Por Carlos Valdés Martín
En una batalla legendaria tres legiones romanas
fueron derrotadas y masacradas en el confín de Teutoburgo; los romanos tardaron
ocho años en regresar para castigar la osadía y recuperar los estandartes de
las tropas perdidas. En esa manera tan directa definían los confines del
imperio —al filo de la espada militar—, sin embargo, los legionarios nunca
consolidaron el dominio sobre esa zona y se establecieron más hacia el oeste.
Nos engañaríamos si creemos que los imperios son un fenómeno sencillo; su acto
extremo —la violencia desnuda— aparece para simplificar el panorama, pero su
naturaleza completa nunca es tan simple.
Con tristeza, Eduardo Galeano concluye su
diagnóstico clásico, comparando la expansión de Estados Unidos, frente a la
impotencia y sufrimientos latinoamericanos. “Las colonias (norteamericanas) se
hicieron nación y la nación se hizo imperio, todo a lo largo de la puesta en
práctica de objetivos claramente expresados y perseguidos desde los lejanos
tiempos de los padres fundadores.
Mientras el norte de América crecía, desarrollándose hacia adentro de sus
fronteras en expansión, el sur, desarrollado hacia afuera, estallaba en pedazos
como una granada. (…) Ya Bolívar habla afirmado, certera profecía, que los
Estados Unidos parecían destinados por la Providencia para plagar América de
miserias en nombre de la libertad.”[1] En esa perspectiva,
pareciera un dilema deslizarse entre la nación y el imperio, cual paso fatal
entre polos antagónicos.
Al empezar, el siglo XXI el tema del imperio ha perdido
popularidad; hoy predomina el lema de globalización, sin embargo, los episodios
trágicos de guerras y terror, nos obligan a repensar. La globalización es un
lugar común, por eso revela poco, y los lugares comunes son “tranvías”[2] del pensamiento, donde se
desliza un vacío sin ideas claras. Compartimos el entusiasmo por avances en derechos
democráticos, mejor tecnología y libertades, pero el “lado oscuro” pervive en modos
que merecerían ya dormir el olvido, junto con los cadáveres de las legiones en
Teutoburgo. Simultáneamente, el cambio
de paradigmas nos invita a imaginar ¿qué existe más allá de una polaridad
marcada por la violencia? ¿Es correcta la impresión de que los imperios militares
han perdido funcionalidad ante los imperativos comerciales y los acuerdos
internacionales? Porque para la teoría social la violencia no es fundamento,
sino fenómeno secundario, por más que la narrativa se escriba con guerras y
cambios de fronteras determinadas por la suerte de las batallas[3]. Más allá de cualquier
violencia existe la producción de la vida misma y la creación de cualquier
sociedad (mirada sola o agrupada). Resulta importante periodizar y comprender
la figura “imperio” (momento de negación diría Hegel), pero enmarcada en el
completo proceso histórico, donde la violencia es interrupción de la paz,
porque la finalidad de cualquier conflicto bélico es su terminación, incluso
hasta para la teoría de la guerra, según propone Clausewitz[4].
Periodización
del imperio
El imperio ha surgido antes de ser interpretado. Los
antiguos romanos acuñaron ese término, marcando el final de la República
esclavista, para dar paso a un reino tiránico, centrado en la figura de los
emperadores. Sin embargo, esa concentración de poder no era ningún invento, de
hecho fue la destilación de varios siglos de éxitos bélicos y expansión
territorial romanas. Los relatos sobre Persia, Egipto o Babilonia nos indican
sistemas imperiales, donde la conquista de los vecinos y su sometimiento a
algún tipo de rey absoluto (con nombres diversos según culturas) era la regla.
Este fenómeno de reino-imperio ocurrió bajo
configuraciones distintas, dos de las cuales nos conciernen todavía, y todas ellas
se ligan con las modalidades del fenómeno nacional. Estas configuraciones son:
1) El antiguo que por ejemplificar su caso conocido, llamamos romano (tipo
esclavista o despotismo agraria antiguo, pre-feudal en general); 2) El feudal
dinástico (tipo Corona Habsburgo en América y Romanov en Rusia); 3) El
capitalista temprano (tipo británico colonial, siglo XIX hasta mediados del
siglo XX con ocupación territorial bajo intereses comerciales); 4) El imperio
comercial (bajo hegemonía norteamericana desde mediados del siglo XX hasta el
inicio del XXI). 5) El sistema emergente desde finales del siglo XX que surge sin
eje en la posesión territorial y ya no suele denominarse imperio, aunque en
este cambio de periodo, sigue siendo importante el adjetivo (imperialista) y
acción (imperialismo), es decir, sí interesa el imperio en la práctica y como
sombra del sistema[5]. Esto
no pretende levantar una historia económica, lo cual nos lanzaría hacia una
presentación detallada, pero sí suponemos una estructura económica vinculada
con el fenómeno imperial; así, en lo siguiente damos un breve repaso sobre la
relación entre imperio y nación en su tendencia general.
En parte, es indispensable arrancar desde la
consideración de que imperio es la
contraparte de la nación, como su límite externo y horizonte conflictivo.
Esto no siempre implica que el fenómeno imperial sea antagónico al nacional
(por ejemplo, para la cabeza de la nación imperio, que puede atravesar con una
fase nacionalista intensa, como ocurre con los fascismos), pero sí suele
presentarse como su crisis, cuestionamiento o hasta némesis. Bajo la modalidad
de burdo colonialismo, el imperio aparece como némesis de las naciones que caen
bajo su control. En otras ocasiones, basta observar el comportamiento de las
grandes empresas trasnacionales para ver la presencia de otro principio,
distinto al nacional palpitando dentro de las corporaciones. Buscando respetar
la complejidad de los fenómenos, evito apelar a un antagonismo simple: ni para
las naciones entre sí ni entre nación e imperio (como conceptos o prácticas).
