Por Carlos Valdés Martín
Un día el hijo más tonto de la señora tigresa oyó que su madre se lamentaba de la rata que había robado el queso de su cocina. Este cachorro de tigre había alcanzado la adolescencia y no encontraba en qué emplear sus fuerzas. En otra ocasión vio un revoltijo de trastes en la cocina que la mamá tigresa había tirado un mueble pues había vuelto la rata que roba el queso.
—Esa rata ladrona es el peor de los animales —Rugió enojada la mamá tigresa.
En realidad, la rata había regresado a cobrar una deuda impaga de mamá tigresa, pero esa ya es otra fábula.
Ante la tristeza de su madre, el tigrillo sintió hervir la sangre y decidió tomar venganza. Pero como era el tonto de la familia, no lo sacaban de paseo y ni siquiera sabía bien cómo era la figura de una rata.
En un día feriado el tigrillo se escapó resuelto a vengar los gritos de la madre tigresa. En su ingenua mente tenía las indicaciones que la rata es un pequeño animal peludo de cuatro patas, con orejas puntiagudas, de mala higiene, con una cola fea y bastante escurridizo. En especial recordaba, que las ratas no eran tigres.
Vagando por la ciudad de los tigres, lo primero que vio fue a un pony. Pensó: “Ese animal tiene cola, debe ser una rata.” De un zarpazo terminó con el animal. Luego miró a un puerco revolcándose en el lodo. “Sin duda es otra rata, entre tanta inmundicia no puede ser de otro modo.” De un enorme salto terminó con el cerdo.
La alarma se extendió por las selvas cuando el tigre tonto presumió que había acabado con una partida de cargadores que caminaban en dos patas. Entonces se declaró la guerra de los humanos contra los tigres con las desastrosas consecuencias que te puedes imaginar.
Un tonto con iniciativa es más peligroso cuando está indignado contra lo que supone malo y débil. La indignación es más peligrosa de lo que crees.
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