Por Carlos
Valdés Martín
El maestro dijo sonriendo que cantaríamos una que todos se
saben:
—Vamos a cantar la canción de Quirino.
Entre los alumnos nos miramos incómodos, aunque el profesor
de música solía jugar bromas. Se extendió el silencio en el lugar. Frunció el
ceño, en un sutil regaño y volvió a sonreír desarrugando la frente:
—Entonces la de Fidelino Mendoza.
Luego de otra incómoda pausa, una alumna respondió:
—Esa es muy difícil.
Y un coro de oportunos, asintió con la cabeza.
Conteniendo la risa nos volvió a interrogar:
—No es posible que ninguno se la sepa:
—Es la misma de Cortés, por último apellido.
Siendo que esa es la clase de música, pues no tenía sentido
que mencionar al conquistador de México, así que muchos sospecharon una charada:
—Más pistas, por favor.
El profesor dejó seguir la tensión unos minutos más hasta
que reveló su secreto mientras miraba un apunte: “Quirino Fidelino Mendoza y
Cortés es el autor del famoso ‘Cielito lindo’ que supongo varios sí se la
saben”.
Surgió un alud de jocosas respuestas y con alegría nos
dispusimos a entonar un “Ay ay ay ay/Canta y no llores/Porque cantando…”
Moda deportiva
La famosa canción Cielito
lindo se pone de moda periódicamente durante competencias deportivas, donde
alguna selección nacional arrastra seguidores emocionados. El caso típico es el
futbol con una Copa Mundial, donde esa canción se convierte en una especie de
segundo himno nacional, para repetirse en los estadios y concentraciones
populares.
Esa popularidad de una canción en especial posee buenos
motivos que se van sumando: una melodía agradable y fácil, una letra pegajosa,
la evocación de emociones colectivas. Esta composición de Cielito lindo no fue creada
para competencias deportivas y eventos públicos, sino para fines más
particulares y con una mezcla de alegría y romanticismo. ¿Por qué está tan
asociada a nuestras festividades deportivas?
La proyección
deportiva
Cuando escucho esa canción en el público me imagino que el sendero
entre cantinas y estadios es sumamente corto, basta un paso de la imaginación
para saltar desde la algarabía etílica hasta las gradas deportivas. Lo curioso
es que a los escenarios deportivos nos movemos buscando las mieles de la
victoria y, en este caso, nos ambientamos con cantos que hablan de la tristeza
extrema unida a la belleza musical, curiosa mezcla que recuerda más a la temida
derrota.
Para comprender cómo resulta tan alentador cantar el
“Cielito linto”, que empieza con versos para consolar al derrotado, debemos
ubicarnos en nuestra propia piel de espectadores. ¿Qué hacemos mirando a los atletas?
¿Por qué es tan popular convertirnos en espectadores de deportes? La industria deportiva es
multimillonaria y en el planeta los aficionados se cuentan por cientos de
millones. Esa popularidad no es casual, pues en los escenarios competitivos se
representa el drama de la victoria o derrota que tan fácilmente nos apasiona. En
el “mundo real” ese dilema resulta muy serio, la derrota puede resultar
catástrofe (el cierre de una empresa, la
quiebra de un proyecto de vida) y la victoria ser crucial (la conquista del
amor, un ascenso laboral, una posición de poder). Dentro del escenario
deportivo la importancia de ese dilema (ganar/perder) se mantiene para los
participantes, incluso en la forma de premios millonarios además de honra perpetua
(aclamados como héroes en los países); en cambio, para los espectadores el
dilema se refiere casi solamente a las emociones, a menos que se conviertan en
apostadores.
Aclarando la pregunta qué hacemos mirando a los deportistas,
existe la respuesta de la psicología que nos remite hacia una “proyección”. En
la proyección psicológica uno se siente igual a quien mira y sus acciones se
sienten como propias, por eso también el partidario estricto se viste con la
camiseta de su equipo y pinta la piel con colores. Esa proyección psicológica
es muy común y no representa un exceso mientras no se rompan lo límites entre
la ficción periódica y el sano sentido de conservación.
Emociones nacionales
Lo que gusta del Cielito
lindo es que combina emociones y mensajes. Las primeras dos frases son una
mezcla directa de opuestos: el lamento y la alegría que consuela mediante el
canto. Un coctel de sentimientos rápidos y un resultado que se dirige hacia el
órgano al que se atribuye el sentimiento hondo: corazón.