La
contradicción entre nación e imperio
¿Dónde está el punto contradictorio entre nación e
imperio? El tema de fondo está en la correlación (posible, no siempre actuante)
entre una comunidad y el Estado en ella. La aspiración del liberalismo hacia la
democracia, del socialismo al Estado-socialista o del anarquismo a la
autogestión surge desde este mismo aspecto: un sistema de gobierno accesible a
su comunidad, con lo cual se liga alguna variedad de gobierno del pueblo y a
eso corresponde la figura de una nación (en su sentido moderno), pues la nación
implica un ente incluyente[6]. Por su parte, el imperio
se basa en un exceso de fuerza y la posibilidad de que un poder se imponga
sobre comunidades ajenas, vedando la decisión de esa zona tomada; así, el poder
del Estado resulta radicalmente ajeno a los conquistados[7]. Por lo mismo, el imperio
se ha identificado de modo pertinaz con las formas aristocráticas (políticas y
sociales), aunque cabe una excepción, que ocurre cuando una comunidad (por
ejemplo, polis griega[8] o república romana)
conquista a sus vecinos, convirtiéndolos en esclavos y/o provincias sometidas,
de tal modo existe una democracia interna (en el corazón del imperio) y tiranía
imperial exterior[9].
Esta última figura, establece la posibilidad (al final, auto-contradictoria) de
una nación imperial, majestuosa y
noble como águila pero en deuda con la realidad terrestre. Con este breve
rasgo, debe quedar claro que existe un principio de contradicción fuerte entre
nación e imperio; sin embargo, la eficacia
de un imperio, como mega-máquina político-social requiere de una participación
masiva, así que la figura contradictoria también resulta una necesidad operativa,
de tal manera que la corona imperial Habsburgo no integró una España nacional,
pero sí unió y los nacidos en la Península Ibérica[10] viajaban a sus colonias
en condición de privilegiados, convertidos en estamento unificado (agentes de
su imperio), que era visto por los indígenas y criollos como una potencia ajena[11]; en nuestros términos,
eran percibidos como una (imperfecta) nación imperial, en los términos de
ellos, más bien una casta honrada.
La contradicción de la nación-imperial se repite con
gran éxito con los romanos, ingleses y norteamericanos. Mientras no existe una
conciencia crítica de esta contradicción la maquinaria parece funcionar bien,
cuando se descubre ese desajuste (entre el principio nacional-democrático y el
imperial-tiránico) surge la crisis interna. Quizá los norteamericanos han ido
desarrollando esa conciencia de la contradicción interna, lo cual dificulta
tanto su operación como “policía mundial”, el lado burdo de la operación
imperial; muchos aspiran a superar esa fase imperial[12].
Figura
material: la primera bota imperial
Cuando Julio César con su ejército conquistó las Galias
marcó un episodio más de la expansión de Roma; entonces las expansiones
militares de los reinos o las polis
en sus alrededores no eran un acontecimiento extraordinario, sino común entre
los pueblos mediterráneos. En especial, la costa oriental del Mediterráneo se
había signado por reinados imperiales del tipo egipcio, persa o babilonio. Por
su parte, las ciudades Estado griegas también habían poseído tendencia
expansionista a escala local, y luego surgió la hazaña legendaria de Alejandro
Magno, conquistando su “mundo conocido”. El imperio de Alejandro creció como un
rayo en cielo despejado, retumbando sin oposiciones; luego, derrumbándose casi
de inmediato, al quedar dividido sin remedio entre su sucesión. El modelo
romano de conquista resulta duradero y estabiliza una civilización europea en otro
nivel.
Los romanos, deudores de la cultura griega, parecen
una versión mesurada (en lo intelectual y artístico) aunque más militarizada y
eficiente de la Atenas clásica. El ascenso de Roma inició un par de siglos
antes de César y ya estaba perfilado con el triunfo en las Guerras Púnicas.
Perfeccionando lo ya establecido, el ejército de César señaló un orden y
disciplina que arrolló el centro europeo, y estableció un modelo que sometió
grandes regiones. Este pareciera ser el secreto del modelo imperial romano: una
organización bajo bota militar. No me refiero a una organización militar ciega
y sometida a una tiranía simple, sino una creación mediante participación de
pueblo, ese populus romano fue el
corazón del ejército[13]. El enfoque de esta
organización se basó en cuidar a sus miembros con armas y, en especial, una
meticulosa organización de personas y desplazamientos. Resulta notable la
cantidad de esfuerzos y precauciones establecidas por los soldados romanos en
cada campamento, colocando empalizadas y trincheras exteriores, elevando una
barrera de protección en cada plaza temporal y ese mismo cuidado se repite en
cada detalle del ejército. El motivo
profundo de esto no es la técnica, sino una situación: es un organismo bélico
que sí cuida a sus miembros. Cuando comparamos esta situación con la
descripción de la horda de Persia bajo Ciro y Jerjes, nos damos cuenta de una
diferencia abismal; los monarcas persas manejan ríos de pobladores empujados hacia
una empresa bélica, sin orden ni concierto precisos, porque ellos se dan el
lujo de desperdiciar gente. En contraste, Julio César cuida meticulosamente a
sus soldados, y en la medida posible ampara su empresa bélica[14]. El “nosotros” de la
legión romana es una colectividad integrada y con fidelidad interior, dispuesta
a morir a cambio de su cuidado intenso[15]. En oposición, el
“enemigo” es una masa de enfrentamiento o una amenaza difusa sobre la que se
debe vencer a sangre y hierro; tras esa frontera surge el principio imperial:
imponerse a como dé lugar, a cualquier costa de vidas y sufrimientos de los
otros. Sin embargo, tampoco es una
empresa de aniquilación ciega del enemigo, sino de su sometimiento y asimilación:
tomar tierras y prisioneros, controlar el espacio a la explotación y autoridad
de Roma. No está en los planes de César convertir a los bárbaros en romanos,
sino en mantenerlos bajo un poderío que doblegue sus voluntades y cree un claro
beneficio para la ciudad de las siete colinas; sin embargo, en poco tiempo será
indispensable asimilarlo bajo una “romanización”.
La bota
separa y pisa, marca una fuerza superior sobre el exterior. El poderío militar
romano pisotea y aplasta cualquier región que ellos llamaban bárbara. Pero ¿cómo
consolidar ese espacio conquistado? Sin
importarnos el detalle (la institución) este concepto marca una imposición:
estableciendo el imperio en el territorio caído bajo el águila romana. El
responder al cómo implica una imposición, organizar a la población sometida,
bajo las conveniencias romanas.
