Por Carlos Valdés Martín
Causa extrañeza y hasta escalofrío el texto “Entre Topos y Gallinas. La bancarrota de la
"izquierda" y sus intelectuales” de Heinz Dieterich, pero es no
por alguna frase, posición política o concepto, sino por su sentido metafórico al
insistir que sus interlocutores merecen compararse con animales “despreciables”
según él. Esto lo presenta como un juego de metáforas, retomando la Rebelión en la granja de Orwell. La licencia
del literato cuando la adquiere el político[1],
ese cambio de piel posee un matiz desagradable y de inmediato viene a la mente
Fanon cuando explica que para explotar y matar al colonizado el colonialista
reduce a sus adversarios a la condición de animales, así en Argelia para el colonialista
los nativos eran ratas o micos[2].
El tema no es irrelevante para el pensamiento político, una y otra vez la
sombra del totalitarismo se escuda en una descalificación y desprecio
profundos; en particular, el estalinismo (y sus variantes sucesivas) trató con
la reducción animal a sus adversarios, que le han parecido “sabandijas
imperialistas”. Al final del día, los colonialistas y estalinistas que negaron
la calidad humana de sus oponentes resultaron ser imitadores trágicos de Esopo,
porque intentaron imponer sus fábulas en la realidad con medios condenables
entonces y ahora. Sin embargo, la rueda de la historia ya ha pasado y colocado
en el basurero a esas corrientes políticas de fabulistas
Algunos artistas, como Orwell han logrado
usar magistralmente el recurso de la fábula, pues distingue bien la fantasía de
la dura realidad, en cambio otros se quedan empantanados entre dos tierras sin
respirar. Antes de entrar al fondo del tema, debo aclarar que usar animales
como metáfora no siempre sucede con afán pernicioso, también existen usos para
el elogio o la precisión, rescatando el valor del león y la laboriosidad de la
hormiga. Tampoco es lo mismo, usar la metáfora animal para elogiar o precisar,
el mismo Marx la utiliza con elegancia para señalar la zapa revolucionaria
mediante el topo, incluso resulta muy extraño que Dieterich utilice el término
de topos para insultar a sus adversarios políticos.
En este caso, Dieterich bajo la denostación
del sello animal, pretende haber encontrado una bolsa lo suficientemente grande
como para colocar a todos los líderes y seguidores de izquierda que no son de
su agrado, pues no aceptan su propio modelito del socialismo del siglo XXI; de
tal modo, que colocados esos izquierdistas en esa bolsa con un sello de “topos
y gallinas” los pueda zarandear y enlodar a su gusto. Debo aclarar que la
rudeza con los colegas de izquierda no es un invento de Dieterich, pues ese
estilo posee una larga cronología desde antes de Marx, donde debemos destacar
el aguerrido estilo de Lenin, el maestro de la polémica ruda en la izquierda. Para
quienes desconozcan por completo ese estilo de polémicas marxistas y que su
finalidad es la “toma de partido” deben quedar un poco sorprendidos por esta
clase de escrito, el cual posee una finalidad específica que consiste en
plantar al autor como un parte aguas donde todos quedemos obligados al dilema:
conmigo o en mi contra. Visto a la distancia, la táctica discursiva de Dieterich resulta hasta burda, pues pretende
sermonear a toda la variedad (tan diversa y contradictoria) de posiciones de
izquierda como las presentes en los Foros Mundiales para que se alineen con sus
tesis “verdaderamente revolucionarias”. Esa táctica
discursiva burda resulta ineficaz y hasta contraproducente cuando los
posibles adversarios están alertas sobre el sentido de las palabras. Al mismo,
tiempo el discurso está revestido de alguna erudición y de un tema de interés.
El tema de interés es si existe ya una sociedad alternativa global al sistema
capitalista global, es decir, está el tema de la actualidad de la revolución en términos leninistas.
