Por Carlos Valdés Martín
Las venas abiertas de América
Latina... ¡Extraña experiencia al leer ese texto! ¿Serían las
combinaciones entre los catorce años de edad una retórica explosiva y el
momento personal? Este cuestionamiento hace sentir una duda sobre otra duda,
una combinación de emociones y pensamientos que me esfuerzo para restablecer. Recuerdo
que disfruté una especie de plenitud al leer ese texto, como el mareo de esos
juegos mecánicos llamados “montaña rusa” donde el vértigo de un arrastre
espanta mientras emociona.
El
propio Eduardo Galeano confesó contra su texto, “durante un salón literario en
Brasilia (El País, 5/5/2014): ‘No volvería a leer Las venas abiertas
de América Latina, porque si lo hiciera me caería desmayado. No tenía los
suficientes conocimientos de economía ni de política cuando lo escribí. (…)
Para mí esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no la
aguantaría. Sería ingresado en el hospital. (…) No me arrepiento de haberlo
escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada.’”[1]
Dos dolores de cabeza
Curiosamente los textos que me causaron dolores de cabeza intelectuales en
su lectura también marcaron un tramo de mi juventud, y trajeron auténticos
dolores de cabeza físicos, con el achaque de la jaqueca y las pastillas para
curarlo. En las dos ocasiones eran lecturas realizadas a marchas forzadas, la
premura de la lectura se mezclaba con cierta dificultad en la comprensión del
texto, incluso debo confesar que la primera lectura fue maquinal, una lectura a
vuelo de pájaro donde casi no entendí nada de lo leído, cuando mi costumbre era
leer para comprender. La primera lectura del dolor de cabeza fue Las venas abiertas de América Latina,
debido a que fue una lectura escolar del final de la secundaria, aunque no
conseguí comprar el libro con anticipación. El retraso en obtener el libro
significó que intentara esa tarea durante un fin de semana, por eso sucedió lo lógico:
la mirada vidriosa en las noches tratando de captar letras que escapaban de su
lugar, renglones extraviándose y falta de conexión. El resultado fue una pésima
asimilación de primera lectura, aunque una emotiva captación de pasajes
intensos, bajo lo cual recordaba una especie de luces cautivadoras, chispazos durante
la carrera para terminar un texto; efectivamente, leí a marchas forzadas con
deseo de acabar ya, una tarea por obligación. Sin embargo, entonces el profesor
Salvador de Lara era un apasionado de ese texto y esperaba una asimilación
plena, que además era individualizada, porque los alumnos hicimos diferentes
lecturas, y, precisamente, yo por ser un alumno de diez había recibido la
encomienda de leer el texto más extenso. Por lo que en el examen las preguntas
sobre el libro Las venas abiertas de
América Latina precisamente apuntaban a la sección final del texto, donde
pedía resumir y comentar interpretaciones sobre “La estructura contemporánea
del despojo”. Del examen no contesté porque nada capté de la parte final; y
como el maestro era perspicaz preguntó si yo no había leído, a lo que respondí “sí”.
Una respuesta que le extrañó porque anteriormente había comprendido todos los
textos del curso. El resultado fue que el profesor Lara encargó su re-lectura y contestar
el mismo examen la semana siguiente. El orgullo de alumno sobresaliente quedó
lastimado, porque nunca antes había repetido exámenes y entonces hice una
lectura a conciencia. Esa segunda lectura fue una experiencia de descubrimientos,
donde varios pasajes me impresionaron con sus tonos emotivos, su prosa clara y sus
mensajes moralizantes. Luego jamás olvidaría el sentido de lo ahí expuesto, y
que el mensaje de Galeano cuajó en lo hondo de mi memoria, y —jugando con sus metáforas—
entró hasta la profundidad de mis venas.
Visto desde la distancia de los años el texto de Eduardo Galeano es
vibrante porque guarda un equilibrio entre la sociología y la literatura, la
calidad de su prosa y lo cuidado de sus ejemplos y metáforas le proporciona una
gran fuerza, de tal manera que durante años fue un “bestseller” latinoamericanista. Además la frase anglófona de “bestseller” indica un lado cuantitativo
del asunto, la cuestión fue más honda, porque las tesis principales, el corazón
teórico de esta obra se integró dentro de la mentalidad popular y de la
izquierda de nuestro subcontinente. Por esa mentalidad se otorgaba una
coherencia al camino y las aspiraciones colectivas, de hecho pavimentan la
ideología oficial del “latinoamericanismo”, como identidad de pueblos oprimidos
en lucha contra “tentáculos” del colonialismo y el imperialismo.
