las votaciones,
el mismo que llamó a Porfirio con malas nuevas. El teléfono volvió a llamar y
llamar hasta que contestaron:
— Sí
— Eres tú,
Lorenzo
— Sí, qué
quieres
— Tenemos
que hablar hoy
— Ya
hablamos el viernes y hoy es domingo, en domingo ni las gallinas ponen
Se acordaba muy bien Lorenzo de lo
sucedido el viernes, tenía ganas de responderle "y ni creas que soy tu zonzo",
pero todavía Porfirio era su jefe, aunque ya por poco tiempo, esperaba.
Porfirio interrumpió el hilo de sus pensamientos y le insistió: —Mira, necesito
hablarte, es importante, tú eres el único de mi confianza que estuvo presente
en toda la votación.
Pensaba Lorenzo: "Este cabrón
tan fresco, me la mienta y como que ya no se acuerda, se cree eso de que soy su
zonzo, pero en tres semanas adiós y se le bajan los humos. En tres semanas,
¿quién es el zonzo?". Pero no era momento de enfrentarse, Lorenzo tomó el
camino de la evasión cínica: —Ya sabes Porfis, que cuentas conmigo p-a-r-a
t-o-d-o, pero la mamá de mi mujer está en el hospital, me agarraste saliendo,
el taxi está parado afuera. Discúlpame, yo te llamo de un teléfono público, en
el hospital debe haber uno.
—Es que me
urge
—Te juro que
te llamo, Porfis
—Hoy nos
tenemos que ver
—Sí, claro,
Porfis yo te llamo
—Pero que no
pase de las dos
—Sí, claro,
Porfis yo te estoy llamando mucho antes de las dos.
Después de colgar Lorenzo dejó
descolgado el teléfono, bloqueando la comunicación. Llamó a su mujer, para
ordenarle:
—Deja
descolgado el teléfono, no quiero que me vaya a entrar ninguna llamada
—Yo puedo
contestar
—Rosita,
cabeza de albóndiga, le dije a Porfirio que los dos salimos de urgencia. Si le
contestas me arruinas. ¡Imagínate quiere que trabaje en domingo!
—No me
extraña los últimos dos meses anduviste saliendo a trabajar sábado y domingo
—Pero Rosita
eso era antes, estábamos en campaña electoral y se acabó y ¡perdimos!
—¿Perdieron?
No me habías dicho nada Lorenzo.
—Mira,
Rosita cabeza de albóndiga a final de cuentas me vale, m-e, me, v-a-l-e, vale,
me vale madres.
Antes no le valía a Lorenzo, antes
le importaba mucho, él había organizado casi toda la campaña de reelección de
Porfirio, pero el viernes se rompieron los platos de la ilusión: la mayoría
estaba con los verdes y Porfirio lo pendejeaba. Nunca lo había insultado su
secretario general, a otros sí, pero él, Lorenzo, era el mejor de todos, era su
brazo derecho, capaz de arreglarle cualquier problemita, evitarle cualquier
molestia. Ahora se había vuelto el menso oficial de Porfis. Eso era demasiado.
El sábado había decidido que le dejaba de importar esto del sindicato, pensaba
firmemente que el inútil era Porfis, por él se perdió todo, por su flojera,
porque siempre llegaba tarde, por no rozarse con la gente, por no atreverse a
presionar a los patrones en las pequeñas cosas, como cuando un horno se
descompuso y se la pasaba rompiendo vajilla por calentamientos irregulares, y
los platos se los cobraron a los trabajadores y de tan furiosos pararon el
departamento, el muy miedoso de Porfis no se atrevió a ponerse a frente y se
encerró en su oficina. ¿Quién sacó el problema? Lorenzo fue el único del comité
que se juntó con la bola y, de alguna manera, evitó el desprestigio con la base
sindical; aunque no quedaron contentos con Porfis, pero, ¿qué más podía hacer
Lorenzo? No, ya no le importaba, bastaba salir del paso, como quien dice
diplomáticamente, sin pelearse con su futuro ex-jefe.
Rosita interrumpió las divagaciones
silenciosas de Lorenzo con una pregunta materialista: —Si pierdes en el
sindicato ¿te regresas de molinero?
—No, Rosita
cabeza de albóndiga, tu Lorencito no es un menso, no tiene sesos de albóndiga
rellena de carne cocida.
—Entonces
—Ya tengo
apalabrado un taxi
—No me
habías dicho
—Me decidí
ayer, y en menos de un mes vas a conocer a súper Lorenzo el ruletero
—Bueno
—No te veo
contenta, Rosita cabeza de albóndiga
—No creo que
estemos mejor viviendo de un taxi
—Pero Rosita
cabeza de albóndiga no te ha acabado de contar, yo, súper Lorenzo, tengo para
comprar hasta tres taxi, pero me la llevo tranquila, primero hay que aprender
el negocio, primero manejo yo personalmente y luego contrato choferes. Primero
aprender el negocio que si no me van a ver la cara. Con tres taxi eso sí va ser
vida.
—Ay Lorenzo,
ya me emocioné, como si nos hubiéramos sacado la lotería
—Te la
sacaste Rosita cabeza de albóndiga, con un súper Lorenzo tan listo.
—Me dan
ganas de celebrar
—Sí, Rosita
cabeza de albóndiga, pero antes...
—Antes ¿qué?
—Tenemos que
ir al hospital a ver a tu mamá
—Mi mamá no
está en el hospital, Lorenzo.
—Ja, ja
—¿De qué te
ríes, Lorenzo?
—No,
albondiguita, ja, ja, no me río de ti. Ahorita te digo.
LUNES 6 DE
FEBRERO EN LA MAÑANA:
LA TRAMPA
Lorenzo entró con un recado para
Javier, quien trabajaba, como de costumbre. La visita de la mano derecha de
Porfirio a hablar con el ganador de las elecciones no podía quedar sin
comentarios en la empresa completa. Con aire sospechoso Lorenzo llamó hacia una
esquina a Javier y empezó: —Porfirio me encargó para reunirse contigo.
—No me
parece oportuno.
—Bueno a la
hora de la comida ¿qué te parece Javier?
—No me
refiero a que ahorita es jornada laboral, sino que todavía no se coloca el
cartel con los resultados de las votaciones.
—Mira,
Javier, eso no es asunto del comité sino de la mesa, y tú también tienes a tu
representante, yo creo que al rato hacen el cartel. Pero, ¿ya lo sabes?