La breve presentación de Dieterich tiene la
ventaja que sí plantea lo que está en juego y su breve definición del dilema
revolucionario. De modo explícito asume todos los postulados
marxista-revolucionarios: el capitalismo está mortalmente enfermo, existe una
fase social siguiente que está a la otra orilla del río, existe la fuerza
social capaz de cambiarlo, basta colocar la voluntad y el saber para desbalancear
los platillos y provocar el triunfo revolucionario. El esquema de fondo es así
de simple y depende de que todos los ingredientes existan excepto el último que
pretende crearse mediante la intervención subjetiva, lo demás se asumen como
las premisas objetivas y la final es la oferta política: basta tomarse esta
pócima curalotodo para que todos los males de la sociedad desaparezcan.
Tratándose de una apología, es obvio que Dieterich no se detiene a cuestionar
sus bases teóricas “socialistas” y se contenta con darles una remendada
(superficial, no hay de otra) para colocar el cartel de un número adicional,
antes fue el XIX, luego el XX y ahora es el XXI. Así de infantil es su “mejora”
de lo planteado en los siglos pasados por el socialismo, un número más, por el
nuevo siglo, incluso no faltará el pretencioso que pretenda una mejora mayor y
coloque un cartel de “socialismo del tercer milenio”. Con una mercadotecnia tan
superficial el socialismo no avanza un ápice ni la crítica social descubre nada
nuevo. Si, como Dieterich nos contentamos con subestimar los fracasos colosales
de la aplicación del marxismo tras el triunfo de las Revoluciones Socialistas
de Rusia, China o Cuba terminamos dando un cosmético a las ideas y seguiremos
girando en la noria de las ilusiones o desojando rosas de amor perdido. Triunfo
o fracaso: ese es el lado duro de la praxis y salen sobrando los “muros de las
lamentaciones”. El marxismo, en su momento de gloria, se definió orgullosamente
como una filosofía de la praxis, que superaba la antinomia entre el árbol gris
de la teoría y el otro verde de la vida, pretendiendo terminar con la
arrogancia de los intelectuales encerrados en su torre de marfil, para servir
al proletariado de un modo práctico. Luego del orgullo, la prueba práctica
fracaso y no me da gusto ese desenlace, simplemente es un enorme
acontecimiento, tras el cual la “rueda de la historia” no se detuvo. La
retórica de Dieterich lanza su metralla como si nada de eso hubiera sucedido y
bastara colocarse en el bote indemne del “socialismo revolucionario” para
restablecer la unidad de teoría y práctica rota por extraños motivos
atribuibles a la subjetividad de sus rivales de izquierda (la docta ignorancia, la moda intelectual,
el empirismo, la esfinge muda…) y en el fondo, motivado por la fabulosa
animalidad (de topos y gallinas) de sus rivales.
En una digresión, Dieterich cita a Kurz quien
culmina un análisis crítico del capitalismo de 800 páginas con una tesis
pesimista, afirmando que no viene nuevo “movimiento de emancipación social”[3]
en el siglo XXI, al menos en el modo que él se lo imagina. Ante esto, el
argumento recuerda a los pesimistas de la Escuela de Frankfurt como Adorno y
Marcuse[4],
quienes terminaron observando una invencibilidad del sistema, quedando
solamente un refugio en la subjetividad y una resistencia sin esperar el
triunfo. Esos pocos ejemplos, podríamos sumar una larga hilera de críticos
desilusionados del cambio revolucionario en el corto plazo, incluso los mismos
revolucionarios radicales pensaron que la anhelada revolución estaba muy lejos[5].
Buscando una explicación socio-histórica de
la falla generalizada de sus adversarios, Dieterich propone tres causas:
ignorancia de la ciencia (no siguen el esquema de él, es obvio), tienen una
posición de clase privilegiada, y el “mercado de las ideas” favorece a
personajes que le disgustan. El primer argumento repite a Marx bajo otros
términos, pues él se asume como conocedor de la “epistemología y metodología científica”[6].
La pretensión de haber adquirido el monopolio de la ciencia sería un tema
legítimo del debate si no hubiese sido corrompido por su uso faccioso durante
cada gobierno socialista; de la honesta lid entre pensadores y teorías por
lograr la aceptación y mostrar la falsedad de otras posiciones se saltó hasta
la falaz “verdad de Estado”. Con certeza, Dieterich se desmarcará de cualquier
abuso, pero ahí también está el terreno del debate. Lo curioso del argumento
acontece cuando liga la ciencia natural con su posición, parece válido y hasta
valioso el afán de rescatar cualquier modelo de saber que muestre su eficacia,
sin embargo, el argumento típico de Dühring consistía en remitir la ciencia
social a una natural, de tal modo que lo específico se confunde[7].
