Por
Carlos Valdés Martín
La
narración de Antoine de Saint-Exupéry provoca la inmersión hacia un espacio
mágico y lejano, elaborado al fusionar la infancia con una conciencia más allá
de la madurez usual. Al duplicar la percepción de la infancia este relato escapa
de lo habitual. Bajo la forma de relato infantil, El Principito, contrasta el mundo de los adultos cotidiano y normal,
con otro mundo más sutil y sensible, pleno de descubrimientos e inocencia.[1] Entonces, la infancia no señala
una simple edad, sino la mezcla de la
niñez normal con un baño de sabiduría, bajo el pretexto de un viaje y a la
manera de los rituales iniciáticos, descritos desde la antigüedad y conservados
en algunas asociaciones. Esta fusión entre la infancia y otra perspectiva podría
atribuirse a que Saint-Exupéry fuera un piloto solitario, con largos periodos
de aislamiento y experiencias traumáticas como extraviarse en el desierto, o
bien que esto se mezcle con su experiencia de francmasón, que tensa las cuerdas
del espíritu, mediante una doble negación que estalla en potenciación.[2] La eficacia completa del
relato depende de que seamos convencidos por el discurso del niño-sabio que nos
habla desde esa otra realidad —que complementa la nuestra y la infantil—,
para que El Principito genere un gran
efecto.
Argumento
El
cuento se relata desde el punto de vista de un piloto que sufre una
descompostura y permanece atorado en mitad del desierto intentando arreglar su
avión, cuando aparece un extraño niño que insiste en obtener unos dibujos. Poco
a poco, el piloto va conociendo al visitante que resulta ser el Principito,
quien viaja desde un asteroide que es su hogar. El chico explica las
características de su asteroide, con sus tres pequeños volcanes, la existencia
de una rosa excepcional, superior a las flores ordinarias, el problema que
tiene con los brotes de árbol baobab y las características de su hogar. Por su
parte, el piloto explica sus primeras reacciones y cómo recordó sus limitaciones
como dibujante ante las peticiones recibidas. Luego el Principito explica sus
curiosos viajes por varios asteroides, cada uno con un único habitante, que es
un personaje prototipo de una actividad o actitud humana, bastante
caricaturesca, señalando algunos vicios y carencias de los adultos.
En
el relato se remonta hasta la llegada del Principito cuando desciende a la
Tierra y se comunica con una serpiente amarilla que le explica dónde está, pues
cae en el desierto. Luego encuentra un sitio más amigable y un Zorro lo
convence de domesticarlo, para también enseñarle cuestiones esenciales, incluso
la lección afamada de “ver con el corazón”. Después topa con el piloto y se
ocupa de los dibujos, que sí le agradan. Juntos viajan hasta encontrar un pozo
de agua. Cuando llega el momento oportuno, el Principito se entrega al veneno
de la Serpiente amarilla para deshacerse de su cuerpo y así comenzar su viaje
de regreso, pues su tiempo se ha cumplido. El piloto queda entristecido, pues siente
gran afinidad con el Principito y abriga la esperanza de que regrese algún día.
La doble infancia crea esa otra realidad esencial
En
el relato, la infancia aparece duplicada: en la vivencia del piloto que se
frustró de niño cuando dibujó boas enormes digiriendo elefantes que parecen
sombreros; en el personaje central, que retrata una infancia fantástica
proveniente de las estrellas. La primera infancia del piloto ha sido castrada
por la incomprensión del adulto y sobrevive en secreto, cual semilla moribunda,
sin nada que la alimente. La segunda, en el Principito es una infancia enérgica
y que se aventura por distintos mundos, para seguir aprendiendo lo esencial. La
segunda infancia contacta a la primera para recuperar la memoria y la confianza
de que sí merece un lugar bajo el cielo. Al interactuar esas dos infancias, la
perdida y la proveniente del asteroide se conjugan para provocar otra realidad más intensa y mágica,
revitalizando el candor del piloto y perfeccionando al niño de los cielos.
Esa realidad esencial
La
trama se dedica a demostrar la importancia y la efectividad de esa otra realidad
que habita en la infancia y está al alcance de los adultos, que la han olvidado
o se esmeran en reprimirla mediante diversas mascaradas de seriedad. Por eso
casi siempre se considera que en el núcleo
del relato está la enseñanza del Zorro, quien explica su clave al Principito:
“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede
ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.” Directamente el Zorro lo
llama su “secreto” como un mago indica su fórmula y la entrega al momento de
despedirse de su nuevo amigo, con quien ha afianzado su vínculo especial.
