Por Carlos Valdés Martín
El episodio de Jacob luchando con el Ángel es intenso y, además, intrigante. Según la narración bíblica, el que un individuo logre luchar enfrentando a Dios sería un exceso[1], en las interpretaciones se prefiere aceptar que un Ángel representa a lo divino, durante una larga noche, y que termina con el cambio de nombre del personaje[2], para ser llamado Israel. ¿Por qué la divinidad se contrapone con ese favorito, Jacob, y le incita a luchar, a la manera de oponente? ¿Para qué el Ángel provoca un daño físico antes de entregar una bendición? Este episodio breve y enigmático, por costumbre, se ha leído en un sentido positivo, aunque por curiosidad, abre campo para interpretaciones alternativas[3].
Hay un amplio campo para la interpretación de esa lucha, precisamente, por lo breve de la descripción. Algunas lecturas se impresionan relacionando este pasaje con valores descendentes o atribulados, por ejemplo, las astucias y trampas de Jacob, sus situaciones de fragilidad y el evidente temor ante un ataque de su hermano, el significado del nombre Jacob[4]; la amenaza del hermano Esaú[5], etc. Sin embargo, está el polo opuesto por los logros de Jacob, por la presencia divina encarnada, la disposición a luchar al límite, etc. Dentro de tal abanico de interpretaciones consideraré lo siguiente:
La masonería atenta al legado judío dentro del cristianismo, comprende con cuidado y esmero sus legados. Para la masonería lo destacado, en términos de evidencia, es el simbolismo escondido. En particular, a la masonería le han interesado dos símbolos relacionados con este personaje Jacob: la piedra sagrada, denominada la piedra Bethel, que para un gremio constructor se relacionó con las múltiples transformaciones que comienzan con las simples piedras de cantera o brutas. Algún día se comprenderá la relación entre una piedra particular con el poder, en especial, el sustento del trono, que apareció con la dinastía davídica y resurgió en las tradiciones escocesas y británicas de coronación sobre la piedra Scone[6]. El segundo gran símbolo de Jacob, que más interesa a la masonería es la Escala de Jacob, la relacionada con el munificente sueño, en el cual los ángeles suben y bajan, comunicando la tierra con los cielos[7].
La transformación del nombre, cuando Jacob se renombra como Israel no pertenece a las tradiciones explícitas de la masonería, por más que haya gran interés por la peculiaridad de nombres clave, ya sean propios o misteriosos. Con gran respeto hacia las tradiciones judeocristianas y todas las demás religiones, la masonería no intenta integrar vestigios al azahar, pues posee su propia textura litúrgica, que le proporciona una personalidad única.
La parte específica que se liga estrechamente con las enseñanzas masónicas, radica en la lucha sincera del ser humano para superar una circunstancia, que lo elevará en un sentido ético y mural. Esa lucha que “no mancha el plumaje” del ave, es lo mismo que los griegos y romanos denominaron virtud. La virtud misma entendida como lucha singular está en el foco del interés de la ética grecolatina.
Curiosamente, para la mentalidad posmoderna una lucha corporal durante la noche entera, adquiere un sesgo casi lujurioso, que resulta antagónico frente a la mentalidad religiosa. La exégesis religiosa esa lucha se enfoca en un sentido no sexual o hasta antisexual para esta peculiar batalla, y la comprobación de que no se trata de erotismo, queda en la herida física contra la cadera y/o el nervio ciático. El premio para Jacob es recibir una bendición, y la comprobación de que se luchó contra un ser angélico fue recibir un nombre divino peculiar, el nombre de Israel, con significado de "el que lucha con Dios".
La interpretación más común es la perseverancia de la fe, pues el hombre se resiste a perder su conexión con lo divino, representada por el ángel. De tal manera que su devoción no se rinde y, así, él evita que la presencia sagrada se escape, siendo gratificado con la manifestación misma que le otorga una bendición directa. El recibir el nombre sagrado forma la epifanía: manifestación del verbo divino, que da nueva vida, la del espíritu. Hay un adagio para indicar “ lo que no se nombra no existe”.
El existencialismo de Sören Kierkegaard señala que el caballero (quijotesco) de la fe, se enfrenta en solitario contra la angustia, implicada en el silencio de Dios[8]. La angustia corroe al individuo que busca su fe, pues Dios guarda obstinado silencio y no se manifiesta con claridad en el mundo; por tanto, sobreviene una prolongada angustia y el perpetuo insomnio, hasta que la fe gana una simple palabra, que es la comprobación de Dios por la Fe, que no por la razón. Únicamente, hasta sentirse la más profunda angustia, el individuo creyente alcanza la autenticidad, y la Fe renace en la existencia.
