Por Carlos Valdés Martín
El personaje
Licurgo (o Lycurgus) representa un espejo del poder y las leyes; admirado por
los antiguos, se convirtió en el modelo del legislador por su efecto sobre la
Esparta clásica y, ésta, a su vez, representó la austera comunidad bélica, con
el sello de proezas increíbles recordada en la saga los 300 sobre la batalla de Termopilas.
La principal
fuente para analizar a este personaje ha sido Plutarco, en sus Vidas paralelas, cuando retoma a Licurgo
y lo empareja con Numa, un legendario rey romano. Entre todos los griegos
clásicos, el pueblo espartano fue admirado y temido como el paradigma de
disciplinada belicosidad, austera unión y obediencia a sus leyes y tradiciones;
bajo la consideración que fueron el contrapunto con los atenienses menos
disciplinados aunque más intelectuales y cultos, bulliciosos y democráticos.
Esa contraposición entre los modelos atenienses y espartanos orienta gran parte
de las reflexiones helénicas sobre los prototipos de sociedad.[1]
En cierto sentido, el personaje Licurgo encarna las preguntas y respuestas
sobre la organización de los espartanos, atribuyéndole el diseño de su
organización social y legal peculiar, quizá con exceso.[2]
Sin que se haya establecido un acuerdo sobre su nacimiento se estima entre los
siglos XII al VII a. de C. Incluso existen conjeturas sobre la existencia de dos
personajes, que luego se fusionan en un relato único. Su legado no permaneció
en leyes escritas, sino en un conjunto de costumbres convertidas en obligaciones
e instituciones, agrupadas bajo la llamada constitución oral de la “Gran Retra”
espartana.
El primer engaño
Licurgo queda
señalado por el poder, pero entre sus rasgos distintivos es que se niega a
acaparar el gobierno, habiendo recibido la oportunidad para ello, con lo cual
marca un signo bastante crítico, democrático y reticente a ocupar cargos. La anécdota que
lo explica es harto curiosa: el hermano quedó rey, luego al poco tiempo murió; Licurgo
recibió la posición de rey por herencia, pero pronto se descubrió que la viuda
se encontraba embarazada. En posición de rey, Licurgo se alegró que su hermano
contara con descendencia, por lo cual prometió guardar y respetar el trono para
su sobrino. La cuñada deseaba deshacerse del embarazo y se interesó por
desposarlo; ante tal comunicación, Licurgo fingió acuerdo, sin embargo, fue una
estrategia para ganar tiempo[3]
y dejar que continuara el embarazo, prometiéndole a su cuñada que al parir
terminaría con la vida del infante. Pero esa comunicación era un ardid, así que
al nacer su sobrino lo mostró al pueblo y le prometió el reino, además, demostró
que estaba haciendo respetar su promesa de ceder el reino. Para evitar
sospechas, por si el pequeño moría en tierna edad, decidió alejarse de la
ciudad antes del año. Según la historia legendaria, el sobrino resultó falto de
luces para regir, por lo que la ciudadanía enviaba periódicamente por Licurgo
para que les auxiliara en el gobierno. En este relato, el creador de
instituciones y leyes sabias se convierte en una especie de poder tras el trono
o especie de sombra al mando, digamos, figurando cual doble metafísico del gobierno oficial.[4]
Alejamiento, distancias, viajes de regreso
En el relato
de Licurgo son cruciales los datos de su alejamiento y regreso para redefinir la
naturaleza misma del poder. La primera virtud que manifiesta es la disposición
para alejarse del Poder, con mayúsculas, su capacidad para centrarse en otro
lado, en este caso, en la búsqueda de los modelos de buen gobierno, la pesquisa
por mejores instituciones y costumbres en tierras lejanas. Anotemos que las
comunidades agrícolas eran apegadas a sus familias, clanes, tribus, ciudades y
terruños por lo cual el destierro resultaba el castigo más cruel y por eso el
viajar resultaba tan llamativo. En Grecia antigua ya se mezclaban la comunidad
agrícola (el apego al hogar, la tierra y la ciudad) con actividades mercantiles
y de viajes marítimos que daban una tensión
peculiar al carácter predominante en ese pueblo. El relato de Licurgo apunta
como una gran ventaja el viajar para recolectar
las mejores leyes, costumbres e instituciones para adaptarlas a la polis griega, aunque ya establecidas se
afirma que él adquirió la posición contraria, para desalentar los viajes de sus
conciudadanos.[5]
Según el relato, establecida la distancia geográfica al legislador se le
añoraba, a modo de un amante perdido por la ciudad espartana: “Los Lacedemonios
echaban mucho de menos a Licurgo en su ausencia, y diferentes veces le enviaron
a llamar”[6]
También se nota que el solicitarle, indica un vacío interno, que algo falta en
Esparta misma y, por tal motivación, encarga traer a Licurgo.