Entonces a través del relato se reinventa un órgano nuevo de la visión
esencial, al que llaman el corazón, como residencia del afecto y generador de
las emociones sinceras; es decir, el ingrediente del amor puro es ingrediente
básico de esa otra manera de “mirar”. Pero en este relato no se exponen amores
adultos, sino de afectos infantiles, los que surgen por una mascota o una flor
única, por un amigo o por una puesta de sol, por una estrella lejana o un
dibujo; en suma, describe formas básicas de amor las que entran en juego. Por
último, habría que enfatizar que ingrediente de esta mezcla es la sencillez
porque rehúye de la complicación y lo que busca es simplificar fórmulas hasta alcanzar
lo esencial, dejar de lado cuestiones irrelevantes representadas por aspectos
del mundo adulto.[3]
Basta descubrir un pozo con agua fresca para encontrar la fuente de la vida,
basta mirar una rosa o una estrella para descubrir la esencia última.
Lo iniciático
Si
leemos las características del proceso iniciático en las diversas culturas, tal
como lo sintetiza, Joseph Campbell,[4] entonces este cuento condensa
las reglas y etapas de una iniciación. El personaje cumple su tiempo, siente el
llamado para una búsqueda, se lanza tras el umbral, sigue las peripecias
mediante viajes, enfrenta peligros, supera las pruebas, encuentra las claves,
sale transformado y victorioso, para recibir una exaltación con un probable
regreso a su hogar del asteroide. Bajo tales reglas de la iniciación, la
Serpiente amarilla es un sacerdote del umbral, que lo recibe en la Tierra y lo
regresa a los cielos; el Zorro es un maestro de la naturaleza, que le da muchas
enseñanzas, y el Piloto es su compañero de aventuras.
Dos
rasgos evitan que descubramos con facilidad tal aspecto iniciático en El Principito, siendo un niño y que la
percepción de los riesgos es mínima. Los héroes infantiles no están excluidos
de la mitología y la literatura, incluso es un ingrediente de interés remontarse
hasta la infancia de los personajes para comprobar su carácter superior, como
un Hércules derrotando serpientes en la cuna o un Ganesha que permanece niño
con cabeza de elefante.
Sin
embargo, la falta de combates físicos y la minimización del riesgo nos
desconciertan para caracterizar a este relato como iniciático o de carácter
heroico, con lo cual adquiere una singularidad, pues la violencia nunca es
aceptable para este cosmos infantil del Principito, relegándose a una hipótesis
natural, que se expresa en las espinas de la rosa que habita en el Asteroide.
La jerarquía invertida y sus recorridos
Sirviéndonos
de la “jerarquía” como herramienta de análisis literario nos encontramos con
una reversión básica en la escala, pues todo gira alrededor de la elevación del
niño y sus características esenciales para salvar al adulto.[5] Esa ruta donde la visión
infantil salva al adulto no señala un recorrido tan extraño, conforme lo
muestran las religiones y sus adoraciones a niños divinos, como el Niño Jesús
en su Navidad o el juguetón Eros entre los antiguos. En este relato un niño del
cielo (desde el Asteroide-Estrella) baja a la Tierra para continuar su
aventura, ha visitado previamente varios planetoides y quiere conocer más mundo
para contestar sus preguntas.
En
la zona baja de la jerarquía habitan los curiosos personajes de los Asteroides
que representan los vicios o ridiculeces del mundo adulto. Estos diversos
personajes son recorridos por el elemento libre, por tanto, superador de las
jerarquías que es el protagonista. Desde la llegada al primer Asteroide se
encuentra al Rey con lo cual quedan cuestionadas todas las jerarquías
políticas, por tanto, el texto adquiere un aliento más allá de lo político y,
en ese sentido, irreverente. La imposibilidad de que el Rey mande en su planeta
diminuto y deshabitado, la inviabilidad de emitir órdenes que nadie obedecerá y
la frescura del Principito frustran los intentos de imposición. En esa visita
se confirma que el niño viajero no está sometido a nadie y no es súbdito, por
tanto, es capaz de recorrer cualquier jerarquía. Las siguientes visitas a los
Asteroides confirman que los habitantes solitarios resultan más bien esclavos
de sus pasiones o profesiones absurdas, aunque intenten someter al visitante de
alguna manera. No se piense que entre los personajes de los Asteroides existe
una relación jerárquica pues ellos son indiferentes entre sí. El propio
Principito únicamente le da una mayor importancia al farolero, pues es el único
que hace algo útil.
