Por
Carlos Valdés Martín
Conocí a la novia en un partido, ella era
enfermera y espectadora que empujaba una silla de ruedas y no se veía cansada;
al contrario, guiñaba el ojo para que algún galán le ayudara a conducir a su
enfermito. Incitaban a acercarse la suma de melena castaña, cintura breve y pestañas
largas con gesto entre amigable y plácido.
Lo anterior principió el lado tierno de esta
narración, pero (el “pero” donde comienzan las objeciones y los dilemas) se han
de imaginar que los entrenadores son una chinche en “salva sea la parte”, y el
Don Entrenador comenzó a molestar conque:
—Practica hasta que te salga el tiro de
chilena; pones las manos muy hacia atrás al hacer el movimiento, si no te das
un golpazo.
Comprendamos que un coach exigente,
aunque moleste, también es una bendición y representa la pista rápida para
ascender en el nivel de juego. Soportar la práctica, poner máximo empeño y,
para triunfar, también hay que ser paciente. (Vaya que he caído en esa palabra,
que tuve la intención de evitar, aunque será mejor abundar en ella). Bienaventurados
los pacientes en el doble sentido… aunque no nos dispersemos, que esta anécdota
queda relacionada en cada detalle.
Tras varios intentos el jugador se raspó
la mano, torció la muñeca, golpeó la espalda y quedó exhausto. El compañero de
prácticas, un poco mayor, le insistió en que repitiera hasta lograrlo, además le
explicó más sobre la posición de las manos y echar el cuerpo hacia las espaldas.
Durante la primera sesión el jugador únicamente
rozó el balón sin darle dirección alguna. No se desanimó, perseveró varias
semanas, hasta que comenzó a calcular el golpeo de balón en la chilena. Cada
vez logró un giro más definido, incluso un brinco hacia arriba, logrando altura
mientras torcía la espalda. En su casa miró muchas veces un video con los
espectaculares goles de Hugo Sánchez, cuando lanza una pirueta de espaldas,
conecta el balón con fuerza y sorprende al portero con su tiro de chilena.
Tiempo después, su novia le llevó flores
blancas al hospital y se disculpó:
—Creí que habías muerto, las blancas son
para el panteón.
—No te disculpes; dime ¿cómo jugué? Que
ya ni me acuerdo.
Ella miró al cielo raso y se le iluminó
la cara de futura esposa:
—Metiste tres goles, jamás lo habías
logrado y el tercero de chilenita espectacular, pero te empujó el defensa, un
empellón innecesario en tu movimiento de caída, y te dañó una vértebra contra
el suelo.
El jugador puso una cara de contristado:
—No siento nada, ¿estoy anestesiado?
—El diagnóstico de cuadriplejia no es
justo —ella, la misma sobrina de Don Entrenador, sollozó y se contuvo—, es una
lástima conocerse empujando una silla de ruedas y terminar los días en lo
mismo; así, que espero, con toda sinceridad, que el doctor que te atiende sea
un imbécil y su diagnóstico haya fallado, porque…
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