Por Carlos Valdés Martín
El talento de
Lorenzo Bernini se condensa en esta escultura; es cierto, bastaría mirar con
detenimiento esta singular pieza para comprender la época barroca que rescató
antiguas leyendas sobre los dioses greco-romanos para usarlas de ejemplo
católico. La narrativa antigua cuenta que el dios Apolo (solar y belicoso, representante
de la juventud en plena potencia) despreció al pequeño dios Eros, por lo que
éste se vengó lanzando dos flechas. La flecha de oro servía para enamorar
alocadamente y ésta tocó a Apolo; la flecha de plata (o plomo) servía para provocar una repulsión contra el amor,
la cual afectó a la hermosa ninfa Dafne. De inmediato Apolo persiguió a Dafne,[1]
la cual huyó despavorida ante el acoso insensato. Por su velocidad Apolo dio
alcance a la ninfa que lo rechazaba, entonces, surge un prodigio, justo en el instante
cuando Dafne es tocada por la mano del perseguidor, se convierte en un árbol de
laurel.[2]
La conversión en un frondoso laurel protege a la desdichada ninfa del ultraje,
pero el enamorado Apolo conserva ese árbol que se convierte en su favorito. En
recuerdo de tal imposible, Apolo decide que a los triunfadores los coronará con
una rama de laurel como homenaje a su trágico amor.
Hacia 1625,
fecha de terminación de esta escultura, el recato predominaba en los conceptos
religiosos, por lo que las leyendas grecolatinas seguían siendo una puerta de
escape, autorizada por el mismo papado católico. Como privilegiado de la
iglesia, Bernini se tomó las libertades para mostrar el cuerpo y las
situaciones más comprometidas mediante este encuentro entre el dios Apolo y la
ninfa.
El genio de
Bernini resuelve esta leyenda en una única escena, plena de dinamismo y
explicaciones. La figura de Apolo muestra belleza perfecta y su juventud se
expresa en que alcanza a la doncella sin demostrar esfuerzo; impulsado por una
especie de inocencia porque ha sido embrujado. Su persecución está disculpada
por la brujería de Eros. El rostro de Dafne contrasta y es por entero
diferente, sometido a un doble terror: la consumación de un ultraje impetuoso y
la metamorfosis que la convierte en árbol. El rostro de ella escapa tanto de
Apolo como de la conversión en ramas de sus propias manos, refleja un horror
ante ese doble ataque. El cuerpo de Dafne se retuerce dibujando una espiral,
para alejarse tanto de la mano de Apolo que toca su cintura como de cortezas y
ramas que invaden parte de su cuerpo. Su complexión entera dibuja tanto una
especie de salto para escapar de la tierra, como un jalón subterráneo que la
ata para hacer inútil su esfuerzo. La desnudez resplandeciente de la ninfa no
se acompaña de ropa sino del surgimiento fantasioso de corteza y ramas, por
efecto de la naturaleza vegetal enloquecida que regresa un pudor perdido. Este
Apolo, caracterizado como veloz y atlético, viste telas que amenazan con caerse
en el mismo gesto de atrapar a la ninfa; ante lo cual el dios exhibe una
especie de anonadamiento o estupor mientras su cuerpo sigue por completo
concentrado en capturar a su objetivo. El cazador divino parece fluir más allá
del bien y el mal, sin suficiente conciencia de malicia y estupefacto ante la
consecuencia de sus actos; lo cual se justifica por el embrujo de Eros que
termina tras la consecuencia inesperada de la persecución. Las múltiples
insinuaciones sobre la sensualidad y el recato son notorias, considerando,
además el contexto de religiosidad dentro del cual trabajó Bernini.
Que en la
leyenda triunfe el recato trágico de la mujer, sirve para enmascarar el fuerte
contenido erótico del relato, que muestra al macho desbordado, como si fuera
una anécdota sobre lo inevitable en la naturaleza. Sin embargo, es un triunfo
de la castidad que confirma un papel subordinado para la mujer, el dios varonil
se queda con un palmo de narices, pero sin castigo. La reconciliación la define
esa misma leyenda sobre las ramas de laurel destinadas para coronar a los
triunfadores. Con tal tejido de elementos contrarios se establece el estilo
barroco, con maestría genial para conciliar contradicciones y convertirlas en
maravilla estética.
NOTAS:
[1] El nombre griego
Dafne entre los romanos en su forma local era Laura, que ambos se refieren al
árbol sagrado laurel. A su vez, el nombre del artista, Lorenzo proviene del
latín significando al que recibe una corona de laureles, por tanto la relación
entre los nombres de Dafne y Lorenzo es directa.
[2] La explicación
mágica remite a un embrujo protector lanzado por su madre, ya sea Gea, la
Tierra u otra diosa como Diana.
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