—¿Qué,
Lorenzo?
—No te hagas.
—¿A qué te
refieres?
—Que ganaste
la elección, Javier.
—Ya me
habían dicho, pero qué quiere Porfirio.
—Sólo
platicar en privado.
—Pero ¿que se
trae, Lorenzo?
—No me lo
dijo.
—No te creo.
—Mira ahí
viene el supervisor, espérate... Manuel, permítanos unos cinco minutos es
cuestión sindical importante. Bueno, estábamos en que mira, yo solamente vengo
con un recado, pero si te ofrece algo...mejor no le creas, ya sabes cómo es la
gente, ofrecer no cuesta nada. Escucha, a Porfis es mejor darle por su lado,
pero no le vayas a creer. Es mejor darle por su lado y no creerle, ¿si?
—Entiendo,
Lorenzo.
—Ve con él,
pero no le digas a nadie que yo te dije que le tiraras a loco. Entonces ¿cuándo
le digo que se juntan?
—Te digo que
no me parece apropiado, ya ganamos y se puede pensar algo malo.
—Mira,
Javier, entonces yo le digo que sí, que luego, que tienes mucho que hacer
ahorita, pero que mañana o pasado le dices. Nada más no le digas lo que estoy
acordando.
—Lorenzo eso
está bien, pero si nos reunimos tendría que ser completamente privado.
Al rato llegó Lorenzo con Porfirio
con noticias de que Javier aceptaba un encuentro, pero que sería completamente
privado y que se le había insinuado cierto interés económico. Como casi siempre
en el pasado ahora Lorenzo adivinaba lo que su jefe quería escuchar. El tiempo
podía seguir su curso.
EL MISMO
LUNES AL MEDIODÍA: BANDERAS
Se colocó un cartel grande en la puerta
y otro en el patio. Rasgos grandes con plumón negro indicaban lo que se estaba
comentando desde el viernes: había llegado la hora de los verdes. Cuando pasaba
enfrente del cartel del patio el Che se "cuadró", hizo el saludo
formal con la posición de "firmes", como los escolares cuando saludan
a los símbolos patrios, justamente eso se suele hacer los lunes. En el comedor
industrial la plática fue extraordinariamente animada, casi todos querían
saludar a Javier y a los demás verdes, mientras lo gente del comité ejecutivo
se quedaba en su oficina y mandaba a traer unas tortas. En el momento de mayor
animación la señora Concepción candidata perdedora de la planilla rosa, levantó
la voz: —Vamos muchachos, ahora todos estamos con Javiercito, vamos a echar una
porra, que diga ¡Siquitibúm a la bimbombá! ¡Siquitibúm a la bimbombá! ¡Javier,
Javier, Javier, rá rá!
Javier intranquilo detuvo el
numerito: —Ya, ya me están apenando, pero gracias señora Concepción.
Y la plática continuó muy animada.
MISMÍSIMO
LUNES EN LA TARDE:
DEL PLATO A LA…
Se reunía la pequeña corriente
sindical con la miel del triunfo en los labios. El mismo pequeño cuarto de
ladrillos montados, sin adornos ostentosos, usando parte de la cama como silla.
Con la victoria zumbando en los oídos, era necesario bajar los humos, llamar a
la sensatez y permanecer alertas, habló el más viejo:
—Este es el
momento para tener cuidado, ya les dije y les repito que del plato a la boca se
cae la sopa. Ya ocurrieron las votaciones, ahora tienen que estar muy alertas,
todavía faltan las notificaciones a la autoridad y a la central, la validez
está en la decisión de la gente, pero la autoridad toma nota, esto queda
asentado en la
Secretaría. Es muy difícil que se impugne, a menos que
existan motivos políticos pesados, que no existen.
—Nos podrían
desconocer las votaciones si el comité probara irregularidades, bueno no
solamente el comité puede impugnar irregularidades, también las planillas
pueden hacerlo.
—Pero las
demás planillas no va en contra nuestra, hasta nos están echando porras.
—El único
riesgo es entonces el comité saliente.
—Por eso me
preocupa tanto que Porfirio me pidió una plática a solas.
—Mira
Javier, tienes que tener mucho cuidado, porque no hay más que de dos sopas o te
quiere comprar o te quiere amenazar.
—Yo no le
tengo miedo.
—Está bien
que no tienes miedo, pero te tenemos que cuidar, tú eres ya el representante de
los trabajadores y es nuestra obligación cuidarte. Desde hoy no andas solo,
sobre todo en la salida del trabajo.
—No creo que
Porfirio se atreva.
—De todas
formas nos cuidamos las espaldas juntos ¿cierto?
—Claro.
—Ahora, estábamos
en que para una impugnación de votación se tienen que presentar pruebas y la
misma mesa de votación podría pedir desconocer, pero ahí no hubo problemas.
—La votación
estuvo tranquila, yo vi la copia del acta de Rodrigo y me puede dar copia, ahí
está escrito que ganamos a la buena.
—El otro
punto es que si anulan la elección, ésta se repite en tres meses, como máximo y
entonces tenemos que estar listos para volver a ganar. No digo que eso vaya
pasar, pero tenemos que estar listos.
—¿No sería
mejor rechazar la reunión de Javier con Porfirio?
—A mi
parecer que lo mejor sería dar largas y no hacer la reunión.
—De que voy
a dar largas, lo hago, porque el tiempo corre a nuestro favor, y mejor si
Porfirio cree que me puede comprar, pues entonces no hace otra maniobra, pasa
el tiempo y asunto concluido.
—Esto lo
tenemos que ver con calma, necesitamos una ronda de intervenciones
La reunión sindical continuó muy
animada, porque se abría el horizonte de que las cosas se pueden cambiar, ya se
estaban convenciendo perfectamente de ello. Por lo mismo sentían que cada paso
se debía evaluar muy exactamente, pesaba la lección popular "del plato a
la boca se cae la sopa". Aunque el fin de semana para Javier, Che, Ronco y
otros había sido tan alegre como si se comieran doble sopa, es más como si la
sopa se convirtiera en una alberca y se pudieran bañar en ella, por eso no
querían por nada que desapareciera. La invitación a una reunión con Porfirio se
presentaba como una trampa, como una ratonera, pero la carnada no estaba
definida, la manera de caer o escapar estaba indefinida.