El sitio donde radica el poder: carisma, organización…
La persona de
Licurgo presenta esa reflexión sobre dónde radica el verdadero Poder y él se
alejaba para visitar comarcas vecinas, pero los mismos gobernantes lo invitaban
a regresar sin recelar de él: “porque en los reyes no advertían que se
diferenciasen en otra cosa del vulgo que en el nombre y los honores, y en aquel
se descubría un ánimo superior, y cierto poder que atraía las voluntades.”[7]
Ese audaz párrafo, con un ánimo republicano, establece la igualdad entre los
reyes y el vulgo, para establecer una diferencia en el líder auténtico, que
denomina “un ánimo superior, y cierto poder que atraía voluntades”. En este
discurso, se afirma que es el individuo superior donde está el “ánimo
superior”,[8]
especie de tautología que el texto no explica demasiado, sino que se contenta a
la misma historia, pues cuando Plutarco comenta ya habían transcurrido siglos
que preservaban la leyenda de Licurgo y sus antiguos espartanos, por lo que el
relato repercutía desvanecido por la distancia de siglos. Ese efecto disolvente
favorece a las leyendas: adquiere más volumen el arquetipo eterno y se disuelve
el detalle de la carne. Mientras en una narración ordinaria el hecho de que un
rey no regrese a gobernar, en este caso comprueba lo contrario, que su carisma
(el misterio de su personalidad divina) se sobrepone al hecho de que abandona
el gobierno. Luego se asume que esa organización del gobierno acepta las
propuestas que va importando Licurgo, hasta configurar la peculiar legislación
de Esparta. Mientras que los reyes de Esparta representan la actualidad del
gobierno su contraparte en Licurgo expresa la aparición súbita o misteriosa de nuevas instituciones legales, en
particular, el muy elogiado Senado,
calificado como moderador de
los reyes y del vulgo. Además esas instituciones espartanas perduraron siglos y
fueron efectivas, por lo cual se afirma que una fuerza que recorre el tiempo se manifestó en Licurgo;
mientras los reyes desaparecen con su sangre, las leyes correctas permanecen;
mientras los caprichos del vulgo se desvanecen con cada cambio de ánimo, las
instituciones justas sobreviven. En última instancia, la leyenda nos remite
hacia un origen extraterreno pues Licurgo acudió a Delfos “la Pitia le llamó
caro a los Dioses, y dios más bien que hombre, y le anunció que, consultado
sobre buenas leyes, el dios le daba e inspiraba un gobierno que se había de aventajar
a todos”[9].
En ese sentido, en la retrospectiva legendaria la fundación de las leyes
humanas reciben la atribución divina, por tanto el ánimo republicano se desliza hacia la explicación
religiosa, donde la evidencia se convierte en ambigüedad al deslizar la institución representativa
(Senado)[10]
a una base de culto (el oráculo de Delfos divinizando la ley). Y, con lo
extraño que nos resulte, esa ambigüedad funcionó durante más de un milenio.
Igualdad y comunidad
Varios de los
ejes nodales del legado de Licurgo corresponden a la preponderancia de la
comunidad, así como perpetuar una igualdad estricta. Según el relato, el
cimiento fue el establecimiento de una asamblea presencial, sin arquitectura
alrededor como el área para la toma de las decisiones cruciales. La propuesta ante
asamblea los reyes o senadores la entregaban, pero se sometían al pueblo, sin
más temas en la agenda.[11]
Esa asamblea democrática se complementaba con varias instituciones de cuño
igualitario, sostenidas sobre la esclavitud.[12]
La tierra fue repartida en modo equitativo, mediante un sorteo universal, para
que todos los libres obtuvieran lo esencial y sin alcanzar un exceso; como si
fuese un prorrateo entre hermanos consanguíneos, aunque con el transcurso la
tierra terminó concentrándose.[13]
El trabajo manual queda estigmatizado, conforme a la institución esclavista,
despreciándose cualquier arte mecánica con excepción de la misma guerra.[14]
El hurto, el robo,[15]
el rapto y el asesinato eran permitidos y hasta alentados bajo ciertas
condiciones, incluso formando parte de la educación infantil y juvenil. Resultaba
celebrado que los chicuelos y jóvenes robaran su comida mediante astucia y
agilidad, siendo castigados cuando eran atrapados, pero no por causa del hurto,
sino por su torpeza de quedar atrapados. Tales rapacerías quedaban integradas
en sus sistemas de educación y se alentaban, precisamente, al no dárseles
alimentos suficientes y esperando que lograran aventajar a los esclavos que
custodiaban los productos o hasta los mismos ciudadanos. Esto implicaba
respecto de los bienes una especie de permiso de circulación sin pago ninguno,
bajo el supuesto de una vulneración de propiedad, y simulación juvenil
permanente sobre el estado de guerra, cuando el botín es el resultado directo.