Recordando esas estrofas son:
“Ay ay ay ay/Canta y no llores/Porque cantando se
alegran/Cielito lindo, los corazones”
Comienza con un lamento, sigue la invitación al canto y a no
seguir llorando; luego el argumento de que la alegría es preferible y la
referencia a los corazones. El acompañamiento musical que ha predominado es el
mariachi que estira la emotividad al extremo con sílabas prolongadas y gemidos
largos. En grupos alegres se entonan estrofas más gritadas que cantadas.
Sonorizar con mariachi alguna canción mexicana es volverla
doblemente nacional, pues la asociación de ideas se multiplica y el ambiente
resulta hondamente típico. En cuanto escuchamos esta composición melódica
acompañada por una dotación de mariachis no hay duda sobre la intención
nacionalista de su interpretación.
Simple gemido y
consolación
Ya puesto el marco de los colores nacionales viene una
pregunta obligada: ¿el sentimiento puro es nacional? El onomatopéyico “Ay ay ay
ay” representa un recurso a lo básico, accediendo a un nivel previo a las
palabras, simple sonido de bebés o de urgencia emotiva, como quien se ha
martillado un dedo y grita. A ese nivel estamos en un situación más sencilla y
directa, por tanto, son las emociones previas a un código —diríase— quedamos a
nivel pre-social y, por tanto, a nivel pre-nacional.
Pero la canción misma se mueve en su discurso y transita
desde ese grito primario hacia las recomendaciones: “Canta y no llores”. En el
segundo nivel, el dolido “Ay ay ay ay” se ha convertido en un deber agradable,
la recomendación de adentrarse en la música y no en el dolor, trascender la
tristeza para subir a la alegría. Eso también implica una suposición: existe
más de un personaje en ese argumento, pueden ser dos: uno lastimado y otro
consolado, o bien, el yo interior se ha desdoblado para consolarse. Quien se
lamenta originalmente es “Cielito lindo”, llamado con metáfora de poesía y
cariño. ¿A quién se le llama cielo? A quien se ama, no veo más posibilidad.
Entonces ese diálogo musical posee mucho de consuelo y romance, según confirma
la segunda estrofa, donde ya aparece un claro piropo hacia una pretendida, la
cual está adornada con un lunar junto a la boca.
Ya que existe quien consuela a quien es reconfortado,
debemos preguntar ¿esto sucede en la justa deportiva? Al contrario, por su
estructura de competencia de oponentes, la posibilidad de la derrota está
siempre presente y surge la dualidad frente a cada victoria. Entonces un
público entonando cantos de consuelo, sin duda, está anticipando la derrota, lo
cual no deja de ser curioso cuando el objetivo del contendiente es la victoria.
De cuando surge algo
ilegal
En el título anticipé que existe otro sesgo curioso en esta
canción: deleite por lo marginal. La palabra “contrabando” aplicada en el
contexto resulta muy reveladora. Recordemos la estrofa segunda:
“De la sierra morena/Cielito lindo vienen bajando/Un par de
ojitos negros/Cielito lindo, de contrabando”
La aplicación de término a los “ojitos negros” es
significativo de varios supuestos culturales y psicológicos. El contrabando
implica una prohibición de mover bienes, pero no se aplica a personas; es
alguna autoridad la que establece esa diferencia entre bien legal para el
comercio y lo contrabandeado. El contexto del verso implica un saltarse una
supuesta autoridad, burlarla o engañarla; sin embargo, también contiene algo
irreal, porque los ojos de “Cielito lindo” no son mercancías de contrabando.
Quien escucha comprende de inmediato que ese bajar ilegal es metáfora; la
prohibición que se está rebasando no es comercial, sino una sombra indefinida
de las autoridades parentales y considerando esto en el contexto del siglo XIX
y XX, cuando los padres mantenían control sobre las mujeres y debían dar
permiso para sus enamoramientos. En ese periodo, el enamoramiento sin aprobación
implicaba un saltarse las trancas y rebasar convenciones sociales, en ese
sentido, era un sentimiento que se “contrabandeaba”. Ha cambiado la estructura
familiar, pero en la actualidad, ese efecto permanece vivo a nivel psicológico,
por cuanto la pasión implica algún tipo de oposición con trabas internas, parientes
que son celosos o la dificultad por el típico origen social contrario.