El más
aprensivo era Jorge: "Esos cabrones quieren matar a Javier, o lo pueden
secuestrar y lo obligan a renunciar, entonces quedamos mal con la gente y nada
se va a poder hacer entonces. No creo que lo secuestren en la reunión, porque
sabemos con quién se reúne y entonces le caemos a ese cabrón y lo partimos en
gajos. No, pero se reúnen y lo amenaza, y como Javier no acepta entonces
contrata a unos matones, que lo cazan en la noche, como cazaron al maestro en
Tulpetlac, le dieron tres balazos, sin avisar, por la espalda. Tenemos que
vigilar a Javier, pero a dos igual nos matan. ¿Qué haría mi esposa si me muero?
Y mis niños, pero yo vivo cerca, me siento obligado, me voy a ofrecer. Todo se
puede caer. Sería bueno conseguir una pistola con mi primo, pero no se puede
entrar a la fábrica con pistola. Esto está del carajo". Jorge arqueaba sus
cejas, a cada rato.
Aunque Javier se mostraba eufórico y
públicamente no daba importancia a las opiniones de que la gente del comité
atentaría en su contra, ya en la noche se quedó pensando en la trampa. Por la
plática con Lorenzo se insinuaba que lo querían comprar, se decía: "No me
conocen, no me conocen".
VIERNES 10
DE FEBRERO EN LA TARDE:
DENTRO DE LA TRAMPA
No estoy seguro si fue la curiosidad
o algo más, pero Javier decidió que haría la reunión esa misma semana. La cita
se concertó en la cantina de La
Cuidad, que a valores entendidos desde el viejo Oeste se
podría entender como un territorio neutral, donde el Che conocía a algunos
meseros, por lo que sería el encargado de una vigilancia, completamente
discreto, disfrazado con una gabardina grande como de los tiempos de los
gángsters de Chicago y una pistola de escuadra por si se ofrecía, en la cabeza
una boina y lentes oscuros. El Ché entró media hora antes de la hora fijada,
previendo movimientos extraños y advirtiendo a los meseros, sus amigos, para
que los ayudaran en caso necesario. Se colocó en una mesa discreta al fondo con
un par de cervezas y un cuento con caricaturas para matar el tiempo.
Porfirio llegó puntual y tomó una
mesa chica, en una pared lateral y pidió un wisky importado con agua. Miraba
sus hielos imaginando los argumentos más importantes, la manera de tocar el
punto. A la mitad del segundo trago lo alcanzó Javier, lo había acompañado
hasta la puerta Jorge, retirándose en cuanto se dieron cuenta de que el Che
estaba en su puesto de vigía y Porfirio estaba solitario.
Porfirio intentaba ser muy amable,
pero debía recurrir a otros sentimientos, y empezó a hablar: —Hola, creí, que
no llegabas.
—Es muy
tarde.
—No, no,
Javier, pero siéntate y ¿qué te tomas?
—Un ron
puesto.
—He estado
un poco malo, no se lo digo a nadie, ya sabes la obligación del puesto, no
puede uno andarse quejando por ahí, pero sí estoy muy enfermo, aunque todavía pude
tomar esto.
—¿Qué le
pasa?
—Mira,
Javier, no vinimos a ponernos patéticos con mi salud aunque tenga los meses
contados. Antes que nada déjame felicitarte.
—Pues
gracias.
—Salud.
—Salud.
—Te felicito
porque tu campaña estuvo estruendosa, convenciste a la gente, planteaste cosas
con las que estoy totalmente de acuerdo, pero mira con la edad se vuelve uno un
poco cabezón, además de achacoso, tú sabes en la fábrica estamos enfermos de
los pulmones, un poco más o un poco menos, pero sufrimos de silicosis.
—¿Qué
planteamiento de nuestra planilla le gustó a usted, Porfirio?
—Por favor,
tutéame aunque me ganaste yo no soy su enemigo, siempre me he preocupado por el
bienestar de todos. Es más hace tres meses le dije a Lorenzo que te invitara
para entrar en mi planilla y para un puesto importante, pero este cabezón
estaba con que fulano es mejor y que mengano nos ayuda. Y yo también soy un
cabezón, pensé en ti y nada, me dejé convencer por un tarugo. El que se deja
convencer por tarugos es doble tarugo ¿no es así?
—No diga eso.
—Otro ron
que hace calor. Sí soy un tarugo y te voy a decir que me gustó de tu programa sindical:
lo del trabajo a destajo. Eso siempre nos ha pegado, porque empezamos con un
tabulador alto, pero la inflación nos come el nivel de ingresos. Si empezamos
con cien platos de estándar al año siguiente se necesitan fabricar doscientos
para estar igual. Tu idea del tabulador mixto es mejor, grandiosa, se
garantiza...
—No fue idea
mía.
—No importa
Javier, tú la estás promoviendo, tienes una visión...
Pasaba el rato y Porfirio se portaba
de acuerdo a su plan, masticado con anterioridad, procurando de romper el
hielo, atacando la vanidad de Javier, salían a relucir las mejores capacidades
de un dirigente sindical, por lo demás un ciudadano bastante ordinario. Seguía
el hilo de su pensamiento al calor del cuarto wiskey:
—Yo admiro
el empuje de la juventud, Javier, eso es lo que tú tienes, yo siempre he estado
dispuesto a retirarme a dejarle el paso a gente mejor que yo, sobretodo, fíjate
que con mi salud tan deteriorada...
Dejó un silencio intencionado, el
tiempo dramático, para ahora así, ya más franqueados hacer una revelación de
impacto. Javier preguntó:
—¿Se refiere
a la silicosis?
—¡Dios te
escuchara muchacho! Si yo tuviera solamente una silicosis me iría a correr la
maratón, la silicosis ataranta, va de a poquito en poquito, lo que tengo es un
cáncer terminal, no duro más de un año
Javier se había mantenido muy
alerta, esperando una maniobra, no pudo evitar ponerse sentimental: —No es
posible, eso es terrible, un año es poco tiempo.
—Es poco, y
no me duele tanto por mí, sino por mis niñas pequeñas, no sé cómo explicarles
que su papá se va a morir pronto.
A pesar de la lástima que le estaba
inspirando Porfirio y de cuatro tragos encima Javier sabía que se estaban
activando los mecanismos de una trampa. Miró disimuladamente hacia el rincón
donde el Che bajo la gabardina y los anteojos platicaba animadamente con un
mesero, recordando que el Che estaba convencido de que querían matarlo para
impedir el triunfo verde. Decidió cambiar el rumbo de la plática:—Creo que no
vinimos a hablar de enfermedades, sino por otra cosa.