La estratagema también puede caer en lo burdo: si el pensador social rival
domina mejor ese campo, entonces utiliza la ciencia natural para callarlo; al
contrario, si el científico natural se mete a lo social combátelo con la
específica ciencia social que no domina. Y, disculpo mi malicia, pues Dieterich
se queja de los izquierdistas que dominan “demasiado” lo textual de Marx y los
compara con científicos siguiendo a Newton, con lo cual él mismo queda
comparado con Einstein (dejando la modestia aparte)[8].
Respecto de la segunda causa, sobre la condición
privilegiada de los izquierdistas desagradables, lo deja planteado sin
preocuparse en demostrar, pues se trata de un argumento consagrado entre la
izquierda, cuando ante cualquier desavenencia se moteja al adversario por sus
“tendencias pequeñoburguesas”. De hecho, ese procedimiento se agudizó con el
estalinismo en el poder y entonces denunciar la procedencia de clase del
adversario resultó una obsesión, es decir, en el acto de motejar existe también
un acto de poder. Con esto se repite el sesgo de la condena al pecado por la
religión católica: el pecador ipso facto.
El artículo repite el curioso tema de los intelectuales pequeñoburgueses
cuestionados por otros intelectuales pequeñoburgueses que se “limpian la cara”
descalificando al vecino. ¿Cómo calificar en su terminología marxista a
Dieterich? No hay otra opción: intelectual pequeñoburgués y se auto-aplica
todos los calificativos del párrafo. Además de la falla lógica en ese
cuestionamiento está el “pecado original”, la intención es crear una culpa en
el interlocutor, pues queda denunciado como privilegiado y colaborador
(inconsciente, al menos) del bando opresor. De nueva cuenta una táctica burda:
crea culpa y ganas la partida. El interlocutor clamará inocencia, al pretender
no acusar a nadie y únicamente emplear la “categoría sociológica”. Resulta que
el tema es impreciso pues Dieterich no aplica sociología sobre sí mismo ni para
sus correligionarios, únicamente le resulta plausible para sus contrincantes
quienes son estigmatizados recibiendo “prebendas”, es decir, ganando bien y
laborando poco, otra manera de estigmatizar.
Así, cuando cobran los “camaradas” son mínimas gratificaciones y cuando
cobran los contrincantes son prebendas de privilegiados; queda claro que este
doble estándar nada tiene que ver con una ciencia social, y mucho con una toma
de partido en el mal sentido del término.
Respecto de la tercera causa, casi no tiene
sentido detenerse, pues o bien es la obviedad de que las ideas se difunden y
comercian por ciertos medios dominantes (empresariales o estatales) o bien
repite el tema del privilegio de clase extendido hacia el medio de difusión. En
lugar de rebatir a sus oponentes por sus ideas se conforma él con señalar (con
sospechosismo) que el medio podría filtrar el mensaje; pero si repitiéramos ese
argumento para denostar a Marx por haberse publicado en un periódico
norteamericano o a Lenin por viajar en un tren alemán se notara el absurdo de
su argumento. Que existan malos
ideólogos ocupando espacio en los medios no evita que existan otros capaces
difundiéndose entre los medios dominantes, del mismo modo que Dieterich acude a
entrevistas en Televisa o Lorenzo Meyer protagoniza en una televisora estatal.
Nos aproximamos al meollo de la posición de
Dieterich, donde argumenta que todos los críticos fallan porque no asumen una
oposición sistémica y revolucionaria. Define esa posición revolucionaria
mediante un esquema simple compuesto de tres partes. A) “tener un Proyecto
Histórico que demuestre la posibilidad objetiva de sustituir las instituciones
del régimen establecido con una institucionalidad cualitativamente diferente”[9]
Esto significaría que la posibilidad ya es objetiva, acontecimiento real y no
todavía proyecto; además que esa objetividad sea un “salto cualitativo”.