El rapto formó parte del ritual matrimonial, delimitado a la sustracción
forzada de la doncella, empero la relación sexual era sujeta a posteriores
formalidades, por lo que no equivale a una violación en el sentido moderno,
sino etapa del proceso “matrimonial” peculiar de los lacedemonios. Asimismo, el
asesinato de esclavos estaba permitido para los jóvenes según las peculiares
condiciones de la “Criptia” según se describe adelante.
Entre los
espartanos se restringió el empleo de la moneda de oro y plata, con ello se
limitó el comercio y se abatió la presencia de artículos de lujo.[16]
Una institución de sumo interés antropológico resultan los banquetes diseñados para
compartir y mantener la cohesión,[17]
eran una costumbre que también entre otros pueblos, pero en Esparta se le dio
un sentido más político para mantener la igualdad
presencial entre los ciudadanos, a manera de obligación diaria[18].
Evita la
legislación escrita en favor de las costumbres, las cuales deben poseer la
firmeza para transmitirse mediante la educación de los niños y jóvenes, dentro
de lo cual interviene la comunidad.[19]
De modo explícito Plutarco estima que el corazón de la legislación oral residía
en la educación para transmitir costumbres “No dio Licurgo leyes escritas, y
artes era ésta una de las llamadas retras; porque creía que lo más esencial y
poderoso para la felicidad de la ciudad y para la virtud estaba cimentado en
las costumbres y aficiones de los ciudadanos, con lo que permanecía inmoble,
teniendo un vínculo más fuerte todavía que el de la necesidad, en el propósito
firme y seguro del ánimo y en la disposición que produce en los jóvenes para
cada cosa la educación preparada por el legislador (…) porque todo el negocio
de la legislación lo hizo consistir en la crianza o educación. Era, pues, una
de las retras, como se ha dicho, no
usar de leyes escritas.”[20]
El espíritu
comunitario, se concreta en la consideración de los niños “Porque en primer
lugar no miraba Licurgo a los hijos como propiedad de los padres, sino que los
tenía por comunes de la ciudad”[21].
Aseveración extrema que irradia hacia las elucubraciones de la República de Platón o del joven Marx en
sus Manuscritos económico-filosóficos
e Ideología alemana, que incita a
preguntarse si ante la comunidad bélica, el individuo sistemáticamente se
convierte en objeto utilitario y desechable, ya sea infante, mujer o hasta varón
al separarse de su servicio militar.[22]
El rigor
educativo se señala en un pasaje de Jenofonte, antagónico a nuestras creencias
pedagógicas actuales: “Licurgo, en vez de dejar a cada cual en particular la
libertad de dar esclavos, como pedagogos, a sus hijos a encargado la educación
de éstos a uno de los ciudadanos, al que se reviste de la más alta
magistratura: se le llama el pedónomo.
Le ha dado amplias facultades para reunir a los niños, vigilarlos y castigar
severamente sus negligencias si el caso lo requiere. Le hace acompañar por
jóvenes provistos de látigos, para infringir los castigos necesarios. Y así es
como en Esparta se consigue mucho respeto unido a mucha obediencia”[23]
Se observa, que el educador es un maestro y guía miembro de los ciudadanos, y
lo criticable resultaría encargarla a un esclavo. La rudeza agrega un
ingrediente del exceso (horror al látigo, destinado a someter al esclavo), pero
no ajeno a sociedades militaristas, ya que el relato proviene de un
contemporáneo del siglo V a. de C. Lo cual se complementa con las anotaciones
sobre la noción de niños bajo custodia en común a partir de los siete años.
Valor de la oralidad y palabra lacónica
Contrario a la
tendencia predominante e innovadora de utilizar la letra escrita para fijar las
leyes en códigos claros, la respuesta de Licurgo selló una ley oral, denominada
Gran Retra que era breve.[24]
Esa valoración máxima de la palabra, va conforme a los juramentos y a los
adagios, mediante la búsqueda de otorgar el premio supremo a lo bien dicho,
para que corresponda con una realidad.