—Claro,
venimos a hablar del sindicato. Te decía, yo soy el primero que está dispuesto
a reconocer tu triunfo, pero yo pensaba ganar y en dos meses renunciar. La
sección se la iba a quedar Lorenzo. Si no se lo fuera dejar a alguien el
paquete, pues no le entraba, todos saben cómo estimo a Lorencito, es como un
hijo para mí y es muy luchón, se esfuerza mucho. Pero ese no es el motivo
verdadero...
—¿Entonces?
—Me
ofrecieron un puesto bueno en la central, ellos ya saben de que estoy malo y
por eso me iban a ayudar. No por mí, sino por mis hijas. Allá iban a darme ese
puesto, más que nada por la pensión que queda cuando me muera. Tú, sabes que el
Seguro Social da una baba de perico en la pensión de viudez ¿o no?
—...
—Sí, mi
familia recibiría menos de la mitad de mi sueldo normal. El seguro de vida no
sirve ni para el cajón de muerto. Por eso necesitaba una ayuda. En la Central sindical me
ofrecieron un puesto, que es simbólico, nada importante, pero entra un segundo
sueldo y ellos tienen una prestación para la viudez en el comité nacional,
además de un seguro de vida gratuito. Pero había un problema, que ya te
imaginas, porque eres listo.
—Me imagino
algo.
—Pues por
sus motivos de política necesitaban que me reeligiera para ofrecerme ese puesto
que ya estaría vacante el próximo mes o en dos más. Yo reconozco tu triunfo,
pero esta derrota me viene a torcer. No aspiraba a nada para mí, ya te dije que
iba a renunciar de todas maneras. Ahora no puedo entrar al puesto que me
prometían, tengo que ser funcionario sindical en la fábrica para que me tomen
en la Central.
—Es una
lástima que no pueda entrar a ese puesto.
—Creo que me
estas comprendiendo, por eso me voy a atrever a pedirte algo. No es algo para
mí, es para mi familia, tómalo como una
petición para ellos; para mí no quiero nada, para ellos, todo.
—¿Qué me va
a pedir?
—Mira,
piensa en lo que te voy a pedir y lo que te voy a ofrecer. Te ofrezco esto
porque mi situación es muy desesperada y quiero que no lo tomes a mal. Te
propongo, Javier que tú impugnes por irregularidad la elección y para la nueva
elección dentro de tres meses formamos una planilla. Si en tres meses ya tengo
mi puesto en la Central
sindical te quedas de cabeza, nada más te pido que le des un puesto a
Margarita, la pobre está muy ilusionada y me obligó a prometérselo.
—Pero si en
tres meses no tiene su puesto...
—Sí, que
bueno que lo dices, eso es muy importante, para pasarme a la Central tengo que ser
secretario general en funciones, entonces te pediría que quedara yo de cabeza
en la planilla y tú quedas en la siguiente posición, en trabajo y conflictos,
así cuando yo renuncie por enfermedad automáticamente entras tú por escalafón.
—¿Y mis
compañeros verdes?
— Los demás
puestos los decides tú, si quieres metes a todos los verdes en la planilla. Creo
que tu gente se merece algo, te apoyaron, se lo merecen.
—Está
interesante lo que me ofreces Porfirio, pero no puedo desconocer la votación
eso me puede costar caro, muy caro.
La táctica de Porfirio avanzaba a
paso firme, pero como en el inicio de la borrachera cada quien entiende lo que
quiere dio un paso en falso y respondió: —Por dinero no te preocupes, tengo
algo ahorrado, te puedo respaldar. Dirás que estoy loco, pero lo que me
preocupa no es lo de ahora, sino lo del futuro, ya calculé la diferencia en la
pensión para mi familia y es una fortunita. Así, que no te fijes Javiercito, si
quieres algo tú solamente pídemelo.
Javier se dio cuenta del paso en
falso y sintió que debía presionar para hacer brotar el mecanismo de la trampa:
—No me entiende, Porfirio, yo dije muy, pero muy caro. Rechazar la votación
saldría carísimo.
—Mira,
Javier, me caes bien, yo te respeto tu triunfo, pero, y perdóname la necedad,
tú no ssabes lo difícil que fue subir hasta donde llegué. Sí ess, cierto que
ess difícil...
De manera súbita el alcohol hacía
estragos en la ecuanimidad de Porfirio, perdía la concentración y alargaba la “s”.
Continuó:
—Esto ssale
caro, muy caro, pero mira este sobre relleno de dinero, ess para pagar la
cuenta y para que te repongas de tus gastos de campaña.
—No,
Porfirio.
—Sí, toma
son dossce milloncitos.
—¡¿Qué?!
Doce.
—Sí es para
que te recuperesss de los gastos de la campaña electoral.
—No, casi no
gastamos nada.
—De piquito
en piquito se gastó muchíssimo en lass campañass.
—No, no
puedo aceptar. Y lo de anular las elecciones lo tengo que pensar bien, porque
la gente no va a querer. Aunque eso de una planilla conjunta me parece
atractivo, Porfirio.
Javier pensó: "Me estoy
volviendo mentiroso y marrullero, y eso que todavía no soy secretario general".
Al poco rato Javier pretextó un compromiso familiar. Una parte del juego
quedaba al descubierto.
SIGUIENTE
VIERNES CAYENDO EN 17 Y AL MEDIODÍA: LA PROFESORA DE LA TRAMPA
Margarita era reconocida, dentro de
la planta, como el segundo frente oficial de Porfirio. La relación daba la
apariencia de que para Margarita era un negocio: bienes materiales a cambio de
sexo. Por su parte la
Margarita se sentía muy seductora y no quería dejar pasar la
oportunidad de intimar con la nueva estrella del sindicato. A Javier le
interesaban las piernas de la
Margarita pero también quería indagar algo: —¿Como está
realmente de salud el Porfirio?
Margarita
contestó: —Está bueno pero hay mejores
—En serio,
en serio, ¿qué sabes de su cáncer?
—Que no es
cierto, tuvo hace dos años un tumor benigno y él le inventó a su mujer que se
iba a morir, y como ella se espantaba, todo le consentía. Que si llegaba tarde
y le iban a reclamar, le recordaba que se podía palmar con el tumor, y así se
seguía la borrachera. Me lo llevaba de reventón y en su casa no tenía nada de
ganas y entonces le decía a su cariñito, perdóname pero estoy enfermo. Nada de
malito, es un puro cuento para engañar a su vieja, es más yo misma le di la
idea. Vas a creer que la vi en una telenovela, y le da resultado al condenado.