Ninguno de los dos puntos ha quedado demostrado, a menos que creamos que el
movimiento de Castro sí creó otra sociedad ya superadora del capitalismo; o
asumamos que el modelo de Corea del Norte es algo más que un callejón sin
salida autoritario; o estimar que China no está encarrilada hacia una versión
capitalista final y que mantendrá indefinidamente el impulso en un modelo
no-capitalista. El problema de fondo está en el sobado tema de las fuerzas
productivas dominantes, pues hasta ahora los sistemas de mando central (por no
decirles dictaduras sobre la economía) han terminado fracasando, pues ahogan
las fuerzas productivas y mantienen una contradicción interior (que termina en
un derrumbe). Uno tras otro los sistemas del mando central se han estancado y
caído por sus contradicciones. El
capitalismo que aceptamos como “enfermo” sigue avanzando con el trote acelerado
de sus fuerzas productivas revolucionadas; esto significa, que el tema de fondo
es ¿dónde están las fuerzas productivas superiores para enterrar al
capitalismo? El problema de fondo no es de instituciones, sino de fuerzas productivas.
Ese es el tema de fondo: no de simple justicia, sino de modificación del
sistema social; la propuesta de superación requiere de un sistema superior en
marcha, como bien lo observa Toffler[10].
El segundo aspecto a cuestionar es lo
“cualitativamente diferente”, lo cual exige un criterio sólido y no una
partidarismo como prueba de la diferencia. Cada grupo humano es distinto y
cuando existe rivalidad se acentúan las diferencias, sin que exista separación
para la objetividad histórica; así, la rivalidad franco-germana del siglo XX no
las hacía sociedades muy diferentes, ni siquiera estando en guerra, se
mantenían dentro de un modelo capitalista y la gran diferencia estaba en sus
sistemas políticos. Lo mismo se podría argumentar para la guerra entre Vietnam
y Camboya, donde la variación de sistemas no era tan notable. ¿Dónde está esa
cualidad radical de la institucionalidad “socialista”? Los Estados autoritarios
vestidos con las causas populares no han marcado un hito en la historia hasta
la fecha, sus vaivenes no han marcado un punto de no retorno, casi siempre
terminan en una oscilación.
B) La segunda característica de lo
“revolucionario” sería contar con un programa de transición, el cual articula
un programa político para el cambio social. Este punto no resulta problemático[11],
pues para cocinar se requiere de una receta de cocina.
C) La tercera característica de lo
“revolucionario” sería una praxis congruente con el nuevo proyecto histórico lo
cual es tan sencillo como hacer lo que se planea con medios adecuados a tal
plan[12].
Como se observa, los puntos B y C son resultado de la primera premisa, donde se
encierra el secreto completo, entonces resulta inútil discutirlo y nos debemos
concentrar en A.
Respecto de esa nueva institucionalidad
Dieterich la resume así: “La Gestalt
de la nueva institucionalidad, es decir, sus contenidos y formas, han sido
identificados ya de manera científica. Se trata de la economía de
equivalencias, basada en el valor; de la democracia
plebiscitaria-representativa universal y del Estado como ente que "manda
obedeciendo" a la volonté genérale
(voluntad de todos).”[13]
Para polemizar un poco trataré de tomar en
serio el tema de la economía anotado por Dieterich: propone una economía de
equivalencias para sustituir a la economía de mercado, donde opere un
complicado sistema artificial que superaría la injusticia espontánea que impone
el mercado. Para no analizar los errores teóricos de Peters (que provoca la
impresión de un utopista ocupado en hacer ecuaciones simples enlazadas con
belleza al dibujar el diagrama de una “rosa”) baste decir, que la “economía de
equivalencias” es un deber ser económico, dando una guía para un procedimiento
deseable pero arbitrario. ¿Es un procedimiento deseable el intercambio de horas
trabajadas por horas-producto retribuidas? A eso se reduce toda la novedad, con
una noción más apta para la rudimentaria economía de un kibutz y no para un
“futuro luminoso de la humanidad”, pero es un concepto barnizado de matemáticas
y con un profundo desconocimiento de la teoría económica de Marx (quien se
burla de las “instituciones” de equivalencia entre horas trabajadas y valor
como un paso adelante[14]),
elaborado por Arno Peters, más conocido por su mapa que por su “rosa” de las
equivalencias. En otras palabras, la preocupación por un patrón de
equivalencias que genere un intercambio justo es una preocupación típica de
Aristóteles en su Ética nicomaquea y
no de Marx, quien pensaba que la producción establecía el secreto de la
explotación, la cual no proviene del medio de cambio. Es decir, en lugar de la
gran visión socialista de igualdad con Dieterich se coloca una burda formulación
de equilibrios matemáticos que no sirven
para aplicarse y eso lo alardea como lo más institucional- revolucionario-científico,
lo cual señala una superficialidad
enorme que retrata de cuerpo entero una mezcla de fatuidad con tesis burdas.