El
camino y el imperio
El curioso lema de “todos los caminos conducen a
Roma” indicaba una situación efectiva, pues la enorme labor de construir
carreteras bien trazadas resultaba novedosa. Ninguno de los reinos anteriores
había creado un sistema artificial de comunicación de ese calibre. Los egipcios
y babilonios se contentaban con seguir las rutas ribereñas y alrededor de ellas
imponían su espada, pues las embarcaciones también permitían empresas de
conquista tal como lo narró la Ilíada.
Fabricar caminos representó un salto de voluntades y doblegar el espacio, para garantizar
un metabolismo (de economía, mensajes y logística) mejorado. La carretera
romana: la magnífica apropiación del espacio terrestre, mediante el cual se
mueven las mercaderías y los ejércitos[16]. Sin esa vía de
comunicación la pretensión de saltar desde la ciudad-Estado al imperio parecía casi
una quimera; de ella dependió ambicionar un enorme territorio firmemente
controlado.
El camino
romano es acontecimiento singular que refleja el proceso imperial, sin embargo,
la multi-causalidad no se reduce al evento material. Baste decir, que si el
camino fuera un hecho aislado, su construcción se hubiera paralizado y su
mantenimiento abandonado pronto, tal como ha sucedido con mausoleos monumentales
carentes de utilidad. Las calzadas dirigiéndose hacia Roma tenían sentido;
creaban las venas y arterias de un sistema naciente multidimensional (economía
de mercado esclavista, cultura escrita mediante el latín, sistema político con
leyes y provincias, etc.).
Guerra
de conquista: la esencia del imperio antiguo (y no tanto)
El imperio antiguo se levanta mediante una “empresa”
(en el sentido de Ortega y Gasset, un emprender de enorme calado[17]) que denominamos la guerra de conquista. Esa guerra no
es la episódica ni la defensiva ni la punitiva, sino otra específica. Es ese
uso extremo de la violencia (que aniquila o, más precisamente, reduce a la
impotencia al enemigo[18]) que desemboca en la
conquista: el apoderamiento de grupos de personas
junto con sus territorios[19]. Desde el punto de vista
de la crítica ética este acto de superioridad combina la ambición con la
hipocresía y la ignorancia, al someter a poblaciones enteras bajo un poder
explotador. Nunca es lo mismo vencer en guerra que apropiarse de los vencidos dentro
de su espacio[20]. A
nivel del relato histórico, estamos tan acostumbrados a que las guerras
antiguas terminaban en conquistas que olvidamos la diferencia radical entre
ambos eventos[21].
Una forma rudimentaria
de la conquista territorial sería la imposición de tributo al vencido, sin
intentar controlar de modo permanente a las poblaciones vencidas, reduciendo la
presencia vencedora a una simple supervisión de autoridad. En el mapa, esta
forma ya aparecería cual imperio: obtener riqueza tras la victoria militar. Sin
embargo, la empresa imperial implica un paso más allá de la explotación:
controlar y modificar a la población avasallada[22]. En este proceso de controlar y modificar a
población avasallada para explotarla está la esencial del imperialismo en
el sentido más estricto, según sucedió con los romanos antiguos, los españoles
en América, los británicos en África e India y los nazis alemanes en zonas
ocupadas.
El acto de la expansión imperial por esencia es de
avasallamiento y por tanto contrario a la existencia de comunidades nacionales,
aunque como efecto secundario (a veces al girar la rueda de los siglos) también
colabora en la forja nacional. Esto es evidente en la expansión de los antiguos
romanos[23]; con esa misma pauta otros
territorios sometidos a periodos de conquista se modifican, y, en ocasiones,
surgen comunidades viables, y así observamos lo que sucedió tras la conquista
española en América o el colonialismo inglés de ultramar. El colonialismo del
siglo XIX y XX, a la larga, provoca lo contrario a lo que intenta, generando
comunidades más resistentes y opuestas al imperio que las sometió.
Ejércitos
avasalladores: cuando se inventa una tecnología para la conquista surge la
tentación de hacerlos impunemente
Cuando los ejércitos ingleses llevaron
ametralladoras ante las tribus africanas… se abrió un precipicio por los
desniveles de fuerza bélica. Igual que el maníaco tentado a saltar ante la
visión de un abismo, así el desnivel entre poderíos militares atrae las
conquistas y el armamento industrial derrotaba con facilidad a las tribus de
África, por poner un ejemplo. Desde el punto de vista de la ventaja militar resultaba
tan sencillo dominar a las tribus morenas, que las barreras de recato se
rompieron, reinó la ambición desbocada y
el imperio se extendió con sorprendente facilidad por el globo. En mitad del
siglo XIX, las potencias europeas competían entre sí para no dejar ningún
rincón del globo sin tomarlo por la fuerza. Hasta parecía un juego el extender
las fronteras sobre el mapa, empujando miles de kilómetros más a las fuerzas
expedicionarias, que barrían con los sorprendidos nativos.
Sin embargo, durante la mayor parte de la historia
las ventajas militares no han sido avasalladoras, sino más puntuales o
episódicas. Los hititas innovaron con carros de combate tirados por caballos,
pero era armamento inútil en montañas o en desierto arenoso. Las legiones
romanas demostraron su versatilidad y pericia, pero el denso bosque germano y
sus pantanos les resultaban adversos.
Además, si bien la estrategia de Alejandro Magno le ganó un enorme
imperio, al cabo de unos años, su ventaja militar aparecía empantanada ante los
pueblos vecinos.
Después de sopesar las ventajas militares, queda un
complejo factor cultural y moral, que también predispone en contra las empresas
de conquista, tal como se evidenció entre el débil pueblo vietnamita y las
potencias occidentales, que fracasaron en varias tentativas por avasallarlos.
De hecho, ese factor de resistencia de los pueblos contra los imperios se ha
identificado con el nacionalismo[24]. El tema resulta
apasionante, pues la debilidad de pueblos
atrasados se convierte en fortaleza cuando entran en escena una serie de
factores, donde destaca esa especie de
fervor patrio. Este factor es tan importante, que en los siglos XIX y XX
resultó el punto clave, que frustró las ventajas tecnológico-militares en los
conflictos clave, como las luchas anticoloniales y Guerras Mundiales. El
estudio de diversas conflagraciones demuestra —sin lugar a dudas— que es factor
crucial la voluntad de las tropas y población de respaldo, desequilibrando al
factor tecnológico, económico, numérico, etc.[25]
De manera muy clara, ese factor nacionalista implicó
que en el siglo XX, triunfara el “principio
nacional”[26]
en contra del imperial (y otras modalidades internacionalistas), dibujando la
faz mundial como una “sociedad de naciones” y no un conglomerado de imperios
territoriales.