Pero ya me tiene harta el tal Porfis, ya vez que se le subió el poder a la
cabeza, está tan creído que ya lo pienso cortar.
MISMO
VIERNES EN LA NOCHE:
TRAMPAS PARA LOS TRAMPEROS
La segunda reunión en la misma
cantina de La Ciudad
transcurrió con más soltura. Javier se mostraba comprensivo, preocupadísimo por
la salud de Porfirio, y le decía: —El cáncer es espantoso, un tío mío se
enfermó de lo mismo... yo iba cada dos días a la clínica, ahí permaneció dos
meses, estaba como drogado, permanecía anestesiado todo el tiempo, por los
dolores, con lo que el inyectaban y aún le dolía...Mi prima Angélica lloraba
desconsolada diario, el asunto era irremediable... la enfermedad le invadió entero
el cuerpo, nada le quedó sano...
Así, siguió hablando Javier de su
tío hasta que Porfirio desvió la conversación después de su segunda copa hacia
el punto de interés y le dijo: —Debemos buscar el beneficio de la fábrica, lo
que te pido no es algo solamente personal, sino que involucra a toda la gente.
Si unimos las planillas evitamos un divisionismo, y tú sabes que esos es neto.
Después de las explicaciones Javier
planteó su acuerdo básico, pero existían dificultades dentro del grupo verde: —Yo
estoy de acuerdo con la renuncia y volver a hacer las elecciones, pero es
difícil convencer a dos de mis compañeros, además que ya sabes que esto se debe
de mantener en secreto hasta que sea un hecho. Se tiene que mantener en discreción
porque si se hace chisme, la gente que votó por nosotros se puede enojar y entonces
presiona a mis compañeros y ellos me van a exigir que no me vaya a arrepentir.
La discreción es indispensable.
Porfirio asintió: —Estoy de acuerdo,
el chisme sería muy malo, no conviene a nadie.
Continuó
Javier: —Por lo mismo voy un poco lento, tampoco puedo hacer una reunión
general de planilla, bastaría con que alguno se me molestara, se fuera de la
boca, para que se hiciera chisme; además si lo planteo en frío seguro que no
quieren...Por eso voy convenciendo de uno en uno, todavía tengo tiempo.
—Pero no
tienes tanto tiempo, falta una semana.
—No te
preocupes, me sobra tiempo, ya convencí personalmente a la mitad de la
planilla, con uno tuve que reunirme tres veces en su casa, pero ya
está...Solamente me faltan tres, y no son los más necios...
— ¿Pero si
no convencieras a todos?
— Entonces
renuncio personalmente de última hora, pero ya con cierto apoyo preparado.
Mira, Porfirio, cuando yo quedo en algo lo cumplo...Creo que te das cuenta de
la seriedad de mi decisión.
Esa noche salió Porfirio canturreando
una canción mientras abandonaba la cantina, se acordó de esa que
decía:"Pero sigo siendo el rey".
MARTES 21 DE
FEBRERO EN LA CENTRAL
SINDICAL
Se reúne Porfirio con su compadre
Tacho en una pequeña oficina, sobre una alfombra verde que huele a viejo se
encuentra el escritorio metálico de Tacho. La oficina está separada del pasillo
por madera de triplay y vidrios opacos. El sillón en el que se sentó Porfirio
está forrado de un plástico grueso que lo hace sudar al contacto con su ropa.
La plática entre los compadres está salpicada por las expectativas de Porfirio:
—¿Crees que me recibirá el secretario nacional?
—Claro, es
mi cuate, sólo que andado muy ocupado, no pude confirmar la cita. Básicamente
lo que debes hacer es pedirle que no adelanten el reconocimiento del nuevo
comité, que lo retrasen un poco, porque la planilla que te ganó va a renunciar,
prácticamente el mismo día de la toma de posesión, es decir dentro de una
semana. Espérame tantito voy a ver si ya te reciben.
Cada vez que sale su compadre, Tacho
se queda clavado en un columpio de desamparo, teme que no habrá reunión, que
puede salir mal por alguna razón misteriosa. Cuando regresa Tacho le dice:
—¡Qué pena
compadre! El señor secretario mandó unas disculpas, porque sale inmediatamente
a provincia, pero me dijo que ellos no pueden retrasar tanto el procedimiento,
que básicamente esto depende de la Secretaría del Trabajo, que es la que toma nota
de los resultados de las elecciones. Me dijo que solamente tenemos hasta el fin
de semana, para cambiar las cosas, porque si estos cabecillas no renuncian
antes del viernes entonces de nada sirve que renuncie el candidato a secretario
de la otra planilla, de cualquier forma quedaría alguien de esa planilla, y tú
no puedes quedar...
MIÉRCOLES 22
EN LA FÁBRICA POR
LA MAÑANA
El tiempo de la concertación se le
venía encima a Porfirio y de nuevo envió a Lorenzo a conseguir una cita con
Javier, insistiendo en que se trataba de algo muy urgente. Esta vez fue una
breve plática en el local sindical, dentro de la planta a la hora de la comida:—Urge
que se haga el acuerdo esta misma semana, me están presionando de la Central, para esta semana.
—Solamente
me falta convencer a uno de mi planilla, para que renunciemos todos juntos.
—¿Si no lo
convences puedes renunciar esta semana?
—Si eso se
tuviera que hacer, así sería, pero tengo que convencer a mi gente, tú déjame y
vas a ver que sale esta misma semana. No te preocupes, tú no te preocupes,
nuestro acuerdo casi es asunto arreglado.
JUEVES 23 DE
FEBRERO EN LA FÁBRICA POR
LA MAÑANA
Porfirio le pide a Lorenzo que
investigue algo entre la planilla verde y después de la información, se
reunirán
JUEVES EN LA FÁBRICA POR LA TARDE
Lorenzo explica sus impresiones al
secretario general: —Están muy herméticos, porque no sueltan prenda y además
comprendes que mi misión es muy confidencial y discreta... No puedo abrirme de
capa, porque entonces se entera Javier y si piensa que lo espías, se nos puede
caer el acuerdo ¿no lo crees?