Intentando tomar un poco en serio el tema de
la democracia y su forma avanzada, resulta importante y plausible que al
término democracia se le incluya el destino de las mayorías y su bienestar. Sin
embargo, ese aspecto no es exclusivamente socialista, pues muchos pensadores y
políticos críticos o liberales han incluido en su ecuación básica al bienestar
del pueblo, como Martí, Gandhi o Juárez. El referente de ese tipo de
democracias avanzadas, está en los mismos modelos “capitalistas” en situación
de abundancia, que favorecen la participación ciudadana. Ahora bien, el modelo
de Dieterich refiere a Cuba y Venezuela. En Cuba la libertad política se
sacrificó en aras de lo que sea, pero se mantiene como un sistema no
democrático. En Venezuela, el culto al líder y su perpetuación en el poder se
terminó por efecto natural. Cuando el Estado es el gran patrón de una nación encuentra
los medios para manipular el voto de las masas, sobre todo, si obtiene el
privilegio tiránico de acallar a sus oponentes. En ese sentido, tenemos muchos
buenos ejemplos de cómo repartir riquezas y reducir desigualdades, pero no
existe un modelo práctico de una democracia más perfecta, por una sencilla
razón: quien controla la economía manda, y de ese modo se pervierte el sistema
que debería ser democrático. Mientras más centralizada la producción entonces
más poder existe sobre la población y la tentación autoritaria crece
exponencialmente. Con esto también queda
contestado el tema del Estado que “manda obedeciendo”, pues la inexistencia de
un sistema de contrapoderes equilibrados (en principio, separación de poder político y económico) implica que el sistema
depende de un líder que ama al pueblo y cuide del sistema en modo paternal,
pero si existe un mínimo descuido (el líder cae en egolatría, fallece) el
sistema termina en tiranía y, más temprano que tarde, se derrumba. El problema
del Estado lo reconocía bien Marx (basado en Rousseau, etc.) pero esperaba que
cuando la clase proletaria se transformara en sujeto colectivo, de inmediato
controlara el riesgo del Estado autónomo (la maquinaria de la clase dominante);
lo mismo fue vislumbrado por Lenin. El veredicto de la historia va en otro
sentido y es claro: no conviene dejarle las atribuciones económicas al Estado
porque las monopoliza ni es preferible una centralización completa del poder. El
otro veredicto es que el Estado sin rival se convierte en la clase dominante,
promoviendo sistemas despóticos y (por fortuna) inestables. La estratagema
simple de las primeras tribus era la misma de Montesquieu: separar los poderes
para evitar la tiranía[15].
Cubrir bajo el manto del ideario socialista a un despotismo del Estado es lo mismo
que cubrir con el manto del mesías a los sacerdotes pederastas: un completo sin
sentido, que no conduce hacia ningún avance, la contrario, favorece retrocesos
y oculta excesos. Ahora bien, Dieterich declara que está a favor de formas
democráticas, sin embargo, queda preso de la ambigüedad entre la admiración por
líderes autoritarios y la consecuencia democrática.
