Por Carlos Valdés Martín
Sin previo
aviso una enorme grieta se abrió en mitad del Foro de Roma, la antigua zona
comercial y pública más popular. ¡Qué nervios, una fosa insondable en mitad de
la capital! El alboroto era enorme y los albañiles nada podían, se enviaban
materiales que nada mejoraban la situación. Incluso los edificios aledaños
empeoraban. El famoso socavón de la carretera resultaba nada comparado con este
agujero impactando el corazón de la entonces joven Roma Eterna. El oráculo dijo
algo extraño que nadie entendió, pero un joven general se adelantó y se
precipitó con su cabalgadura por ese precipicio. Fue un sacrificio y calmó a
los dioses, en señal de reconciliación crecieron tres árboles alrededor y, con
facilidad, se rellenó el agujero para tranquilidad de toda la urbe. Desde
entonces se rumora que ese espacio poseía una conexión con el Hades, pero el
sacrificio de un inocente lo selló. En lo que sigue daremos dos versiones de
este acontecimiento y una secuela.
La más socorrida
Una versión,
la más gustada en la literatura es esta: “Según nos cuenta Tito Livio en su Ab Urbe Condita, en el año 362 a. C se
abrió en el centro del Foro, un gran agujero que amenazaba con tirar abajo los
edificios cercanos. Los romanos intentaron taparlo, arrojando a su interior
enormes cantidades de arena pero nunca terminaba por llenarse. Como no sabían
qué hacer recurrieron a un oráculo,[1]
el cual les dijo que tendrían que sacrificar “lo que constituía la mayor fuerza
del pueblo romano”. A pesar de ello, y
como es normal en la antigüedad, nadie comprendía el significado de
estas palabras. Pero hubo un joven ciudadano que sí las entendió. Se llamaba
Marco Curcio y era uno de los generales de aquella reciente República. Así
pues, portando sus mejores armas y montado a caballo, no dudo en arrojarse
dentro de la sima demostrando a todo el mundo que el bien superior de los
romanos residía en su sacrificio bajo el signo
de las armas y el valor. Nada más hacerlo el gran agujero pudo ser rellenado formándose
allí un lago (pozo), que tomó el nombre de su héroe: El Lago Curcio (Lacus Curtius).[2]
En sus orillas nacieron tres árboles, una higuera, una viña y un olivo,
símbolos de la cultura romana. Y además en algunas festividades los romanos
arrojaban a su interior monedas para que el genio mágico del lago estuviera
contento.”[3]
Versión que indica uno origen más natural
Tras los
sucesos de famoso “rapto de las sabinas”,[4]
los pueblos vecinos de los romanos de la Colina Palatina, decidieron tomar
venganza y se organizó una guerra, siendo el encuentro principal en la zona
baja que marcaba la confluencia entre las colinas Capitolio y Palatina, sitio
que era lago y cenagoso, llamado Lago Curcio. El motivo para la denominación de
esta zona se explica en esa misma batalla y como antecedente para el siguiente
relato.
“Plutarco
cuentan algunos sucesos curiosos en el curso de la batalla: El comandante
sabino, Mezio Curzio, un hombre de coraje altivo, que se encontraba a caballo,
lejos de su ejército, logró escapar, de milagro luego que su caballo fuera tragado por un limo
oscuro de ese lugar, que en virtud de este suceso fue llamado Lago Curcio.”[5]
Blasón literario
A su vez
Borges retoma un pasaje de una novela norteamericana del siglo XIX de Nathaniel
Hawthorne. Ahí interroga y elogia a una metáfora sobre la gran grieta que se
abrió en el Foro de Roma, donde se
sacrificó un soldado con todo y su caballo, anécdota que se plasmó en una
página del Marble Faun.[6]
Esa novela especula con la imagen de un abismo tenebroso:
“Resolvamos
—dijo Kenyon— que éste es precisamente el lugar donde la caverna se abrió, en
la que el héroe se lanzó con su buen caballo. Imaginemos el enorme y oscuro hueco, impenetrablemente hondo, con vagos monstruos
y con caras atroces mirando desde abajo y llenando de horror a los
ciudadanos que se habían asomado a los bordes. Adentro había, a no dudarlo, visiones
proféticas (intimaciones de todos los infortunios de Roma), sombras de
galos y de vándalos y de los soldados franceses. ¡Qué lástima que lo cerraron
tan pronto! Yo daría cualquier cosa por un vistazo.
“Yo creo —dijo
Miriam— que no hay persona que no eche una
mirada a esa grieta, en momentos de sombra y de abatimiento, es decir, de
intuición.