La admisión en masonería presupone una sincera creencia en Dios, por lo mismo, no se preocupa tanto de la lucha de Jacob como acontecimiento dramático, sino por su resultado. De esa manera, se interesa más por la soledad completa del individuo, cuando percibiendo el final de la vida cada uno, de manera espontánea, genera pensamientos sinceros hacia la divinidad, reconociendo que posee deberes morales, que se manifiestan con claridad, durante el último aliento de vida.
La masonería se interesa por la lucha en el sentido de una alta moralidad y no requiere de una contraparte angélica, para ocuparse de convertir la lucha ética de cada persona en un hábito auténtico, que abra el camino hacia la perfección. En el concepto de virtud aparece un concentrado del concepto más puro de la lucha, siendo plataforma para el crecimiento desde el primer grado.
Un ángel de la igualdad
El patriarca bíblico Jacob, en un famoso pasaje del Génesis, encuentra en su paso sobre el río a un varón que se le opone y resulta ser un ángel. Esa aparición misteriosa implica una individuación del principio supremo. Lo inconmensurable de la divinidad se encarna, cuando se reduce para equilibrar la lucha, y, así, para adquirir un tamaño equivalente a Jacob. La lucha de uno a uno implica el nivel de igualdad, de tal manera que el resultado revela la desigualdad final. La lucha iguala de doble manera, de tal manera que esa equivalencia es más profunda, los dos en “agonía” comprueban su equivalencia. Esta idea surge en algunos de cuentos de Baudelaire. El Spleen de París, que rompen la distancia entre el superior y el inferior mediante una lucha física o un pleito[9].
Lucha entre dos es detenerse, atar dos series
Trabarse en lucha implica detener a dos elementos y sacarlos de otras posibles series de relaciones. En especial, Jacob estaba en una especie de viaje con huida. En este pasaje bíblico hay una serie temporal del viaje de Jacob con su familia y acompañado de trabajadores; ante la amenaza de Esaú, separa los grupos; adelanta una manada conducida para ofrecerla como regalo a su hermano enojado. Jacobo está en trance de cruzar un río con su numerosa familia, con una evidente dificultad. Pasa primero la familia y queda solitario Jacob, donde surge el ángel, manifestado como varón. “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba.”[10] El resultado es el nuevo nombre, Israel, y un poco más adelante, aclara que “vi a Dios a la cara y fue librada mi alma”. En este pasaje, lo que antes se designa como un varón, luego suponemos un ángel, al final, resulta la presencia de Dios.
Proceso de aislamiento de Jacob y una especie de redención
Este episodio de Jacob y el Ángel comienza con una caravana grande, que incluye trabajadores y animales, bastantes para dos campamentos. Primero separa un campamento, por precaución en caso de ataque. Luego otra separación de un rebaño como posible regalo al hermano enojado y después la separación de la familia que cruza el río. Queda entonces el encuentro que es uno a uno del protagónico y un desconocido, que resulta ser divino. El encuentro termina con el alejamiento del ángel, y recibe el nombre. En el recuerdo, queda como el mirar a Dios a la cara. La lucha con el extraño ángel resulta en la redención, pues adquirir el nombre y el “mirar a Dios” aquí se interpreta como una redención, donde “fue librada mi alma”, alcanzando un nivel superior, de tipo sagrado.
La lucha misma
Es individual, es una lid parejera, es larga (toda la noche hasta que raya el alba), tensa las fuerzas de Jacob al límite. Termina con una pérdida, a manera de un daño en la cadera o el nervio ciático del personaje, que se conservará como tabú alimenticio. ¿Implica un sacrificio? Al parecer sí está incluido, por el daño en la cadera. A su vez, antes de la lucha Jacob envía un regalo de una manada grande, a modo de un desprenderse.
¿Qué motiva la lucha?
Al parecer representa la interposición de Dios, dificultando el avance. Curiosamente aquí lo divino funciona como el adversario o la antítesis, cuando en la Biblia no suele ocupar esa posición. ¿Para qué desciende Dios bajo la forma de ángel, presentado como varón? Al parecer es para terminar un ciclo y sembrar la semilla de un cambio de sentido: el personaje recibe un salto cuántico, al recibir el nuevo nombre y mirar a la cara a Dios. Resulta evidente que Dios le exige el esfuerzo máximo a Jacob, semejante a la manera de las traviesas divinidades grecolatinas, que provocan dificultades intencionales a los humanos. En el sentido anterior, Dios convierte al tramposo en virtuoso, al astuto en líder. Respecto de esto último, se destaca la importancia del concepto de virtud, que está uniendo el plano individual con el trascedente; dicho de otro modo, por el esfuerzo de la virtud el individuo se trasciende hacia un meta-individuo, en este caso como patriarca de Israel.