—Sí, tienes
que ser discreto, pero tienes que sacar algo en claro.
—Me dio la
impresión de que sí sabían del movimiento, pero que tienen instrucciones de
guardar el secreto hasta que Javier se los ordene. Le temen al qué dirán y no
será fácil hacer hablar a nadie.
—Pero tienes
una impresión ¿cómo la sacaste?
—Hablé con
Sara, la cual rozando el tema me preguntó sobre lo que sucedería si renunciara
una planilla ganadora, pues ella temía que eso pudiera ser ilegal. Cuando me
enfoqué a si sabía de alguien que fuera a declinar ella desvió la plática. Eso
me dio mucho en qué pensar y luego de cambiar de tema se retiró, como
apresurada.
—¿Algo más
sacaste?
—Además Juan
el mecánico me comentó que el Ronco le dijo que estaba pensando jubilarse,
mucho antes de que terminara el próximo periodo sindical, sin explicarse mucho
esto podría ser una solicitud de jubilación anticipada.
VIERNES 24
EN LA FÁBRICA A
PRIMERA HORA
Contra sus costumbres Porfirio
esperaba la llegada del primer turno, en el que entraba diariamente Javier. A
las siete y media se convenció de que ese sujeto interpelable no había acudido y
se dirigió al departamento de personal para informarse de algún posible
permiso. Por su cabeza pasaba las
palabras: "Fracaso, traición". En el departamento de personal
simplemente le dijeron que no había una justificación para la falta.
Como el tiempo para la renuncia de
la planilla verde era contadísimo se dirigió a la casa de Javier, escenario de
una batalla del sueño que había perdido alguien: Dos niños enfundados en
protectores petos de metal se sostenían contra un gigante hercúleo que los
amenazaba con bolas de hierro macizo unidas por cadenas. Pero en la realidad de
la casita le informaron que Javier había que tenido que salir de urgencia para trasladar
a su tío canceroso con un médico brujo que lograría mitigar sus sufrimientos.
Muy pausadamente la madre de Javier
relató su partida, y culpó de ello a unos piratas que querían cazar a una
extraña ave que concedía deseos o lo que es lo mismo que el tío con cáncer lo
adquirió por una especie de maldición por el ave rara, pero que no se moriría
de eso.
Por el momento el caso se veía
perdido y ¿qué hacía Porfirio cuando se sentía perdido? Huía con rumbo a la
universidad de la vida, pero antes hizo una escala técnica con su compadre como
desesperado intento para corregir la situación y así sobreponerse a los piratas
avícolas y otras patrañas cancerígenas de viejas.
ESE VIERNES
24 POR LA TARDE:
ÚLTIMA LLAMADA
En el mismo despachito de la Central sindical Tacho
reconvenía a Porfirio sobre lo acontecido: —No es posible, te repito que no es
posible, mi planteamiento al secretario nacional fue que estos verdes
renunciarían con seguridad. Si los verdes, por ellos mismos no renunciaron esta
semana no creo que en la dirección nacional se avienten el boleto de desconocer
y crear escándalo en la fábrica, sólo para sacarte las castañas del fuego...
Compadrito del alma, me estás quedando mal, yo que siempre te he apoyado,
primero pierdes la elección y ahora me haces quedar mal...Porque eso sí, yo
había planteado que la renuncia de los verdes era un hecho y ahora me sales con
que siempre no... Aunque renunciaran ahora el lunes, ya de nada sirve, el
expediente pasó completo a la
Secretaría del Trabajo y aquí ya nada se puede hacer...Es
más, compadrito, hasta mi posición en la Central se ve afectada con tú tropiezo...No me
interrumpas...¿Cuándo yo te había quedado mal?...
Porfirio buscaba una salida, un
resquicio, una escapatoria cuando claramente su apoyo, su valedor en las
alturas de la Central
le indicaba que se consumaba su derrota:—Es que ayúdame... tú eres muy
chingón...oriéntame para encontrar una salida...¿No se podría negociar?...Si
nos entrevistamos con el secretario nacional...Si voy a la Secretaría del Trabajo
con...
Los argumentos de Porfirio se
ahogaban en el mar de la inutilidad, como cuando en quinto año de primaria
regresó con la noticia a cuestas: estaba reprobado ese año. ¿Por qué le habían
encargado acarrear las noticias de la catástrofe a él? Su imaginación infantil
lo había torturado por horas con lo que podría ocurrir: burlas, lágrimas,
golpes. Los argumentos que se le ocurrían en una larga tarde de agonía antes de
presentar la noticia se le escapaban como humo. Otra vez tenía la sensación de
que los argumentos se morían al nacer, de que en una vereda polvorienta
llevaría una noticia catastrófica a su casa...Pero ahora no lo esperaría una
madre nerviosa o un padre furioso, sino su cariñito, la mujer que lo había
levantado desde su alcoholismo hasta ser el dirigente de los trabajadores de su
empresa. Ahora no le quedaba otro remedio, que dirigirse a ella, hasta el
tribunal de la intimidad y reconocer que no se había perdido solamente una
batalla, sino toda la guerra.
Porfirio se despidió cabizbajo:—Gracias
Tacho, de todas maneras te agradezco infinito.
Mientras se alejaba Porfirio
meditaba sobre la verdadera naturaleza de su compadre: "Ojete"
MISMÍSIMO
VIERNES 24 DE FEBRERO DE 1983 POR LA
NOCHE
En la cama matrimonial Porfirio se
revolcaba, le daba insomnio pensar en lo que tendría que decirle a ella, a su
cariñito, para explicarle con fuerza, de manera definitiva, que todas las
circunstancias habían obrado en su contra, que volverían, en cierto modo los
años difíciles, que tendrían que valerse completamente con lo ahorrado, que los
planes para educación privada de los hijos se recortarían. Se tenía que
justificar.
Muy al norte de la ciudad Javier, el
de los verdes, se quedaba platicando con su hermana en el entendido de que
pernoctaría en el sillón de la sala. Su hermana Lola era admiradora de la
campaña sindical de su hermano y no solamente por ese vínculo afectuoso que se
presenta en las familias, además ella trabajaba en una gran empresa y sentía al
detalle los latidos de la vida en la fábrica. Ella lo felicitaba:—Fue buenísima
idea eso de darle tiempo al charro, dejarlo que se ahorcara. ¡Qué buenísima
idea Javito!
—Mira, esa
no fue una idea personal, tuve el apoyo del grupo
—Pero tú
eres el mero mero mi Javito.
