Una
característica usual que se atribuye a la divinidad es “inteligencia suprema” ¿Cómo acercarse de manera correcta a esta
característica? Lo supremo parecería imposible, bastaría delimitar una
inteligencia superior, para lo cual analizar las correlaciones entre niveles de
civilizaciones sea lo conveniente.
En
La voz del amo, Stanislav Lem conjetura
qué sucedería si atrapamos un mensaje complejo elaborado por una civilización
que ha evolucionado millones de años adelante
de la nuestra. Reconocemos que unas décadas representan un salto tecnológico
¿qué sucederá con millones de años de civilizaciones maduras en ciencia y
tecnología? El resultado sería paradójico, por efecto de una búsqueda hacia lo
incomprensible, ya que el código primitivo no descifra al código superior.
El
paso de los siglos implica un salto aún más radical y la prueba misma de una
“civilización superior” desaparecería. El máximo ingeniero de la antigua Grecia
fue Herón de Alejandría, pero si él recibiera en las manos un sencillo radio de
pilas nunca comprendería qué designio existe en tal artefacto. Los principios
científicos y técnicos en los que se basa la manufactura del radio jamás estuvieron
al alcance de los antiguos y, por inteligente que fuese, Herón nunca resolvería
ese proceso tecnológico. Por divertirnos, supongamos que el objeto apareció en
ese siglo cuando no hay estaciones de radio, en la antigua ciudad de Alejandría
en el siglo I d. C. y los sabios antiguos se reúnen para conjeturar sobre su
naturaleza. Cuando los sabios atinen a prender el aparato se maravillarán por
unos ruidos de estática y las luces del display.
¿Cómo interpretar los sonidos?... Una interrogación llevará a otra, sin
oportunidad para que la congregación de los más sabios del siglo I d. C.
lograse discernir qué prodigio están observando. Si radicalizamos este ejemplo,
un microchip que apareciera en una época pretérita se interpretaría como una
simple impresión sin ninguna relevancia.
La
maravilla tecnológica de la electrónica y la radio escapaban del alcance, por
tanto serían interpretadas como un misterio divino o como una insignificancia,
que en términos de los griegos se remitirían al lenguaje enredado de los
oráculos. En este ejemplo de tecnologías hay demasiados peldaños entre un nivel
y otro para que el inferior comprenda al superior; sin embargo, en otro sentido
presuponemos lo contrario, que ya resulta superior por tanto capaz de
comprender a cualquiera inferior. Visto con más detenimiento, qué nos sucede si
nos encontramos un nivel de pensamiento que sí sea superior al nuestro.
Otro
clásico argumento sobre la incomprensión hacia lo manifiestamente superior aparece
en la novela Solaris del mismo Lem: “y
vi de pronto el delgado folleto de Grattenstrom, uno de los autores más
excéntricos de la literatura solarística. Yo conocía el folleto; era un ensayo
dictado por la necesidad de comprender aquello que supera al hombre (…) trataba
de demostrar que los logros más abstractos de la ciencia, las teorías más
altaneras, las más altas conquistas matemáticas, no eran sino un progreso
irrisorio, uno o dos pasos adelante, respecto de nuestra comprensión
prehistórica, grosera, antropomórfica del mundo de alrededor.”[1] En el mismo argumento de
esta novela, la presencia del planeta Solaris con manifestaciones misteriosas advierte
que hay una inteligencia superior o hasta una divinidad que desde ese planeta
se comunica con los exploradores espaciales.
Por
regla de tres, los escalones superiores de la evolución resultan imposibles de
comprender desde los peldaños muy inferiores.[2] La anatomía afirmó que la
clave para entender a los organismos menos evolucionados estaba en los más
evolucionados, dando pie también para comprender el encadenamiento de la misma
tesis evolutiva. Si nuestros antepasados han interpretado a Dios con términos
demasiado humanos, en exceso de antropomorfismo con pasiones y defectos de
personas, conviene darnos el gusto de dar unos cuantos pasos imaginarios adelante
para mostrar argumentos más conforme nuestro propio nivel. El novelista Asimov
imaginó superar a la muerte por entropía cósmica alimentando un
megacomputador que revirtiera la tendencia final, pues ante el Universo
congelado y oscurecido, pronunciaría un bíblico: “¡Hágase la luz!”.[3]
NOTAS:
[2] Debemos permanecer
alerta ante cualquier intento de simplificar las escalas, pues siempre una “sensación”
de superioridad con facilidad se convierte en prejuicio; pues los cambios de
nivel son cualitativos y poseen enormes complejidades, tal como se esforzó en
reinterpretar el pensamiento previo Levi-Strauss en El pensamiento salvaje.
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