Caso
mexicano: las imposiciones imperiales de aztecas, españoles, franceses y
norteamericanos
Si bien, la naturaleza de integración por vía de la
conquista militar, para el caso azteca resulta todavía polémica, no cabe duda
que este ascenso (la triple alianza de Tenochtitlán-Tlacopan-Texcoco) ya fue un
fenómeno de integración nacional. Las guerras exteriores de los aztecas y su
dominación sobre sus vecinos sin duda es un tema apasionante y, en su aspecto
externo, se podría asimilar al acto imperial de imposición militar. “A pesar de las contradicciones que la
constituyen, la Conquista es un hecho histórico destinado a crear una unidad de
la pluralidad cultural y política precortesiana. Frente a la variedad de razas,
lenguas, tendencias y Estados del mundo prehispánico, los españoles postulan un
solo idioma, una sola fe, un solo Señor. Si México nace en el siglo XVI, hay
que convenir que es hijo de una doble violencia imperial y unitaria: la de los
aztecas y la de los españoles.”[27] De esta imagen clásica,
me quedo con la violencia colonizadora que demolió los fundamentos de la
sociedad indígena e impuso un nuevo sistema en todos los órdenes, que impuso
explotación y obligación de cambiar al indígena, marcando la catástrofe para su
cosmovisión previa. A eso se llama evento típico imperial, que avasalla al
vencido y lo obliga sistemáticamente a someterse.
De modo efímero aunque significativo, está el evento
episódico de un “Imperio Mexicano” encabezado por Agustín Iturbide. ¿Qué
relación existe entre la forma aristocrático-imperial del gobierno con el
imperialismo de anexión territorial? La vinculación es estrecha, pues el
gobierno aristocrático excluye a la población mayoritaria de la estructura
política, y el criterio elitista requiere del utilizar violencia para su
manutención. De hecho, la elección consciente del término imperial para
designar un gobierno, surge en el contexto de las conquistas territoriales. Por
la situación geopolítica de México, ese imperio efímero no buscó ninguna
conquista territorial, pues desde el surgimiento del país independiente esas ínfulas
de anexión no existen en el horizonte.
La invasión norteamericana y la pérdida territorial
del siglo XIX también se ubica entre las acciones del imperialismo clásico. Si
bien, en lo interno, EUA ha sido un gobierno democrático, en lo externo ha
quedado sellado por el anexionismo territorial y por la acción militar. En la
primera fase, EUA tuvo “hambre de tierras”, que fueron dando figura a su país,
y también por un fenómeno de “colonización” en el sentido antiguo, de colocación
de campesinos en tierras feraces y desocupadas[28]. Una combinación de campañas
armadas y compras forzadas permitió una impresionante anexión de territorios en
el curso de un siglo. Por no alargar, basta indicar que México perdió la mitad
del antiguo territorio y adquirió su geografía actual, definiendo el espacio
poblacional y económico del periodo de integración nacional.
Después de la invasión norteamericana vino la
tentativa de Napoleón III por imponer un emperador en nuestro territorio. Esa fue
la desventura del segundo “imperio mexicano”, que con perseverancia y fortuna fue
combatida por el bando liberal mexicano, hasta liberar al país y restablecer el
sistema legal, con un gran proyecto de inclusión democrática.
El
imperio del dólar
Existe otra modalidad de imperio más moderna, que ha
combinado (primero) y diluido (desde la derrota en Vietnam) la conquista
militar directa, para centrarse en una
preponderancia económica sobre territorios ajenos. Esta visión adquirió
gran relevancia en su forma de transición, bajo el periodo militarista europeo
entre las dos guerras mundiales y la guerra fría. El marxismo-leninismo
popularizó la interpretación de que las contradicciones de la explotación capitalista
provocaban una respuesta de conquista militar por los Estados capitalistas
centrales. El éxito posterior de la descolonización y la emergencia universal
de los Estados nacionales soberanos deslavó ese concepto. Para Lenin el
imperialismo habría sido la fase última del capitalismo[29], que al comenzar el siglo
XX combinaba monopolismo económico (fusión de los grandes bancos con las industrias
monopólicas, definiendo un “capital financiero”) con una opresión nacional
descarada, que desembocaba en guerras exteriores para acaparar espacios
económicos del mercado mundial.
Tras las crueles experiencias de dos Guerras
Mundiales emergió un nuevo sistema
capitalista donde el predominio económico de potencias centrales se modificó,
abandonando la dominación territorial de las colonias, como un sistema obsoleto
y odioso para las poblaciones locales. Sin embargo, para muchos autores y ante
los ojos de los países periféricos siguió presente un modelo imperial
modificado. Bajo el lema de un “imperio del dólar”[30] o un imperialismo
puramente comercial la crítica marxista buscó nuevas vías de interpretación[31].
El
peculiar sistema mundial más allá del dólar
Lo peculiar de este sistema imperial (o post-imperial
si se prefiere un tomo más estricto) es la preponderancia de tipo comercial y
luego cultural, con influencia de poder múltiple. La ocupación territorial queda
relegada (hasta muy desprestigiada, pero no desaparece por completo); sin
embargo la preponderancia de los acuerdos comerciales y la penetración de las
sociedades por medio la trama de empresas trasnacionales reconfigura el
planeta, creando un sistema mundial diferente. Al quedar relegada la dominación
territorial imperial y adquirir vigor
la soberanía legal de los Estados nacionales (aislados o conglomerados como la
Unión Europea) muchos se niegan a calificar este nuevo sistema de imperial, y,
a la vez, la moda ideológica actual se concentra en ver el lado contrario: una
democracia de naciones casi angelical. Conforme la célula económica del nuevo sistema resulta la empresa trasnacional,
es que encontramos un sistema difuso,
el cual traspasa las fronteras Estatales y nacionales, convirtiendo en más
débiles a todos los Estados (incluso al gigante Norteamericano está en
“debilidad relativa” ante la red empresarial y el mercado mundial). Si el
sistema económico es territorialmente difuso, entonces el término imperio
resulta más impreciso, entendido como preponderancia territorial sobre regiones.