Diminutivos cariñosos
En la usanza regional del español, el uso del diminutivo
posee un sentido cariñoso y, en este caso, no ofrece una curiosa metáfora de
contradicción extrema de la cual pocos se percatan. Por naturaleza, el cielo es
lo enorme de la bóveda celeste y debe recordarnos lo más grande, por eso es un
tema de asociación religiosa constante. Al aplicarlo con diminutivo a una
persona, resulta que lo enorme queda cercano y confinado, en cierto sentido,
hasta domesticado. El uso del cielo para la metáfora pasional es muy frecuente
y no es raro utilizarlo para referirse a la persona amada.
En la canción se juega a un doble diminutivo cuando “Cielito”
tiene “ojitos”, en una correlación de fantasías. No se refiere al tamaño de la
persona ni de los ojos, sino a que existe afecto especial por los ojos de ella.
Al mismo tiempo, que la imagen se colorea con un tono de “morena” y de “ojos
negros”, por tanto la referencia es directa hacia la población morena, siendo un
canto dedicado a la belleza autóctona.
El debatido origen
Algunos han procurado desmenuzar esta canción y remitirla a
orígenes de coplas andaluzas y otros fragmentos de poética, incluso bíblica. En
particular, la Sierra Morena es una codillera andaluza, donde se han localizado
cantos sobre amoríos y “contrabando”, sin embargo, en la canción analizada no
está definido ese sitio, sino que pareciera ser más una adjetivación de
cualquier sierra calificada de morena. Que Quirino Mendoza, autor de esa pieza,
debió rescatar fragmentos de aquí y allá para inspirarse o armar su pieza,
resulta la hipótesis más plausible, pues el músico siempre está rodeado por su
circunstancia y busca cautivar al público. Debido a la popularidad de esa
canción, investigadores de otros países han intentado apropiarse la paternidad
de ese canto buscando concienzudamente fragmentos parecidos, sin embargo,
ninguno ha encontrado una pieza completa idéntica. Sin importar el grado de
deuda con los antecedentes, el “Cielito lindo”, desde hace mucho adquirió “vida
propia” y se ha convertido en una fenómeno que poco debe a oscuras coplas
anónimas del siglo XVII.
Los estribillos
abandonados y olvidados
Los últimos estribillos sufren de ostracismo, guardan
silencio y las legiones de repetidores, acostumbran omitirlos. Y no es que sean
cacofónicos, simplemente no están a la altura metafórica y sentimental del
resto de la canción. A eso los cito:
“De tu cama
a la mía, cielito lindo/no hay más que un paso, ahora que estamos solos,/cielito
lindo dame un abrazo… Pájaro que abandonas, tu primer nido, /tu primer nido,
que cuando lo abandonas,/cielito lindo lo hecha al olvido”.
Esos últimos
versos no están hoy a la altura emocional de los primeros, porque las
costumbres actuales no dan un sentido gracioso a lo dicho. La costumbre de las
camas separadas de los matrimonios dejó de seguirse desde hace tiempo; ahora lo
usual es la “cama matrimonial” funcionando como toda una institución. Cuando
platica uno sobre eso de “camas separadas” la gente se extraña ¿Alguna vez
sucedió? Aunque no lo crean, incluso las personas casadas no dormían en la
misma cama: así de censurado resultaba el sexo bajo el imperio católico
tradicionalista.
Sucede algo
parecido con el tema del pájaro desanidado, que más pareciera referirse a una
nostalgia por la casa parental y la adaptación de las hijas casadas que a un
juego pícaro sobre un primer amor abandonado. Ni el abandono de la casa
familiar posee tensión emocional (desde hace mucho se recomienda a los jóvenes
para que vivan por su cuenta) ni la existencia de un segundo amor resulta un
escándalo social (el tabú de la virginidad y la exclusividad femenina se ha desvirtuado).
El coro feliz
Desde la
cultura griega quedaba claro que el coro representaba alegría y triunfo, porque
la reunión festiva al conectarse con canto y sincronía ofrece un resultado que
alegra los corazones. En la agrupación melódica y espontaneísta dentro de un
estadio deportivo sucede una mutación emocional espontánea. Para Elías Canetti esa
alquimia emocional surge de la “inversión al miedo de ser tocado”[1], cuando
el aislamiento e indiferencia que separa a los ciudadanos se convierte en una
cercanía de contacto que alborota a las masas. Ese estado de ánimo de masas
puede variar mucho según circunstancias encontrándose desde la furia hasta la
euforia; en fin, cualquier estado de ánimo se potencia en situaciones de
aglomeración. La música alegre sirve para promover una alquimia específica en
la masa reunida para darle la forma de un coro, así una multitud conjura su congoja
o bien su miedo a estar triste para permanecer contenta al son del “Cielito
lindo”[2].
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