Esta comunidad del ambiente le confería una fuerza colosal al texto de
Galeano, que generaba una impresión de contundencia, de tal modo entregaba un
mensaje tan evidente, que no sería necesario someterlo a un análisis siguiente,
ni recurrir a ulteriores pruebas para corroborar su verdad. En Las venas abiertas de América Latina
estaba desde la descripción del pecado original (es decir la conquista del
continente), pasando por la ignominia antigua (es decir el periodo colonial),
la renovación de la ignominia con apariencia de independencia (es decir el
siglo XIX independizado) hasta la vergüenza presente (es decir el siglo XX con
sus fórmulas modificadas de opresión).
El discurso de Galeano resulta sencillo en su estructura, porque grita la
revelación continuada y sin respiro de la indignación moral, cuando descubre que
las oportunidades de felicidad colectiva (la abundancia natural de los suelos,
la inocencia inicial de los pueblos, etc.) son frustradas sistemáticamente por
diversos agentes de la adversidad (los conquistadores, las minorías
explotadoras, los gobiernos dictatoriales y la estructura económica neocolonial).
El resultado es un fervoroso llamado a la indignación y a la acción, al
despertar de la conciencia que busca el establecimiento de un orden justo, o al
menos, más humano. Como era lógico para una obra terminada hacia 1970 el
análisis de fondo debía ser marxista, aunque el estilo literario y de
divulgación predomina sobre los formalismos del análisis, mezclando un sutil
equilibrio entre la fuerza de la expresión y la comprensión de un conjunto de
fenómenos socio-políticos.
La coherencia de lo arbitrario
El resultado del libro es un alarde de coherencia —que el rigor científico
objetará que tanta coherencia fuerza la complejidad y falsea el tema—, que
dibuja una línea completa de desarrollo convertida en un drama perfectamente
delineado, abrevadero para los espíritus simples y puritanos. El “alarde de
coherencia” sirve para el artista (siendo opcional) o para el político (todavía
más opcional) pero para el rigor científico cualquier exceso de la coherencia se convierte en una falsificación, que es
el doble de perniciosa porque resulta más difícil de corregir que una simple
inconsistencia. El libro es abundante en coherencias inventadas, del tipo que
se permite en la literatura pura y en los libelos sensacionalistas, al conectar
alegremente para sospechar siempre en el mismo sentido, sin requisito de probar
demasiado. La estética y la indignación moral florecen, mientras el rigor analítico
se retuerce, por ejemplo, una de las mil anécdotas para marcar el enfoque
arbitrario de Galeano: “Podría resultar, a primera vista, paradójico
que Brasil haya sido el país más favorecido por la Alianza para el Progreso
durante el gobierno nacionalista de João Goulart (1961-64). Pero la paradoja
cesa, no bien se conoce la distribución interna de la ayuda recibida: los
créditos de la Alianza (para el Progreso) fueron sembrados como minas
explosivas en el camino de Goulart. Carlos Lacerda, gobernador de Guanabara y,
por entonces, líder de la extrema derecha, obtuvo siete veces más dólares que todo
el nordeste: el estado de Guanabara, con sus escasos cuatro millones de
habitantes, pudo así inventar hermosos jardines para turistas en los bordes de
la bahía más espectacular del mundo, y los nordestinos siguieron siendo la
llaga viva de América Latina.”[2]
El fondo del argumento de Galeano es el siguiente: 1) Goulart fue un presidente
de izquierda, entonces era bueno. 2) El imperialismo conspiraba contra él, eso
es el mal. 3) Los hechos indican que
una institución llamada Alianza para el Progreso fueron generosos para Goulart,
incluso brindaron la cantidad más grande en América Latina del periodo 1961-1964,
lo cual contradice tesis morales subyacentes 1 y 2. La honestidad invitaría a
una perplejidad y a la investigación, pero como el discurso insiste en abonar a
una causa… 4) Entonces Galeano adorna esta incoherencia con una elegante
retórica, pues los créditos (que financiaban a Goulart) se vuelven “minas
explosivas”, con una metáfora sinsentido. 5) La incoherencia se repite con una
apelación a nuestra simpatía por los pobres, aquí el estado “nordestino” que es