De modo
consistente, la recomendación para ese pueblo correspondía a la brevedad y
sustancia en la palabra, desde esa antigüedad se han conservado algunas
sentencias o adagios. A esa palabra sintética y afilada, se atribuyen las
siguientes respuestas ingeniosas, conformes al gusto de los griegos desde
tiempos de Homero: “cuando a uno que deseaba se estableciese la democracia le
respondió: “Establece tú primero
democracia en tu casa.” Y en cuanto a sacrificios, que respondió al que le
preguntaba por qué los había ordenado tan ligeros y de poco precio, “para que no nos quedemos algún día sin poder
ser piadosos” (…) Corren también respuestas suyas de esta especie por
cartas, como a los ciudadanos: ¿de qué manera nos libraremos de incursiones de
los enemigos? —“si sois pobres y no
podéis más uno que otro”; y acerca de las murallas, que “no está sin muros la ciudad que se ve
coronada de hombres, y no de ladrillos”.”[25]
Ahora bien, dicha brevedad lacónica no es ajena al pensar intenso (o el
filosofar), sino que la fama espartana buscaba destellos de intensidad y así lo
elogia Plutarco.[26]
Más allá del
ingenio, cuando la palabra resulta ley, entonces implica la diferencia entre
vida y muerte, entonces esa valía y claridad del mensaje adquiere su máxima intensidad.[27]
Además, según la estructura política espartana las decisiones se tomaban
sobrepuestas, unificando legislativo, ejecutivo y judicial, conforme se
advierte en la institución de los Éforos,[28]
pues la interpretación de una
ley no escrita, también implica su creación, aunada a su ejecución; es decir,
interpretar la ley oral implicó
simultáneamente legislar y ejecutar, efecto cuestionable desde Montesquieu
cuando clarificó la importancia de la separación de poderes. En cambio, el
ambiente bélico (y Esparta entera mantuvo su cariz de un campamento) exige la unificación de mandos, que
sistemáticamente neutralizó la misma organización espartana (diarquía, senado,
éforos, asamblea).
Singularidad de la mujer espartana
Según las
afirmaciones recabadas, Licurgo “acostumbró a las doncellas a presentarse
desnudas igualmente que los mancebos en sus reuniones, y a bailar así y cantar
en ciertos sacrificios en presencia y a la vista de éstos. (…)Y en esta
desnudez de las doncellas nada había de deshonesto, porque la acompañaba el
pudor y estaba lejos toda lascivia…”[29]
Dicha mezcla de desnudez con honestidad representa una evocación que permaneció
por siglos provocando inquietudes, ensoñaciones o escándalos, según sea el
contexto.[30]
De las damas espartanas se afirma su fortaleza física, promovida con intención
pues: “Ejercitó los cuerpos de las doncellas en correr, luchar, arrojar el
disco y tirar con el arco, para que el arraigo de los hijos, tomando principio
en unos cuerpos robustos, brotase con más fuerza; y llevando ellas los partos
con vigor”[31]
Esa situación
de la mujer tenía cruciales efectos en su posición social, que las distinguía
de sus congéneres griegas, con ventaja por un mayor “empoderamiento” en Esparta
y provocaba rechazo para Aristóteles.[32]
Aunque ellas no ocupaban cargos, se afirma que dominaban al varón espartano,
por ejemplo recordemos esta respuesta de una reina: “el hablar y pensar como de
Gorgo, mujer de Leónidas, se refiere, porque diciéndole, a lo que parece, una
forastera: ‘¿Cómo vosotras solas las Espartanas domináis a los hombres?’
‘También nosotras solas —le respondió— parimos hombres’.”[33]
Por ello la dificultad de encuadrarlas bajo el típico dominio patriarcal común
entre griegos y romanos; en ese mismo sentido, Plutarco y Aristóteles suponen
que las “intenciones” (siempre imposibles de evaluar) de Licurgo no se
cumplieron con el género femenino.
Cristalizar en leyes e instituciones complejas
mediante el sacrificio
Ahora bien, el
tránsito hacia la determinación de las buenas leyes, no se perfecciona sino por
su permanencia, pues la organización humana no pretende cristalizar cual flor
de un único día, sino por la permanencia. Los romanos de la época clásica se
consideraron a ellos mismos como herederos del esplendor de la civilización
griega y, en su fase militarista, admiraron especialmente a los espartanos y macedonios,
manifestaciones cimeras del poderío material.
El sistema
espartano resulta complejo en retrospectiva. Su constitución, denominada “Gran
Retra” no conservó testimonio escrito (incluso se duda que hubiera un texto)
combinaba elementos de todos los sistemas políticos de su tiempo: monarquía
(con la peculiaridad de dos reyes), senado republicano (asamblea de mayores),
democracia de asamblea, poderes dictatoriales temporales, separación de la
religión, esclavitud, reclutamiento…
El carisma
especial de Licurgo se relaciona con el sacrificio para cristalizar tales leyes, mediante su abnegación[34]
y muerte final. Según la narración clásica, Licurgo consultó por última vez al
oráculo de Delfos, quien le reveló que las leyes establecidas por él para
Esparta eran magníficas, que su respeto garantizaría la grandeza del Estado y
la admiración universal. Antes de salir de la ciudad Licurgo había hecho
prometer a sus ciudadanos que no cambiarían en nada hasta su regreso, por tanto
él “resolvió no dejar libres a sus
ciudadanos del juramento (…) Quitóse, pues, la vida con no comer”[35].
