Por Carlos Valdés Martín
El Asno de Buridan logró fama al dibuja una broma culta, que surgió de una polémica sobre el racionalismo y el componente de igualdad en las decisiones. Contra la afirmación del libre albedrío hubo contrincantes del filósofo escolástico Jean Buridan (1300-1358), quienes plantearon el ejemplo absurdo de un burro que nunca se decide a comer entre dos opciones de idéntico valor, por lo que muere de hambre. En sentido estricto esta fábula es absurda, y su procedimiento lanza una falacia mediante a una “reducción al absurdo”. Imaginar una fábula absurda del burrito que muere de hambre frente a su comida, porque sus opciones son iguales no implica una discusión insensata.
Veamos más en detalle como al considerar las decisiones entre dos opciones empatadas y su racionalidad no hay un desatino, aunque al plantear una equivalencia perfecta aparece una paradoja. Cualquier elección se puede simplificar para señalar dos opciones únicas. Por ejemplo, si miras a un tipo amenazante con quien tienes agravios y te quedan dos opciones básicas: el acercarte para pelear o el huir. Conforme las partes del dilema sea extremosas tomar las decisiones será más sencillo, pero si el dilema se aproxima hacia una equivalencia, el valorar la decisión resultará cada vez más difícil. Por esa aproximación hacia la equivalencia en las decisiones se ideó el argumento del asno de Buridan. El polemista observó que emerge una detención de fuerzas opuestas como con el platillo de la balanza con pesos iguales; entonces cuando se alcanza la igualdad entre dos opciones podría acontecer alguna parálisis. Aunque detenerse a reflexionar no implica la parálisis perpetua, como supone la fábula del burro de Buridan.
Hay que reconocer que sí hay alguna tendencia de las personas para caer en parálisis, aunque no haya una tal equivalencia absoluta de opciones. Hay almas que se paralizan por temores, indolencia o por un defecto que se llama un prurito, que significa un exceso de escrúpulo[1]. Con el caso del burrito, se pone esto a manera de fábula y con el ejemplo de comida se hace más sencillo. El animal tiene dos montones de comida idénticos a la misma distancia, y eso termina por paralizarlo, pues la indecisión se apodera de su ser. El equilibrio en espejo del valor entre las dos decisiones provoca la parálisis.
Este ejemplo, muchos siglos después del escolástico Buridan, se ha retomado entre las teorías económicas, provocando ruido en la teoría subjetiva del valor y las preferencias del consumidor. Es un hecho que procesos de consumo se van reduciendo en el proceso. El famoso ejemplo de la economía subjetiva es un consumo de alimento[2]. El primer bocado es muy valioso, pero conforme se avanza en una alimentación continua, en algún momento se pierde el apetito o el gusto por ese alimento, hasta que el gusto desaparece por completo y se deja de ingerir. Una cucharada siempre es aproximadamente igual a otra desde el punto de vista de la cantidad de comida, pero la sucesión del consumo presenta una caída del gusto, que pareciera generar un súbito “burro de Buridan”, que no se suele observar. Cuando se deja de comer, eso no significa que el sujeto sea incapaz de meterse más comida en la boca o que el estómago le esté dando retortijones de tan lleno. Se deja de comer mucho antes de tal sensación de completamente satisfecho o lleno, la acción cesa en algún punto donde no hay la certeza de que el próximo bocado sea “conveniente”.
La economía subjetiva analiza el consumo como una sucesión de actos en un continuo, donde la satisfacción se va aplanando, de tal manera que pierde valor subjetivo. Conforme el consumo ha aplanado la curva de la satisfacción, entonces debe cesar por completo. La situación es distinta, pero sería semejante al burro cuando se pone en simultáneo las dos cucharadas finales. La cuestión es que con una única chuchada nunca hay una disyuntiva, mientas que con los dos montones de alimento, siempre hay disyuntiva. ¿Cómo se convierte esta sucesión de cucharadas en parálisis real? Haciendo trampa al decir que la última cucharada inexistente es igual a las cucharadas siguientes que tampoco existieron. El consumidor comió hasta la cucharada 30 y ceso de comer en la 31, y tampoco se come la 32 y las siguientes. A partir de la cucharada 31 el consumidor está paralizado y deja de alimentarse; mientras el burro de la polémica lo hace desde la mordida cero.
¿Dónde fracasa la igualdad? Aquí en que la cucharada 31 en adelante son las únicas exactamente idénticas para el consumidor, pues su apetencia resulta cero. Las demás cucharadas son diferentes (al menos en hipótesis) pues van reduciendo un poco el apetito y el gusto. Mientras haya desigualdad hay movimiento.
Ahora bien, es sabido que la paradoja del Asno contiene un poco de trampa, pues la parálisis entre dos opciones, implica una tercera opción que es el detenerse. La parálisis misma se vuelve un problema y los montones de comida en equilibrios no son suficientes para explicar la parálisis. La parálisis del burrito es una broma que llega a imaginarlo que muere de hambre al no poder decidirse. En cambio, el ejemplo preferido de la teoría subjetiva del valor que es una alimentación a cucharadas o bocados que van perdiendo valor conforme se consume más, la detención resulta por entero razonable. El consumidor deja de alimentarse porque está satisfecho y el abusar de comida se vuelve dañoso; entonces eso no es parálisis, sino una detención razonable para procesar el alimento y volver a comer en el siguiente periodo.
[1] El celebrado artista Michel Ende imaginó una “trampa de la libertad” donde una enorme o infinita cantidad de puertas de opciones llevan hacia la parálisis, en su cuento La prisión de la libertad.
[2] Esto se relaciona con un concepto amado por la economía mediante la propensión marginal a consumir y también en las escuelas de teoría subjetiva del valor. Paul Samuelson, Macroeconomía.
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