pobre, y es “llaga viva”. 6) Como sea el argumento sigue siendo incoherente
pues Goulart recibió muchos créditos y no solucionó la miseria nordestina (lo
tomo como hecho, no juzgo) y entonces busca una salida. 7) Encuentra que a una
región se le dieron más créditos de la Alianza, que a otras, estado Guanabara,
y esa es su explicación retorcida, pues en ese sitio había un gobernador de “derechas”,
que su estado recibió más dinero de esos créditos que el destino nordestino. 8)
Como refuerzo irónico, se burla señalando que en Guanabara los créditos se
usaron para “jardines” hermosos para turistas. Dicho así suena absurdo, pero ese
es un estado turístico por excelencia, y su capital es Río de Janeiro; no hay
nada extraño que ahí se utilicen préstamos extranjeros para infraestructura
turística. De hecho, Río de Janeiro es la capital turística de Brasil, ¿era lo
más lógico en finanzas y economía prestarle para infraestructura? Claro que sí.
Pero para Galeano al lamentarse con el dolor del habitante nordestino ya se
convirtió en un veredicto indignante.
De una manera más contraria al razonamiento, en la obra de Galeano también
los personajes y situaciones separadas por siglos y hasta por estructuras
antagónicas, como los conquistadores peninsulares de 1521 y las trasnacionales
de la segunda mitad del siglo XX, se convierten en un “todo es lo mismo”. Para el
autor, entonces Hernán Cortés y el Banco Interamericano de Desarrollo son la
misma trama, Francisco Pizarro y la “Alianza para el Progreso” tejieron el
mismo chiquero, los filibusteros[3]
y la IBM son comadres, la reina de Inglaterra (cualquier que se elija) y los ganaderos
complotaron para la debacle de los gauchos (los del lamento en Martín Fierro)… en fin, todos y cada uno
de los que desagradan a Galeano pactaron para arruinar las tierras al sur del
Río Bravo. El exceso argumental termina sepultando cualquier rigor y convierte
una hermosa pieza literaria en una avalancha retórica (o propagandística), ese
procedimiento para la ciencia histórica resulta un desatino mayúsculo. El
argumento va a terminar mezclando épocas, geografías y economías en base a una
monotemática intención resumida en que los malos quieren oprimir y explotar a
los pobres latinoamericanos. El resultado sería simpático pero sobre tal
desatino la izquierda pretendió curar los males del continente, cuando la
mejora de las sociedades exige rigor de pensamiento para evitar las
mono-soluciones que fracasan.
Unidad latinoamericana
Un gran gusto por la historia me acompañó desde la tierna infancia, así el
conocimiento previo (sobre las aventuras de la colonización, las guerras de
independencia y demás) permitía asimilar con avidez y facilidad algunas
narraciones de Las venas abiertas...
Precisamente el libro está armado a la manera de relatos, con descripciones de
escenarios históricos donde se identifican perfectamente las penalidades de los
pueblos dominados por la adversidad, y ese destino adverso se presenta personificado
en sujetos colectivos identificados con claridad como “los españoles”, “los
conquistadores”, “el latifundio”, “los filibusteros”, “los marines”, “la
oligarquía”, etc. De tal manera el conjunto de calamidades adquiere el perfil
definido de una unidad, integrando la nube de la opresión sobre el continente.
Paralelamente, al avanzar las narraciones, el conjunto de los pueblos
sufrientes y sus transformaciones también van adquiriendo unidad a partir de
“los indígenas exterminados del Caribe”, “los incas convertidos en mineros del
Potosí”, “los amazonios expulsados de la selva”, “los esclavos negros”, “los
campesinos vendidos”, “los desposeídos de tierras”, “los obreros fabriles”,
“los salitreros”, “los humillados”, “los despojados”, etc., de tal manera que —a
nivel inconsciente— aceptamos con convicción dramática que existe la unidad
esencial de los pueblos latinoamericanos sobrepuesta a su unidad de hecho. No
es la simple unidad de las patatas en su saco, sino la integración dramática de
un calvario interminable, de las mismas víctimas (polifacéticas pero
identificadas como las mismas)
sometidas por los equivalentes victimarios (polifacéticos pero monótonos).