Resurge, entonces, el sacrificio
voluntario como la suma de virtudes, con esta “huelga de hambre” el
personaje adquiere un rasgo apoteótico que transmite al sistema de leyes, por
tanto, la legalidad adquiere ese carisma de herencia del “padre de la patria”
bajo los propios paradigmas de la Grecia clásica.
Desacuerdos inevitables alrededor infantes y
esclavos
Para redondear
el brillo de esta leyenda, hay que anotar el reiterado desacuerdo sobre las
costumbres, leyes e instituciones espartanas atribuidas a Licurgo. Su revisión
por los próximos, combina una reverencia con un desacuerdo, como quien habita
junto a un fisiculturista a quien admira pero también afirma tajantemente que
eso de dedicarse al gimnasio más de 8 horas no es lo suyo ni lo será. Esto
sucede porque Esparta misma, con sus éxitos y fracasos, fue el espejo de
Licurgo o viceversa[36]
y, cual comunidad militarista, que no heredó las precisiones de la escritura
(como Atenas o Roma) deja suficientes lagunas para la conjetura. Dos costumbres
suelen dejar espacio al comentario. La primera es la muerte de los infantes
defectuosos, que está ligada al recio carácter de la mujer espartana,
complemento del guerrero varón. Esa primera eugenesia mítica, deja un temblor
sobre la paternidad común, por cuanto los progenitores (y más las mujeres)
amamos a nuestros hijos sin importar sus defectos, incluso amamos especialmente
algunos de su defectos. Así mismo, la eugenesia se ha convertido en un oprobio
a partir del racismo y la praxis fascista, por tanto ese pasaje resulta difícil
de mirar con neutralidad, cuando la visión actual marca que no existen los
“infantes defectuosos”. La segunda es una curiosa institución de violencia casi
ciega, llamada “Criptia”,[37]
en la que jóvenes durante su preparación militar se retiraban de la urbe, pero
que cual testimonio de su habilidad militar, únicamente armados de una espada
atacaban por sorpresa a los esclavos en los campos, sin someterse a las reglas
de la justicia ni de la civilidad ni de la racionalidad económica directa.[38]
Esa institución practicada entre los jóvenes espartanos en su etapa de
aprendices militares, recibía condena por sus contemporáneos y, Plutarco no
creía que perteneciera a la doctrina pura de Licurgo,[39]
sino que resultaría por un injerto extraño a sus enseñanzas.
Impresión sintética del Ser espartano
Entre tantos
relatos históricos, literarios o anecdóticos, que dibujaron el legado del
pueblo espartano y sus instituciones queda una silueta final, mezcla de bravura
extrema y ascetismo disciplinado. Esa mezcla precisa se mantuvo por milenios
cual ideal de la actitud bélica, donde el filo mortal se une con alguna
justificación mediante una disposición virtuosa o abnegada. Entre los griegos
clásicos fue motivo de admiración y aplauso, según se nota en Herodoto;
probación repetida por los romanos republicanos o imperiales. Entre los
modernos, cabe señalar la peculiar atracción del pueblo espartano entre los
comunistas (en el poder) y los fascistas (en especial alemanes); sin embargo,
no resulta exclusiva pues el eco de las hazañas espartanas se ha diseminado por
todo el orbe, ya ellos señalan la peculiar referencia hacia una sociedad
organizada alrededor de la guerra y con un marcado sentido de pertenencia.[40]
A modo de
redondeo sobre ese perfil espartano, la figura de Licurgo debió amoldarse
mediante su sacrificio y provocar una irradiación, de tal manera que establece
una mixtura entre el lado mortífero (su vocación bélica) y el lado vital
(defendiendo a su propia comunidad, la anécdota de proteger el sobrino que
ocuparía el trono) hasta mostrarse como ejemplo de honorabilidad y virtud. Ese
amoldarse entre moralidad y vitalidad estableció el balance preciso para ese
periodo, marcado por las divisiones entre ciudades Estado y reinos, que
favorecía las guerras continuas, con lo cual Esparta funcionaba cual eje
pacificador y democrático entre los helenos clásicos.[41]
A manera de conclusión: desmaterializar a Licurgo
De cualquier
manera, el balance sistemático de este personaje arroja una parte oscura,
imposible de asimilar desde la perspectiva actual del lector o, incluso, desde
los contemporáneos griegos. Para la investigación histórica tales claroscuros