Sin embargo, resulta más tentador en otros sentidos, conforme cada Estado nacional
resulta menos soberano en lo económico, cultural, informático y (por tanto)
político debemos sostener presente una sombra global en el sistema global[32].
“El
imperio nunca cayó”
Esa frase juega con un absurdo histórico, que marcó
la biografía personal del autor de ciencia ficción Phillip K. Dick. El escritor
soñó esa frase en su juventud, en un contexto ligado a su vocación literaria y después
lo persiguió. El antiguo imperio romano se le aparecía en visiones de
reencarnación y en ficciones futuristas sobre maquinarias de poder. El tema
metafórico es interesante, porque recibimos la impresión de que el imperio significa
un edificio sobre-edificado —un exceso de altura o pisos— que terminó
derrumbándose. La excesiva extensión (territorial, de riquezas, de pueblos
sometidos…) provoca la sensación de provocar una simple caída física. Los
historiadores no parecen encontrar una causa sencilla para explicar esta caída
del clásico imperio romano, y se disuelven en análisis multifactoriales. Por
más que la complejidad sí sea multifactorial, también la imprecisión de ideas
nos muestra esa cara múltiple, pues la divagación es carnavalesca[33].
La explicación más sencilla de esa caída es la
cristiana: la impiedad de los romanos condujo a su ruina, pues el Mesías se
opuso a la esclavitud y las prácticas grotescas del circo de gladiadores.
Curiosamente, el cristianismo no acabó con ninguna de esas dos instituciones de
modo directo: el circo mortal y la esclavitud se mantuvieron durante siglos. De
algunas maneras, el ascenso del cristianismo católico en Roma sí está ligado al
derrumbamiento del imperio romano, pero no parece establecer una causa suficiente,
y menos con motivo de alguna revelación.
La explicación clásica se refiere a una invasión
externa, definida por migraciones de diversas tribus de bárbaros que fueron
ocupando el Occidente de Europa, invadiendo las provincias romanas. En un
extremo, sí son hechos que Alarico saqueó Roma y Atila presionó con su
invasión. También, tras la caída del imperio siguieron las emigraciones y los
nuevos asentamientos en Europa.
Los economistas se han ocupado más de la escasez
creciente de esclavos y un debilitamiento de rutas comerciales básicas,
interrelacionadas con problemas en la estructura del Estado y la relación entre
las clases sociales. Diversos factores que marcaron una maquinaria productiva y
política con problemas crecientes, que dejó de ser operativa[34].
También es cierto, que la parte oriental del imperio
se conservó como un Estado cristiano conservando continuidad con las antiguas
tradiciones romanas. Sin embargo, el reino imperial de Bizancio resultaba un
sistema “fósil”, que se mantenía a la defensiva ante los embates de Oriente.
Ese imperio, en efecto, no cayó sino hasta un milenio después en el contexto
del Renacimiento.
En el lema “el imperio nunca cayó” lo significativo
es su ubicación: el sueño de un autor norteamericano del siglo XX, justo en el
periodo de modificación radical de la figura del imperio, cuando se abandona el
modelo territorial y surge una modalidad más sutil: esa versión light que se sigue construyendo hasta nuestros días. La
frase de ese novelista expresa un fenómeno verdadero: cuando una determinación
global fundamental cambia[35], la conciencia queda
desconcertada y empieza la zozobra.
Símbolo
del escorpión trasnacional
Al explicar el tipo de empresa trasnacional que
domina el panorama económico y su consecuencia de poder, debo recurrir a un par
de metáforas. Para el simbolismo zodiacal el escorpión se convierte en águila,
lo cual es una paradoja. Como animal simbólico el escorpión representa las
aguas densas, unas condensadas en la profundidad: un agua tan densa que se convirtió
en veneno, lo cual resulta antagónico para la fama del agua (purificante y
cristalina). Por un sueño paradójico, el escorpión zodiacal sublime abandona su
posición inferior y trasmuta en águila: el animal celeste por naturaleza. Cualquier
empresa económica (en el aparente “suelo” de la producción) también es un ente
de aguas densas, cuya potencia se vincula con otra trasmutación. La empresa
trasnacional se coloca cual estrella en el firmamento del moderno sistema
mundial (aunque podría resultar un “astro oscuro”), dominando la modernización
de la vida cotidiana indica esa “trasmutación”
(como lo hicieron en el pasado lejano la Ford e IBM y en el periodo reciente
Microsoft y Apple). Según miremos a la empresa trasnacional aparecerá una
entidad contrastante: para el izquierdista clásico (marxista o nuevo “ocupa”) sigue siendo el escorpión, para
el típico neoliberal (de élite en aspiraciones) significa el águila sublime, y para
la mayoría permanece en la dualidad contradictoria, siendo a veces cielo y a veces
cieno, pero casi siempre simple y neutral mercadería.
Como símbolo ese pájaro representa los más altos
vuelos y lo mejor de la fuerza ascendente. Al mismo tiempo, el águila ha sido
un símbolo recurrente del imperio,
desde las legiones romanas identificadas con el águila colocada en sus
estandartes, hasta las dinastías europeas y el expansionismo norteamericano.
Porque, revestido de poder material, el simbolismo del ave celestre extravía
esa sublimidad y aparece en la máscara dual de la ideología, donde lo sublime
enmascara lo pedestre. Esto implica, que mirado desde afuera, el sistema de
económico alcanza al político, pues —a final de cuentas— un sistema de poder
estabiliza su entorno de intereses materiales, más allá de contradicciones
secundarias.
La
trasnacional y la nación
Existiendo la empresa trasnacional en cualquier
nivel cotidiano (la mercadería simple atraviesa casi todos los sitios de
nuestra sociedad material) resulta clave para comprender nuestro sistema: la
modalidad posmoderna del imperio. Para las mentes simplistas, el campo
trasnacional mediante la globalización ya suplantó el fenómeno nacional, como
si globalización y humanidad fuesen sinónimos, pero no sucede así.
El sistema de empresas trasnacionales funciona en
otro nivel: combina fuerza económica
con penuria de poder (en el sentido de poder político estricto[36]).