La
Tierra es el espacio de aprendizaje del Principito, dentro del cual un sentido
de autoridad lo poseen la Serpiente amarilla (quien cuida la entrada y salida)
y el Zorro porque es quien enseña cual filósofo.[6] El piloto y narrador posee
un papel intermedio, sirve como el testigo clave y quien rescata el otro
extremo de la infancia. La mayor enseñanza proviene desde los representantes de
la naturaleza, en particular, el Zorro que funciona como mentor y quien está facultado
para entregarle los secretos clave al Principito.
El
recorrido se completa con la muerte física del Principito y su viaje cumplido,
entonces se ha perfeccionado la sabiduría candorosa y la comprensión de la
infancia esencial. Pero ¿cuáles son los peldaños que se recorren?
Tres niveles de fuerza, belleza y candor
El
ritmo propuesto por el recorrido resulta sorprendente al desplazarse por tres
“espacios” jerarquizados de ese cosmos mágico que habita el Principito. En el
comienzo, la infancia posee una peculiar fuerza, tanto por su mirada
(espontánea y penetrante, de la cual no es consciente) como por su carácter
laborioso (trabajando en su propio asteroide) y su rasgo aventurero que se
lanza al viaje. Esa fuerza está envuelta en debilidad, pues es un niño y además
reconoce las potencias desbordantes de los árboles baobab y las fieras
indefinidas, por eso requiere la ayuda de extraños como el piloto, la serpiente
amarilla o las aves.
Tarda
en darse cuenta que está cautivado por la belleza, aunque ésta es guía del
Principito. La percepción de la belleza comienza con el personaje de la rosa y
termina en ella misma, aunque incluye varios aspectos como el gusto por los
atardeceres (con el movimiento de la silla sobre el asteroide que le permite
mirar hasta 43 ocasos) y la delicia del agua pura del pozo. Esa percepción de
belleza se incrementa y perfecciona con las enseñanzas del Zorro y el contacto
con el piloto. Conforme ha alcanzado el grado suficiente de sensibilidad el protagonista
está bien dispuesto para regresar con la rosa.
El
candor representa la sabiduría de la infancia, por eso resulta indispensable
recorrer el mundo pero mantener la misma mirada del corazón. En este relato se
opone el candor infantil contra el aprendizaje de los adultos que limita y
somete a las reglas de la “seriedad”. La infancia comprende suficiente lo
esencial, por tanto siempre hay que volver al candor, que es el peldaño
superior de una jerarquía.[7]
Trabajo material y de otro tipo
El
trabajo aparece abundantemente en el relato y de muchas maneras lo cual resulta
curioso para un cuento con ambiente infantil. El trabajo material y adulto está
representado por la descompostura de la aeronave, como un esfuerzo casi inútil,
pero obligatorio, mientras que se propone otro, bajo la ficción del dibujo y
del amaestrar a los animales, un laborar propio de los enamoramientos y del
arte. No por lo anterior, el trabajo sencillo se tacha de inútil, el propio
Principito es un personaje laborioso que se ocupa del planeta. Un segundo tipo
de trabajo que no es comprendido por el mundo de los adultos y sí por el
corazón limpio del niño y del cómplice mayor que ha abierto los ojos. Ambas
clases de faenas se pueden identificar cuando existe la actitud correcta o el
momento es mágico: “Pero todos aquellos trabajos le parecieron aquella mañana
extremadamente dulces. Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a
ponerla al abrigo del fanal, sintió ganas de llorar.”
Aun
así esta dualidad básica de trabajo adulto opuesto al del niño, se dispersa en
más variaciones. Existe una laboriosidad repetitiva y útil pero con un sentido
preciso, que describe la cotidianeidad del Principito para desarraigar baobabs
antes de que crezcan, deshollinar los volcanes y conseguirle un capelo a la rosa.
Aparecen otros tipos de actividades ociosas, con un cómico sinsentido, como la
del Geógrafo que carece de informantes o la del Rey sin súbditos.
Contraponiéndose a la ociosidad y al sinsentido, existen otras labores muy
trascendentes como lo que propone el Zorro, que es el domesticar con el amor,
para crear lazos amistosos.
Si
el trabajo posee sentido o carece depende de la perspectiva, según se demuestra
en el arte del dibujo. El piloto comienza el relato lamentándose de la
incomprensión del torpe arte que representa serpientes digiriendo elefantes,
que luego es una actividad reivindicada por los requerimientos y comprensión
del Principito.