resultan sumamente interesantes, ya que provocan el interés para descubrir la
naturaleza de la grieta o empujar sobre las partes incongruentes o
inverosímiles. Esa presión sobre el pensamiento también nos obliga a señalar, un
común denominador en ese aspecto oscuro: el ataque al sujeto débil (infante enfermizo
o esclavo desprevenido) cimenta una comunidad militarizada, lo cual complementa
el discurso antiguo de la violencia.[42]
Planteado de una manera más general, el
legado de Licurgo se adaptaba a los tiempos de guerra, pero no perfeccionaba un
legado para tiempos de paz, por lo que Esparta tampoco resultaba en un modelo
adecuado para convivencia fuera de los periodos bélicos, según cuestiona
Aristóteles repitiendo una objeción de Platón.[43]
Para sellar una
variedad de apoteosis (no la estricta la deificación sino la conversión en
leyenda) del personaje Licurgo, el relato señala el final de su progenie y la
cremación de sus restos con lo cual redondea su desmaterialización. Los espartanos levantaron un monumento sin
lujo, sobre el cual cayó un rayo, dando signo de prodigios. Procreó un único
hijo, el cual murió sin descendencia, así no dejó linaje con aspiración al
reino. Además de quemar sus restos, la narración indica que fueron esparcidos,
para que su cuerpo jamás regresara a su ciudad y siempre se mantuviera la
promesa de conservar sus leyes. Desaparecida la huella material, se abre paso y
cristaliza en memoria inmaterial la leyenda de Licurgo.
NOTAS:
[1] Aunque el genio de
Platón plantea un “más allá” de esos modelos fácticos para pensar en un ideal,
según lo muestra en su utópica República.
Por su parte, Aristóteles resulta más reticente y crítico sobre Esparta, en su Política.
[2] De ahí Plutarco considera
el rumor de que existió más de un Licurgo para explicar la amplitud de lo
atribuido y cuán contradictorio es reunir leyes y costumbres contrapuestas.
Además, otra parte de las instituciones espartanas también se han supuesto obra
de un personaje legendario: Quilón o Chilon. Los historiadores modernos no han
alcanzado un consenso sobre la existencia de este personaje.
[3] Recordemos la
importancia que daban los griegos a la astucia y al engaño como parte esencial
de su carácter y sus proezas de buen gobierno. Aquí, Licurgo engaña a su cuñada
para evitar un sacrilegio de matar al sobrino, pero finge que sí lo hará,
eludiendo una confrontación familiar, mientras ella se resigna a tener al hijo.
[4] La posición de “poder tras el trono” está sujeta a una
amplia ideación y fantasía popular, que intenta explicar torpemente la
complejidad de la institución gubernamental, que posee una naturaleza compleja,
desbordando la persona del gobernante, aunque también cualquier Poder está
personalizado, tampoco flota en el aire. Entonces los grandes gobernantes se
rodean del nimbo que los refiere a un “doble mágico” o “poder tras el trono”,
que entretiene sobremanera, aunque indica un acierto de fondo: hay algo más.
[5] “No le agradó, por
tanto, que cualquiera saliese de viaje o anduviese por otras tierras, para que
no trajeran costumbres extranjeras, usos de gente indisciplinada y diferencia
de ideas sobre gobierno; y aun dispuso que se mandara salir a los extranjeros
que sin objeto útil se fuesen introduciendo en la ciudad” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXVII.
[7] Entonces “hallándose presente (Licurgo), la muchedumbre se
contendría en su insolencia”, Plutarco,
Vidas paralelas; “Licurgo”, parte V.
[8] Se nota que hay
“ánimo” republicano, pero no una claridad sistémica en ese sentido, pues no se
parte del supuesto de la “soberanía radica en el pueblo”, como afirma el
principio democrático; sino que la fundación remite al personaje legendario,
casi divino.
[10] La discusión
greco-latina sobre el Senado espartano (lacedemonio) se enfoca hacia la cantidad,
en una especie de numerología, al reflexionar sobre cuántos definió Licurgo, si
30 o 28 a los cuales sumar los 2 reyes y su fundador da 30 o 32 o 33, y esto: “acaso
por la calidad del número siete multiplicado por cuatro, y porque, igual en sus
partes, después del seis es perfecto”. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte V.