Según Marx, la estructura económica genera poder, pero entre los dos niveles
surgen desproporciones y contradicciones; algunos sistemas con debilidad
económica resultan fuertes a otro nivel. Ejemplo de disparidad notable entre
producción y mando lo tenemos con los nómadas de regiones centro asiáticas como
los hunos, tártaros y mongoles quienes resultaron más poderosos por sus ejércitos
que lo determinado por sus endebles bases económicas, de ahí la paradoja de sus
reinos efímeros y absorción por las culturas conquistadas[37].
Para este tema, las naciones modernas (modelo de
siglos XVIII hasta el XXI) nunca se levantaron sobre firmas trasnacionales,
sino sobre “espacios” y empresas nacionales[38]. En general, las
trasnacionales no poseen conciencia de su efecto de poder, pero la fantasía de
Hollywood está coloreada por un futuro con “empresas-poder” rigiendo a las
comunidades, es decir, sustituyendo al Estado-nacional, y erigidas como
empresa-aristocracia sometiendo a una plebe amorfa (chocante mezcla de
tecnología y miseria). ¿Mera fantasía equivocada o previsión ominosa? Hasta
este momento sólo existen indicios y atisbos.
El único gran teatro experimental es la integración
de Europa y el panorama actual no sugiere una línea de continuidad entre el modelo
de empresa y modelo de poder político, pero sí exige su “marco de posibilidad”.
Bajo un contexto de 1930 con empresas nacionales (identificación del acero
Krupp con Alemania, etc.) plantea Ortega y Gasset el “utopismo” para definir una
unidad europea como necesidad histórica[39]. Al contrario, la
extensión mundial de Nestlé, Phillips, Nokia, Santander, etc. marca una
facilidad de saltar fronteras. Es decir, para la trasnacional actual la
envoltura nacional le resulta casi
indiferente (de facto, cambian de manos y de sede legal) y existe una
plataforma económica (la red trasnacional) para el experimento de integración en
Europa.
La forma política del Estado nacional, aunque sea
económicamente débil al compararse con las empresas trasnacionales, resulta
desproporcionadamente fuerte en su resultado de poder político. Con economías
débiles, los gobiernos nacionalistas de las pequeñas repúblicas (tan solo en
América Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador…) desafían a los grandes capitales
trasnacionales. Resultan conflictos muy interesantes y persiste un
“contrapoder” ante la tendencia globalizadora. En otros términos, también
existe una tendencia no-globalizadora del proceso mundial, sino entonces ¿sobre
qué se globaliza el orbe?
El
contragolpe del 11 de septiembre y la mezcla imperialista light[40]
Contra lo que parece la tendencia dominante del
siglo XXI, el periodo se inauguró con un regreso al pasado tras el atentado a
las Torres Gemelas. La situación siguiente pareció devolvernos al escenario del imperialismo clásico, con
una sola potencia territorial dominante y atacando de modo militar a sus
enemigos. Si bien, Irak parecía poseer intereses petroleros y eso explicaba algo,
un análisis económico me lleva a estimar que la propensión militarista es una
tendencia secundaria[41]. La economía de guerra no
recuperó la economía de EUA, al contrario, la debilitó. Debo insistir en el
argumento: la guerra no sacó a EUA de una crisis, sino que mantuvo la atonía económica,
por tanto la guerra exterior no sirve
como un keynesianismo bélico. El intervencionismo hacia Afganistán ha sido
como la metáfora de “batallas en el desierto”, donde no hay resultados de
ventajas económicas generales[42]. El uso de la maquinaria
militar misma sí se justifica en lógica de Poder (que no lógica económica ni ética)
y marca una hegemonía clara sobre los aliados, pero las ventajas económicas no
aparecen para el sistema dominante, sino para el sector de contratistas y al
industria militar misma[43].
Después de ese movimiento hacia el sistema previo no
parece una vía abierta para seguir esa senda y convertirla en el camino
principal. No es solamente la presencia de la izquierda en el gobierno de EUA,
sino que el funcionamiento normal de la máquina económica no se beneficia de la
guerra como tal. La teoría de la “economía de guerra” como fuente para el
capitalismo no resulta adecuada, pues implicaría que una anti-acumulación
sostuviera a la acumulación capitalista; si algo hace la guerra es depredar y
desvalorizar, por lo que cualquier ventaja es marginal. Mientras no se usa la
inversión militar es idéntica a cualquier gasto público, en cuanto se utiliza
aparece su efecto de anti-acumulación, por tanto de crisis económica para el
sistema (ambos lados de un conflicto son economías capitalistas)[44].
A nivel de la retórica y acciones internacionales,
el post septiembre 11 provocó una escalada de medidas unilaterales por el
centro hegemónico norteamericano, que terminó por desgastarse, como una locomotora
sin gasolina.
Más significativa que la línea principal de
intervención en Afganistán, parece ser el intervencionismo “menor” donde se
coaliga EUA con la ONU para apagar guerras menores. Intervenciones militares
constantes y delimitadas desde los Balcanes y las regiones de África. La
retórica implica que son fuerzas militares de apagafuegos, para contener el
derramamiento de sangre. El problema es el uso de la fuerza misma y su posible
extensión, por más que se busque la pacificación de situaciones trágicas. En
cualquier momento una intervención “justificada” pierde ese carácter y un poder
militar mundial pisotea lo que debería ser un Estado soberano. Eso lastima a la
doctrina Wilson y de la autodeterminación de los pueblos, motivados en la
importación de “estándares de civilización”. Con los cascos azules de la ONU
resulta un híbrido extraño entre principios democráticos y un imperialismo light. Pero como la intervención es una
situación de excepción y en situación catastrófica, el desenlace obliga a restaurar
cada Estado intervenido, el cual debe terminar reforzado.
La
cola del escorpión
En fin, en el globo se ha extendido una variedad de imperialismo light que, al igual que las
bebidas adictivas, destila una satisfacción vicaria e intoxica al sistema planetario.
Los Estados nacionales debilitados se mantienen adictos a sus dosis de
sometimiento postimperial en versiones “ligeras”. El sistema mundial de
poderes, con Estados de soberanía limitada (débiles en lo económico ante las
grandes trasnacionales) debe abordar el lado exterior bajo los supuestos de
este imperialismo light. En casos extremos, se justifican modalidades
intervencionistas, pero se repiten de modo constante[45]. La teoría compleja de la nación incluye su
complemento, debe abarcar el sistema mundial y las directrices de su operación.