—No es tan
así
—...
—Somos un
equipo y no creas el bandido del Porfirio estuvo a punto de engañarme, con esa
historia de su enfermedad.
—El tonto es
él si cree que te engaña, porque tú tienes una cabeza inteligente.
—Claro, que
cuando se evidenció de que procuraba comprarme ya me di cuenta de la maniobra.
—¿Cómo te
diste cuenta de todo?
—Estuve
investigando mucho hermanita hasta que salió la sopa, y entonces se me ocurrió
la maniobra.
—Lo tuyo fue
buenísimo, no fue una maniobra.
—Digamos que
sí fue una maniobra y que a mañoso, le gana un mañoso y medio. Nos dimos cuenta
de que tendía una trampa y de que el tiempo jugaba a favor. Le dije que sí,
pero se fueron posponiendo las cosas. Al decirle que sí, como ves, quedó atado
de manos. Mi arma consistió en decirle que luego, que al rato, que otros días.
Como el menso se cree tan listo, entonces solito se fue ahorcando. Por eso hoy
no fui a trabajar y aquí nos quedamos a cotorrear, hermanita.
—Eso estuvo
buenísimo y te quedas con nosotros en calidad de fugitivo.
—No estoy
fugitivo, solamente estoy ganando tiempo, para evitar que Porfirio se dé cabal
cuenta del engaño. Hoy ya se dio cuenta de algo, pero no tengo interés en que
se dé cuenta perfecta, por eso aquí nos quedamos, ya viste que en la mañana se
fue personalmente a buscarme a la casa de mamá.
—De todas
formas deberías de venir más seguido, hermanito, aunque te metas en líos, pero
vienes, aunque te vuelvas secretario de la fábrica, júrame que no me dejas de
hablar, que no te vas a convertir en un dinosaurio transa.
—¡Qué cosas
se te ocurren hermanita!
—Bueno,
perdóname, entonces vas a ser un lindo.
EPILOGO: 23
DE SEPTIEMBRE DE 1982
Nos sentamos
en las piedras, en la ladera de la calle polvosa. Les dije:—Tenemos que
pensarlo muy bien, este paso es peligroso. (Para un Kafka sería peligroso, y
los machos mexicanos se pasan de valientes) La responsabilidad es de todos
(Como buenos machos siempre dicen que sí, que sí a cada locura), pero más del
comité. De la forma en que se arma una planilla depende que se preparen para
ganar o se olvidan (Como en el fútbol). Recuerden que no se trata de que se den
cuenta los charros de que son sus enemigos, con los que tienen que tener la
máxima discreción es con... ¿? (¿Alguien va a completar la frase?)
—Los
patrones.
—Exacto. Los
patrones son los que deben de estar menos enterados. No quiero mártires. Si a
alguien le urge que lo corran, que no nos venga con tonterías. No se puede
poner en juego la lucha (El de amarillo tiene cara de güey, seguro que nada
capta).
—Si vamos a
hacer una planilla para ganar sin que se note tanto yo puedo conseguir muchas
cosas. Hace falta gente de Vidriado y otro del Almacén.
—Pero faltan
de Decorado, pero ya están de suplentes en la secretaría de trabajo y de
finanzas.
—Podemos
hablar con Lupita de Almacén, ella es la que más jala ahí.
—No con ella
no, yo creo que es charra.
—¿Cómo que
es charra?
—Si anda con
Jacinto el hermano del secretario general.
—Utha, para
nada con la Lupita.
—Recuerden
que quedamos en ser muy cuidadosos (Estos
irresponsables no llegan solos a ningún lado)
Tenían sed; en la esquina
polvosa, al aire libre y bajo un sol de mediodía se sentían como en la
intimidad. Esa colonia polvosa era su casa, ahí no asechaban enemigos, no había
orejas extrañas. La ligera elevación de ese terreno era como una pirámide y
posiblemente lo fue, bastaría escarbar un poco para encontrar un altar azteca.
Y como tenían sed bajaron por refrescos y cervezas al gusto de cada quien.
—Qué tal don
Paco, por favor una sol, dos cocas y dos caguamas, pero de las más frías.
—Qué milagro
Polito, ya no te dejas ver y eso que trabajas aquí enfrente.
—Ya ve don
Paco, y unos cigarros.
—Hola
Güicho.
—Aquí tienes
y ¿cómo sigue tu mamá?
—Bien, bien
su enfermedad es más imaginaria que nada.
—Pero
cuídala que está ya dando horas extras en la vida.
—Bueno, don
Paco, no es cortón, pero luego platicamos.
—Bueno, cuídate
Polito y vuelve pronto.
—Claro.
Bajaron a la casa de Miliano, al
fondo estaba un cuarto chico, con los tabiques sin pintar y una ventana sin
vidrio. Estaba fresco. Tres se sentaron en la cama y cuatro alcanzaron silla,
los últimos dos se acomodaron sobre una mesa a medio colocarse.
—Siempre se
debe tener mucho cuidado para invitar a alguien a formar un grupo. El que se
sienta muy salsa, muy abusado no invita a quien más confianza le tenga a esta
reunión, sino que hace otro grupo. Es como formar la rama de un árbol, tienes
tu nuevo grupo y platicas con ellos, hasta se puede reunir y enseñarles de la
ley, de lo que significa el derecho del trabajador, de lo que es justo y lo que
no es. Así, Jorge que ya se siente novillero, que se puede aventar al ruedo no
trae gente aquí, sino que se reúne con otros cuatro y ellos se preparan para la
lucha sindical. Esto que les digo es por seguridad de todos.
—Pero
tenemos que jalar más gente para ganar las elecciones sindicales
—No.
—¿No
necesitamos mucha gente?
—No
necesitamos mucha gente; en la empresa hay trescientos empleados y no se trata
de juntarse 150. La idea es formar como un árbol. Aquí está el tronco a partir
del cual se puedan alimentar las ramas y las hojas. ¿No me estoy oyendo payaso?
—Está bien.
—...
—Sigue,
pues.
—Si me hago
fuera de la bacinica me detienen. Bueno, estábamos en que no sirve juntar a un
bolón. Dense cuenta de que los patrones no se tientan el corazón para despedir
gente y tampoco los charros. Ustedes no lo vivieron pero cuando el movimiento
de Medalla de Oro juntamos a casi toda la gente y estaba muy dispuesta, pero el
patrón se espantó y se metió en la vida interna del sindicato. La situación en la Medalla se pudo crítica:
antes del recuento de titularidad del contrato ya había trescientos despedidos.
