Por Carlos Valdés Martín
Del Plan de Ayutla, la Reforma
La figura
terrible y anticlimática del periodo había sido López de Santa Anna, resultando
sorprendente su último regreso a la presidencia, sin embargo, también parecía
redondear el ciclo de los golpes de Estado y batallas de facciones sin base
ideológica ni de proyectos. El último periodo presidencial de ese personaje
aglutinó a su alrededor al conservadurismo católico y concentró los vicios del
gobierno tiránico, con una persecución contra los opositores, bajo el lema de “o encierro, o destierro o entierro.”[1]
Frente a ese Santa
Anna oprobioso debió surgir un adalid que lo derrotara, y ese fue Juan Álvarez,
un caudillo del Sur, quien reunió todos los méritos de heroísmo en la
Independencia y guerras patrias, sufrimiento personal, entrega de su patrimonio
personal a la causa, y hasta terminar sus días sin riqueza alguna pero rodeado
de honorabilidad y respeto. Así, el libro reivindica la figura de Juan Álvarez, personaje dominante en el periodo y clave
para comprender la situación regional y el nuevo salto cuántico en el proceso
del país, al establecer la Constitución de 1857. La última presidencia de
Antonio López de Santa Anna aglutinó al conservadurismo y adquirió el cariz más
odioso, cuando se autoproclamó “alteza serenísima”, de tal modo que Álvarez
logró sublevar al país con el Plan de Ayutla, reuniendo a la pléyade de masones
y liberales, entre los que destacaban Ocampo, Altamirano y Juárez. Tras ese
movimiento, Juan Álvarez tuvo una breve presidencia interina, que abrió el
camino hacia el legislativo crucial, que elaboró la Constitución de 1857, y
además estableció algunas de las llamadas Leyes de Reforma, que rompieron los
diques para establecer un Estado laico en el país[2].
En este
periodo surge con plena fuerza la generación de masones liberales que mejor
marcó el rumbo del siglo XIX. En un ambiente de tantas agitaciones y de
aspiraciones frustradas se formó el ideario y carácter de esa generación. El
ideario liberal del periodo se centró en el respeto a las libertades, igualdad
ante las leyes, superar las inercias coloniales, independencia nacional y
formación de instituciones republicanas. El carácter
de esa generación liberal —casi por completo masónica— fue combativo a riesgo
de sus vidas y patrimonios, honesto hasta el extremo y esclarecido, abrevando
de corrientes intelectuales avanzadas de la época —lo cual se estudiaba en los
talleres masónicos. A modo de comparación, recordemos que Europa todavía estaba
dividida bajo Estados monárquicos, atrasados y despóticos que coartaban las
mínimas libertades a sus países, lo cual nos muestra el ambiente internacional
que precipitó la Segunda Intervención Francesa.
El fruto legal
de esa generación cumbre de los masones del siglo XIX fue la Constitución de
1857, donde se expresó el respeto a las libertades y un republicanismo, que compuso
la separación del poder civil frente al eclesiástico como su piedra clave, para
sostener el edificio de la convivencia nacional[3]. Con esa Constitución se
saldaba gran parte de la herencia colonial y se facilitaba el camino para una segunda
modernización del país.
El Imperio de Maximiliano y la restauración de la
República
Si el influjo
ideológico de los masones mexicanos hubiera culminado con la Constitución de
1857 su tarea histórica hubiera resultado ejemplar, pero todavía surgiría una
prueba más difícil.
Para
comprender esa coyuntura el libro reseña con elegancia la trayectoria personal
y masónica de Benito Juárez, y sobre este personaje existe reconocimiento
general de su pertenencia masónica, pero resulta poco divulgada su trayectoria
dentro de la masonería mexicana.
El conjunto de
circunstancias que traen a Maximiliano al país resultan conocidas por lo que no
detallaré; baste mencionar que su gobierno no cumplió las expectativas del
conservadurismo extremo. Se ha discutido la posible pertenencia del emperador a
la masonería[4],
y, en caso de haberse integrado, nunca lo hizo a la mexicana y, de modo patente
traicionó los principios seguidos por la masonería moderna de respeto y afecto
por la patria. El autor nos recuerda que Maximiliano “traicionó” este principio
masónico: “Se buen ciudadano porque la patria es necesaria a tu seguridad, a
tus placeres y a tu bienestar. Defiende a tu país, porque es el que te hace
dichoso y porque encierra todos los lazos y todos los seres queridos a tu
corazón; pero no olvides que la humanidad tiene derechos.”[5] En ese sentido, las
especulaciones sobre el fusilamiento del emperador, como si existiese alguna
obligación metafísica del Presidente Juárez para perdonarle, son vanas y sin
fundamento de análisis. Resulta sumamente curioso que todavía existan
“partidarios” de un hipotético perdón a Maximiliano, cuando tras la derrota un
emperador extranjero no tenía más destino que el destino fatal.
En la defensa
de México contra la intervención francesa y la ocupación, también resalta una enorme
lista de masones que cayeron en la batalla o sufrieron persecuciones sin fin.
Por eso cuando se exalta tan repetidamente la figura de Juárez, en sentido
amplio, se reconoce la contribución de esa generación de patriotas y sus
familias —ellos también sufriendo la persecución y la pérdida irreparable— que
levantaron al país de las cenizas de la guerra de intervención.