La presencia de una dimensión imperial-light
es muy importante. La complejidad de la nación se retroalimenta con las
contradicciones del sistema global, la cual incluye su “lado oscuro”, sin
menospreciar las ventajas de una estrecha comunicación e interacción
planetaria. En el presente, cuando decimos nación observamos que es una
realidad compleja engarzada en el sistema de relaciones planetarias, las cuales
incluyen ese lado ominoso pero “ligero”, como un miasma (olor a pantano y
peligro donde se oculta el escorpión) que nos indica un síndrome de atraso
global, cuando las relaciones mundiales son tan intensas.
Cuando atrás anotamos que la red de calzadas romanas
ligaba a la trama económica del imperio antiguo, debemos observar nuestra
actual trama (densa y múltiple) de sistemas de transporte y comunicación. Esta
especie de imperio light se levanta sobre millones de hilos materiales
(carreteras, ferrocarriles, rutas marítimas y aéreas), aún más hilos invisibles
(telefonía, satélites, radio, televisión, internet o microondas) y los ríos de
mercancías y relaciones empresariales relacionan al sistema mundial. Sobre ese
tramado complejo se levanta lo que se puede denominar un imperialismo light o
postimperio, pero no es una estructura tan consistente (antagónica a lo light) que
haya domado al resto de figuras
colectivas. Así como la nación se contrapone al imperio, muchas otras
figuras colectivas proponen otras
identidades. Las figuras distintas también son una potente red que balancea el
sistema, con legiones de sociedad civil o grupos de intereses. Si el asomo del
imperialismo está frenado en el actual sistema es porque también la población
emergente es más capaz: asoma un cognitariado más ilustrado y deseoso por
manifestar su fuerza de modo pacífico y civilizado. Frenado ese imperialismo
queda en fase light y los sistemas políticos se deslizan hacia formas democráticas, el
aspecto de fidelidad hacia las comunidades interiores se mantiene incólume.
NOTAS:
[2] ORTEGA Y GASSET, José, La
rebelión de las masas, p. 47. “Los lugares comunes son los tranvías del
transporte intelectual.”
[3] BENJAMIN,
Walter, Para una crítica de la violencia,
busca relacionar el momento fundacional, con la justicia y la acción social.
[4] Si la
finalidad de la guerra es someter al adversario, también implica terminar las
hostilidades, entonces su objetivo es un establecimiento de la paz. Cf.
CLAUSEWITZ, Carl, De la guerra.
[5] Resulta muy importante y resurge el tema imperial con las invasiones
militares y los actos de violencia contra pueblos atrasados, como acontece en
la invasión de Irak o Afganistán. Para la izquierda y el mundo musulmán se
mantiene como un eje retórico, aunque no tan teórico. Cuando menos Hardt y
Negri han propuesto una teoría integral para ligar el tema con la nueva época.
Cfr. HARDT y NEGRI, Imperio.
[6] Algunos teóricos, mantienen un rechazo a la nación porque observan
también un filo excluyente, en la quizá última teorización marxista relevante
sobre el tema, la de Hobsbawm, el filo externo de la nación excluyendo a los
extranjeros es un punto nodal. El supuesto de Marx de una sociedad incluyente
en automático, sin fisuras de exclusión, es el supuesto que no se ha
comprobado. El interrogante consiste en la presencia de no-nacionales en
absoluto; porque en el sistema moderno la nacionalidad también es un derecho,
no debe de existir el ciudadano no nacional (el apátrida), en cambio sí debe
aparecer un ámbito de alternativa de muchos sistemas nacionales de referencia
para un sistema de emigraciones. Cfr. HOBSBAWM, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780
[7] Es evidente, que en un sentido radical, a lo Marx o Bakunin, el Estado
está al servicio de la clase dominante y el acceso de su propia nación hasta la
cúspide está limitado. Por ejemplo, El 18
Brumario de Luis Bonaparte y La lucha
de clases en Francia.
[8] El favoritismo de Platón por la aristocracia —gobierno de pocos filósofos—,
queda lejos del dominio de una aristocracia de nacimiento que se estabilizó en
la Europa posterior. PLATON, La República.
[9] El tema de esa comunidad militar previa interesó a Marx en sus Formen..., sin embargo, el esclavismo y
su nexo con el imperio requiere de un estudio más detallado.
[10] De aquí
nuestra diferencia de matices con el concepto de empresa de unificación,
planteada por Ortega y Gasset en su España
invertebrada, cuando establece una continuidad en el proceso de unión, que
liga en un continuo poco problemático, la integración nacional y el imperio,
que para España fue en orden inverso.
[11] La disposición de los criollos para rebelarse contra los españoles
consanguíneos en la América colonial ha llamado poderosamente la atención, por
ejemplo, BRADING, David, Los orígenes del
nacionalismo mexicano.
[12] De ahí la
“derrota de Vietnam”, también como el resultado de una agónica lucha interior
en la sociedad norteamericana, que al final, prefirió desentenderse de su
careta militarista. Cf. GREEN, Felix, El
enemigo (sobre el imperialismo).
[13] A su manera, Maquiavelo considera que esa lección debía aprenderla la Florencia
renacentista, dominada por príncipes que contrataban mercenarios. Cfr. En la
década de Tito Livio.
[14] CÉSAR, Julio, Comentarios a la
Guerra de las Galias.
[15] Esto
implica, que esas legiones están vinculadas como grupo, y no es casualidad que
los romanos inventaran los términos para patria y nación, aunque su término más
fuerte fuera populus y su patria
estuviera más ligada a una ciudad privilegiada que a un territorio.
[16] Posiblemente la red de caminos de Darío I en Persia sea la primera
gran trama de carreteras que sostuvo un imperio. A falta de buenos caminos, los
reinos se ingeniaron para mantener sus comunicaciones, por ejemplo con sistemas
de correos mediante relevos. Cfr.
MATTELART, Armand, La comunicación-mundo.
[17] ORTEGA Y GASSET, José, España
invertebrada.
[19] De ahí el sentido etimológico latino de provincia: la zona vencida.
Cfr. FOUCAULT, Michel, Microfísica del
poder.
[20] Ese
“apropiarse” del vencido es el extremo del quedar “enajenado”, resulta
significativa esa oposición, conforme a la teoría de la enajenación. Cf.
MESZAROS, István, Teoría de la
enajenación de Marx.