“Esa grieta
—dijo su amigo— era sólo una boca del
abismo de oscuridad que está debajo de nosotros, en todas partes. La
sustancia más firme de la felicidad de los hombres es una lámina interpuesta sobre ese abismo y que mantiene nuestro
mundo ilusorio. No se requiere un terremoto para romperla; basta apoyar el pie.
Hay que pisar con mucho cuidado. Inevitablemente, al fin nos hundimos. Fue un tonto alarde de heroísmo el de Curcio
cuando se adelantó a arrojarse a la hondura, pues Roma entera, como ven, ha caído adentro. El Palacio de los Césares ha
caído, con un ruido de piedras que se derrumba. Todos los templos han
caído, y luego han arrojado miles de estatuas. Todos los ejércitos y los triunfos han caído, marchando, en esa caverna,
y tocaba la música marcial mientras se despeñaban...”
Se observa la
metáfora del abismo creciendo a ritmo hipnótico, como despeñadero universal
para convertirse en la guadaña de Cronos, amenazando con devorar todo, para
recaer en el Caos. Después Borges, justifica el pasaje, un tanto contrahecho
pero denso en significados: “Hasta aquí, Hawthorne. Desde el punto de vista de
la razón (de la mera razón que no debe entrometerse en las artes) el ferviente
pasaje que he traducido es indefendible. La
grieta que se abrió en la mitad del foro es demasiadas cosas. En el curso
de un solo párrafo es la grieta de que hablan los historiadores latinos y
también es la boca del Infierno “con
vagos monstruos y con caras atroces” y
también es el horror esencial de la vida humana y también es el Tiempo, que
devora estatuas y ejércitos, y también
es la Eternidad, que encierra los tiempos. Es un símbolo múltiple, un símbolo capaz de muchos valores, acaso
incompatibles. Para la razón, para el entendimiento lógico, esta variedad de valores
puede constituir un escándalo, no así para
los sueños que tienen su álgebra singular y secreta, y en cuyo ambiguo
territorio una cosa puede ser muchas.
Ese mundo de sueños es el de Hawthorne.”[7]
A manera de desenlace
El abismo en
el corazón del Foro —centro tradicional del Poder en la Roma clásica— provocó amplias
repercusiones, para sintetizar nos concentraremos con la idea deslumbrante y
romántica de que basta un gesto único y poderoso para salvar a la Ciudad Eterna.
Esta idea del sacrificio que salva se repite a lo largo de la historia y
adquiere dimensiones universales con el cristianismo, por tanto, los augures
romanos habían adivinado lo que vendría, incluso siglos antes de que surgiera su
ocaso. La narración de Horacio Cocles, anterior en siglo y medio a la de
Curcio, posee el mismo sentido, pues bastó la determinación portentosa de un
único soldado para convertir la catástrofe en una reconciliación con el destino.
El sacrificio en el puente de Horacio Cocles, al parecer, dio paso a la
profesión de los “pontífices” antes
de que fueran una casta sacerdotal. La entrega de un joven jinete de estirpe
Curcio invocó al mismo argumento y el hambre infinita del vacío cesó por su
conjuro. ¿Qué gesto sanará a la grieta abismal del siglo XXI?
NOTAS
[1] Los dos oráculos más
respetados por los romanos era la adivinación por pájaros y los “Libros sibilinos”. Los sacerdotes
augures miraban el cielo mediante una celosía y según las partes que cruzaban
las aves daban sus adivinaciones. La máxima estima correspondía a los Libros sibilinos, que una antigua profetisa
del pueblo de Cumas había elaborado y quedaron atesorados; pues en ellos se
describía la historia futuro de Roma, por lo que únicamente en caso de
necesidad extrema se deberían consultar.
[2] El motivo porque se
llama a esto “Lago” es que en la zona existió un viejo lago y zona pantanosa
entre las colinas de la ciudad, que luego se desecaron y sobre esa zona se
extendió el Foro romano.
[4] Según las
narraciones legendarias, durante el primer gobierno de Roma, los hombres no
conseguían mujeres, así que idearon una estratagema para apoderarse de las
mujeres de los vecinos del pueblo llamado sabino. Después los ofendidos tomaron
venganza en una guerra, pero el desenlace fue impedido por las mujeres sabinas
que ya habían concebido hijos con los romanos, incitando a reconciliarse por el
parentesco resultante.
[5] Plutarco, Vida de Romulus, parágrafo
18, 5.
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