De esta configuración esencial de grupos antagónicos nace un programa
evidente de unidad latinoamericana como exigencia moral y resultado lógico de
un largo drama atravesando todos los tiempos. La mera existencia del drama
clama por una unidad continental de los “pueblos oprimidos”, de tal manera que
la exigencia sea la integración derribando las desgracias impuestas por las
minorías dominantes. Esta interpretación de Galeano fue la voz del socialismo
espontáneo, de la unidad latinoamericanista (sin identidad de clase precisa)
con identidad de pueblo; aunque también adoptaba la experiencia reciente de la
revolución cubana y su estilo, donde el discurso anti-imperialista predominaba
sobre cualquier otra consideración. Esto significaba una división de los
campos: el pueblo de Latinoamérica contra el Imperialismo.
Pasaje boliviano
La apasionada y sencilla descripción de la tragedia inca con sus secuelas
de minería rapaz fue el primer paisaje que causó gran impresión. Muchos años
después seguía recordando la tos por silicosis de los mineros como si fueran
vivencias propias. En más de un sentido, la sociedad del altiplano peruano semeja
al mexicano, por lo mismo existe fácil identificación de situaciones y personajes;
bastaba considerar diferencias de principio como la integración centralizada
del imperio incaico y la menor densidad de colonización española en la región,
de tal modo que la sociedad de Perú y Bolivia quedó más rígidamente separada.
Esto semeja lo acontecido en la región de Yucatán, donde se separó
estrictamente la “casta divina” de la población nativa. Según la narración la
importancia de la minería de plata en la conformación de la estructura social
colonial del Altiplano boliviano todavía fue más determinante que en la Nueva España, por eso
las depredaciones por una economía monótona y no renovable fueron más notables,
porque la minería de esa época después de extraer los metales dentro de la
tierra, dejaba tras de sí el abandono, los huecos silenciosos de los socavones,
como bocas abiertas en cuerpos muertos. La maestría y la buena selección de
ejemplos sirve para contrastar la exuberante riqueza de las bonanzas de plata,
opuestas a la miseria de las regiones luego abandonadas, y también sirve para
remarcar la tesis del (anti)desarrollo económico central del libro: la riqueza de la naturaleza es fuente de la
miseria de los hombres en el contexto de una sociedad colonial y neocolonial.
Es decir, la mísera latinoamericana no es fruto de la pobreza natural sino de
la riqueza de sus recursos, por eso las regiones más ricas y que han alimentado
mejor a las metrópolis, después quedan como las más pobres y abandonadas, con
lo que se establece una tesis sistemática de injusticia, pues el premio de la
producción (colonizada) es la destrucción. En el ejemplo de Perú y Bolivia es
la salud de los mineros destruida prematuramente en los pulmones por silicosis la
expresión viva del carácter depredador de esa minería, que en las condiciones
preindustriales arruinaban completamente la salud a los treinta años de edad.[4]
Por eso se comprende que las agrupaciones de mineros fueran una punta de
lanza combativa, que incluso en su cima histórica generó la revolución
boliviana de 1952, cuando con cartuchos de dinamita doblegó al ejército local.
En ese orden de ideas, la palabra “minero boliviano” adquirió y conservó un
aroma de magia revolucionaria, el mismo sector social de halo encantador que buscó
alcanzar el Che Guevara durante su desventura boliviana. El minero del
altiplano se convertiría en una evocación redonda para la esencia de un
proletariado extremo latinoamericano, al colmo de la enajenación, presencia
viva del proletariado con cadenas radicales entrevisto en la época de la
primera revolución industrial inglesa. Parecía dibujarse el sujeto
revolucionario radical que únicamente tenía sus cadenas para romper, pero ahí ubicado
en la mayor altura del continente: el altiplano andino.