[21] Algunos pueblos no buscaban conquistar (dominar, explotar) a las
poblaciones, sino únicamente apoderarse de un territorio y, por tanto buscan
expulsar o aniquilar a la gente vencida para colonizar esa zona, como indican
terribles pasajes del Antiguo Testamento. En otros casos, hay rapiña para tomar
esclavos y colocarlos dentro del territorio/sociedad del vencedor, lo que marcó
el estilo del esclavismo grecolatino. Aristóteles consideró más honorable al
pirata que capturaba esclavos que al comerciante de Atenas. Cfr. Ética nicomaquea.
[22] Diferencia entre el enriquecimiento ocasional con un evento militar y
el establecer un sistema de explotación y dominación.
[23] No siempre se unifica el pueblo eje de la empresa imperial hasta
estabilizarse en una comunidad de tipo nacional; el tema se presta a discusión,
pero los macedonios de Alejandro Magno no parecen integrarse sino que se
dispersan en comunidades invasoras que se asimilan en las lejanas regiones
conquistadas, y lo mismo sucede con los mongoles en la India, ya modificados
por el filtro de Persia.
[24] Algunos autores como Hobsbawm aceptan esa resistencia como un factor
clave, pero en el pasado lo señalan bajo el rubro de proto-nacionalismo y no
como nacionalismo tal cual. Cf. Naciones
y nacionalismo desde 1780.
[25] Por eso mismo, Clausewitz consideraba que el tipo de guerra más
favorable era el defensivo. Cf. De la
guerra.
[26] En el centro se ha identificado como un principio de Wilson, por el
presidente norteamericano, para la izquierda se remite al derecho de las
naciones a la autodeterminación de Lenin. Cf. HOBSBAWM, Erick Naciones y nacionalismo desde 1780.
[27] PAZ, Octavio, El laberinto de la
soledad, p. 41.
[28] Marx se burla de una ley inglesa para empujar al trabajador a
convertirse en asalariado en las regiones de “colonización” con amplia
disposición de tierras vírgenes, indica: “Es extremadamente característico que
el gobierno inglés haya aplicado durante años ese método de "acumulación
originaria", recetado expresamente por el señor Wakefield para su uso en
los países coloniales. El fracaso, por supuesto, fue tan ignominioso (…) La
corriente emigratoria, simplemente, se desvió de las colonias inglesas hacia
Estados Unidos.” MARX, Karl, El capital, t. I, p. Cap. 25.
[32] Una de las
tentativas de interpretación global del nuevo imperialismo está en Imperio de Hardt y Negri.
[33] Decía Lukács
que el panorama le parecía un “carnaval de conciencia fetichizada”, frase
colorida que alarmó a mismo Jean Paul Sartre. Cf. LUKÁCS, George, Significación actual del realismo crítico.
[35] Cuando un gran determinante de la existencia social cambia, el
panorama se transforma y el problema de percepción es muy importante cuando no
se capta con claridad. La aparición de los extraños europeos en América posee
ese rasgo desconcertante durante los primeros encuentros, por eso los indígenas
los describen en términos tan equívocos de lo divino. Cf. LEÓN PORTILLA,
Miguel, La visión de los vencidos.
[36] A cierto
nivel, la economía misma es un poder efectivo. Poe ejemplo, Anderson opina que:
“El lugar central del poder debe buscarse, por lo tanto, dentro de la sociedad
civil –sobre todo, en el control capitalista de los medios de comunicación
(prensa, radio, televisión, cine, ediciones), basado en el control de los medios
de producción (propiedad privada).” Cf. ANDERSON,
Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci.
[37] El
materialismo histórico y el economicismo histórico, dejan de lado estas
paradojas, para beneficiarse de una explicación más sencilla. El tema de los
mongoles señala la disparidad entre niveles económicos y de poder, señalando
que la relación no es directa entre riqueza y preponderancia. Esto la vislumbró
bien Marx, pero no tanto sus sucesores. Cfr. ANDERSON, Perry, El Estado Absolutista.
[38] Sí
existieron empresas de calado trasnacional en periodos remotos, pero son
mezclas entre el Estado y capitales privados, como la Compañía de las Indias
Orientales, y se asociaron más a esa figura de absolutismo y no la forma
nacional moderna.
[39] ORTEGA Y GASSET, José, La
rebelión de las masas, “La unidad de Europa no es una fantasía, sino que es
la realidad misma, y la fantasía es precisamente lo otro, la creencia de que
Francia, Alemania, Italia o España son realidades sustantivas e
independientes.” Prólogo, p. 4. “Ahora llega para los europeos la sazón en que
Europa puede convertirse en idea nacional. Y es mucho menos utópico creerlo hoy
así que lo hubiera sido vaticinar en el siglo XI la unidad de España y de
Francia. El Estado nacional de Occidente, cuanto más fiel permanezca a su
auténtica sustancia, más derecho va a depurarse en un gigantesco Estado
continental.” P. 60.
[40] En un sentido metafórico, el Leviatán
novelado de Paul Auster, muestra el riesgo moral y mortal de un imperialismo
interior, convertido en conciencia culpable, destilada entre los mejores hijos
de Norteamérica.
[41] La
explicación de Wallerstein sobre Irak, en retrospectiva parece un completo
disparate. Cf. WALLERSTEIN, Immanuel, Después
del liberalismo.
[42] El tema es
interesante, el marxismo del siglo XX tuvo la impresión dominante de que la
guerra era funcional al sistema y hasta creyó que el sector militar formaba un
sector clave del capitalismo maduro (un sector III complemento de medios de
subsistencia y medios de producción, un perverso sector de medios de
destrucción). Cfr. MANDEL, Ernest, El
capitalismo tardío.
[43] La
situación de excepción militar sí es un motivo de enormes negocios
particulares, sin embargo, el interés se reduce al beneficio del grupo
implicado, y no radica en el conjunto económico.
[44] En
especial, Mandel intentó un argumento estructural para la funcionalidad
perversa del sector armamentista, la cual no resulta satisfactoria. Cf. MANDEL,
Ernest, El capitalismo tardío.
[45] De modo
voluntario y adictivo, los sistemas políticos locales (de Estados nacionales)
se someten a los estándares mundiales de variadas formas. Solamente los hitos
escandalosos se notan (como someterse a convenios con el FMI cuando implican
desnacionalizar empresas estatales), pero son muy diversos.
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