[11] Plutarco lo señala
como el primer paso “Tomó Licurgo con tanto cuidado este primer paso, que trajo
de Delfos un vaticinio, a que se da el nombre de Retra y es de este tenor:
“Edificando templo a Zeus Silanio y a Atenea Silania, conviene que tribuyendo
tribus, fraternizando fratrias, y creando un Senado de treinta con los
Arqueguetas, tengan éstos el derecho de congregar según los tiempos a los
padres de familias entre Babica y Cnaquión, de tratar con ellos, y de disolver
la junta.” Plutarco, Vidas paralelas;
“Licurgo”, parte VI. El extraño giro de “tribuyendo tribus, fraternizando
fratrias” se refiere a la conversión del sistema tribal original consanguíneo
puro en uno posterior, a modo del Moisés y otros relatos, en el intermedio
desde la consanguineidad hacia una agrupación proto-nacional.
[12] El sostén de la
esclavitud es tan universal, que no se cuestiona entre los griegos, como en
Aristóteles: “Si hay un punto que exige laborioso cuidado es ciertamente la
conducta que debe observarse con los esclavos.” Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen
de la Constitución de Lacedemonia”. Tomado de la
versión de Patricio de Azcárate, Obras de Aristóteles, Madrid, 1873, tomo
3, páginas 67-73.
[13] “Además, las mujeres
poseen las dos quintas partes de las tierras, porque muchas de ellas son
herederas únicas o se han constituido en su favor crecidas dotes.” Aristóteles,
Política, Libro segundo, Capítulo VI,
“Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
[14] En el balance, afirma que hubo mucho tiempo disponible para el
ciudadano espartano, pero “no
permitiéndoles que se dedicasen en ninguna manera a las artes mecánicas”
Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”,
parte XXIV.
[15] Plutarco hace
énfasis en la asignación del hurto o robo con astucia como parte de la
educación infantil y juvenil espartana. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XVII-XVIII. Así, “se cuenta de
uno (muchacho) que hurtó un zorrillo y lo ocultó debajo de la ropa, y
despedazándole este el vientre con las uñas y con los dientes, aguantó y se
dejó morir por no ser descubierto”.
[16] Aunque el pasaje de
Plutarco presenta algunos detalles poco verosímiles (grandes monedas de hierro,
tan pesadas que requieren bueyes para transportarlas), resulta acorde con las
quejas clásicas sobre la moneda, la usura, etc. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte IX.
[17] El banquete
espartano incluye un rasgo de secrecía: “A cada uno le decía al entrar el más
anciano, mostrándole las puertas: “Fuera de éstas no ha de salir palabra.”
Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”,
parte XII.
[18] “Queriendo perseguir
todavía más el lujo y extirpar el ansia por la riqueza (…) que todos se
reuniesen a comer juntos los manjares y guisos señalados, y nada comiesen en
casa, ni tuviesen paños y mesas de gran precio” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte X. Además, en el relato, tales
banquetes obligatorios provocaron el motín de los ricos donde pierde un ojo
Licurgo, que luego se logró solventar. Sin embargo, Aristóteles cuestiona el
modo de organizar, ya que cada quien aportaba, por lo que los más pobres
evitaban el banquete común por no tener su aportación. Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI,
“Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
[19] Templarse ante la
burla fue una educación para los jóvenes, que se proveía durante los banquetes
comunitarios, incluso en detalles como aprender a bromear y tolerar los chistes:
“A estos banquetes asistían también los muchachos, llevados a ellos como a
escuelas de templanza, donde oían conversaciones políticas, y bajo la enseñanza
de preceptores libres, se acostumbraban a chancearse, a usar de burlas sin
chocarrería, y a sufrirlas, si se chanceaban con ellos; porque se tiene por muy
propio de Lacedemonios saber sufrir las chanzas, y el que no las llevaba tenía
que declararse ofendido, cesando entonces el que se chanceaba.” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XII.
[22] El escenario bélico
representa la cúspide de la escasez, concepto crucial para el paradigma
histórico de Marx, según anota Sartre en su Crítica
de la razón dialéctica.
[24] A “Carilao, el sobrino de Licurgo, preguntado acerca de lo pocas que
eran las leyes de éste, respondió que ‘los que gastan pocas palabras no han
menester muchas leyes’.” Plutarco,
Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XX.
[26] Merece una acotación
el humor que se desprende en este laconismo, porque las líneas de la risa se
desprenden en sentidos diversos, que aquí aparecen ni hacia la ironía del
filósofo Sócrates ni hacia la carcajada del pensador cínico. Este humor
lacónico es cortante, más próximo al soldado burlón que se “salió con la suya”.
Cf. Gilles Deleuze, Lógica del sentido.
“El humor es este arte de la superficie, contra la
vieja ironía, arte de las profundidades o de las alturas.” P. 14. (…) el humor
es el arte de las superficies y las dobleces, (…) toda significación,
designación y manifestación quedan suspendidas, toda profundidad y altura
abolidas.” P. 118.