Creo que nadie quiere arriesgar el trabajo a lo loco y menos el de sus
compañeros. Se trata de luchar, pero con la cabeza fría.
—¿Cómo va lo
de los pocos pelos?
—Bien
peinados.
Un rumor que no alcanzó a ser una
risa se extendió por la reunión. Ya estaba un poco más claro que no tiene
sentido armar un montón grande para lanzar la lucha sindical sino unos pocos
bien organizados. El desánimo no tenía porqué cundir con solamente seis de la
fábrica.
—Se procura
no evidenciarse, ser cautelosos, no levantar las sospechas por algún lado.
—De no poner
en alerta a quienes no deben saberlo.
—Sí, otros
grupos de cuyo nombre no me quiero acordar, se creen sindicalistas y lo primero
que hacen es sacar volantes escandalosos con denuncias de esto y de aquello.
Con ese escándalo logran que los patrones despidan a quienes sospechan que son
los cabecillas. Así, no se logra nada.
—Pero vamos
a caer en el inmovilismo.
—Oye niño tú
hablas como estudiante de la escuela preparatoria popular.
—Yo no soy,
pero sí mi hermano.
—Ya me
explico. Fíjate en la escuela, la gente puede hablar y decir. Dices y hablas
sin problemas, pero la fábrica es muy distinta, te pasas de bocón y ya estás de
patitas en la calle. Los estudiantes lo primero que quieren es armar un escándalo,
gritarle al maestro o hasta el director. A ver dime ¿qué pasa si vas y le
gritas al patrón?
—Me corre
—Mejor
digamos que te pone al frente del negocio...Digo, así suena mejor, "al
frente del negocio". ¿Estamos?
—Estamos
—Aquí no nos
vamos a mover como si fuera la universidad. Ni nos vamos a sentir mal con el
"inmovilismo". Saltaremos cuando se deba, como salta el tigre,
primero cautela y luego un salto.
Afuera y unas calles cuesta abajo
la gran avenida tenía el ritmo pausado del día sábado. Los camiones llamados “guajoloteros”
se detenían y se asomaba el ayudante a gritar la ruta en cada esquina; los
ayudantes con mejor estilo, los que llamaban la atención se agarraban con la
mano derecha a un tubo sobresaliente de la puerta delantera, colgaban el cuerpo
hacia afuera del camión y con la mano izquierda
mostraban una hilerita de billetes mientras su palma aferraba algunas
monedas y boletos. Gritaban desde el camión: "Santa Clara, Xalostoc",
"Súbanle llega hasta Indios", "Hay lugar...Indios Verdes",
"Al Puente Negro, Puente Negro", "Súbanle a San Cristóbal".
Cuando se subía el último pasajero ellos gritaban "Vamonooos" o, más
veces, daban dos golpes en la lámina.
—Pásame más
refresco.
—¿cómo ves?
—Va bien.
—Pero ¿sí la
haremos con sólo cinco?
—¿No te convence
lo del árbol?
—Sí pero...
—No te
desanimes, el Ronco tiene mucho apoyo, con él vamos a ganar.
—Esto está
muy verde.
—Pero no te
rajas.
—Para nada
compadre.
La reunión se había dispersado en
tres diálogos mientras Beto iba por más cervezas. No despuntaba una borrachera,
simplemente el moderado combate a la sed del mediodía mexiquense exigía un poco
más de líquidos. Algunos diálogos eran la evaluación personal de la reunión
pero había otras preocupaciones:
—Antier se
me inundó la casa, con la lluvia ¿tú crees?
—Pero, si no
llovió tanto.
—Es el
techo, mi techo que está mal.
—Será la
loza.
—Fíjate que
le salió una grieta.
—Si quieres
te ayudo a resanarlo, tengo cemento en la casa.
—Qué pena,
no es para tanto.
—Yo te
ayudo, si yo levanté toda mi casita, antes trabajaba en obras, casi me decían
“maestro albañil”.
—Pues sí me
aliviarías, imagínate, se mojaron los sillones y mi vieja de que se enoja,
hasta se quiere desquitar conmigo y si no con los chavos.
—¡Qué
enojona! Digo, tu señora.
—Así, es la
vieja, ni modo que la cambie.
Entraba
Beto con las cervezas frías.
—Un aplauso
para Beto.
—El campeón de
las cervezas.
—Yo te
sirvo.
—Mi vaso.
—Otra para
Rafa.
En la siguiente colonia, pasando
la avenida empiezan las fábricas, en esa hora casi totalmente dormidas. Ahí
estaba el terreno ahora imaginado como campo de las batallas futuras. Antes era
simplemente el medio de vida, el recurso, la obligación de ser puntual, la
propiedad de un lejanísimo patrón, una puerta de acceso custodiada por dos
policías, una galera con tareas especiales y de ritmos rigurosos, el sitio
donde algunos trabajadores se convirtieron en sindicalistas.
EL FUEGO DEL
RENCOR
Al final de
la pesadilla, en la realidad... faltaban unos cuantos metros para llegar a la
avenida, donde las luces estaban iluminando el espacio y él esperaba ver más
gente, cuando escuchó cómo el chofer del auto sin luces amartillaba la pistola
y le decía en voz baja: "Te traje un regalo". Javier quiso apresurar
el paso; se dio cuenta de que escurría el sudor frío por su espalda y faltaba
tan poco. Él no quiso voltear, se esforzaba por evitar que las piernas le
temblaran. Escuchó una súbita detonación, y temió que era hombre muerto. La
venganza caía en serio, el rencor de los intereses creados se había convertido
en fuego. Intentó dar un grito y no escuchó si salió el sonido desde su boca. Cayó
al suelo, no sabía por qué ni ubicaba la fuente del dolor. Miró el suelo frente
a sus ojos, y al lado, acelerando el motor, pasó el auto donde ellos se alejaban
de prisa con su revólver humeante. Escuchó gente alarmada, alguien corría desde
la avenida iluminada. Se esforzó por aclarar su mente y el dolor seguía concentrado
en la rodilla por una bala alojada en la rótula herida. Ya no escuchaba al
vehículo del sicario, un transeúnte alarmado le hablaba, y no entendía qué
decía. Imaginó que la bala no sería mortal, porque finalmente ellos siempre
fallan...
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