El porfiriato
Pese al
triunfo que representó rescatar a México de la intervención extranjera, el país
estaba colmado de contradicciones y el gobierno en condiciones de suma debilidad.
La muerte de Juárez dejó un vacío en el sistema de poder que pronto se hizo
patente. El sucesor Lerdo de Tejada gobernó cuatro años, pero al intentar
relegirse despertó una fuerte oposición y el militar Porfirio Díaz lo derrotó
en una sublevación. Este personaje dominó la escena del país y se convirtió en
dictador de facto mediante un sistema
de reelección. El inicio de su trayectoria había sido notable como patriota
contra la Intervención francesa y, desde su juventud, participó en logias
masónicas.
Desde el
inicio de su mandato, el Presidente Díaz tuvo capacidad para conciliar fuerzas
y pacificar al país, además de promover una modernización en muchos aspectos.
La obra material del periodo con nueva infraestructura como ferrocarriles,
carreteras y telégrafos, el inicio de la red eléctrica y un mejor abasto en el
mercado interior, puso las bases para una modernización del país; pero dejó una
gran deuda de injusticia social, al permitir toda clase de abusos contra
campesinos (favoreciendo el despojo a favor de los hacendados), obreros
(reprimiendo con violencia cualquier reivindicación) y confiscando las
libertades públicas consagradas en la Constitución de 1857. El general
gobernante favoreció la centralización del poder, minimizando la autonomía de
las regiones y estados federados. Esa centralización fue de la mano con la pacificación
definitiva del país, en contraste con el turbulento siglo XIX. Asimismo, el
contexto internacional significó el final del peligro extranjero para nuestro
país, con fronteras aseguradas y relaciones comerciales estables en el
exterior.
En la crónica
particular de la masonería, ese periodo fue de florecimiento de organizaciones
y cambio en su composición. El rito nacional mexicano perdió protagonismo y decayó[6], entonces las logias se
desplazaron hacia el rito escocés, que tuvo gran expansión. Al estabilizarse el
sistema político, desde entonces las logias mexicanas dejaron de funcionar
directamente como organizaciones de poder, aunque siguieron educando a nuevas
generaciones comprometidas con su país. Con ese cambio, se perfiló con más
claridad la nueva relación entre los masones y la cuestión nacional, tal como
ocurrió en el siguiente siglo, cuando ya no se fundirían los términos de logia
y partido.
La figura
ideológica y de contrapunto que elige el autor para representar a la masonería
en el periodo porfirista es a Ignacio M. Altamirano, quien estuvo a la cabeza
de algunas organizaciones. Este personaje dejó un gran legado conceptual y
literario, mantuvo en alto el principio de libertad intelectual característico
de la masonería, cuando polemizó con los poderes políticos, aunque fueran afines[7].
NOTAS:
[1]
LEYVA, Mauricio, La masonería en el siglo XIX en México, p. 156.
[2]
“la creación de un estado
laico (…) se hizo realidad en México de manera contundente y ejemplar, en una
época en la que la ideología de la Santa Alianza se imponía en el mundo
occidental, afirmando la unidad de los poderes políticos terrenales bajo el
poder espiritual del Estado Vaticano” LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 162-163.
[3]
La contradicción palpable
entre el avance de la superestructura jurídica y el atraso de la estructura
nacional en ese periodo, ha motivado reflexiones paradójicas sobre el tema
nacional, como la contenida en Samuel Ramos, quien asevera que el alto nivel de
nuestros valores, marcaban un modelo ideal que contradecía nuestra realidad. De
modo equívoco, Ramos no capta que el constitucionalismo mexicano se adelantaba
al reloj de Europa. Cf. RAMOS, Samuel, El
perfil del hombre y la cultura en México, y VALDÉS MARTÍN, Carlos, Las aguas reflejantes, el espejo de la
nación.
[4]
Casi existe consenso
popular sobre la pertenencia de Maximiliano a alguna orden masónica, pero aquí
presento un testimonio en contra, encontrado por el historiados Konrad Ratz
autor de Nuevos datos y aspectos de
Maximiliano de Habsburgo (Siglo XXI-Conaculta-INAH, 2008), el cual se
sustenta en documentos hallados en archivos austriacos y escritos en alemán: “Un
aristócrata alemán que fue muy buen amigo de Juárez, aunque no siempre se
llevaran bien: Carlos von Gagern, oficial republicano, fue a visitar a
Maximiliano cuando estaba preso porque quería saber si era masón o no. “Empezó
a realizar señas de masones, Maximiliano no reaccionó y sacó la conclusión de
que no lo era. ¿Qué hubiera significado?: se dice, aunque es un rumor, que un
masón no puede matar a otro masón”. También existen más indicios en contra,
como su rechazo a recibir el reconocimiento de la masonería de rito escocés.
[5]
LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 176.
[6]
El libro nos anota un
factor de división interna en ese rito, y también un desconocimiento de los
supremos consejos en los principales países europeos. LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 182 .
[7]
Por ejemplo, reclama al
Presidente Díaz sus concesiones al clero y, en particular, una carta de
denegación de su filiación masónica, LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 184.
[8]
La anécdota rescatada por
Leyva muestra las contradicciones y fragilidad de las opiniones en ese
contexto. Cf. LEYVA, Mauricio, op. cit.,
p. 184.
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