La pregunta filosófica y la candorosa
El
cuento señala que conviene interrogar de otra manera, porque las preguntas
ordinarias —sobre qué edad tienes, cuántos hermanos tienes o cuánto valen las
casas— resultan inútiles para captar lo importante de la existencia. El relato
invita a preguntar de otra manera, tal como hacen los niños o los filósofos
juguetones, aunque no los pensadores profesionales sino los desconcertantes
como los cínicos o los gimnosofistas.[8] Una diferencia del
Principito frente a los demás personajes es su insistencia en obtener
respuestas, con él la duda adquiere una categoría
diferente a la planteada en la existencia ordinaria. Él no se queda con su
duda, pregunta y vuelve, repite e insiste hasta alcanzar una respuesta
satisfactoria, esa es una duda filosófica
que abre la puerta para la sabiduría.
Para
cuestionar correctamente debe crecer la imaginación, armonizar con el
pensamiento candoroso, en cambio a los adultos: “Nunca se les ocurre preguntar:
"¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar
mariposas?"” En lugar del camino socrático que perfecciona al pensamiento,
aquí se sigue el camino del perfeccionar a la imaginación, en especial a la candorosa
de la infancia.
Agua y veneno
En
este relato, el agua adquiere un rango superior, gracias al efecto del
desierto, que al ocultarla avariciosamente le confiere un rango inusitado. El
pozo de agua escondido en la lejanía le confiere belleza al desierto y, justo,
en el instante que cada sediento bebe resulta un disfrute casi milagroso.
Esta
situación se basa en experiencias personales del autor, que en efecto, sufrió
un accidente entre las dunas desérticas y deambuló deshidratado durante peligrosas
jornadas. La contraparte al agua de vida lo representa un veneno de la
serpiente amarilla, que paradójicamente sirve como instrumento de liberación
del Principito, mediante su separación de cuerpo material para volver a su
estrella: hay que demostrar fe en el alma etérea para asumir tal argumento.
Entonces el veneno sería una contraparte del agua de vida, para escalar hasta
la trascendencia.
El maestro Zorro
El
personaje del Zorro resulta ser un maestro de la naturaleza, capaz de enseñarle
al Principito verdades de gran interés y, por tanto, es quien más lecciones le imparte.
En especial, transmite cinco enseñanzas: los ritos son relevantes, que lo
importante es invisible (otra manera de ver), la clave de la individualidad de
la flor (o de cualquiera), el domesticar con amor y dejar fluir los
sentimientos, cuando hasta la tristeza del adiós entrega una bendición.
La
afirmación del Zorro sobre la importancia de los ritos ha sido poco observada
cuando comenta que cada jueves los cazadores se van a bailar y él puede descansar,
lo cual da un ritmo diferente a su vida. Esta afirmación es precedida por otra
explicación sobre la importancia de verse a la misma hora siempre: “—Hubiera
sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso.
Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré
agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad.” La cita puntual
es una demostración de mutuo afecto, que abre el camino para la felicidad.
El
Zorro le descubre al Principito lo que significa domesticar (amar): “Si tú me
domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos
diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra;
los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música.” Sin
embargo, no es un amor posesivo, sino el
de individuos que se respetan, tanto que son capaces de separarse por el bien
de algún otro.
El
Zorro explica la individualidad de la rosa definida por el amor: “—Vete a ver
las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo.” Las otras rosas de
la tierra son igual de hermosas, pero no tienen la cualidad única, pues es la
relación individual y afectiva la que provoca tal diferencia.
La
enseñanza más explícita es un “secreto” que le regala el Zorro al despedirse y
suele ser la frase más citada de esta narración: “—Adiós —dijo el zorro—. He
aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver
bien; lo esencial es invisible para los ojos.” Esta enseñanza explica que hay
dos modalidades para ver que son la material y la espiritual a la vez que
emocional. La modalidad de ver con los ojos nos guía entre la vida práctica, la
otra modalidad abre el corazón y abreva la sabiduría. Los ojos físicos muestran
la cáscara superficial, mientras el corazón muestra la esencia. Esta revelación
la aplica al tema de la rosa, que se cautiva por la dedicación del Principito,
el tiempo físico para el cuidado de la flor la ha metamorfoseado en única. Mediante la enseñanza del Zorro
esa gran verdad regresa al corazón y resulta esencial.
En
cuanto el Principito aprende a ver con el corazón adquiere una edad distinta
(que no se refleja en el cuerpo, pues no es material), entonces puede y debe alejarse
del Zorro, porque su enseñanza está terminada y ha finalizado un ciclo.