[27] Esa perspectiva griega compartió el sueño de la “lengua perfecta” de los exégetas bíblicos y
renacentista cuando elogiaban la lengua de Adán. FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas, p. 42.
[28] Además resultaban
notables los cinco Éforos (jueces con poderes) que se duda fuesen instituidos
por Licurgo. Los jueces Éforos, por su nombre grecolatino
que significa "el que mira las estrellas", se conjetura que tal
denominación provenían desde alguna función astronómica y religiosa,
reconvertida en política. Institución de los Éforos fue cuestionada por
Aristóteles, ya sea por su origen entre gente pobre, su venialidad o sus
vicios. Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen de la
Constitución de Lacedemonia”.
[30] Incluso, la vivencia
de la sexualidad en Esparta se aproxima con los demás griegos que toleraban la
homosexualidad dentro de su comunidad. “Con todo de ser entre ellos tan
recibido esto de tener amadores, que aun las mujeres de mayor opinión de bondad
tenían doncellas a quienes amaban, no había celos ni envidias, sino que solía
ser esto mismo principio de amistad entre sí en los que amaban a uno mismo”.
Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”,
parte XVIII.
[32] “El relajamiento de las leyes de Lacedemonia respecto a las
mujeres es a la vez contrario al espíritu de la constitución y al buen orden
del Estado (…) sobre todo cuando los hombres se sienten inclinados a dejarse
dominar por las mujeres, tendencia habitual en las razas enérgicas y guerreras.”
Aristóteles, Política, Libro segundo,
Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
[34] Semejante a la
leyenda de Odín, en el relato pierde un ojo durante un disturbio, ante lo cual
no pierde su buen ánimo e incrementa su prestigio. Plutarco, Vidas
paralelas; “Licurgo”, parte XI.
[36] A falta de testimonios más precisos para aclarar esta ecuación de
identidad, se permite suponer que el reflejo colectivo de Esparta, victoriosa
ante sus vecinos, fue modelando la efigie de su legislador legendario.
[37] Descrita con los
términos “criptia”, “cripcia”, “caza de Hiloles” o “caza de esclavos”. En
inglés es “Cryptia”.
[38] Siendo los esclavos
el sostén económico del mundo antiguo, el dispendio de una costumbre que
permite un asesinato desmedido incita a mirar las cuestiones en sentido
invertido, cual lo aplica Bataille, cual si el gasto sacrificial regresara el
valor al esclavo o en sentido simbólico, cual lo aplica Baudrillard, como si su
dispendio implicara su consumo suntuario. Jean Baudrillard, El espejo de la producción.
[39] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXIX.
Dice el romano: “Si la llamada Criptia
hubiese sido una de las instituciones de Licurgo, como dice Aristóteles,
ésta habría sido la que a Platón desagradó por el mal concepto que formó de
aquel gobierno.”
[40] El exceso de esa
tendencia la subraya Plutarco con una metáfora de insectos: “acostumbró a los
ciudadanos a no querer ni aun saber vivir solos, sino a andar como las abejas,
que siempre están en comunidad”. Plutarco, Vidas
paralelas; “Licurgo”, parte XXV.
[41] El aspecto de un
poder ético de Esparta irradiando hacia los griegos clásicos, es ampliamente
elogiado por Plutarco, afirmando que propugnó por el bienestar común de las
ciudades Estado, abatiendo la tiranía y favoreciendo la convivencia. “esta
ciudad, con sola una escítala y una mala ropilla, dominando a la Grecia muy
según su grado y voluntad, deshizo autoridades injustas y tiránicas que se
habían introducido en los gobiernos, decidió sobre guerras y sosegó tumultos,
muchas veces sin ni siquiera mover un escudo, sino con sólo enviar un
mensajero, al que todos acudían para hacer lo que se les mandaba y ordenaba,
como las abejas cuando la reina se presenta: ¡tanto era lo que prevalecía en
buenas leyes y en justicia!” Plutarco, Vidas
paralelas; “Licurgo”, parte XXX.
[42] Erich Fromm en El corazón del hombre señala el rasgo
del pensamiento autoritario proclive a la violencia, que termina deificando a
la muerte, a modo de un nihilismo que pretende la aniquilación del débil por su
condición de debilidad. Tendencia nihilista por entero antagónica con el
humanismo moderno.
[43] “Se puede hacer al sistema en conjunto del legislador el mismo
cargo que Platón le ha hecho en sus Leyes:
el de tender exclusivamente a desenvolver una sola virtud: el valor guerrero. (…) Lacedemonia, que se ha sostenido mientras
ha hecho la guerra, ha perdido el poder por no saber gozar de la paz y por no
haberse dedicado a ejercicios más elevados que los de los combates.”
Aristóteles, Política, Libro segundo,
Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
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