Una transgresión en el fondo de la lucha
El luchar contra un varón desconocido en el paraje del río, resulta un gesto normal, en cambio, luchar contra la encarnación de Dios, ya sea como el Ángel o hasta con Yahvé mismo, adquiere otra dimensión. Cabría señalar que es la transgresión sagrada, y hasta raya en lo que denominamos un sacrilegio. Ese trasponer alcanza su límite máximo. Para el monoteísmo, nadie podría exigirle a Dios ni arrancarle nada por la fuerza, y aquí pareciera que Jacob lo logra, al recibir su recompensa de un nuevo nombre, y obtener esa mirar a Dios. Incluso que Jacob reciba un daño físico en la cadera resulta una minucia, pues la soberbia ante Dios podría merecer la aniquilación y el acabose eterno. La respuesta tan positiva que resulta para Jacob lo señala como predestinado y un favorito, cuando su transgresión resulta premiada al máximo.
Paradoja de la individuación divina
En una reflexión más profunda el principio de individuación de una divinidad infinita resulta problemático. El tamaño de un cuerpo es un recipiente insuficiente, por eso algunas religiones se resisten a representar a la divinidad plena dentro de un cuerpo humano, de ahí, los principios de la iconoclastia, porque le Infinito Todopoderoso desborda cualquier representación física y no cabe en el individuo. Sin embargo, somos humanos y no hay de otro más que concebir al principio divino en otra escala que no esa la personal, de ahí, toda la teología centrada en Cristo, como el milagro de tal contradicción. De ahí, la necesidad del mediador de escala semi-humana como el ángel, el mediador de escala humana como el Cristo, el mediador de escala más humana como el santo que ha pecado y el patriarca defectuoso. A esta última categoría pertenece Jacob, con su largo vagar como un tramposo recurrente, que recibe la gracia divina, y tiene esa facultad sobresaliente de igualarse con la divinidad. Esa igualdad con la divinidad surge recurrentemente en pasajes de su vida, y, en específico, esta lucha contra el ángel, condensa la dimensión de esa vinculación entre el individuo (el Jacobo que tiene miedo de Esaú) frente a la divinidad, a la cual logra “mirar a los ojos” y conectar su alma. En el principio de individuación, los ojos físicos-mentales como órgano de la extensión sensorial, puerta de la inteligencia y la ventana para mostrarse desde el interior, son privilegiados. Basta observar dos ojos en un círculo para descubrir al individuo en potencia[11], por eso la declaración de Jacob se centra en que miró a Dios y, de esa manera liberó su alma.
[1] Que es una licencia filosófico-teológica explícita en este pasaje bíblico, pues al recordar este pasaje, Jacob declara que miró a Dios, textualmente, “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.” Génesis 32:31.
[2] Curiosa coincidencia que ese nombre Jacob además haya recibido tantas variaciones en su transliteración o traducción a varios idiomas como Tiago, Santiago (de San Tiago), Yago, Jacobo, Jácome, Jaime, Diego (de Don Iago a D. Iago).
[3] Una derivación muy interesante es la interpretación del poema de Rilke que culmina con la afirmación “todo ángel es terrible”, en Elegías de Duino.
[4] Las principales interpretaciones para el Jacob hebreo son “suplantador”, “que sigue de cerca”, y “agarra del talón”.
[5] Génesis 32. Ocurre en el contexto de la huida ante el hermano Esaú y sus fuerzas, que parecen hostiles.
[6] Según una leyenda celta, esa piedra corresponde a la del sueño de Jacob. Enciclopedia británica.
[7] Génesis 28.
[8] Kierkegaard, Temor y temblor, libro en donde el tema principal es Abraham encargado de sacrificar a su hijo Isaac y detenido en el último instante. Para una referencia a la lucha de Jacob algo en los diarios indica “Esta idea de fe como lucha resuena con la transformación de Jacob tras su encuentro con el ángel”.
[9] En especial, “A los pobres, ¡Matémoslos a palos!”, donde el protagonista representando a un Baudelaire de ficción, para dar limosna, entabla una fiera pelea con el limosnero.
[10] Génesis 32:25-26.
[11] En su análisis, filosófico-psicológico-semiótico Deleuze y Guattari señalan este fenómeno como la “rostridad”, el proceso mediante el cual un rostro es tan importante para integrar y revelar al individuo, siendo una característica clave en la formación del cristianismo medieval, fascinado con el divino Rostro de Cristo. En Mil mesetas.
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