Rosas y estrellas
La
elección de pocos elementos simbólicos fuertes y muy arquetípicos resulta
afortunada, con escasos símbolos resulta suficiente la decoración de este
relato. Por ejemplo, basta señalar que hay habitantes entre las estrellas para
desatar amplias ensoñaciones; basta indicar una rosa hermosa y coqueta para
evocar los romances furtivos, afortunados o trágicos.
La
importancia simbólica de las rosas fue creciendo desde el Renacimiento europeo,
aunque ya era apreciada desde tiempos remotos. Las mejoras en el cultivo y su
extensión comercial mediante variedades más aromáticas, grandes y duraderas
contribuyó a su prestigio en Occidente. La presencia de esta flor en la
literatura ha ido creciendo y se ha estabilizado como un símbolo del amor, la
pasión amatoria, la sensualidad, la femineidad y también como representación
oculta de Cristo, bajo la forma rosacruz. En el relato, la flor coqueta del
asteroide representa una femineidad tradicional, plena de encantos y misterios,
tan recatadas como vanidosa. También sirve para explicar el contraste entre la
pasión única, al modo del amor, frente a la presencia múltiple del género, con
la presencia de muchas rosas en la tierra.
Si
bien, las estrellas concretas en este relato son asteroides carentes de luz
propia, el cuento siempre juega con su faz de estrellas; así, el Principito le
llama continuamente “estrella” a su hogar. Desde tiempos inmemoriales se ha
considerado a la estrella un potente símbolo como hogar de los dioses,
representación individual de una divinidad, guía celeste, designación del
Destino mediante los horóscopos y expresión inalcanzable de los ideales. En
este caso particular, una estrella-asteroide es el hogar individual del
Principito, por lo que ilustra la idea mística o religiosa de que el verdadero
hogar del espíritu humano flota entre los cielos.
La muerte es ilusión y recuerdo
La
enseñanza final del cuento incluye una actitud ante la muerte, el Principito
señala “Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad (…) Es demasiado lejos y no puedo llevar este
cuerpo que pesa demasiado”. Y para alcanzar a esa muerte que no mata hay que madurar y esperar, hay que aprender y cumplir
un ciclo. No se refiere a la muerte accidental y sinsentido, sino a una
especial que marca un renacimiento entre las estrellas, con un sitial propio.[9]
Entre
las culturas antiguas la memoria era clave, por tanto recordar resultaba vital
para comprender el mundo. No resulta casual que los griegos consideraran a Mnemosine una deidad importante, que fue
madre de las Musas, por tanto del recuerdo dependía la creatividad humana. El
relato entero elabora un recuerdo febril alrededor de un niño extraño, pero tan
pleno de las cualidades más fundamentales que el Principito de Saint-Exupéry merece
ser recordado… siempre.
Notas:
[1] La peculiaridad de
un pensamiento nuevo y una nueva época lo describe Lyotard al considerar que
comprender la posmodernidad convierte a los pensadores en niños, los viejos
modernos se convierten en infantes posmodernos, de ahí su título La posmodernidad (explicada a los niños).
[2] Cual multiplicación
de dos cifras negativas, surge una cifra positiva que efectúa la famosa
“negación de la negación”, aquí el tránsito de la debilidad infantil hasta la
candorosa sabiduría, según recomiendan algunos pensamientos paradójicos.
[3] Un subtema de
interés es la miniatura o lo dialéctica entre lo pequeño y lo grande, pasando
por lo normal; eso trae mucha diversión e interés al relato, comenzando con las
boas que se vuelven sombreros cuando son mal vistas, o la relación entre el
retoño y el baobab. El sentido de tranquilizar (evitar peligros, etc.)
mediante lo pequeño o diminuto es muy importante en el relato. Cf. Gastón Bachelard,
etc.
[5] Giles Deleuze en Lógica del sentido plantea las pautas de
este tipo de análisis mediante la utilidad de la “serie”.
[6] Desde las fábulas de
Esopo se ha señalado la capacidad didáctica de los animales y, en particular,
al zorro se le han atribuido cualidades intelectuales.
[7] Esto es una escala
de fuerza-belleza-candor y también un círculo porque regresa al hogar
asteroide-estrella. La jerarquía
también está señalada por la distancia sideral entre el cielo y la tierra.
[8] Tal cual señala que
Diógenes hacía preguntas y daba respuestas desconcertantes. Tanto él como los
gimnosofistas dieron respuestas sorprendentes a la representación legendaria
del Poder, Alejandro Magno.
[9] En las mitologías,
señala el cumplimiento del ciclo heroico y la deificación como la narración de
Castor y Pólux.
No hay comentarios:
Publicar un comentario