Encierro en el paisaje
paraguayo
Impresionante resultó la descripción de la historia de la guerra de la
triple alianza (Argentina, Uruguay y Brasil) contra el régimen de Paraguay,
porque mostraba de un caso insólito de vía independiente de desarrollo
regional, aunado a que la historia oficial desfiguró ese episodio hasta
convertirlo en un evento irreconocible, por eso era necesario confrontarlo con
las fuentes históricas opuestas. Por alguna razón oscura yo guardaba amor a las
utopías casi cumplidas, los pequeños eventos de la historia donde se había
restaurado un episódico reino de justicia en mitad de una historia atroz, y el
caso paraguayo pertenece a esa estirpe. Después de la independencia Paraguay
había caído en una tiranía cerrada pero progresista, que había generado un
carril autónomo de desarrollo nacional, de un talante peculiar, que incluso no facilita
un diagnóstico claro de su tipo de sociedad. De acuerdo con Galeano la
condición de desarrollo independiente unida a la situación geográfica preparó
una contradicción quemante y sin salida, en la cual los vecinos (en competencia
de envidias) amplificaron la dictadura paraguaya (hasta convertirla en leyenda
negra), para así esconder una guerra que
terminó en el casi exterminio de una nación. De alguna manera la independencia
de Paraguay respecto del capital extranjero, creando industria vernácula y
contando con una amplia base de servicios como la instrucción básica universal,
impulsó a que se aliaran sus vecinos, además instigados por el capital inglés.[5]
Sin embargo, la evidencia histórica sobre quién provocó la guerra sigue
siendo incierta y la línea principal que dramatiza Galeano no ha recibido la
bendición de los hechos, incluso él mismo titubea mucho al aceptar hasta las
hipótesis más extremas como un delirio amoroso del tirano de Paraguay que lo
encolerizó contra el rey de Brasil, que lo empujó a declarar una guerra
desastrosa. Lo que parece indudable que el bando que se lanza a la guerra sin
suficiente provocación es la dictadura de Paraguay motivada por diversas causas.[6]
Sin embargo, como ya existe un villano predestinado, Galeano fuerza la
investigación histórica para afirmar que el embajador Inglés tramaba detrás de
bambalinas, cuando la posición oficial británica fue contraria a esa guerra (e
incluso los británicos tenían muchos ciudadanos trabajando en Paraguay). Basta
un poco de retórica para que la culpa inglesa sea aparente, sin que el propio
autor requiera argumentar demasiado.[7]
La guerra fue prolongada y dolorosa, deja la imagen de un pueblo castigado
hasta el extremo, pues sobrevivió una sexta parte de su población original
después de cinco años de guerra. El heroísmo de los combatientes locales,
dibujado sucintamente, me resultaba conmovedor, porque manifiesta la convicción
absoluta para la defensa de una patria y una causa justa ante un enemigo militar
colosalmente superior. Esa guerra es una tragedia conmovedora, pero además
múltiple porque también señala el fratricidio de los pueblos, y por si fuera
poco suma la tragedia de la amnesia histórica, del crimen genocida que, oculto,
pareciera ser perfecto.
El presente impugnado
El libro de Eduardo Galeano ausculta con intención su presente y su acusación
esencial fue la lucha entre el imperialismo norteamericano contra los pueblos
latinoamericanos. El escenario principal de la lucha eran las material primas y
agrícolas, como aparece en una larga disertación sobre los conflictos entorno a
los yacimientos minerales como el cobre de Chile, el estaño de Bolivia, el
hierro de Brasil y el petróleo de Venezuela, y otra explicación sobre las
materias agrícolas monopolizadas como las bananas de Centroamérica y el azúcar
del Caribe. Si bien estos conflictos principales giran sobre los monopolios
naturales, también contenía un análisis con importantes actualizaciones abarcando
el manejo de las finanzas y los sistemas bancarios, las trasnacionales de manufacturas
locales y el consumo reducido de la región, el control de la tecnología, etc. De
tal modo Galeano cumple un esfuerzo de actualización, para alegar sobre de la
estructura “contemporánea del despojo”. Así, el progreso material evidente dentro
del capitalismo (urbanismo, industrias y sociedad de consumo) Galeano no lo
mira como reducción de miserias sino que lo denuncia alegando continuidad con
la antigua opresión. Sin embargo, reconozco que entonces no me impresionaban
las sutilezas de los mecanismos económicos al compararlas con las antiguas
tragedias. Como si la sicología (motivación y resorte de la lucha) se tuviera
que impresionar y tensar con los casos más monstruosos de la opresión. La
conciencia se mueve con la indignación fraguada al rojo vivo por las mayores
tragedias, así Las venas abiertas… dibujó
un enorme mosaico de tragedias e indignidades, en ese sentido, fusionó un
caldero de emociones surgidas desde ecos lejanos. La crítica cuando señala una opresión
light no muestra un objeto
interesante para la denuncia, pues los males ligeros de tiempos recientes parecen
hasta un descanso respecto del pasado terrible, por tanto no resultan parte del
mosaico de las infamias.