Intentando redondear la crítica, Dieterich
queda preso de un conocimiento libresco de Marx, procurando mantener el texto,
pero incapaz de rescatar el fondo. Sustituye el objetivismo de la
transformación de la estructura y el papel clave del sujeto social, por un
semi-idealismo (priorizando los proyectos
—conjuntos de ideas, alineadas a un código moral— y pactando con poderes
fácticos emergentes —el chavismo de Venezuela y un sector de la gama
altermundista—que le parecen socialistas). Su revisión del marxismo (jura
fidelidad a Marx, pero lo sustituye por una especie de castro-chavismo) queda
debajo de la reinterpretación teórica intentada por Negri, Toffler y muchos
más, cada cual con sus reformulaciones teóricas y sus esquemas de largo alcance;
precisamente, por eso los insulta Dieterich, porque no los comprende.
En el caso de Dieterich citar a Galileo y Einstein
no sirve para actualizar a Marx tal cual, cada ciencia posee sus propios
métodos y paradigmas; referirse a ciencias físicas es un simple argumento
retórico para un auto-halago. De hecho, me hubiera resistido a cuestionar con
tanta dureza a Dieterich si no hubiera encontrado en su texto la hidra de la
deshumanización, pues tratar a los otros como animales y ese es el camino torcido
para reducir al socialismo en un zoo-cialismo[16].
Por desgracia, nuestro pasado está plagado de monstruosidades políticas
cometidas en nombre del socialismo, palabra prístina que solía contener una
parte de los mejores ideales de la humanidad buscando justicia, igualdad, fraternidad
y progreso.
NOTAS:
[1]
Cuando Orwell escribe lo hace en su chaqueta de literato, que también tuvo actividad
política es un hecho, y que sus obras marcan una enorme y certera crítica
social es cierto también, pero no es lo mismo que el político juegue al
fabulista a que el literato haga crítica política.
[2]
FANON, Franz, Los condenados de la tierra.
[3]
Robert Kurz, El libro negro del
capitalismo. Canto fúnebre a la economía de mercado.
[4]
MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional.
[5]
El ejemplo clásico es
Lenin en Suiza durante la Segunda Guerra, en sus ratos pesimistas.
[6]
DIETERICH, Heinz, Entre topos y gallinas.
[7]
ENGELS, Friederich, Anti-Dühring.
[8]
Dejo la larga cita para que el lector note si Dieterich se compara con un
Einstein o no: “La solución al problema de la "filosofía de la
praxis" del siglo XXI es, para ellos, el estudio de las obras completas de
Marx/Engels, Lenin, Rosa Luxemburg y, eventualmente, León Trotsky. Esa
pretensión sería comparable a una estrategia de investigación en la física y
biología contemporánea, que abandona a Einstein para regresar a Newton, y a
Crick y Watson, para retornar a Darwin, para resolver los problemas de la
actualidad.” Ibid, p. 3.
[10]
En especial, en Avances y premisas, pero también en El cambio del poder, está muy claro que
el Bloque Socialista se derrumbaba bajo una competencia económica superior, que
esto no significa que el capitalismo sea imbatible ni éticamente superior.
[11]
Las discusiones entre
programas mínimos, máximos y de transición, no son relevantes en este contexto.
Cf. TROTSKY, León, El programa de
transición.
[12]
En sentido estricto, Dieterich reduce el tema a una urgencia pragmática, cuando
el tema de fondo es si existe una “actualidad de la revolución”, la cual no
está en el horizonte. Cfr. LUKACS, Georg, Lenin.
[14]
MARX, Karl, El capital. En el siglo
XIX resultaron más populares los intentos de establecer medios para socializar
por vía de creación de empresas sociales, granjas colectivas, talleres
nacionales y facilidades de crédito, pero también existieron ingenios para
difundir equivalencias del trabajo.
[15]
Curiosamente Engels en su
largo estudio sobre el comunismo primitivo, al cual halaga tanto, no se da
cuenta de sus sistemas de división de poderes pero sí del control del
gobernante. La división de poderes aparece claramente en la separación de
operación religiosa y política, por ejemplo, en La rama dorada.
[16]
Y, por cierto, insistiendo
en su animalización del espectro político, Dieterich suma una nueva especie al
insistir en un desacierto, agrega los “camaleones” en su Entre Topos y Gallinas revisitado.
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