En cierto sentido, creo que nuestra generación estuvo imbuida por un
espíritu redentor al estilo de Las venas
abiertas de América Latina, porque el nacionalismo encontraba un eslabón
concreto hacia la universalidad plena por medio del “latinoamericanismo”, que
se mantenía como una identidad de oprimidos continentales (internacionales y globales),
en oposición con un primer mundo que nos indignaba y molestaba con su lujo, el
que creímos herencia de la explotación colonial. A la distancia también impresiona
esa especie de “sentido de comunión” que ajustaba perfecto con este texto, y
era sorprendente que este autor uruguayo, periodista a plena madurez de 1970
tuviera esa conexión mental (digamos identificación) con los adolescentes
mexicanos de 1974. Sorprendente esa efectiva conexión de complicidad de las
entrelíneas, una conexión vital tan clara como lució en ese entonces. En ese
despertar hacia las inquietudes intelectuales ese texto sirvió de catapulta
para cuestionar el presente. Sin embargo, ahora se debe desechar: la influencia
política unilateral, la simple sugestión del maestro o el escrito entregado
para el adoctrinamiento. En este caso desestimo esos argumentos (carecen de
importancia), porque debo aclarar que en mí existían antecedentes (incluso incomprensibles
todavía) de predisposición a una retórica revolucionaria desde la infancia (los
6 años de edad). Desde la infancia, surgían días de inspiración sin motivo, manifestaba
accesos de discurso político como si hubiera leído textos rojos desde la cuna.
En ese sentido, Las venas abiertas de
América Latina representó un encuentro ineludible, un cruce de caminos
entre predisposiciones íntimas y esa onda expansiva revolucionaria surgida desde
un epicentro telúrico del Cono Sur.
NOTAS:
[1] Tomado de https://www.clublibertaddigital.com/ilustracion-liberal/63/las-mentiras-abiertas-de-america-latina-eduardo-goligorsky.html
[4] Que el arribo de Evo
Morales un gobernante que presume su sangre indígena, con programa socialista y
alianza con los sindicatos mineros no haya significado una redención para el
minero boliviano en el siglo XXI señala que la retórica de Galeano naufraga. Sigue
la misma realidad de silicosis en las cooperativas mineras bolivianas, véase “El
aliento de la mina mata” por Juan Carlos Enriquez Sanabria, en https://fundacionperiodismo.org/aliento-la-mina-mata/
[5] Ya encarrilados en la
duda, la tesis de Galeano es mandar las culpas a Inglaterra para reducir el horror de la masacre entre
hermanos latinoamericanos, pues entonces el mayor genocidio sería pura
responsabilidad local.
[6] “El historiador
liberal Efraím Cardozo no tiene inconveniente en sostener, sin embargo, que
López se plantó frente a Brasil simplemente porque estaba ofendido: el
emperador le había negado la mano de una de sus hijas. La guerra había nacido.
Pero era obra de Mercurio, no de Cupido.” P. 249.
[7] “El ministro inglés en
Buenos Aires, Edward Thornton… Ante su atenta mirada se urdió la trama de
provocaciones y de engaños que culminó con el acuerdo argentino-brasileño y
selló la suerte de Paraguay” Lo cual exige precisiones, pues no existía una relación
entre favorecer tratos con la conflagración posterior, pues también buscaba
relaciones y negocios con Paraguay, al parecer el dictador mismo se puso la
soga al cuello y obligó una guerra invadiendo a ambos Brasil y Argentina, lo que
resultó una temeridad desastrosa.
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